Humano Roto - Claudia Aguilar - E-Book

Humano Roto E-Book

Claudia Aguilar

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Beschreibung

Humano Roto, es una novela corta que cuenta la historia de Max, un joven que se rompe frente al alguacil de la plaza de Cúrcupin. La historia nos cuenta su vida desde que nace hasta que muere, o quedaría a elección del lector si con el final muere o no. A lo largo de la historia, se presentan cuestiones implícitas a una sociedad cada vez más rota, y así mismo se ofrecen pautas para dejar de romperse, para fortalecerse y para vivir.

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Claudia Aguilar ArmijosHumano RotoPautas para dejar de romperte

Humano roto

Primera edición: Abril 2021

©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L

© Del texto 2021, Claudia Aguilar Armijos

© Diseño de Portada:

©Diseño de página y maquetación. Gabriel Solórzano

©Corrección y edición: Génessis García

Todos los derechos reservados.

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[email protected]

www.edicioneslunanueva.com

Luna Nueva Ediciones.

Guayas, Durán MZ G2 SL.13

ISBN: 978-9942-8581-9-1

ISBN DIGITAL: 978-9942-8581-7-7

A mis padres Ramiro y Nelly que me enseñaron a ser valiente y me ayudan a recuperarme cada vez que me siento rota.

A mi único, Edgar Segundo, que jamás se rompe porque su alma es pura.

A mis hijos Zama y Abbi, que vivieron mis ausencias mientras ponía el punto final a esta historia.

I

(Las palabras)

Aquella mañana despertó más temprano de lo habitual, en realidad no había dormido nada, sus ojos lo delataban, había sido una de esas noches en las que te acuestas en la cama y por tu cabeza pasan decenas y decenas de historias, unas que recuerdas y otras que imaginas; se levantó y fue a la ducha, mientras el agua tibia caía a su cuerpo se sumergió en un recuerdo de historias, era Ágata, cómo la conoció, las historias en su auto, en el instituto, por su mente cruzaron los primeros besos, caricias, la primera fiesta juntos y la única noche que durmieron abrazados, caía el agua y se mezclaba con las lágrimas que sus ojos derramaban, el vapor se acumuló en la ducha y notó que ya llevaba mucho tiempo ahí, cerró el grifo y se secó con la toalla amarilla, su favorita. Vio el reloj y notó que si no se apresuraba llegaría tarde al instituto. Se vistió casi de forma mecánica y bajó hacia la cocina donde su mamá estaba preparando el desayuno.

—¡Oh Max, no puedo creer cuánto has crecido! —dijo Amanda su madre, quien también estaba desde hace varios días con ojeras— Me haces muy feliz mi pequeño Max —le dijo con vos tierna, aunque haya sido nada más para levantarle el ánimo.

Max llevaba decaído ya casi una semana, no era el mismo, la situación que atravesó lo deprimió, ya no salía de su dormitorio, no escuchaba música, ni si quiera iba al gimnasio, sus padres estuvieron ahí apoyándolo, ellos sabían lo importante que es el apoyo de la familia en momentos como ese. Por ello su madre le hablaba con cariño, con ternura, que diferente hubiese sido ni siquiera hablarle, pero Amanda sabía que las palabras tienen vida.

Las palabras tienen vida, algunas lloran en silencio, otras en su intento por vivir mueren con un suspiro; las palabras sienten, sienten y hacen sentir; tienen sueños, vida y muerte.

Cuando las pronuncias sientes su existencia, sientes su movimiento, su sabor: amargura o dulzura, algunas están gorditas y pesadas, te cuesta decirlas, te cuesta dejarlas vivir, y a veces te cuesta escucharlas, te duele.

Otras son ligeras, las pronuncias sin pena, y ellas empiezan a viajar, así como las aves vuelan por el cielo, algunos las ven, otros no. Algunas palabras se dicen sin hacer ruido, a veces los ojos las pronuncian, las miradas las explican, debes verlas, las miradas también hablan.

Hoy en día las palabras sangran y lloran de dolor, han sido reemplazadas, les han quitado la vida, las están asesinando sin piedad, ha llegado una figura, una carita que las mata.

Cuan dolorosas resultan algunas palabras, trepan húmedas por tu alma y a medida que escalan te desgarran la garganta, te desgarran la vida, las palabras duelen hieren y sanan; imagina cuánto duele un “adiós” e imagina cuánto cura un “te amo”.

Las palabras son como los olores, (decir esto me recuerda a Patrick Süskind contando la historia de un asesino), y es que en realidad los olores, y hedores nos hacen sentir, como las palabras, ellos también tienen vida.

