Información de Argel - Miguel de Cervantes - E-Book

Información de Argel E-Book

Miguel de Cervantes

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Beschreibung

Un tanto perdida entre las obras cervantinas y más recordada que conocida, la "Información de Argel" es un documento fundamental para conocer el cautiverio norteafricano de Cervantes. Armado como un dosier con varias voces y manos, todos los textos permiten acercarse a la interesada estrategia cervantina de conformación de una identidad heroica a su regreso a España en el marco de una práctica habitual, así como una primera formulación de ciertos temas, que luego disfruta de nuevas modulaciones desde "La Galatea" hasta el "Persiles". De este modo, si se quiere, la "Información de Argel" se sitúa en el quicio entre la vida y la literatura.

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Seitenzahl: 377

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Miguel de Cervantes

Información de Argel

Edición de Adrián J. Sáez

Índice

INTRODUCCIÓN

La quiebra de una vida: el cautiverio de Cervantes

Razones de la Información de Argel

El hombre en el espejo: la construcción de una imagen

Cautivos de papel: autobiografía y ficción

Documentos hermanos

El texto, los textos

ESTA EDICIÓN

BIBLIOGRAFÍA

INFORMACIÓN DE ARGEL

TEXTOS HERMANOS

Información de Madrid (1578)

Certificación del duque de Sessa (1578)

Carta (1590)

GALERÍA DE PERSONAJES

AGRADECIMIENTOS

CRÉDITOS

Introducción

Para José Manuel Martín Morán (JM3), amigo cómplice y modelo de vida (y más).

Que nunca vaya nuestro vivir contra la vida

(Miguel d’Ors, «Para Imma»,Punto y aparte [1966-1990], 1992).

No pienses en el día oscuro, en el día en que nadie responde, en el día en que tienes a un dios enfrente.Piensa en la otra jornada, aquella en que vencisteal enemigo o ganaste en el juego, aquel día felizen que todo te sonreía. Que tu ejemplo en la vidasea siempre lo que gozaste, no el sufrimiento

(Luis Alberto de Cuenca, «Optimismo», La caja de plata, 1985).

LA QUIEBRA DE UNA VIDA: EL CAUTIVERIO DE CERVANTES

«Es dulce el amor de la patria», dice Ricote en el Quijote (II, 54), con palabras que engarzan naturalmente con los múltiples elogios cervantinos a la libertad como «uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos» (II, 58). La repetición de estas ideas, con toda su fuerza emotiva, no convierten a Cervantes en un revolucionario avant la lettre con la bandera de la libertad en la mano, porque tienen un origen concreto: la experiencia del cautiverio en Argel (1575-1580), que marca un antes y un después en la trayectoria vital y artística cervantina. Por eso, la cruz de la moneda está en los parlamentos sobre las miserias del cautiverio, un tormento terrible que se procura describir en el arranque de Los tratos de Argel1:

¡Triste y miserable estado,

triste esclavitud amarga,

donde es la pena tan larga

cuan corto el bien y abreviado!

¡Oh, purgatorio en la vida,

infierno puesto en el mundo,

mal que no tiene segundo,

estrecho do no hay salida,

cifra de cuanto dolor

se reparte en los dolores,

daño que entre los mayores

se ha de tener por mayor,

necesidad increíble,

muerte creíble y palpable,

trato mísero intratable,

mal visible e invisible,

toque que nuestra paciencia

descubre si es valerosa,

pobre vida trabajosa,

retrato de penitencia!

(vv. 1-20)

Se trata de una esas crueles ironías del destino (o lo que sea). Cervantes se las prometía muy felices a su regreso a España tras las campañas militares en Italia y las recomendaciones de lujo que tenía en mano, marcadas a fuego por la simbólica victoria de Lepanto (1571), pero la perra suerte quiso que los deseos quedaran en nada antes de tiempo: casi a punto de llegar a su destino, la galera Sol en la que viajaba fue apresada y, junto con su hermano Rodrigo, se vio condenado al cautiverio. No hay que entrar en baratas lecturas psicoanalíticas para ver que Cervantes no volverá a ser el mismo: la dureza del encierro con todos sus problemas, el contacto con otras culturas y el décalage resultante con su tiempo parten su vida en dos, rompiendo en pedazos los sueños de soldado y cortesano.

Con razón se puede decir que Cervantes llevará por siempre tatuada en la piel la experiencia argelina (Sola y de la Peña, 1995, 71), porque a la visión privilegiada de la mezcla mediterránea (con cautivos, judíos, renegados, turcos y más al retortero) se suma una visión a contrapaso, que se manifiesta especialmente en su preferencia por los modelos renacentistas frente a las revoluciones en marcha. Si se dice justamente que Cervantes es un hombre de genio que parece llegar tarde a todas partes, sin duda la ruptura del cautiverio tiene mucho que ver2.

Y es que la etapa argelina marca como un corte a cuchillo la biografía de Cervantes, con un efecto radical en la vida (conocimiento de otras culturas, aprecio por la libertad, respeto a los otros, etc.), las ideas políticas (la defensa de la orientación norteafricana frente al progresivo giro norteño de España) y la obra (con ambigüedades, opiniones y pasajes modelados sobre el recuerdo). Entre otras cosas, esta vivencia y el reflejo directo en la Información de Argel es capital para explicar unas cuantas obras de Cervantes y su predilección por ciertos temas: en palabras de Avalle-Arce (1975a, 280), es el problema de «la conducta literaria y la reacción artística de Cervantes ante su autobiografía», que comienza en este documento escrito en el calor del momento y con la presión de una serie de intereses. Por eso, el acercamiento cabal a la Información de Argel es un requisito esencial para dar el salto a la literatura. Mucho se ha escrito sobre el paso y las consecuencias de Cervantes por el Norte de África, que abarca este encierro y una misión posterior como espía a Orán (1581, véase más adelante), desde ángulos muy diversos, por lo que conviene trazar el recorrido y el contexto con algo de cuidado3.

