Hora de cuento - Angélica Edwards Valdés - E-Book

Hora de cuento E-Book

Angélica Edwards Valdés

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Beschreibung

Este libro reúne, en un solo volumen, la vasta experiencia de la autora en relación con esta maravillosa actividad, a través de su trabajo como profesora de literatura en colegios, bibliotecas y centros culturales de Santiago y provincias. Está destinado no sólo a maestros, sino también a todos aquellos padres que deseen entablar diálogos enriquecedores con sus hijos.

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808.31Edwards Valdés, Angélica.

 E26h3Hora del cuento / Angélica Edwards Valdés.

3a. ed. Santiago de Chile: Universitaria, 2008.

237 p.; 15,5 x 23 cm. (El sembrador)

Incluye notas bibliográficas.

ISBN Impreso: 9789-56-11-2030-3ISBN Digital: 978-956-11-2721-0

1 CUENTO INFANTIL - HISTORIA Y CRÍTICA

2 CUENTO INFANTIL - TÉCNICA I. t.

© ANGÉLICA EDWARDS VALDÉS, 2008.

Inscripción Nº 174.287, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por

© EDITORIAL UNIVERSITARIA S.A.

Avenida Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.

[email protected]

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,

puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por

procedimientos mecánicos, ópticos, químicos

o electrónicos, incluidas las fotocopias,

sin permiso escrito del editor.

CORRECCIÓN DE PRUEBAS

Óscar Aedo I.

DISEÑO DE PORTADA Y DIAGRAMACIÓN

Yenny Isla Rodríguez, Norma Díaz San Martín

FOTOGRAFÍA DE PORTADA

Gentileza del Centro Lector Infantil

Lo Barnechea

www.universitaria.cl

Diagramación digital: ebooks [email protected]

DEDICATORIA

A todas las personas que han participado

en nuestras “horas del cuento”,

quienes, sin saberlo, o acaso sabiéndolo,

tanto han colaborado en la escritura de este libro.

AGRADECIMIENTOS

Hoy hago entrega de esta nueva edición de HORA DEL CUENTO, fruto de estudios e investigación basados, muy particularmente, en la práctica misma de la actividad, y dirigidos no sólo a posibles maestros de enseñanza básica, sino también a todas aquellas personas deseosas de acoger a los niños y reunirse con ellos a través de la narración oral y de la conversación que une a pequeños y grandes en una actividad cultural, donde desaparecen barreras de edad, de jerarquías, de intereses diversos.

Agradezco a los editores de Universitaria, Eduardo Castro y Lucía Wormald, quienes se han interesado por reeditar esta nueva versión corregida y aumentada, en esta Editorial que publicó mis primeros estudios sobre el tema, en dos hermosos libros cuyos tomos I y II pertenecen, respectivamente, a 1984 y 1990.

ÍNDICE

PRIMERA PARTE: HORA DEL CUENTO

HORA DEL CUENTO

Doble función de la “Hora del cuento”

Hora del cuento: modo nuevo de aprender

El sentido de la vida en la educación

Acerca de “el educar” y “el aprender”

El asombro

La conversación, segunda función de la hora del cuento

NIÑO Y CUENTO

El cuento de hadas: plasmación literaria del bien y del mal

“La violencia: un modo de comportamiento olvidado”

LA NARRACIÓN ORAL: SU PAPEL EN LA EDUCACIÓN

El arte de narrar

Ritmo y narración oral

El arte de escuchar

Máximas del buen contar y del buen leer en voz alta

SEGUNDA PARTE: ANTOLOGÍA

INTRODUCCIÓN

HANSEL Y GRETEL

En torno a Hansel y Gretel

Situación inicial de Hansel y Gretel: la pobreza

Abandono de los niños

El bosque, espacio de las pruebas

Entrada del malo: la bruja

LOS TRES CH ANCH ITOS

En torno a Los tres chanchitos

Imagen e imaginación

Principio del placer y principio de la realidad

El burlador burlado

RAPUNZEL

En torno a Rapunzel

Situación inicial: el jardín, espacio de lo prohibido

Encierro de Rapunzel

La bruja: encarnación de la maldad

Desenlace feliz

LA PASTORA DE OCAS

En torno a La pastora de ocas

El viaje, camino de las pruebas

Falada: testigo de la verdad

La pastora de ocas

Los protagonistas enfrentan la justicia

CAPERUCITA ROJA

En torno a Caperucita Roja

Situación inicial: la niña querida por todos

El lobo: su función en el cuento

Más acerca del “principio del placer” y del “principio de la realidad”

El lobo y el cazador: personajes antagónicos

LA CENICIENTA

En torno a La Cenicienta

Situación inicial: palabras de la madre antes de morir

La tumba de la madre y el avellano

La fiesta en el palacio

Situación final: el mal es vencido

EL REY SAPO O HEINRICH EL FIEL

En torno a El rey Sapo o Heinrich el fiel

Situación inicial

El Sapo: la sexualidad y el nacimiento del amor

La hija del rey frente a su padre

LAS HADAS

En torno a Las Hadas

El otro en nuestras relaciones humanas

“La violencia: un modo de comportamiento olvidado”

El hada: sus dones

Desenlace: llegada del príncipe

Moralejas del cuento “Las Hadas” de Perrault

MAESE GATO O EL GATO CON BOTAS

En torno a Maese Gato o el Gato con Botas

Situación inicial

El gato de las mil astucias

Moralejas del cuento Maese Gato o el Gato con Botas, de Perrault

LA NIÑA DE LOS FÓSFOROS

En torno a La niña de los fósforos

Situación inicial

Las alucinaciones

La pobreza

PRIMERA PARTE

Hora del cuento

Modo de educar deleitando

HORA DEL CUENTO

Has de poner los ojos en quien eres,

procurando conocerte a ti mismo,

que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.

Del conocerte saldrá el no hincharte

como la rana que quiso igualarse con el buey.

