Identidades ocultas - Angie Ray - E-Book

Identidades ocultas E-Book

Angie Ray

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Beschreibung

¿Había encontrado pareja el soltero más codiciado de Chicago? Todas las mujeres solteras de la ciudad se quedaron atónitas después de la increíble escena que habían presenciado algunos habitantes. Ellie Hernández, directora de una galería, había chocado con el importante ejecutivo Garek Wisnewski y el hielo que cubría la acera los había hecho caer al suelo... el uno en los brazos del otro. Los testigos aseguraron que la chispa que surgió entre ellos de inmediato subió la temperatura de la ciudad. Y un observador especialmente atento se fijó en que habían intercambiado algún paquete por error, lo que quizá diera lugar a algún otro encuentro. ¿Conseguiría la bella latina derretir el helado corazón del magnate?

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Seitenzahl: 179

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Angela Ray. Todos los derechos reservados.

IDENTIDADES OCULTAS, N.º 1969 - Diciembre 2012

Título original: The Millionaire’s Reward

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1260-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Ese collar era la joya más fea y llamativa que Garek Wisnewski había visto en su vida. Aquella pieza de joyería, llena de rubíes y esmeraldas, no era bonita ni elegante, era sencillamente ostentosa. La mujer que lo luciera parecería un árbol de Navidad.

–Es perfecta –dijo sonriendo a la dependienta rubia que lo atendía desde el otro lado del mostrador. Había estado flirteando con él desde el momento en que llegó–. Me la llevo.

–Ha hecho una excelente elección. Tiene usted muy buen gusto.

–Gracias.

Aquella joven no parecía haber captado la ironía en su voz.

–Las mujeres adoran los rubíes y las esmeraldas –dijo la dependienta colocando el collar dentro de un estuche–. Son más bonitos que los diamantes, ¿no le parece? Estoy segura de que su novia estará encantada con este regalo.

La mujer se quedó fijamente observándolo estudiando su reacción y Garek se dio cuenta. En el último mes, había tenido que relacionarse con muchas mujeres, todas ellas con la misma expresión depredadora en sus ojos. Había diseñado varias estrategias para hacer frente a aquello: atacar, huir o hacerse el muerto.

El método del ataque lo usaba sólo en las situaciones extremas y aquélla no lo era, al menos de momento. Huir era imposible hasta que la vendedora no le devolviera la tarjeta de crédito. Lo que sólo le dejaba una opción

No contestó la pregunta que le había hecho sobre el collar. Tampoco parecía que ella esperara respuesta. Una vez terminada la operación, la dependienta le entregó el estuche y un trozo de papel.

–Mi número de teléfono está aquí apuntado. Si alguna vez quiere que le muestre nuestra mercancía a solas, sólo tiene que llamarme.

Garek tomó el estuche y dejó el papel en el mostrador.

–No se preocupe, no hará falta.

Se giró bruscamente hacia la puerta, tropezándose con otro de los clientes de la tienda. Era un hombre bajo y gordo que levantó altivo la barbilla para mirar a Garek.

–Yo lo conozco –dijo el hombre observando a Garek–. He visto su fotografía en el Chicago Trumpeter esta mañana.

–Discúlpeme –dijo Garek fríamente–. Está bloqueando el paso.

Rápidamente, el hombre se hizo a un lado. Garek salió de la joyería y cerró la puerta bruscamente. Una vez en la calle, se detuvo para ponerse los guantes y protegerse el cuello con la bufanda, antes de marcharse caminando acera abajo. Caminaba más rápido de lo habitual, molesto consigo mismo por haber accedido a hablar con aquella periodista.

Había roto su regla de no conceder entrevistas porque ella le había asegurado que estaba preparando un artículo sobre cómo los hombres de negocios estaban dando un fuerte impulso a la ciudad mediante la creación de empleo. Si hubiera sabido lo que pretendía, la habría echado de su oficina inmediatamente. Ahora, por haber bajado la guardia, su vida se había convertido en un infierno.

Al principio lo había encontrado divertido: las bromas de sus amigos, las miradas furtivas de las mujeres,... Pero de pronto empezó a recibir cartas. Montañas de cartas. E incluso había mujeres que se acercaban hasta su oficina, su apartamento o incluso a los restaurantes donde cenaba para verlo de cerca.

