Ilusa - Noel Roland - E-Book

Ilusa E-Book

Noel Roland

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Beschreibung

Laurita sólo entendía al mundo, o por lo menos así lo creía con respecto al suyo, sumergida en una profunda crisis existencial donde nada parece tener sentido. Solo los recuerdos del pasado y la idea del amor la mantienen en espera de algo mejor. ¿Cómo sobrellevar la soledad? ¿Qué hacer con la perenne existencia?

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NOEL ROLAND

Ilusa

Rolando, Noelia Ilusa / Noelia Rolando. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4797-2

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenido

Algún día en la vida

Algún día al atardecer

HOY

“(…) siempre quise escribir, lo intenté desde muy

pronto, pero sólo más tarde encontré las palabras”.

Heinrich Böll

Algún día en la vida

Laurita sólo entendía al mundo, o por lo menos así lo creía con respecto al suyo, luego que cayó levemente en la cuenta de que su plan se llevaría a cabo tal y como debía de ser, aunque no se había dado cuenta hasta ese día de que ella era a quien necesitaba entender, tarea difícil, pero quién puede negar que entender al mundo en el que cada uno habita, no deja de ser consecuencia de otros tantos mundos de tantos otros que también intentan entender, claro que entender el mundo del sí mismo es tarea de reflexión, porque si Laurita creía eso, seguramente había sido producto de un reflexión que la habría llevado a eso. Aunque esa necesidad de comprenderse a sí mismo comienza cuando se es consciente de que hay un mundo que hay que comprender. La reflexión de Laurita comenzó ese día cuando, una tarde en la que recién se despertaba, luego de una noche de haber pensado, pensar, pensar, esa manía de no poder dejar de hacerlo, como la hacía cada día, cada hora, sin poder evitarlo, luego de haberse dormido antes de que amanezca en el invierno, por lo que podría haber sido cualquier hora. Ya que el desvelarse puede tener algunos matices, entre aquellos que se desvelan, porque hay grandes diferencias entre quienes quieren dormirse porque tienen un compromiso, y aquellos en los que la vida da todo lo mismo y dormir en un horario o dormir en otro es libre de preocupaciones, ya que la vida no presenta más exigencias que la de estar padeciendo la propia existencia, por lo que los horarios comienzan lentamente a perderse en las lógicas de otros mundos distintos, en el mundo de Laurita la lógica del tiempo y el reloj corría con una suerte de atemporalidad. Por lo que dormirse se producía a lastre del desgano o de las consecuencias irremediables del alcohol cuando ingresa en la sangre y produce el grato efecto de la somnolencia dejando el cuerpo desplomado. Por lo que Laurita al despertar comenzó a pensar que de todo esto algo había que entender, claro que cuando se está sumergido en la irremediable atemporalidad, molesta mucho que los fenómenos naturales del día y de la noche marquen el rumbo de una lógica de la que el ser no está preparado para afrontar, por lo que al despertar cual inconsciente despierta atónito sin saber ni dónde, ni cómo, ni cuándo, a la mente se le vienen esas preguntas necesarias , por lo que al despertar con luz en su rostro, luego responder a esas lógicas preguntas molesta por la intromisión de la luz, pudo dar cuenta de que estaba en su casa y era de día, vaya a saber a qué hora se dio cuenta que no había cerrado las cortinas de esas petrificantes ventanas, las cuales revelan la intimidad como si se viviera en una pecera, cerrar las cortinas era un acto de salvación pero para eso había que estar lo suficientemente consciente de que se está por dormir pero cuando simplemente el cuerpo se desploma en el sillón poco queda para la planificada tarea de cerrar las cortinas.