Todo comienza en Italia, tierra soñada a la que Cervantes jamás volvería, mal que le pesase. Y eso que la fortuna parecía estar de su parte: había luchado bien en «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros», según palabras del prólogo al segundo Quijote y había sido premiado con una mejora de paga, por lo que decide aprovecharse de la situación y encaminarse a España con óptimas credenciales para pedir «una compañía de las que se hiciesen en España para Italia» (Información de Madrid, testigo 2.º, pregunta 5), o sea, para ser capitán y seguir en el cursus honorum de la milicia. Pero las cosas comienzan a torcerse desde antes de salir de Nápoles, porque la situación de partida era algo tensa por los desencuentros y rifirrafes entre don Juan de Austria y el virrey de Nápoles, que miraban por sus intereses en un complejo tira y afloja con el rey Felipe II como testigo en la distancia4.

En este contexto, las condiciones y circunstancias del viaje son una carambola: al final de la disputa, Cervantes sale hacia España como parte de la compañía de infantes españoles al mando de don Diego Osorio de Rojas prestada para guardar la flotilla enviada a por el dinero de las tropas, y en concreto parte en la galera Sol comandada por el capitán Gaspar Pedro, que a su vez pertenecía a la escuadra de don Sancho, junto a la Higuera, la Mendoza y otra sin nombre. Para completar la jugada, el tiempo hace de las suyas y primero se muestra apacible de inicio para crisparse al final con dos tormentas que ponen las naves a pique de perderse y deja a la Sol descolgada del resto, con lo que se les sirve en bandeja para el ataque de una pequeña expedición corsaria con Arnaut Mamí y el renegado griego Dalí Mamí (aliasel Cojo) al frente, que los apresa a dos pasos de la costa catalana, probablemente cerca de Cadaqués o Palamós, un lugar en apariencia tan alejado de otros puntos negros de peligro (como las islas o el Estrecho)5. Aunque tamizado por el paso del tiempo y dorado por la ficción, tiene que parecerse al retrato novelesco del asunto en La española inglesa, entre otras modulaciones (véase más adelante)6:

Con esta seguridad nos embarcamos, navegando tierra a tierra con intención de no engolfarnos; pero, llegando a un paraje que llaman las Tres Marías, que es en la costa de Francia, yendo nuestra primera faluga descubriendo, a deshora salieron de una cala dos galeotas turquescas; y, tomándonos la una la mar y la otra la tierra, cuando íbamos a embestir en ella, nos cortaron el camino y nos cautivaron. En entrando en la galeota, nos desnudaron hasta dejarnos en carnes. Despojaron las falugas de cuanto llevaban, y dejáronlas embestir en tierra sin echallas a fondo, diciendo que aquellas les servirían otra vez de traer otra galima, que con este nombre llaman ellos a los despojos que de los cristianos toman. Bien se me podrá creer si digo que sentí en el alma mi cautiverio (260-261).

Con este bagaje de derrota, dolor y frustración, la llegada a Argel era la puntilla, que acaso hiciera todavía más sangre por la irónica coincidencia con el cumpleaños de Cervantes (29 de septiembre) (Astrana Marín, 1948-1958, II, 465). Una viñeta de la Epístola a Mateo Vázquez (núm. 25) lo retrata a la perfección7:

Cuando llegué vencido, y vi la tierra,

tan nombrada en el mundo, que en su seno

tantos piratas cubre, acoge y cierra,

no pude al llanto detener el freno,

que, a mi despecho, sin saber lo que era,

me vi el marchito rostro de agua lleno.

(vv. 178-183)

Se puede imaginar la frustración de verse apresado a las puertas de casa y por los mismos rivales que había contribuido a derrotar en la batalla que siempre llevará en el corazón. Por si fuera poco, las cosas de Berbería estaban bastante agitadas en este momento, con la diplomacia a todo tren entre los Habsburgo y el Imperio otomano: había negociaciones sobre y bajo manta, redes de espionaje, sobornos a tutiplén en caja B, tejido de alianzas y hasta conspiraciones de asesinato, con personajes que saltan de un lado a otro de la escena, amén de las desconfianzas internas de cristianos (españoles, franceses, venecianos, etc.) y musulmanes (argelinos, turcos, etc.), que también se las traían8. Más en detalle, la entrada argelina de Cervantes coincide con los preparativos para el ataque a Fez, que podía alcanzar hasta Orán.

Así, con las espadas en alto y los nervios crispados, las cartas de don Juan de Austria y del duque de Sessa que Cervantes llevaba en el bolsillo (seguramente en un canutillo metálico como buen soldado y pretendiente) le concedían un mayor valor, tanto como aumentaban el peligro en un contexto de febriles tramas secretas (Sola y de la Peña, 1995, 126). El precio dorado que encarnaba Cervantes y el reparto habitual del botín (o «galima») hicieron que los hermanos fueran separados en tierra: Rodrigo se entrega como parte del lote que le correspondía de cada presa al rey Ramadán Bajá (gobernador en 1574-1577) mientras Miguel queda con Dalí Mamí para pasar posteriormente —y pago mediante— a manos de Hasán Veneziano, el siguiente rey argelino (1577-1580), cuando tome el testigo del lugar9.

