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Gonzalo Rojas

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Beschreibung

Volumen que reúne la obra completa del poeta chileno, ampliamente reconocido en el ámbito hispánico y considerado heredero de las Vanguardias Literarias del siglo XX. Se incluyen, entre otros, textos de la La miseria del hombre (1948), Contra la muerte (1964), Oscuro (1977), Transtierro (1979), Del relámpago (1981), 50 poemas (1982), El alumbrado (1986), Antología personal (1988), Materia de testamento (1988), Antología de aire (1991), Desocupado lector (1990), Las hermosas (1991), Zumbido (1991), Río turbio (1996) y América es la casa y otros poemas (1998).

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TIERRA FIRME

ÍNTEGRA

GONZALO ROJAS

Íntegra

Obra poética completa

Edición deFABIENNE BRADU

Primera edición, 2012Primera edición electrónica, 2013

En la portada: Listen to Living (1941), de Roberto Matta

D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1665-4

Hecho en México - Made in Mexico

Sumario

Obra: instrucciones de uso

Agradecimientos

Íntegra

Poemas inéditos y no recogidos en libros

Breve cronología de Gonzalo Rojas

Obra de Gonzalo Rojas

Mapa general de la obra

Índice de primeros versos

Índice de poemas (por orden alfabético)

Índice de poemas (por orden de aparición)

Obra: instrucciones de uso

“Y nada de obras completas”, exclamó más de una vez Gonzalo Rojas en su poesía y en numerosas entrevistas. “Los verdaderos poetas son de repente: nacen / y desnacen en cuatro líneas”, rezan los versos de “80 veces nadie”. En cambio, siempre sostuvo que escribiría un solo libro en su vida: éste, que es la suma de todos sus poemas y, al mismo tiempo, el único de su autoría que él no conoció. “Pues de veras yo mismo soy mi libro inconcluso, levemente camuflado debajo de otros veinte volúmenes veloces que son máscaras de lo mismo, personas de la misma persona, que ya de suyo quiere decir máscara en latín clásico”, afirmaba Gonzalo Rojas hacia la mitad de su viaje poético. No concebía su obra como una casa hecha de ladrillos que fueran acumulándose, uno tras otro, uno encima de otro. Su casa de Chillán, equiparable a un tren en marcha, daba la ilusión de fugarse hacia adelante –y hacia atrás– como si no existiese un muro al fondo del jardín de rosas. Por lo tanto, este libro único, titulado Íntegra, es algo más que una confluencia, algo más que una simple recopilación y una rigurosa ordenación de poemas escritos a lo largo de noventa y cinco años de vida y medio siglo de publicaciones: es un libro nuevo que sin duda sorprenderá a los lectores más próvidos del poeta nacido en el viento de Lebu.

La presente edición era una tarea pendiente porque, si bien Gonzalo Rojas volvió a publicar un sinnúmero de poemas a lo largo de su medio centenar de títulos, varios capítulos de esta longeva existencia editorial hoy están agotados o extraviados en la accidentada historia de Iberoamérica. Muy escasos son los lectores que tienen en su biblioteca la totalidad de los libros del chileno, y cantidad de sus poemas habían caído en desgracia o en la sombra del olvido. Así, se imponía reunir en un solo volumen lo que el tiempo, los exilios y los caprichos del gusto habían dispersado en el aire del mundo. Ahora bien, quisiera desdramatizar esta empresa puntualizando que su concepción no fue consecuencia de la muerte del poeta, el 25 de abril de 2011, sino que había sido considerada por el propio Gonzalo Rojas en sus meses finales. En este sentido, Íntegra es un libro vivo y no un ataúd poético donde suelen terminar algunas compilaciones póstumas. Pero si él estaba de acuerdo en el principio y la necesidad, ya no pudo enterarse del detalle de los criterios de edición, cuya responsabilidad asumo cabalmente. Cuando le anuncié el título que quería darle a la obra reunida, la voz Íntegra no le disgustó. La escogí sobre todo por ser una palabra esdrújula y porque, a mi juicio, su bisemia encierra las connotaciones apropiadas para sellar la obra de Gonzalo Rojas: una poesía honrada, recta, proba, que no transige con ningún otro ámbito ni compromiso ajeno a ella misma. Asimismo, se antoja la palabra que mejor se ciñe al temple del poeta.

No es mi propósito hacer aquí una presentación del poeta ni una defensa de su obra que, por lo demás, ya no la necesita porque la poesía se defiende sola cuando vuela a estas alturas, sino tan sólo una breve exposición de mis criterios de edición. Quise ofrecer al lector los poemas anotados de la manera más clara y depurada posible, es decir, sin estorbar su intimidad con una poesía que habla simultáneamente al ojo y al oído, y sin orientar su comprensión con juicios críticos que tal vez sólo lo hubiesen prejuiciado en su lectura. Sin embargo, consideré provechoso proporcionarle algunos datos aledaños para situar las composiciones en el tiempo y enfatizar otras facetas de esta poesía sin par. En la pesquisa de las fechas de composición de los poemas, resultó de invaluable ayuda el registro que levantara Hilda R. May, la segunda esposa del poeta, al reverso de los originales con su puño y letra, y la frescura del testimonio inmediato. Si bien los sucesivos y sugerentes títulos de los volúmenes ya no figuran en esta edición, conservé entre corchetes, al pie de cada poema, la fecha de su primera publicación en libro. Luego anoté las variantes que en su caso Gonzalo Rojas introducía en los poemas cuando volvía a ponerlos a la orden del día, sobre todo gracias a un ejercicio de poda cada vez más radical a medida que iba ganando mayor dominio en el arte de la contención y del rigor expresivo. Más de una vez, Gonzalo Rojas enfatizó la forma circular bajo la cual le gustaba imaginar su obra:

Mi obra entera es un solo todo girante sobre sí mismo […] La gente cree que escribir poesía es como escribir unos libros de relatos o de ensayos en los que hay primer volumen, segundo, tercero, cuarto, quinto: mi visión responde a esa concentricidad y también a esa excentricidad, es decir, se va hacia el centro, se retira del centro hacia fuera y se vuelve hacia el centro. Es un ejercicio de diástole y de sístole imaginativas. De ahí mi preocupación por la dispositio.

Sin embargo, también se observa en él una obsesión por precisar las fechas de composición de determinados poemas, sobre todo los más tempranos, y hacia el final de su vida, la preocupación por inscribir al pie de cada página nueva, el día, el mes y el año en que la había escrito. Una actitud paradójica como muchas otras en su vida, que hacen de la contradicción la columna vertebral de su existencia. Por lo demás, él sostenía que no había progresado nada desde su primer libro, pero habría que entender esta afirmación como una fidelidad fundamental a una concepción de la poesía que nunca abandonó y que constituye precisamente la probidad de su obra. Pero sí hubo una gradual y constante afinación de la expresión poética que lo convirtió en uno de los poetas más prestigiados de la lengua española. Confío en que la traición a su concepto de la obra circular que yo cometí y a la que me obligó la ordenación cronológica de la obra, resalte esta conquista de una expresión cada día más segura de su sonoridad, de su sintaxis descalabrada y de su ritmo único.

Una novedad que la línea cronológica hace aparecer en Íntegra es la recurrencia temática, cuyos núcleos no eran tan compactos en los libros compuestos por el poeta. Por ejemplo, a raíz del golpe militar en Chile y del exilio, se multiplican los poemas de sesgo político; la muerte o su propia muerte de pronto lo obnubilan; o bien, al azar de los encandilamientos amorosos, se acumulan en un lapso las celebraciones de la Beatrice del momento. En corto, se me ocurre que las obsesiones del poeta se vuelven así más grávidas y palpables.