Claro que cuando Laurita compró la casa, todas aquella aberturas, de inmenso tamaño las cuales llenaban de vida la vivienda y la hacían parecer un lugar acogedor, eran ideas y parte de ese momento, de ese tiempo, de gloria y éxito lleno de entusiasmo cuando se sabe que se ha obtenido de la vida aquello que se pretendía hasta ese momento, cuando la vida presenta la cara luminosa y brillante donde todo parece que es así, y lo que es peor se piensa que va a ser así para siempre. Pero claro nada brilla para siempre, lo que pasaba aquí es que Laurita no sabía o no quería recordar cómo había llegado a pasar de un estado de amar la luz a detestarla por qué la llevaba a recordar que era de día y el día es para los vivos. Y ella, si había algo que entendía, era que de vivir no quería saber nada.

La cúspide de su éxito, en la profesión que había elegido, la había llevado a navegar los mares de la soledad, la tristeza y la decepción. Lo que en algún momento había sido grato, ya que no hay mejor logro en el mundo que el reconocimiento como gesto irremediable del amor, que el reconocimiento de esos por los que se quiere ser reconocido. Pero claramente, todo parece caer entre sombras cuando el reconocimiento no viene del lado luminoso del amor, sino del lado oscuro del odio, la vanidad y la avaricia. Porque, por supuesto, que no hay en este mundo quien se sienta plenamente feliz de que a otro le vaya bien, la gente siempre prefiere juntarse con personas que les va peor que a sí mismo. Así, es sencillo, juntarse con alguien a quien se le puede mostrar los logros y metas alcanzadas, y el otro queda en el mutismo rotundo de aceptar en silencio y tristemente que el éxito es para otros, que pueden ser los perseverantes en la posición más positiva del asunto o por el contrario puede ser aquellos que tienen mejor suerte, o los que lo miran todo con la lupa del sistema de clases que solo los que no fueron condenados al desclasamiento, podrán obtener los mínimos logros que se propongan, porque al fin y al cabo los logros y el éxito, parece ser alcanzar las metas propuestas, aunque dentro de esta clasificación también están los que alcanzan las metas con honores y los que simplemente lo logran. Entonces ser exitoso, y que otros lo celebran, es porque a corto plazo, o a mediano plazo, obtendrán consciente o inconscientemente un beneficio. Y eso era lo que un puñado de seres le habían hecho creer, de que su vida era adecuada, para vivirse de una determinada manera y a lastre de tener, a un ser sumergido en la ilusión, el mayor rédito posible. Cuando alguien se ha prestado sin saberlo conscientemente, a ser parte del engranaje, no queda más remedio que a mediano o corto plazo, tramar un plan para que alguien cargue con la responsabilidad de no haber asumido las consecuencias de haber engañado y mentido para su propio beneficio.

Pero claro, al aún estar con vida se presentan las consecuencias propia de esta, de las cuales una era la necesidad es comer, así que ni bien pudo reponerse y acomodar su ideas entendió que el hambre la llenaba en su vacío estómago, lo cual la llevó a actuar como un animal civilizado y abrió unas cuantas puertas violentamente y sin encontrar nada, se preguntó hacía cuánto tiempo no había deducido la falta de alimento y desde cuándo no iba a comprar insumos. Ya que solo salía, según recordaba, al kiosco que quedaba exactamente a doscientos treinta y seis pasos cortos, y a ciento quince pasos largos a comprar cigarrillos. Como otro acto de vivir era necesario salir, detestaba salir, siempre y cuando no fuera para despejarse. Cuando lo hacía era por una emergencia de extrema necesidad. Cuando lo decidía, no dudaba, porque se dice que dudar es buscar la certeza de lo que era sabido, ya que eso la ubicaba en una disyuntiva de hacerlo o no hacerlo, y en la mayoría de los casos determinaba por no salir encontrando la imposibilidad de la certeza e ignorando lo sabido. Terrible problema metafísico. Entonces, cuando lo hacía salía de prisa, abrigando su escuálido cuerpo del frío, olvidando el estético acto de vestir para ser visto.

Lejos estaba en su mente vestirse para un acto social, parecía que la lógica de la atemporalidad, también venía acompañada del olvido de las convenciones sociales. Y sus actos cada día se hacían más y más aislados de un mundo compartido.

