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Beschreibung

Dice el diccionario que lo insólito es lo raro, lo extraño, lo desacostumbrado. Lo insólito nos permite observar el mundo desde el otro lado del espejo y deformar las imágenes de la realidad para mostrar su verdadero rostro. En esta antología, lo insólito es todo aquello que resulta extraordinario. Lo que se sale de lo común: lo inusual, lo fabuloso o lo inexplicable. Lo que aspira a ir más allá de la realidad. Pero quizá lo verdaderamente insólito es que no se hubiera publicado antes ninguna antología de género fantástico escrita por mujeres en Latinoamérica y España. Y era necesario. Importante. Por eso reunimos a casi una treintena de autoras de al menos dos tercios de los países hispanohablantes, de diferentes generaciones y temáticas, con la representación de sus mejores relatos. Insólitas serán las lecturas que se agazapan entre estas páginas.

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Teresa López-Pellisa Ricard Ruiz Garzón (eds.)

Insólitas

Narradoras de lo fantástico

Insólitas. Narradoras de lo fantástico en Latinoamérica y España

Primera edición digital: marzo de 2019

ISBN epub: 978-84-8393-640-5

IBIC: FYB

Colección Voces / Literatura 274

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

© De la edición, introducción y notas: Teresa López-Pellisa y Ricard Ruiz Garzón, 2019

© De los textos, sus autoras, 2019

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2019

Editorial Páginas de Espuma

Madera 3, 1.º izquierda

28004 Madrid

Teléfono: 91 522 72 51

Correo electrónico: [email protected]

Introducción Las hijas de Metis

Solo la ciencia ficción y la literatura fantástica pueden mostrarnos mujeres en ambientes totalmente nuevos o extraños. Pueden aventurar lo que podemos llegar a ser cuando las restricciones presentes que pesan sobre nuestras vidas se desvanezcan, o mostrarnos nuevos problemas y nuevas limitaciones que puedan surgir.

Pamela Sargent

Dice el diccionario que lo insólito es lo raro, lo extraño, lo desacostumbrado.

En esta antología, lo insólito es todo aquello que resulta extraordinario. Lo que se sale de lo común, lo inusual, lo fabuloso o lo inexplicable: lo que aspira a ir más allá de la realidad.

También resulta aún insólito, por desgracia y salvo excepciones que comentaremos, el hecho de que una antología –mixta o no– reivindique a las «insólitas», es decir, a escritoras de las diferentes ramas de la narrativa no realista. Y aún resulta más insólito, y da que pensar, que esta labor no se hubiera llevado a cabo, hasta ahora, entre Latinoamérica y España. Como en los inventos absurdos de las viejas películas de espías, la principal intención de este prólogo es por tanto (y por insólito que parezca) aspirar a su inmediata autodestrucción: que caduque pronto, que no haga ya falta, que sus hallazgos, si los hay, dejen de ser necesarios; que el objetivo final de las antólogas que lo redactan –sonará asimismo insólito, pero en este contexto es más que de justicia el plural femenino– se desintegre en una realidad en la que las mujeres que escriben, y entre ellas las que escriben fantástico, dejen de estar olvidadas, silenciadas e invisibilizadas. Será entonces cuando tenga sentido, como debería ser, el disfrute sin más de los cuentos seleccionados, que por otro lado han sido escogidos ante todo por su calidad. Juzguen si no, que para eso están.

Existe un ejemplo que ilustra bien a juicio de las abajo firmantes la pretensión de revindicar la nómina presentada. Lo protagoniza Metis, una injusta desconocida para la mayoría de las lectoras (sí, también hay hombres entre ellas; ojalá el plural genérico fuera igual de reivindicativo). El caso es que Metis, la ignota y remota Metis, pertenece como otras diosas a la época clásica, pero apenas la conocemos porque resulta que su marido, el viejo Zeus, la devoró. Tal cual. Se la comió enterita mientras estaba embarazada de su hija común, Atenea. Todos conocemos al padre y a la hija, pero en un acto de inexplicable complicidad antropofágica hemos acabado borrando a la titánide Metis de nuestra memoria colectiva. Cosas que pasan, ¿no?

Pues no, no son cosas que pasan, no sin más, y además eso no es todo. Gracias a su desaforada ingestión, que no digestión, Zeus asimiló el poder de su primera esposa, y pudo con él procrear mediante un parto cuando menos singular: Atenea, ya adulta, vestida y armada, brotó de su cabeza con la obstétrica ayuda de Hefesto. En palabras de la poeta catalana Maria Mercè Marçal, nació también con ello un fructífero paralelismo:

No es nada diferente a la experiencia de la escritora: literariamente hija del Padre, de su ley, de su cultura –el gran parto masculino contra-Natura–: del padre que, en todo caso, ha deglutido y utilizado la fuerza femenina y la ha hecho invisible. No hay ningún referente femenino materno: no hay genealogía femenina de la cultura. Protegida por el legado paterno de la armadura que la envuelve, que le ahorra, tal vez, recordar que su cuerpo es como el de Metis expoliada e invisible, la imagen de Atenea evoca, en un primer vistazo, la mujer que asume un arquetipo viril, pero también puede ser, simplemente, la mujer revestida de Mujer, es decir, de la feminidad entendida como una construcción conceptual masculina1.

Atenea nace por tanto sin madre, sin un referente femenino, y tan solo puede contemplarse en la proyección paterna de la que dispone, tras haber nacido con la imagen que Zeus ha creado en su mente sobre cómo deben ser su cuerpo y sus atributos. Con esta metáfora, Marçal plantea como en pocas ocasiones la necesidad de liberar a Metis, esto es, de reivindicar la historia de la literatura escrita por las mujeres en Occidente, y en el caso particular que nos ocupa, de construir una genealogía literaria femenina de lo insólito en Latinoamérica y España. Metis, es cierto, desapareció, pero no lo hizo por azar. Le ocurrió algo insólito, sí, pero no casual. No hay imágenes sobre ella a lo largo de la tradición occidental, pero existió y siempre ha existido y por eso es necesario aún hoy, o más hoy que nunca, llevar a cabo su visibilización.

De ahí, en fin, que este prólogo se titule «Las hijas de Metis». Como su «madre», las herederas de este linaje están ahí, existen, escriben y publican aunque muchos no las vean. En numerosas ocasiones, a las antólogas nos han preguntado si hay escritoras de lo fantástico o la ciencia ficción en español. La pregunta es sesgada, pero no innecesaria: dichas autoras existen y han existido siempre. La cuestión que debería preocuparnos, en consecuencia, es por qué no conocemos lo suficiente a esas escritoras de lo insólito que han enriquecido el género a lo largo de la historia. ¿Por qué? ¿Por qué sabemos tanto de Zeus y casi nada de Metis? ¿Quién ha devorado a nuestras autoras?

Insólito sí, ¿y femenino?

