Industria cultural, información y capitalismo - César Bolaño - E-Book

Industria cultural, información y capitalismo E-Book

César Bolaño

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Durante las últimas décadas, la globalización y la revolución de las nuevas tecnologías han marcado un antes y un después en las formas de articulación del poder. Se confirma así la hipótesis avanzada por Marx, donde el propio sujeto pasa a ser el capital fijo más valioso del proceso de producción, y donde el trabajo abstracto -hoy concebido como "intelecto general"- se configura como fuerza determinante del nuevo modelo tardocapitalista. La actividad creativa, en este nuevo contexto, cobra una novedosa función estratégica, al convertirse en pieza generadora de valor y al posibilitar el desarrollo y sostenibilidad del capitalismo contemporáneo. César Bolaño aborda la comprensión del papel productivo de las comunicaciones y su rol fundamental en la era del Capitalismo Cognitivo. Desde la Economía Política de la Comunicación, Bolaño propone toda una perspectiva de estudio capaz de trascender los límites convencionales del modelo economicista, y capaz de problematizar el fenómeno de la industria cultural y de la apropiación por parte del sistema de todo el ciclo del trabajo inmaterial. Esta obra nos invita a reflexionar sobre el nuevo papel de los productores culturales y a repensar las relaciones entre trabajo y valor, desde un rigor conceptual que permitirá abrir nuevas vías para construir las respuestas que requiere nuestro tiempo.

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industria cultural,

información y

capitalismo

Prefacio a una crítica de la economía política de la comunicación

De la lucha epistemológica como problema

EnNotícia da Antiguidade Ideológica: Marx, Eisenstein, O Capital(Sao Paulo, Versátil Home Video), Alexander Kluge (2011) ilustra, cinematográficamente hablando, la verdadera esencia y significado histórico deEl capital, que no es otro sino describir la poesía de la economía política, el campo de exploración de losnúcleos de fantasíaque apunta, en nuestro tiempo, la necesidad histórica de repensar el lugar de lo común y el papel de las mediaciones como un problema central de la reproducción en el universo cultural delo espectacular integrado. Pues en la modernidad, con el paso del oficio del arte de comunicar como retórica a la división compleja del trabajo de representación, que instituye el mito de la transparencia comoideologíade la sociedad positiva, se impone una nueva cultura de la mediación, que marca, como consecuencia, un antes y un después en las formas de dominio del saber-poder informativo delimitando el sentido yepistemede la comunicología como campo científico.

Hablamos, claro está, de la función publicitaria consustancial al campo de la comunicación. En un sentido foucaultiano, diríamos, la centralidad de la mediación deriva, en el actual régimen escópico de visibilidad de la esfera pública burguesa, de esta problemática de la regulación de lo imaginario. De ahí la pertinencia de abordar desde una perspectiva antropológica de la economía política de la comuni­cación que considere la dimensión tecnoestética del gusto y consumo de los productos de la industria cultural como un problema que atraviesa la lógica de subsunción de la experiencia del sujeto moderno. Pues, más allá de las críticas de Baran y Sweezy al capitalismo monopolista, persisten en la nueva economía de la atención ciertos patrones formales de las mercancías mediatizadas que remiten a prácticas culturales y a procesos de captura y organización de la experiencia espaciotemporal (topoi) de los públicos que, hoy por hoy, validarían algunas consideraciones, antaño descartadas, de Dallas Smythe.

De acuerdo con Guattari, el capitalismo mundial integrado es resultado de la adaptación entre el capitalismo monopolista y formas eficientes de capitalismo de Estado que hoy integran nuevas modalidades de exclusión y explotación social en forma de red, basada en el control de los flujos de información, energías, sujetos y mercancías, además de capitales. La semiotización no se limita a la financiación, sino al conjunto de las relaciones culturales. «En este capitalismo semiótico, la dominación del poder, la capacidad de concentrar la visión en el espectáculo elegido, es más importante que la dimensión del beneficio, que sólo interviene como beneficio secundario del sistema» (Guattari, 2004, p. 27).

De Dallas Smythe a Vincent Mosco, de H. I. Schiller y Graham Murdock a Robert McChesney, la economía política de la comunicación (EPC) ha demostrado, trascendiendo las hipótesis de partida del legado de Marx, que más allá del ciclo de acumulación capitalista, en toda mediación el fetichismo de la mercancía opera de forma múltiple y compleja, lo que nos obliga a repensar las formas materiales de mediación de los bienes simbólicos desde diversas aproximaciones teóricas. Así, por ejemplo, la genealogía del saber comunicacional como ciencia, a partir de la cibernética y la teoría matemática de la comunicación, demuestra que no hay mediación sin pro-ducción, que toda actividad creativa viene predeterminada por un trabajo de transformación, pero que si bien existe la determinación también el azar y el ruido son consustanciales a toda información, por lo que la producción cultural debe ser considerada una actividad relativamente autónoma y, como objeto de estudio, un universo problemático pleno de matices y singularidades en tanto que mercancía doblemente determinada, si hemos de procurar comprender las tensiones y derivas de la sociedad en su conjunto, más aún a partir de la revolución cientificotécnica. Pues, con la progresiva integración global y la convergencia de las nuevas tecnologías electrónicas y el conjunto de las actividades sociales en torno a los modos de valorización capitalista en el campo de la comunicación y la cultura, han proliferado, especialmente en las dos últimas décadas, los espacios de reproducción económica con el desarrollo de nuevas formas de industrialización y comercialización del trabajo creativo, y de la esfera simbólica en general, que, como consecuencia, está alterando la lógica de reproducción ampliada y, desde luego, las condiciones materiales de socialización y expresión cultural definiendo complejos ecosistemas y tramas de sentido en la vida social. Pero la naturaleza de los cambios en curso no sólo imprime nuevas condiciones y exigencias problemáticas a la comunicología. La conciencia del papel desempeñado por la información y la industria de la cultura ha llevado a la teoría económica a un replanteamiento de su propio objeto de estudio, desplazando la concepción neoclásica por una perspectiva informacional de los procesos de producción e intercambio, en virtud básicamente de la constatación de la elevada capacidad de producción de plusvalía y la acumulación intensiva de capital de este sector, superada la fase inicial de teorización de la variable informativa como factor de regulación de los mercados. La constatación de la preponderancia de los bienes y servicios de información y conocimiento en la economía capitalista confirma así la hipótesis avanzada por Marx sobre la función mediadora del saber abstracto en el incremento de la productividad, concebido el «intelecto general» como fuerza directamente determinante del modelo de desarrollo tardocapitalista. Ahora bien, la mera confirmación de esta idea se antoja a todas luces insuficiente, considerando la naturaleza de los problemas y tendencias sociales que se vislumbra en el horizonte histórico, ya que si bien tal avance representa un importante giro en el cuestionamiento de los problemas culturales y civilizatorios de la modernidad, al mismo tiempo persisten viejos problemas de conceptualización en la ciencia económica a la hora de tratar de dominar y concebir las lógicas de innovación y transformación productiva que están asociadas a la dimensión potencial y subjetiva de la actividad creativa. Un claro ejemplo, en el actual contexto histórico, de las paradojas del nuevo modelo de mediación es el problema de la cuantificación del tiempo de trabajo socialmente necesario en un momento en que la colonización ilimitada de los mundos de vida trasciende el ámbito identificado por la modernidad, en el tiempo y el espacio, de la producción como base de cálculo del precio de las mercancías. Una teoría materialista de la comunicación y la cultura ha de partir, sin lugar a dudas, de la constatación de tales evidencias, confrontando, como lo hace nuestro autor, el problema de la biopolítica contemporánea. O, como sugiere el profesor Martín Serrano, avanzando una fundamentación teórica de las ciencias de la comunicación como un ámbito problemático de estudio del orden de la naturaleza y de la cultura (Martín Serrano, 2007). Y dado que la ley de la necesidad es resultado, en nuestra naturaleza, de una determinación de lo social, es preciso abordar toda teoría general de la mediación cuestionando la dialéctica de la cooperación y la competencia que se despliega en el universo de referencia. Éste, y no otro, es el verdadero principio y resultado de un programa crítico de la dialéctica de la mediación, éste, y no otro, es el alfa y omega de la EPC como programa científico, cuyo despliegue y exposición puede encontrar el lector ampliamente explorado en las siguientes páginas con magisterio y clara voluntad antagonista.

