Innombrables - Maite Mentxaka - E-Book

Innombrables E-Book

Maite Mentxaka

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Beschreibung

Comenzamos un viaje involuntario, un viaje por paisajes humanos. No elegimos el recorrido y podemos encontrarnos, en ocasiones, con agrestes paisajes, y aún peor, con miserables paisajes humanos.

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Innombrables

Quienes son en relación a lo humano lo que las hienas al animal

Maite Mentxaka

© Maite Mentxaka

© Innombrables

Enero 2021

ISBN ePub: 978-84-685-5561-4

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

Prólogo

El innombrable

Zori’c

Moses

Comenzamos un viaje involuntario,

un viaje por paisajes humanos.

No elegimos el recorrido y podemos encontrarnos,

en ocasiones, con agrestes paisajes,

y aún peor, con miserables paisajes humanos.

Nuestro viaje es involuntario, como aquel que podría trasportar a una persona que pasea por la calle Tremedal de Teruel y se encuentra de repente en el histórico puente de Mostar en Bosnia o en el Hotel Kazajistán de Almaty, situados ambos en Kazajistán, claro.

Es parecida la situación del nacimiento, quizá ésta más desconcertante, sin ruta, sin guía. Estamos ciegos y ciegos seguiremos el viaje, cargándonos además durante el trayecto con la recepción auditiva de las frases más banales, así es la vida, así es la vida. Cómo es la vida, así es. Y el bebé llora sin cesar, claro. Se le ha expulsado del útero sin guía ni más protección que esos pelillos o pelazo que se expande por su cabeza, a veces incluso por la frente, como testimonio incuestionable de quienes fueron sus ancestros cuadrúpedos cubiertos de pelo. Nos estampan un nombre nada más nacer sin consenso por nuestra parte y nos encontraremos con otros nombres alrededor que quizá serán los que nos rodeen toda la vida y tampoco los hemos elegido, ni a quienes nos rodean ni a sus nombres. Se dice que hemos desarrollado mucho la cabeza y la pelvis tiene sus dificultades para expulsarnos a la vida. Ella, la cabeza, dicen, será cada vez más capaz y la pelvis cada vez más incapaz por su estrechez para dejar paso al cabezón humano. Se dice también que el bipedismo ha sido el causante de la mayor estrechez de caderas, aunque según otras fuentes, también dicen que se debe a la necesidad de alcanzar mayor visibilidad a distancia o lo que ahora llamaríamos mayor amplitud de miras. Yo tendría mis dudas, no sobre la estrechez de caderas, sino sobre la amplitud de miras, no parece acompañar ésta a todos los humanos y todos ellos son bípedos. Sin embargo no todos los bípedos son humanos. No, dicen que no lo son, porque un pavo real o un chimpancé bípedos, dicen que no son humanos. No lo sé.

Dilema ya nada más comenzar nuestro viaje involuntario sobre nuestra denominación humanos.

En resumen, a nadie le preguntan si quiere hacer este viaje, así que no hay consentimiento expreso que autorice nuestra aparición. El derecho a decidir se ve violado nada más comenzar.

Y así, casi sin pellejo, se nos pegan infinidad de microorganismos que van a recorrernos sin dejar rastro, quizá alguna irritación en forma de manchitas rojizas, escozor alguna vez. Así el viaje comienza sin archivos que nos ilustren ni experiencia, precariedad, ignoto espacio al que asomamos.

Alguna vez nos encontraremos con el oponente más avezado en maldades y si hemos salido vírgenes a tierra y continuamos en ella vírgenes, el avezado hallará un campo también virgen en el que regodearse y arar un vía crucis por el que nos hará transitar.

A este innombrable lo reconoceremos por su frase banal, así es la vida, pronunciada con la misma desafección ante una situación luctuosa que ante una rotura de ligamento interno de una persona lejana o próxima o un desacierto en el bingo o ruina total, tanto para un accidente casero como para un terremoto 7,7 en la escala de Richter.

El innombrable

El 15 de julio2013cuatro años después de la noche de autos

Entramos en Sibiu, dejando a un lado Brasov y la imprescindible visita, según las guías, al Castillo de Bran que dicen inspiró a Stoker para edificar su personaje el Conde Drácula en una lúgubre estancia. Dicen otras fuentes que no fue ese el castillo de la inspiración sino otro. Pero cuando las guías turísticas lo dicen marcan cátedra y la visita a ese castillo entra en la ruta imprescindible sea o no el castillo inspirador de Stoker.

