Hoy murió el cura - Patricio Rioseco Saavedra - E-Book

Hoy murió el cura E-Book

Patricio Rioseco Saavedra

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Beschreibung

Hoy murió el cura… La frase es el punto de partida de un viaje a la memoria. Un viaje dramático a través de los más oscuros corredores del alma humana. Un viaje a través de tiempos de esperanza y felicidad que se detendrán trágicamente por uno de los acontecimientos más violentos de la historia latinoamericana del siglo XX: el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile. En esta historia, el protagonista es la ausencia, la desaparición, el duelo no resuelto que dejó una marca indeleble en un sector de la juventud de aquel tiempo, que perdió sus sueños, su norte y que debió vivir con retazos de un pasado al que se aferra como lo único que existe, ¿Te acuerdas? Es la pregunta recurrente en el relato. ¿Te acuerdas del amor? ¿Te acuerdas de la ilusión? ¿Te acuerdas de lo que significó vivir el ideal? Nunca lo olvides, porque eso supera con creces al horror.

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Hoy murió el curaAutor: Patricio Rioseco Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago, Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Primera edición: agosto, 2023. Diseño y diagramación: Sergio Cruz. Ilustraciones: Miguel Cabrera [email protected] Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 2020-A-9515 ISBN: Nº 978-956-338-653-0 eISBN: Nº 978956338654-7

A mis hijos: Alejandra, Andrea, Andrés y Maximiliano. Y a todos aquellos que estuvieron y no sabremos jamás donde están.

Comentarios a modo de introducción

Reconozco, he leído Hoy murió el cura con una rapidez sorprendente.

Conjuga episodios y sentimientos de una novela de amor con la bitácora retrospectiva de un viaje en la memoria por senderos de experiencias límite.

El autor quiere cautivar la atención y revivir recuerdos de la amada ausente. Reiniciar un diálogo con ella que trascienda el tiempo y niegue el sufrimiento de una pérdida irreparable.

Le recuerda historias de personas y circunstancias, vividas en la primavera de ambos, anhelando que ella desde su silencio las confirme Y le reactualiza momentos compartidos, a principios de los años setenta, como estudiantes de medicina de una universidad en el sur de Chile.

Fundar la esperanza en un orden social solidario, basado en el respeto y creando igualdad de oportunidades, durante los tres años del gobierno de Allende, fue el substrato existencial de la pareja y los motivó a participar en actividades de apoyo a pobladores sin casa y campesinos sin tierra.

Comprobar en la acción que la pobreza no es destino, sino superable en mutua cooperación, les permitió compartir la euforia de ser artífices en el proceso de cambio. Fueron tiempos aquellos de entusiasmo pleno, la nueva sociedad parecía estar a la vuelta de la esquina.

Hace cincuenta años, en la madrugada, se desató la furia destructiva del golpe de Estado. Nada ni nadie fue ajeno a ese cisma trascendental en la sociedad chilena.

La violencia represiva separó a los amantes. El autor narra vivencias como prisionero de una guerra no declarada, enfrentado a verdugos que para él eran ayer ciudadanos en uniforme.

Son directas las palabras y las imágenes tanto en la descripción de experiencias de maltrato sistemático, cárcel, tortura y simulacros de fusilamiento como en las secuelas de recuerdos intrusivos de dolor y desolación y de la proyección fantasmagórica de los ausentes.

El autor se consuela en la ilusión de que la amada no tenga igual destino, que esté a salvo del odio compulsivo de los esbirros en su celo destructor; reduce su impotencia personal, rescatando actos de oposición y resistencia a la institucionalidad represiva. En su actividad ulterior como médico impresiona su trato con un paciente al que reconoce como agresor en su primera detención.

El daño provocado en el autor es grande pero no lo aniquila. Las aguafuertes que acompañan al final del libro son una buena metáfora en dos sentidos: el dolor tiene presencia imborrable en la conciencia del autor y la secuencia de imágenes documenta la transferencia intergeneracional entre el autor y el joven dibujante que las creó.

Gracias, Patricio. Amigo de siempre.

Horacio Riquelme Hamburgo, febrero, 2023.