Por otro lado, la composición de este volumen que nunca leyó Gonzalo Rojas implicó la descomposición de los libros cuya dispositio él había cuidado con su acostumbrado desvelo. Por esta razón, juzgué necesario proporcionar en un apéndice un “Mapa general de la obra” que permitiera saber en qué libro y cuántas veces fue publicado un poema. Es un mapa cuyo paisaje resulta algo árido de leer, pero sin duda útil para comprender este otro arte de la dispositio que cultivaba Gonzalo Rojas con singular maestría. No sé si podría decirse con absoluta certeza que los poemas más reproducidos eran los predilectos del poeta y si los menos recurrentes corresponden a arrepentimientos poéticos o vitales. Esto ameritaría una mayor ponderación que no viene al caso hacer aquí.

Otra compensación viene a resarcir la linealidad a la que obligó la edición de Íntegra. Me refiero a los comentarios que agregué al pie de los poemas y que traen de regreso la voz inconfundible de Gonzalo Rojas. Como sus oyentes lo recordarán, en sus recitales poéticos le gustaba aderezar sus poemas con digresiones que tenían que ver con la factura de los versos o las circunstancias que les dieron nacimiento. Quise rescatar algo de esta dinámica discursiva. Ciertos comentarios arrojan luz sobre el momento y las circunstancias en que fue compuesto determinado poema. Gonzalo Rojas no ocultaba las circunstancias que envolvían su poesía ni regateaba las vislumbres que se encuentran en el origen de sus versos, pues sostenía con Goethe que toda poesía es de circunstancia. Sin embargo, también tengo la impresión de que no las escondía para mejor evidenciar la alquimia poética que impide confundir un poema con una mera anécdota biográfica. Lo cierto es que su humor y su perspicacia hacían de estos comentarios una suerte de regalo inesperado para el público. Este don, sumado al talento poético, es el que aspiré a restituir como si todavía pudiéramos oír a Gonzalo Rojas hablar en los márgenes de su palabra poética. De hecho, un buen número de precisiones acerca de las circunstancias en que fueron escritos los poemas proviene literalmente de los márgenes de los poemas que, en forma manuscrita o transcritos a máquina, el poeta enviaba a una cofradía de corresponsales disgregados en el mundo, entre los cuales el más constante y confiable para él era su hijo mayor Rodrigo Tomás.

Ahora bien, estos comentarios no llevan fecha ni ficha de procedencia, porque emanan de declaraciones del poeta a lo largo de su vida. Los extraje de textos suyos, la mayoría de entrevistas, o bien de grabaciones hechas durante sus lecturas públicas. Configuran una suerte de poética, a menudo en una forma aforística que Gonzalo Rojas apreciaba sobremanera en otros autores; también son líneas de conducta porque la palabra era, para él, un destino que se escribe en la palma de la poesía. Algunos comentarios son incluso la suma de aseveraciones que datan de épocas distintas y atestiguan la continuidad en el pensamiento del poeta. Otros no aluden directamente al poema que acompañan, sino que son más bien una llamada vicaria e irónica a otros poemas o a otros episodios en la vida de Gonzalo Rojas. Y, como se verá, no todos los poemas se conjugan con un comentario porque los juegos pierden su naturaleza lúdica cuando se vuelven sistemáticos o artificiosos. Entonces, al tiempo que traen una poética dicha al estilo de Gonzalo Rojas, los comentarios iluminan los poemas con otras variaciones sobre lo mismo, creando así otra circularidad, compensatoria de la escamoteada en la presentación de los poemas. Esto es algo que puede sorprender al lector: desde los inicios de su escritura, Gonzalo Rojas fue enunciando y defendiendo los mismos valores poéticos y éticos y, sobre todo, fue persiguiendo las mismas obsesiones.

La intromisión de la palabra hablada, bastante inaudita en una edición anotada con rigor, no pretende parodiar el espíritu lúdico de Gonzalo Rojas, que nutría una imaginación ajena a los falsos “originalismos”. Tampoco pretendí innovar por innovar el género filológico. Más bien, la idea surgió de las dudas que el poeta se planteaba acerca de los comentarios con los que san Juan de la Cruz, o Juan de Yépez como él prefería nombrarlo, acompañó el Cántico espiritual. A propósito de este poeta que reverenciaba, Gonzalo Rojas puntualizó: “San Juan de la Cruz es el más loco. Pero fray Juan de Yepes, que tampoco es tan él porque es sufí y seguramente se los había leído, es un mago. Lo sorpresivo está en su contención expresiva. ¿Cómo escribió algo así ese hombre, minúsculo de aspecto según dice la tradición? La poesía de él no se puede traducir. Y con unos cuantos poemas le basta”. ¿Retrato o autorretrato vicario? Lo cierto es que en más de una ocasión conversamos sobre el asunto de los comentarios, y el sentir de Gonzalo Rojas variaba según los días. A veces sostenía que los comentarios eran prescindibles para apreciar esta cumbre de la poesía mística, y otras, reconocía que, a su manera, iluminaban la oscuridad de determinados pasajes. Siempre y cuando se guarden la proporción y la prudencia del caso, habría que leer los comentarios de esta edición con el mismo espíritu… o no leerlos para nada.

Opté por separar claramente los poemas inéditos o no recogidos en libros, de los que Gonzalo Rojas había escogido para conformar el rostro de su obra. Son, diríamos, curiosidades para estudiosos o sofisticados fisgones. Que no se espere encontrar en este apartado sorpresas que hubiesen escapado al ojo y, sobre todo, al oído del alumbrado. Sólo se seguirán así los primeros pasos del poeta o sus pasos perdidos en las riberas fangosas del Mapocho, y se descubrirá uno que otro poema inexplicablemente olvidado en las páginas de una revista remota o entre los papeles privados del poeta, que nunca llegaron a ser archivos en forma. Es poco probable que en el futuro aparezcan otros poemas no recogidos por el poeta o esta editora, y los escasos borradores que deseché, no harían justicia a un poeta de la talla de Gonzalo Rojas. La práctica póstuma de rascar cajones y de publicar hasta las notas de lavandería nunca me ha parecido una muestra de amor y de respeto por una obra literaria.

“La suma de experiencias, las décadas que han pasado, permiten que uno se convierta en el inconsciente que debió haber sido siempre”, arriesgó el poeta hacia el final de su vida. Íntegra es el recuento de esta conversión; es el testimonio de este inconsciente que parece hablar tan libremente que no se advierte el oficio del poeta para domeñar las palabras y el ritmo. Es la mano de Dios, decía Gonzalo Rojas de la mano que no se ve y produce una obra tan asombrosa, bella y cruel como el mundo. Pero la que opera aquí y firma este volumen con el fervor de su relámpago, es la mano de un verdadero mago de la poesía. La mano de un poeta íntegro. Es la mano magistral de Gonzalo Rojas.

FABIENNE BRADUFebrero de 2012

Agradecimientos

Sería una injusticia y una mezquindad pasar por alto el apoyo que recibí para realizar esta edición. En primer lugar, quiero agradecer la confianza que en mí depositaron los hijos del poeta, Rodrigo Tomás Rojas McKenzie y Gonzalo Rojas-May, así como las facilidades que me brindaron para consultar sus archivos e interrogar sus recuerdos. En particular, le agradezco a Rodrigo Tomás la relectura del manuscrito. Doy las gracias al Fondo de Cultura Económica por refrendar la responsabilidad que los herederos del poeta me otorgaron para esta empresa. Le agradezco al joven Jorge Martínez Palafox, mi asistente en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, la relectura que hicimos conjuntamente de los poemas y del mapa general de la obra. En fin, le agradezco a Algo o Alguien, como aventuraba el poeta desde su domicilio en el Báltico, la suerte que me deparó el destino de haber conocido a Gonzalo Rojas y de haber tenido el privilegio de trabajar a diario su obra, de vivir duraderamente con su poesía.