Los hermanos Cervantes son dos víctimas más del corso, esa «guerra menor» (Braudel, 1979 [1949], II, 98-122) tan importante como lucrativa y simbólica en el universo de la frontera10. Seguramente se pueda considerar la acción corsaria como la muestra más clara del enfrentamiento permanente entre unos y otros, puesto que las razias y los combates a pequeña escala se mantienen antes, durante y después de las negociaciones de paz, e incluso más tarde de que cada contendiente mire hacia otros horizontes (el norte de Europa para los españoles, Oriente para los turcos). Junto a razones de estrategia geopolítica e ideas religiosas, detrás se encuentra el interés, ya que el corso era un elemento fundamental para la supervivencia de Argel y otros enclaves norteafricanos: en plata, era un buen negocio tanto para el trabajo del día a día (compensación demográfica, mano de obra gratuita, etc.) como porque daba para hacer caja, ya que los cautivos eran una «inusual mercancía que se vende sola» (Fiume, 2015, 56)11. El siglo XVI es la edad de oro de los corsarios, mientras que en el siglo XVII explotan los rescates (Friedman, 1983, 105) y en este diálogo se da la paradoja de que las misiones de redención favorecen decisivamente a liberar a los cautivos, a la par que contribuyen «à faire beaucoup monter le prix de l’esclave occidental et à encourager du même coup la chasse aux captifs» (Fontenay, 2008, 20).

En Argel, Cervantes pasa a ser un cautivo de rescate por su teórica elevada condición y cuidado en consecuencia por su valor como «valuable commodity» (Friedman, 1983, 102), frente a los cautivos del montón —por decirlo así—, que podían subastarse públicamente para realizar labores domésticas de todo tipo o ser considerados del común (del almacén o del concejo) para realizar trabajos de interés general. La diferencia era radical, porque a los primeros se les custodiaba en los baños (especie de cárcel pública para presos de consideración) y se les dejaba más o menos en paz, mientras que los otros gastaban sus vidas en remar en las galeras, realizar las obras públicas, etc., sin que el rescate sea una opción muy habitual. Con todo, el encierro de los cautivos de primera categoría tampoco era de color de rosa, ni mucho menos: si interesaba que estuvieran en buen estado, las malas condiciones (enfermedades, hacinamiento, malos tratos) y la vigilancia estaban a la orden del día, y hasta se les podía tratar de forzar las condiciones para que pidieran con mayor calor por su liberación. Con su poco de licencia, en la «Historia del capitán cautivo» (Quijote, I, 39-41, véase infra) se diseña un cuadro muy verosímil:

Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman «baño», donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares, y los que llaman «del almacén», que es como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios; y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad, que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quien tratar su rescate, aunque le tengan. En estos baños, como tengo dicho, suelen llevar a sus cautivos algunos particulares del pueblo, principalmente cuando son de rescate, porque allí los tienen holgados y seguros hasta que venga su rescate. También los cautivos del rey que son de rescate no salen al trabajo con la demás chusma, si no es cuando se tarda su rescate; que entonces, por hacerles que escriban por él con más ahínco, les hacen trabajar y ir por leña con los demás, que es un no pequeño trabajo.

Yo, pues, era uno de los de rescate, que, como se supo que era capitán, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos (I, 40).

Seguramente, conservaría el atuendo de su captura o una vestimenta poco más o menos similar a la que lleva el capitán cautivo en el primer Quijote: «una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color» y «unos borceguíes datilados», aunque no portaría ningún «alfanje morisco, puesto en un tahelí que le atravesaba el pecho» (I, 37)12.

En este contexto, Cervantes de entrada tiene suerte y todo, porque es tomado por un caballero de los buenos y su «manquedad» (incapacidad de uso de la mano izquierda, como se sabe) le permite quedar exento de trabajos forzados (minas, remo, etc.), con las ventajas anejas. Tal vez sea una sentencia excesiva, pero no hay mal que por bien no venga, y ambos factores le dejan una cierta libertad de movimientos y tiempo libre para conversaciones, escritura y conspiraciones13. Como mucho, puede que Cervantes colaborara en el servicio doméstico (con transporte de agua, leña y demás) y al menos ocasionalmente llevaría cadenas alrededor de cuello y tobillos.

No se le puede quitar ni una pizca de tragedia al cautiverio en Argel, pero durante este encierro Cervantes disfruta de una consideración que jamás alcanzaría y parece sentirse cómodo con un papel que contribuye a crear constantemente: por mucho que el prestigio sumara una dificultad con el aumento en el precio del rescate, de alguna manera Cervantes logra mantener la ficción. Con ello, va contra toda la dinámica habitual del cautiverio, puesto que se daba un enfrentamiento entre el intento de incremento del precio del rescate por parte de los amos, que elevaban —o directamente inventaban— la categoría de los cautivos, frente al intento de disimulación de los prisioneros, que intentaban encubrir su verdadera identidad para evitar justamente que los vieran como regalos que valían su peso en oro (Friedman, 1983, 151).

Vaya un ejemplo para cada lado, empezando por la traza de los captores, según cuenta Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (Tratado de la redención de cautivos, Bruselas, Juan Momarte, 1609) sobre su llegada a Bicerta, «puerto de Berbería»:

me levantaron que era arzobispo que iba a Roma a ser cardenal; y como corrió esta voz, envió por mí el Bajá de Túnez por una ley que tienen, que cuando cautivan algún hombre grande, le puede tomar el Bajá para sí o para el Gran Turco; que, si esto no fuera, fácilmente me rescatara el arráez que me cautivó, por ser pobre («Al lector. Del cautiverio del padre Gracián», fol. 47r).

La defensa de los otros se ve a las claras en la declaración de Alonso Aragonés (testigo 1.º, pregunta 18) y en un parlamento de Zoraida en la «Historia del capitán cautivo» (Quijote, I, 39-41), que ya retrata esta práctica: si primero Ruy Pérez de Viedma trata de encubrirse («dije mi poca posibilidad y falta de hacienda», I, 40), luego Zoraida dice que «vosotros, cristianos, siempre mentís en cuanto decís y os hacéis pobres por engañar a los moros» (I, 41). Es decir: Cervantes saca partido y hasta favorece el error inicial, de modo que aprovecha desde el principio la estancia argelina para armarse una buena imagen, que luego tratará de hacer valer a su regreso (véase más adelante, «El hombre en el espejo: la construcción de una imagen»).