Prólogo

Memoria

El 4 de septiembre de 1970, tras una cuarta candidatura a la Presidencia de la República de Chile, el senador socialista Salvador Allende Gossens obtuvo la mayoría relativa en la elección y fue ratificado por el Congreso Nacional, convirtiéndose así en el primer candidato socialista en el mundo en ser elegido democráticamente como presidente de una nación que se creía libre y soberana. Con ello, se inició un experimento inédito en la política; el recorrido de lo que se llamó la Vía Chilena hacia el socialismo, pacífica y por los cauces democráticos existentes.

Lamentablemente Chile se convertiría así en un serio problema para la mantención de la hegemonía absoluta sobre el área de interés de los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría, que dividió al mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial en dos bloques irreconciliables: por un lado, el mundo capitalista vigilado por Washington, y por el otro, el mundo socialista dependiente de Moscú y que se mantuvo así gracias a una política de “antiguerra”; el temor a un conflicto de exterminio total, la guerra nuclear. Los “conflictos menores” cumplían la tarea de descomprimir la tensión producto de esta situación.

Los años previos a la elección presidencial, la década de los sesenta, fueron testigos de acontecimientos que marcaron el devenir de esta parte del mundo: La guerra de Vietnam, que comenzó en 1955 y que fue intensamente cubierta por los medios de comunicación hasta su fin, con la derrota del ejército norteamericano en 1975, y el triunfo de la Revolución cubana en enero de 1959. Por primera vez, el mundo entero fue testigo directo y partícipe a través de la prensa y de la televisión de las atroces violaciones a los derechos humanos perpetrados en ambos conflictos, aunque particularmente en el primero; luego, de la sideral diferencia en las condiciones del retorno por un lado a La Habana de los héroes de la Sierra Maestra y por el otro, a Norteamérica, de aquellos jóvenes que fueron obligados tanto por la propaganda como por la fuerza a luchar y a corromperse en una lucha que no era de ellos. En La Habana, el pueblo en masa acudía a recibir con alegría a sus liberadores mientras que en cada pueblo o ciudad estadounidense las familias organizaban recepciones a las que solo acudían algunos amigos cercanos a recibir lo que restaba de un joven norteamericano que no sabía si deseaba o no volver a ese país que nunca más se interesó por él. La oposición a la guerra en Asia de la mayor parte de los países occidentales es probable que, además de causas políticas, haya tenido también causas emocionales, luego de recibir información directa de lo que allí ocurría. Igual razonamiento podríamos aplicar al apoyo recibido especialmente por los sectores juveniles latinoamericanos a la Revolución cubana, tan cerca desde el punto de vista geográfico como de la perspectiva de la conflictividad social que se vivía en nuestro continente. Existía una realidad común que debía ser eliminada: la miseria.

La miseria no se escondía como ahora dentro de torres de hormigón donde pululan como hormigas cientos de niños hambrientos y malnutridos obesos, donde viven personas hacinadas, sin espacios para desarrollar una vida familiar sana y privada, sino que, las poblaciones populares, con calles mal diseñadas, de tierra y polvo en los veranos y barro en los inviernos, sin los servicios básicos, estaban a la vista de todo el mundo en los barrios obreros, con los mismos niños, no malnutridos sino que desnutridos. Sus barriguitas hinchadas, llenas de parásitos y las mismas madres preocupadas de “parar la olla “con lo escaso que sus hombres recibían por un trabajo y horarios más propios de animales que de seres humanos; viviendo en miserables, oscuras y estrechas casuchas construidas con materiales de desecho. Indignas de ser llamadas hogares.