Palabras de don Quijote a Sancho

Hace ya más de veinticinco años, cuando trabajaba como profesora de castellano en los cursos superiores de un colegio particular de niñas, en Santiago, tuve la ocasión de leer –o más bien el privilegio de captar en su profundidad–, los artículos de Gabriela Mistral sobre educación, recopilados por don Roque Esteban Scarpa en el libro Magisterio y Niño. Desde entonces, esta obra me acompaña como uno de los más excelentes manuales de pedagogía, al que permanentemente recurro. Entre sus artículos se halla la descripción de la llamada “Hora del cuento” por la escritora, cuyo nombre hemos adoptado:

Entre las iniciativas ingeniosas para crear en los chiquitos la apetencia de leer, están la “Hora del cuento” en la escuela o la lectura por el bibliotecario en la misma sala de libros”1.

Con un grupo de alumnas de los últimos años de Enseñanza Media formamos entonces un pequeño equipo de maestros-lectores, quienes, siguiendo el pensamiento de Gabriela, instituimos en la biblioteca la Hora del cuento, invitando una vez por semana algún curso de niñas de Enseñanza Básica, desde primero a cuarto año, e incluso, a veces, a las chiquitas de Jardín Infantil. El resultado de esta actividad sobrepasó en mucho las expectativas que imaginé alcanzaríamos, tanto en provecho de las pequeñas que escuchaban, como de las grandes que leíamos y estudiábamos la literatura infantil y ensayábamos modos de narrar los cuentos para que estos fuesen mejor recibidos por nuestro auditorio. Hoy en día, son muchas las actividades de este tipo que han aparecido en escuelas, bibliotecas o salas de actividad cultural, y que se desarrollan de muy diversos modos.

Esta actividad, que comenzó para mí como oficio lateral a la enseñanza de lengua y literatura castellanas entregada a alumnos y alumnas universitarios y de últimos años de enseñanza media, se me ha ido transformando, a través de la práctica y de la investigación, en oficio vertical, hondo, en parte esencial de mi quehacer profesional. La hora del cuento me ha llevado a reflexionar sobre la importancia de la narración oral, del buen contar, no solamente dirigidos a los pequeños sino también a los grandes.

Este quehacer que he llamado hora del cuento, siguiendo el pensamiento de la Mistral, culmina para mí en la conversación con niños y adultos en torno al cuento escuchado, práctica pedagógica que cultivo desde hace muchísimos años y que creo es el único modo eficiente de crear el gusto por el aprender y la curiosidad que se halla en la base de la búsqueda personal del conocimiento.

DOBLE FUNCIÓN DE LA “HORA DEL CUENTO”

La primera función de esta actividad que, en nuestra experiencia, se completa en su segunda fase, la conversación, es la de crear en el niño la apetencia del libro. Si los adultos sólo consiguiéramos esto, ya podríamos dar por excelente nuestra labor. Inquieta ver la falta de interés de nuestros jóvenes adolescentes por la lectura, aunque debemos reconocer, y con profunda alegría, una preocupación que se ha acentuado considerablemente estos últimos años, y que ha sido expresada a través de foros y conferencias: la preocupación por crear conciencia frente al problema del desinterés de nuestras generaciones jóvenes por la lectura.

Pero, ¿por qué la importancia del leer? ¿Por qué esta preocupación por volver la lectura cotidianidad, en el lenguaje de la Mistral? Recogemos las palabras de Gabriela, tan escuetas y a la vez tan ricas en significado, para responder a esta inquietud:

“Pasión de leer, linda calentura que casi alcanza a la del amor, a la de la amistad, a la de los campeonatos. (...)

Pasión de leer, seguro contra la soledad muerta de los hueros de vida interna, o sea de los más. Sirviese la lectura solamente para colmar este hondón del fastidio, y ya habría cumplido su encargo.

Pasión preciosa de fojear el mundo por mano más hábil que la propia; pasión de recorrer lo no recorrido en sentimiento o acción;(...). Y pasión del idioma, hablado por uno más donoso, o más ágil, o más rico que nosotros2.

El desinterés de nuestros jóvenes frente a la lectura no solamente se expresa en falta de curiosidad hacia los valores culturales sino que, a veces, puede incidir en la formación de espíritus mezquinos, empequeñecidos, incapaces de comprender y de sentir el mundo que va más allá de nuestras pequeñas preocupaciones cotidianas. Asimismo la lectura, además de ampliar nuestro mundo espiritual, alienta nuestra imaginación, la cual, alerta, nos servirá de remedio frente a las dificultades cotidianas; ella enriquecerá la vida, acompañando nuestro quehacer permanente de un sentido lúdico que, sin quitar seriedad a nuestras responsabilidades, aligera las aristas duras de nuestra tarea de vivir, hermosa tarea, pero no siempre fácil.

Contar es encantar, nos dice bellamente Gabriela Mistral. La experiencia nos ha demostrado la profunda verdad de estas palabras. El cuento bien narrado, o bien leído, pareciera detener el tiempo de tal manera que niños y adultos, o más bien personas de más o menos años, nos sentimos trasladados a un mundo mágico, aparentemente desconectado de la realidad cotidiana. Este momento de encantamiento, de gran encuentro entre personas de diversas edades, de profunda unión entre el que narra el cuento y los que escuchan, nos permite entrar en la segunda fase de la llamada hora del cuento: la del diálogo con los niños en una relación de igualdad donde han desaparecido diferencias de edad, de jerarquías, de roles. En nuestro modo de comprender esta actividad, pensamos que acá la hora del cuento cumple su función más profunda: la de aprovechar el encantamiento que la narración oral produce en el niño, para luego conversar con él en torno a los temas que el cuento nos entrega. Más aún, además de conversar en torno a los temas del cuento, nuestra idea es la de poder encauzar la conversación de tal manera que ella responda a las inquietudes primordiales del niño: sus alegrías, sus celos, sus temores, sus angustias, sus inquietudes, su curiosidad.