ÍNTEGRA

El sol y la muerte

Como el ciego que llora contra un sol implacable,

me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,

quemados para siempre.

¿De qué me sirve el rayo

que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,

si he perdido mis ojos?

¿De qué me sirve el mundo?

¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,

y a dormir, y a gozar, si todo se reduce

a palpar los placeres en la sombra,

a morder en los pechos y en los labios

las formas de la muerte?

Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado

al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,

y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto

de aquel monstruoso parto.

Hay dos lenguas adentro de mi boca,

hay dos cabezas dentro de mi cráneo:

dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,

dos esqueletos luchan por ser una columna.

No tengo otra palabra que mi boca

para hablar de mí mismo,

mi lengua tartamuda

que nombra la mitad de mis visiones

bajo la lucidez

de mi propia tortura, como el ciego que llora

contra un sol implacable.

[1948]

El poema vuelve a publicarse con variantes y podas bajo el título “El sol, el sol, la muerte” en Oscuro (1977), donde aparece fechado en 1940. Para conocer sus sucesivas publicaciones, véase el mapa general de la obra en el apéndice.

Comentario: “Cuando publiqué La miseria del hombre, que sin duda era un libro no extravagante, pero sí arrebatado, un libro escrito desde el caos, desde la torrencialidad de una adolescencia sombría y muy larga como había sido la mía, con una apetencia de ser y de ser y de más ser, entonces, claro, mi palabra salió vehemente, desajustada con respecto a las pautas o las normas más características hasta entonces. Incluso apartado del modo vanguardista que se estaba usando en Chile”.

La eternidad

Sin tener qué decir, pero profundamente

destrozado, mi espíritu vacío

llora su desventura

de ser un soplo negro para las rosas blancas,

de ser un agujero por donde se destruye

la risa del amor, cuyos dos labios

son la mujer y el hombre.

Me duele verlos fuertes y felices

jurarse un paraíso en el pantano

de la noche terrestre,

extasiados de olerse y acecharse

como los muertos, solos.

“Oh amantes: no durmáis hasta la aurora,

hasta que el sol reemplace vuestra furia

y entre por las cortinas a besaros los ojos.

No durmáis, Juventud, que la Vejez

os espía detrás de la ventana

con su cara invisible.”

“No durmáis, proseguid

vuestra lucha, templad

sin cesar vuestras armas seductoras

con el tacto insaciable, con la sed

del primer huracán, a sangre y fuego.

No durmáis. Que el furor

os libre de mis manos asesinas.”

“Soy vuestra peste. Soy

el que os sopla al oído la verdad de la tierra,

los designios aciagos:

he perdido mi cuerpo, porque yo soy la voz

de los cuerpos perdidos.”

“No durmáis, hasta el sol.

No durmáis, mis hermosos amantes. No escuchéis

las olas del abismo.”

Todos me ven y me oyen,

todos me temen, todos los que sufren el tiempo

como una pesadilla indescifrable,

y todos me preguntan quién soy, pero es inútil:

mi máscara es la noche.

[1948]

El poema se recoge a partir de Oscuro (1977) en una versión abreviada y fechada en 1943.

Comentario: “Lo encandila a uno la Eternidad, como si la Eternidad no fuera esto mismo”.

La poesía es mi lengua

Abro mis labios, y deposito en la atmósfera un torrente de sol,

como un suicida que pone su semilla en el aire

cuando hace estallar sus sesos en el resplandor del laberinto.

Ya sé que el sol de la muerte me está haciendo girar en un eterno proceso

de rotación y traslación llamado falsamente poesía.

A veces, como hoy, esta aparente confusión me hace reír a carcajadas.

Este torbellino de palabras volcánicas como una erupción,

que son una amenaza para los sacerdotes del soneto y el número.

Pero es un sol innumerable lo que me sale por la boca,

como un vómito de encendido carbón que me abrasara las ideas y las vísceras.

Estoy perdido para el mundo,

aunque mi reino sean todos los mundos posibles,

porque yo soy el testigo de mi propia creación.

Mi creación es mi pasión. Por eso hago soplar los vientos

para que den testimonio de mis llamas.

Yo estoy en el medio de las pasiones que imitan la ululación de mi cólera,

porque de los apasionados es mi reino.

Cada lágrima derramada con pasión es un grano de arena robado al desierto del vacío.

Cada beso es una llama para el resplandor de los muertos.

Que el tiempo de los encantos es un baile de máscaras,

y nada vale rehuir su hechizo.

Las personas son máscaras, y las acciones juegos de enmascarados.

Los deseos contribuyen al desarrollo normal de la farsa.

Los hombres denominan toda esta multiplicidad de seres y fenómenos,

y consumen el tesoro de sus días disfrazándose de muertos.

Yo vi el principio de esta especie de reptil y de nube.

Se reunían por la noche en las cavernas.

Dormían juntos para reproducirse.

Todos estaban solos con sus cuerpos desnudos.

En sus sueños volaban como todos los niños,

pero estaban seguros de su vuelo.

He nacido para conducirlos por el paso terrestre.

Soy la luz orgullosa del hombre encadenado.

Soy el torrente que echa a volar la moda y la costumbre,

y me encarno en los hombres de mil naturalezas

porque gusto mostrarme como un monstruo,

para que el hombre entienda cuándo soplan mis vientos.

Yo canto por la lengua de los arrebatados,

los que me identifican con su sangre y su rostro.

Todo hombre vuelve a mí cuando sube a buscar

el origen de su soledad que tanto lo alucina.

Cuando niños, los hombres me dan su corazón.

Después empiezan a podrirse,

y pierden el contacto con su animal sagrado.

El hombre que quería ser Dios, se está muriendo desde el comienzo de sus días.

El guerrero que quiso toda la superficie del planeta,

se está muriendo.

El hombre que soñaba

la conquista del sol, se está cada mañana obscureciendo.

Todo, y todo,

y todo

se está muriendo de sí mismo.

Pero yo soy el viento que sopla sobre el mar del tormento y del gozo.

El que arranca a los moribundos su más bella palabra.

El que ilumina la respiración de los vivientes.

El que aviva el fuego fragmentario de los pasajeros sonámbulos.

Yo soy el viento de su origen

que sopla donde quiere.

Mis alas invisibles

están grabadas en su esqueleto.

En este instante,

todos los hombres están oyendo mi golpe y mi palabra,

pero los dejo en libertad.

[1948]

En el ejemplar personal de La miseria del hombre de Gonzalo Rojas, éste consignó al margen del poema la fecha de 1943. Del poema se derivan los siguientes: “Oh pureza, pureza”; “Remando en el ritmo”; “Algo, alguien” a partir de Oscuro (1977) y “Las personas son máscaras” a partir de Metamorfosis de lo mismo (2000).

Comentario: “No queremos ser únicamente poetas. Queremos vivir como poetas. Somos la levadura del demonio”.

El caos

Víctima del desorden que impide el desarrollo de mi mundo en el mundo,

no me lamento de esto ni lo otro.

Sufro, velo y trabajo

como si cada noche tuviera que morirme,

porque debo ganarme la vida para siempre.

En vano me quisiera pasar entre los pechos y las blancas rodillas

descubriendo un tesoro,

sepultado en el blando sopor del desenfreno,

y en vano me aturdiera en el festín

de tanta carne humana.

En vano fuera rey, y en vano fuera Dios,

porque siempre hallaría debajo de mi almohada,

como un aviso de que ya estoy muerto,

un gran charco de sangre.

Ese charco es la sangre de mi madre, mi origen,

que me dice: –¿Qué has hecho con mi sangre?

¿Por qué la has enterrado debajo del placer?

¿Por qué no te la bebes para que te conviertas

a la fiel realidad? ¿Por qué no eres un hombre

tanto en el entusiasmo como en el sacrificio?