Sibiu es calificada, también por todas las guías turísticas, como la ciudad medieval más auténtica de Transilvania. Aunque mi interés no era tanto conocer lo auténtica que pudiera ser una ciudad como visitar la ciudad a la que tanto se refirió un amigo que ya no lo es porque murió. Tampoco obedezco por lo general a lo que se califica como auténtico si es que por contraposición debiera existir lo inauténtico. Desconozco en qué lares puede encontrarse lo uno y lo otro. Si lo no auténtico es lo que se mantiene incólume debe haber muy poco auténtico por el mundo, empezando por quienes lo visitamos. Mi interés, decía, en visitar Sibiu no obedecía al circuito turístico recomendado sino a las ganas de encontrarme en la ciudad tan nombrada por un amigo que ya, y lo repetiré, no lo es porque alguien le condujo a la muerte voluntaria. La nombraba por ser, según decía, la ciudad de donde procedía su familia de origen alemán. Lo decía él pero como repetición o transmisión de lo que su padre decía. Algunos sonreían al oírle, no sé si porque era frecuente ver sonreír a algunos cuando Erik hablaba o porque ignoraban en dónde quedaba Transilvania o sabían que estaba en Rumanía y no sabían que allí fueron a parar hace algún tiempo oleadas de alemanes. Emigración alemana de entonces. Extraño hablar de alemanes y emigración. Y sí, la ciudad aún está gobernada por algún que otro alemán, siempre será más habitual que gobierne un alemán aunque sea rumano que un rumano, solo rumano, sin otro origen más estimado. Como también será más habitual que gobierne un alemán aunque sea rumano que una alemana, incluso aunque sea alemana pura y no rumana. Sibu está bien reconstruida y conservada, cómo no. Aunque yo no diría que es auténtica si lo auténtico es mantenerse en el origen o en lo que nos origina. Las generaciones de alemanes que habitan en Sibu se complacen sabiéndose con la sangre, toda ella o en parte, de esos ancestros de sangre más prestigiada. Han reconstruido la ciudad más que conservarla. Sibiu es una ciudad de apariencia medieval plagada de maquillaje y botox.

Mi amigo me contó que sus antepasados, no decía antepasados, pero quería referirse a ellos al decir que tatarabuelos de sus abuelos vinieron de Sibiu. Le gustaba mencionarlo con frecuencia. Venimos de los alemanes de Transilvania, decía, así le había contado su padre muchas veces y él lo repetía tal cual como si aquello le añadiera un plus, consciente de que su persona necesitaba de ese plus. Algunos compañeros de las oficinas encapsuladas en el edificio en donde trabajábamos coincidían a veces con Erik en los pasillos o en lo que llamaban office y en ocasiones se reían de él más que con él. Yo nunca he creído que los trabajadores, ellos encorbatados en desfile por ese bloque de oficinas que Erik visitaba como proveedor y comercial de materiales de oficina, tuvieran el más mínimo interés por la procedencia de Erik. Era el momento en que cortaban la mañana y se desplazaban a un descansillo amplio convertido en office, como les gustaba decir, o sala de café, en donde habían instalado las máquinas suministradoras de mil modalidades de café y bebidas llamadas refrescos y varias hipertónicas, además de agua, Donuts incluidos y nutrientes de semejante aleación bien empaquetados en celofanes impresos con colores brillantes. Decía de esos trabajadores encorbatados ellos, de tacón alto ellas, no todos, no todas, amplia muestra de ese joven ya menos joven que se ha incorporado al mundo llamado profesional y permanece en él, sobre todo permanece. Decía que ellos y ellas se encontraban con Erik en el descansillo habilitado, lugar de paso a la vez, y a veces charlaban con él y se reían otras veces de él. Había quién apreciaba a Erik y había quien sin despreciarle, era imposible despreciar a Erik, le incitaba a hablar para evidenciar su déficit expresivo, esperando que se derivara un coro de sonrisas discretas aunque bien marcadas y contenidas, ante su torpeza. Le alentaban para que explicase, cada vez que pronunciaba Transilvania muy mal pronunciado, su árbol genealógico inexistente sin duda, y sabiendo que el término era desconocido para Erik. Se lo expliqué yo un día y le dije que no tenía ninguna importancia no conocer el árbol genealógico, desconocido también para la mayoría. Había, como hay también siempre, los que no se alojan en la sombra y alentaban a Erik para hacerle sentir que le apreciaban. En esos corredores de los edificios de oficinas en donde la corbatilla es el distintivo del sobresaliente se alojaba, se aloja quizá, mucha frustración. Son bloques en donde un miserable escalafón permite el subidón de egos. Son criaturas que jamás llegan a quitarse la corbata ni a 40 grados, quizá ni el fin de semana. Fuerte decepción cuando descubren al situado en el escalafón más alto que se distingue por el poder de desfilar sin corbata. Y digo corbata porque es el distintivo de los equipos masculinos el que connota con fuerza, aunque cada vez hay más tacones altísimos que podrían ser hermanos o hermanas gemelas de las corbatas. Pardillos entre los que Erik resultaba bien auténtico, sin acepción ninguna del calificativo que usan en los folletos turísticos como lo que yo refería respecto a Sibiu. Erik sí, él era auténtico, bastante más que la ciudad de sus antepasados que iba de antigua más que ser antigua. Erik no iba de nada, a pesar de que su nombre le fue puesto por su padre con intención de plasmarle un sello a modo de blasón familiar sajón.