Muy a menudo, los adultos pensamos que los niños no se cuestionan sobre temas fundamentales de la vida, que lo que hablan son cosas de poca o ninguna importancia, que sus intereses o preocupaciones son secundarios con respecto a nuestros intereses. Y esta forma de pensar se halla tan fuertemente arraigada en nosotros que llegamos a convencer a los propios interesados, a los niños, de su veracidad. A raíz de esto, recojo entre mis notas una anécdota relacionada con una de nuestras conversaciones en torno al cuento de Andersen, El traje del emperador. Durante la conversación, el asombro y el silencio de los niños siguió a una pregunta mía sobre el cuento: “¿Por qué será que en la historia escuchada, fue un niño el que dijo que el emperador iba desnudo?”. No obtuve respuesta, y por lo mismo, cambié el modo de formular la pregunta: “¿Cómo hablan los niños?”. Entonces, las respuestas se atropellaron3:

A1Los niños hablan puras tonterías.

A2Los niños no saben lo que dicen.

A3Los niños hablan por puro hablar.

Y en este tenor continuaban las observaciones. Ante todas estas respuestas que descalificaban las posibles opiniones y modos de hablar de los menores, conversamos en forma liviana y juguetona sobre si todos los que allí nos hallábamos éramos grandes, o si quizás algunos eran más grandes y otros, menos. La sola constatación de las diferentes estaturas –nos hallábamos allí unas diez personas mayores–, fue definitiva para que los alumnos de básica se clasificaran como menores con respecto a nosotros y, por lo tanto, posiblemente niños. (Es curioso, pero he podido constatar que pocas personas menores se califican como niños). Entonces, y de modo muy serio, comencé a interrogar a diferentes alumnos, en la forma más respetuosa posible y más directa y personal a la vez, recibiendo de cada uno respuestas de una seriedad fundamental:

P. ¿Tú sabes lo que dices cuando hablas?

A. Sí.

P. ¿Y tú?

A. Sí.

P. ¿Y tú?

A. Claro.

P. ¿Tú dices cualquier cosa?

A. No.

P. ¿Y tú?

A. No

P. ¿Tú hablas tonterías?

A. No.

P. ¿Y tú?

A. No.

Rompimos la tensión del diálogo observando que quizás no era verdad aquello de que los menores dicen tonterías, o hablan por puro hablar; nadie se identificaba con aquellos niños que dicen leseras o que no saben lo que dicen.

HORA DEL CUENTO: MODO NUEVO DE APRENDER

La biblioteca, concebida en la hora del cuento como salón de libros y lugar de encuentro, es el espacio que mejor se adecúa para una actividad que busca estimular el amor al libro y crear cultura en una acción recíproca entre pequeños y grandes. Allí se rompe el sentido de tiempo útil y lugar propio de aprendizaje que se da en la sala de clases, y se da paso al tiempo y espacio detenidos del mundo que se nos muestra en el cuento y de una conversación abierta que nos distancia, aparentemente, del quehacer cotidiano. Pero, las bibliotecas para niños deben responder a sus necesidades.

En cuanto a este tema, me viene a la memoria una de las dificultades con que he topado en el uso de las bibliotecas. Hace algunos años, fui llamada a un colegio de renombre y con bastantes recursos para tener biblioteca para niños, para hacer dos veces por semana la hora del cuento, en la biblioteca, con los chicos. Ya en nuestra segunda sesión, personas encargadas de la biblioteca nos dieron a entender, de modo explícito, su preocupación pues los niños hacían mucho ruido y no permitían trabajar en silencio a los grandes. Me surge inmediatamente la pregunta: ¿a quiénes sirven las bibliotecas en los establecimientos escolares?, ¿a los niños?, ¿a los alumnos mayores, cuyo comportamiento se adecúa mejor a lo que es el modo ideal de una persona adulta que se sirve de las bibliotecas?, ¿o a todos los alumnos de un establecimiento educacional?

Los chicos, al igual que jóvenes de cultura menor, necesitan de una educación previa, y larga, para alcanzar un comportamiento que se avenga a una biblioteca ideal para adultos lectores; no podemos pedirles, de buenas a primeras, que no hagan ruido, o que permanezcan sentados derechitos en duras sillas, pues eso no los educa para el goce de la biblioteca ni el amor al libro; más bien, se logrará el efecto contrario.

La actividad de la Hora del cuento en los establecimientos educacionales, llevada a cabo en la biblioteca –esto no descarta la hora del cuento en espacios familiares u otros– está concebida como actividad paralela al aprendizaje formal de la sala de clases, pero no por informal menos importante. Se trata de una situación de aprendizaje que puede ser medular en la educación del niño, pues de ella podrían irradiar intereses susceptibles de ser recogidos por profesores de la básica, en la medida en que éstos se involucren en la conversación motivada por el relato de un cuento y aprovechen cualquier tema nacido en ella que pueda desencadenar curiosidad, preguntas, deseos de saber de los chicos. A raíz de la hora del cuento, la imaginación vivaz, despierta, alerta del niño puede recrearse y expresarse en la pintura, el dibujo –con sus posibles proyecciones tales como la edición de pequeños libros–, la música, el teatro; pero, puede también expresarse en otras actividades que no pertenecen en forma tan particular al campo del arte, sino al mundo intelectual, cognitivo –aunque no menos creativo–, pues en las conversaciones surgen múltiples y variadas reflexiones que son de interés fundamental para el conocimiento de la condición humana, y el autoconocimiento de la persona que, como dice don Quijote a Sancho cuando éste es enviado a gobernar la ínsula, es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.

He tenido ocasión de conversar con profesores que piensan que dialogar, luego de escuchar un cuento, es quebrar en el niño el encantamiento, la magia que el cuento es susceptible de producir en él. La experiencia me ha demostrado lo contrario, lo cual ha sido corroborado por el pensamiento de algunos autores con quienes siento gran afinidad; entre éstos, destaco de modo muy especial a Bruno Bettelheim. He usado en este trabajo varios aspectos de su pensamiento, valiosísimos para el estudio de la “Hora del cuento”. La mayor parte de las citas de Bettelheim, que me han sido de especial importancia, han sido recogidas en su obra titulada originalmente “The uses of enchantement”.

