Intenciones efectivas - Alfred R. Mele - E-Book

Intenciones efectivas E-Book

Alfred R. Mele

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Beschreibung

Las cuestiones acerca del libre albedrío, la conciencia y la libertad de acción humana han sido tema de debate entre teólogos, filósofos y científicos durante mucho tiempo. Desde hace algunos años, han surgido voces dentro campo de la neurociencia que dicen haber probado la inexistencia del libre albedrío. Ante tal perturbadora afirmación, Alfred R. Mele desarrolla en este libro un discurso a caballo entre la filosofía y la neurociencia para cuestionar a fondo este supuesto. Intenciones efectivas combina la evidencia científica con la argumentación y los análisis filosóficos para demostrar que las conclusiones obtenidas a partir de ciertos datos neurocientíficos no son concluyentes para negar la capacidad de elección. En el marco de una temática actualmente muy relevante dentro de la filosofía de la mente y la neurociencia, este libro, ganador del premio Sanders Book Prize 2013 de la American Philosophical Association, resultará iluminador para quien desee profundizar en el entramado de paradojas que suscita la relación entre el cuerpo biológico y la libertad de la conciencia y sus acciones.

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ALFRED R. MELE

INTENCIONES EFECTIVAS

El poder de la voluntad consciente

Traducción deJuan Manuel Cincunegui

Herder

Esta traducción ha recibido la ayuda del proyecto de investigación del Centro Ian Ramsey, de la Facultad de Teología y Religión, de la Universidad de Oxford, titulado «Science, Philosophy, and Theology: Capability Building in Latin America». Este proyecto ha sido financiado por la Fundación John Templeton con el premio a la investigación, otorgado por la Universidad de Oxford. Las opiniones expresadas en esta publicación son las de los autores y no reflejan necesariamente las opiniones de la Fundación John Templeton.

Título original: Effective Intentions. The Power of Conscious Will

Traducción: Juan Manuel Cincunegui

Diseño de portada: PURPLEPRINT Creative

Edición digital: José Toribio Barba

© 2009, Oxford University Press, Nueva York

© 2018, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3918-6

1.ª edición digital, 2018

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

Prefacio

1. Introdución

Intenciones ocurrentes y permanentes

Intenciones proximales y distales, y la acción intencional

Decisiones

Anticipo

2. Intenciones y decisiones conscientes

¿Cuál es la pregunta?

Una interpretación estrecha de «intención consciente»

Preguntas resueltas: roles funcionales y teorías populares

Decisiones conscientes

Conclusión

3. Neurociencia y causas de la acción

Los estudios de Libet: datos, inferencias y problemas

Un test: los tiempos de reacción

4. Neurociencia y libre albedrío

El inicio de la acción

Más acerca de vetar

El libre albedrío y la libertad de indiferencia

5. Acciones intencionales y la alegada ilusión de la voluntad consciente

Wegner y la ilusión de la voluntad consciente

Hipótesis H y la mesa que gira

Más sobre la acción ideomotora

Intenciones proximales conscientes y no conscientes

Wegner sobre el libre albedrío y el yo mágico

6. Intenciones proximales y reportes de conciencia

Un estudio reciente

Intenciones motoras y acciones

Precisión

Conclusión

7. El poder de la voluntad consciente

Decisiones proximales y un experimento imaginario

Intenciones de implementación

Intenciones y decisiones de implementación: cuestiones causales

8. Conclusión

Epifenomenalismo, intenciones proximales y descubrimientos empíricos hipotéticos

Libre albedrío y descubrimiento empírico hipotético

Comentarios de despedida

Referencias bibliográficas

Índice analítico

Para Joanna

PREFACIO

En noviembre de 2007, mientras trabajaba en este libro, recibí el siguiente correo electrónico de una persona a quien no conocía:

Estimado Dr. Mele:

Recientemente adquirí un DVD del Dr. Stephen Wolinsky […] en el cual explica, desde la perspectiva de la neurociencia, que no existe algo como el libre albedrío. La razón que aduce es que solo percibimos una acción una vez que esta ha ocurrido. ¿Podría usted ayudarme con este asunto? Puedo entender perfectamente que ninguno de nosotros sepa qué pensamiento ocurrirá a continuación. Pero dudo que aquello que ya ha ocurrido esté más allá de nuestra comprensión. Agradezco de antemano su buena disposición porque estoy completamente desorientada en lo que respecta a esta cuestión.

La creencia de que los científicos han probado que no existe algo como el libre albedrío es perturbadora (ciertamente, existe evidencia de que esta creencia tiene efectos no deseados sobre el comportamiento; véase Vohs y Schooler, 2008), pero no debería producirnos desasosiego. Nadie ha probado que no exista el libre albedrío, y eso es lo que intento explicar en este libro. Tampoco nadie ha probado que no exista algo como las intenciones efectivas.

Las intenciones efectivas son (aproximadamente) aquellas que derivan en una acción determinada. Por ejemplo, si tengo una intención efectiva de explicar el título del libro en este prefacio, diría que se trata (aproximadamente) de la intención de hacerlo que se pone de manifiesto en el momento de explicarlo. De hecho, intento explicar el título, especialmente el subtítulo.

