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Beschreibung

La necesidad de rastrear los orígenes de las Humanidades Digitales y las formas en que éstas modifican las prácticas de nuestras disciplinas se ha vuelto imperante; saber cómo cambia el estudio de la literatura o del arte al usar tecnologías digitales confirma que los modelos que seguimos y desarrollamos tiene validez no sólo desde las  hd , también desde la historia del arte o de la edición académica, y que éstas, a su vez, modifican las disciplinas y la forma en que nos enfrentamos a ellas. La importancia de los proyectos de humanidades digitales reside tanto en la contribución que cada uno haga a su campo de estudio –filología, historia del arte, edición–, como en la posibilidad de crear parámetros de interpretación que conviven y enriquecen las formas de interpretación tradicionales, resurgen cuestionamientos sobre la naturaleza misma de los objetos de estudio; se replantea la definición de texto, de la obra de arte, de la literatura; se cuestiona la postura del lector, del espectador, del artista y del propio investigador. Los roles se ven súbitamente alterados; el lector se vuelve poeta, el programador se vuelve artista, el código mismo se lee como obra de arte. El curador se enfrenta a los metadatos, el editor a la publicación enriquecida. El concepto de original cambia y la materialidad se transforma en una cadena de ceros y unos.  Este volumen es un claro ejemplo de cómo las Humanidades Digitales son un acercamiento al estudio y la producción cultural. La tecnología ha permitido crear, estudiar, producir y considerar formas distintas de contenidos. 

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Biblioteca de Humanidades Digitales

Humanidades Digitales (HD) es un término que engloba un campo interdisciplinario que busca entender el impacto y la relación de las tecnologías de cómputo en el quehacer de los investigadores en las Humanidades. Esta área de estudio emergente ofrece nuevas posibilidades para el desarrollo de la investigación y la enseñanza en las Humanidades, gracias a que en ella convergen diversas prácticas mediadas por la informática.

La Biblioteca de Humanidades Digitales busca cumplir tres propósitos: en primer lugar, explicar los orígenes de las Humanidades Digitales en el ámbito iberoamericano mediante la contextualización de sus procesos de introducción y desarrollo; segundo, mostrar a un público amplio los conceptos, debates y metodologías que constituyen los ejes sobre los que las Humanidades Digitales centran sus aportaciones a las distintas disciplinas y a la sociedad en general; y, finalmente, ofrecer un repertorio de proyectos que sean buena muestra de las posibilidades que este campo ofrece a la investigación, la producción, la difusión y la divulgación del conocimiento humanístico. Esta biblioteca está pensada para mostrar a un público amplio los conceptos, debates y metodologías que constituyen los ejes sobre los que las Humanidades Digitales centran sus aportaciones.

Por lo anterior la Red de Humanidades Digitales y Bonilla Artigas Editores han trabajado en conjunto para presentar este volumen.

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de los legítimos titulares de los derechos.

Humanidades Digitales: Edición,literatura y arte.

Primera edición en papel: agosto de 2018

Edición en ePub: septiembre 2018

De la presente edición:

© 2018, Bonilla Artigas Editores, S.A. de C.V.,

Hermenegildo Galeana 111

Col. Barrio del Niño Jesús

C. P. 14080, Tlalpan

Ciudad de México

Tel.: 55 44 73 40 / Fax 55 44 72 91

[email protected]

www.libreriabonilla.com.mx

ISBN: 978-607-8560-58-5

ISBN ePub: 978-607-8560-68-4

Responsables de los procesos editoriales y cuidado de la edición: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial: Saúl Marcos Castillejos

Diseño de portada: Mariana Guerrero del Cueto

Realización ePub: javierelo

Hecho en México

Nota de la edición ePub: A lo largo del libro hay hipervínculos que nos llevan directamente a páginas web. Aquellos que al cierre de esta edición seguían en funcionamiento están resaltadas y con el hipervínculo funcionando. Cuando el vínculo ya no está en línea, se deja con su dirección completa: <http://www.abc.def>, sin estar resaltadas.