Al escuchar un cuento, el niño acumula energías –sentimientos, percepciones, pensamientos–, al igual como nos sucede a todos ya sea con la literatura, con una buena película o con un simple programa de televisión, por no seguir enumerando casos. ¿Quién de nosotros, cuando de algún modo nos sentimos transportados por uno de estos medios culturales, no deseamos compartir con un buen amigo, con alguien que nos estimule, nuestras impresiones, nuestras observaciones? Al igual le sucede al niño. La buena literatura no tiene como función única –aunque ésta sea primordial–, el hacernos palpar la belleza de la expresión oral o escrita, o bien, el entretenernos. Puede también llevarnos a nuevos modos de conocimiento, a vislumbrar nuevos mundos que nos asombran e inquietan. Ante el dicho tan usual, tan frecuentemente oído, de que la lectura distrae, o de que únicamente aporta placer, nos dice Gabriela Mistral:

No siempre nos distrae, es decir, nos aparta y nos pone a la deriva, porque muchas veces nos hinca mejor en lo nuestro. Da el regusto de lo vivido y es rumia de lo personal que hacemos sobre la pieza ajena; egoístas no dejamos de ser nunca, y en la novela rebosamos percance o bienaventuranza propios4.

El cuento, además de deleitar, puede ser un medio para aprender a pensar, a reflexionar, a expresarse; a conversar en grupo, entregando nuestras opiniones, oyendo y aprendiendo a respetar las opiniones de otros. Las conversaciones en torno al cuento bien pueden servir de medio para despertar al niño al mundo de la cultura viva, del conocimiento que transforma, por oposición a aquella pseudo-cultura que no es otra cosa que fría acumulación de datos que sirven de adorno para una conversación de salón, o quizás para escalar algunos puestos útiles. De igual manera, la conversación que sigue a la narración del cuento nos ha dado una mayor conciencia de lo importante que es, en el campo de la educación, la polémica, la crítica, modo de entregar el santo apetito de la cultura, en palabras de Gabriela Mistral pues, como dice ella, pretender dar una cultura es vanidad.

A lo anterior, quisiéramos agregar algo importante: la hora del cuento, llevada a cabo con seriedad y mucha atención de parte de la persona que la va conduciendo, puede ser motivo de lazos afectivos muy estrechos entre adultos y niños, además de un excelente medio para educar e instruir deleitando.

EL SENTIDO DE LA VIDA EN LA EDUCACIÓN

El mundo de lo maravilloso entregado por la literatura no necesariamente significa entretenimiento puro; puede también servir como herramienta para vivir. En su hermoso estudio al que arriba aludimos, “TH E USES OF ENCH ANTEMENT. The meaning and importance of fairy tales” (título original de la obra), Bruno Bettelheim centra su análisis de los cuentos clásicos para niños en la importancia psicológica que tiene el cuento tradicional, muchas veces folklórico y transmitido por la tradición oral, en la educación del niño y en la superación de sus crisis de crecimiento.

En la introducción de su obra, Bettelheim comienza por referirse a la importancia que tiene el hecho de que los seres humanos seamos conscientes de nuestra existencia, por oposición a un vivir al día, despreocupadamente, sin darle un sentido a la vida en cada momento de nuestra cotidianidad. Añade que la madurez psicológica se va adquiriendo a medida que comprendemos lo que puede ser y lo que debe ser el sentido de la vida. Y este pensamiento, dice Bettelheim, debe hallarse en la base de la tarea del educador:

...la tarea más importante, y a la vez la más difícil, de la educación, es la de ayudar al niño a darle un sentido a su vida. Para que él logre esto, debe pasar por numerosas crisis de crecimiento. A medida que crece debe aprender a comprenderse mejor; de esta manera se hallará más capacitado para comprender a los otros y, finalmente, podrá establecer con los otros relaciones recíprocamente satisfactorias y definitivas. (...) Para no hallarse a merced de los cambios del azar, debe desarrollar sus recursos interiores de manera que sus sentimientos, imaginación e intelecto se enriquezcan recíprocamente5.

Y Bettelheim, como educador y psiquiatra profesional, ha estudiado los tipos de experiencias que, en la vida del niño, son las más adecuadas para ayudarlo a descubrir sus razones de vivir. Entre estas experiencias, Bettelheim descubre cómo los tradicionalmente llamados “cuentos de hadas” –cuentos dejados de lado durante años y reemplazados por historias más reales, más inmediatamente ligadas a una realidad cotidiana, y también más suaves y dulces, menos violentas–, contienen un profundo material imaginativo que nos ayuda a desarrollar la inteligencia y a comprender nuestras emociones, a la vez que nos permite superar angustias y sugiere soluciones a problemas que nos afectan.

El cuento de hadas, o cuento folklórico, dice Bettelheim, se repite de generación en generación, porque concierne en forma imaginativa los problemas humanos esenciales. El niño, al escuchar, o leer, todas aquellas historias de niños abandonados en los bosques –como Hansel y Gretel, por dar un ejemplo–, madrastras maldadosas, brujas con capacidad de adormecer o encantar a las personas, gigantes malos, lobos o peces que devoran a los seres humanos, quienes logran salvarse gracias a la intervención de algún personaje maravilloso, va adquiriendo a través de la imaginación toda una amplia comprensión de fenómenos que ocurren en su vida diaria de alguna u otra manera. Este conocimiento, logrado a través de imágenes que hablan a su yo más oscuro y profundo, lo va fortaleciendo y lo ayuda a reaccionar de manera positiva en las situaciones concretas que se presentan minuto a minuto en su vida cotidiana, o en casos que podrían anularlo debido a todas sus dificultades producidas por temores, angustias, sentimientos de desamparo o desamor, inseguridades. Todas estas dificultades, dice Bettelheim, pueden ser manejadas y superadas por el niño que, al verse enfrentado a ellas, las identifica de alguna manera con hechos semejantes que él ha conocido en los cuentos de hadas, cuyo material le permite llevar a cabo cambios de identificación entre los problemas reales de su vida, y los problemas vividos, a través de la imaginación, en la lectura o relato oral de los cuentos.