Los editores de un volumen titulado Does Consciousness Cause Behavior? escriben:

[En] la extendida promulgación de dos nuevas líneas genuinamente científicas […] la evidencia se ha apoderado de la imaginación filosófica y científica, y ha traído de regreso toda la cuestión [si la conciencia causa el comportamiento] al primer plano del debate intelectual. (Pockett, Banks y Gallagher, 2006, p. 1)

Los autores identifican a Benjamin Libet y a Daniel Wegner como las fuentes de estas dos nuevas líneas de evidencia científica. La obra más conocida de Wegner en este contexto es The Illusion of Conscious Will (2002), un libro que ha atraído una enorme atención. Actualmente tengo cierta resistencia a emplear el término «voluntad» como sustantivo (excepto en el contexto legal) porque, utilizado de este modo, insinúa a ciertos lectores lo no natural, e incluso lo sobrenatural. Los lectores que sepan que he escrito un libro titulado Free Will and Luck (2006) pueden pensar que lo que acabo de decir es, cuando menos, sorprendente. Pero en ese libro defino el «libre albedrío» como el poder, o la habilidad, de realizar acciones libres, y trato el concepto de acción libre como el más básico («la acción libre» tiene menos tendencia que «la voluntad libre» a evocar en la mente de los lectores lo sobrenatural). En cualquier caso, lo que hago aquí es examinar los datos y las premisas que varios científicos y filósofos han ofrecido a favor de la tesis de la ilusión acerca de la «voluntad libre», y argumento que dejan la mía —respecto a que hay intenciones efectivas— indemne. Por su parte, el subtítulo tiene la intención, como un eslogan, de señalar a algunos lectores —aquellos que están familiarizados con la obra de Wegner— una parte importante del contexto científico del libro.

Algunos pasajes que utilizo provienen de publicaciones anteriores: fragmentos de los capítulos 1 y 2 se encuentran en «Intenciones conscientes» (en Campbell, O’Rourke y Silverstein, s.f.); los capítulos 3 y 4 incorporan material del capítulo 2 de Free Will and Luck (2006); el segundo apartado del capítulo 4 toma en préstamo partes de «Proximal Intentions, Intention-Reports, and Vetoing» (2008a); el capítulo 5 contiene segmentos de «The Illusion of Conscious Will and the Causation of Intentional Actions» (2004) y de «Psychology and Free Will: A Commentary» (Baer, Kaufman y Baumeister, 2008b); el capítulo 6 proviene de «Proximal Intentions, Intention-Reports, and Vetoing» (2008a); por último, el capítulo 8 recoge algunos apartes de «Free will: Theories, Analysis, and Data» (Pockett et al.,2006) y de «Psychology and Free Will: A Commentary» (Baer, Kaufman y Baumeister, 2008b).

Entre las ciudades e instituciones en las que he presentado parte del material que forma parte de este libro están Amelia Island, en una conferencia sobre la conciencia y la acción libre; Banff, en un taller sobre libre albedrío; Tucson, en un taller sobre el trabajo de Libet; the Cargèse School on Consciousness; Davidson College; Franklin and Marshall College; la Universidad Johann Wolfgang Goethe; la Universidad de Missouri Western State; los Institutos Nacionales de Salud; la Universidad Simon Fraser; la Universidad de Stanford; la Universidad de Syracusa; la Universidad del Estado de Washington; las universidades de Birmingham, California-Riverside, Colonia, Edimburgo, Maryland, Carolina del Norte, Oxford, Potsdam, Québec à Trois-Rivières, y Sydney. Agradezco al público por su ayuda, por las útiles respuestas a algunas de mis ideas y por los consejos acerca de algunos de los temas que discuto aquí.

Agradezco también a los estudiantes que asistieron al seminario en torno a un borrador temprano de este libro en la Universidad Estatal de Florida. A John Baer, Bill Banks, Roy Baumeister, Michael Bratman, Peter Carruthers, Randy Clarke, Shaun Gallagher, Peter Gollwitzer, Patrick Haggard, Mark Hallett, Richard Holton, Philipp Hübl, Eddy Nahmias, Sue Pockett y Tyler Stillman. A Neil Levy y Tim Bayne (este último como evaluador), quienes comentaron un borrador de este libro, así como al evaluador anónimo, doy gracias por su orientación.

Completé el borrador de este libro durante mi estancia en la National Endowment for the Humanities Fellowship, 2007-2008, y durante el año sabático que me concedió la Universidad Estatal de Florida en el mismo período. Cualquier perspectiva, descubrimiento, conclusiones o recomendaciones expresadas aquí no reflejan necesariamente las del National Endowment for the Humanities. Gracias a la NEH y la FSU por su apoyo.