Ayer a media mañana, un ancianito regresaba del mercado, caminaba taciturno con su pantalón de tela negra, camisa blanca y tirantes; con un canasto azul en mano y su delgadez lo hacía ver muy alto, los tirantes bien ajustados para evitar que caiga su pantalón, su brilloso cabello cenizo cargado de experiencia y sus manos surcosas por la edad y el trabajo; caminaba lentamente y con la mirada baja, de pronto al pasar por el aserrío se detuvo, aproximadamente 12 minutos ahí, de pie, con los ojos cerrados; nadie entendía el porqué, pero en su mente él bailaba con su esposa, quien había fallecido hace 4 meses, y ese aroma de aserrío le recordaba a ella, estar ahí de pie percibiendo ese olor de humedad y troncos jóvenes lo llevaba a aquella época en donde la conoció, en la loma debajo de un pino, los dos, enamorados y vestidos de color, ella con un vestido de flores que le cubría hasta la rodilla y él con su camisa blanca de rayas rojas cuya manga cubría sus codos, los dos con sombreros recibiendo el sol, época dorada, añorada y aniquilada; el estar en ese lugar lo transportó; ese aroma a pino, corteza y leña lo ubicaron en un campo abierto, con árboles y flores, en donde el ciprés se movía con las caricias del viento, y en aquella mañana ese olor a hierba y a musgo lo detuvieron ahí frente al aserrío para recordar a su esposa con quien había compartido su media vida.

Lo mismo sucede cuando caminas por todo sitio, pasas por una vereda y percibes aroma a café y automáticamente tu mente se traslada a casa de la abuela, donde el entredía era compartir una tacita de café acompañado de pan; y no se diga si percibes rosas y recuerdas a tus hijos, o a tu novio, y si tu ánimo va mal recuerdas el último velorio al que asististe.

¿Te das cuenta como los olores al igual que las palabras también tienen vida?. Y siempre te recuerdan a algo o a alguien; a tu trabajo, a tu libro favorito, a tu escuela o incluso al autobús.

Sería necia si trato de convencerte de que los personajes de esta corta novela son reales, pues no fueron fecundados, ni crecieron en un vientre, sin embargo nacen y viven aquí en Cúrcupin, un sitio imaginario y maravilloso, no más de 70 familias, sitio pequeño y acogedor, reconocido en los sectores aledaños por ser un pueblo lleno de magia y riqueza, cerros, cielo hermoso y nubes doradas, en cuanto llegas a Cúrcupin te sientes diferente; es su aroma, su cielo, sus casas y su gente, un lugar tranquilo en donde puedes caminar sin miedo de día o de noche, las calles silenciosas con comercios y restaurantes, gente trabajadora y emprendedora, niños sanos y jóvenes estudiosos, no se te haga raro ver en cada patio círculos de adultos, conversando, riendo, jugando cartas, mujeres haciendo deporte o ancianitas tejiendo, es un sitio especial; si visitas Cúrcupin, no debe sorprenderte el tener que saludar en cada paso dado, aquí todos se conocen, bastará con preguntar de alguien y terminarás sabiendo su dirección, ocupación, estado civil; bastará que llegues al lugar para que a todos les quepa la duda de ¿Quién eres y qué haces ahí?.

En Cúrcupin, durante algún tiempo las palabras vivían sin alimento, saltaban y jugaban en los parques, gritaban en los balcones y morían en los pasillos; pero cierto día las palabras tomaron fuerza, pues en las calles empinadas, los balcones floridos y cada carro del pueblo, se murmuraba el mismo tema, imagina ir al restaurante y escuchar “Max”, en la tienda escuchar “Max”, en el taxi escuchar el alguacil y “Max”. Y así en cada lugar de Cúrcupin todos querían conocer cómo sucedió, y quién lo hizo, y las personas empiezan a buscar respuestas, y en esa búsqueda generan otras preguntas, y en esas preguntas aparecen nuevas respuestas, respuestas convincentes pero falsas; y así se pasó el día, escuchando en cada tienda, cada oficina, cada parque, la misma pregunta con vida:

¿Quién fue el culpable?, y nadie sabe, o aparentemente nadie o pocos saben que el culpable fue “Max”.

—¿Max?

—Sí, Max.

Max es aquel joven que anoche no durmió, aun así se levantó, duchó y desayunó para salir a la calle a enfrentarse a la sociedad, esa sociedad que lo está inculpando, que lo ha deprimido que lo