–Oh sangre

que me acosas

hasta en mi propio sueño:

tú sola me despiertas

con tu aullido.

Tú sola me revelas el abismo en que apoyo

mi cabeza. Tú sola me libras de caer

víctima del desorden que impide el desarrollo de mi mundo en el mundo.

El desorden empieza donde termina el fuego,

y donde empieza el humo,

más allá de las negras cortinas que preservan el inmundo espectáculo,

bajo la ceremonia que agacha la cabeza, bajo el viento litúrgico

del órgano que sopla convirtiendo en arcángeles los vapores espesos;

donde empieza el disfraz, la peste, la piedad

de las leyes humanas y divinas,

en el comercio, en la traición, allí

donde la muerte mete su mano corruptora.

[1948]

Este poema nunca fue reproducido en libros posteriores a La miseria del hombre (1948).

Comentario: “Para la visión del poeta de estirpe romántica –como en mi caso–, podría darse esta frase: ‘todo puede llegar a ser un hombre’, una frase que no es mía, sino de los románticos. Entonces, no se me ofrece tan distante o tan por venir el porvenir. También, me parece que uno estuviera nadando en el ‘ya’”.

La libertad

Todos los que se mueren en este instante no hacen un número siquiera,

no hacen una palabra,

pues toda su agonía, dentro de unos minutos, reventará en estiércol,

y toda su ilusión estallará en un sueño putrefacto.

Así mi pensamiento es una sucesión

de estallidos sin causa y sin efecto

como ese coro eterno de murientes llorosos

que luchan por pasar desde el atardecer hasta la aurora,

que muerden en las rocas los restos del placer

con su boca sangrienta. Pobre reino animal

que va a parar al reino mineral de la muerte.

No discuto

cuántas son las estrellas inventadas por Dios.

No discuto las partes de las flores.

Pero veo el color de la hermosura,

la pasión de los cuerpos que han perdido sus alas

en el vuelo del vicio.

Entonces se me sube la sangre a la cabeza,

y me digo: –¿Por qué

Dios y no yo? –¿Por qué yo no he creado el mundo?

¿Por qué he de verlo todo como esclavo?

Yo no quiero dormir. Yo quiero estar despierto

adentro de los ojos de las desesperadas criaturas,

aullando tras las rejas de cada pensamiento,

más allá de las cuales reina la libertad totalmente desnuda,

como una estrella helada para siempre.

No sé para qué sirve toda esa libertad

que se canta y se baila vestido de cadenas.

Me acuerdo de esas blancas prostitutas con quienes he partido la cama

de mi primera juventud.

Todas ellas olían a jardines.

Oh belleza rugiente. Todas ellas

no eran sino una inmensa telaraña.

Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil

que come cuatro veces al día como un puerco,

que me tutea y me deprime

con su palabra ufana,

testimonio evidente de esa parte de mí

que se muere al nacer, como una nube:

lo blando, lo confuso, lo que siempre está fuera

del peligro, el adorno y el encanto.

No beberé. No comeré otra carne

que la luz del peligro.

No morderé otra boca que la boca del fuego.

No saldré de mi cuerpo sino para morirme.

Ya no respiraré para otra cosa

que para estar despierto noche y día.

[1948]

En el ejemplar de La miseria del hombre perteneciente al poeta, Gonzalo Rojas destacó las tres últimas estrofas con la fecha de 1940 y les añadió el título de “Monólogo del fanático”, mientras la parte anterior del poema está fechada en 1941, lo cual indica dos etapas en la composición del poema. De este poema se derivan los siguientes: “Monólogo del fanático y Elohím” a partir de Oscuro (1977).

Comentario: “Poeta a la intemperie y desinstalado en el mejor sentido, siempre fui un movedizo y hasta un errante, y sólo amé la libertad con todos sus riesgos. Más que geómetra equidistante fui un anarca conforme al término esclarecedor del viejo Ernst Jünger. Por eso no fui el hombre de la adhesión total y estuve lejos del sectario. No me instalé con negocio alguno en cuanto a ortodoxia. Así y todo luché contra la injusticia y creo haber sido un testigo de mi pueblo y de mi tiempo”.

Retrato de la niebla

I

No hay un viento tan orgulloso de su vuelo

como esta neblina volátil

que ahora está cerrando las piedras de la costa,

para que ni las piedras oigan latir su lágrima encerrada.

Oh garganta: libérate en goteantes estrellas:

echa a correr tus llaves a través de los huesos.

Que ruede un sol salado por la costa del día,

por las mejillas de las rocas.

Aparezcan las hebras del sollozo afilado en la espuma.

Niebla: posa tus plumas en la visión vacía

hasta donde las alas físicas de la muerte

abran la tempestad.

Sonámbula, apacienta tus ovejas sin ojos.

Famélica, devora la esencia y la presencia.

Oh peste blanca recostada en la marea.

Oh ánima del suicidio: ¿quién no ama tus cabellos

perezosos y, al verte, quién no mira su origen?

Neblina de lo idéntico: yo soy eso que soy,

y estoy como un carbón condenado a dormir en mi roca.

Me desvela el espectro de la revelación

debajo de esta blanca telaraña marítima

tejida por la historia de la luz cenicienta:

espina que me impide respirar

debajo de mi lengua.

II

Oh llaga, no sabía

dónde empezaba yo, dónde la tierra.

Me entregaba a mis cielos de niño.

Respiraba en los libros los rosales del mundo.

Me moría de estar con el sol de mi madre en el huerto divino.

Oh lengua,

no sabía

que las rosas son formas del orgullo,

y son sangre viciosa.

Que yo era un animal puro como un cuchillo,

y rajé mi ilusión de un hondo tajo,

y me extasió la hondura

de los cuerpos del vicio.

Oh lengua, navegué bajo de la neblina.

Lo vi todo, bajé las escaleras

del crimen. Liberé fiera cautiva

–la imagen misma de mi fría cólera–,

y la senté al festín de los sacrificados,

y me encerré en la niebla

para verlo

todo.

Oh lengua:

te diría

lo que mis ojos vieron en el éxtasis,

en lo más alto de ese viento frío,

tan lejos de la niebla como próximo al fuego.

Oh lengua: te diría

toda mi vida allí con el sol en mi cuerpo,

en lo más puro de la roca helada,

con un desierto al pie de mi castillo,

con una simple línea bajo mi alma,

como tú, con un número detrás de tu apariencia,

inscrito por el filo del misterio.

Oh lengua: estoy aquí para decirte

–después de mucho ver y errar a solas

por el país lejano del castigo–,

que hoy piso ya mi línea muy amada,

que he tocado las costas de esta línea

nublada por la niebla,

y estoy tocando tierra, y sangre, y esqueleto,

y el vientre de esta línea donde has llorado tú,

con una espina adentro de tu llanto.

[1948]

Se reproduce el poema en una versión abreviada a partir de Oscuro (1977).

Comentario: “El suicidio es una apuesta mayor no descartable y tiene una cosa airosa. En un poema mío que escribí cuando viví en Valparaíso está la niebla y a ésa la llamo ‘ánima del suicidio’, a la niebla encima del mar, a la niebla que no es la niebla nebulosa no más, sino la niebla de todo: mental, moral, conceptual y que no es agua ni mero aire, pero que sin embargo está ahí, en una opacidad con resplandor”.

Himno a la noche

Eres la solución del sistema solar,

la incógnita resuelta de las ondulaciones

que establece en la tierra y el mar el equilibrio,

la madre de los sueños, donde empieza

toda sabiduría.

Tu cuerpo es el principio y el fin de la belleza,

pues su espiga renace de otra espiga quemada,

y el encanto supremo de la gran posesión

hace sangrar de gozo frenético el vaivén

de tus entrañas convulsivas.