Claro, que esta vez sentía demasiada hambre y la necesidad de consumir algo que no demandará excesivo movimiento de mandíbula, ya que cuando hace días no se come el cuerpo no cuenta con la energía que posibilita un acto de deglución apropiado. Por lo que le hizo pensar. Y detenerse para saber qué era exactamente lo que iba a ir a comprar, analizando detalladamente la situación se decidió que debía ser algo suave y delicado al paladar, que se digiere fácilmente, y pensó a dónde iría para no vacilar en la calle y llegar lo antes posible. Claro que entre que se toman todas esas determinaciones, el sol ya se había ocultado, acto que sucede rápidamente cuando se vive en zonas lejanas al paralelo del ecuador. Por lo que la joven noche había llegado tempranamente, las decisiones previas ya habían sido meditadas, por lo que ahora inevitablemente debía salir, más allá de su automatismo, decidió hacerlo, como con el criterio y decisión que podría tener una persona antes de suicidarse. Con esa determinación salía poniéndose su saco habitual y esta vez unas gafas con las que cubriría su rostro, cual actriz famosa que no quiere ser reconocida. Ya que estas dejaban ver su pequeña nariz y su boca, y aunque había sido muy sensual en algún tiempo, ahora estaba reseca y toda quebrajada por la cantidad incontable de cigarrillos que fumaba.

Al salir sólo caminaba, observaba por momentos, a toda esa masa de gente insignificante y con rostros de insatisfacción plena, agobiados por la rutina, llenos de vidas sin sentido, el sentido de vivir por vivir, de hacer lo que hay que hacer, y la crueldad en sus gestos, como resultado tal vez de pensar que la seguridad plena del vivir, es una necesidad de consumir, y la felicidad puede solo ser producto de ello. Acompañado de miradas agobiadas de vanidad. Desde luego se detenía su vista en los nuevos seres traídos a este mundo cruel y carente de felicidad, totalmente lleno de penosa insatisfacción. Mirándolo a través de sus gafas con un interminable e interpretable desagrado. El ver a las personas caminando pensaba irremediablemente en que ella no escapa al destino que tiene todo ser vivo, vivir para justificar la existencia, para conmemorar la vida en la tumba. Cuando se percataba de que su mundo tal como ella lo concibe no dejaba de ser igual que el mundo de los otros, esos eran los momentos en lo que comenzaba a contar los pasos. Y caminaba como un ente, al que según ella, podía interpretar que la miraban como a un ser ridículo. Algo que puede existir pero que nadie podía entender. Por supuesto, porque para entender a otros primero era necesario entenderse uno. Conocer y reconocer los sentimientos, las sensaciones, el dolor, comprender era analizar actos, actos verbales, posturales, actos que son movidos por emociones. En fin para saber de qué podían pensar los otros era producto de lo que podría pensar alguien que ve a uno ajeno y le puede atribuir todo eso que puede ser proyectable. Aunque claro en su mundo, sólo ella sabía realmente lo que era, algo firme, sin contradicciones. Del que nadie podía permitirse dudar y con pensamientos mortuorios caminaba, con una gran mirada perdida, sin prestar atención a absolutamente nada. Era como si las personas que pasaban fueran por momentos ante su discriminada visión, luces constantes y los autos silenciosos, cosas ausentes. En esa ausencia de otros, aunque presencia consciente de su cuerpo, se percató que sólo le quedaban exactamente noventa y siete pasos. Y siguió caminando pensando en lo leve que se sentía su cuerpo, desplazarse era un acto escurridizo, sintiendo lo placentero que era esta sensación, cerró los ojos y su cabeza comenzó a oscilar de un lado a otro lentamente, como entre sueños siguió caminando cuando el choque de otro mundo la interceptó rudamente con un fuerte roce que una mano de finísimos dedos lánguidos, la cual la despabiló de su ensoñación, la rozó

—¡Disculpa! —dijo una voz penetrante.