Los relatos escogidos para esta antología forman parte, como se ha dicho, del género de lo insólito. Se trata de narraciones que pertenecen a diferentes ámbitos de lo no mimético. En relación a las categorías de lo insólito, sin embargo, existe un debate terminológico al que no son ajenas las antólogas. Así, para una de ellas, es importante distinguir las categorías de lo fantástico (incluyendo el terror sobrenatural con monstruos y fantasmas), la ciencia ficción y lo maravilloso (con todas sus modalidades, entre las que se incluiría la fantasía épica). A partir de las propuestas de David Roas2, lo fantástico se caracteriza por la inclusión de un elemento sobrenatural o imposible que transgrede las leyes que organizan el mundo real. Lo fantástico recrea nuestra realidad para destruirla y quebrarla a partir de la introducción de un fenómeno imposible que nos inquieta y nos angustia. El lector y los personajes del texto se sienten amenazados por los fenómenos extraordinarios de un relato camuflado en el modelo realista, tal y como sucede con los cuentos de Edgar Allan Poe. En cambio, lo maravilloso como hiperónimo incluye diferentes categorías con sus propias reglas internas, como el realismo mágico, la fantasía épica o el fantasy. En este tipo de textos los mundos planteados no suponen una transgresión de las reglas de nuestro mundo, ni generan un conflicto con nuestra idea de realidad, ya que se trata de recreaciones de mundos muy diferentes al nuestro. Esta tipología literaria parte de presupuestos no realistas, transporta al lector hacia entornos en los que se convive de manera natural con lo extraordinario y lo imposible (con seres sobrenaturales o con la magia). Por otro lado, la ciencia ficción nos propone narrativas basadas en la especulación imaginativa, ya sea a partir del ámbito de la ciencia y la tecnología o de las ciencias sociales y humanas (por lo que no es imprescindible encontrar elementos tecnológicos para catalogar un texto como perteneciente al género de la ciencia ficción). En este caso, todos los fenómenos extraordinarios tienen una explicación racional, y ahí radica la diferencia entre este género y el funcionamiento de lo fantástico o lo maravilloso.

Por su parte, la otra antóloga prefiere el uso de otro tipo de taxonomía, habitual en el sector editorial, las librerías, el periodismo y el público aficionado, según la cual el término paraguas del «fantástico» puede dividirse en las ramas centrales de la fantasía, la ciencia ficción y el terror. Desde este punto de vista, explicitado en nombres como el de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (aefcft), la veterana Associació Catalana de Ciència-Ficció i Fantasia (accff), la Asociación Venezolana de Fantasía y Ciencia Ficción (avcff), la Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía (amcyf) –entre otros ejemplos de las asociaciones existentes entre España y Latinoamérica– o la fantasía y sus variantes épica, heroica o urbana no formarían parte del mismo apartado que los superhéroes, los zombis o el propio realismo mágico, sino que constituirían una categoría en sí misma, en igualdad de condiciones que las de la ciencia ficción o el terror (aunque no aparezcan en los nombres recogidos por las asociaciones mencionadas). El concepto de realidad, por consiguiente, no sería la piedra angular de esta clasificación, que ya presupone que los géneros no miméticos se alejan de ella en uno u otro grado, sino que al establecerla se tendrían más en cuenta los códigos y arquetipos de identificación, sometidos hoy día a un proceso de hibridación que los acerca a terrenos fértiles e inexplorados. Esta idea no científica del «género» como punto de encuentro, a menudo con derivas comerciales entre las que se incluyen el fenómeno fan y hasta el «orgullo friki», no está sin duda exenta de problemas, entre ellos la confusión terminológica entre «fantasía» (subgénero), «el fantástico» (paraguas marco) y «lo fantástico» (concepto teórico desarrollado por la primera antóloga en el párrafo anterior), pero tiene como ventaja su inmediata asimilación por parte de un público creciente que, del mismo modo que en ámbitos como el cinematográfico, el de los videojuegos o el de las series televisivas, ha empezado al fin a arrinconar los prejuicios y el estigma que durante décadas han acompañado a los mal llamados géneros no realistas (en puridad, no miméticos).

Una y otra concepción parecen en cualquier caso suficientemente compatibles para esta antología bajo la etiqueta común de lo insólito, ya que los relatos elegidos ofrecen ejemplos de prácticamente todas las categorías de dichas narrativas más allá de su denominación final. Así, hay cuentos con quiebra de la realidad, con recreación explícita de códigos y con intenciones metaficcionales, y aunque es cierto que lo fantástico o la ciencia ficción tienen por ejemplo mayor presencia que el weird, ello se debe a la intención de trasladar a estas páginas la proporción hallada en la investigación. Quede claro, en fin, que si en esta antología hay más fantástico que ciencia ficción, y más ciencia ficción que terror, y más terror que fantasía épica o cuentos de hadas, sin ánimo de agotar comparativas, es solo como reflejo de la literatura escrita por las autoras que formaban el corpus manejado.

Pero vayamos a otro punto crucial para este volumen: en las páginas siguientes aparece en efecto un amplio abanico de autoras de lo insólito, de diferentes generaciones y países (entre Latinoamérica y España), que pese a su diversidad tienen en común haber escogido observar el mundo desde lo que una de ellas, Cristina Fernández Cubas, ha tipificado para la literatura como el ángulo del horror. Al tratarse de escritoras que trabajan la narrativa fantástica en su sentido más amplio, sin embargo, la crítica se refiere a menudo a sus trabajos como: fantástico femenino. Anne Richter acuñó el termino «fantástico femenino» en Le fantastique féminin d’Ann Radcliffe à nos jours (1977), para referirse a un tipo de narrativa escrita por mujeres en la que predominan elementos característicos de «lo femenino» como lo mitológico, la locura, la maternidad, el mundo interior, lo irracional y la fusión con el entorno natural. Nos desmarcamos con rotundidad de tales concepciones, si ese es el sentido de «lo fantástico femenino». De hecho, las antólogas consideramos que los binomios razón/locura, naturaleza/ciudad, hombre/mujer responden a categorías esencialistas que ha generado el saber humanista patriarcal androcéntrico y antropocéntrico. Y en nuestro caso negamos la mayor, ya que no se habla de «fantástico masculino» para hacer referencia a la narrativa de lo insólito escrita por hombres, y términos como «lo masculino» y «lo femenino» son conceptos construidos a partir de prácticas de exclusión y discriminación que el siglo xxi no deja de cuestionar.

Esta no es, por tanto, una antología sobre lo «insólito femenino». Otra cuestión es que hablemos de lo «insólito feminista»3, pero en ese caso no tendríamos por qué hablar de un tipo de literatura escrita exclusivamente por mujeres, ya que las mujeres no están obligadas o inclinadas necesariamente a escribir literatura y crítica feminista por el hecho de serlo. Algunos hombres, y aquí las antólogas se sienten en disposición de remarcarlo, también escriben literatura feminista y forman parte del movimiento feminista. Pese a todo, resulta obvio que en esta antología no hemos pretendido seleccionar únicamente cuentos feministas, más allá de que algunos relatos puedan leerse desde esta perspectiva. Las temáticas y preocupaciones con las que se toparán las lectoras, sea como fuere, resultan mucho más variadas.

Lo insólito, vamos comprobándolo, permite cuestionar el orden simbólico a partir de la transgresión, ya sea del lenguaje o de las convenciones culturales, y ese ejercicio de subversión contra lo normativo es perturbador y revolucionario, por lo que desde el feminismo supone un arma cultural de gran interés. Rosemary Jackson, en Fantasy: literatura y subversión, dice que la literatura de lo insólito muestra aquello que debería permanecer oculto, por lo que sus efectos siniestros se revelan a partir de las zonas oscuras que se esconden en nuestra cotidianidad. Para nosotras, lo interesante es que lo insólito desenmascara la naturaleza relativa y arbitraria del sistema social, se opone al orden institucional y expresa los impulsos que deberían ser reprimidos desde la perspectiva de lo normativo, por lo que puede resultar lógico que las mujeres, como identidades que no han gozado del privilegio, encuentren un espacio de libertad en la narrativa no realista y su capacidad para reflejar las tensiones entre la ideología y el sujeto humano.