1INTRODUCCIÓN

Algunas afirmaciones científicas recientes acerca de la acción humana han provocado cierto revuelo. El neurocientífico Benjamin Libet (1985, 2004) argumenta que el cerebro decide emprender una acción un tercio de segundo antes de que seamos conscientes de la decisión de actuar y que el indicio de oportunidad para que el libre albedrío se manifieste es mínimo —cerca de 100 milisegundos—. El psicólogo Daniel Wegner (2002, 2004a, 2008) sostiene que las intenciones no están entre las causas de las acciones correspondientes. Si Wegner tiene razón, si solo son capaces de actuar con libertad aquellos cuyas intenciones son ocasionalmente las causas de las acciones correspondientes, incluso el indicio de oportunidad de Libet para el libre albedrío sería una ilusión.

Uno de mis propósitos en este libro es mostrar que estas y otras afirmaciones cuando menos sorprendentes acerca del libre albedrío, la conciencia y la producción de la acción no están justificadas por los hechos; asimismo, que existe un soporte empírico bastante sólido para la tesis según la cual algunas intenciones conscientes se cuentan entre las causas de las acciones correspondientes. Aunque discuto el trabajo de muchos científicos, la mención, en primer lugar, de Libet y Wegner no es accidental. Azim Shariff et al. señalan que «casi todos los trabajos involucrados en el reciente aluvión de argumentos contra el libre albedrío han referenciado la obra de Libet» (Shariff, Schooler y Vohs, 2008, p. 186). Además, el pasaje que cité de Pockett, Banks y Gallagher (2006) en el prefacio ubica tanto a Libet como a Wegner en el centro de la controversia acerca de la acción humana que pretendo explorar en este libro.

La evidencia científica es accesible a los filósofos, así como la argumentación y los análisis filosóficos son accesibles a los científicos. Aun así, algunos miembros de cada uno de estos grupos desdeñan lo que ofrece el otro. Después de escribir que «muchos de los neurocientíficos más destacados del mundo, no solo han aceptado nuestros descubrimientos e interpretaciones, sino que incluso han elogiado con entusiasmo estos logros y su ingenio experimental», y de nombrar una veintena de estas personas, Libet añade: «Es interesante que la mayor parte de la crítica negativa respecto a nuestros descubrimientos y sus implicaciones provenga de filósofos que no tienen experiencia significativa en la neurociencia experimental del cerebro» (2002, p. 292). Más adelante, en el mismo artículo, escribe sobre uno de sus críticos:

Como filósofo, [Gilberto] Gomes exhibe características que a menudo encontramos en otros filósofos. Parece pensar que uno puede ofrecer reinterpretaciones a partir de suposiciones sin fundamento, suministrando información especulativa que no existe, y construyendo hipótesis que no son siquiera comprobables. (2002, p. 297)

(Casualmente, algunos años antes, cuando le pregunté a Gomes acerca de su profesión, me dijo que trabajaba en el Departamento de Psicología). No se trata de un reproche unidireccional. Varios filósofos, después de escucharme hablar sobre el trabajo de Libet y Wegner, han sugerido a priori que de ningún modo podían estar en lo cierto. Una de las moralejas que se pueden extraer de este libro es que esta clase de desestimación es, en ambos casos, un error.

En este capítulo bosquejo parte del marco de referencia conceptual a la luz del cual puede interpretarse y examinarse de un modo instructivo la información proporcionada por Libet y Wegner. Aunque es relativamente breve, es posible que algunos lectores se descubran a sí mismos deseando que hubiera sido aún más conciso. Por el momento, ofrezco a estos lectores dos cosas. La primera es una perogrullada: la paciencia es una virtud. La segunda es la afirmación, que podrá ser comprobada a medida que lean la discusión sobre el trabajo empírico en los capítulos siguientes: la precisión conceptual también lo es. Así pues, en el primer y en el segundo apartado, distingo entre diversas clases de intenciones y describo una manera de entender las intenciones ocurrentes que he desarrollado en otro libro (Mele, 1992); en el tercero, a partir de lo que presento en Motivation and Agency (2003, cap. 9), ofrezco algunos antecedentes acerca de la manera de tomar decisiones prácticas. El cuarto apartado es un anticipo general del libro.

INTENCIONES OCURRENTES Y PERMANENTES

El psicólogo Anthony Marcel escribe: «Extrañamente, muchos psicólogos parecen aceptar que las intenciones son, por su propia naturaleza, conscientes» (2003, p. 60). Aunque esta presunción es el tema principal del capítulo 2, es relevante aquí una distinción entre el surgimiento y la permanencia de las intenciones. En este apartado ofrezco un esbozo de esta distinción y una explicación del surgimiento de las intenciones ocurrentes.

En este momento me pregunto: justo ahora, durante el mediodía de un domingo, qué he decidido hacer mañana. La reflexión sobre esta cuestión puede incitarme a que formule nuevas intenciones, y también a que recuerde haber formulado otras, es decir, haber decidido hacer varias cosas el lunes. (Como muchos filósofos, asumo decidir A como una acción —específicamente, una acción de expresar una intención respecto de A,tal como explico en el tercer apartado—).1 Recuerdo que el viernes decidí que el lunes llamaría a mi agente de viajes para reservar un billete de avión a Córcega y, una vez reservado el billete, una habitación de hotel. Soy consciente (ahora) de que estoy decidido a hacer todas esas cosas mañana.