Percatándose de esta situación, volviendo a su conciencia lenta y progresivamente, la cual sólo tomó unos instantes, como si fuera cuadro a cuadro de una película, volvía la imagen a reflejarse en cámara lenta, miró al frente, un sujeto que estaba parado delante de ella mirándola fijamente e impidiéndole el paso. Se preguntó, hacía cuántos momentos estaría detenida en esa baldosa, inmóvil, sin avanzar, y con este individuo frente a ella.

—¿Me convidarías fuego por favor?, ¡yo olvidé el mío!

Él había observado un cigarrillo encendido, al cual ella no recordaba cuándo ni dónde lo había prendido, pero sintió el calor entre sus dedos medio e índice.

Mirando fijamente al cigarrillo que tenía en su mano izquierda, mano que rara vez utilizaba para fumar. Sin mencionar palabra alguna extendió su brazo y se lo ofreció, pero éste estaba bastante consumido quedando solamente unas pitadas. El sujeto prendió su cigarrillo y arrojó el de ella. Laurita lo atravesó con su mirada fija sin pensar en un instante en nada. Sus pensamientos habían quedado en blanco absoluto.

—¡Gracias! —dijo él y siguió su camino.

Ella lo miró mientras se marchaba en dirección contraria.

A su derecha estaba el lugar al que ella iría a hacer sus compras, sin pensar entró de prisa. Sintiéndose abrazada por esas luces artificiales, espantosamente blancas, que iluminaban hasta el más recóndito lugar del sitio, mostrando su desnudez, toda su intimidad. Notó que había demasiadas personas en el lugar. Sabía lo que necesitaba, el problema era dónde se encontraba ubicado en las góndolas. En el momento en que tomaba su canasto, las miradas le produjeron escalofríos, las personas la estaban observando, con desagrado, de odio, de miedo. Como si ella hubiera sacado una metralleta y apuntando violentamente a todos y a cada uno de ellos. En un rictus, mostró su incomodidad y prosiguió con el fin que la había llevado a ese lugar. Comenzó haciendo un paneo general del mismo y silenciosamente se dirigió a cada uno de los sitios que contenían los alimentos, observando minuciosamente las fechas de vencimiento y los precios impuestos al producto, con su respectivo código. Luego dirigiéndose a la caja más cercana, para pagar y huir lo más pronto posible de esas miradas y de las aterradoras preguntas de la cajera. A las que sólo respondía con simples monosílabos o con simples movimientos cabeza, conocidos culturalmente como negativo o afirmativo. Terminando ese tortuoso momento. Se dirigió rápidamente a su departamento, sosteniendo las llaves en su mano, caminó con su mirada fija lo más rápido que pudo.

Llegando a su casa cerró con llave y observó la invasión de virus y hongos que tenía todo el lugar. El piso, aunque tenía el don característico de ser disimulador de suciedad, ya no podía ocultar más nada. Se preguntó cómo no la había notado antes. Dejó inmediatamente las bolsas sobre la mesa y se dispuso a limpiar obsesivamente cada lugar, sufriendo una psicastenia. Luego de horas, habiendo quedado todo libre de bacterias, recordó que en un momento del día había tenido la sensación de hambre, pensó que ahora se encontraba inapetente y que con un té solucionaría todo. Pero detuvo su mirada en la mesa y vio inmediatamente las bolsas de las compras, decidió luego de unos cuantos minutos guardar cada una de las cosas. Cuando por fin concluyó se dispuso a escuchar un poco de música de cassette, uno que había comprado con unas monedas, en un puesto enfrente del tren, en las baratijas en desuso, un cassette de jazz nada más y nada menos que de Bert Kaempfert en orquesta, maravilloso cassette pensó sonriendo, pero dudo, pues no se sentía de ánimo para jazz, entonces puso, sin duda, su disco de la banda inglesa más escuchada Radiohead. El cual con sonidos extravagantes, sumamente profundos, mezclados con tonos melancólicos, y en cierto punto, con un poder de traslado absoluto la llevaría a donde quería estar.