Acelerando el paso, pisó un charco. Lo de anoche había sido la gota que colmaba el vaso. Cuando estaba cenando en un restaurante a punto de cerrar un trato con un cliente, una joven que se presentó como Lilly Lade se había plantado frente a ellos y había empezado a cantar. La chica parecía más interesada en desnudarse que en cantar. Bajo la mirada curiosa del resto de los comensales, había tenido que acompañarla hasta la puerta para asegurarse de que se marchaba. Una vez en la calle, la chica le había arrojado los brazos alrededor del cuello y le había dado un beso en los labios. Consiguió deshacerse del abrazo de la muchacha no sin que antes un fotógrafo que estaba apostado a la puerta captara aquella imagen.

Tratando de protegerse del frío viento, Garek se encogió de hombros y se dirigió al lugar donde su limousina lo esperaba. La situación había dejado de ser divertida y ya estaba harto.

Absorto en sus pensamientos, dobló la esquina y tropezó con una mujer que iba cargada de bolsas. Los paquetes volaron por los aires y ella acabó en el suelo, sentada sobre la nieve.

Instintivamente, él se agachó junto a ella.

–¿Se encuentra bien?

Sus ojos azules, enmarcados por largas pestañas negras, lo miraban aturdidos.

–Estoy bien. Siento...

Garek bajó la mirada hasta su boca. Tenía el labio superior fino y curvado ligeramente hacía arriba y el inferior carnoso, lo que le resultaba muy sensual.

–Ha sido culpa mía –la interrumpió, desviando la mirada–. No miraba por dónde caminaba.

–No, no. Yo iba corriendo, tratando de no perder el tren. ¡Oh! ¡Mis cosas!

Con la ayuda de Garek, la mujer se puso de pie, recogió una caja que se había caído al suelo y la metió en una de sus bolsas.

–¿Está segura de que está bien? –preguntó entregándole el gorro que se le había caído. Ella se lo volvió a poner, dejando escapar unos cuantos rizos negros.

–Sí, estoy segura –dijo sonriendo. Sus dientes eran inmaculadamente blancos en contraste con el tono dorado de su piel–. Creo que la peor parte se la han llevado mis paquetes.

–Deje que la ayude –dijo Garek tomando una de las bolsas que estaban a punto de salir volando y metiendo en ella el contenido que se había desparramado por el suelo. Estaba más pendiente de aquella mujer que de lo que estaba haciendo.

No parecía haberlo reconocido, algo raro para él en los últimos días. A pesar del enorme abrigo que llevaba, no era una mujer alta y por lo que había podido apreciar al ayudarla a levantarse, era delgada.

Garek recogió un par de zapatillas de deporte pequeñas y volvió a mirarla. A pesar de que era joven, tenía edad de ser madre.

–Estas zapatillas se han manchado de barro. Le conseguiré unas nuevas.

–No –protestó la mujer–. Se pueden limpiar. Además mi sobrina no se dará cuenta –añadió mientras corría tras un bate de béisbol que rodaba por la acera.

–¿Esto es suyo? –preguntó Garek agachándose para recoger una revista del suelo. Ella lo miró y asintió, alcanzando por fin el bate.

Garek tomó la revista y frunció el ceño al ver su cara en la portada. Los músculos de su mandíbula se tensaron y le entregó las bolsas que había recogido.

–Aquí tiene –dijo él cortante–. La próxima vez vaya con más cuidado.

Garek dio un paso para alejarse y pisó un gran charco de agua helada. Dejó escapar un suspiro y rápidamente se introdujo en la limousina.

–Vamos a casa, Hardeep.

–Sí, señor –contestó el chófer.

Mientras el coche se alejaba, Garek miró por la ventanilla. La mujer se había quedado allí clavada recogiendo sus cosas del suelo sin dejar de mirar la limousina. La expresión de su rostro era de incredulidad.

Estaba muy enfadado. Probablemente aquella mujer había estado aguardando al otro lado de la esquina para tropezarse deliberadamente con él. Si aquella revista no se hubiera caído de sus manos, habría pensado que aquella colisión se debía a un accidente. Incluso había estado a punto de ofrecerse para llevarla a su casa.

Al menos lo había hecho mejor que las demás. Desde luego que su aspecto era inocente, aunque con aquella boca...

Se quedó pensativo hasta que la limousina se detuvo frente al edificio donde estaba su apartamento. Una vez en su casa, se dio cuenta de que había algo que había perdido: el collar de esmeraldas y rubíes.