Contenido

Introducción

Miriam Peña Pimentel

Las Humanidades Digitales y los retos de la representación

Paul Spence

La edición académica digital. De las teorías del texto a la visualización de la información

Antonio Rojas Castro

Estéticas transmediales: reflexiones en torno a la literatura electrónica

María Andrea Giovine

Desarrollos digitales de la Historia del Arte: implicaciones epistémicas, críticas y metodológicas

Nuria Rodríguez-Ortega

El arte digital como lenguaje

Hayde Lachino

Docencia universitaria. Prosumidores en la cultura digital

Mariana Ozuna Castañeda

Semblanzas

Introducción

Miriam Peña Pimentel

En los volúmenes uno y dos de esta colección se puede leer la importancia que la variedad y autenticidad tiene para la práctica dentro de las Humanidades Digitales. Si bien es cierto que no existe una definición única de lo que este campo de estudio/disciplina/área de conocimiento representa para sus practicantes; podemos observar que gran parte de lo que predomina en esta variedad de ejercicios responde directamente a la infraestructura técnica y humana con las que cuenta cada región.

Hemos visto ya que las Humanidades Digitales no son unitalla; sin embargo, compensa enfatizar que la primacía de la diversidad permite rastrear las influencias que nuestras prácticas tienen dentro de las disciplinas humanísticas y el estudio de la producción cultural. Ninguna disciplina está aislada de su entorno, la producción de conocimiento responde directamente a una combinación de fenómenos culturales, políticos, administrativos y pedagógicos que permean la inherente transdisciplina a la que nos enfrentamos cotidianamente (Bourdieu, 2008).

La necesidad de rastrear los orígenes de las Humanidades Digitales y las formas en que éstas modifican las prácticas de nuestras disciplinas se ha vuelto una necesidad imperante; saber cómo se modifica el estudio de la literatura o el arte por el uso de tecnologías digitales confirma que los modelos que seguimos y desarrollamos tiene validez no sólo desde las HD, también desde la historia del arte o la edición académica (O’Malley, 2016) y que éstas, a su vez, modifican las disciplinas y la forma en que nos enfrentamos a ellas.

Continuamos marcando diferencias en las prácticas con respecto a la región, la tradición y los cánones establecidos; continuamos perpetrando las prácticas de divulgación tradicionales como la publicación de libros y la enseñanza catedrática; pero también se generan productos “diferentes”: bases de datos, publicación enriquecida, herramientas de análisis automatizado, etcétera; no es absurdo, por lo tanto, que estas formas de producción de conocimiento convivan con las ya establecidas –que han demostrado su eficacia– y que, a su vez, nos obligue a mirar los productos culturales que se derivan de la conjunción con la tecnología (Bhaskar, 2017). Presenciamos un círculo en el que la tecnología no sólo influencía la producción cultural, sino que también está presente en el estudio de la misma y que, a su vez, produce análisis tecnologizados.

Los procesos de producción de conocimiento han pasado por una transformación digital y esto conlleva a la necesidad de crear nuevos modelos de producción, pero también de comunicación. La hipermedialidad facilita la conexión, pero también abre la posibilidad de la interacción. El cliché del humanista solo en su biblioteca deja ser aceptable, el conocimiento que produce deja de ser reflexivo e interiorista y se abre a una cultura global, aunque no completamente incluyente.

En este sentido, la importancia de los proyectos de Humanidades Digitales reside tanto en la contribución que cada uno haga a su campo de estudio –filología, historia del arte, edición–, como en la posibilidad de crear parámetros de interpretación que conviven y enriquecen las formas de interpretación tradicionales.

La aceptación e inclusión de estas herramientas y modelos en un ámbito institucionalizado, como lo es la academia, enfrenta problemáticas regionales, incluso económicas; siendo el salón de clases el obstáculo, relativamente, más sencillo de enfrentar, pues es desde la enseñanza que se logra demostrar las carencias del sistema. Si se despierta la curiosidad en el aula, el interés por modelos “diferentes” crece y con ello se vuelve imperante la búsqueda de soluciones. Las aulas son el espacio de difusión controlada, un laboratorio en el que la experimentación es deseable; sin embargo, para experimentar se necesita conocer lo otro, lo diferente, tener un punto de referencia que necesite respuesta.