ACERCA DE “EL EDUCAR” Y “EL APRENDER”

Hemos dicho que la hora del cuento es un modo nuevo de educar y, por consiguiente, de aprender, pero, ¿qué entendemos por educar?, ¿qué esperamos de la persona cuando hablamos de aprender?

Frecuentemente, al hablar de la educación, los profesores usamos un lenguaje pseudopedagógico como si ésta perteneciese al campo de lo utilitario, de la economía: un dar y un recibir. Al saber se le llama materia que el profesor entrega al niño y cuyo aprendizaje se evalúa con una nota. La calificación óptima la obtendrá aquel que repita con mayor exactitud lo que el profesor ha pasado. Así, los programas se confeccionan en base a enorme cantidad de datos que los alumnos tragan sin alcanzar a saborear, para luego repetir en la prueba y, finalmente, olvidar. Hemos llegado hasta el lamentable lenguaje de términos tales como eficiencia del profesor, eficacia de la enseñanza. ¿De qué eficacia podemos hablar al referirnos a un campo tan imprevisible como es el de la educación, donde muy frecuentemente un buen profesor no verá los frutos que la educación puede entregar? En esta pseudoeducación de corte economicista, tan en boga en los tiempos que corren, podríamos hacernos la misma pregunta que años atrás se hizo Kafka en cartas donde trató el tema de la educación del niño en la familia:

¿Se encuentra allí el menor rasgo de la verdadera educación, aquella que consiste en desarrollar para la bondad, la paz y el amor desinteresados, las facultades de un ser en su período de formación?6

Refiriéndonos a la escuela, podemos agregar, sin contradecir en absoluto el pensamiento de Kafka: ¿se encuentra allí el menor rasgo de aquella educación que desarrolla facultades indispensables en el campo del saber, tales como curiosidad, amor desinteresado, asombro, deseo, necesidad de aprender?

En su sentido etimológico, educar es sinónimo de desarrollar o perfeccionar facultades, potencialidades del individuo; en otros términos, ayudar a sacar afuera lo que se halla en germen en los individuos. Ernesto Sábato, en un interesante artículo titulado “Sobre algunos males de la educación”, sostiene que educar es sacar afuera lo que se halla en potencia en aquel ser que vive su etapa de mayor formación; así, refiriéndose a la labor del profesor, labor de partero, nos dice:

Esta labor de partero del maestro muy raramente se lleva a cabo, y tal vez es el centro de todos los males de cualquier sistema educativo7.

Concordamos plenamente con ambos autores citados y creemos que únicamente el profesor que educa en este sentido ayuda al niño a desarrollar una personalidad auténtica, propia, autónoma, a la vez que socializada; es decir: forma individuos que, enriquecidos por el desarrollo de sus potencialidades, se hallan capacitados para ocupar un lugar y enriquecer la sociedad a la cual pertenecen.

EL ASOMBRO

Decíamos más arriba que la hora del cuento, a través de la narración oral y la conversación que de ella nace, es susceptible de crear en los niños preguntas, curiosidad, deseos de saber, asombro. Sábato, en su obra citada, nos dice de Platón que éste destaca el asombro como fuente de filosofía, es decir, del conocimiento. Por lo tanto debería ser la base de toda la educación.

Uno de los rasgos que frecuentemente observamos en nuestros estudiantes, sobre todo de secundaria, es la falta de asombro, la falta de curiosidad por conocer el mundo que nos rodea y por conocer la condición humana, o sea, el conocimiento de nosotros mismos. Los jóvenes estudian en forma mecánica, sin verdadero amor por el aprendizaje, sino planteándose metas de tipo utilitario tales como P.S.U., universidad, profesión que permita surgir, lo que es equivalente a ganar dinero y ocupar un puesto destacado –si es posible– en la escala social. Pero, en general, esta carrera que el joven se propone, poco o nada tiene que ver con una preocupación auténtica por desarrollar la propia personalidad y descubrir la profesión u oficio que nace de una vocación profunda, de un amor por lo que se quiere hacer, del deseo de servir a la sociedad en que se va a insertar como hombre adulto.

Esta inquietud por la falta de asombro, de curiosidad en nuestros jóvenes que se hallan en edad escolar y dedican tanto tiempo de su vida al estudio, nos lleva a la pregunta: ¿qué es el estudiar?, ¿qué es el verdadero aprender?, ¿cuál es el auténtico saber hacia donde deberían apuntar las inquietudes de tantos jóvenes que avanzan en la carrera del estudio? Concordamos plenamente con el pensamiento de Sábato, quien se refiere a la cultura como conquista del hombre, aventura del pensamiento y la imaginación:

Aventura que el discípulo debe sentirla como tal, en un combate emocionante contra las potencias de la naturaleza y de la historia. No enciclopedismo muerto, ni catálogo, ni ciencia hecha, sino conocimientos que se van haciendo cada vez en cada espíritu, como inventor y partícipe de esa historia milenaria. No información sino formación8.

Y agrega una cita de Montaigne: “Saber de memoria es no saber”. ¿Cuánto enciclopedismo muerto, cuánto saber de memoria no hay entre nuestros jóvenes de edad escolar, o universitaria? El ser humano, nos dice Sábato, aprende en la medida en que participa en el descubrimiento y la invención. Pero, nosotros, los profesores, ¿en qué medida damos lugar a que el alumno participe en el descubrimiento de la cultura, en la conquista del saber? ¿En qué medida respetamos su libertad para opinar, para equivocarse? ¿No le exigimos, más bien, que responda a nuestras preguntas de acuerdo a lo que nosotros pensamos que es la verdadera respuesta? Caemos permanentemente en la gran tentación de pensar que somos nosotros los poseedores de la verdad, y así, no escuchamos bien las respuestas u opiniones de los jóvenes. De este modo, vamos creando, sin malas intenciones, jóvenes que repiten lo que los adultos decimos, seres cuyo modo de pensar, o pseudopensamiento, está conformado por una retahíla de ideas muertas que en nada transforman o mejoran a la persona.