Al conocerle nadie dejaba de sorprenderse por su frecuente alusión a la lejana procedencia. Más tarde yo entendí el déficit de seguridad que había crecido junto al niño Erik, al principio tartaja y fustigado por un padre que deseaba un proyecto más que un hijo, como tantos padres.

Erik se escondía detrás del compañero de delante pensando así que la profesora no le haría las preguntas que pocas veces sabía responder. Él no veía a la profesora pero la profesora veía el esfuerzo de Erik por esconder su enorme cuerpo ya con ocho o nueve años, y siguió aumentando año tras año para hacer más difícil su escaramuza detrás de uno u otro compañero siempre de hechura mínima respecto de la suya. Esa mirada temerosa en un niño de ocho, nueve o doce años y tartaja permaneció invariable cuando se hizo mayor, mirada de las que no se afirman en nada pero abierta a todo cuanto pudiera captar. Esa mirada se mantuvo así de virgen desde esa edad. Entonces los retrasos en la escuela se asociaban a vagancia. Entonces y ahora porque qué padres quieren reconocer incapacidad en su hijo, mejor decir y creer o creer para decir que es un vago. La genética sufre menos. Así transcurrieron los años de ese niño que llegó a joven con un déficit de ego y una rebosante ingenuidad, confundida a menudo por los modelos de prepotencia que su padre le inspiraba o más bien le instigaba para medrar su ego. Se zanjó el abuso, ahora llamado bulliyng, cuando adquirió la fuerza necesaria. Una fuerza que le permitió también parar los golpes de su padre al que sobrepasó en altura y fuerza con quince años. Así el padre se replegó para alojarse en las críticas y reproches.

16 de julio de 2013 cuatro años después de la noche de autos

Salimos de Sibiu. No hemos visto el castillo de Bran pero hemos tomado cervezas estupendas y una buena cena. Nos dirigimos hacia los Cárpatos, la puesta de sol nos permite ver su perfil negro. Mientras el coche circula por la carretera, el perfil se desplaza y muestra sus picos y vaguadas. Mi pecho se encuentra un poco comprimido porque los recuerdos se han instalado con fuerza y llegan a trepar por mi garganta presionándola. Recuerdos en los que desfilan algunos rostros, entre ellos el de Erik.

Persona Erik que a pesar de su despertar quinceañero contra su padre abandonó pronto su hostilidad. La necesidad de aprobación le impulsaba a volver a él para ser castigado de nuevo, ya no con agresión sino con clara muestra de desinterés por cuanto le decía o hacía. No le concedió nada de más valor que el nombre de Erik y su apellido. Quizá porque lo hizo antes de que su hijo se manifestara como el antiproyecto del padre. Hombre ajeno a la dulzura por lo que deducía del sentir de Erik, y el respeto, la generosidad y la discreción. Su hijo las abanderaba y ni los ladinos de corbata que tomaban su café en el descansillo y azuzaban a Erik para que exhibiera su déficit, hubieran podido negarlo. Ignoro cómo se instalaron en él esas virtudes tan ajenas a su progenitor. Pudieron venir de su madre, no lo sé porque no la conocí hasta el día en que despedimos a mi amigo y solo un momento. Mi amigo amaba a su madre, solo la amaba, nunca resaltó nada que nos permitiera saber cómo era. Luego supe que jamás ella se dejó ver, era una mujer sin presencia, oculta tras su marido y tan sumisa que aceptaba hasta la más brutal agresión hacia su hijo y hacia ella si lo protegía. Así salió un Erik pacato en su juventud y más alentado luego cuando pudo hacerse con un trabajo y un valor que se transcribía en unos ingresos suficientes, producto de la comisión asignada en razón de la cantidad mensual vendida. En ese momento vendía material de oficina. Ninguna seguridad en ese trabajo ni en ningún otro de los que consiguió. Siempre autónomo, siempre a porcentaje.