Es así como resurgen cuestionamientos sobre la naturaleza misma de los objetos de estudio; se replantea la definición de texto, de obra de arte, de literatura; se cuestiona la postura del lector, del espectador, del artista y del propio investigador. Los roles se ven súbitamente alterados; el lector se vuelve poeta al usar un generador automático de e-lit, el programador se vuelve artista al formar parte de un colectivo de trabajo y el código mismo se lee como obra de arte. El curador se enfrenta a los metadatos, el editor a la publicación enriquecida. El concepto de original cambia y la materialidad se transforma en una cadena de ceros y unos.

Este volumen es un claro ejemplo de cómo las Humanidades Digitales son un acercamiento al estudio y la producción cultural. La tecnología ha permitido crear, estudiar, producir y considerar formas distintas de contenidos. Paul Spence, en su capítulo, señala la importancia que las condiciones culturales tienen la producción de conocimiento y su representación/difusión, pues señala que un objeto digital es una representación y una aproximación al objeto “material” al que dirige su estudio; por lo tanto es necesario buscar espacios de representación que sean verdaderamente de alcance global.

A su vez, Nuria Rodríguez-Ortega describe el cambio al que se enfrenta la Historia del arte frente al siglo XXI, las prácticas de digitalización, las políticas de archivo y documentación; las formas de descripción y representación de contenidos digitales con sus metadatos, cambian el papel de la cultura (Prada, 2015), la cual pasa de ser un objeto coleccionable –una memoria– a ser una disciplina que construye infraestructura, que genera nuevas prácticas, pasando de un modelo cuantitativo a un discurso icónico-verbal en el que la inteligencia colectiva se inserta en esta producción del conocimiento. Rodríguez-Ortega no es la única que saca a la luz la importancia de la colectividad. María Andrea Giovine enfatiza en la importancia del lector para la creación/consumo de la literatura electrónica; en su ensayo recorre diferentes modelos de producción literaria en las que el usuario deja de ser un consumidor pasivo y adquiere la capacidad de modificar “el original”; más allá del usuario, Giovine enfatiza la importancia que la tecnología tiene para la creación literaria, pues permite la creación de géneros nuevos con características únicas. Hayde Lachino, a su vez, lleva el discurso hacia la importancia del código de programación en la creación del arte; el código en sí ¿es una obra de arte? ¿es el medio para visualizar la creación artística?. El lenguaje es la forma más eficiente de comunicación, pero el arte es la más perdurable, de acuerdo con Lachino, si el código es un lenguaje tiene la capacidad de comunicar, de crear y preservar una obra artística.

Continuando con la importancia del lenguaje, en este caso en forma de texto, Antonio Rojas Castro detalla los problemas que se presentan en la edición digital de textos académicos y que tienen como objeto de estudio textos literario, ediciones críticas y reseñas, las cuales reformula las definiciones de texto, desde el valor de la palabra hasta el objeto material que lo resguarda; Rojas Castro propone un modelo de publicación académica digital en el que se conjuga la ecdótica, la historia del libro y la hipermediación para conseguir objetos digitales novedosos que conserven la esencia del objeto material (Emerson, 2014). Finalmente, Mariana Ozuna Castañeda retoma estas problemáticas desde la docencia y cómo la incorporación de metodologías y el uso de recursos digitales abren una posibilidad de pedagogía tecnologizada que coloca al estudiante en una posición de ventaja; Ozuna plantea cómo la incorporación y capacitación de plataformas digitales en el modelo de enseñanza de los estudios literarios dan una voz al estudiante que puede ser difundida en sus propios términos, sin perder el rigor académico. Todos los autores que forman este volumen coinciden en las dificultades que estos planteamientos teóricos y prácticos enfrentan para lograr una institucionalización, la cual está sujeta a las realidades regionales y la apertura del mundo académico a los espacios cotidianos.