Muerta de frío, mojada y agotada, Ellie llegó a su apartamento. Aliviada, suspiró y dejó las bolsas en la pequeña mesa de la cocina.

–Hola, Martina –dijo saludando a su prima, que estaba removiendo el contenido de una cacerola–. ¿Qué tal te fue en el examen?

–Bien, ha sido más fácil de lo que creía –dijo Martina. Volvió a tapar la cacerola y se giró para mirar a su prima–. ¿Qué te ha pasado?

Ellie sacudió la cabeza. Se quitó el abrigo y los guantes mojados y se acercó hasta el radiador para calentarse las manos.

–Es una larga historia. En resumen, he tropezado con un hombre en mitad de la calle y he perdido el tren –y olfateando, añadió–: Esos pasteles de carne huelen muy bien. ¿Puedo tomarme uno?

–Sí, pero sólo uno. Son para la fiesta de mañana por la noche. ¿Quién era ese hombre?

–Nadie –contestó Ellie recordando a aquel hombre tan descortés. Aunque por los guantes de piel que llevaba y la limousina que lo estaba esperando era evidente que era alguien rico y maleducado que de pronto había decidido que ella no merecía ni su tiempo ni su ayuda. Se sentó en una silla y dio un bocado a su pastel, quemándose la boca–. Está muy bueno, Martina. Incluso mejor que los que prepara tu padre. Deberías venderlos. Estoy segura de que ganarías un buen dinero.

–Me gusta cocinar, pero no tanto –dijo Martina apilando los pasteles en una fuente–. ¿Qué tal en la galería hoy?

–No ha estado mal. Ha entrado mucha gente. He convencido a una pareja para que se lleven un cuadro a su casa y piensen en comprarlo –dijo Ellie cortando un trozo de pastel y observando el humo que salía–. También he vendido una escultura. La mujer que la ha comprado me ha dicho que le recordaba la sensación que tuvo la primera vez que se enamoró. Ni siquiera se molestó en ver el precio. Cuando le dije lo que costaba, me dijo que no podía permitírselo y me pidió que le hiciera un descuento. Le dije que quizá pudiera ajustar un poco el precio, pero ella me dijo que sólo podía pagar la mitad, así que...

–Vamos, que acabaste regalándoselo –señaló Martina sacudiendo la cabeza–. Pensé que habías dicho que el señor Vogel iba a tener que cerrar la galería si no obtenía beneficios.

Ellie se mordió el labio. Era cierto. Sólo de pensarlo sentía pánico. Había trabajado mucho, pero la galería no lograba cubrir los gastos. Si no se le ocurría algo pronto, el señor Vogel no podría mantenerla abierta mucho tiempo más. Y entonces, ¿qué harían Tom, Bertrice y el resto de los artistas? ¿Qué haría ella? Le gustaba mucho su trabajo.

En ocasiones había tenido que limpiar casas para llegar a fin de mes. Pero en la galería de Vogel cualquier cosa inesperada podía pasar. En cualquier momento podía entrar un escultor y explicar las maravillas de su última creación, un estudiante con unos magníficos bocetos o un cliente dispuesto a ver el mundo desde una perspectiva diferente, una perspectiva llena de formas y colores.

–Las ventas mejorarán –dijo Ellie mostrándose con más confianza de la que sentía.

–Necesitas darte a conocer –dijo Martina, que estaba estudiando ciencias empresariales en un colegio cercano–. Los negocios no son nada sin publicidad y sin contactos. Necesitas dar con las personas adecuadas.

Ellie sonrió.

–¿Quieres decir que me relacione con una panda de ejecutivos y sus esposas?

–Eso se llama hacer relaciones sociales. Eres demasiado idealista.

–¡No lo soy!

–En lo que se refiere al arte, lo eres. No te olvides de lo que le dijiste a esa mujer ayer en la galería.

–¡Martina! Ya te dije lo que me contó.

–Claro, claro. Lo único que esa mujer te preguntó es si aquel cuadro era una buena inversión. No es ningún delito querer ganar dinero.

–Si lo que quiere es ganar dinero, debería invertir en inmuebles –dijo Ellie mirando hacia el salón cuyas paredes estaban repletas de pinturas–. El arte no debería tener nada que ver con el dinero.