Ortega y Gasset, gran escritor y pensador de nuestro tiempo e importante autoridad en el campo de la educación, nos entrega ideas pertinentes a nuestras inquietudes. Refiriéndose a la enorme acumulación de datos que existe en nuestra época actual debido a los avances de la ciencia, detecta un grave mal al cual esto puede llevar: la dificultad del estudiante por sentir una auténtica necesidad del saber: ...cada vez habrá menos congruencia entre el triste hacer humano que es el estudiar y el admirable hacer humano que es el verdadero saber9. Y se expresa así de la cultura nuestra, en la que el joven debe tragar conocimientos que no asimila y cuya necesidad no siente:

...Esta cultura sin raigambre en el hombre, que no brota en él espontáneamente, carece de autoctonía, de indigenato, es algo impuesto, extrínseco, extraño, extranjero, ininteligible; en suma, irreal. Por debajo de la cultura recibida pero no auténticamente asimilada quedará intacto el hombre; es decir, quedará inculto; es decir, quedará bárbaro10.

Ortega y Gasset termina afirmando que la única solución a tan grave problema es la reforma profunda de este hacer humano que es el estudiar:

...Para esto es preciso volver del revés la enseñanza y decir: enseñar no es primaria y fundamentalmente sino enseñar la necesidad de una ciencia y no enseñar la ciencia cuya necesidad sea imposible hacer sentir al estudiante11.

Y así, luego de habernos hecho algunas preguntas sobre qué es el estudiar y qué es el aprender, volvemos a la hora del cuento, concebida en este marco de referencia, y a la actitud de los niños a quienes dedicamos esta actividad. Para llevarla a cabo, nos hemos dirigido principalmente a niños de terceros a sextos años de básica que, en general, ya han adquirido, en parte, la habilidad de la lectura y son, en potencia, posibles buenos lectores. Uno de los rasgos típicos de los niños es su enorme capacidad de asombro y de encantamiento ante los relatos que se les entrega en una bella narración oral. Por oposición a la indiferencia que encontramos en numerosos jóvenes ante la cultura mostrada en sus diferentes aspectos, nos llama la atención el espíritu agudo y la fina capacidad perceptiva de un número grande de niños menores. Es grande el desafío que se les presenta a los profesores de básica, para estimular y desarrollar esta aptitud. Allí, el maestro debe poner toda su sensibilidad y talento artístico, toda su generosidad para estimular al pequeño en sus primeros pasos en la carrera del aprendizaje. Nadie más importante que el profesor de básica y, a la vez, nadie más tristemente ignorado en nuestro campo profesional, el de la educación. Es él quien tiene la misión primera y primordial de moldear el alma del niño que se inicia en la ruta del quehacer humano, cuando recién sale del seno familiar.

En nuestra preocupación por el aprender, retomamos algunas ideas de Sábato, referidas a la función de la educación primaria y secundaria en la formación del individuo:

...Estoy hablando de esa educación que debería recibir el ser humano en sus etapas iniciales, cuando su espíritu es más frágil, ese instante que para siempre decide lo que va a ser: si mezquino o generoso, si cobarde o valiente, si irresponsable o responsable, si lobo del hombre o capaz de acciones comunitarias12.

LA CONVERSACIÓN, SEGUNDA FUNCIÓN DE LA H ORA DEL CUENTO

Más arriba nos hemos referido a la importancia del diálogo como medio para despertar al niño al mundo de la cultura viva, del conocimiento que nos transforma a pequeños y grandes.

Recordemos las palabras de Montaigne, citadas por Sábato: Saber de memoria es no saber. Miguel de Montaigne, autor francés del siglo XVI, pensador y creador del género literario llamado ensayo, y cuyas ideas sobre la educación de los niños son más avanzadas que mucho de lo que vemos actualmente, ha dicho en uno de sus ensayos, refiriéndose al discípulo y al maestro:

...nuestro esfuerzo no parece consistir más que en repetir lo que se nos dijo. (...). No quiero que el maestro fabulice y hable solo; es necesario que oiga a su discípulo hablar a su vez. Sócrates. (...) exigía a sus discípulos que se expresaran, y luego hablaba él (...) El maestro debe enseñar al discícipulo a pasar por el tamiz todas las ideas que le trasmita, y procurar que su cabeza no acoja nada por la simple autoridad y crédito suyo. El maestro no debe limitarse a preguntar al discípulo las palabras de la lección, sino más bien el sentido y la sustancia, (...). Conviene que lo que acaba de aprender el niño lo explique éste de diversas maneras y que lo acomode a otros tantos casos, para comprobar si recibió bien la enseñanza hasta asimilarla. La verdad y la razón son patrimonio de todos, y ambas pertenecen por igual al que habló antes y después13. (El subrayado es mío)

Para llevar adelante un diálogo enriquecedor, reflexivo, el contador oral debe tener un conocimiento profundo, cabal del cuento que narra; debe haber hecho un estudio hondo de la mayor riqueza posible de significados que éste pueda entregar; y debe seleccionar cuidadosamente cada cuento pensando en la edad, los intereses, las inquietudes de los que lo van a escuchar.

La idea de conversar en torno a los cuentos es, fundamentalmente, un modo de encauzar el diálogo con los niños hacia inquietudes primordiales suyas, tales como miedos, sentimientos de abandono, celos, alegrías, angustias. El interés de las conversaciones que nacen de los temas del cuento se origina en el hecho de que los niños, gracias a los cambios de identificación que llevan a cabo entre sus propias vidas y las vidas de los personajes de los cuentos, expresan deseos reprimidos, ilusiones, sueños no realizados, angustias, afanes. Toda esa materia que conforma el alma humana está allí, y los pequeños hablan de ella; pero, por persona interpuesta –los personajes del cuento–, están hablando de sí mismos. De este modo, poquito a poco, el niño va comprendiendo, sin una conciencia clara, toda esta potencialidad humana que lleva dentro de sí, y puede encauzar su mirada hacia un mayor conocimiento de su yo profundo, punto inicial y fundamental para hacer de nuestras vidas un caminar auténtico, original, sin miedos, con valentía y generosidad, y con la autoestima necesaria para hacernos estimar y estimar a los otros; en resumen, para caminar en la vida creando futuro, como Machado lo dice en uno de sus poemas:

Caminante, son tus huellasel camino, y nada más;caminante, no hay camino,se hace camino al andar.