Es de cajón que Cervantes no estaba para contemplación de turismo alguno, pero se encontraba en un lugar especial: ciudad satélite de Constantinopla, Argel disfrutaba de una amplia autonomía como capital del corso mediterráneo, era un lugar de frontera donde se cruzaban gentes de todo el mundo en una verdadera nueva Babel que destilaba tanto un miedo terrible como un aire de sueño oriental, en medio de un enfrentamiento constante en el Mediterráneo tan bien pintado en el fresco de Braudel (1979 [1949])14. Efectivamente, Argel —y el Norte de África en general— poseía entonces una imagen ambivalente, como un infierno en la tierra y un paraíso de oportunidades: de un lado, se pintaba como una tierra de crueldad y pecado donde todo vicio estaba permitido por una falsa religión; de otro, se consideraba un escenario ideal para mejorar de vida, con los cantos de sirena añadidos sobre el goce de todo placer sensual imaginable, aunque para ello hubiera que pasar por el duro trámite de renegar.

Porque no todo eran miserias y penas en Argel: sociedad abierta y de gran movilidad, era una gran metrópolis (de hasta 100.000 almas, con 25.000 cautivos) que ofrecía grandes oportunidades de ascenso y mejora de vida, opciones de enriquecimiento en esta suerte de «Indias de los turcos», algunos excepcionales privilegios religiosos (tolerancia de fe, permiso de culto, iglesias y hospitales, etc.) y una mayor libertad sexual como cara de una moneda que compensaba la cruz de las enfermedades, la inseguridad, la precariedad y la violencia de un lugar que dependía casi por entero del corso. Con el tiempo, es seguro que Cervantes llegaría a apreciar algunas de las ventajas de esta realidad, y a ciencia cierta que otras gentes y perspectivas darían un cierto sentido positivo a la experiencia junto a un matiz novedoso en sus textos, pero en principio debía de ponérsele la carne de gallina al ver ese un mundo de pesadilla.

Justamente mediado por la perspectiva combativa y propagandística que trataba de mover a compasión, una ventana de lujo al Argel del momento se encuentra en la Topografía e historia general de Argel (Valladolid, Diego Fernández de Córdoba y Oviedo, 1612, con aprobaciones de 1604) atribuida a fray Diego de Haedo pero escrita total o parcialmente por Antonio de Sosa, amigo y compañero de cautiverio de Cervantes15. En esta obra se amontonan numerosos datos de interés sobre Argel a lo largo de una primera sección costumbrista («Topografía o descripción de Argel y sus habitadores y costumbres»), una lista de gobernantes («Epítome de los reyes de Argel») y tres diálogos («Diálogo de la captividad», «Diálogo de los mártires de Argel» y «Diálogo de los morabutos»).

Entre muchas otras cosas, en este rico semillero de noticias se pinta con todo lujo de detalles la variedad étnica que poblaba la ciudad, entre moros, turcos, judíos y cautivos cristianos. Para hacerse una idea del crisol humano (habría quien diría melting pot) baste ver el mapa demográfico de los renegados:

comenzando de las remotas provincias de Europa, hallarán en Argel renegados moscovitas, rojos [‘rusos’], rojalanos, valacos, búlgaros, polacos, húngaros, bohemios, alemanes, de Dinamarca y Noruega, escoceses, ingleses, irlandeses, flamencos, borgoñones, franceses, navarros, vizcaínos, castellanos, gallegos, portugueses, andaluces, valencianos, aragoneses, catalanes, mallorquines, sardos, corzos [‘corsos’], sicilianos, calabreses, napolitanos, romanos, toscanos, ginoveses, saboyanos, piamonteses, lombardos, venecianos, esclavones, albaneses, boznos, arnaútes, griegos, candiotas, cipriotas, surianos [‘sirianos’] y de Egipto, y aun abejinos del Preste Juan, y indios de las Indias de Portugal, del Brasil y de Nueva España (I, 13, fol. 9v).

En un marco tan sorprendente («arca de Noé abreviada», El gallardo español, v. 2052), a buen seguro Cervantes pudo aprender idiomas (como la lingua franca), conocer otras culturas desde cerca y formarse una mirada comprensiva y humana sobre el drama de los moriscos y los renegados desde dentro (Márquez Villanueva, 2010, entre otros), en lo que también entra en juego la proximidad a las ideas del círculo del cardenal Sandoval y Rojas (Gómez Canseco, 2017)16. Pero el provecho todavía está lejos: es otro momento de la historia.

Con especial afán, en la Topografía se pinta con todo lujo de detalles un panorama de trabajos y torturas que amenazaban el cautiverio, y que Cervantes tuvo que ver en primera persona: para empezar, señala que «todos los turcos de Argel tienen una hinchazón más que bárbara contra cristianos, porque no los oirán sino reír, burlar y mofar de toda nación cristiana» (I, 46, fol. 36r), mientras que solamente se muestran liberales en su avaricia «si se les antoja quemar vivo un cristiano, por vengar alguna muerte de algún renegado o morisco que en España fue por justicia por el Santo Oficio condenado» (I, fol. 37v) y «con los pobres cristianos son unas fieras» (I, fol. 38v), además de las barbaridades y los castigos que desfilan de página en página, sobre todo en el «Epítome» y el «Diálogo de los mártires»17.

Con estas condiciones, es normal que Cervantes buscara una puerta de salida. En esencia, un cautivo tenía cinco opciones posibles para recuperar la libertad18: 1) el pago del rescate, que implicaba un laberíntico proceso de gestiones oficiales (cartas, peticiones, permisos, misiones de redención y negociaciones finales); 2) el trueque por otro preso, que era la opción menos frecuente; 3) la huida por tierra o por mar, con todos sus peligros y problemas, más las variantes de los motines en las naves y la liberación por barcos o corsarios cristianos; 4) los pactos entre cautivos «cortados» y su propietario, que constituía una suerte de pago diferido basado en un pacto de honor, por el que se comprometían a remitir la suma que fuere (aunque se guardaban la carta de incumplirla por la diferencia de fe); o 5) la inserción en la sociedad argelina, mediante la conversión en renegado —que podía ser únicamente temporal— y la permanencia como «cristiano franco».