Bibliografía

Bhaskar, M. Curaduría. El poder de la selección en un mundo de excesos. Trad. Iruegas, I. México: Fondo de Cultura Económica.

Bourdieu, P. (2008). Homo Academicus. Trad. Dilon, A. México: Siglo XXI.

Emerson, L. (2014). Reading Writing Interfaces. From the Digital to the Bookboud. Minneapolis-London: University of Minnesota Press.

O´Malley, M. (2016). Reading and Writing. Hacking the Academy. New Approaches to Scholarship and Teaching from Digital Humanities, eds. D. J. Cohen, y T. Scheinfeldt. Ann Arbor: The University of Michigan Press, pp. 25-27

Prada, J. M. (2012). Prácticas artísticas e internet en la época de las redes sociales. España: Akal.

Las Humanidades Digitales y los retos de la representación

Paul Spence

Aunque estamos muy lejos todavía de un consenso sobre los pilares epistemológicos de las Humanidades Digitales, de su papel en la ciencia de hoy, o de su relación con otras disciplinas, nadie cuestionaría el impulso que han tenido en los últimos años, en parte derivado por un boom mediático a nivel internacional, que ha suscitado expectativas –no siempre realistas– sobre una mayor convergencia futura entre humanidades, innovación tecnológica y cultura digital. Este boom tiene varias manifestaciones, que cada vez más representan reconocimiento formal del campo a nivel institucional, en programas de financiación, puestos de trabajo y programas educativos que explícitamente mencionan las Humanidades Digitales como enfoque destacado. Un dato importante: en la difusión científica, en menos de cinco años, hemos pasado de la escasez bibliográfica (teniendo en cuenta que su antecesor, la ‘informática humanística’, lleva más de 50 años) a una cantidad importante de publicaciones que exploran las Humanidades Digitales desde múltiples perspectivas.1 Y aunque su verdadero alcance ha sido muy debatido, las Humanidades Digitales han pasado de ser una actividad con un enfoque relativamente limitado (que solía centrarse en metodologías asociadas a el marcado de textos y/o al análisis literario-lingüístico) a comprender un campo más amplio que estudia varios espacios de interacción entre el ser humano y la tecnología, entre ellos el análisis geoespacial en la historia, la aplicación de metodología para Big Data en estudios literarios, las visualizaciones en la presentación de interpretación filológica, la representación de espacios perdidos con tecnologías 3D, el activismo digital, el empleo de los medios interactivos para estudiar el patrimonio cultural o la tecnología como objeto de estudio.

Esta popularidad repentina ha tenido sus costes. La nueva filosofía Big Tent (literalmente “carpa grande”), que sirvió de área temática para el congreso internacional de Digital Humanities en Stanford en 2011, año clave en la difusión del término, representaba un intento de expansión, de buscar vínculos más fluidos con otras tradiciones intelectuales afines, como los estudios de la cultura digital, y una tentativa de salir de sus zonas de confort tradicionales. Sin duda éste fue uno de los factores claves para una ampliación importante del campo que se hizo evidente a partir de 2011, pero, si bien este cambio empezó a apaciguar algunas inquietudes históricas sobre su estatus y reconocimiento institucional, también lo situó en el punto de mira de debates intensos sobre su papel: para algunos, las Humanidades Digitales deberían ser la parte central de un debate teórico y práctico sobre el futuro mismo de las ciencias humanas (Presner, 2010), mientras que otros cuestionaban su actitud ante la diversidad cultural o social (Fiormonte, 2012).