Engañada por todos, y por tu corazón,

tú partiste las sábanas y el pan de tu belleza

con los abominables mercaderes viciosos,

en la ciudad moderna donde el sol es hollín

y un horno la existencia.

Diste la vuelta al mundo por un sol varonil

que te besara duro en la boca y las venas.

Por las plazas de todos los placeres inútiles,

nunca viste la carne y el hueso de los hombres

sino el miedo y la paja.

¿Quién mordió tu pasión? ¿Quién cogió tu cintura?

¿Quién te tumbó en la arena? ¿Qué varón primitivo?

¿Quién te habló con la lengua común del bien y el mal?

¿Quién te sació la sed? ¿Quién te dio la visión

de la ráfaga eterna?

Oh mujer combustible. Ya el tiempo se ha cumplido.

Tú eres la hija del fuego y yo soy tu salvaje.

Tú y yo somos el aura de la videncia. Tú

virgen materia, y yo lucero necesario

para engendrar la poesía.

Duerma pegado a mí tu cuerpo estremecido:

mujer única y múltiple, tocada por la mano

de la sublimidad, oh rústica hermosura.

Semillas somos de la salud de los hombres,

oh memoria perdida.

El viento se aproxima. ¿Pero qué puede el viento

que descifra la consistencia de las rocas

contra ti, contra mí, ciclón del vaticinio?

–Nada. Porque ese viento no es sino el gran fantasma

de lo que el hombre ignora.

[1948]

De este poema se deriva: “Noche” a partir de Oscuro (1977).

Comentario: “Nada de derramado, pese a los cruces de vientos de surrealismo y Valéry, onirismo y pureza, pero con fuerte proclividad al obstinato rigore. Ése es aún mi proyecto, y lo fue siempre”.

La cordillera está viva

I

Por fin te has ido al fondo de mi visión. Por fin

palpita el cataclismo de tu piedra en mi boca

y ya puedo decir la verdad hacia todos los vientos.

Hiciste claro el aire para mis ojos fijos,

cegados por el cráter de la nada.

Hoy miro como tú

de espaldas contra el sol. Lo veo todo adentro de su llama

concreto y puro. Todo lo contemplo

como recién nacido a la verdad del día.

Todo es festín bajo la luz quemada

del hueco que el sol deja por la noche.

Que el mar me pase entero por encima,

como cuando se pisa un insecto extraviado.

Que la muerte se ría de mi fiel juramento.

Nada me importa el mar ni el sacrificio.

Juro que soy el ventarrón de piedra

que limpia el mundo de alto a bajo,

y juro por la cólera del trueno

que tú pariste al hombre para vivir en él,

porque tuyo es el aire que sopla el pensamiento

del hombre. El aire irrespirado y puro.

II

Tanto buscar mujeres por el mundo

para dormir, y perpetuar mi fuego.

Tanto leer la cara de la sabiduría

en la ceniza de los pensamientos.

Tanto correr para quedar inmóvil

como el viento en su estatua primitiva.

Tanto vestirme para estar desnudo

con mi animal, y solo con mi muerte.

Tanto olvidar la leche de mi madre.

Tanto gustar los velos y las brisas.

Tanto amar las cadenas. Tanto odiarlas.

Tanto error. Tanto vicio disfrutado.

Tanto usar la razón, para perderla.

III

Hasta que hoy día –día de mi muerte–,

me volví para ver toda mi vida;

y vi que el sol salía del metal de tu vientre,

y oí que el mar rompía por tu corriente dura,

y advertí que tus rocas eran reales hembras.

Y me sentí nacer de tu lava, de nuevo.

Y vi que el sol tenía siete años como mi alma perdida frente al Golfo.

Toda la eternidad tenía apenas siete años para mí.

Los vidrios de la lluvia

en su ronco responso

parecían llorar con gotas de mi sangre el “Dies Irae”.

Yo cantaba en su coro

ante el gran día negro

de mi niñez salvada de las aguas.

El huracán me abría, como entonces,

boca de lobo hambriento.

Tú peleabas a muerte con el sol

para volverme al aire.

Era como si me engendraran en la hora

de mi muerte, a otra vida, sueño a sueño ganada,

y me crecieran alas para hendir la tormenta,

y mi alma fuera un rayo que vive en libertad.

Porque mi cuerpo estaba tan liviano y seguro

como el león erguido en la pradera de la aurora.

IV

Estoy parado en ti. Siento que en ti he perdido

mi sombra para siempre. En ti he recuperado

lo que me pertenece a cambio de mi sombra.

Hoy me explico el furor aprendido de ti

antes de conocerte, cuando mi corazón

latía con el pulso de tu veta sanguínea,

con la velocidad magnética que me hace

saltar los sesos, siempre que soy víctima

de la puna: la pérdida o el exceso del aire.

Mi pensamiento, como en ti, es herida,

y es grieta, y es sepulcro, oh cordillera,

y mi palabra –boca de tu abismo–

un órgano parece, acordado y pulsado

por los dedos del sol estremecido.

Si el sol mancha tu piel en esa altura,

un íntimo arcoíris es tu brasa.

Toda eres labio. Toda eres deseo

como una poseída. Y eres sangre gozosa

donde mejor te besa y te ametralla.

Después que te embaraza al mediodía,

el sol pierde su trono. Como mi alma

después de poseer a los objetos.

¿Cómo no amarte, madre, si me enseñaste a hablar

tu lengua? ¿Si soy viento nacido de tu roca?

¿Si me cegaste para hacerme libre

como tus manantiales errabundos?

¿Si me pusiste tu rayo en la frente,

madre mía, lo mismo que mi madre?

V

Pasé un invierno arriba de tu nieve. ¿Recuerdas?

Mi mujer era blanca como tú,

preñada por su príncipe. La nieve

bloqueaba nuestro mísero castillo.

A ahuyentarla subíame, una pala

en la mano. ¿Recuerdas que al alba relumbraba

el humo de la niebla: el nudo ciego

del horizonte, todo cerrado para mí?

Los mineros pasaban silbando. Ella dormía

bajo la inundación, como una mariposa

que se hace larva y sueño para tejer la túnica

del príncipe esperado. Y se hace mar profundo

para guardar en él al monstruo del destino.

Tú me lo diste todo. Vino la primavera.

La primera verdad dejó de ser incógnita.

Me alejé de la nieve. Emigré como un pájaro.

Caí sobre las plazas de ciudades mezquinas.

Me olvidé de tu arruga maternal. Te perdí

de vista. Te insulté

por habérmelo dado todo, como a mi madre.

Pero me perseguiste día y noche,

como el semblante de mi madre moribunda.

VI

En los días más lúgubres, cuando estamos más muertos

que los difuntos, sopla

tu caricia en el aire

de la conversación. Y parece que un golpe

nos para en pie por dentro. Pero nadie

sabe que tú has venido a ponerle el oxígeno

a la razón perdida.

Si el hombre se pudiera despertar de improviso

como tú, y no durmiera hasta su muerte,

ya nunca más hubiera

vanidad ni doblez vestidas de personas.

No habría tanto muerto arando en el vacío.

Es ese roce obligatorio,

ese contagio sobre el pavimento,

esa moda perpetua de comer carne humana,

la verdadera causa de tanta iniquidad.

Tú debieras reinar entre nosotros

como en las cumbres, desde donde he visto

al mar, desesperado por besarte.

Te he descubierto en medio del fastidio

y de la confusión, todo en la bruma,

porque me puse a recordar tu rostro,

y tu vientre preñado de tesoro perpetuo,

y me has traído el beso del río y de su escoria.

Y me has traído tierra que comí cuando niño

como una fierecilla entre las hojas húmedas.

Y me has traído el Golfo que perdí a los siete años,

cuando el andarivel pasaba media legua por el cielo

tiñendo de carbón todas las nubes.