¿Es posible que esté decidido a hacer esas cosas mañana sin que sea consciente de que ese es el caso? Consideremos mi condición diez minutos antes del mediodía —diez minutos antes de preguntarme sobre mis intenciones acerca de lo que haría mañana—. ¿Podría haber decidido llamar a mi agente de viajes el lunes —o volar a Córcega dentro de un par de meses— incluso sin ser consciente de esas intenciones?

Le conté a mi padre sobre mi intención de ir a Córcega. Un día después, él le contó a mi hermana que yo tenía la intención de viajar a Córcega sin antes llamarme para saber si estaba despierto, consciente, pensando en Córcega o cualquier otra cosa semejante. Me atribuyó legítimamente la intención, sin suponer que yo era consciente de ella en el momento de la atribución. De hecho, podría haber creído que estaba profundamente dormido: conoce mi rutina, y su conversación con mi hermana ocurrió después de la medianoche.

La intención que me atribuyó mi padre es una intención permanente que analizo en «Persisting Intentions» como una cierta clase de disposición a tener intenciones ocurrentes (Mele, 2007). Debido a que las intenciones permanentes no son el tema de este libro, les ahorro a los lectores los detalles del análisis. Quienes proponen que «las intenciones son, por su propia naturaleza, conscientes» (si entienden que eso implica que tenemos intenciones solo cuando somos conscientes de ellas), podrían sostener o bien que las intenciones ocurrentes no son de verdad intenciones o reivindicar que su visión se refiere exclusivamente a las intenciones ocurrentes.

En otro libro he propuesto que hay dos maneras para que una intención de A sea además una intención ocurrente. Una manera es que esté «adecuadamente en funcionamiento en el momento de producir la acción intencional relevante, o al generar los ítems adecuados para producir la acción intencional relevante»; la otra es que sea una intención consciente en ese momento, siempre y cuando la intención «no esté totalmente constituida por una disposición a tener intenciones ocurrentes de A» (Mele, 2007, p. 740). (Por ejemplo, un modo para que una intención de ir a Córcega esté en funcionamiento consiste en iniciar y mantener la información reunida y razonada acerca de cómo llegar allí). Estas dos maneras de ser una intención ocurrente no son mutuamente excluyentes. La misma intención puede ser ocurrente de ambas formas al mismo tiempo. Este esbozo acerca de lo que para una intención supone ser ocurrente es suficiente en nuestro propósito actual. (Qué es lo que para una intención ocurrente implica ser una intención será discutido en breve. Los lectores interesados en los detalles pueden consultar «Persisting Intentions» [2007]. Con respecto a las intenciones conscientes, véase el capítulo 2).

Las intenciones son un tema de discusión en distintos ámbitos de estudio, incluidos (pero no limitados a ellos) la neurociencia, la filosofía, el derecho y diversas ramas de la psicología. No se debe aceptar que el término «intención» se entienda igual en todas estas áreas, tampoco que en cada una de ellas se conciba de manera uniforme. De todos modos, en ocasiones las distintas concepciones sobre la intención convergen en un punto, tal como ilustraré a continuación. La siguiente es una explicación representativa de la intención en la neurociencia:

La intención es un plan temprano para la realización de un movimiento. Especifica la meta de un movimiento y de un tipo de movimiento determinado […] Podemos tener intenciones sin llegar a actuar a partir de ellas. Además, el correlato neuronal de una intención no contiene necesariamente información acerca de los detalles de un movimiento, por ejemplo, la articulación de los ángulos, las torsiones y la activación muscular que se requieren para ejecutar un movimiento […] Las intenciones son inicialmente codificadas en las coordenadas visuales, al menos en alguna de las áreas corticales dentro de la CPP [corteza parietal posterior]. Esta codificación es coherente con una representación más cognitiva de las intenciones, especificando las metas de los movimientos, en vez de la activación muscular exacta requerida para la ejecución del movimiento. (Andersen y Buneo, 2002, p. 191)

Esta explicación es, en cierto sentido, similar a la que yo formulo acerca de las intenciones ocurrentes como actitudes ejecutivas dirigidas a planes (Mele, 1992). Más adelante ofrezco un bosquejo de mi explicación. Por ahora diré que lo que para una intención ocurrente signifique ser una intención es una cosa y aquello que para ella represente ser ocurrente es otra. En lo que queda de este apartado me enfocaré en el primer aspecto de las intenciones ocurrentes.2

Desde mi punto de vista, los planes —desde una simple representación de una acción prospectiva «básica» hasta las complejas estrategias para lograr metas remotas— constituyen el contenido representacional de las intenciones ocurrentes.3 En el caso límite, el componente del plan de una intención tiene un único «nodo». Por ejemplo, se trata de una representación prospectiva que tengo de levantar el dedo índice de la mano derecha o la representación prospectiva de tomarme vacaciones en Lisboa el próximo invierno, que no incluye nada acerca de los medios para dicho fin u otras actividades vacacionales específicas. A menudo los planes integrados de intenciones son más complejos. Por ejemplo, la intención de Jan de revisar su correo electrónico, que ejecutó anoche, incluyó un plan que implicaba pulsar el ícono de la cuenta de correo, escribir el nombre de usuario y la clave de acceso en las casillas dispuestas para ello y pinchar en «siguiente» para acceder a los mensajes de correo electrónico. Un agente que ejecuta con éxito una intención ocurrente está guiado por un plan integrado de intenciones.4