En la historia de las teorías de la comunicación, existen dos grandes tradiciones científicas: por una parte, aquella que se centra en la preponderancia y dominio de los textos y los medios, en virtud de la lógica de centralización y organización productiva de la industria cultural, definida como tal a partir de la escuela de Frankfurt; y otra que, por el contrario, piensa la mediación como un proceso distributivo centrado en las audiencias como eje de articulación y estructura agente del sistema comunicacional. Como puede colegirse de lo expuesto hasta aquí, la primera correspondería, lógicamente, a una visión más estructural y dinámica, la propia de la EPC, una tradición investigadora que hoy día se antoja, más que pertinente, relevante para el análisis de las complejas lógicas de organización de la llamada sociedad de la información y/o del conocimiento en la era de las industrias creativas, pues el enfoque de la EPC conecta o religa lo histórico y social con el dominio de la naturaleza, a la hora de comprender las prácticas y lógicas concretas, singulares, que están en la base de las formas de desarrollo contemporáneo de la llamada economía de la innovación. En palabras de Douglas Kellner, la política y la economía como punto de partida para el estudio de la comunicación significa que la producción y distribución de la cultura tiene lugar en un sistema económico particular, en una forma de producción y reproducción social específica (Kellner, 1997).

El estudio de la economía del campo inmaterial de la información y de la cultura cobra así, en nuestro tiempo, una función estratégica con relación a los procesos de desarrollo y crecimiento económico, así como en la actual configuración de lo que, vinculado al proceso de globalización, algunos autores han convenido denominar «economía-mundo», como nueva etapa del modo de producción y acumulación de capital, a partir de las transformaciones iniciadas con la revolución científico-técnica y las políticas de investigación y desarrollo (I+D) en los años setenta del pasado siglo xx, que hoy actualizan nuevas problemáticas en la investigación crítica sobre la mediación como la subsunción del trabajo intelectual.

En la medida que el capitalismo y la revolución industrial han alcanzado un desarrollo maduro, la creación de riqueza efectiva depende menos del tiempo de trabajo y cobra mayor importancia la influencia del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología aplicada a la producción, la mediación cognitiva se torna directamente productiva al tiempo que socialmente problemática:

En el circuito productivo del capitalismo industrial, el trabajo genera conocimiento y el conocimiento a su vez, genera valor. De este modo el capital, para valorizarse, no sólo debe subsumir —con arreglo a términos marxistas— el trabajo vivo, sino también el conocimiento que genera y que pone en el circuito. Ahí residen precisamente las dificultades de esta subsunción, que impiden reducir de manera simple el conocimiento a capital y que, por consiguiente, dan sentido a la idea de capitalismo cognitivo (Moulier Boutang, 2004: 100).

Al tiempo que el trabajo y la sociedad son atravesados por las redes telemáticas, esto es, en la medida que se informatizan y hacen inteligentes las formas de organización y relación social, la captura del trabajo inmaterial es determinante en el proceso de desarrollo, no tanto cuantitativa como cualitativamente, pues su función vectorial es estratégica, no ya como salida a la crisis de acumulación de capital a través de la modernización tecnológica, sino en tanto que gobierno y disciplina de las formas de autonomía y cooperación social del trabajo vivo. Tres historias conexas, explica el profesor Coriat, convergen para convertir, por ejemplo, la electrónica en eje articulador de la producción posfordista: la disciplina y organización del trabajo; en segundo lugar, las estrategias de valorización de los capitales, y, finalmente, el desarrollo cientificotécnico.

En definitiva, asistimos, como en su momento describiera Gramsci a propósito del fordismo-taylorismo, a un proceso de metamorfosis ydisciplinamientodel trabajo, cuyas condiciones y regulación hoy se centran en el campo comunicológico y en el factor subjetivo de la pro­ducción. La centralidad de esta dimensión subjetiva responde, en realidad, a la subsunción social de la vida en su conjunto por el capital. El hombre mismo, dirá Marx, pasa a ser el capital fijo más valioso del proceso de producción, y su actividad creativa la base y posibilidad misma de desarrollo y sostenibilidad del capitalismo. En la llamada por Gramsci «revolución americana», el filósofo italiano observa la organización científica del trabajo como un sistema de transformación autoritaria del proceso de producción que altera significativamente la relación existente entre las condiciones domésticas y la lógica del mercado en la reconstitución de la fuerza de traba­jo y, en suma, del proceso de valorización capitalista, por medio del control físico y mental. Hoy, en cambio, la noción de desarrollo sostenible y la producción flexible e informada presuponen un modelo constituyente de regulación social «democrático» y cooperante. Esto es, la reconstitución posfordista del trabajo se traduce en el estímulo de la productividad humana por medio de los programas de información y comunicación interna, que adaptan y actualizan la cultura corporativa de la empresa en virtud de las demandas aleatorias del mercado, al tiempo que se amplía la explotación intensiva de las formas culturales, el régimen de producción de esosnúcleos de fantasía, del imaginario, acelerando, en fin, los procesos de intercambio simbólico, colonizando los mundos de vida y de relación social, y promoviendo redes de interacción y conocimiento compartidas, primero a nivel del consumo, y en segundo término desde el punto de vista de la producción.

En este nuevo escenario, la cuestión es cómo el pensamiento y la teoría crítica pueden articular, en un tiempo de colonización de la ciencia, un discurso y pensar «otro» que religue y actualice la potencia intempestiva de la teoría como praxis emancipadora y que, en nuestro caso, contribuya a un diagnóstico y transformación radical del universo de la comunicación, fundando las bases de una nueva mirada crítica en el contexto general de informatización y colonización de los espacios de vida y de agudización de las desigualdades y de la división internacional del trabajo intelectual. Problema que sitúa en el centro del debate las discusiones sobre la naturaleza del llamado capitalismo cognitivo y la función del trabajo inmaterial que, con buen criterio, el autor incorpora como novedad con respecto a la edición originaria en portugués de su tesis de doctorado.