La teórica y pensadora Donna Haraway, en el ensayo Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, nos ofrece una herramienta política desde la que podemos hablar e iniciar nuestros análisis a partir del concepto del «saber situado». Haraway explica que este concepto tiene que ver con nuestra identidad y el lugar desde el que miramos y leemos el mundo. La autora propone especificar cuál es nuestro punto de vista, porque nunca somos neutrales y por eso nuestro conocimiento y nuestra visión del mundo son parciales y están situadas en un contexto y en la subjetividad de quien lo emite. De ahí la riqueza de esta antología de narrativas transatlánticas, ya que la experiencia de una escritora de El Salvador o de Colombia nos permitirá abordar en ocasiones líneas diferentes a las de una autora de Ecuador, España o Perú. Lo cierto es que el lugar desde el que escribe cada autor o cada autora (y desde el que los leemos) responde a cuestiones identitarias y de experiencia de vida que tienen que ver con la nacionalidad, la localización geográfica, el género, la raza, la formación, la lengua o la inclinación sexual, y en algunas ocasiones esa identidad se ve reflejada en los textos. Pero esto no tiene por qué suceder, ya que los creadores no tienen por qué hablar de su género o su sexualidad en las obras que escriben, y más cuando hablamos de ficción y no de autobiografías.

Conviene en este contexto recordar que el teórico de la literatura y crítico literario Harold Bloom, autor de El canon occidental, bautizó como «Escuela del Resentimiento» a las primeras reivindicaciones de la crítica literaria feminista y poscolonial, en las que se solicitaba una revisión del canon literario en los planes de estudio de la universidad norteamericana. El canon, como todo, se configura a partir de convenciones sociales y relaciones de poder y de clase que no pueden pasar desapercibidas ni para las lectoras, ni para la crítica, ni para la academia, ni para el discurso institucional. Repartir el pastel siempre supone una pérdida de poder, y las resentidas también tenemos derecho a comer una porción del pastel y no morir de hambre. Quizás sea necesario resignificar el término «resentimiento» de connotaciones positivas, tal y como sucedió con el termino queer, ya que Bloom nos permite otorgarle un valor ético e ideológico. Si es así, muchas nos declaramos como resentidas que luchan por la justicia y la igualdad.

Una historia silenciada

Se definan o no como «luchadoras» o «resentidas», las hijas de Metis han escrito siempre. La escritora Christine de Pisan, desde su habitación propia, decidió reclamar también una ciudad propia y escribió La ciudad de las damas (1405), donde imaginó un mundo gobernado y habitado solo por mujeres que reclamaban su derecho a la igualdad, estableciendo una genealogía de mujeres ilustres y pensadoras que pudieran servir de modelo para futuras generaciones; fue una de las primeras ginotopías4 de la historia de la literatura. La científica británica Margaret Cavendish, por su parte, publicaba su utopía El mundo resplandeciente en 1666 –traducida al castellano por la escritora de ciencia ficción María Antònia Martí Escayol–, en el mismo contexto que Campanella (Ciudad del sol, 1623) y Francis Bacon (La nueva Atlántida, 1627). El texto lo protagoniza una mujer que llega a un lugar más allá del Polo Norte donde diferentes seres de naturaleza maravillosa habitan en una armoniosa civilización poblada por animales antropomórficos que se muestran críticos frente al androcentrismo y el antropocentrismo. Y, cómo no, la británica Mary Shelley inauguraba el género de la ciencia ficción con Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).

Pese a todo lo anterior, mientras en el ámbito anglosajón Pamela Sargent editó la antología Women of Wonder: Science Fiction Storiesby Women about Women en (Mujeres y maravillas) en 1974, y Jen Green junto a Sarah Lefanu la antología Despatches from the Frontiers of the Female Mind (Desde las fronteras de la mente femenina) en 1985, en España5 no se ha publicado la primera antología de autoras de ciencia ficción hasta el año 2014, cuando nació el proyecto Alucinadas (promovido por la traductora Cristina Macías y la escritora Cristina Jurado, cuenta con la publicación de cuatro compilaciones hasta la fecha). Alucinadas incluía relatos de escritoras españolas y latinoamericanas de ciencia ficción, inaugurando un proceso que ha tenido continuidad en otros países como Cuba, con la publicación de la antología de escritoras Deuda Temporal (2015), o México, con La imaginación: la loca de la casa (2015), dentro del ámbito de la ciencia ficción. Insólitas, por consiguiente, es la primera antología que se publica sobre narrativas de lo insólito en español escrita por mujeres, a partir de un diálogo transatlántico entre Latinoamérica y España, y la primera que reúne a escritoras de diferentes generaciones de trece países con textos de todas las modalidades del fantástico en español. Un eslabón más, creemos que necesario, para redefinir y resituar en definitiva una realidad demasiado tiempo oculta.

Se trata, por cierto, de una reivindicación basada en hitos incontestables. Así, en la narrativa latinoamericana la presencia de lo insólito ha formado parte del canon literario desde muy temprano, en concreto con la forma narrativa del cuento. Véanse si no la presencia de lo sobrenatural y las reivindicaciones feministas en la obra de la escritora mexicana sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), los relatos de las escritoras argentinas Juana Manuela Gorriti (1818-1892) y Eduarda Mansilla de García (1834-1892) o la distopía de la escritora colombiana Soledad Acosta de Samper (1833-1913) en el contexto del romanticismo, bajo la influencia de Edgar Allan Poe, el positivismo, el cientificismo y el mesmerismo, tal y como también reflejan los trabajos de Leopoldo Lugones y Rubén Darío. A partir de la década de los años cuarenta, además, los autores más relevantes del canon latinoamericano estaban escribiendo narrativas de lo fantástico, como Jorge Luis Borges o Felisberto Hernández, coetáneos de la escritora argentina Silvina Ocampo (1903-1993) y la mexicana Elena Garro (1916-1998). Pero lo cierto es que la presencia de lo insólito, sobre todo del realismo mágico, cuando cobra relevancia en Latinoamérica es a partir del boom de los sesenta, cuyo fenómeno editorial y literario no incluyó sin embargo a las escritoras latinoamericanas6. La década siguiente, la de los setenta, sería no por casualidad la del impulso recibido por la segunda ola de feminismos y la celebración de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer en México en 1975.

En la narrativa de lo insólito latinoamericano del siglo xx son muy conocidos los trabajos de Guadalupe Dueñas, Carmen Boullosa y Laura Esquivel (México), Elena Aldunate, María Luisa Bombal e Isabel Allende (Chile), Ángelica Gorodischer (Argentina), Rosario Ferré (Puerto Rico), Daina Chaviano (Cuba) o Gioconda Belli (Nicaragua), además del auge del microrrelato fantástico cultivado por autoras como las argentinas Ana María Shua y Luisa Valenzuela o la uruguaya Cristina Peri Rossi. A este panorama se deben sumar aquellas autoras que han incursionado en algún momento entre lo insólito como Lina Meruane (Chile), Rita Indiana (Santo Domingo) o Claudia Salazar (Perú), y lo cierto es que existe una larga nómina de autoras de las modalidades de lo insólito en la narrativa latinoamericana contemporánea7 que no está pasando desapercibida por la crítica. En esta antología se ofrece una pequeña muestra de estos trabajos, cuya diversidad temática, uso del lenguaje y estilos narrativos no dejarán de inquietarles.