Aunque los contenidos de las intenciones son planes, sigo la práctica habitual de utilizar expresiones como «la intención de Jan de revisar su correo electrónico» y «Ken quiere jugar a los bolos esta noche» (o «Ken tiene la intención de jugar a los bolos esta noche»), sabiendo muy bien que, lo que de verdad quiere (o pretende) es ir esta noche a jugar a los bolos en MegaLanes por 20 dólares la partida, hasta que el lugar cierre, como suele hacerlo.

Ya mencioné que, desde mi punto de vista, las intenciones ocurrentes son actitudes ejecutivas dirigidas a planes. De acuerdo con una perspectiva popular de las actitudes representacionales ocurrentes —por ejemplo, el deseo ocurrente de Ann de A, la creencia ocurrente de Bob de p, el deseo ocurrente de Cathy de p, la intención ocurrente de Don de A— se puede distinguir entre los contenidos representacionales de las actitudes y la orientación psicológica(Searle, 1983).5 Las orientaciones incluyen (pero no están limitadas a ello) creer, desear e intentar. Desde mi perspectiva, la dimensión ejecutiva de las intenciones ocurrentes es intrínseca a la orientación actitudinal de la intención. Es posible tener una variedad de actitudes dirigidas a planes: por ejemplo, podemos admirar el plan X, estar indignados con el plan Y y desear ejecutar el plan Z. Tener la actitud intencional hacia un plan significa estar resueltos a ejecutarlo (aunque necesariamente no lo estemos de forma irrevocable).6 Las actitudes intencional y de deseo dirigidas a planes difieren en el hecho de que solo la primera implica la resolución. La naturaleza práctica, distintiva, de las intenciones ocurrentes hacia A la distingue de los deseos ocurrente de A. Una función de los deseos ocurrentes hacia A, tal como yo lo entiendo, es ayudarnos a producir intenciones ocurrentes hacia A (Mele, 1992, caps. 8, 10). Las intenciones ocurrentes están conectadas funcionalmente, de manera más estrecha, a las acciones intencionales que a los correspondientes deseos.

La mayoría de las personas reconoce que intentar A difiere de querer o desear A. Por ejemplo, puede que de vez en cuando queramos comer un tentempié (un trozo de tarta es muy tentador) aunque, también de vez en cuando, es posible que lo que deseemos sea abstenernos de comerlo (porque nos preocupe nuestro peso). Sin embargo, querer un tentempié al mismo tiempo que intentamos abstenernos de comerlo (si esto fuera posible) es un indicio considerable de desorden (intentemos imaginar que tratamos de comer un trozo de tarta mientras al mismo tiempo procuramos no comerlo. ¿Qué haremos? ¿Trataremos de alcanzar el tentempié con una mano mientras que con la otra la sujetamos para impedirlo?).7 De manera semejante, puede que estemos inquietos preguntándonos qué hacer porque queremos comer con un amigo y también encontrarnos con otro en una conferencia a mediodía. En ese punto, deseamos hacer ambas cosas y nos falta una intención acerca de cuál de ellas deberíamos elegir. Decidir qué hacer tendría entonces sentido. De nuevo, tal como entiendo la decisión, decidir A conlleva realizar una acción de formar una intención dirigida a A (Mele, 2003, cap. 9).

Alguien que desea A (o ejecutar un plan para hacer A) —incluso alguien que desea esto con más intensidad de lo que desea no A (o no ejecutar dicho plan)— aún estará deliberando si A (o si ejecutar el plan). En muchos casos, el agente no está resuelto a hacer A (o a no ejecutar el plan).8 Por ejemplo: Pat quiere responder de forma recíproca y enérgica a un insulto pero, debido a reparos morales, está deliberando si hacerlo o no. Está intranquila respecto a tomar represalias pese a la fuerza de sus deseos (véase Mele, 1992, cap. 9). Su inquietud explica por qué está deliberando si responder al insulto o no hacerlo.

Desde la perspectiva corriente del deseo, las características psicológicas de los deseos ocurrentes de A —las cuales contribuyen a estar haciendo intencionalmente A—son sus contenidos e intensidades. Desde mi punto de vista respecto a la contribución de las intenciones ocurrentes de A de estar haciendo intencionalmente A, la resolución característica de las intenciones es crucial, y no puede entenderse en términos de intensidad del deseo (y contenido) ni de ese plus que es la creencia (Mele, 1992, cap. 9, pp. 76-77). Las intenciones ocurrentes de A,como yo las entiendo, abarcan esencialmente la motivación de A,pero sin que se reduzcan a una combinación de deseo y creencia (Mele, 1992, cap. 8). Parte de lo que significa estar resuelto a hacer A es tener la motivación que incluye la motivación misma de hacer A; a falta de este tipo de actitud, carecemos de un elemento de compromiso psicológico de hacer A que es intrínseco a estar resuelto a hacer A y, por ello, a tener una intención ocurrente de A.