Jamás supo decir cuál era el idioma originario de sus antepasados cuando hacía referencia a su procedencia alemana de Transilvania. No lo sabía pero sí sabía que su padre le puso el nombre de Erik porque siempre reivindicó su ascendencia alemana. Quizá ese era el idioma de sus antepasados muy antepasados. Debía ser así si su padre lo decía aunque toda la familia, la que él conocía, de su padre y de su madre, todos habían nacido como él en Tarrasa. A los abuelos por parte de su padre no los conoció pero sabía que su abuelo vino de La Mancha aunque su padre nunca se lo dijo. Todos de Tarrasa y todos hablaban catalán, Erik lo hablaba con la misma dificultad que el español. Sus problemas eran de locución, su voz y gesticulación se expresaban con más soltura. Sus problemas de locución no provenían de ningún origen alemán, nadie en su familia lo hablaba, ni tampoco del idioma familiar catalán. Podía ser su infancia de tartaja y el arrastre de una inseguridad que su padre fomentó a la perfección. Ante su vocabulario tan reducido, a veces me sentía obligada a facilitarle las palabras cuando le veía azorado a la búsqueda de alguna para completar una frase. Sé que no era bueno pero no podía evitar lanzarme en su auxilio dejando aún más en evidencia su impotencia verbal.

Mi amigo repetía a la menor oportunidad que su familia procedía de la Transilvania alemana, como decía su padre, y repetía, Transilvania no Rumania. La oportunidad se la daba a veces alguna o algún mal intencionado buscando sacar a escena su orgullo de procedencia. Erik no lo mostraba por propio orgullo, era el orgullo que su padre le instigaba y con más empeño una vez reconocidos las limitaciones de su hijo. Erik no se extendía mucho más que en la mención de su procedencia, solo una escueta mención, aunque la hacía muy presente. Pocas veces se extendía verbalmente. Y si alguien decía, enfatizando la interrogación, Transilvania está en Rumanía, entonces era la oportunidad de Erik para responder, repitiendo lo que siempre había oído. Si estábamos a su alrededor escuchábamos por décima o quincuagésima vez lo mismo. Es posible que el desprestigio de la palabra rumano en una Europa que ya comenzaba a llenarse de una inmigración del Este de Europa produjera en Erik un inacostumbrado vigor expresivo e insistía, sí, ahora es Rumanía pero siempre estuvo poblada por alemanes que fueron allí a hacer negocios. Es verdad que la síntesis de los motivos que condujeron a alemanes a instalarse allí en boca de Erik sonaba un poco cómica. Lo importante para Erik era avalar la decisión de su padre al elegir su nombre y defender sus argumentos. Ese orgullo de procedencia inculcado por su padre era muestra de su déficit y mayor muestra de la infravaloración a la que le condujo su padre cuando percibió que su proyecto de progenie era inviable en aquel ser. Fue el mismo momento en que ese padre supo que el nombre de pila elegido no sería suficiente para agregar a su hijo una mayor cotización. Nombre que aspiraba a representar una saga con cotización en alza en los mercados y se quedó en una denominación que ni tan siquiera fomentó la autoestima de Erik. Ese fue a mi juicio otro de los ingredientes, la falta de valoración, lo que puso a Erik a merced del adulador al que no nombro. A merced del innombrable.

Como decía, visitamos Sibiu después de haber atravesado pequeños pueblos cuya arquitectura popular parecía más propia de Alemania que de otras regiones de Rumanía. Visitamos iglesias fortaleza y vimos a habitantes de esas ciudades y pueblos que podían ser descendientes directos de aquellas primeras poblaciones alemanas y aún hablaban alemán. Sus nombres y apellidos alemanes daban a entender que las mezclas con los autóctonos no se habían producido.