Al contrario de lo que ha sucedido en España, las narrativas de lo insólito en América Latina no han constituido una corriente definida al margen de la literatura general, por lo que siempre han formado parte del canon y del reconocimiento institucional, mostrando una gran creatividad y originalidad en todas sus modalidades. Son diecinueve los países latinoamericanos en los que se habla español, y cada uno está caracterizado por procesos histórico-políticos, raciales, económicos y culturales de diferente índole, por lo que estaríamos hablando de una gran heterogeneidad entre las zonas del Cono Sur, la zona Norte o el Caribe. La presencia indígena en los países andinos, la violencia de las dictaduras, así como las consecuencias del proceso colonial, hacen del panorama cultural latinoamericano un crisol mestizo con grandes variantes y diferencias, tanto en los procesos comerciales editoriales como en la tradición de la presencia de escritoras en el canon latinoamericano (hay una clara diferencia entre la presencia institucional y la visibilidad que han tenido las escritoras en el Cono Sur, por ejemplo, frente a las otras zonas geográficas). Lo mismo ocurre en cuanto a la narrativa testimonial, la representación de la violencia y el conflicto armado, la pobreza y la represión política, la preocupación por el medio ambiente (característico de algunas zonas de América Central), o la presencia del conflicto con Norteamérica (más propio del Caribe y del norte). Las modalidades de lo insólito en el continente americano son proteicas y en su mayoría están caracterizadas por mensajes políticos y de crítica social, ya sea a partir del uso de las voces de los desaparecidos en la dictadura a través de los relatos de fantasmas, o a partir de diferentes versiones de lo distópico y lo apocalíptico como un reflejo del proceso colonial y los efectos del capitalismo neoliberal en el continente.

En España, a su vez, se ha cultivado la narrativa no realista desde el siglo xviii sin interrupción hasta nuestros días, aunque lo cierto es que, al contrario de lo que ha sucedido en Latinoamérica, nunca ha tenido el mismo reconocimiento institucional que la literatura realista ni ha formado parte del canon, y menos todavía si se piensa en las escritoras de lo insólito. La autora más relevante del siglo xix y principios del xx es la feminista Emilia Pardo Bazán (1851-1921), por haber cultivado el género de lo maravilloso religioso, lo fantástico y la ciencia ficción, aunque también es importante mencionar a Ángeles Vicente (1878-1912), Carmen de Burgos (1867-1932), Matilde de la Torre (1884-1946) y María Laffitte, condesa de Campo Alange (1902-1986). Pero lo cierto es que, tal y como afirman David Roas y Ana Casas8, la normalización del género fantástico en España no se produce hasta los años ochenta, y casualmente esta fecha coincide con el boom de la narrativa escrita por mujeres. Durante la Transición española se despertó un gran interés por parte del público lector, los medios de comunicación y las editoriales por las autoras de diferentes generaciones que publicaron entre 1975 y 1982. Pilar Nieva de la Paz9 considera que desde mediados de los años setenta se percibe el deseo de abrir una nueva era de libertades con la progresiva desaparición de la censura, la novela de corte político, autobiográfica y de testimonios (tanto del exilio como de la represión franquista durante la dictadura), y es por ello que en ese período proliferan los nombres y los premios literarios conseguidos por autoras, dando lugar a un fenómeno socioliterario de primer orden. Así, en estos años se conoce la obra de autoras de género fantástico en las que predomina el elemento sobrenatural como Cristina Peri Rossi (uruguaya exiliada en España), Ana María Matute, Rosa Chacel, Mercè Rodoreda, Pilar Pedraza, Mercedes Salisachs o Cristina Fernández Cubas, pero no asistiremos a una mayor presencia de las narradoras de lo insólito hasta la década de los noventa (con Elia Barceló como cabeza visible en la ciencia ficción) y no podríamos hablar de una consolidación de la presencia de las escritoras de lo insólito hasta la primera década del siglo xxi, acompañada del impulso de lo que ya podemos denominar la cuarta ola del feminismo. Entre las autoras que han cultivado el género durante este último período pueden citarse muchas, entre ellas Care Santos, Rosa Montero, Julia Otxoa, además de las antologadas y de otras que han incursionado ocasionalmente en el género como podrían ser Flavia Company, Sara Mesa o Mercedes Abad10.

Es importante mencionar que un factor fundamental para que se produjera esa normalización de lo fantástico en España durante los ochenta fue la llegada del boom de la narrativa latinoamericana a Barcelona en los sesenta y setenta. La renovación temática, estilística y del lenguaje, con obras en las que predominaba el realismo mágico y lo fantástico, y el relato frente a la novela, supuso un cambio en las letras españolas, que al fin fueron asumiendo con cierta naturalidad los géneros no miméticos. A este factor se suma la llegada en esas mismas fechas del editor argentino Francisco Porrúa, fundador de la editorial Minotauro, cuya labor de publicación se centró en el impulso de la ciencia ficción en español e incluyó a autoras como Angélica Gorodischer. Tras el boom de la producción femenina en la Transición y la normalización del género fantástico en los ochenta, podríamos hablar de una consolidación progresiva de la ciencia ficción con el impulso de tertulias y fanzines, el asentamiento de un fandom inasequible al desaliento y la creación de la hoy llamada Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (aefcft).

Un cambio necesario

El siglo xxi, por su parte, es ya el siglo de lo insólito. El cambio de siglo ha propiciado un cambio en la recepción del cultivo de lo fantástico que podríamos describir como un proceso de naturalización11 del género en la tradición cultural de Occidente. Las series de televisión, el cine, las obras de teatro o algunas novelas no siempre se presentan además con esta marca de género y ello favorece un consumo sin viejos prejuicios. A esto debemos sumar la presencia cada vez mayor de las voces femeninas como otra de las características de lo insólito del siglo xxi. Este impulso se ha logrado gracias a los proyectos editoriales y las revistas que dirigen varias mujeres, a la presencia de escritoras en la organización de festivales, en la dirección de portales en la red y en las instituciones, así como a la labor de académicas y traductoras dedicadas a la visibilización de estos trabajos.

En Insólitas se ha buscado mostrar una panorámica global de lo que están escribiendo actualmente las narradoras latinoamericanas y españolas en el género del cuento (escogiendo autoras que lo cultivan con asiduidad y tienen al menos un libro de cuentos publicado o relatos escogidos en antologías relevantes). Nos hemos centrado por tanto en cuentistas vivas de al menos dos tercios de los países posibles cuyas últimas publicaciones están relacionadas con lo insólito (y no solo en el pasado o de manera ocasional). Hemos querido además mostrar a autoras de varias generaciones, por lo que se puede distinguir una primera línea conformada por nombres consagrados dentro del canon como Angélica Gorodischer, Luisa Valenzuela, Amparo Dávila, Ana María Shua, Cristina Peri Rossi, Cristina Fernández Cubas y Pilar Pedraza; una segunda con exponentes como Ana Cristina Rossi, Elia Barceló, Daína Chaviano, Cecilia Eudave, Alicia Fenieux, Lola Robles, Jacinta Escudos, Susana Vallejo y Tania Tynjälä; una tercera, conformada por autoras como Patricia Esteban Erlés, Anabel Enríquez, Mariana Enríquez, Solange Rodríguez Pappe, Laura Ponce, Cristina Jurado, Sofía Rhei, Raquel Castro y Laura Gallego; y una última hornada de escritoras nacidas en la década de los ochenta que cuentan con varias publicaciones como Laura Fernández, Laura Rodríguez Leiva y Liliana Colanzi. Hemos seleccionado los que hemos considerado los mejores relatos de estas autoras y que no hubieran sido muy antologados. A los criterios de calidad, por consiguiente, se les han añadido para conformar la selección final los geográficos, los generacionales, los de la variedad de subgéneros y hasta los de extensión, siempre con el objetivo final de proponer una lectura orgánica y lo más satisfactoria posible. En cualquier caso, las ausencias que puedan encontrar las lectoras y las carencias que puedan observar las autoras serán siempre responsabilidad única y exclusiva de las antólogas.