En palabras de Dacos (2013), uno de los debates más importantes ha sido sobre la esencia ‘internacional’ de las Humanidades Digitales, de si su gobierno es ‘equilibrado’ y ‘democrático’. El propósito de este ensayo es examinar tres aspectos de la investigación en Humanidades Digitales: sus ‘formas’ de representación, sus ‘espacios’ de representación y sus ‘instituciones’ de representación, y explorar el grado en el que el lenguaje, la geografía y la cultura han influido en su historia. No pretendo, ni es posible, ser exhaustivo –la diversidad del campo de las Humanidades Digitales es un terreno relativamente poco estudiado, con escasez de datos– pero esto pretende ser un estudio crítico sobre algunos aspectos definitorios del campo, y los métodos que empleamos para estudiarlo.

Formas de representación

La representación digital [modelling en inglés] y la construcción de recursos digitales son dos elementos que han ocupado un lugar central en la historia de las Humanidades Digitales, sobre todo en su prehistoria como ‘informática humanística’. Proyectos como Post Scriptum,2 Artelope3 y The Gascon Rolls project,4 más allá de ofrecer resultados científicos convencionales (publicaciones), han servido como lugares de experimentación, cursos de formación, procesos de acumulación de conocimiento y análisis con tecnologías digitales, además de alimentar el debate sobre el papel de la tecnología digital en las humanidades. Este enfoque práctico distancia a las Humanidades Digitales de otros campos afines que investigan la cultura digital, y para algunos, constituye uno de sus pilares fundamentales: “Personalmente, creo que las Humanidades Digitales tratan de construir algo [...] si no creas algo, no eres […] humanista digital”, opinó Ramsay (2011) en una ponencia polémica que luego matizó en cierta medida.

Esta larga trayectoria de proyectos digitales ha nutrido la infraestructura técnica y humana de las Humanidades Digitales; por un lado, contribuyendo a las metodologías, los estándares y las herramientas que sirven de plataforma técnica para su realización, y, por otro, sirviendo de base para el perfil de un nuevo tipo de investigador en humanidades. La nueva figura híbrida del investigador en Humanidades Digitales puede respaldarse en conocimientos (los suyos o los de otros colegas) muy variados, que van desde lo más teórico (una perspectiva crítica sobre metodologías innovadoras pero, en general, inmaduras) hasta lo más técnico (la programación), pasando por varios papeles intermedios: el análisis de la información ‘móvil’ e interactiva, el diseño de una narrativa visual o el archivo cuidadoso de los datos creados.

Aunque todavía no plenamente reconocida por las estructuras científicas formales, esta ‘comunidad imaginaria’ (Anderson B., 1983) se ha movilizado a menudo detrás de las banderas del acceso abierto, la cultura de compartir y el empleo de estándares tecno-filológicos (como la Text Encoding Initiative, TEI),5 y ha logrado establecer su propia moneda de cambio intelectual, que difiere del modelo habitual en las humanidades que suele estar enfocado en la publicación final (el artículo o monográfico), al proponer otras fases, formatos y maneras de difusión. Su enfoque científico parte de la proposición de que las herramientas digitales genéricas (por ejemplo Microsoft Word o Excel) no son suficientes para atender las necesidades humanísticas y que cualquier proceso de encuentro entre humanidades y tecnología digital tiene que ser una colaboración bidireccional, donde las dos ‘voces’ se manifiestan en la creación de un nuevo ‘producto’ científico más rico que la mera fusión de dos conjuntos de conocimiento. No se trata ni de una dinámica donde el investigador ‘manda’ al ‘técnico’ a crear una base de datos, ni donde el técnico ofrece ‘soluciones’ tecnocéntricas para el ‘cliente’: esta nueva dinámica exige cierto compromiso de las dos partes (Bradley, 2009).