Muchas intenciones ocurrentes suceden sin que hayan sido formadas previamente en actos de decisión. Por ejemplo: «Cuando, intencionalmente, esta mañana abrí la puerta de mi despacho, lo hice porque intentaba abrirla. Pero, como tengo el hábito de abrir la puerta de mi despacho por la mañana y como las condiciones para hacerlo eran normales, nada exigía una decisión para abrirla» (Mele, 1992, p. 231). Si hubiera escuchado ruidos dentro de mi despacho (una pelea, por ejemplo), hubiera podido hacer una pausa y considerar si debía abrir la puerta o marcharme, y tal vez habría decidido abrirla. Sin embargo, dada la naturaleza rutinaria de mi conducta, en este caso no había necesidad de proponer una acción de formación intencional. Mi intención ocurrente de abrir la puerta puede haber sido adquirida sin haberla formado activamente. Si, tal como creo, todas las decisiones acerca de lo que hacemos son promovidas, en parte, por la incertidumbre acerca de lo que hacemos (Mele, 2003, cap. 9), en las situaciones en las que no existe este tipo de incertidumbre, ninguna decisión es puesta en marcha. Eso no significa que en este tipo de situaciones ninguna decisión será adquirida.

El bosquejo de una visión de las intenciones ocurrentes que he ofrecido es el marco de referencia de la mayor parte de este libro y es suficiente para mi propósito actual; no obstante, los lectores interesados en los detalles del análisis conceptual de las intenciones ocurrentes, o de una explicación de su persistencia, pueden consultar mi artículo «Persisting Intentions» (2007). Por otra parte, en el trabajo científico sobre las intenciones que me interesa explorar en este libro, el foco está puesto en las intenciones ocurrentes, no en las permanentes. Así pues, cuando utilice el término «intención», lo que quiero decir es «intención ocurrente», a menos que indique lo contrario.

Cierro este apartado con un comentario sobre la acción variable de A, con el propósito de prevenir una posible confusión. Cómo interpreten los lectores lo variable dependerá de la teoría de la individuación de la acción que prefieran. Donald Davidson escribe: «Pulso el interruptor, enciendo la luz e ilumino la habitación. Sin saberlo, alerto a un merodeador del siguiente hecho: he regresado a casa» (1980, p. 4). ¿Cuántas acciones realiza el agente Don? Davidson ofrece una respuesta burda a esta pregunta: en realidad se trata de «una acción de la que se han dado cuatro descripciones» (1980, p. 4). Una alternativa más sutil trata A y B como acciones diferentes siempre y cuando, al realizarlas, el agente ejemplifique diferentes propiedades de actos (Goldman, 1970). Desde esa perspectiva, Don realiza al menos cuatro acciones, porque las propiedades de los actos en cuestión son distintas. Un agente puede ejemplificar cualesquiera de las propiedades de los actos sin ejemplificar ninguna de las otras (podríamos encender la luz de una habitación sin iluminarla: el foco podría estar pintado de negro). Las visiones componenciales representan la acción de Don de iluminar la habitación como una que tiene varios componentes, incluido el hecho de mover su brazo (una acción), pulsar el interruptor (una acción) y encender la luz (Ginet, 1990).

Donde los que proponen las teorías burdas y sutiles encuentran una única acción con diferentes descripciones y una colección de acciones íntimamente relacionadas, los defensores de varias visiones componenciales localizan una acción «mayor» que contiene acciones «más pequeñas». Los lectores deben entender la variable A como una variable para las acciones mismas (construidas componencialmente, o de otro modo), o acciones sujetas a descripciones, dependiendo de cuál teoría de acción-individuación prefieran. Lo mismo ocurre con las expresiones que toman el lugar de A en los ejemplos concretos.

INTENCIONES PROXIMALES Y DISTALES, Y LA ACCIÓN INTENCIONAL

Algunas de nuestras intenciones son para un futuro no inmediato, otras no lo son. En este momento, jueves, puedo tener la intención de recoger a Ángela en el aeropuerto el sábado y de telefonear a Nick ahora mismo. La primera intención se enfoca en una acción que realizaré dentro de dos días, la segunda concierne a lo que haré ahora. Llamo a las intenciones de esta clase, respectivamente, intenciones distales e intenciones proximales (Mele, 1992, pp. 143-44, 158). Estas últimas incluyen intenciones de seguir haciendo algo que ya estamos haciendo e intenciones para comenzar a hacer A (por ejemplo, empezar a correr un kilómetro) inmediatamente.