De ellas, es de imaginar que Cervantes pone rápidamente en marcha la primera y sus noticias activan —entre el dolor y la esperanza— los esfuerzos de la familia, que se dejará la piel durante años para lograr recaudar el dinero necesario para rescatar a los dos hermanos. Seguramente se enterarían de la tragedia por medio de otros cautivos en 1576, quizá lograran enviar una primera suma de rescate que —previa renuncia de Miguel a su derecho como primogénito— solo alcanzaría para liberar a Rodrigo (1577), quien a su llegada aportaría detalles de la historia para que pudieran actuar con mejor conocimiento de causa19. Les hacía buena falta, porque el proceso era un enredo de trámites oficiales y expedientes como la Información de Madrid, que los obliga a triquiñuelas picarescas, como la simulación de viudedad de doña Leonor de Cortinas, con la que pretende tocar la fibra sensible de las autoridades. Las maniobras de los padres y las hermanas dan la impresión de moverse entre el apremio y la impotencia, pero al final logran su objetivo: escudados en testimonios de militares (Información de Madrid, marzo de 1578) y recomendaciones de las altas esferas (la Certificación del duque de Sessa, julio de 1578), mediante patentes de comercio de mercancías con Argel (noviembre de 1578) finalmente consiguen los 300 escudos de oro (250 por la madre y 50 por Andrea, la hermana mayor) que dan como adjutorio (ayuda particular para un cautivo concreto) a fray Juan Gil, de la Orden de la Merced y encargado de los rescates en Argel, para la liberación de Cervantes (julio de 1579), dentro de la gran misión de 158020. Será suficiente, pero costará caro y dejará muy tocadas las finanzas de la familia. Y, mientras tanto, Cervantes seguía haciendo frente al encierro.

Quizá porque sabía que las cosas de palacio iban despacio, Cervantes se lanza pronto a la opción más arriesgada: la fuga, en la que dará cuenta de su ingenio y valentía, a la vez que logrará ganarse una reputación excelente entre sus compañeros de penurias, según el retrato ofrecido en la Información de Argel y otros testimonios. En concreto, se cuentan cuatro intentos de huida cervantinos:

1.La primera tentativa (enero-febrero de 1576) tiene lugar muy tempranamente, de donde acaso se pueda explicar la sencillez del plan: fugarse por tierra a Orán (destino frecuente de evasión) con la guía de un moro práctico, un trayecto directo pero largo y difícil por medio de las duras condiciones del desierto (hambre y sed, fieras, etc.), que se enredaba todavía más con el peligro de cruzarse con la expedición berberisca hacia Fez. Queda en nada porque el lazarillo los abandona en el camino y tienen que darse la vuelta.

2.Mucho más ambiciosa es la segunda prueba (mayo-septiembre de 1577), que en esta ocasión pasa por el mar y cuenta con varias fases, además de tener su punto de increíble: mientras un grupo de cautivos se esconde en una cueva en las afueras (durante un plazo de cinco meses), el hermano de Cervantes —con la ayuda de las autoridades de Valencia y Mallorca— debe conseguir una nave para rescatar a todos en mitad de la noche, pero en el momento concertado (18 de septiembre) todo falla y uno de los cómplices, el renegado conocido como el Dorador, los traiciona, son apresados y Cervantes saca la cara por todos sus compañeros diciéndose autor único de la traza21.

3.A la tercera (marzo de 1578) tampoco va la vencida, sino todo lo contrario. Es la intentona que llega menos lejos: todavía encerrado en el baño del rey, Cervantes envía «secretamente un moro a Orán» con cartas de auxilio para el gobernador, don Martín de Córdoba, «para que le enviasen una espía o espías, y personas de fiar» (testigo 2.°, pregunta 12) para rescatarlo a él y a otros caballeros principales, pero el mensaje es interceptado y tanto la letra como la firma delatan a Cervantes. Hasán monta en cólera y lo condena a «dos mil palos» (varias respuestas a la pregunta 12) que, sin duda, lo hubieran matado, pero nuevamente se salva por alguna buena mediación.

4.Con un silencio entre medias (hasta septiembre de 1579) en el que se le pierde la pista, Cervantes reaparece con el plan más atrevido: en otro momento de crispación argelina frente a los movimientos de tropas españolas por la cuestión portuguesa tras el desastre de Alcazarquivir (1578), Cervantes diseña una huida en una fragata armada con hasta 60 cristianos y costeada por el mercader Onofre Exarque, pero una traición desde dentro, obra de Blanco de Paz, da al traste con la aventura. Tras esconderse en una primera reacción y rechazar otra vía de escape, la amenaza de represalias generalizadas lo anima a presentarse ante Hasán Bajá como único culpable, con la mediación del renegado Maltrapillo. Pese a todo, a Cervantes le aprietan bien las tuercas en esta ocasión, ya que Hasán decide colgarle «un cordel en la garganta y atar las manos atrás como que lo querían ahorcar» (interrogatorio, pregunta 17), sin que logre que Cervantes comprometa a nadie, salvo a cuatro caballeros ya fugados.