Me has devuelto el amor,

porque tú vives de él. Y nadie puede

llorar su desventura sin sufrir tu granizo,

con que atormentas al cobarde

que ha perdido el contacto con la tierra.

Oh enigma de la fuerza. Tú me diste la luz

de la imaginación. De ti aprendí.

De tu idioma que muerde la eternidad del día.

[1948]

En el ejemplar de La miseria del hombre perteneciente al poeta, Gonzalo Rojas consignó con su puño y letra: “1942, Sierra de Domeyko” al final del poema; de éste se derivan: “Madre yacente y madre que anda” a partir de Oscuro (1977) y “Libre libérrimo” a partir de Del relámpago (1981).

Comentario: “La poesía se me da siempre en el ámbito de lo sagrado, aunque la motivación provenga muchas veces de lo accidental, y ello me ha llevado a un proceso de acendramiento que poco o nada tiene que ver con la cronología”.

La materia es mi madre

La mano del demonio

me hace hablar, me acaricia, me estrangula,

me arranca la comida de la boca, me obliga,

se aprovecha de mí. Me pasea en su palma

como en un trono errante por un libre desierto.

Ay, mi alma poseída

en las afueras del paisaje llora,

como virgen violada que se traga su lengua.

Ahogado en el clamor de su estridencia muda,

con el trastorno de la sed y el hambre

–ya sin color ni sabor mis sentidos–

subo a pedir aire a gritos a las cumbres.

Ay, cuando estoy a punto de volarme y perderme,

la mano de mi madre

me sostiene, me sacia, me oprime, me perdona,

me redime, me saca las espinas. Me mece

en su regazo, porque yo soy el hijo ciego

que pone en pie su sangre.

Yo sé por dónde nace, de qué grietas exhala su destello.

Cómo empieza a romperse. Con qué dulzura anunciase su gracia.

Cuánto es el gran latido de su prudencia. Qué congoja

la estremece al tocarme por adentro.

A ese golpe, ya nada es imposible. Las piedras se levantan.

Descorren sus visiones las cortinas terrestres.

Del sepulcro, la cara de mi alma se incorpora.

De todos los objetos mana un éter distinto,

como si en esa atmósfera mi madre me pariera

desde el sol de su entraña, donde roe un cangrejo:

oh gran cáncer que pudres

la vertiente y el vino de mis actos.

Yo me como a mi madre en el pan y en el vino.

Oh materia materna.

Tú estás escrita en todas las letras de los árboles.

Tu memoria está escrita en la corteza.

Labrada en roca hermética, en la arena y la playa.

En la ciudad está tu viudez y tu brío.

Tu mano está conmigo en todas partes.

De la abundancia de tu corazón

habla mi boca.

Ahora eres mi hija

ya vuelta inspiración como una nube.

Tú trabajas en mí. Riegas mis árboles. Atiendes

tu labor sin fatiga, ordenándolo todo.

Callada, pero múltiple, preparando mi viaje.

Siempre despierta en un insomnio fúlgido.

Segadora del trigo que sembraste llorando.

Ahora libre en toda tu riqueza.

Mirando el tiempo mío en un día sin tiempo,

tú bebes en mi copa.

La mano del demonio

me llama desde el árbol de la ciencia.

Me llama por mi número.

Me regala su reino

por un verso de orgullo contra el polvo

del que nací, y al cual retornaré

como mi madre.

Ella está en mí. Yo, en ella. Ambos estamos

dentro de un mismo vientre, reunidos

adentro de las cosas que existen y se mueren

de su existencia, adentro de los árboles,

donde despunta el sol en sus raíces.

Porque si soy el día, ella es la aurora,

ella es la identidad, y yo su idea fija.

Ambos desembocamos en el vientre

de la madre común, estremecida

en su virginidad preñada por el fuego.

Estoy creado en fósforo. La luz está conmigo.

La materia es mi madre.

Soy el pájaro ardiente de negra mordedura

que hace su nido en el pezón de la virgen,

por donde sale la materia

como una vía láctea,

a iluminarme el movimiento de la obscura

mancha solar del solo pensamiento.

A esas ubres estériles, hoy vive amamantado

lo ilusorio de mi naturaleza,

que busca en el carbón la veta de su sangre,

que pide a la tiniebla su ciega dinamita

en el proceso del alumbramiento

de la palabra.

De ese musgo gastado de apariencia difunta,

me nutro como un puerco.

De esos pechos jugados, como naipes marcados,

y vueltos a jugar hasta el delirio

me alimento, me harto, y en ellos me conozco

cómo era antes de ser, cómo era mi agonía

antes de perecer en el diluvio.

[1948]

La fecha de composición es 1945. De este poema se deriva una versión abreviada con el mismo título y “Espacio” a partir de Oscuro (1977).

Comentario: “Veo aún esa poesía [de La miseria del hombre ] –mira lo que son los libros, lo que esos animales monstruosos pueden esconder– como algo amenazante”.

Salmo real

Realidad: líbrame

de los pájaros declamados en tu nombre.

Bástame con mis órganos

para poseerte desnuda

en tu esencia de lodo quemante.

Dormía mi volcán

copiado por el lago del olvido

cuando la tempestad

rompió mi cráter con su arado,

y estalló la semilla de la acción en mi estrella.

Antaño me doblaba

en labrador y trigo, y tenía dos manos

enemigas, y dos ojos feroces.

Hoy duermo y velo, al mismo

tiempo que tú eres, Realidad, mi sangre.

Tú repartes tu rostro, Realidad,

para que todos se vean en él.

Oh si todos los hombres te supieran mirar

sin malicia y temor

tú estarías en ellos como hoy estás en mí.

Te nombro, oh Realidad,

y renace en tu nombre lo profundo

del abismo del Génesis,

como un pájaro

de la corteza de mis secos labios.

Realidad: líbrame

de la entraña roída de mi madre,

y de su espíritu,

pues mataré a mis hijas

para hallar el origen de su pérdida.

Seré bueno. Diré

la verdad sustancial a la justicia.

Me bañaré en el mar,

y seré puro

árbol que da su sombra a los pastores.

Quiero poner

en orden este fuego en que he nacido.

Oh Realidad:

dame tu sal

para enfriarme en ti cual hondo río.

[1948]

Del poema se deriva “Si de mi baxa lira”, a partir de Oscuro (1977).

Comentario: “Ese libro [La miseria del hombre] es la parte más secreta de lo mío, el que todavía me preocupa más. Y es el que por secreto, más trabajo me cuesta entregar […] Me asusta el que de allí siga saliendo un pensamiento engendrador, germinador”.

Coro de los ahorcados

Si habéis visto una alcoba,

y en ella un lienzo frígido, y a vuestra novia en él,

envejecida y seca por el mórbido estío,

y el vidrio del terror os corta la mirada;

oh ciegas criaturas

ved nuestra cabellera

morada por el nudo. Tocad nuestra garganta

besada por el nudo.

Arrancadnos la lengua.

Si habéis sido testigos

de ese vaho que todo lo suaviza y lo pudre

en alcobas de negro terciopelo,

cuando ante vuestros ojos se os escapa el origen,

y vosotros estáis inclinados y mudos

oliendo alcohol divino, que es esencia materna,

de facciones hundidas, como él evaporadas;

oh sordas criaturas,

gustad, más que esa espuma, nuestra seca agonía

mordida por el nudo. Bebed de nuestra arteria

hinchada por el nudo.

Sufrid su lenta gota.

Si habéis tragado el vidrio

del estertor –la uña de lo blando y profundo–,

y madre y podredumbre son un mismo veneno,

y vosotros lloráis de haber nacido:

malditas criaturas,

miradnos suspendidos

entre el cielo y la tierra,

llenos de espasmo y semen para engendrar el odio

–hijo del nudo–: vednos coronados de asco.