Algunas intenciones incluyen ambos aspectos, proximal y distal. Por ejemplo, Al puede tener la intención de correr un kilómetro sin parar, comenzando ahora (estima que hacerlo le llevará 6 minutos). Llamo a esta clase de intención una intención mixta, la cual especifica qué hacer en el momento y qué hacer más tarde. Así como no hay una línea entre hombres calvos y aquellos que no lo son, tampoco existe una que separe las intenciones que cuentan como proximales de las que cuentan como mixtas.

Algunas de las intenciones descritas —proximales, distales y mixtas— son intenciones ocurrentes. Por ejemplo, si el jueves, al formar la intención de recoger a Ángela en el aeropuerto el sábado tomé nota de ello en mi agenda, en aquel momento esa intención era ocurrente. Además, fue una intención ocurrente en cualquier momento durante el cual fui consciente de ella. Si mi conciencia acerca de la intención proximal de telefonear a Nick surgió justo cuando marcaba su número telefónico, esa intención fue una intención ocurrente en aquel momento. De manera semejante, si la adquisición de la intención mixta por parte de Al que antes mencioné surgió cuando comenzó a correr un kilómetro, esa fue una intención ocurrente en aquel instante.

Muchas visiones filosóficas están en disputa acerca de la relación exacta entre ítems como las intenciones y los estados cerebrales. Una hipótesis que exploro en el capítulo 5 tiene la intención de ser coherente con una amplia variedad de visiones «fisicalistas» de esta relación. Se lee como sigue:

H. En cualquier ocasión en la cual un ser humano realiza una acción intencional manifiesta, al menos una de las siguientes cosas desempeña un papel causal en su producción: alguna de sus intenciones; la adquisición o persistencia de alguna de sus intenciones; el correlato físico de uno o más de los ítems precedentes.

Dos aspectos terminológicos son aquí relevantes. Primero, la relación del correlato físico, tal como yo la entiendo, no es una relación causal.9 Hay otras opciones, incluidas la relación de identidad y varias clases de superveniencia.10 Mi actitud frente a este asunto es abierta. Segundo, por «acción manifiesta» entiendo una que involucra un movimiento corporal periférico. Levantar mi mano implica en esencia la acción de levantarla, es decir, un movimiento corporal periférico. Cuando calculo la propina en el momento de pagar la cuenta de una cena, lo hago mentalmente. En Estados Unidos, si no ha ocurrido nada extraordinario, intencionalmente multiplico el total por 0,15. Lo hago con independencia de cualquier movimiento corporal periférico. El último cálculo de una propina que hice no fue una acción manifiesta. Probablemente, respecto de la próxima, será igual.

Algunos ejemplos de roles causales relevantes pueden ser útiles. Puede ocurrir que la adquisición de una intención proximal de responder a una llamada telefónica (o el correlato físico de ese evento) active directa o indirectamente comandos motores cuyo resultado sea que el agente avance hacia el teléfono. La persistencia de la intención (o el correlato físico del hecho de persistir) puede sostener causalmente ese avance. Y la intención (o su correlato físico) puede figurar en la orientación de los movimientos del brazo y de la mano para alcanzar el teléfono. Para ahorrarme espacio, a menudo elimino las cláusulas entre paréntesis acerca de los correlatos físicos; los lectores deberán aportarlas. Otra medida que ocasionalmente implemento para tal fin consiste en usar «intenciones (o sus correlatos físicos)» —o simplemente «intenciones»— como una abreviación de la larga disyunción en H.

Existe una considerable controversia en la filosofía de la acción acerca del significado exacto de «intencional» (y, en consecuencia, de «intencionalmente»). Supongamos que un jugador principiante de dardos logra dar en la diana en el primer lanzamiento (intenta repetir la hazaña ochenta veces y falla todas ellas). Los filósofos no están de acuerdo acerca de si el acierto en la diana cuenta como un acto intencional,11 aunque sí en que el jugador lanzó intencionalmente el dardo, que lo hizo intencionalmente hacia el tablero, etc. Los filósofos tampoco están de acuerdo acerca de lo que se hace intencionalmente en escenarios con efectos anticipados (Bratman, 1987; Harman, 1976; Mele y Sverdlik, 1996). Un francotirador que, aunque hubiera querido tener un silenciador, sabe que cuando dispare con su rifle al líder enemigo llamará la atención de los soldados adversarios. ¿Lo hace intencionalmente? ¿O llama la atención a sabiendas, pero no intencionalmente? Cualquiera que sea la respuesta a estos interrogantes, todas las partes pueden estar de acuerdo en que el francotirador hace algo intencionalmente: apretar el gatillo. Para los proponentes y oponentes de H,lo que importa es que, en su momento, el jugador y el francotirador ejecutaron alguna acción intencional manifiesta. Pueden no comprometerse por completo en lo que respecta a si el jugador que acertó la diana y la puesta en alerta al enemigo por parte del francotirador fueron acciones intencionales o no (si la intención del jugador al lanzar el dardo en dirección a la diana y la del francotirador de disparar al líder enemigo están entre las causas de estas acciones intencionales, también se cuentan entre las causas de dar en el blanco por parte del jugador y de llamar la atención del enemigo por parte del francotirador, ya sea que ambas acciones cuenten posteriormente como intencionales o no. En casos como estos, los argumentos a favor y en contra de H pueden enfocarse en acciones que son intencionales de manera incontrovertible).