La contribución original del presente libro a la EPC radica justamente en este empeño, en la voluntad de apertura e invitación a un diálogo productivo de la escuela crítica de la economía política de la comunicación con problemas y procesos fundamentales de mediación que, en parte, han venido abordando desde el giro lingüístico de los ochenta los estudios culturales a partir de los análisis sobre el consumo de la industria cultural. Ahora, este diálogo hoy por hoy no es posible sin asumir radicalmente, dada la naturaleza y conflictividad del momento histórico que vivimos, la idea matriz original del profesor Bolaño, a saber: la EPC debe ser redefinida como economía política del conocimiento y más allá aún, nos atreveríamos a afirmar, como economía política del archivo. Sólo así es posible deconstruir las formas contemporáneas de dominio del poder simbólico. Pues, de acuerdo con Bourdieu, las formas vigentes de captura y apropiación del capital que atraviesan y colonizan los diferentes tipos de relación, el lenguaje y los afectos de la cultura-red y el modo de producción posfordista inauguran, en el campo de la comunicación sobremanera, sistemas complejos, abiertos y heterotópicos que requieren nuevos abordajes científicos. El rediseño acelerado de las formas y narrativas transmediales, la extensión identificativa de las marcas en el mercado, los interfaz y realidad aumentada de la mediación digital, y sus nuevos objetos de referencia, actualizan, de hecho, las formas de dominio del habitus y de apropiación de los códigos culturales, manteniendo ciertos patrones estéticos normalizados, como sucede en Brasil por ejemplo con el grupo Globo, que dan lugar a procesos de localización y acomodación temporal diferentes, complejos y originales.

Las tendencias imperantes en la industria de la cultura requieren, en este sentido, trabajos de investigación como este, serios y con suficiente amplitud de miras, capaces de observar y describir, dentro y fuera de las fronteras nacionales, la vinculación entre Estado, mercado y corporaciones multimedia con relación a las formas de cooperación y trabajo de apropiación creativa de losprosumidores,atendiendo tanto los procesos de concentración industrial, las políticas públicas y el desarrollo económico, de forma integral y conectada, como, claro está, la propia sociogénesis de la práctica teórica, a fin de generar mayor poder de reflexividad sobre las nuevas formas, dispositivos e interplanos del poder politicoideológico en el campo de la comunicación y la cultura, de cara al diseño de alternativas posibles y deseables de control democrático de la información y del conocimiento.

La conexión entre los aspectos culturales y comunicativos, los tecnológicos y económicos, y los politicoinformativos y tecnoestéticos contribuye así a una comprensión global de la interrelación existente entre los diferentes niveles de mediación y acción social, más que opor­tuna necesaria, ante las dimensiones y alcance del campo de las trans­formaciones socioculturales que estamos experimentando. Y es que la principal diferencia del método materialista histórico en momentos de crisis y transformaciones estructurales como la impulsada por la revolución digital es la construcción del conocimiento y la teoría social desde la realidad social concreta, desde las propias especificidades históricas y singulares, en el entendimiento de que el modo de concebir e interpretar el mundo debe adaptarse a su configuración, cambiando en cada momento histórico y contribuyendo, obviamente, a su transformación. Cada realidad necesita su teoría, pues conforme la historia avanza y la realidad social cambia, nuestro conocimiento del mundo no puede permanecer inalterable. El método y la sustancia, la forma y el contenido del conocimiento deben guardar correspondencia. Hoy por ello la economía política de la comunicación debe replantear sus fundamentos para comprender en su totalidad la hegemonía de la producción inmaterial que, cualitativamente, está transformando la economía, las formas de vida, y desde luego la propia comunicación y la cultura.

Concebida como economía política del conocimiento, hemos de tratar de pensar la relación entre trabajo y valor a partir del reconocimiento del carácter común y colectivo de toda producción inmaterial. Más aun cuando el trabajo y el valor se han hecho biopolíticos, en el sentido de que vivir y producir tienden a hacerse indistinguibles. En tanto que la vida se inclina a quedar completamente absorbida por actos de producción y reproducción, la vida social misma —advierte Negri— se convierte en una máquina productiva. La constatación de esta idea exige, en lógica correspondencia, una reformulación de nuestra perspectiva de estudio, tal y como en parte propone la presente obra, con el mérito además, añadiríamos nosotros, de plantear una lectura original desde el Sur que nos interpela en la actual coyuntura histórica que atraviesa Europa. Pues, de acuerdo con Mattelart, la crítica teórica enunciada desde la subalternidad impugna la ley del intercambio desigual por la cual los estudios en comunicación realizados en los llamados países periféricos reciben muy poca atención en los centros de producción y hegemonía del capital. Cuando una propuesta de lectura como esta se formula en los márgenes, cuando la investigación se sitúa en el borde, tanto del pensamiento comunicológico dominante como de las fronteras y circuitos de intercambio del capital, las armas de la crítica y la crítica de las armas alcanzan su mejor expresión. Por ello, más allá y más acá de Marx, el profesor Bolaño trasciende los límites convencionales del modelo economicista de la vulgata al uso en las teorías del control social de la comunicación, para explicar la realización de la lógica del valor y el fetichismo de la mercancía desde una definición materialista de la información, en lo que sin duda constituye una crítica del pensamiento estratégico que actualiza los avances de la escuela francesa de Grenoble, de las aportaciones españolas de autores como Ramón Zallo pero sobre todo de los aprendizajes de la teoría de la dependencia, desplegando de este modo, como resultado, una nueva lucha epistemológica desde la legitimidad de la voluntad de autonomía e independencia como principal baluarte de la tradición del pensamiento latinoamericano y su epistemología crítica hibridada.

No de otro modo se podría formular y renovar el campo de los estudios en EPC sino desde el recuerdo y la lectura vivificada de esta escuela crítica de pensamiento que tanto alentó los enriquecedores debates y aportaciones del NOMIC y las políticas nacionales de comunicación, y que aún después, pese a las derrotas y los diversos fracasos de los gobiernos populares, habrían de mantener encendida la llama inspiradora del Espíritu McBride en la región, activando el movimiento colectivo del pensamiento crítico latinoamericano a fin de dar continuidad, tras la cesura de dos décadas de neoliberalismo, a la genealogía olvidada del pensamiento crítico.

En este trabajo de traducción y recuperación de la agenda, la práctica teórica del profesor César Bolaño ha sido sin duda determinante, tanto en Brasil al frente de OBSCOM y Eptic on Line, como a nivel regional a través del grupo de trabajo de ALAIC y las redes de cooperación que alumbrarían en Sevilla, pocos años después, el nacimiento de la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura (ULEPICC). El presente libro es, de algún modo, deudor de esta memoria y saber de las luchas epistemológicas y politicoculturales que han marcado la historia reciente de la región, y tiene el mérito de apuntar nuevas y productivas lecturas emancipadoras, en la medida que proyecta hacia el futuro la caja de herramientas necesaria para una teoría crítica de la comunicación. En primer lugar, porque no renuncia a la perspectiva de «larga duración» (Mattelart, 2011: 10). Y ello tratando, naturalmente, de superar las lecturas distributivas de la sociedad global, centradas en la circulación acelerada de valores simbólicos y mercancías, para atender, como criticara Marx, los sistemas de producción, desde una visión global de los problemas y procesos sociohistóricos que marcan hoy el modo de producción informada, en un momento de progresiva interconexión y convergencia de los diversos espacios y realidades humanas caracterís­tica del capitalismo cognitivo. Pues, justamente, es la necesidad de trascender la tradicional fragmentación y compartimentación de la realidad por el conocimiento científico positivo la que sitúa en una posición privilegiada a la crítica filosófica, política y teórica de la economía política de la comunicación frente al conocimiento instrumental que inspira no sólo el funcionalismo sociológico de la Mass Communication Research y sus epígonos contemporáneos de la teoría social de la información, sino también la pretendida interpretación de apertura de los estudios culturales que, en el campo de nuestro estudio y más aun en estos momentos y desde el Sur, reproducen por lo general la tendencia al aislamiento de la experiencia histórica y de los condicionamientos politicoideológicos sobre los que se proyecta todo proceso de trabajo intelectual, convirtiendo así la crítica teórica en, como irónicamente apunta Eagleton, retórica e ilusionismo posmoderno. En este sentido, la lógica transversal de análisis de los procesos informativos contemporáneos como base de los sistemas de valor del nuevo modelo de regulación social no sólo rompe las fronteras y los sistemas de representación social, sino que además hace visible las contradicciones sociales que traslucen los discursos científicos y las políticas públicas que articulan el proceso de cambio acelerado de la posmodernidad.