El nombre Erik era bandera de genética bien valorada. Bien valorada sobre todo por quienes la portaban en aquellos pueblos de Transilvania. Y allí se encargaban de enarbolar la bandera alemana a pesar de pertenecer a otro país. Orgullo patrio plasmado en una tela de varios colores, su bandera aún mantenida, eso es aún valorado en un país al que no representa.

Las banderas y los nombres. Los nombres nos califican, tienen una vida propia más amplia que su significado. El nombre no tiene forma ni color como la bandera ni tan siquiera tiene sentido si no se lo han dado antes porque qué serían la palabras si no las hubiéramos cubierto de significados. Erik era solo un nombre pero llevándolo mi amigo era sinónimo de placidez y confianza.

17 de julio de 2013 cuatro años después de la noche de autos

Recupero secuencias vividas 4 años antes, sobre la noche sin otras sombras que las que producen las montañas de los Cárpatos al salir de Sibiu. Su perfil sostiene ese cielo con una línea oscilante porque aletea la luna llena sobre los picos cubiertos de nieves perennes. La luna plena pero el cielo aún color cielo, tras la puesta de sol rojiza aún sin imponerse la oscuridad que no logrará esta noche imponerse porque la luna la rechaza. En las laderas apenas se ve alguna luz, solo alguna que otra casa perdida o pequeñas granjas. Casi todos los pueblos se extienden a los lados de la carretera del sur, la que nos conduce hacia Hungría.

Julio de 2009 cuatro meses después de la noche de autos

Después de la noche de autos un 25 de febrero de 2009, supe hasta donde una sombra puede utilizar disfraces sin crear alarmas. Así era, es, el camaleón, tenía, tiene, capacidad para modificar su rostro y gestos, para adaptarlos al objetivo, para camuflarse y adquirir personalidades diferentes. Solo una excepción, cuando sabía que el objetivo ya no estaba a su alcance, cuando alguien descubría sus intenciones y se convertía en adversario o adversaria y le presentaba obstáculos que inhabilitaban su estrategia o cuando le desenmascaraban, entonces era sombra, entonces sus ojos se congelaban, se zafaba de los requerimientos, y si huía lo hacía con sigilo, sin alarmar. Sus pasos eran como leves coletazos de tiburón. Si debía permanecer frente al adversario, su mirada era ausente, dirigida al adversario pero ausente. Era este en los únicos momentos que sostenía la mirada y se sentía su mirada aunque estaba posada en algún sitio indeterminado, era una mirada inexistente. Cómo una mirada puede estar tan ausente, cómo puede hacerte sentir un escalofrío. Es un momento terrorífico. La adversaria enfrentada y desenmascarándole, la que desea huir aunque no consigue movere. Quizá como ante la amenaza del tiburón cuando te roza pero pasa de largo y sabes que volverá. Seres como él no matan, su amenaza no es física es mucho más aterradora, el roce es imperceptible aunque te desangra, agradecerías una agresión de frente, una dentellada como la del tiburón, clara. El tiburón antes de atacar gira a tu alrededor o pasa a tu lado y sabes que volverá, su potente figura se desliza e intuyes que va a volver y quizá entonces sentirás su dentellada. Deseas ya acabar, la incertidumbre comprime tu respiración y el terror a lo esperado supera al dolor del desgarro. Cuando él es descubierto su temple y su serenidad son estremecedoras, ya no actúa, es él en estado puro, sereno, imperturbable, así mientras sus ojos se descubren vacíos de humanidad y la cólera contenida se almacena en un frunce ligero entre sus ojos. Gesto como de ligera disconformidad. Ninguna expresión más.

Era, es, un ser inasible. Ajeno a todo ardor nunca discutía, no me gustan los conflictos decía y se refugiaba en su sombra pertrechando sistemas de huida o de camuflaje, expulsando tras de sí una estela de tinta, como el calamar, borrando con ella todas las huellas de su fechoría. Resucitaba a la vida al cabo de un tiempo, largo o corto dependiendo de la fechoría y las persecuciones. Para lograr ese renacer se hacía asesorar por buenos piratas de lo jurídico, incondicionales con él porque le suponían víctima inocente. El camuflaje con los abogados que utilizaba era aún más perfecto, lloraba ante ellos, me han engañado, decía, soy un confiado. Tenía tan ensayado el papel de víctima que resultaba creíble y con su insolvencia salía de todas las estafas sin más condena que permanecer insolvente de nuevo. Yo le conocí ya así y el recital fue el mismo, le habían engañado. Una vez borradas las huellas de la última estafa se ponía en ruta hasta olfatear otras posibles piezas y ponerse en la posición correcta para acceder a sus carótidas.