Quizá convenga añadir para acabar que las temáticas abordadas son muy diversas. Queremos dejar claro una vez más nuestro punto de vista al respecto: no consideramos que exista una temática propia en la literatura escrita por mujeres, ya que los personajes y las temáticas que defienden la diversidad y exploran el arte desde la disidencia pueden estar escritos por mujeres y por hombres. Lo que no deberían esperar las lectoras es que los cuentos seleccionados se centren en cuestiones y problemáticas femeninas o que sean relatos feministas por el mero hecho de que los haya escrito una mujer. Las inquietudes de las escritoras responden a intereses particulares y a contextos sociopolíticos y geográficos muy variados, que desde sus saberes situados les convocan los monstruos y umbrales incorporados a estas páginas. Entre los temas que se abordan entre estas páginas, a título de anticipo (dado que cada relato irá presentado con una biografía de la autora y una breve introducción al cuento), destacamos en cualquier caso la violencia de género, la relación con el Otro, la diversidad sexual, la soledad, la misoginia, los cuerpos no normativos, la infancia, la muerte, la enfermedad, las relaciones familiares, la metaliteratura, la lincantropía, la precariedad laboral, el canon de belleza occidental, la violencia, la desigualdad de clases, el monstruo, la ecología, la guerra, el amor, la política en la era de la globalización, la relación humano-máquina, la educación en la era de la cibercultura, la inmigración o la indiferencia de la sociedad frente los problemas ajenos, entre otras posibilidades que invitamos a descubrir como quien destapa el ánfora de Pandora.

Lo insólito nos permite observar el mundo desde el otro lado del espejo y deformar las imágenes de la realidad para mostrar su verdadero rostro. Insólito, repetimos, es que no se hubiera publicado antes ninguna antología de géneros no realistas escrita por mujeres en el ámbito transatlántico español. Insólita será, y esperamos que en positivo, la lectura que se agazapa entre estas páginas.

Metis, por su parte, debería dejar cuanto antes de ser insólita.

Así sus hijas, creadoras libres, podrían desarrollar toda legítima rareza.

Teresa López-Pellisa

Ricard Ruiz Garzón

1. Maria Mercè Marçal, «Més enllà i més ençà del mirall de la Medusa», en Sota el signe del drac. Proses 1985-1997, Proa, Barcelona, 2004. La traducción es nuestra.

2. David Roas, Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico, Páginas de Espuma, Madrid, 2011.

3. Autoras que podríamos clasificar dentro del marco de lo insólito feminista serían Angela Carter, Ursula K. Le Guin, Joanna Russ, Angélica Gorodischer, Rosario Ferré, Luisa Valenzuela, Ana María Shua, Lola Robles, Patricia Esteban Erlés, Jacinta Escudos, Nieves Delgado o Cristina Jurado, por citar algunos ejemplos de diferentes tradiciones literarias.

4. Los espacios simbólicos y políticos exclusivamente femeninos se conocen como ginotopías, y conLa ciudad de las damasse inaugura una tradición literaria que cobraría una gran relevancia durante el sufragismo de la primera ola de feminismos en el sigloxix. Varios ejemplos de esta corriente los tenemos en la novelaMizora: a prophecy(1880-1) de Mary E. Bradley,Nueva Amazonia(1889) de Elizabeth Burgoyne,Gloriana, or the Revolution of 1900(1890) de Florence Dixie,El sueño de Sultana(1905) de Rokeya Sakhawat Hossain oDellas: un mundo femenino(1915) de Charlotte Perkins Gilman, entre otros.

5. En España también se ha publicado el I Premio Ripley (2017) y las antologías históricas Poshumanas y Distópicas. Antología de autoras españolas de ciencia ficción (2018), que incluyen una selección de textos que van desde el siglo xix hasta 2015, además de la antología Terroríficas (2018).

6. Helena Araújo, «¿Escritoras latinoamericanas: por fuera del boom?»,Quimera, 30, 1983, pp. 8-11.

7. Entre las hijas de Metis latinoamericanas, a pesar de no mencionar a todas las autoras ni incluir todos los países –y dejando fuera a las autoras antologadas–, queremos dejar constancia del trabajo llevado a cabo por autoras como Claudia Aboaf, Gloria Alcorta, Yamila Begné, Valeria Correa Fiz, Alejandra Decurguez, Lucila Grossman, Beatriz Guido, Amalia Jamilis, Vlady Kociancich, Luisa Mercedes Levinson, Teresa Pilar Mira de Echeverría, Magdalena Mouján y Samanta Schweblin en Argentina; Vanessa Giacoman, Marcela Gutiérrez, Angélica Guzmán Reque, Dennis Morales Iriarte, Giovanna Rivero y Alison L. Spedding en Bolivia; Elena Aldunate, Hilda Cádiz, Alejandra Costamagna, Ana María Güiraldes, Sascha Hanning, Myriam Philips, Ana María del Río, Rebeca F. San Román, Catalina Salem y Camila Trabucco en Chile; Manuela E. Aguirre, Gabriela Arciniegas, Linda Castro, Alicia Dujovne, Carolina Durán, Corina González, Diana Catalina Hernández, Marvel Moreno y Laura Rodríguez en Colombia; Laura Casas Nuñez, Mariana Castillo Rojas, Jessica Clark, Ericka Lippi Rojas, Laura Quijano Vicenzi, Anacristina Rossi y Evelyn Ugalde Barrantes en Costa Rica; Niurka Alonso Santos, Yadira Álvarez, Viana Barceló, Nora Calas, Zullín Elejalde Macías, María Felicia Vera, Olga Fernández, Ileana Hernández, Chely Lima, Mailyn Lozano García, Duchy Man, Jamila Medina, Ida Mitrani, Yamila Peñalver Rodríguez, Evelin Pérez, Yasmín Portales Machado, Gina Picart Bajula, Yeny Mila Ramos, Haydee Sardiñas, Lidia Soca Medina, Mariela Varona e Ileana Vicente en Cuba; Marcela Ribadeneira, Marcela del Río y Alicia Yánñez Cossío en Ecuador; María Luisa Mendoza, María Luisa Hidalgo, Raquel Banda Farfán, María Elvira Bermúdez (pseudónimo Raúl Weil), Gabriela Damián Miravete, Karen Chacek, Raquel Castro, Libia Brenda, Daniela Tarazona y Bibiana Camacho en México; Adriana Alarco de Zafra, Antoanette Alza Barco, Ethel Bazán Vidal, Alejandra P. Demarini, Bianca Miosi, Yelinna Pulliti Carrasco, Andrea Rivera y Aurora Seldon Perú; Marta Alponte Alsina y Marigloria Palma en Puerto Rico; Marosa di Giorgio, María Antonia Grampone, María Inés Silvia Vila, Armonía Somers y Giselda Zani en Uruguay; Julia Martina Müller, Ana Teresa Rodríguez o Enza Scalici en Venezuela.

8.David Roas y Ana Casas (ed.),La realidad oculta. Cuentos fantástico españoles del sigloxx, Menoscuarto, Palencia, 2008.

9.Pilar Nieva de la Paz,Narradoras españolas en la transición política: textos y contextos, Fundamentos, Madrid, 2004.

10. Entre las Hijas de Metis españolas, y lejos de una exhaustividad hoy por hoy afortunadamente imposible, podemos citar los nombres de María Angulo, Pily Barba, Gema Bonnín, Gabriella Campbell, Ana Campoy, Ariadna Castellarnau, Verónica Cervilla, Aixa de la Cruz, Nieves Delgado, Enerio Dima, Adolfina García, Covadonga González-Pola, Arrate Hidalgo, Marta Junquera, Laura López Alfranca, Ana Llurba, Haizea M. Zubieta, Blanca Mart, Maria Antònia Martí Escayol, Felicidad Martínez, Layla Martínez, Mayte Navales, Rosa Montero, Julia Oxtoa, Iria Parente, Selene Pascual, Montse de Paz, Concha Perea, Begoña Pérez Ruiz, Virginia de la Puente, Concepción Regueiro, Irene Robles, Tamara Romero, Laura S. Maquilón, Care Santos, Aranzazu Serrano, Gloria T. Dauden, Carme Torras, Marian Womack, María Zaragoza, etcétera, además de las autoras aquí antologadas. Su puede ampliar y actualizar esta lista en webs especializadas como «Fantástikas» de Lola Robles o «La nave invisible», entre otras.