Para que estas contradicciones sean dialécticamente productivas, parece conveniente, en la actual crisis y marginalidad de los estudios economicopolíticos o, genéricamente, criticomaterialistas de la comunicación, un análisis genealógico de reconstrucción histórica, a modo de retrospección disciplinaria, que haga comprensible las contradictorias condiciones sociales, académicas y politicoculturales que determinan el alcance del pensamiento emancipador en comunicación desde el punto de vista de los temas, métodos, problemas y saber social acumulado sobre la mediación. Este reto de reconstrucción histórica de la formación de nuestros objetos de conocimiento se nos antoja especialmente relevante en regiones culturales como Latinoamérica, precisamente por su situación periférica en el sistema global de información. La mirada excéntrica y excluida de la teoría crítica latinoamericana es la que mejor puede favorecer la reconstrucción de las lógicasincluyentesde la sociedad global, haciendo explícitos, discursivamente y en la práctica cultural, las reglas, formas de control y dispositivos reguladores del modelo dominante de globalización informativa, no sólo a nivel de las industrias de la conciencia, sino más allá aún respecto a las lógicas de producción del conocimiento comunicacional que determina la actual división internacional del trabajo intelectual. Máxime si consideramos que el campo de la producción, circulación y consumo acelerado de mercancías culturales, pero también el de la producción mediatizada de la vida, de los procesos biológicos y cognitivos, constituyen el núcleo de control y desarrollo de la sociedad global y de sus asimetrías. De modo que el estudio de los problemas convencionales de la economía política de la comunicación no pueden ya circunscribirse a la dimensión social de la comunicación, sino que han de tratar de concebir y religar tales procesos socioculturales con la producción industrial de las mentes y los cuerpos en el trabajo humano (en un sentido antropológico) y el problema estratégico del conocimiento en la valorización y reproducción de la vida social y humana.

Como aportación teórica original, el trabajo del profesor Bolaño puede ayudar a clarificar no sólo la lógica y evolución de la industria telemática en el contexto de la construcción de la sociedad global de la información, sino además el propio objeto de estudio, la problemática y las posibles respuestas que necesariamente deben ser alentadas, interdisciplinariamente, en las ciencias de la comunicación, la economía, la política y la sociología de la cultura, con relación a los procesos de convergencia del sector de la comunicación y las llamadas industrias creativas. Y ofrece al lector una importante aportación que, desde el Sur y para el Sur, contribuye a ir cegando y definiendo las condiciones de la visión del agujero negro del marxismo en la definición de una nueva teoría crítica de la comunicación capaz de movilizar el conocimiento colectivo y transformar el campo integrado de la comunicación y la cultura.

En la guerra epistemológica que se perfila en medio de la crisis y cuestionamiento de los espectros de Marx, tal contribución y empeño no es poca cosa.

FranciscoSierraCaballero

Prefacio a la edición brasileña

«Las comunicaciones son el agujero negro del marxismo occidental.» Suprimamos el «occidental», sea en su denotación geográfica, sea en su connotación filosófico-académica, y esta frase de Dallas Smythe, que César Bolaño cita más adelante, resume la dimensión del problema que nuestro autor se propuso enfrentar. El marxismo, occidental o no, aún está en búsqueda de una teoría y de una práctica sobre el papel, las funciones, las implicaciones de las comunicaciones, en las sociedades capitalistas contemporáneas.

No es que falten autores marxistas o influidos por el marxismo que discutan las comunicaciones. Y este libro los examina casi todos. Pero falta, sobre todo en aquellos autores que solemos considerar más influyentes, e incluso paradigmáticos, la comprensión del papel productivo de las comunicaciones —el análisis de las comunicaciones como locus de producción de valor. Es que una lectura simplista de El capital— que hasta parece casi sólo limitada al libro I, acaba por li­mitar el proceso de generación de valor y plusvalía, a la producción material fabril, remitiendo todas las múltiples otras actividades desarrolladas por el capital a lo largo del siglo xx, al terreno de la «superes­tructura», o al del «trabajo improductivo». Las comunicaciones serán así explicadas, en lo esencial, o por sus funciones «ideológicas» (por lo demás, innegables), o por alguna necesidad capitalista, casi irracional, de aplicar, o dilapidar, «recursos excedentes», en lo que se asemejarían a los gastos militares. En la mejor de las hipótesis, las comunicaciones servirán para una especie de reproducción ampliada de la fuerza de trabajo, aprisionándola a un ocio tan pobre y repetitivo, como la pobreza y monotonía del día-a-día en el trabajo, conforme establecieron Adorno y Horkheimer en sus estudios seminales sobre la industria cultural.

Sin necesariamente contestar de todo esas teorías, Bolaño va mucho más allá de ellas, o mejor, va mucho más al fondo. La industria cultural puede hasta cumplir aquellas funciones tan agudamente acusadas por todos sus críticos y tan divulgada en nuestros cursos de Comunicación Social y de Sociología, pero su lugar en la sociedad capitalista es estructural. El punto de partida para reconocer esto, es el propio Marx, pero el Marx de los libros II y III, en los cuales desciende de la conceptuación abstracta para el examen concreto del movimiento del capital, aunque, claro, manteniendo su análisis iluminado por la lógica desvelada en el libro I. Las comunicaciones surgen ahí como un momento esencial para la realización de un valor apenas introducido en la forma material de la mercancía. La mercancía necesita ser vendida. Y el dinero, así obtenido, necesita ser remitido de vuelta a los bolsillos del capitalista. Sólo después de concluidos todos los movimientos y metamorfosis propios de la circulación, el ciclo de acumulación estará completo, y el capital habrá crecido.

Marx describió este ciclo, lo examinó en los transportes y en las actividades de comercio y bancarias, pero no podía, todavía, tratarlo en aquello que parecía no pasar de «mero» transporte de la información. En su tiempo, además del milenario correo y de la quicentenaria prensa, todo lo que se sabía en cuanto a las posibilidades de registro y transporte de la información, estaba reducido al entonces recién nacido telégrafo eléctrico. Pero ya fuera por medio del transporte de mercancías, ya fuera por medio del transporte de la información, el desarrollo de las tecnologías y los medios adecuados sería esencial para acortar los tiempos de una circulación que ya comenzaba a extenderse a las dimensiones del mundo. «Anular el espacio por medio del tiempo, esto es, reducir al mínimo el tiempo gastado en el movimiento de un lugar hacia otro», como sentenció Marx, y nos recuerda Bolaño, vendría a ser un problema crucial para el capital, a lo largo de su evolución histórica.