Esta infraestructura técnica y humana ha crecido sobre todo en países donde hubo una combinación de fenómenos, que incluían políticas (estatales y/o institucionales) de digitalización de patrimonio cultural a gran escala, financiación para proyectos de colaboración interdisciplinar, y estructuras científicas relativamente ‘flexibles’ (que en la práctica quiere decir estructuras más enfocadas hacia una lógica de mercado), mecanismos formales o informales de validación académica de procesos y salidas digitales. Es el caso, por ejemplo, de las Humanidades Digitales en países como Estados Unidos, Canadá y Reino Unido, donde primero los materiales digitalizados dieron el material de base para sus experimentos. El proceso de digitalizar (y luego difundir) el material alentó una cultura de innovación y esto creó cierta dependencia sobre una reserva medio-estable de profesionales técnicos, que a su vez animó a la consolidación de una red de investigadores con sensibilidad especial en temas de humanidades, y conscientes de su propia aportación científica. Aunque las estructuras formales no siempre captan bien esta actividad científica en toda su complejidad, esta situación es parcialmente compensada por las lógicas de financiación (que parecen favorecer las dinámicas de colaboración e interdisciplinaridad menos presentes en las humanidades en general) y ciertas expectativas generadas por el sector cultural (alto nivel de calidad en la preparación de materiales) y por la sociedad en general (accesibilidad en la red) en países con determinado nivel económico.

Esta situación favorece claramente a países del ‘centro’ global (por elegir una etiqueta imperfecta por encima de otras tantas) en detrimento de la ‘periferia’, por una variedad de motivos, empezando por los financieros, como apuntan Arcila, Calderín, Núñez y Briceño (2014): “los altos costos que genera la actividad científica no siempre cuentan con el soporte financiero necesario para incidir directamente en proyectos de ‘e-Investigación’ en América Latina” (p. 97). Esto puede conducir a una respuesta excesivamente técnica a la problemática de la brecha digital, nos avisa Vinck (2013):

El tema de la brecha digital surge solamente en los debates y su solución se piensa en términos de número de computadoras y de conexiones a Internet. Hay un descuido generalizado hacia lo cultural, ahora visto como si fuera algo marginal, como si su impacto sólo se diera para los que tienen el lujo de cultivar su curiosidad personal o para los que se quedan atrasados y fuera de la globalización. (p. 54)

Aunque hay bastantes comentarios en las publicaciones de las Humanidades Digitales sobre el elemento teórico del manejo de las tecnologías –facetas como la crítica textual o la cultura material– resulta llamativa la falta de debate general sobre aspectos culturales de la infraestructura técnica, comercial y social que las sostiene. Poco se lee sobre cómo el diseño y construcción de los dispositivos y las redes que nos ‘conectan’ modulan la comunicación global, y cómo eso influye en nuestras ‘representaciones’ o contribuye a la formación de nuestro conocimiento. Lejos de constituir una infraestructura ‘transparente’ u ‘horizontal’, los datos que transmitimos y recibimos son traducidos e interpretados de varias maneras, nos recuerda Folaron (2012), y un porcentaje alto de nuestros conocimientos TIC tienen una “perspectiva cultural anglófona, anglo-americana” (pp. 7 y 8). Tal vez las Humanidades Digitales no tratan estos temas porque su interés principal reside prioritariamente en los puntos de conexión (humana) directa con la tecnología digital –los lenguajes de programación que nos permiten interactuar con la máquina, influir en sus mecanismos internos–, pero aunque pretendemos crear modelos alternativos de comunicación o recursos culturales que se escapan de la lógica del consumo, debemos afrontar la contradicción inherente en nuestro uso de tecnologías mayoritariamente creadas para fines alejados de la ciencia y los propios sesgos lingüísticos y culturales del campo.

Los estándares internacionales merecen una atención especial. En las Humanidades Digitales, el uso de los estándares es promovido por muchos como un bien incuestionable, pero al igual que otras manifestaciones tecnológicas, los estándares no son libres de ideología (Folaron, 2012, p. 21). ¿Quiénes los crean? ¿Quiénes los gestionan? Los estándares representan el impulso centralizador, de crear una figura de ‘autoridad’ (en varios sentidos) que sirve de punto para unir fuerzas y materiales: pueden servir para evitar el aislamiento y la redundancia, pero corren el riesgo de una homogeneización falsa también.