Cierro este apartado con una observación motivacional. La idea de que las intenciones, o sus correlatos físicos, desempeñan un papel causal en la producción de las acciones intencionales manifiestas está lejos de ser, en filosofía, un castillo en el aire. Como evidencia que respalda esta afirmación, ofrezco la siguiente cita del Annual Review of Neuroscience:

Describimos una aplicación médica potencial que utiliza los descubrimientos sobre la corteza parietal posterior (CPP) que apuntan a que esta codifica los movimientos intencionales. En principio, la actividad relacionada con la intención en la CPP puede ser utilizada para operar una prótesis neuronal para pacientes parapléjicos. Este tipo de prótesis consistirá en la grabación de la actividad de las neuronas de la CPP, la interpretación de los movimientos intencionales del sujeto con algoritmos computacionales, y la utilización de estas predicciones de las intenciones del sujeto para operar dispositivos externos, como un miembro robótico o un ordenador. (Andersen y Buneo, 2002, p. 190)

La idea de una prótesis cortical consiste en grabar […] intenciones de movimiento, interpretarlas utilizando un decodificador algorítmico de tiempo real que opera en ordenadores, y luego convertir estas intenciones decodificadas para controlar señales que pueden operar dispositivos externos [incluso] estimuladores integrados en los músculos de los pacientes que les permitirían mover su propio cuerpo, un miembro robótico, o una interfaz de ordenador para comunicarse. (Andersen y Buneo, 2002, p. 213)

DECISIONES

Decidir hacer algo —decisión práctica— se debe distinguir del hecho de decidir que ese algo sea el caso (por ejemplo, que es probable que un amigo renuncie a su trabajo). En este apartado bosquejo una explicación de la decisión práctica que he defendido en Motivation and Agency (2003, cap. 9) (en lo sucesivo, me refiero a las decisiones prácticas simplemente como decisiones).

Como mencioné en el primer apartado, concibo el hecho de decidir A como una acción que consiste en formar una intención de A. En la concepción por la que me inclino, decidir es más una manera específica de una acción momentánea de esta clase (Mele, 2003, cap. 9). Deliberar o razonar acerca de qué hacer no es, en definitiva, una acción momentánea, pero se debe distinguir de un acto de decisión que está basado en la deliberación. Desde mi perspectiva, la acción momentánea de formación de intención en la que consiste decidir A es, plenamente, una acción de asentimiento ejecutivo a un plan pertinente de acción en primera persona (Mele, 2003, p. 210). Al decidir actuar, formamos una intención que incorpora un plan al cual asentimos. La intención surge en la acción de formación intencional momentánea, no después de ella.

Mi noción de asentimiento ejecutivo es directa.12 Si me dices que Mike es un excelente jugador de baloncesto, y yo expreso mi acuerdo con esta afirmación, lo que estoy haciendo es asentir a tal afirmación. Se trata de un asentimiento cognitivo manifiesto. Si me propones ir a ver jugar a Mike y yo expreso mi aceptación, estoy asintiendo a dicha propuesta. En este caso hablamos de un asentimientoejecutivo manifiesto: he acordado acompañarte en la propuesta ejecutiva de una acción común. Quizá mi acto manifiesto de asentimiento a tu propuesta fue una cuestión de dar voz a una intención adquirida de manera no reactiva de acompañarte a ver jugar a Mike. Por ejemplo, al escuchar tu propuesta pude no haber tenido la certeza de qué hacer; enseguida, adquirí de manera no reactiva una intención de acompañarte, y expresé esa intención en un acto manifiesto de asentimiento a tu propuesta. O podría haber sopesado los pros y los contras, juzgado que quizá sería mejor ir contigo y, con base en ese juicio, adquirir de manera no reactiva una intención de acompañarte. Sin embargo, hay otra posibilidad. Quizá, porque yo ya tenía planes y porque tu propuesta era atractiva, tenía dudas acerca de qué hacer. Tal vez, tras reflexionar, juzgué que podría revisar mis planes previos, pero todavía no estaba seguro de qué hacer porque esos planes también eran interesantes. Y quizá realicé una acción mental de asentimiento a tu propuesta y luego te expresé ese asentimiento interior. Al ejecutar esa acción mental, si eso fue lo que ocurrió, decidí acompañarte: mi asentimiento mental a tu propuesta fue un acto de formación de intención, uno en el que establecí acompañarte a ver jugar a Mike.

En Motivation and Agency formulé algunas de mis experiencias sobre la toma de decisiones e intenté comprobar si esas experiencias podían ser verídicas (2003, p. 202). En los tres párrafos que siguen reproduzco mis ejemplos corrientes al respecto.

A veces descubro en el despacho, entre las tareas programadas del día, o al final de la jornada, que tengo una hora (o quizá un poco menos) de tiempo libre y, por lo general, reflexiono brevemente sobre qué hacer. Lo que descubro es que no intento establecer qué sería lo mejor