Doblados a la nada por el nudo.

Si el huracán hambriento de vuestra dentadura

ha roído los huesos de la muerte sembrada.

Si habéis partido y vuelto

desde el vientre al sepulcro.

Y si ya el sobresalto vela vuestros sentidos

helados por la sátira de la risa postrera:

pérfidas criaturas,

despertad con nosotros

para reinar mil años por un instante frío

bajo el ojo infernal, que es el ojo del nudo.

Vivid de pie en el trono.

Si no habéis perdonado

al Cadáver Supremo –el ladrón de la noche–,

su robo y su codicia.

Si os habéis rebelado contra su mano augusta.

Si viene vuestra hora;

ved cómo os crece un nudo

alrededor del cuello, cada sol, corredizo.

La trampa bajo el trono,

el horizonte en ruinas;

arrugados, famélicos hasta la eternidad,

tocad dónde comienza vuestro nudo.

Oíd crecer las flores debajo del patíbulo

regadas por el semen de la muerte.

Aventad sus semillas para que nadie sepa

dónde comienza el nudo.

Deshojad sus cenizas.

Oh ciegas criaturas.

El sol está morado.

La aurora es una farsa. Desconfiad

del nudo: centinela del gusano.

[1948]

En el ejemplar de La miseria del hombre perteneciente al poeta, éste fechó el poema en 1945, enmarcó las tres estrofas finales y apuntó el título de “Nürenberg”. Pero nunca publicó la versión abreviada y rebautizada. Tampoco recogió el poema en los libros posteriores. No hay que confundirlo con otro poema también titulado “Coro de los ahorcados”, publicado en Del relámpago (1981).

Comentario: “Mucho de lo mío y de la palabra que hago así, hay que leerla gesticulando; no muy alto, no moviendo las manos muy lejos ni irguiéndose como quien va a volar, pero hay un lenguaje gesticulante, hay una gesticulación también en lo mío”.

El principio y el fin

Cuando abro en los objetos la puerta de mi mismo:

¿quién me roba la sangre, lo mío, lo real?

¿Quién me arroja al vacío

cuando respiro? ¿Quién

es mi verdugo adentro de mi mismo?

Oh Tiempo. Rostro múltiple.

Rostro multiplicado por ti mismo.

Sal desde los orígenes de la música. Sal

desde mi llanto. Arráncate la máscara riente.

Espérame a besarte, convulsiva belleza.

Espérame en la puerta del mar. Espérame

en el objeto que amo eternamente.

[1948]

En Oscuro (1977) el poema está fechado en 1940 y se reproduce a lo largo de la obra sin variantes.

Comentario: “Condenados como estamos los poetas a dar testimonio de lo efímero antes de deshacernos, ¿por qué, por lo menos, no sacrificar nuestras míseras máscaras, o personae, confiando únicamente nuestros textos a la libertad anónima que sopla donde quiere, con el viento o con el Espíritu?”

Naturaleza del fastidio

Ni el pan de la razón ni el pan de la locura,

ni el pensamiento sólido ni el pensamiento líquido

saben tanto del hombre como el cráneo nublado

por el aburrimiento.

Es un vapor que emana de toda la tristeza

depositada adentro como una nebulosa,

poblada por los blancos microbios de la muerte

como el gas de la asfixia.

Sale a la calle a ver la sombra de su amada,

y sólo ve zapatos por todos los paseos,

rostros picados por la peste, arrugas:

un mundo envejecido.

Sólo se ve a sí mismo fuerte y libre

con su dura corteza de fanático,

asistiendo a la muerte de los otros,

al paso real del tiempo.

Pasan enamorados deseándose eternos,

banqueros llenos del hambre del pobre,

mujeres con las llagas bajo el lujo.

Pasan los infelices.

Ricos, menesterosos, asesinos,

ladrones, pervertidos, todos pasan

con la seguridad de vivir siempre

pasando a mejor vida.

Se oyen los juramentos del amor. El galán

que dice: “Yo me muero por ti”, debe matarse,

debe dejar en orden la ropa blanca y negra

que ha de ponerse al irse.

Pero no esté jurando como un perro a la luna.

Todo ha de hacerse ahora que el tiempo está pasando.

Ahora que hay un poco de sol bajo las venas.

Todo ha de hacerse ahora.

El vidente que guarda la muerte en sus pupilas,

todo lo ve más claro bajo el aburrimiento.

Por eso ve detrás de los rostros la nada,

como si fuera un adivino.

Si los huesos terminan en trigo o en carbón,

el pensamiento en cambio se nutre del hastío.

La carrera es difícil. Corramos hasta el fin

para saber qué pasa.

[1948]

Se publica una versión abreviada del poema a partir de Oscuro (1977), que se reproduce con el mismo título en los libros posteriores.

Comentario: “La miseria del hombre es mi primera obra poética. Mi clave visionaria sigue siendo ésa, de abolengo pascaliano: el hombre y su miseria”.

El abismo llama al abismo

I

Es una inmensa cama llena de concubinas:

playa de plumas frívolas, sábanas de gangrena,

donde estoy arrojado, despedido, desnudo.

Es la bahía inútil en que flota la muerte

mi costumbre de estar echado entre esas páginas,

murmurando el deseo de quemarlas conmigo.

¿Siempre será un espíritu carnicero mi cuerpo

montado en el ciclón de mi ánimo partido,

consumido en un lecho de llamas por mi orgullo?

Los pájaros que un día cantaron en mi estrella,

las estrellas que un día jugaron a ser rosas,

todo fue un ramo lívido de mustios huracanes.

Los príncipes que hablaron la lengua del delirio

para dar en el blanco de las contradicciones,

mentidos labios fueron de falso vaticinio.

¿Dónde está el libro abierto con el cuadro del juicio?

¿Dónde la letra angélica tocada por la gracia?

¿Cuál de estos cuerpos guarda la tinta del vidente?

Oigo un coro en la lluvia de la luz afilada,

destapar mi sellada cara descolorida:

“Si mueres, qué te vale ganar el mundo entero”.

La zarza ardiendo arrasa mi dictada escritura.

Oh mujeres: sois letras muertas sobre el papel.

Mientras yo estoy durmiendo en un árbol cerrado,

mi cabeza en el éter, y mi labio en la copa.

II

Nacido de mujer, rayo de un día,

siglo de sinsabores, fui azotado

en mi niñez por la peste divina.

Turbado y conturbado, mi torrente

hoy vuelve su caudal a la cascada,

por donde canta el trueno del verano.

¿Por qué caía una ciudad del cielo

para llevarme, para seducirme

con el pan, con el vino y el pecado?

Tal vez mi lengua es hoja traicionera

que abre una herida honda en su caricia,

al rescatar del labio la inocencia.

¿Quién era yo para vestir de duelo,

para cambiar el curso de la luna?

¿Quién era sino el hambre de las cosas?

La ruina fue mi ley. Subí al cadalso.

Bebí mi cáliz de amarga cicuta.

Y no morí. Ni salí de la tierra.

Entré cantando a las grandes ciudades

donde hervía la noche en su miseria.

Donde todas las calles me lucían

el animal variable de su amor.

Entré cantando en todas las tabernas,

y no pude embriagarme ni reírme.

Huésped fui de constante madrugada.

Debajo de sus pies puse mis besos

como signos de rosas funerarias.

El hombre se alimenta de mujeres.

De calor y de frío. El hombre llora

su soledad perdida y extranjera.

El hombre corta el aire como un rayo,

sus cabellos comidos por el vértigo,

llamado por la pulpa del pecado.

¡Oh serpiente de amor, hermana mía!

Tú me perdiste. Tú me levantaste.

Oh tú, pecado original del hombre.