Aunque frustrados, el conjunto de intentos de fuga es prueba de constancia, decisión e ingenio, puesto que Cervantes prueba suerte desde bien pronto y con mucha continuidad, a la vez que ensaya diferentes estrategias (fuga por tierra con guía, por mar con cómplices, envío de cartas para pedir ayuda y partida con una galeota) que se encuentran con contratiempos y delaciones de terceros, y que están a pique de costarle la vida, pero siempre se saldan con condenas de encierro temporal con «grillos y cadenas». Bastante poca cosa, en verdad, para lo que podría haber sido, pero es que las víctimas solían ser «pobres diablos» (Canavaggio, 2015, 114) como el jardinero torturado en la segunda intentona o el mensajero de la tercera; otros cautivos de excepción también se salvaban y hasta podían recuperar la libertad rápidamente, caso de dos de los cómplices en la primera fuga (Gabriel de Castañeda y Antón Marco).

La «Historia del capitán cautivo» (Quijote, I, 39-41) no es la verdad absoluta, pero Cervantes parece acordarse en primera persona en una reflexión sobre la persistencia en los deseos de fuga:

ya había probado mil maneras de huirme, y ninguna tuvo sazón ni ventura, y pensaba en Argel buscar otros medios de alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamás me desamparó la esperanza de tener libertad, y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponía por obra no correspondía el suceso a la intención, luego sin abandonarme fingía y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca (I, 40).

Si Cervantes logra salir con bien de todos los castigos que lo amenazan como una espada de Damocles, se dice que se debe a la ayuda de «buenos terceros» (testigo 1.°, pregunta 12; «muchos que rogaron por él», dice el segundo, pregunta 12). Quiénes fueron es la gran cuestión que inquieta siempre y hay respuestas para todos los gustos, según haya más de imaginación morbosa o de sentido común atento al contexto de la época22. De la mano de las versiones literarias y con toda libertad se dan cinco respuestas principales: la admiración de Hasán Bajá por la talla humana de Cervantes (Astrana Marín, 1948-1958, III, 58-59), quizá por su habilidad para contar cuentos (Zamora Vicente, 1950, 242) en una especie de revival de las Mil y una noches, o porque aspiraba a que pasara a su servicio (Murillo, 2006, 163); también se ha propuesto que Cervantes se salva por la protección de su amante Zahara, hija de Agí Morato (Hayyí Murad, Agimorato), líder religioso y suegro de Hasán Veneciano (McGaha, 1996, 544-546); siempre ha rondado la sospecha del reniego, idea que para algunos fue considerada muy en serio pero finalmente descartada (aunque no «al cien por cien», Eisenberg, 1999b), pero que seguramente quedara en curiosidad por un drama muy humano (Canavaggio, 2015, 120-121); y, para rizar el rizo, se ha propuesto que el perdón viene de la atracción erótica de Hasán Veneciano por Cervantes, que probaría la homosexualidad cervantina insinuada en las acusaciones de Blanco de Paz a las que responde la Información de Argel, que no pasan de ser alucinaciones calenturientas y desviadas (véase más adelante); y también se ha planteado una poco clara conexión de Cervantes con la mafia argelina y el hipotético reparto de sobornos (Garcés, 2005, 93-125)23. Más apariencia de verosimilitud tiene la posible mediación de Agí Morato por razones diplomáticas, ya que Cervantes podía valerle como informante oficioso en el panorama de las negociaciones hispano-turcas (Canavaggio, 2015 [1986], 115-117; Sola y de la Peña, 1995, 236), al tiempo que enlaza bien con los buenos tratos con algunos renegados de prestigio (Girón y Maltrapillo), que actúan como colaboradores y mediadores en varias de sus correrías (Ohanna, 2009 y 2011, 109-117)24.

Por muy emotivas y seductoras que puedan parecer las unas y muy posibles las otras, hay explicaciones más sencillas que responden a la cuestión y que ya se han enunciado: tomado como personaje de relumbrón y con posibles contactos en España, Cervantes es considerado un cautivo valioso tanto por motivos económicos como diplomáticos en tiempos de negociación que —como otros— hay que respetar, a la vez que los castigos eran selectivos y por causas agravantes, por mucho que las noticias sobre el cautiverio fueran una negra crónica de sucesos25. En plata: valía más vivo que muerto, como tantos nobles y capitanes más que libraban el pellejo simplemente por su condición, y al contrario que otros de menor estofa (jardineros, renegados de tres al cuarto, etc.) que importaban poco o nada. Además, el contexto también tiene algo que decir, ya que la situación de crisis general de 1579 (hambruna y una fuga de casi 150 cautivos, más las peleas internas por el poder) explica que el encierro de Cervantes se viera con normalidad (Sola y de la Peña, 1995, 146-147). Y, si no se dice más, tampoco hay que achacarlo a causas secretas: la Información de Argel es un documento que pretende probar el heroísmo de Cervantes y en el que no interesa compartir el protagonismo con nadie más. Por tanto, bastan razones bien corrientes y mundanas de la cruda realidad del cautiverio, de modo que no es necesario que Cervantes fuera el amante de nadie para salvarse: si no hay ninguna pasión turca, tampoco es preciso sacársela de la manga.

En todo caso, finalmente llega la solución por la vía de la redención, que en la época contaba con tres fases (recaudación, negociaciones in situ con el pago del rescate y la liberación), más la intervención de diversos agentes (individuales e institucionales) y la sombra omnipresente de los giros imprevistos, todo lo que podía hacer aumentar el coste de las operaciones, según la diferencia que va del precio del hombre (prix de l’homme) al precio de la libertad (prix de la liberté) (Fontenay, 2008; Fiume, 2015, 59). Este se fijaba según múltiples factores (calidad, edad, oficio, sexo, etc.) y dependía también del amo en cuestión y de sus circunstancias (avaricia, final del gobierno, necesidades de liquidez, etc.), a lo que se añadía con frecuencia la condición de pagar en buena moneda (española o veneciana) (Fiume, 2015, 56).