Hasta ahora, el más bien limitado análisis que se ha hecho en las Humanidades Digitales sobre el aspecto cultural de las tecnologías y los estándares que utilizamos se ha aplicado sobre iniciativas concretas, por ejemplo TEI y XML para el marcado de textos (Schmidt, 2010). En cambio, existen pocas propuestas que pretenden situar el proceso de representación digital de las humanidades (en general) en un contexto cultural de la tecnología, es decir, una perspectiva crítica y global sobre los agentes, procesos e infraestructura que lo sostienen.

Basta hacer una revisión rápida de algunos de los repositorios principales de recursos en las Humanidades Digitales (como, por ejemplo, el directorio DIRT)6 para ver que la mayoría de las herramientas creadas provienen de países del centro (o tal vez mejor dicho Norte) global y fueron creados para un público anglófono (con algo más de variedad lingüística en Europa). Incluso en un congreso como HDH 2015 en España7 se nota, además de varias herramientas en castellano, una alta incidencia de herramientas y marcos técnicos en inglés. Lo contrario no suele pasar en los congresos de Humanidades Digitales en inglés, incluso cuando tienen carácter internacional. Iniciativas como Metodologías en Herramientas Digitales para la Investigación (MHeDi), que incluye la traducción del inglés al castellano de taxonomías de herramientas8 internacionalmente reconocidas, pretenden abrir más espacio para la producción del conocimiento en otras lenguas. Partiendo de las observaciones de Gimena del Rio Riande (2015), esto no debe ser simplemente un proceso instrumental, sino debe partir de una comprensión íntegra del ámbito de investigación, entendiendo las circunstancias y el contexto locales, que no se ajustan bien a una plantilla creada en un contexto científico anglófono. Lo siguiente sobrepasa los límites de este ensayo, pero para analizar mejor los efectos de esta perspectiva cultural sobre las herramientas, hacen falta estudios más a fondo sobre la historia, el uso y los aspectos culturales de las herramientas de Humanidades Digitales.

Hasta ahora hemos observado el ‘contexto’ para la representación de objetos en formato digital y cómo esto ha influido en la creación de la capacidad técnica y humana en la eclosión de las Humanidades Digitales: ahora pasamos a estudiar su ‘significado’ en términos humanísticos.

El proceso de crear una edición digital, una base de datos, una ontología digital o una visualización geoespacial requiere formalizar la interpretación humanística en formato digital. Trasladar una interpretación humana al código de un dispositivo digital requiere una representación “simplificada y por tanto ficcionalizada o idealizada” en palabras de McCarty (2004, p. 255), y la misma naturaleza de la máquina nos obliga a ser explícitos donde antes las humanidades han preferido un modelo implícito. Esta formalización explícita nos permite acceder al inmenso poder de los dispositivos y de la infraestructura digital, pero supone una negociación intelectual –a menudo espinosa, incluso cargada de tensión– entre el lenguaje de la máquina y la expresión humana, que depende de campos científicos bien distintos, cada uno con su propia cultura de investigación, su léxico expresivo.

Si resistimos la falacia de que una representación digital, por muy flexible y expresiva que sea, es capaz de satisfacer todas las salidas científicas imaginables (o incluso deseables), nos daremos cuenta de que el método elegido (por ejemplo una marcación en XML) favorece una determinada serie de objetivos científicos. Es decir, que un texto marcado con XML (o la tecnología que sea) tiende a conducir a una serie de interpretaciones concretas, que además de responder al enfoque de un investigador o proyecto determinado, también llevará las huellas de una cultura epistémica íntimamente relacionada con las tecnologías en cuestión.