Oh lluvia de la fe. Tú me nevaste

con el blancor de antaño, en mi sepulcro.

Tú me diste a comer la poesía.

Patria de realidad: siempre la noche.

Por conquistarla, vivo en el combate,

escribiendo en el mar con mi cuchillo,

hasta abrir el espíritu en mi letra.

III

Cuando la libertad me abre sus alas muertas,

yo me acojo a su amparo. Recurro a su designio.

La mentira es mi parte de verdad, a su sombra.

Me llama una mujer con mis ojos llorados.

Me llama un árbol con los besos de mi copa.

Me llama la tristeza con mi insondable espina.

¿Qué haré? Oh siempre, y siempre. ¿Qué haré para salvarme

de toda la elocuencia del mundo que me llama

desde su abismo, desde su vorágine lúgubre?

Llámame, madre. Llámame, mujer, a tus entrañas.

Yo soy el Desnacido. Llámame a tu belleza

nupcial. Llámame al sueño de tu virtud ardida.

Llámame, muerte. Llámame a tu piedad de piedra.

Llámame, nada. Llámame, nadie. Yo soy el hombre,

rey desencadenado de su antigua tiniebla.

Llámame, corazón, a tu fuego increado.

Llámame a mi patíbulo. Que estoy presto a morirme,

en defensa de todo lo que nunca mi lengua

pudo decir del viento de mi niñez perdida.

[1948]

Del poema se deriva “Warum mein Gott?”, a partir de Oscuro (1977).

Comentario: “Hay una frase bíblica que dice: ‘El abismo llama al abismo’. Desde pequeño me sentí yo mismo un abismo. No es raro entonces que en ese primer libro, La miseria del hombre, uno encuentre casi todas las claves. En él hay un texto entero que se llama ‘El abismo llama al abismo’ en el que presento las tres vertientes primordiales de mi trabajo poético, mostrado en toda su dinamicidad”.

Rotación y traslación

Mi estrella:

tú, tan partida, y tan única,

y tan total como mi vida,

y mi muerte:

eres la llama

que sale

de mis ojos.

Pareces pájaro,

y eres

cólera

porque tienes tus pétalos

manchados

por la sangre.

No te rompes en lágrimas

ni ríes

cuando tu rueda gira

frenética

en su órbita.

Todo lo haces tuyo

con un golpe

de vista.

Todo

cobra tu vuelo

profundo.

Traspasas el día

con tu eje,

como una aguja

su perla.

Tu rayo

es la piedra

que cae

a remover

las aguas

estremecidas

hacia abajo

como una flecha

sin fondo

donde posar

su cabeza.

Mi estrella:

he salido de ti

para nombrarte

en el mundo,

para comunicarte

con los gusanos,

y los peces,

y las flores,

y el silencio.

Soy tu demonio

divino,

el príncipe

de otras edades,

parecido

a un árbol

por el sismo

arrancado

desde su puesto

de combate,

para volver

al final

de un milenio

de nebulosa

a su fuego

de origen.

Tal vez

la máquina

es mi cadáver.

La guerra

me permite

respirar

a gusto.

La mujer

me recuerda

un precipicio.

Mi estrella:

¿por qué

nací

sobre tu roca?

¿Por qué

crecí

sobre tu espina?

Mi estrella:

mi dominio

es tu vértigo.

A mi alrededor

quema tu luz

pero

yo te destruyo

por dentro.

[1948]

En Oscuro (1977), el poema aparece con el mismo título, pero en una versión distinta y abreviada que el poeta fecha en 1938, la cual se reproducirá en los libros ulteriores.

Comentario: “Ya se sabe que un texto poético pertenece con frecuencia a una constelación, que es rotación y traslación al mismo tiempo. Mi juego es, como se sabe, la concentricidad: hacia adentro y hacia afuera, la expansión de la nebulosa. Ida y vuelta. Algo así como un vértigo extático”.

El condenado

Aprovecho mi tiempo descifrando las manchas

de la pared, visión de abortada pintura:

bocas que ven, narices que muerden, sensaciones

vivas bajo la cal, llagas abiertas.

¿Soy yo mismo estampado en este muro,

con mis grandes heridas,

con mis grandes pasiones partidas de alto a bajo,

mis arrugas, mis costras?

Reconozco mis labios en esos agujeros

por donde entran y salen las arañas.

Reconozco mis grandes defectos reunidos

en un solo sepulcro.

Allí están mis errores: mi olfato sin perfume,

mis ojos como huecos, y mis orejas sordas.

Si no hubiera nacido, no sería culpable,

ni me viera en el muro.

¿Soy un hombre clavado en estos metros

de madera y estuco, amortajado?

¿Mas cómo puedo verme si estoy muerto

debajo de estos signos tumultuosos?

¡Oh movimiento libre de las formas,

vivos monstruos sellados en relación confusa

de color y sabor, y lenguas amputadas

para que hable el misterio!

Cavernas, pensamientos carcomidos,

espejos miserables de la ruina del hombre.

Trinidad de los cielos: aquí el vicio,

y el odio, y el orgullo.

Condenado a pan y agua

por descifrar las manchas de este mundo,

veo correr al hombre desde la madre al polvo,

como asqueroso río de comida caliente

que inunda los jardines, los cementerios, todo,

y arrasa con la vida y con la muerte.

[1948]

El poema reaparece sin variantes en Antología de aire (1991) con fecha de composición 1943, pero incluye al final un pequeño texto de Roberto Matta que dice: “Yo no pinto, yo veo en las manchas un cosmos. Yo parto de las manchas. Como la gente ve vacas en las nubes, yo veo mundos en las manchas”. (1987)

Comentario: “Cuando el hombre pierde su confianza en el cosmos, cuando ya no hay un orden posible que le sirva de mansión y de refugio, entonces, solo, oscuro, desamparado, se le hace patente su trágica condición y se pregunta quién es”.

La fosa común

I

Cuando comemos rosas de mujer, cuando mordemos

la pulpa de la muerte debajo de su casco envanecido,

olvidamos que somos guerreros, nos dejamos

mecer sobre el cadáver de las ondas turbulentas.

Recostados en ellas, las miramos secarse

de las costillas hacia adentro, reducidas

al vaivén de su costra lamida por los besos.

Si el pensamiento erótico pudiera compararse a una destiladera

con una inmensa panza que contuviera todos los vientres más hermosos,

y el reloj de su gota anunciara al difunto y al viviente

la hora eterna y vacía,

ningún varón durmiera sobre rosas, ninguna

mujer lo devorara por labios y caderas.

Mujeres y varones saltarían del lecho,

correrían desnudos por los últimos suburbios huyendo de las llamas.

Echarían abajo las puertas donde yace el color amarillo.

Los herederos de la definitiva raza blanca, con los ojos vaciados,

blandirían convulsos la azada y la picota, arañarían

la tierra con sus manos: los hombres por salvar a sus mujeres

abiertas en el vientre, para guardar a sus esposos y sus hijos

como un depósito perpetuo. Todos arrancarían de las llamas.

Por una vez los muertos enterrarían a sus muertos

y, después de una noche de trabajo angustioso,

todos los cementerios del mundo contendrían la verdad en secreto.

Pero no hay tal. El fuego se convierte en caricia

hasta fijar su estrella en un estanque plácido, sin la terrible gota

capaz de iluminar a los amantes trastornados.

Es mejor que ellos duerman, convencidos

de su aparente laxitud, que nunca sepan nada de la muerte.

Porque ella viene sola, sin que nadie la llame. Es la gota perdida

por las bellas mujeres que nos rozan la nariz con su encanto

en las fúlgidas calles donde todo es ganarse la vida a puntapiés.

Blanda gota sangrienta que alimenta al difunto y al viviente,

y consume a los otros animales, y envenena a las flores.