11. Véase Teresa López-Pellisa, «Introducción»,Historia de la ciencia ficción en la cultura española, Iberomaericana/Vervuert, Madrid, 2018, pp. 9-46.

Jacinta Escudos

El Salvador, 1961

Ha cultivado los géneros de novela, cuento, crónica y ensayo. Tiene experiencia como editora, traductora y guía de talleres literarios, además de colaboradora en los periódicos La Nación (Costa Rica), La Prensa Gráfica (El Salvador) y El Nuevo Diario (Nicaragua). Vive en El Salvador donde escribe la columna quincenal «Gabinete Caligari» en la revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, imparte talleres de narrativa y realiza labores de difusión cultural. Fue escritora residente en la Heinrich Böll Haus de Alemania y de La Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs de Saint-Nazaire, Francia, ambas en el año 2000. Tiene diez libros publicados entre novela y cuento, destacando El asesino melancólico (2015), Crónicas para sentimentales (2010), El desencanto (2001) y Cuentos sucios (1997). Ha sido ganadora del I Premio Centroamericano de Novela «Mario Monteforte Toledo» (2003), con su novela A-B-Sudario, publicada por Alfaguara Guatemala.

El relato «Yo, cocodrilo» (en El Diablo sabe mi nombre, 2008) es un cuento fantástico de transformaciones y metamorfosis, que apela a la sororidad a partir de una ácida crítica social al sistema patriarcal perpetuado por las mujeres. Un relato sobre la violencia que nos interpela y reclama responsabilidades por parte de todos y de todas, independientemente de cual sea nuestro género.

Jacinta Escudos Yo, cocodrilo

En las tardes de calor me convierto en cocodrilo.

Voy al arroyo, me quito la ropa, me tiro boca abajo, cierro los ojos, extiendo los brazos, abro las piernas.

Siento el viento de los desiertos soplar sus aires calientes sobre mí. Me derriten. Me penetran ahí abajo. Y algo cambia, algo que ya no soy yo. Y que es esto: un cocodrilo.

Así comienza mi fuerza, arrastrándome seductoramente, como cintura de mujer que se menea cuando camina. Tengo escamas en mis manos y una nueva y larga nariz que se extiende y se pega a mi boca, llena de dientes filosos y puntiagudos. Los animalitos huyen de mí, se esconden. Tienen miedo.

Tienen miedo de que abra mis fauces. Tienen miedo de mis ojos.

Al principio no sabía qué pasaba. Y entonces recordé lo que decían en la aldea. La niña que no se somete al ritual se convierte en cocodrilo.

No podía imaginar cómo una niña se convertiría en cocodrilo. Pero no debía preguntar. Entendería después.

La primera tarde que me convertí en cocodrilo fue extraña. Me acosté boca abajo en el arroyo porque tenía calor, y el calor me da sueño. Quería dormir. Y lo hice. Y al despertar me descubrí animal. Conocí mis fauces, mis nuevas manos. Si me contorsionaba lo suficiente, hasta podía ver mi cola. ¡Mi propia cola!

Me pareció curioso. Ser animal y ser persona. No me preocupaba, me parecía divertido. Pasaba las tardes en los matorrales del arroyo con los demás amigos cocodrilos. Hablábamos de los animales cazados, de los críos, del calor y del agua. Y de los humanos que vivían en la aldea.

Los demás cocodrilos no creían que yo era humana. Hasta que me vieron convertirme en yo. Los cocodrilos más ancianos dijeron que el humano que podía transformarse en animal, era un hechicero. Y así, los demás cocodrilos me respetaron y prometieron ayudarme en toda circunstancia, porque sabían que yo sería buena con ellos.

Yo me la pasaba muy bien entre mis amigos. Nadábamos, comíamos, jugábamos. Me enseñaron la cacería. Acechábamos a todos los animales que se acercaban a la orilla a beber agua: impalas, búfalos, leones, elefantes. Y también a los humanos.

No me gustaba ser humana. Prefería mis horas de cocodrilo. Madre había sido clara. Me dijo, «tienes que someterte al ritual». Y yo le decía «no, prefiero ser cocodrilo». Madre me tiraba al piso, me gritaba. Todas las mujeres hablaban conmigo. Me decían que tenía que hacerlo, que no temiera, que todas lo hacían.

Yo lloraba. No quería oírlas. Ponía mis manos sobre mis oídos y lloraba. Sabía de los gritos de las niñas cuando iban al ritual. Sabía de las que morían después.

«No te casarás nunca», me decían. Y madre también decía «nadie dará dote por ti, seremos miserables siempre». Será infiel, será lujuriosa, se enfermará de la carne y se le pudrirá todo. Sus partes le crecerán y crecerán y serán tan grandes como los cuernos de una cabra, decían a mis espaldas.

Yo tenía sueños. En el sueño estaba acostada boca arriba, sin ropas. Y en el sueño, veía que de mi entrepierna crecía una larga serpiente con un solo ojo en el centro, gruesa y rígida, del color de mi carne, y yo tomaba la cabeza de la serpiente entre mis manos y la metía en mi boca, y sentía cosas extrañas en mi cuerpo. Y despertaba apretando las piernas y sintiendo cómo algo se movía en esa parte donde salen las aguas del cuerpo. Algo que se movía y que palpitaba tan fuerte como los latidos de mi corazón.

Me dejaron a mi suerte. Madre no quería saber nada de mí. Dormía y comía allí, pero no les importaba si me iba o me quedaba. Era indigna de todos y temí que cualquier día me llevaran a la fuerza para hacerme eso que le hacían a las demás.

Ya no quería estar con ellos. Odiaba a madre. La vi llevar a mi hermanita, la vi llevar a otras más. Mi hermanita lloró días y días, y lo único que salía de su cuerpo era sangre, mucha sangre. Madre se pasaba los días cambiando los paños de sangre por otros con el oxidado color de la sangre mal lavada.

Yo lo vi todo una vez. Sabía que las llevaban a la choza de la curandera. Ella les quitaba la ropa, y las mujeres le abrían las piernas a las niñas y las niñas lloraban y chillaban como animal que va a ser matado y la curandera cortaba con un cuchillo un pedazo de carne, del tamaño de una oreja, allí de donde salen las aguas del cuerpo. Y la sangre brotaba roja, en abundancia. Y no había manera de pararlo, ni con emplastos de barro ni con mezclas de yerbas. Y las niñas no tomaban brebajes ni polvos para aliviar sus dolores, nada más eran sujetadas por su propia madre, por su hermana mayor, mientras otra les cortaba las partes y la cosían con cáñamos y agujas de la planta de las espinas.

Prefería ser cocodrilo, indigna, impura.

Una mañana, madre me dijo que tenía que ir con ella. Yo sabía lo que significaba. Me llevaría con engaños a la curandera, me dominarían, me amarrarían como animal.

Corrí, corrí desesperada, gritando. Fui hacia el único lugar donde tenía amigos, el arroyo. Corrí y me metí al agua y recuerdo un grito extraño dado por madre. Sabía que allí vivían los cocodrilos. Madre pensó que yo estaba muerta.

Entré al agua y por primera vez me convertí en cocodrilo en las oscuridades del arroyo. Salí cocodrilo a la orilla y los demás me siguieron.

Fuimos a la aldea. Destruimos todo. A los únicos seres que despedazamos fue a las mujeres de la aldea. Algunos compañeros murieron en la hazaña. Los hombres se defendían. Pero los hombres no nos interesaban. Eran ellas las que hacían todo. Las que cortaban, obligaban, mantenían las piernas abiertas.