Éste es uno de los puntos de partida de nuestro autor. El otro está aún más camuflado en el pensamiento de Marx: el cambio de mercancías no puede realizarse sin alguna buena conversación. La comunicación es una presuposición del cambio, y la publicidad, en el sentido de tornar público, es una necesidad del mercader. Marx, de hecho, no se ocupa de este aspecto, como hecho económico, pero nada nos autoriza a afirmar que lo ignora. Intercambiar información (sobre precios, medidas, calidades del producto, etc.) es necesario para el cambio de mercancías y, en este preciso momento, la información se torna también un vector de acumulación. O sea, el intercambio de información pasa a servir a los intereses privados, haciendo del acto comunicativo un acto subordinado al actuar estratégico, en el sentido de Habermas. El pensamiento de Habermas no podría estar ausente de este libro, pero su autor, después de extraer del teórico alemán su agudo análisis crítico a la disolución de la esfera pública burguesa, no dejará de registrar las diferencias entre el primero y el segundo Habermas, en el cual «el lenguaje marxista del libro de 1961 (Cambios estructurales en la esfera pública), la idea de desenmascaramiento, la crítica a la disolución de fronteras entre la esfera pública y el Estado, todo eso cede lugar (en Teoría de la acción comunicativa) a aquella visión del proceso de desarrollo con base en la oposición entre integración sistémica e integración social, en que la primera se sobrepone a la segunda, redundando en la aparición de “patologías de la comunicación”».

El problema no es médico, es económico e histórico... Bajo el capitalismo, la información necesaria a los negocios privados es también una información privada, privadamente producida y apropiada. Aquí, Bolaño comienza a traernos hacia el mundo del trabajo y de la valorización, dentro del cual circula la información necesaria para la producción y realización de mercancías, pero en la forma que interesa a los objetivos de acumulación, por tanto, bajo el comando y el control de la clase de funcionarios del capital. Ésta es una información centralizada, jerarquizada, verticalizada, que, muchas veces, también puede ser mercantilizada (en la forma de tecnología, por ejemplo). Para Bolaño, se trata de una información de clase.

Es una información, sin embargo, que, al menos en parte y en las formas adecuadas, necesita tornarse pública, por la propia necesidad de los negocios. Aquí, en las condiciones mundializadas del capitalismo avanzado, intervienen los medios de comunicación y de difusión, desarrollados a lo largo del siglo xx. La radio, más tarde la televisión y, hoy en día, Internet, parecen poner la información democráticamente al alcance de todos —y así daría razón a la «utopía liberal de Lyotard» y demás «posmodernos». Pero esta información de masas sólo oculta las determinaciones de clase, bajo las cuales se da su efectiva producción. Sólo en la apariencia, pues, es democrática.

César Bolaño, así, nos introduce en la discusión por su comienzo, esto es, dirigiéndonos hacia la necesidad de problematizar el fenómeno de la información y, de ahí, construyendo algunos conceptos básicos que ya nos permiten deshacer muchas ilusiones corrientes, sobre todo en el campo de la izquierda (donde se presume encontrar la mayor parte de los posibles lectores de este libro) sobre esa aparente libertad de acceso a la información que nos estarían prometiendo las nuevas tecnologías y sus nuevos modelos regulatorios, llamados «competitivos». La cuestión de la democracia en los medios de comunicación no se resuelve en su apariencia liberal, como tampoco se resolvía en su anterior apariencia pública. De ahí que, remitiéndonos a un asunto del momento, da lo mismo si Internet va a ser gratis o no, conforme nos estaría prometiendo un movimiento reciente de grandes proveedores de acceso, por medio de masiva publicidad en los periódicos y en la televisión. Aunque éste no sea un tema directamente abordado en este libro, puede ser directamente entendido desde él, pues lo que interesa a un estudio crítico de las comunicaciones son las condiciones de su producción en tanto proceso de trabajo y de expropiación, igual a cualquier otro proceso capitalista de trabajo. Este proceso de producción y apropiación de la información y de sus recursos de comunicación, a pesar de su más absoluta importancia en el capitalismo contemporáneo, ha sido, sin embargo, muy poco estudiado teóricamente y casi nada elaborado políticamente. En Brasil, de hecho, es aún menos estudiado y nada elaborado. La postura distante, desligada, cuando no cómplice, de la mayor parte de nuestros liderazgos políticos e intelectuales a lo largo del reciente e hiperautoritario proceso de despublicización y desnacionalización del Sistema Telebrás, lo atestigua. En este nuestro ambiente, el libro de Bolaño no viene sólo a llenar una laguna, sino al campo entero.

La cuestión central en la cual debe concentrarse una economía política de la comunicación y de la cultura es la cuestión del trabajo. Durante muchas décadas, el marxismo tergiversó este problema, o lo redujo a la categoría fácil de «trabajo improductivo», en la senda de la pareja Sweezy y Baran, cuyo pensamiento, tan influyente en los años sesenta, es revisado y revalidado en este libro. Sólo a finales de la década de los setenta, casi entrando en los ochenta, aparecen, en Europa, los primeros estudios sobre la industria cultural y los medios de comunicación, que escapaban a los abordajes superestructurales e ideológicos. No por azar, esos estudios coinciden con los primeros movimientos de quiebra de los tradicionales monopolios llamados públicos en la telefonía y la radiodifusión europeas. Son libros, artículos y autores, en su mayoría poco conocidos, o discutidos, en los medios académicos brasileños, hoy en día sometidos, como todo lo demás, a la fuerte y empobrecedora (en el sentido material e intelectual) colonización estadounidense. Mediante reseñas críticas consistentes, Bolaño nos presenta investigadores como André Granou, A. Huet y sus compañeros del Grupo de Grenoble, Patrice Flichy, Ramón Zallo, Dallas Smythe, a los cuales añade los brasileños Alain Herscovici (nacido en Francia), Maria Arminda do Nascimento Arruda y otros más. Él nos ofrece, a lo largo de tres magníficos capítulos, toda la historia intelectual y también las críticas y contracríticas que marcan el estadio actual en que se encuentra la economía política de la cultura.

De escalón en escalón, esos autores intentaron entender la naturaleza del trabajo que se realiza en la industria cultural y, por extensión, en la televisión y otros medios de comunicación de masas. Decretan, posteriormente, que el producto de la industria cultural es una mercancía y debe ser examinado como tal. Si es una mercancía, habrá un trabajo que la produce y valora. Si hay trabajo, debe tratarse, en los términos de Marx, de trabajo concreto y trabajo abstracto, trabajo productor de valores de uso y trabajo productor de valor de cambio.

Y aquí comienzan los problemas. Intuitiva y empíricamente, cada autor comienza a percibir la dificultad de aplicar el concepto de trabajo abstracto a actividades realizadas por artistas, escritores y otros productores culturales, incluso cuando son asalariados. Estos trabajos parecen seguir guardando fuerte semejanza, en sus prácticas y resultados, con los de los artistas, antes de llegar el arte a los tiempos de su replicabilidad técnica, de acuerdo con el concepto famoso de Benjamin. Se erige en consenso que el trabajo movilizado y ocupado por la industria cultural es, en su esencia, trabajo concreto. Algunos autores le dirán «trabajo artístico»; otros, «trabajo creativo». Como tal, produce valores de uso. Pero ¿dónde estará el valor de cambio?