Es la sombra según sesudas opiniones. Parece que ella representa la parte oscura en cualquier persona. Es nuestra parte inconfesable. Lo que no sé es cómo podemos formar una sombra que no deseamos reconocer y nos persigue o precede o superpone y además representa bajos instintos, lo voraz, lo rastrero. Bajo la cintura están los bajos instintos, lo digo con interrogante, y huyo del sentido literal de bajos y de instintos. Si es así, los altos estarían situados sobre la cintura, lo digo también con interrogante. Si la cintura es aquello que nos permite movernos bien entre los pasillos sociales, es posible que bajo ella se alojen los que se sitúan bien en esos pasillos sociales atisbando bajos objetivos. Tiene cintura, decimos, y queremos decir que se desenvuelve bien en esos pasillos. Así era el innombrable, de apariencia humana con cintura y de esencia inhumana que movía su cintura con agilidad para satisfacer su voracidad rastrera. Todos tenemos nuestra sombra, nuestro lado oscuro. La diferencia con el no nombrado, el innombrable repito, es que él es solo sombra, la maquinación, esa que se elabora y desliza con sigilo sin delatar nada mientras se fragua. Descripción que representa el trabajo de alta precisión del husillo a bolas. Y al innombrable. Él maquinaba. La sombra que pertenece a los innombrables es la del maligno. Los eclesiásticos nos han vendido como maligna la figura expresionista del demonio. Un expresionismo de la maldad, como un icono más propio del cómic. La maldad es la armonía misma, la orquestación bien armonizada capaz de hechizarnos como el pungi hipnotiza a la cobra. De ella, de la maldad, provienen los terrores que nos han vendido. El demonio es la otra cara de dios, la necesaria bondad debe tener su oponente para ser creíble, la maldad. Y en el caso de dios hay más valor añadido en la creación del personaje oponente, el demonio, a él se le culpa de todo lo que se supone a dios no le sale, o le ha salido, bien, y además el demonio es el castigo, la tortura que nos espera de por siglos si hacemos lo que a ese dios justo y bonancible le ha salido mal durante el proceso de la creación del mundo y de nosotros mismos. Es perfecto el binomio del affaire montado para hacernos rebaño, ese mismo que tanto le gusta representar a la Iglesia y a sus santos pastores. Así era el innombrable, la cara de dios y el demonio alternándose. Él había estudiado ambas, era un ex dominico. Era de esos monjes cuya orden religiosa gestionó la Inquisición, bien instruidos en el castigo y bien aleccionados para aparentar. El innombrable fue un buen alumno.

El terror por lo desconocido es el más intenso, de ahí la creación de cielos, de eternidades con sus dioses y demonios. Tememos la muerte, ese qué será de nosotros después, ese interrogante maléfico que ha creado, ha generado, una inexistencia necesaria. Yo pude sentir ese terror varias veces, era desconcierto ante reacciones desconocidas, temor a su significado. Eso fue antes de dispararse mis alarmas. Mi interrogante era un qué, qué había detrás de ese sujeto que paseaba un rostro de bondad y minutos más tarde mostraba su desafección total ante dolores próximos. Crecía mi terror ante la mudanza de su rostro y la falta de fondo en su mirada, no había mirada, solo ojos dirigidos al objetivo a dañar. Cómo identificarlo, cómo saber si lo tenemos al lado. Repito que ese tramo hasta la identificación es similar al paso del tiburón que te roza aunque no te ataca y después vuelve a pasar y vuelve. Te mantiene en una inquietud terrorífica. Esa angustia se alojó en mi mucho antes de saltar todas las alarmas certificando el diagnóstico. Solo si llegamos a vislumbrar su sombra, esta se nos muestra de forma intermitente, y se muestra siempre. Si seguimos sus maquinaciones encontraremos su sombra. Esa sombra que jamás es colérica ni ataca de frente, no se exalta por defender una opinión o una idea, jamás, no se desgasta, toda su energía se conduce a hacer el mal y haciéndolo consigue un objetivo, gozar. Fijándonos bien en su mirada quizá vislumbremos su sombra. Es un iris vacío. Sus niñas profundas y fijas no se cierran con la luz, nada vibra, dirige su mirada hacia la tuya y permanece gélida, inalterable. Solo posa la mirada cuando es sombra, cuando enfrente tiene a la persona que lo ha desenmascarado. Solo cuando está perdido. Nunca posará la mirada sobre otra persona cuando desea mostrarse humano, entonces su mirada se torna nómada y nunca se detiene sobre otra. Entonces, aunque su rostro se encienda con expresiones de amor o se contraigo ante la pérdida de un ser querido, nunca deja reposar su mirada sobre la tuya. La mirada es el punto más expuesto para un camaleón. El fingimiento le agota y teme ser descubierto a pesar de sus excelentes interpretaciones. No existe un actor o actriz que haya ensayado con tanta intensidad y durante toda su vida un papel como era, es aún, el caso del innombrable, toda la vida de ensayo para un mismo papel con ligeras variaciones te convierte en un excelente actor a pesar de la continua improvisación. Solo esta, la improvisación le traicionaba a veces, no reaccionaba con mesura acorde a lo percibido, podía resultar un poco histriónico.