–Te olvidas de que todo es una cuestión de dinero, al menos hoy en día. Deberías haberle vendido algo a esa mujer en vez de sugerirle que se fuera a otra galería. Tienes que pensar como un empresario –dijo Martina y metió los pasteles en la nevera. Después se acercó a las bolsas que Ellie había dejado sobre la mesa–. ¿Te acordaste de traerme la revista que te pedí?

–Sí, está en alguna de las bolsas –dijo Ellie sin prestar atención mientras daba otro bocado a su pastel. ¿Tendría Martina razón? ¿Sería una idealista? Un pintor dedicaba tanto tiempo y esfuerzo para conseguir una determinada composición, unos colores, una textura y tantos otros detalles para que todo fuera perfecto, que no le parecía correcto que alguien que no valoraba la creatividad del artista se acabara llevando la obra a su casa. Por desgracia, pronto ya no tendría que preocuparse más.

Tragó un bocado del pastel con dificultad. No podía permitir que la galería cerrara sólo porque hubiera personas dispuestas a invertir en arte y que no admiraran una pintura o una escultura de la manera en que debían ser admiradas.

–Está bien, Martina. De ahora en adelante, tendré la mente fría y calculadora de un empresario.

–Tan sólo piensa en lo que es mejor para la galería. Por cierto, ¿qué es esto? –dijo Martina y dejó escapar un silbido de admiración. Ellie se acercó hasta su prima, que contemplaba admirada el contenido de un estuche–. ¿Qué has hecho, robar un banco?

Ellie tomó el estuche y ahogó un grito al ver el interior. El resplandor de las esmeraldas y los rubíes iluminaron la habitación.

–¡Dios mío! Esto deber de ser del hombre con el que tropecé en la calle.

–No creo que se ponga muy contento cuando descubra que lo ha perdido.

–No, no lo creo –asintió Ellie, preguntándose para quién habría comprado aquel collar. ¿Quizá para su esposa? No, no podía imaginarse a una elegante dama llevando una joya tan espantosa. ¿Una amante? Sí, eso era lo más probable.

–Mañana lo llevaré a la joyería –dijo Ellie fijándose en el nombre de la tienda.

Al día siguiente era Nochebuena. Tenía que limpiar dos casas antes de ir a la cena en casa de sus tíos y no iba a tener tiempo de ir hasta la avenida Michigan. Quizá tampoco pasara nada si no se lo devolvía hasta después de Navidad, pensó.

–Este hombre debe de ser muy rico –dijo Martina parada junto a Ellie–. Me pregunto quién será.

–No tengo ni idea –dijo Ellie.

–¿Era viejo?

–No, tendría unos treinta y tantos.

–¿Treinta? No está mal. ¿Era guapo?

–No –mintió Ellie. De hecho, le había parecido muy atractivo. Al encontrarse con sus verdes ojos llenos de preocupación, había sentido que el corazón le daba un vuelco. Parecía agradable hasta que repentinamente y sin motivo alguno, la había dejado allí plantada y se había subido a su limousina.

No había dejado de pensar en la manera tan descortés en la que aquel hombre se había comportado. Ella se había disculpado aunque realmente la colisión había sido más culpa de él que de ella. Él iba caminando sin mirar por dónde iba. Le había hecho perder el equilibrio y caerse, haciendo que sus bolsas se desperdigaran por el suelo. Finalmente había perdido el tren. Al menos debería haberle ofrecido llevarla a casa. No es que hubiera aceptado, pero... Seguro que lo único que lo había preocupado a aquel hombre era que pudiera ensuciar la limousina.

–¿Era gordo? –preguntó Martina.

–No sé. Llevaba un abrigo.

Ellie sonrió y no dijo nada más. Recordaba perfectamente el rostro de aquel extraño: gruesas cejas, mirada penetrante, facciones angulosas...

–No sé por qué todos los hombres ricos tienen que ser tan feos –dijo Martina y suspiró. Tomó la bolsa y sacó la revista que le había pedido a Ellie que comprara–. Bueno, quizá no todos los ricos sean tan feos –añadió mostrándole la portada a su prima–. Garek Wisnewski es un bombón, ¿no te parece?

Ellie había comprado la revista sin fijarse en la portada y al verla, se quedó paralizada. En ella aparecía una pelirroja semidesnuda acompañada de un hombre cuyo rostro le era familiar. Aquellos ojos eran los mismos que había visto unas horas antes, cuando la había dejado plantada en mitad de la calle. El titular, escrito en un color rojo brillante, rezaba: Y de postre, el soltero más deseado de Chicago.