En el caso de Cervantes se dieron cita tres motivos: las paradójicas cartas de recomendación repetidas sobre todo en la Información de Madrid y la Certificación que elevaron la calidad de un oscuro soldado, la noble actitud del personaje que protagoniza la Información de Argel y la dinámica del cautiverio, y la aplicación de una tarifa de remate por parte de Hasán Bajá a los cautivos de calidad en el momento del viaje a Constantinopla.

La versión de la Topografía e historia general de Argel relaciona el precio con la idea de Hasán Bajá de pararle los pies al revoltoso de Cervantes:

el remedio que tuvo para asegurarse dél fue compralle de su amo por 500 escudos en que se había consertado [sic], y luego le acerrojó y le tuvo en la cárcel muchos días, y después le dobló la parada y le pidió mil escudos de oro, en que se rescató, habiendo ayudado en mucho el padre fray Juan Gil, redentor que entonces era por la Santísima Trinidad en Argel (III, «Diálogo de los mártires», fol. 185r).

Tres razones hay para explicar el pago final: 1) una exageración de Haedo (transmitida por Sosa), que se inventa la subida de la «parada» (‘el rescate’); 2) la buena maña negociadora de Juan Gil, que logra ablandar el corazón de Hasán Bajá con ruegos (Fernández de Navarrete, 1819, 50-51); y el pago de la diferencia por un tercero anónimo, tras el que acaso se encuentre Maltrapillo (Ohanna, 2009, 270).

Sea como fuere, la situación era dramática a más no poder: en vísperas de la salida de Hasán (18 de septiembre de 1580), Cervantes está encadenado junto al resto en el banco de remos de la galera del rey y la esperanza parecía decir adiós definitivamente, pero en el último suspiro fray Juan Gil consigue el dinero necesario un poco por todas partes (caudales de la familia, limosna de la redención, dinero de otros cautivos, etc.) para llegar a la suma final, más el soborno extra a los oficiales para que rompan los hierros del cautivo. El esfuerzo se entiende nuevamente por las circunstancias, puesto que el caso cervantino era de extrema necesidad: dentro del retrato robot del cautivo rescatado (Martínez Torres, 2004, 129-149), Cervantes tenía el privilegio de haber sido capturado en servicio del rey, lo que favorecía que se le prestara atención, amén de que su encierro se alargaba y estaba a punto de partir hacia la perdición final26. Como una suerte de compensación de otros males, Cervantes tuvo dos golpes de suerte en uno: el descuento final de su rescate y los malabares matemáticos del religioso, que logran impedir la muerte en vida que suponía el viaje a Constantinopla27. Era, al fin y al cabo, un final bastante feliz después de todo, aunque había costado sangre, sudor y lágrimas.

Otras cuentas eran mucho más claras: los cinco años de prisión argelina eran el plazo medio de todo cautiverio («slightly more» para Friedman, 1983, 5 y entre cuatro y seis para García-Arenal y Bunes Ibarra, 1992, 226)28. Desde luego, no era una golosina y las prisas por volver serían comprensibles, pero el regreso tiene que estar bien planificado: así entra en escena la Información de Argel, que Cervantes ha debido de preparar en las dos-tres semanas que siguen a su liberación (del 19 de septiembre al 10 de octubre de 1580) mientras se recupera al lado de Diego de Benavides y fray Juan Gil.

Ya armado con este documento, puede volver a España. Así, unos quince días después (el 24 de octubre) emprende finalmente el viaje de vuelta con otros hombres libres (Francisco de Aguilar, Diego de Benavides, Rodrigo de Chaves y alguno más) en un barco de Antón Francés, para desembarcar en Denia y luego continuar a pie hasta Valencia, seguir con los trámites de rigor (licencia del virrey, entrada solemne en procesión y misa, más las obligaciones de pago con la orden de rescate) y poder encaminarse a casa. La emoción tuvo que ser poco más o menos como la escena de El amante liberal: cuando «vieron delante de sí la deseada y amada patria», «renovose la alegría en sus corazones, alborotáronse sus espíritus con el nuevo contento, que es uno de los mayores que en esta vida se puede tener, llegar después de luengo cautiverio salvo y sano a la patria» (154). Ya lo había dicho en el Quijote (I, 39): «No hay en la tierra [...] contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida».

Y, sin embargo, no siempre era una experiencia gozosa (Friedman, 1983, 161): en ocasiones —y más durante el siglo XVII— podían tener que someterse a un período de cuarentena, después inscripción, presentación ante la justicia (civil e inquisitorial) y procesión religiosa (más humilde que la precedente por 108 cautivos), así como la satisfacción de posibles deudas, para que luego muchas veces se les perdiera la pista, por lo general entre peticiones de limosna que los volvía poco más que mendigos29. Con este vertiginoso panorama abierto y luego de cinco semanas en Valencia, Cervantes vuelve por fin a Madrid en diciembre de 1580 y comienza a rehacer su vida: habían pasado más de cinco años de una experiencia entre paréntesis que siempre llevará a la espalda. Con su particular pasión a cuestas y ya con treinta y tres años, era hora de seguir: punto y coma.

En suma, todas las peripecias de ida y vuelta se pueden resumir en una mínima «Crónica del cautiverio» cervantino:

Captura

6-7 septiembre 1575

Salida de la galera Sol desde Nápoles.

18 septiembre 1575

Dispersión de la flotilla por una tormenta tras escala en «Bucoli» (Port-de-Bouc).

20 septiembre 1575

Combate con unas galeras corsarias al mando de Arnaut Mamí y captura de la nave cerca de las costas catalanas.

23 septiembre 1575

Llegada a Argel.

Cautiverio y gestiones

enero-febrero 1576

1.er intento de fuga.

noviembre 1576

Petición de una ayuda de 60 escudos (Leonor).

agosto 1577

Liberación de Rodrigo de Cervantes.

mayo-septiembre 1577

2.º intento de fuga.

marzo 1578

3.er intento de fuga.