Marzo 2006 tres años antes de la noche de autos

Aseguro que aún sin matar directamente, un innombrable es capaz de conducirte hacia la muerte voluntaria. No deja pruebas. Hace algún tiempo, aunque lo percibo como reciente, tuve la infortunada oportunidad de conocer al innombrable. Un día, en un encuentro fortuito, él estaba con varios fabricantes de esas cosas que nunca he podido situar en su escenario correcto a pesar de mi interés por hacerlo. Escuché con atención las explicaciones de un ingeniero sobre los husillos a bolas y su utilidad. Podría aplicar lo que ese ingeniero decía al personaje sin nombre. Podría, aunque sea con torpeza, decir que el escenario seductor del innombrable se asociaba al trabajo de aquellos elementos. La fricción de estos husillos no se realiza por desplazamiento sino por rodamiento y parece ser esta la razón que posibilita un rozamiento inferior y también un menor desgaste. Sin sentirse apenas su movimiento hace un trabajo de alta precisión. Un husillo a bolas o una rectificadora deben ser frías, trabajan con metales, dándoles forma y sin arrojar virutas. Algo así debe ser, pensé alguna vez, cuando veía trabajar al innombrable con su presa. Movimientos mecánicos humanizados por su exagerada gesticulación siempre en pose de derrota y su rostro a veces irónico, a veces inocente. Solo a pieza perdida o cuando su trama era descubierta su mirada se congelaba y su expresión se tornaba hierática. Alta precisión en el objetivo y fricción mínima.

Mínima fricción, no te das cuenta, no te deja lugar para la rebelión o la protesta porque no es una agresión aparente, va exprimiéndote hasta que te ha dejado sin sangre. Pálido, así vi a mi amigo meses antes de que muriera de esa muerte voluntaria inducida.

En otras situaciones, cuando no existía el objetivo ni el plan, la presencia del innombrable era como esa habitación de un hotel desprovista de detalles, en la que sientes frío a pesar de que el termostato jura que estás a 22 grados. Solo la presencia insonora de algunas manchas en las paredes y suelo denuncian que alguien, alguna vez, se ha alojado en esa habitación. Hotel de fachada sin otro perfil que los dibujados por los bastidores de aluminio de sus ventanas y habitación sin más vistas que las ventanas del hotel de enfrente a no más de diez metros, un baño mínimo de elementos insípidos, más que bien usados, y una puerta en madera de pino vieja que no antigua para salir o entrar, como en todos los hoteles básicos, que conduce a un pasillo atravesado por una alfombrilla extendida a todo lo largo, en la que en su día hubo pelo y ahora se adivina solo la trama y urdimbre sobre la que se armaron los hilados. Las humedades han dibujado sobre ella unas aureolas justo perceptibles cuando las lámparas, no más de dos, se balancean tras el paso de algún vehículo pesado por la estrecha calle.