En el otro extremo de las ciudades de nuestros países, se hacía desvergonzada ostentación de la riqueza obtenida gracias al trabajo diario de los obreros, con quienes simplemente no se tenía contacto. No existían en el imaginario de aquellas gentes de los barrios pudientes pero que estaban allí para ser vistos por quienes, por su actividad, los llegaban a conocer: estudiantes, trabajadores sociales, artistas y religiosos de modo que el compromiso social necesariamente nació y se extendió por todos los ámbitos del conocimiento. El teatro, la música, las artes plásticas y las formas de organización social que aparecieron, en especial en la segunda mitad de esa década, inicialmente en forma espontánea e inorgánica y luego más organizada y con un fin estratégico bien definido, dan testimonio de ese contacto y de la germinación de las semillas plantadas en las mentes juveniles por los acontecimientos a que hacíamos alusión anteriormente. Ya no se podía tolerar más lo que se veía a simple vista. El pueblo, sin saberlo, con solo estar allí, exigía transformaciones radicales y urgentes. No eran ya suficientes los esfuerzos desplegados por las organizaciones de base tradicionales; partidos políticos, grupos religiosos o sindicatos obreros.

En Chile, poco a poco la sociedad se polarizó ideológicamente y se produjeron fuertes enfrentamientos entre los partidos políticos de derecha e izquierda; incluso, dentro de estos últimos, se produjeron escisiones que dieron nacimiento a nuevos grupos, con formas nuevas y más incisivas de enfrentar los conflictos. En especial, durante el gobierno demócrata cristiano de Eduardo Frei Montalva, en el sexenio de 1964 a 1970, se integró a la juventud en el movimiento que se llamó la Patria Joven, impulsando la idea de la justicia social, que posteriormente la izquierda revolucionaria profundizó apoyando la intención de crear poder popular. Los estudiantes, junto con los pobres del campo y la ciudad empezaron a protagonizar tomas de terrenos, la creación de los cordones industriales y las corridas de cerco. (En los grandes latifundios, los obreros agrícolas, por lo general junto a estudiantes y a miembros de movimientos sociales de avanzada, corrían varios metros las alambradas que delimitaban un determinado terreno, ganando así espacio para el pueblo organizado). La dualidad de poderes se veía así expresada. Por un lado, las estructuras fácticas del poder económico que dirigía al país, y por el otro, el surgimiento progresivo de organizaciones con un enfoque completamente nuevo, embrión del nuevo país que se quería construir. Ejemplos de estas organizaciones son: La Población La Victoria, en Santiago; primera toma de terrenos organizada en el país, en 1957 y la Población o Campamento Lenin, en Concepción en 1970; en Neltume1, el Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli en 19702 y los cordones industriales del sur de Santiago, creados desde 1972; espacios en los que el propio pueblo dirigía las acciones. Lugares autogestionados en los que se impartían los conocimientos de organización social, política, sanitaria, cultural y de administración de justicia con el fin de autogobernarse; independientes en cierta manera del gobierno central y de las agrupaciones políticas a las que pertenecían sus impulsores.

El accionar y el papel político de la juventud en la década de los sesenta se vio representado en especial en el movimiento estudiantil universitario, particularmente en el Movimiento de Reforma Universitaria entre los años 1967 y 1973, profundamente influido por los nuevos grupos políticos nacidos de la progresiva descomposición de la izquierda y derecha tradicionales que venía desarrollándose desde la década del cincuenta en adelante. Este movimiento trataba de la apertura de las universidades a la comunidad y sus conflictos y de la reformulación tanto de la organización de las instituciones mismas como de los contenidos de los programas de estudio con el fin de hacerlos más acordes a las necesidades del país. Para esto se requería de autonomía real, libertad de cátedra, existencia de programas interdisciplinarios y del cogobierno de las instituciones por la llamada comunidad universitaria, en la que tenían participación tanto los estamentos académicos como los estudiantiles y personal de servicios en lo referente a la toma de decisiones y en la generación de las autoridades. Se buscaba, por así decirlo, terminar con las “torres de marfil”; insertar a las instituciones académicas en el afán de preocuparse por los grupos más desfavorecidos e integrarlas a las urgentes necesidades de desarrollo del país.