Madre murió y yo la vi morir, pero no sabía que su hija era yo, cocodrilo. Participé personalmente en la comida de la curandera. Y nos encargamos también de todas las demás, porque las niñas no eran felices nunca, después del ritual. Fue un acto de piedad terminar con ellas.

Cuando concluimos fue porque los hombres se habían ido. No pudieron defender a sus mujeres. Huyeron asustados de nosotros. Jubilosos, batimos nuestras fauces en señal de victoria.

Ahora soy el líder de este pueblo. Mis amigos cocodrilos se la pasan muy bien. Ya no trato de convertirme en humana. Prefiero ser así, un cocodrilo con una larga serpiente que le crece entre las piernas.

Laura Rodríguez Leiva

Bogotá, Colombia, 1988

Maestra en Artes Plásticas y Magister en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Desde 2009, ha trabajado como directora de arte de cortos y largometrajes, series de televisión, programas de concurso, videoclips, piezas publicitarias y otros proyectos audiovisuales. También, codirigió, con Luis Carlos Barragán, el cortometraje Mu (2014). Actualmente, es la directora de arte de la serie científica Yongaritmo y los Polinomios, de Unimedios Televisión. Ha publicado en las revistas Tamandúa y Circe. En 2014, fue la ganadora del segundo concurso Mirabilia de cuentos, su texto fue publicado en el libro Ahora después nunca (2014). Ha publicado en la revista Próxima, así como en la antología de ciencia ficción colombiana contemporánea Relojes que no marcan la misma hora. Antología de ciencia ficción colombiana (2017). En 2011, fue ganadora del estímulo Semilleros de creación de la División de Investigación de la Universidad de Colombia.

El relato «Sangre correr» apareció en 2017 en el volumen Relojes que no marcan la misma hora. Antología de ciencia ficción colombiana. Se trata de un relato único en muchos sentidos: por su reinvención de lo femenino, por su mezcla de cotidianidad y monstruosidad, por las implicaciones de sus numerosas hemorragias, por sus largos, larguísimos apéndices y por su lúcida hibridación de géneros, que podría haberse quedado en lo experimental y, sin embargo, alcanza la lucidez narrativa que solo se obtiene difuminando las fronteras de lo fantástico.

Laura Rodríguez Leiva Sangre correr

La sangre que sale de la nariz choca contra la porcelana del lavamanos. Mientras tanto, Mabel ve las gotas y recuerda aquella vez en la clase del colegio. Todos los vestidos de baño eran iguales y las niñas del curso tampoco se diferenciaban mucho entre sí: eran bajitas, rozagantes y con los ojos alegres por estrenar el uniforme de natación que, como era inicio de año, no tenía el color mareado que solía tener en julio o agosto. Había un ambiente jovial que el profesor trataba de manejar con seriedad porque la clase de natación, decía, «no se trataba de entrar en la piscina por diversión, como si estuvieran en paseo familiar».

Tal como dispuso el profesor, Mabel respondió al llamado de la lista y se sentó en el borde de la piscina a chapalear. Luego, entró al agua y siguió el calentamiento de los músculos y los ejercicios de respiración. El profesor anunció que se harían unas cortas tandas de competencia por estilos durante la última parte de la clase. Mabel estaba alegre, se sentía la mejor en apnea. Entonces, llegada la hora, se sumergió con entusiasmo.

Le salía muy bien el estilo, incluso tenía el movimiento corporal de los profesionales: una ligera ondulación desde la nuca hasta los dedos de los pies que le permitía fluir a pocos centímetros del suelo enchapado de la piscina. La cara de Mabel era plácida, había rebasado la mitad de la piscina olímpica y estaba segura de que nadie la superaría en tiempo. Miró sutilmente hacia atrás, solo como un gesto de confirmación de su triunfo, y la vio. Era Marina, la hija del profesor, parecía haber usado la piscina durante las vacaciones y la acechaba a toda velocidad. Mabel volvió la mirada al frente y aceleró la brazada: estaba a diez baldosas de llegar, Marina no podía alcanzarla.

Mabel calculó que le faltaban dos brazadas para la meta, hizo la primera de ellas y se estiró; una más y tocaría el vértice formado entre la pared y el suelo de la piscina. Con este, ella se impulsaría para salir a la superficie. Cerró los ojos, siempre lo hacía para hacer la última brazada, y sintió el golpe en el gemelo derecho. Se contrajo, se abrazó el gemelo; la posición corporal, de rollito, la elevó a la superficie donde se oían gritos y el barullo de aquellas que se apresuraban a salir del agua. Mabel estiró el brazo para tocar el borde de la piscina, se agarró con ambas manos a la orilla y levantó el pecho para apoyar el abdomen en el piso exterior, solo así pudo quitarse las gafas y ver con claridad. La piscina estaba roja, totalmente teñida con el líquido borgoña que emanaba de su entrepierna. Volvió a sumergirse en el agua turbia y se dijo: «aquí me quedaré para siempre». Solo su mamá, que pidió permiso en el trabajo y atravesó la ciudad para llegar al colegio, pudo sacarla de la piscina ese día.

La cara de Mabel tiene un gesto de rabia porque el tapón del lavamanos no ajusta y detesta perder sangre. Piensa que en esa clase de natación, así como durante toda su infancia, perdió demasiada sangre solo porque nunca tuvo una ayuda verdadera. Sus profesores, más por asco que por preocupación, la dejaban ir a la enfermería cuantas veces quisiera para que le regalaran toallas higiénicas «ultra», «extra» o «súper» y, así, evitar un «accidente» sobre algún pupitre del salón. Ellos creían innecesario inmiscuirse en esos «asuntos de mujeres». Entonces, Mabel les seguía la cuerda y se salía de clase cuando se aburría, aun cuando sabía que no se trataba de un asunto de precocidad hormonal, ni falta de conocimiento respecto a los métodos para asumir la menstruación.

Con un nudo hecho con el trozo largo de un guante de goma roto, Mabel asegura el desagüe y piensa «siempre es mejor mantenerla adentro del cuerpo». Así, viendo que la sangre no se filtra, endereza el tronco y tira la cabeza hacia atrás. El ardor que siente cuando la sangre pasa por la garganta, le recuerda las ocasiones en que se provocaba el vómito durante la adolescencia. Tose chispas rojas y no tiene otra alternativa que volver a inclinarse sobre la poceta. La gotera se engrosa. Mabel, agachada, se humedece el entrecejo y aprieta sus lagrimales en la parte más delgada de la nariz. Esto, según el otorrinolaringólogo que publica tutoriales en YouTube, disminuye la hemorragia «solo en los casos en que la hemorragia se ha iniciado por factores externos; quiero decir, un cambio abrupto en el clima o una rasquiña prolongada», recuerda Mabel que le ha escuchado decir, con su acento españolete, en la publicación que hizo el martes pasado.

Como el sangrado no se detiene, Mabel decide tomar medidas extremas: usar papel higiénico. Pero solo un tubito de cartón se encuentra en el puesto de lo que, días antes, había sido un esponjoso rollo. «Mierda», dice. De inmediato, estira la pierna izquierda y, con ella, se agarra del soporte de la toalla, esto le sirve para no perder la posición de su cabeza sobre el lavamanos; así, extiende el brazo derecho. El brazo recorre el pasillo, dobla a la derecha por la columna que divide el comedor de la cocina, gira la perilla de la puerta, entra a la cocina, hala el cajón de la alacena y saca el empaque nuevo de rollos de papel higiénico. Con el paquete sin abrir sostenido por la mano derecha, Mabel, en el baño, asegura el brazo izquierdo a la manija de la puerta de la ducha y estira la pierna derecha. La pierna hace el mismo recorrido a través del apartamento y llega a la cocina para ayudar a romper el recubrimiento plástico del empaque. Las dos extremidades abren un hueco en el paquete para sacar un rollo. El pie lleva, con premura, el papel higiénico al baño y la mano se queda en la cocina acomodando la alacena, la cierra y aprovecha para sacar de la nevera varias frutas y verduras. Después de perder tanta sangre, a ella se le antoja un licuado que evitará el mareo.