Información de Madrid.

junio 1578

Compromiso legal de pago del rescate por parte de la familia.

julio 1578

Certificación del duque de Sessa.

noviembre 1578

Permiso de mercancías para Argel por importe de 200 ducados (Leonor).

julio 1579

Entrega de 300 ducados a fray Juan Gil.

septiembre 1579

4.º intento de fuga.

Liberación y regreso

18 septiembre 1580

Preparativos para viajar a Constantinopla.

19 septiembre 1580

Partida de rescate firmada por fray Juan Gil.

10-22 octubre 1580

Cuestionario de la Información de Argel.

24-27 octubre 1580

Regreso: viaje de Argel a Denia (Alicante).

RAZONES DE LA «INFORMACIÓN DE ARGEL»

Situado en un contexto con unas dinámicas muy marcadas, la Información de Argel tiene un gran valor como documento, que se refuerza como uno de los primeros textos en prosa con el sello de Cervantes, aunque se trate de una verdad a medias porque la mano cervantina solo está detrás de la concepción y acaso de la escritura de una parte de un texto en el que —entre otras metas— interesa la creación de una imagen perfecta. Con estos ingredientes, es una obra situada en medio de disputas sobre su veracidad, de acuerdo con una evolución desde una primera lectura fideísta que tomaba todo como verdad de ley, hasta otra protestante posterior que sospecha por principio y busca entre líneas por sistema. Frente a tirios y troyanos, se verá que la razón está en el medio: un texto muy calculado dentro de una práctica común y atento a unos intereses precisos.

Se ha querido ver la Información de Argel como una suerte de expiación del trauma (Garcés, 2005), el inicio de un proyecto ficcional cual germen del Quijote (Piras, 2001, 2004, 2006, 2008, 2014 y 2018; Goodwin, 2006) y tantas otras cosas más, pero la realidad de la cosa es mucho más sencilla: la Información de Argel es un documento burocrático (una «información») destinado para un proceso de súplica, en el que, además, Cervantes únicamente es responsable directo del interrogatorio porque las respuestas corren a cargo de los testigos y entre medias está el filtro del escribano.

En pocas palabras: la Información de Argel no es literatura, aunque se relacione naturalmente con los textos cautivos cervantinos en poesía, novela y teatro. No es ni siquiera una relación de cautiverio, porque sigue un patrón burocrático muy marcado. Y no hay que rasgarse las vestiduras ni buscarle tres pies al gato: la Información de Argel tiene valor documental (y no monumental) como testimonio directo —con toda la mediación que se quiera— de la experiencia del cautiverio, al tiempo que constituye el punto de partida de la construcción de una imagen autorial repetida con modulaciones y la patente de corso que le permite tratar sobre el cautiverio con verdadero conocimiento de causa. En cierto sentido, la Información de Argel es la prueba que alimenta y respalda las posteriores formulaciones literarias del cautiverio por parte de Cervantes30.

En esencia, la Información de Argel es el «traslado y copia de testimonio» («Traslado») de un documento de prueba organizado por Cervantes, que consiste en un interrogatorio de 25 preguntas a modo de viñetas narrativas sobre el cautiverio preparadas por él mismo, las correspondientes respuestas de doce testigos (once más uno, en verdad), y los paratextos de apertura y cierre de rigor por parte de fray Juan Gil y el escribano Pedro de Ribera. De entrada, pues, se trata de un texto polifónico de naturaleza oral conformado por diferentes voces (Cervantes, doce testigos y fray Gil), con la mediación de la transcripción notarial y la autoridad de un religioso como garantía. Contando el interrogatorio y el certificado final de fray Gil, realmente hay catorce declaraciones, que se presentan mediante tres manos: la transcripción del notario apostólico comprende el cuestionario y la docena de testimonios, fray Gil escribe de su puño y letra tanto la patente de autenticidad del documento como una pequeña opinión, y la adición final escrita por Sosa. Con todo, el proyecto y el sentido son cervantinos: si se quiere, Cervantes es padrastro antes que padre de la Información de Argel, por decirlo con palabras del prólogo del primer Quijote (10).

El origen del documento es doble, porque antes de nada responde a una práctica común tras el cautiverio, al tiempo que después posee un sentido añadido como respuesta a ciertos ataques ad personam difundidos por Blanco de Paz, según se dice en varios lugares del documento (preguntas 21 y 23-24). Si se hace caso a la cronología y las razones anotadas en el texto (envidia y venganza por la delación durante la cuarta fuga, septiembre de 1579), la concepción del texto puede situarse en este contexto de difamaciones (Piras, 2014, 19 piensa en el verano de 1580), aunque la preparación de esta suerte de informes constituía un trámite obligado que Cervantes podía tener ya en mente y que, sea como fuere, se hizo realidad solo una vez libre (septiembre-octubre de 1580).

Las cuestiones se pueden dividir en cuatro apartados (Lucía Megías, 2016a, 214-216)31: 1) un preámbulo sobre la identidad de Cervantes (tiempo que hace que se conocen, cautiverio, condición de hidalgo y cristiano viejo, preguntas 1-3), que viene seguido de 2) la narración de los cuatro intentos de fuga (preguntas 4-17), y el careo entre 3) la vida heroica y ejemplar de Cervantes (preguntas 18-20) y 4) el contraejemplo traicionero de Blanco de Paz (preguntas 21-25), un conjunto que se puede deslindar en una primera presentación de un perfil ideal de acuerdo con la praxis habitual (preguntas 1-17) y una segunda parte de exculpación que se relaciona directamente con las acusaciones en cuestión (preguntas 18-25)32.

Más en detalle, una «información» es una «relación [...] del hecho de la verdad y de la justicia en algún negocio y caso» (Cov.), que pertenece a la familia de las relaciones de méritos y servicios (o asuntos de partes) propia del «imperio de papel» de la monarquía hispánica en el Siglo de Oro (Gaudin, 2013)33