Pensamos que muy pocos universitarios de la época se abstuvieron de tomar alguna posición en el devenir de los conflictos nacidos a partir del movimiento de reforma, tanto frente a la autoridad del momento como con la sociedad y, por lo tanto, muy pocos se restaron de considerar alguna opción política que los representara. Es difícil imaginar un periodo más representativo que este, en el que lo Universal fuese el eje rector de la actividad universitaria. ¿Qué joven soñador de la época no se hubiera sentido identificado con los postulados fundacionales de movimientos que, como el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), esgrimían para logra la gran utopía?3El MIR decía en su declaración de principios en septiembre de 1965 que la finalidad del MIR es el derrocamiento del sistema capitalista y su reemplazo por un gobierno de obreros y campesinos, dirigidos por los órganos del poder proletario, cuya tarea será construir el socialismo y extinguir gradualmente el Estado hasta llegar a la sociedad sin clases. La destrucción del capitalismo implica un enfrentamiento revolucionario de las clases antagónicas. En la Universidad de Concepción, de donde derivaron muchos de los fundadores del movimiento, la lucha por la reforma universitaria se dio para abrir la universidad al mundo popular, convirtiéndola en una institución autónoma, democrática y pluralista con miras a obtener un estudiante y luego un profesional universitario consciente del momento histórico que vivía, con conciencia social y deseos intensos de trabajar y luchar en la búsqueda de la verdad y de los métodos por aplicar para superar la problemática que aquejaba a toda la sociedad. Como una forma de hacer carne en ellos tales ideales, comenzó la etapa de Trabajos Voluntarios por parte de los alumnos, que los llevó a viajar a los lugares en donde se vivían las condiciones de miseria y aislamiento sociocultural más profundas tanto en la periferia de las ciudades como en las zonas rurales, con el fin de paliar en parte dichas deficiencias. Miles de jóvenes viajaban año tras año, durante los periodos de receso académico, a visitar estas comunidades, llevando los conocimientos del arte, la cultura, las ciencias sociales y biológicas; comprometiéndose con los pobladores y aprendiendo de ellos la realidad de los marginados al trabajar en conjunto en sus labores diarias. De esta manera, se les ayudaba a construir un marco de salud y de cultura que de otra forma no hubieran obtenido. Se construyeron escuelas, se alfabetizó a cientos de campesinos y obreros, se instalaron policlínicos donde se curaron dolencias y se enseñaron los principios básicos de la higiene y la salud. Se intentó hacer comprender a los pobres del campo y la ciudad su papel en la sociedad en que vivían y su destino en la sociedad del futuro. Los firmes lazos creados por este tipo de actividades dieron origen al movimiento obrero estudiantil, entendiendo por obrero al trabajador agrícola, al trabajador fabril, al trabajador industrial y al poblador de los suburbios ciudadanos.

En la derecha política, mientras tanto, existía una pugna por la supremacía entre liberales y conservadores, que tiene su expresión al interior de la Universidad Católica de Chile. En tanto que los primeros son los recién llegados de la Escuela de Chicago, con estudios de economía influidos por el grupo de Milton Friedman, Theodor Schulz y Arnorld Harberger que propugnaban el monetarismo, los segundos son los herederos del conservadurismo más duro, tradicional, económico y religiosos que hizo suya la enseña de Tradición, Familia y Propiedad, grupo ultraconservador y católico fundamentalista creado por Plinio Correa de Oliveira en Brasil, admiradores de Francisco Franco y su política dictatorial/eclesiástica, violentamente contrarios a todo lo que se acercara al comunismo o a las ideas socialistas y a la vez, críticos de las resoluciones del Concilio Vaticano II. Sus vínculos con las elites políticas, económicas y los altos mandos militares de la época les permitieron fuentes de financiamiento importantes para sostener su “lucha pacífica” en contra “del Mal”. En Fiducia, el órgano diseminador de tales ideas, Jaime Guzmán, el ideólogo del régimen dictatorial de Augusto Pinochet afirmaba tempranamente (1964) que al comunismo no solo se le debía combatir en el terreno de las ideas, sino también en el terreno político. El llamado a la violencia al actuar en contra del mal estaba justificado ya en la filosofía tomista. De hecho, en la tercera parte de La guerra justa, Tomás de Aquino dice que esta, la guerra, es justa cuando su intención está encaminada a promover el bien y a evitar el mal. En el ideario de Tradición Familia y Propiedad el mal son las ideas nuevas que pretenden democratizar la sociedad y hacer más justa la distribución de la riqueza, encaradas en los ideales progresistas de católicos modernistas y los partidos políticos populares, incluido entre ellos el Partido Demócrata Cristiano, en esos momentos en la dirigencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica. El movimiento estudiantil pro-reforma de 1967 en esa casa de estudios logró que ambos grupos, antagónicos en un comienzo, se unieran frente a un adversario común, creando el Gremialismo, cara visible de la nueva derecha juvenil a partir de la cual nace posteriormente el Frente Nacionalista Patria y Libertad4, grupo de choque, capaz de enfrentar con fuerza a los adversarios reales, la izquierda revolucionaria naciente.