A esto hay que añadir que una representación digital está creada con un propósito material concreto: de la representación sale un resultado, un recurso científico, que puede constituir una edición, una base de datos, una ontología, una representación geoespacial, un archivo, y esto siempre influye en el diseño general de la información en alguna medida. Mucho se ha escrito en las Humanidades Digitales –y con razón– sobre los problemas a la hora de conseguir el reconocimiento científico para los proyectos digitales, que muchas veces son empleados sin citar (¡recuérdese la reacción de la comunidad académica cuando un investigador toma información de un libro sin dar el debido reconocimiento!) o la debilidad de los estándares oficiales de evaluación para citar obras de colaboración en las humanidades. Pero también falta más reflexión sobre el estado científico de esta gran variedad de obras digitales y de su papel dentro de un ecosistema científico. ¿Cuándo deben ser consideradas como ‘trabajo en progreso’ y cuándo como resultados finales de la investigación, como alternativas a las publicaciones ‘tradicionales’ como un libro o un artículo en una revista? ¿Cómo las debemos catalogar dentro del ‘archivo infinito’? ¿Cuál es su lugar en la biblioteca científica? ¿Y dónde las situamos en discusiones más generales sobre la geopolítica de la evaluación, sus definiciones, métrica y sistemas de ranking?

Ha habido varios intentos de resolver el tema de la evaluación y reconocimiento de la investigación llevada a cabo en el ámbito de las Humanidades Digitales (Presner, 2012; MLA, 2012; RedHD, 2013), pero cada uno está enfocado en un ámbito lingüístico y cultural concreto hasta cierto punto, sea reconocido explícitamente o no. Los criterios de evaluación propuestos por instituciones internacionales como MLA, por muy útiles que sean, reflejan las preocupaciones de las comunidades estables de humanistas digitales (anglófonas en gran medida), y no toman en cuenta suficientemente las fuertes divisiones lingüísticas y regionales en la manera de aplicar la evaluación científica en general, lo cual tiene implicaciones muy importantes para temas como los trabajos compartidos, las publicaciones no tradicionales y los recursos digitales como salida científica.

Se podría aseverar que cierta ambigüedad en la forma de evaluar los resultados científicos de las Humanidades Digitales sea conveniente, pero en los procesos formales de evaluación, donde se toman decisiones sobre acreditación y estatus profesional, tal incertidumbre suele ser muy perjudicial. Las agencias formales de evaluación no corren prisa por resolver una serie de retos complejos creados por la era digital, y por tanto es importante que las asociaciones internacionales de las Humanidades Digitales propongan soluciones prácticas que sean transferibles y que puedan atravesar divisiones culturales sin mayor obstáculo. Esto podría incluir nuevos modelos de concebir ‘la publicación’ o ‘la salida científica’, con nuevos términos para definir y archivarlas en los catálogos del futuro. Finalmente, es importante reconocer que, aunque los investigadores en Humanidades Digitales han identificado muchos de los inconvenientes de los sistemas actuales del ranking, hasta ahora no han sido capaces de proponer sistemas alternativos que funcionen a gran escala, es decir fuera de disciplinas o comunidades lingüísticas concretas. Parece una oportunidad ideal para las Humanidades Digitales de demostrar su relevancia.

En esta sección se observan algunos de los retos que hay que superar para conseguir que las ‘formas representadas’ en las Humanidades Digitales sean verdaderamente de alcance internacional (y no solamente ‘global’). Siempre hay que recordar que un objeto digital es solamente una representación, una interpretación, una aproximación a un objeto material estudiado (o a un concepto en abstracto) ‘remediado’ (Bolter y Grusin, 2000) por nuevos filtros tecnológicos y mediáticos. Pero además de estos condicionantes y limitaciones, ¿qué decir sobre la perspectiva geolingüística y cultural de la representación digital? ¿Cómo influye esta perspectiva sobre la manera en que construimos nuestras representaciones del saber? ¿Qué suposiciones culturales existen, escondidas, en el ecosistema digital que estamos creando? Se advierte que es fácil confundirse entre la luminosidad de la pantalla, la confianza falsa que dan los aparatos tecnológicamente sofisticados, que transmiten una transparencia, una limpieza estética que tiende a ocultar la naturaleza desordenada, ‘escabrosa’, de la información. Sucede lo mismo con los contenidos, es decir, corremos el peligro de homogeneizar el patrimonio cultural mundial en un archivo digital ‘universal’, donde el carácter y las idiosincrasias locales se pierden.