En el momento de la conversación, el narrador debe tener especial cuidado de seguir el ritmo de cada niño que vaya tomando la palabra –hay niños de ritmo especialmente lento–, de modo que nadie que lo desee quede excluido de la participación; esto permite que no tomen la palabra únicamente aquellos niños de ritmo rápido que son, casi siempre, los que se destacan en una educación de corte tradicional, donde se estimula el espíritu competitivo y la rapidez mental. La hora del cuento busca educar no sólo la inteligencia, sino también la sensibilidad y la personalidad de cada persona. El diálogo surgirá a raíz de preguntas motivadoras en torno al cuento. Es importante darle al grupo la posibilidad de entregar diversas respuestas a una misma pregunta y, sobre todo, dar el tiempo suficiente para que las respuestas que se sucedan sean cada vez más reflexivas y meditadas. Frecuentemente, el pensamiento reflexivo sigue a primeras respuestas rápidas, que son a menudo simples y muy ceñidas al argumento del cuento. En ciertas ocasiones se hace necesario respetar conversaciones que surgen espontáneamente entre los mismos niños a raíz de temas suscitados por los cuentos y que los apasionan muy particularmente.

Uno de los peligros que vemos en la educación que se imparte en nuestros días es el estímulo excesivo del espíritu competitivo y la rapidez mental de la persona, en desmedro de la sensibilidad, creatividad y formación de una personalidad original. Ponemos en cursiva el concepto de estímulo excesivo pues no descartamos que debe existir algún estímulo al respecto, pues la sociedad en que nos hallamos inmersos es esencialmente competitiva; y no deseamos formar personas para una sociedad ideal sino personas que puedan integrarse a la sociedad real, para transformar desde dentro lo malo que en ésta se halle.

En las conversaciones que nacen de la narración oral nos interesa que brote allí un diálogo en relación de igualdad, donde se cultive muy particularmente la tolerancia ante las ideas del otro. Siempre hemos planteado la educación como práctica de la libertad. La expresión libre, la crítica y autocrítica permanentes son necesidades intrínsecas a la formación de sociedades libres. Esta concepción de la educación se halla en la base de la hora del cuento. Pero, para crear un ámbito cultural con estas características, la tolerancia es fundamental y, para alcanzarla, es imprescindible crear un ambiente favorable, que acoja las opiniones de todos. En el campo de la cultura, la persona que ama el saber se enriquece con el aporte del grupo, sin necesidad de competir con el otro, práctica frecuente en las relaciones entre estudiantes de básica, estimulada a veces por el profesor y la nota.

Los niños gustan de la conversación, gustan de ser escuchados en sus opiniones y observaciones. Hay un verso de un breve poema de María Elena Walsh que hemos escuchado en algunas horas del cuento, que los niños siempre comentan. El poema trata de Osías, un osito, quien entra a un bazar, sin dinero, y pide cosas que desearía. Entre ellas, dice:

También quiero, para cuando esté solito, un poco de conversación.

Los chicos interpretan estos versos como un deseo de estar acompañados, de sentir cariño, de comunicarse con los otros. Pero, para alcanzar esta conversación cálida, rica en expresión y comunicación humanas, los adultos debemos educarnos, cambiar nuestra actitud de poseedores últimos de la verdad.

En general, pequeños y grandes, niños y adultos, no nos escuchamos bien, no ponemos verdadera atención a lo que dice el otro. En nuestras conversaciones, es frecuente observar cómo, cuando un niño está hablando, otro manifiesta de modo casi ansioso su deseo de opinar, levantando la mano con insistencia para que se le dé la palabra. Si en ese momento, antes de darle la palabra para que nos entregue su opinión, le preguntamos, lo más cuidadosamente posible, que nos diga lo que piensa sobre la opinión del que acaba de hablar, nos responderá que no puso atención en ella. Así, poquito a poco, interviniendo sutilmente cuando observamos que un niño, por su deseo de tomar la palabra, no ha puesto atención a las palabras del otro, todos nos iremos dando cuenta de lo difícil que es el atender, tema que creemos fundamental en el campo de la educación, y de la conversación, en particular.

* * *

En nuestras horas del cuento ponemos especial énfasis en el cultivo de la buena conversación. Así, iniciamos muchas veces nuestra actividad intercambiando ideas para establecer, todos juntos, las normas adecuadas para un buen comportamiento en el arte de conversar. Recojo algunos de estos diálogos que hemos tenido cuidado en grabar, seleccionando las ideas u opiniones más pertinentes.

P. Juntos, ustedes y yo, vamos a establecer las reglas de una buena conversación.

A. (grita) Las máximas.

Me encanta este nuevo término que surge de boca de un niño, pues desaparece esa triste palabra regla que da lugar a miedo y castigos, para abrirle camino a esta otra, que tiene algo de ritual.

P. De acuerdo, linda palabra: las máximas. Pero, lo importante: las vamos a establecer juntos de modo que ustedes no puedan, luego, ir en contra de lo que ustedes establecen. Pero, ¿habrá otra palabra mejor que establecer...?

A. Respetar.

P. Otra palabra.

A. Obedecer a las reglas.

P. ¿A las reglas?

A. A las máximas.

P. ¿Otra palabra, además de establecer, obedecer, respetar?

(La búsqueda de palabras nuevas, en la conversación, da el conocimiento vivo de la palabra y enseña a pensar, por oposición a los significados áridos, estáticos entregados por un diccionario o por una explicación teórica de los vocablos).