Capítulo 2

Lograr ver a Garek Wisnewski era tan difícil como conseguir una audiencia con el Papa.

Ellie pensó que el edificio de oficinas estaría cerrado el día de Nochebuena, pero no fue así. El vigilante de la entrada le pidió que se identificara y estudió con detenimiento su carné de conducir antes de preguntarle qué la había llevado allí. Después de contestarle, el vigilante hizo una llamada dirigiéndole miradas de desconfianza de tanto en tanto.

Los minutos comenzaron a correr y Ellie temblaba cada vez que se abría la puerta y una ráfaga de aire gélido entraba. Había ido hasta allí después de limpiar dos casas y se sentía sucia y mojada. Estaba deseando darse una ducha y prepararse para la cena en casa de sus tíos. Su prima la había convencido de que contactara directamente con él para devolverle la joya y deseaba acabar con eso cuanto antes.

–¿No te das cuenta Ellie? –le había dicho Martina–. Es tu oportunidad. Devuélvele el collar y pregúntale si necesita algún cuadro en su oficina. Quizá compre algo e incluso, con un poco de suerte, te pida una cita.

–No creo que necesite nada de la galería. Y si me pide una cita, que no lo hará, no estoy dispuesta a ir con él a ningún sitio. Ya te he contado lo maleducado que es. Además, ¿qué clase de hombre consigue ser portada de una revista?

–Quizá se sintió avergonzado al verse en la revista y por eso fue tan descortés.

¿Avergonzado? Ellie no lo creía. Le había parecido un hombre muy seguro de sí mismo. Pero aunque Martina tuviera razón, eso no excusaba su comportamiento, ni su mal gusto por las mujeres y las joyas.

Al final, no había podido negarse a la sugerencia de Martina. Si realmente quería hacer algo por la galería, tenía que tragarse su orgullo e ir a ver a Garek Wisnewski. Seguramente le agradecería que le devolviera el collar.

Después de buscar en la guía telefónica la dirección de las Industrias Wisnewski, había tomado el tren hasta el centro. Aquel rascacielos parecía un inmenso fuerte, todo de granito y con estrechas ventanas.

Por fin, el vigilante colgó el auricular.

–Ponga su nombre y su dirección aquí –dijo el hombre entregándole un papel y un bolígrafo–. Le daré un pase para que suba. Deje aquí su abrigo y sus cosas.

¿Acaso pensaba que llevaba un arma escondida? Ellie se quitó el abrigo mojado y rellenó el papel, poniendo la dirección de la galería en lugar de la suya. A continuación se colgó el pase del tirante del bolso.

Una vez arriba, después de atravesar un largo pasillo, llegó hasta la mesa de una recepcionista, quien se quedó descaradamente mirando los vaqueros que Ellie llevaba. Hizo una breve llamada de teléfono y después la guió hasta un despacho.

Ellie entró y miró a su alrededor. Las paredes eran de madera y de ellas colgaban cuadros de paisajes. Detrás de una enorme mesa estaba sentado «el soltero más deseado». Llevaba un traje gris, con camisa blanca y corbata negra. Su aspecto era tan clásico como el resto del entorno. La corbata estaba torcida hacia un lado y los hombros de la chaqueta parecían quedarle estrechos. Aquella ropa no iba con él ni con su espectacular físico.

–Así que me ha seguido –dijo él.

–¿Cómo dice? –dijo Ellie.

La expresión de Garek era fría.

–¿Cree que es la primera mujer que se las ingenia para venir a mi despacho?

Ellie se enderezó. ¿Acaso pensaba que había chocado contra él en mitad de la calle a propósito? ¿Sería por eso que había salido corriendo el día anterior? ¡Qué engreído!

Tratando de contener su temperamento, caminó hacia él y le dejó sobre la mesa el estuche con la joya.

–He venido a devolver esto.

Él tomó el estuche y lo abrió. Miró unos segundos el collar y, sin variar su expresión, volvió a cerrar el estuche. Se reclinó en el respaldo y se quedó mirándola fijamente.

Ellie esperaba una muestra de agradecimiento, incluso una disculpa por su arrogancia. Pero él no hizo nada de eso.

–Imagino que querrá una recompensa.