Así era él, el innombrable, como esa habitación del hotel básico. Su apariencia en estado de búsqueda y captura de objetivo era muy otra. Como su casa. La descripción que se podría hacer de su casa sería rica en detalles de fino paladar, en la decoración se reflejaba todo lo que él deseaba aparentar. Repleta de objetos que se esforzaban por mostrar un exquisito gusto aunque su distribución obedeciera más a un escenario que al amor por la estética. Tenía una lujosa encuadernación de la enciclopedia de Diderot y D’Alembert, se entiende que en facsímil. También diversos cuadritos de pintores inidentificables, cuadros originales de esos que puede decirse, se encontraban por ahí, los que supongo provenían de algún mercado de ladrones aficionados. Además sus paredes exponían con descaro pequeños retablos o partes de ellos de valor equis, estolas bordadas en oro o doradas sin duda provenientes de redes de robo sacro en directa sin pasar por mercados negros. Incluso algún remate de friso en marquetería, siempre partes, nada completo. Contraventanas mínimas en madera antigua de estilo rústico y objetos como incensarios y lámparas candil. Creo que pregunté alguna vez de dónde salía todo aquello. Comprado en mercadillos de anticuarios, me dijo. Nada sospeché entonces, ahora tengo todas las sospechas sobre su procedencia.

5 de abril 2007 dos años antes de la noche de autos

Asistí a escenas escalofriantes con el ser que no nombro y tras ellas se paralizaba mi juicio respecto a lo que ahora identifico como inicuo y sin embargo entonces me abría un interrogante que quedaba suspendido, sin cerrarse. Esas escenas tomaron tierra poco a poco conforme iban acumulándose. Acumuladas eran detectables, ahora la asociación entre ellas es inmediata, mientras suceden en situaciones donde la tensión o la proximidad nos pueden condicionar el juicio es difícil identificarlo, tanto que el camaleón es llamado así por su camuflaje. Un perfil malvado no da la cara, solo es un perfil.

Una vez vi llorar al innombrable en un entierro, el de su hermana, había mucha gente del pueblo y ante ese público lloraba. Yo estaba con él cuando su cuñado se la comunicó y entonces no lloró. Era una muerte ya esperada pero terrible por el tiempo de sufrimiento y por la juventud de esa mujer. El camaleón no se disfrazó cuando recibió la noticia por teléfono, no arrojó una lágrima, no le vi apenado, siguió con lo que estaba haciendo. Éramos solo dos personas las que estábamos a su lado y no había suficiente quórum para hacer el esfuerzo de mostrarse afectado. Yo estuve en el funeral y, repito, fue entonces, rodeado de público, cuando lloró con amargura, el llanto era visible pero no cierto, se veían las lágrimas y hasta algún desgarro sonoro que él enfatizaba mostrando un esfuerzo, inexistente, por contenerlo. Este era su problema, el control en la expresión de los sentimientos no sentidos.

Octubre 2008 un año antes de la noche de autos

Asistí un día a un encuentro con su tía que salía del hospital tras conocer la noticia de la muerte de su hijo. El rostro del ser no nombrado se transformó, incluso el color de su cara se tornó pálido y se lanzó sobre ella en un abrazo mientras le dirigía mil condolencias al uso. Una vez se separaron y ya solo conmigo su color retornó a la normalidad y sus ojos se movían saltarines, entonces comenzó a escupir apelativos sobre como era su primo, un donnadie que se creía algo, decía. Llamó también episodio a su muerte en el funeral que siguió. Él mismo me lo dijo riendo, he metido la pata porque todos me miraron extrañados. Alguien repitió con extrañeza la palabra episodio, interrogándole, has dicho episodio o he oído mal, repito que a modo de interrogación. Siguió con una crítica al que también era su primo y hermano del fallecido y remató, yo no sé qué encuentran en la palabra episodio, es la ideal para describir una muerte acontecida de repente. A veces perdía el papel ensayado y se le escapaban dichos que no encajaban en una situación de verdadero dolor, como la muerte por accidente de una persona cuya familia se mostraba deshecha. Era el desierto de la empatía, y aunque un gran actor en ocasiones, como digo, perdía a veces los papeles del guión y se perdía. Ese continuo esfuerzo por escenificar lo no sentido le fatigaba, y mucho más si no tenía ningún objetivo interesante a la vista que compensara su esfuerzo. Ante eventos cuya actuación viene muy marcada por la costumbre social su tristura o alegría respondía a la perfección, más difícil cuando se presentaba lo inesperado, el dolor indescriptible que abate y para el que no existe bálsamo. Ante él era impotente, no transmitía más que lo correcto y alguna escenificación sobreactuada de dolor cuando era tan cercano que le exigía mostrarse dolorido. Como lo fue la muerte de su hermana.

25 de febrero de 2009 noche de autos