Es en este ambiente de polarización se lleva a cabo la campaña presidencial de 1970, jalonada de episodios violentos y enfrentamientos entre los extremos en pugna, acompañada de una campaña del terror orquestada y dirigida desde el extranjero. Pese a todo, el candidato de la izquierda obtuvo la victoria. Son conocidos los esfuerzos de las elites dirigentes para impedir la ratificación de la elección por el Congreso Nacional y son también historia conocida los esfuerzos del gobernante de turno norteamericano Richard Nixon, su secretario de estado Henry Kissinger y la CIA por impulsar actividades criminales y maniobras sediciosas tendientes a este mismo fin. Salvador Allende a pesar de todo aquello, se convirtió en el presidente de todos los chilenos. El sueño de muchos comenzaba a hacerse realidad. El pueblo llano celebraba con alegría verdadera e ingenua lo que parecía ser un nuevo comienzo. Los primeros tiempos del mandato vieron cumplirse las famosas “Primeras 40 medidas” que el candidato Allende había ofrecido para solucionar condiciones urgentes.

Mientras tanto, el movimiento obrero estudiantil radicalizo su accionar y las medidas tomadas por el gobierno comenzaron a tocar los bolsillos de los poderosos y los intereses foráneos. La suerte estaba echada y, financiado e impulsado por la CIA, vino el zarpazo final; el telón cayó y el gobierno democráticamente constituido fue finalmente derrocado por las Fuerzas Armadas y de Orden en uno de los episodios más cruentos de la historia latinoamericana reciente. América Latina desde mucho antes ya era un polvorín. La militarización progresiva del continente entre 1960 y 1970 había tomado ya la forma del golpe de Estado y se produjo la apropiación del Estado por las fuerzas militares con el fin de imponer el orden dictado por el capital. Chile hasta ese momento era la excepción y, por lo tanto, era por un lado un caso de estudio e interés en el mundo y por el otro, este Gobierno socialista elegido democráticamente, se convirtió en una “piedra en el zapato” de los poderosos del mundo, pues podía servir de ejemplo para que en otras partes el socialismo pudiera acercarse al poder por la vía pacífica.

En el relato que a continuación se lee, el autor hace un ejercicio de la memoria y nos retrotrae a los primeros tiempos de la dictadura cívico militar establecida. Nos invita a acompañarlo en su tránsito desde el primer día de ese nefasto hito sorpresivo pero anunciado.

Todo ser humano tiene memoria, pero definir esta característica es difícil puesto que involucra mucho más que el simple hecho biológico-mental de almacenar, decodificar y recuperar la información del pasado, lo cual es básico para lograr el aprendizaje que le permita adaptarse a las condiciones del vivir. El recuerdo es la historia del pasado que se vuelve a vivir. Recordar significa: “Re=pasar de nuevo; Cordis= corazón” (Pasar de nuevo por el corazón). Pero el recuerdo estará siempre influido por el devenir del tiempo; influido por los acontecimientos y también por la visión de los otros. Según Maurice Halbwachs, la memoria solo es posible cuando se toman en cuenta los estímulos sociales y culturales. Reconstruimos los hechos pasados en ocasiones con sentimientos más marcados en la memoria de otros que en la de nosotros mismos. Sin duda reconstruimos, pero esa reconstrucción se opera según líneas ya marcadas y dibujadas por nuestros otros recuerdos o por los de los demás. Los recuerdos de quienes completan los vacíos teóricos de nuestra memoria (teóricos ya que la memoria, tal como la vida es un continuum