La respuesta necesitaría pasar por la caracterización de la propia mercancía ahí producida. Decir que se trata del programa, del servicio, de los materiales editados (libros, discos, películas) sería casi tautológico. El gran hallazgo sugerido por Smythe es la audiencia en tanto mercancía. La empresa capitalista de comunicaciones, por medio del trabajo de sus artistas, periodistas, comunicadores, produce una audiencia que, descrita en términos cuantitativos abstractos, negocia con los anunciantes y sus agentes publicitarios. ¿A que precio?

De nuevo, el viejo problema de la conversión, ahora aún más complicado, pues el trabajo que produjo esa mercancía fue trabajo concreto no reductible, en principio, o sólo parcialmente, a trabajo abstracto o trabajo social medio, cuantitativamente mensurable.

Es donde emerge la contribución brasilera de César Bolaño. Por intermedio de Herscovici él trae a la discusión económica el concepto de valor simbólico, formulado inicialmente por Pierre Bourdieu. El artista produce un valor simbólico que captura audiencias, en función de factores culturales y psicológicos, permitiendo así a las unidades de capital integradas en la industria cultural disputar y ganar el mercado. El trabajo concreto en la industria cultural genera, pues, una mercancía de doble carácter, sostiene nuestro autor: el propio programa, u otros contenidos que la industria cultural divulga; y la audiencia, que cada capital individual logra capturar y, así, negociar. El valor de uso del trabajo artístico es un valor simbólico, que ganará valor de mercado o valor económico, por la dimensión de la audiencia que haya producido.

Viene de Marx esta noción de doble carácter de la mercancía, como valor de uso y valor de cambio, siendo aquél presupuesto de éste, siendo éste la realización económica de aquél. Percibiendo las dificultades para atribuir un valor de cambio al producto del trabajo artístico —dificultad reconocida, a esta altura, por toda la tradición ya afirmada, aunque reciente, de la economía política de la cultura— Bolaño reelabora aquella noción presentándonos la mercancía como un valor simbólico y un valor de audiencia. Pero solamente puede hacerlo introduciendo en esa discusión el análisis de la competencia, pero en su versión neoclásica, generando para sí mismo una dificultad que, además, no ignora y sabe enfrentar. Y es que la audiencia puede ser mercancía, no por la facultad de llegar a ser físicamente cambiada por alguna otra mercancía, sino, justamente al contrario, por su fidelización, o sea, por permanecer como «propiedad» de la unidad de capital que la ha producido. El anunciante paga por una audiencia que es continua siendo una especie de atributo exclusivo de la televisión, de la radio, del periódico, ahora de los portales de Internet, que la conquistaron. En otras palabras, en términos económicos, la conquista y fidelización de las audiencias construye barreras de entrada de los competidores en el mercado de una determinada unidad de capital. Luego, hace del mercado de la industria cultural un mercado especialmente oligopolizado, o realización máxima del capitalismo en su etapa monopolista. En esto el ejemplo de nuestra Red Globo es emblemático.

Este libro de César Bolaño, por los problemas teóricos que soluciona, parece llevar los estudios de economía política de la cultura a su frontera más avanzada en el presente momento. Teniendo por objeto la industria cultural y, más precisamente, la publicidad y los medios audiovisuales, nos muestra dónde están las dificultades teóricas (y políticas) para el tratamiento marxista de esas formas de capital, y nos provee, con rigor conceptual, de respuestas bien adecuadas. El pro­blema central es la caracterización del llamado «trabajo artístico», difícilmente reductible a trabajo abstracto. Pero este problema no se encierra en la industria cultural. Él es, en rigor, el problema de la caracterización del trabajo en todas las principales fuentes de acumulación del capitalismo contemporáneo, en las cuales la producción y realización de las mercancías no solamente depende del trabajo movilizado por la industria cultural, sino también de todo un ciclo de trabajo ligado a la investigación científica, al desarrollo tecnológico, a la elaboración mercadológica, a la gestión de la producción, etc. Todo eso es también trabajo creativo, por tanto, difícilmente reductible, también en los términos expuestos por Bolaño, a trabajo abstracto. El debate abierto en la economía política de la cultura puede extenderse a toda una rediscusión sobre la economía política de la información, aquí referida al meollo de los procesos de valorización, acumulación y apropiación del modo capitalista de producción en su presente etapa. Es del trabajo de buscar, procesar, registrar y comunicar información de lo que estamos hablando, sea éste realizado por el artista, sea por el cientista o por el ingeniero. Establecida esta reelaboración, ella nos conducirá también a la reconstrucción política de nuestros sueños y utopías por una sociedad más justa y democrática. Y es lo que este libro de César Bolaño, ignorando por completo el tono apologético seudocientífico que nos ha invadido, y también huyendo de los discursos fáciles de la moda mediática, está, en el fondo, desafiándonos a hacer, en cada una de sus líneas.

Río de Janeiro, abril de 2000

MarcosDantas

Nota introductoria a la edición en español

Desde su popularización, Internet se proclama por muchos como instrumento de integración mundial, dado su carácter descentralizador, presentándose, por consiguiente, con un extremo potencial democratizante y contra­hegemónico. Pero la expansión de la lógica del sistema capitalista a otros campos profesionales y vitales, tornándolos también redundantes e impregnados de técnica, conlleva en su esencia las contradicciones inherentes al capitalismo, que se reflejan en las asimetrías de capital político, económico y simbólico del que cada individuo o grupo dispone. Es el ejemplo más notable de la convergencia entre informática, telecomunicaciones y audiovisual haciendo parte del proceso de reestructuración del capitalismo global, iniciado con la crisis de los años setenta del siglo pasado. Es posible que no sea la última innovación entre las iniciadas con la aparición de la televisión segmentada, pero es ciertamente la más paradigmática evidencia del cambio crucial en la estructura del sistema global de las industrias culturales y de la comunicación.

La inclusión de un capítulo especialmente dedicado al tema, en esta edición, responde a una demanda de poner al día el marco teórico, buscando, con base en los desarrollos anteriores, lo que podemos llamar una crítica de la economía política de Internet. La cuestión de la convergencia informática/telecomunicaciones/audiovisual se ha tratado con base en referencias predominantemente empíricas que, si permiten avanzar concretamente en el conocimiento que se tiene hoy sobre el tema, no son suficientes para entender el proceso en su totalidad, como parte de un cambio estructural del capitalismo en el nivel global. De hecho, la referida convergencia remite a aquella, más general, información/comunicación/cultura cuyo abordaje exige un estudio de la industria cultural que la tome como elemento de mediación entre capital, Estado y masas, para lo cual el trabajo cultural desempeña un papel clave.

Ese mismo contorno teórico, desarrollado a lo largo de los capítulos uno a cinco de este libro, puede usarse, en el sentido más amplio, para aprehender el problema general de la subsunción del trabajo intelectual, como lo intenté en otras ocasiones (véase sobre todo Bolaño, 1995 y 2002), no sólo por el hecho obvio de que el trabajo cultural es una de las formas que aquel asume, sino también porque los dos llevan a cabo una función mediadora semejante, lo que apunta a un acercamiento en las formas de mediación que hace parte de la constitución actual de una nueva estructura de legitimación del sistema, con la invasión, por las tecnologías de la información y de la comunicación, no sólo del mundo del trabajo, sino de todas las esferas de la vida.