A.1. Hacer las máximas.

A.2. Construir.

A.3. Imaginar.

A.4. Inventar.

A.5. Crear.

P. Crear. ¿Qué tal que usemos esta palabra?, porque acá no existen estas máximas. Tenemos que descubrirlas. ¿Cuáles serían ellas?

A. No interrumpir a alguien cuando habla.

P. ¿Por qué?

A.1. Porque a uno le molesta.

A.2. Porque uno se siente mal.

A.3. No reírse si alguien dice algo malo.

P. Pero, decir algo malo es quizás equivocarse. ¿Está mal que nos equivoquemos?

As. No, no, no. ...

A.1. No, porque al colegio venimos a aprender.

P. Volvamos a eso de no reírse de lo que alguien diga. ¿Por qué?

A.1. Porque uno se siente mal.

A.2. Porque a uno le da pena.

A.3. Porque entonces preferimos no decir nada.

Sigo punzando estas respuestas, porque creo que hemos topado con algo importante que se da en los grupos: la burla, actitud que debemos tratar de extirpar de raíz.

Recojo la conversación sobre tema el de la burla por oposición al respeto, que ha surgido con otro grupo, un cuarto año de básica, y que refuerza las ideas anteriores. La reiteración en el campo de la pedagogía es positiva, pues sólo con la repetición logramos que estos temas se transformen en vida en cada uno de nosotros.

P. Antes de escuchar el cuento, quisiera que volvamos a hablar sobre las máximas de la buena conversación. Pero hoy, voy a decirles algo que yo pienso, a partir de lo que ustedes me han hablado. Si están, o no están de acuerdo, me dan sus opiniones. Pienso que, cuando uno toma la palabra, siente una necesidad muy grande de que los otros lo escuchen, con respeto, sin burlarse. ¿Es así, o no?

Las respuestas se precipitan. Selecciono algunas. (Al recoger en forma detallada nuestras conversaciones, aprovecho para entregar pautas en cuanto al modo de llevar a cabo las preguntas, que es una de las interrogantes que siempre se han planteado los profesores de básica en seminarios sobre esta actividad).

A.1. Sí, porque si yo hablo y veo que alguien se ríe, o se burla, me da vergüenza, y prefiero no conversar más.

A.2. Siento que si un amigo se ríe, es como si no fuera mi amigo.

Linda respuesta, y ¡cuánta profundidad conlleva! El ver que un amigo observa burlón una respuesta auténtica hace dudar de la amistad.

El miedo a decir algo equivocado, algo malo –en lenguaje de los niños–, nace, acaso, de un error de nosotros, los pedagogos. Nos alegramos ante las respuestas más interesantes, pero nos cuesta estimular al niño que, según nuestro criterio, dice tonterías, sin buscar en sus palabras aquella parcialidad de verdad que puede enriquecer una visión conjunta de los temas a que dan lugar las conversaciones. Buscamos niños sabios antes de que hayan pasado por el tamiz del aprendizaje.

Otro temor, y muy fuerte, del niño para expresarse es el temor a la burla. Esta puede silenciar y, por consiguiente, reprimir al pequeño, y muy particularmente al niño tímido, rasgo de carácter frecuente en niños de mayor sensibilidad. Ante la burla, el niño pierde la autoestima y silencia su hablar en un grupo. Esta permanente tendencia a la burla es un rasgo bastante marcado en nuestros niños; y no sólo en ellos: también en los adolescentes de cualquier grupo socio-económico. La burla que hiere entorpece hondamente la buena conversación y responde a una falta de seriedad muy extendida en el carácter de nuestro pueblo chileno. Hablo de seriedad, y no gravedad; seriedad por oposición a frivolidad, superficialidad; es decir, capacidad de darle a la palabra del otro, el sentido que éste le quiere dar a su palabra. Esto me hace recordar un artículo de Gabriela Mistral, en que dice que a los chilenos nos falta la “fundamental seriedad de la vida”. Repito: esta falta de seriedad se manifiesta en una propensión a quitarle el peso, la importancia a lo que hace o dice el otro. Nos burlamos casi sin darnos cuenta. Nuestros niños se burlan permanentemente de las palabras de sus compañeros. Así, los chicos más pensantes, más reflexivos acaban por callar, por aislarse. Esto, que da lugar al reinado de la frivolidad, puede entorpecer seriamente el desarrollo auténtico, original, vigoroso de la persona en una etapa importante de la formación de su personalidad.

Escuchemos las palabras de Gabriela Mistral sobre la nobleza del atender y el conversar serio y respetuoso: La nobleza de la enseñanza comienza en la clase atenta y comprende el canto exaltador en sentido espiritual, la danza antigua –gracia y decoro–, la charla sin crueldad...14 Este concepto de Gabriela Mistral sobre la atención en clase, y la charla sin crueldad sintetiza bellamente lo que desearíamos fuese el espíritu que anima nuestra hora del cuento. Para ello, es importante considerar un hecho práctico: el tiempo que dura la capacidad de atención de los niños de cada nivel, de acuerdo a sus edades, para no matarle el interés, y así dar lugar a que la actividad tenga algo de canto exaltador, en palabras de la Mistral. De otro modo, la conversación puede degenerar en chistes poco pertinentes u otras manifestaciones propias del cansancio.

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Sugiero acá algunas pautas para iniciar la conversación en torno a los cuentos leídos. Es general, no estamos acostumbrados a conversar, nuestros alumnos no están acostumbrados a que los escuchen, e iniciarnos ellos y nosotros en este hábito toma tiempo.

He comenzado con frases muy sencillas al estilo de:

a) Les propongo iniciar nuestro diálogo, escuchando las impresiones que han dejado en ustedes los textos escuchados

b) Les propongo que ustedes me vayan contando, de modo lindo –como si fuesen narradores orales– partes del cuento–, empezando por el comienzo.

A partir de estas primeras sugerencias, y sin precipitación, espero que los niños tomen la palabra.