Mientras la mano derecha licúa las verduras en la cocina, Mabel arma dos tacos de papel higiénico para incrustarse en las fosas nasales. Con esto, desobedece las indicaciones del otorrinolaringólogo online: «no podéis taponar las fosas nasales sin supervisión médica. Esto os puede causar un desvío del tabique», advierte en la publicación de hace un mes. Cada vez que ve las publicaciones del otorrino, Mabel lamenta haber acabado con la vida del único médico que intentó ayudarla. Era un dermatólogo que examinó las protuberancias que empezaron a salirle en la axila.

Las cosas sucedieron durante la consulta: Mabel rondaba los veinte años y estaba asustada porque temía que estas masas fueran como las que le habían extirpado a los senos de su mamá. El dermatólogo le pidió que no se predispusiera a las enfermedades, «lo más importante es que esté tranquila y que confíe en mí, yo le prometo ser sincero y buscar el mejor tratamiento para usted. Sin importar lo que sea, cuente conmigo», le dijo con una voz dulce mientras ella se desvestía para la auscultación. Mabel, desnuda, miraba al médico que la examinaba: sus ojos negros, su piel trigueña, sus labios rosados, sus manos de piel suave, las mangas impecables, el pelo sedoso. Mirarlo la tranquilizaba y, al mismo tiempo, se creía capaz de identificar la gravedad de su padecimiento en algún gesto del médico. Al mismo tiempo, mirarlo la tranquilizaba. La mirada del doctor estaba fija en la axila. Observaba sin expresar asco o asombro por las protuberancias, más bien ternura por Mabel y compromiso por lo que le estaba pasando. Ella sentía vergüenza, estaba nerviosa y cerró los ojos. Pensó en su mamá. En aquella vez en que la ayudó a ducharse después de la operación de sus senos. Su mamá se veía pequeña, tan frágil que el cuerpo parecía no poder sostenerla y se encorvaba hacia las vendas manchadas que cubrían el pecho.

Aún hoy, Mabel se siente desconcertada por lo sucedido con el doctor Valencia. Reconoce que ni ella se lo esperaba, pero justifica la reacción de su cuerpo porque el dolor que sintió fue insoportable. Cuando el doctor Valencia oprimió la axila, Mabel sintió que las protuberancias se abrieron como una cicatriz que se corta: la piel se rompe y la herida sangra aún más que antes. El doctor apretó y su cara fue succionada por la axila de Mabel. Ella gritó, intentó apartar al doctor, quien se agarraba el cuello indicando que no podía respirar. Mabel se tiró de la camilla y salió al pasillo de la clínica arrastrando el cuerpo del médico. Hizo lo posible por pedir ayuda para él, pero era tarde. El dermatólogo se había desmayado y solo pudo ser retirado de la axila de Mabel cuando seis enfermeros lo halaron, después de darle varias inyecciones a Mabel para que relajara los músculos. Al doctor Valencia lo llevaron a una camilla de reanimación, pero la falta de oxígeno le había provocado un paro respiratorio y tuvieron que inducirlo al coma. Mabel se disculpaba con todos, aunque no pudiera hablar por tantos relajantes. Fue encerrada en una habitación del hospital y estuvo en cuarentena.

Mabel se recuesta en el sillón de la sala para recuperarse de la pérdida de sangre. Se envuelve en una cobija suave para no quedar pegada. Esto sucede cuando las ventosas de su espalda entran en contacto con la tela del sillón que es una especie de cuerina, incluso, si ella solo lleva puesta una camiseta de tela delgada, las ventosas alcanzan a chupar la superficie plástica del espaldar y no dejan que se levante. El desarrollo de las protuberancias de las axilas sucedió durante su estadía en la cuarentena del hospital. Además de exámenes en máquinas tubulares y análisis de sangre casi a diario, Mabel fue visitada por terapeutas que le ayudaron a pasar el tiempo. Le mostraban manchas con dibujos que, en la mayoría de las ocasiones, ella veía como pulpos o calamares enormes que capturaban humanos y animales con sus tentáculos y los embadurnaban con su tinta. Mabel empezó a imitar esas imágenes y, como no tenía otros materiales, dibujó sobre las paredes con la sangre que expulsaba cada mes. También hizo algunos retratos del doctor Valencia, su cabeza perfecta, su sonrisa amable, su mirada tranquila. Como la familia del médico pidió que mantuvieran a Mabel alejada de él, mientras se mejoraba, ella nunca pudo volver a verlo, aunque estuviera solo a un par de habitaciones en el mismo pasillo.

Pasados varios años y cuando el hospital requirió la habitación de cuarentena para suplir su problema de espacio en las urgencias, llamaron a la mamá de Mabel para que viniera a recogerla. Ella dijo que solo podría ir el fin de semana porque la empresa estaba en crisis y no permitía a sus empleados atender asuntos distintos al trabajo diario. Los de la clínica accedieron a tener a Mabel unos días más y aprovecharon para hacer un último análisis de las ventosas, que, en ese entonces, ya le recubrían el torso y la espalda; los tentáculos, que le salían del cuello; y la sangre, que seguía estando sana, abundante sí, pero sin anomalías para una persona de treinta años. Cuando la llevaron por el pasillo, Mabel pudo ver al doctor Valencia de reojo. Seguía siendo hermoso, a pesar de estar mucho más delgado y de que su pelo estuviera blanco. Deseó tocarlo, así fuera como despedida, y alzó un brazo, este se extendió por el pasillo y entró a la habitación del doctor Valencia aunque Mabel ya estaba en la puerta de salida. Mabel alcanzó a tocarle un pie y fue expulsada de la clínica a gritos. «¡Fenómeno!», le dijeron desde la ventana los familiares del doctor.

Mabel mira hacia la ventana y hace un gran esfuerzo por eliminar la imagen doble y borrosa del parque del conjunto. Cierra los ojos y se pone a repasar mentalmente los pendientes del día: la cuenta de cobro a la editorial; doce dibujos; el domicilio del papel y lienzos. Con las alas nasales obstruidas, se queda dormida. Se despierta de golpe, siente el pecho húmedo y corre al baño para ver su reflejo. La sangre que goteó de su nariz formó una cadena montañosa sobre el entramado de la camiseta blanca. Claramente, se puede vislumbrar en esta superficie el perfil indio de El Zipa: el protagonista de ese mito en que un líder indígena prefiere morir desangrado que ver agonizar de gripa a su comunidad; o, a sus mujeres, parir mestizos ojiazules de hombros demasiado anchos. Mabel pasa las manos sobre la camiseta, como acariciando la imagen, sin frotar las yemas contra la superficie por miedo a maltratar el dibujo. Sonríe y se desviste.

Va hasta el taller y cuelga la camiseta en la cuerda, junto a varias prendas blancas dibujadas con sangre. Con cuidado, sobre la mesa de dibujo, hala los tacos de papel comprimido de las fosas nasales. Los desenrolla y, aunque sigue sintiéndose mareada, observa la primera imagen: un mapa. Mabel piensa en complementar la imagen cartográfica con pequeños dibujos de veleros llenos de gente; así, esta podría referirse a los saqueadores de templos indígenas. La imagen del otro taco es un árbol; puede ajustarse si se le añaden frutos como libros gordos, similares a biblias. En el suelo, pueden insertarse tiestos rotos que señalen que el árbol está sembrado en un cementerio indígena.