Cuando hablamos de Internet, estamos hablando de algo sustancialmente distinto de todas las innovaciones tecnológicas anteriores en el campo de la información y de la comunicación, debido a su carácter híbrido. No se trata de una nueva tecnología o de una nueva industria competitiva con las anteriores, sino del resultado del desarrollo de las nuevas tecnologías y de su interpenetración y expansión global, creando un nuevo espacio de acción y socialización en el ámbito mundial, una nueva ágora, la base para la constitución de una esfera pública global (Bolaño, 1997b), tanto más asimétrica y excluyente que la prevaleciente en el Estado liberal burgués predemocrático.

El desarrollo capitalista de nuestro siglo llevóa Internet, de la queya no se puede prescindir. No se trata de una nueva sociedad, de una sociedad de la información, sino del viejo capitalismo reorganizado, que exige el perfeccionamiento constante de los mecanismos de producción, almacenamiento y circulación de la información, tanto para acelerar la rotación del capital y, con eso, facilitar el proceso de acumulación, como para garantizar las condiciones de legitimidad de la dominación que ejerce sobre una masa cada vez mayor de la población mundial. Así, información y comunicación, en su forma capitalista, continúan sirviendo al capital, pero, ahora, de manera renovada, adecuada a las demandas de la modernización conservadora del fin del sigloxxy abriendo las puertas a su expansión eventual en el sigloxxi.

No es posible, en los límites de este libro, hacer un análisis en profundidad del problema general de la reestructuración productiva, como la que está en proceso en los textos arriba citados y en otros más recientes en los que tuve la oportunidad de trabajar la hipótesis de la subsunción del trabajo intelectual y de la intelectualización general de todos los procesos de trabajo convencionales y del consumo como elemento central de esta reestructuración, determinada, en primera instancia, por el desarrollo de la microelectrónica y de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) y, en última, por el paso, en el cambio de siglo, a un nuevo modo de regulación (o ausencia de un modo de regulación, como prefieren ciertos autores) del capitalismo, en el sentido de la escuela francesa de la regulación (Bolaño, 2003b).

Pero es posible y necesario abordar el problema, al menos desde el punto de vista de las transformaciones por las que pasan, en consecuencia, las industrias de la comunicación y de la cultura. Ése es el sentido de la inclusión del sexto capítulo, que vuelve a tomar todo el camino recorrido, de lo abstracto a lo concreto, a lo largo del libro, dándole nueva relevancia y amplitud, al mismo tiempo que reafirma la corrección y el alcance del marco teórico propuesto desde el principio.

Que quede claro: el marco teórico inicial, redactado en principios de la década de 1990, es correcto y sirve para el análisis de los cambios actuales, pero debió ser actualizado, con la crítica de la economía política de Internet —en el capítulo agregado a esta edición— porque la realidad del sistema hoy es distinta de la de aquel entonces. Se ha modificado, por cierto, en consecuencia de las tendencias señaladas en el momento y, más, sigue modificándose en este periodo de transición y de crisis estructural. Por eso, en las conclusiones de esta edición, he decidido volver a tomar una vez más, aunque muy brevemente, el mismo itinerario teórico de base, para hacer consideraciones sobre la más reciente de las innovaciones que la economía de la comunicación nos ofrece, la televisión digital terrestre.

De hecho, a diferencia del capítulo sexto, que se extiende sobre el tema de Internet y de la convergencia, desde el nivel más abstracto hasta lo descriptivo, pasando por la construcción de modelos analíticos coherentes con los expuestos en los capítulos anteriores, lo que he tratado de hacer en el post scriptum a las conclusiones fue desarrollar teóricamente el concepto de «plataforma digital», válido tanto para la televisión digital como para Internet. El estudio empírico sobre la televisión digital ya lo había hecho en otro libro (Bolaño y Brittos, 2007). Lo que me tocaba ahora era consolidar la articulación teórica del conjunto del libro, mostrando que la ruptura actual es, al mismo tiempo, consecuencia y refuerzo de las tendencias inmanentes de la producción capitalista. De paso, traté de proponer la recuperación del pensamiento de Foucault a la perspectiva marxista de la fragmentación del sujeto.

Presentación

Este trabajo comparte la tendencia, que se viene afirmando en Europa en los últimos años, de abordar la problemática de la comunicación y de la industria cultural con el instrumental de la teoría económica. En lo que se refiere a los análisis marxistas que adoptan ese punto de vista, ha sido común la crítica a los abordajes más antiguos de los medios de comunicación de masas, que los entendían fundamentalmente desde el punto de vista de la dominación política y de la reproducción ideológica. La economía de la comunicación y la cultura, en su vertiente crítica, al contrario, ha intentado indagar sobre las funciones de los medios en el propio proceso de acumulación de capital, con lo que prioriza, ora la problemática de la publicidad, ora la de los medios de comunicación de masas como locus privilegiado de la acumulación de capital en el actual estadio de desarrollo del capitalismo.

También comparto de esa perspectiva más reciente, lo que se refiere a las críticas levantadas sobre las insuficiencias de los abordajes políticos anteriores. No obstante, defiendo la necesidad de una comprensión del fenómeno de la industria cultural que dé cuenta, tanto de sus funciones en el proceso de acumulación de capital, como de las relacionadas con la reproducción ideológica del sistema. Pero eso significa que, dejando de lado las inconsistencias más o menos importantes de cada uno de los abordajes específicos, en el nivel teórico en que la problemática es habitualmente situada, no se puede hablar seriamente de dos alternativas generales de análisis, sino de dos perspectivas distintas y cuya complementariedad, sin ser inmediata, se sitúa como una posibilidad de ser definida en términos de regulación. Es con base en esa discusión como se puede extraer un cuadro de análisis.

Pero antes de llegar a eso es posible intentar, a un nivel más abstracto, la complementariedad esencial, que se opone a la no complementariedad aparente, entre dos lógicas distintas que determinan la necesidad de constitución de una instancia de mediación como la industria cultural —ladefinida por las exigencias del Estado y las derivadas de las necesidades del capital. Sostengo que eso es posible desplazando la discusión al nivel de la forma, como lo hicieran, en la explicación del Estado a partir del capital, Blanke, Jürgens y Kastendiek, siguiendo las pistas de Paschukanis y la discusión sobre el método de autores como Rodolskio Zélèny. Es básicamente esto lo que haré en el capítulo 1. En nuestro caso, sólo interesa definir, en ese nivel más elevado de abstracción, el concepto más simple y más general de información, tomando inicialmente la relación de intercambio como una acción comunicativa completa en el sentido de Habermas, para verificar enseguida lo que ocurre con el concepto cuando se considera la relación de capital. Con eso creo que es posible definir las diferentes formas de la información bajo el capitalismo y sus contradicciones, tanto en lo que se refiere a la relación mercantil, como a la relación de capital y al proceso de trabajo, así como a la competencia capitalista.

Para los intereses de este trabajo, es importante discutir mas específicamente las dos formas generales de información relacionadas con la comunicación de masas, a saber, la forma publicidad y la forma propaganda, cuyas contradicciones se relacionan, aunque no se confundan, con las contradicciones de intereses entre Estado y capital en lo que se refiere a la comunicación con las masas. A partir de ahí se puede volver a la cuestión de las funciones de la industria cultural en los procesos de acumulación de capital y de reproducción ideológica del sistema en los marcos del capitalismo monopolista, retornando así al nivel en que la cuestión es generalmente planteada.

Mas el desarrollo lógico del concepto de información y sus contradicciones es insuficiente para la particularización de la industria cultural, lo que exige un análisis histórico subsecuente ligado, entre otras cosas, a la discusión sobre la constitución de «modos de vida» adecuados a las diferentes necesidades de reproducción del sistema. Aunque un análisis histórico completo de la génesis y el desarrollo de la producción cultural capitalista no podrá hacerse de forma satisfactoria en los límites de este trabajo, serán explicados los temas generales y los momentos que me parecen más importantes para la referida particularización y que podrán ser eventualmente retomados de modo más sistemático en otro contexto. Interesa, además de eso, mostrar cómo las contradicciones de la información se materializan en el ca­pitalismo clásico, en aquello que Habermas llamó la «esfera pública burguesa».

El capítulo 2 tendrá como objetivo definir los elementos teórico-históricos necesarios para la completa particularización de la industria cultural, que representa la nueva forma de materialización de las contradicciones de la información en la situación histórica del capitalismo monopolista. En el capítulo 3, las principales corrientes marxistas que se dedicaron al tema serán clasificadas según el privilegio que dan a la función publicidad o a la función propaganda en la descripción de su objeto. En el capítulo 4 se hará una lectura crítica de la escuela francesa de la economía de la comunicación y de la cultura, y en el capítulo 5 trataré de proponer un cuadro de análisis alternativo que podrá servir como punto de partida para estudios empíricos.

Se trata de un modelo analítico de tipo regulacionista, cuya articulación, en términos epistemológicos, con la propuesta más general formulada en los dos primeros capítulos, está explicitada en Bolaño, 2003a. En el presente contexto sólo debo decir que la estrategia teórica adoptada ofrece un paso de la derivación a la regulación con base en la definición de la publicidad y de la propaganda como formas generales y contradictorias, inherentes a la información capitalista, que en el nivel de análisis de la competencia se constituyen en dos funciones globales, referidas a las diferencias de intereses del capital y del Estado capitalista en la comunicación de masas, exigiendo una discusión sobre el mecanismo que garantice su compatibilidad y la efectividad de ambos en relación, respectivamente, con proceso de acumulación de capital y de reproducción ideológica del sistema. Es con base en esa dinámica implícita función-regulación, como se montará, en el capítulo 5, un modelo analítico capaz de dar cuenta del estudio de casos concretos.

Pero una estrategia derivacionista, como la adoptada en inicio, sólo nos permite una aproximación al tema de la industria cultural con base en la perspectiva unidireccional de la determinación que sobre ella ejercen el Estado y el capital, de las funciones publicidad y propaganda. Mas para que el proceso de masificación se dé y la comunicación de clase aparezca efectivamente como comunicación de masas, la instancia de mediación debe responder también a las necesidades de tipo psicológico o psicosocial del propio público. Así, para utilizar los términos de Habermas, la industria cultural debe sustituir eficazmente mecanismos internos de reproducción simbólica del mundo de la vida, para poder colonizarlo a favor del capital y del Estado, garantizando así el trabajo de mediación para el cual existe.

Es interesante el hecho de que sea justamente esta consideración del tema de la mediación social el que permita explicar la importancia, en el cuadro teórico general aquí propuesto, de nuestra contribución a la economía de la comunicación y la cultura, especialmente con relación a la escuela francesa. Nuestro análisis también se preocupa esencialmente por esclarecer las especificidades del producto cultural, de los procesos de trabajo incluidos en él, de las formas específicas de valorización del capital en el sector, al mismo tiempo que evidencia la necesidad y la centralidad del análisis de la competencia, tema al cual esa escuela ha dedicado poca importancia. De hecho, son las estrategias competitivas de las empresas de televisión, por ejemplo, limitadas por su situación en una estructura dada de mercado, las que van a definir un patrón específico de producción cultural, el cual permitirá, a la vez, hacer el puente entre las estrategias competitivas de las empresas de lo que he venido llamando el «sector ampliado de bienes de consumo diferenciado» y las de «distinción», para citar a Bourdieu, del público y vender en el mercado anunciante una mercancía audiencia también diferenciada.

El mecanismo de mediación, constituido históricamente como «compromiso institucionalizado», para usar la expresión de la escuela de la regulación, capaz de resolver en su seno, de forma evidentemente provisoria, la contradicción publicidad-propaganda-programa, es la industria cultural, que surge con el capitalismo monopolista, pero que sólo aparece de forma completa, como sistema integrado, en la posguerra. En ese momento, se constituyen, por ejemplo, los dos modelos generales (comercial y de servicio público) de organización de los sistemas nacionales de televisión, lo que significa la adopción de dos soluciones distintas, históricamente determinadas, que resuelven, de alguna forma y por algún tiempo, las tensiones entre las necesidades de publicidad y de propaganda del sistema y entre los imperativos del Estado y los del capital en relación con la comunicación de masas. Estamos aquí de lleno en la dinámica regulación-crisis-regulación.

Desde el punto de vista del capital, la solución europea sólo es aceptable como solución provisional, en un momento en que importantes factores de orden político ponen los mecanismos de la propaganda como prioritarios, con relación a los de la publicidad, para el mantenimiento del equilibrio social y para el esfuerzo de reconstrucción nacional de la posguerra, hecho semejante al que ya había ocurrido anteriormente con la radio. Pero la perpetuación de ese tipo de organización limita la acción del capital, impidiendo, por un lado, el pleno desarrollo de los mecanismos de la publicidad, cruciales para el propio proceso de acumulación del capital bajo el capitalismo monopolista, y por otro, cerrando un campo de inversión crecientemente interesante para el gran capital en función de la propia importancia, en el capitalismo avanzado, de ese mecanismo de mediación fundamental que es la televisión.

Así, la discusión sobre la privatización es recurrente en el conjunto de los países europeos y ya en 1954 se establece el sistema mixto en Inglaterra, al mismo tiempo que, desde el inicio, la televisión privada de Luxemburgo representa una amenaza constante para la estabilidad de los sistemas estatales de sus países vecinos. Pero es a partir de los años setenta cuando la cuestión se torna dramática: la crisis económica, al socavar las bases del Welfare State, relanza el argumento neoliberal. Por otro lado, el desarrollo de las nuevas tecnologías de comunicación fragiliza constantemente los sistemas nacionales de televisión, en una situación de avance de la competencia internacional en ese sector que ya adquiría prioridad para el gran capital.

Agréguese a eso el hecho de que la propia sociedad civil, sobre todo a partir de los acontecimientos de Mayo del 68 en Francia, pasa a cuestionar de forma importante la acción del Estado en el sector, reduciéndose la legitimidad del sistema estatal, por lo menos de la forma como se había estructurado hasta entonces, principalmente en Francia y en Italia, evidenciando que, también bajo el capitalismo monopolista, existe una esfera pública actuante, constituida por una serie de instituciones como la educación pública, los sindicatos, los partidos políticos y las asociaciones de todo tipo, que reducen de forma significativa el poder de manipulación de los medios. Son todos estos factores los que, conjugados, van a dar inicio al gran debate sobre la reforma del sector audiovisual, que culminará con la constitución de un importante sector de mercado en los más importantes países europeos, revirtiendo la situación vigente en la posguerra.