Íntima seducción - Brenda Jackson - E-Book
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Íntima seducción E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Hay amores imposibles de romper Ninguna mujer había dejado plantado a Zane Westmoreland… excepto Channing Hastings, que lo había abandonado dos años atrás, dejando totalmente trastornado al criador de caballos. Y, ahora, Channing había vuelto a Denver comprometida con otro hombre. Pero Zane estaba dispuesto a demostrarle que para ella no existía más hombre que él.

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Seitenzahl: 159

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Brenda Streater Jackson. Todos los derechos reservados.

ÍNTIMA SEDUCCIÓN, N.º 1936 - septiembre 2013

Título original: Zane

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3521-4

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: AEROGONDO/DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

–¿Cómo que Channing ha vuelto a Denver? –Zane Westmoreland se dejó caer en una silla, mirando fijamente a su hermana con el ceño fruncido.

Bailey sabía que mencionar a Channing Hastings dejaría perplejo a su hermano, pero fingió no darse cuenta mientras seguía tomando un helado. Y, después de un largo silencio, por fin inclinó a un lado la cabeza.

–Quiero decir lo que he dicho: he visto a Channing hoy y hemos comido juntas en el hospital, con Megan. Tengo entendido que llegó la semana pasada. Por cierto, está muy guapa.

A Zane no le sorprendió. En su opinión, Channing siempre había sido guapísima.

De repente, ese pensamiento lo enfureció. ¿Por qué iba a importarle que su exnovia estuviese guapa o no? Y, sobre todo, ¿por qué saber que había vuelto a Denver le despertaba tal furia?

Claro que podía responder a esa pregunta sin pensarlo demasiado. No había sido su ruptura lo que le había dolido sino cómo habían roto. Normalmente, era él quien decidía cuándo romper una relación, pero Channing le había dado una sorpresa mandándolo a paseo.

–¿Ha venido con su prometido? –le preguntó. Y un segundo después deseó haberse mordido la lengua.

–No, solo estará aquí de tres a seis semanas. Ha venido por un simposio de medicina en el hospital –Bailey se quedó callada durante casi un minuto–. Ese hombre me pone mala.

Zane enarcó una ceja.

–¿Qué hombre?

–El prometido de Channing. En la boda de Megan miraba a todas las mujeres, incluso teniéndola a su lado. Menuda cara.

Zane también había notado que miraba demasiado a las mujeres… aunque eso no debería importarle. Si Channing estaba dispuesta a soportarlo, era asunto suyo.

Miró por la ventana, pensativo. No había salido con Channing más tiempo que con cualquier otra chica, nueve meses exactamente, y las cosas iban muy bien entre ellos, pero entonces ella había empezado a dar a entender que quería algo más de la relación…

Fue entonces cuando le reiteró que no tenía intención de casarse. Channing no había vuelto a sacar el tema y Zane supuso que las cosas habían vuelto a la normalidad. Pero una semana más tarde, de repente, le dijo que había aceptado un puesto de trabajo en un hospital de Atlanta.

Eso lo había dejado estupefacto. Estaba intentando forzarlo a hacer algo que no quería y no pensaba dejar que ninguna mujer hiciera eso. De modo que no le hizo proposición alguna, convencido de que se echaría atrás.

Pero entonces Channing se marchó a Atlanta.

Eso había sido casi dos años antes y no había vuelto a verla o saber nada de ella hasta que apareció en la boda de su hermana el mes anterior, con su prometido al lado.

Su prometido.

La mera palabra lo enfurecía. Tenía la cara de ir con su prometido a la boda de Megan sabiendo que él estaría allí. Y, como había dicho Bailey, ese hombre había estado mirando a las demás mujeres, incluso teniendo a Channing a su lado. Que estuviese tan desesperada como para aceptar a un hombre así lo enfurecía aún más.

–Esto está riquísimo.

Las palabras de Bailey interrumpieron sus pensamientos. Cuando llegó a casa, su hermana estaba sentada en la cocina como si viviera allí. Y con lo enfadado que estaba, su presencia lo molestaba más que nunca.

–¿Se puede saber que haces aquí?

Ella esbozó una sonrisa.

–¿Tú qué crees? Estoy tomando un helado.

–Mi helado –la corrigió él–. ¿Cómo has entrado? He cambiado la cerradura.

Bailey se echó hacia atrás en la silla, riendo.

–Ya me he dado cuenta. ¿Has olvidado que soy capaz de abrir cualquier cerradura? Brisbane me enseñó hace años. El helado lo has comprado para mí; a ti no te gustan y este es mi sabor favorito.

–Todos los sabores son tus favoritos –dijo él, intentando disimular una sonrisa. Había olvidado ese talento para abrir cerraduras, uno de tantos que Brisbane y ella usaban para meterse en líos.

Zane se levantó de la silla para dirigirse a la puerta.

–¿Dónde vas? –lo llamó Bailey.

–Como no puedo encontrar paz en mi propia casa, voy a montar un rato. Estaré fuera una hora más o menos y, con un poco de suerte, cuando vuelva, te habrás ido a molestar a otro.

Después de eso, salió de la casa y cerró de un portazo.

–¡Channing, espera!

Channing se dio la vuelta, sonriendo al ver a Megan Claiborne, antes Westmoreland. Megan, su mejor amiga cuando trabajaba en el hospital de Denver, se había casado un mes antes con Rico Claiborne, un hombre guapísimo que trabajaba como investigador privado en Filadelfia. A partir de su boda, Megan trabajaba seis meses como anestesióloga en Denver y los otros seis en un hospital de Filadelfia.

Y tenía un aspecto diferente.

–El matrimonio te sienta bien –le dijo cuando llegó a su lado.

–¿Tú crees?

–Desde luego. Estás radiante y pareces feliz. Feliz de verdad.

Megan soltó una carcajada.

–Soy feliz y debo admitir que el matrimonio me sienta bien. Rico es lo mejor que me ha pasado en la vida. Es todo lo que podría querer en un hombre.

–Entonces, tienes razones para estar tan radiante –Channing se alegraba mucho por su amiga y quería la misma felicidad para sí misma.

Los matrimonios largos eran algo habitual en su familia. Sus padres llevaban más de treinta y cinco años juntos; sus abuelos celebrarían su sesenta aniversario el año siguiente; sus tíos llevaban veinte años casados, y su primo Juan más de ocho.

Mientras salía con Zane había creído que era el hombre de su vida y, aunque le había dicho más de una vez que no pensaba casarse, ella había querido creer que cambiaría de opinión con el paso del tiempo.

Aunque nunca había pronunciado palabras de amor, sabía que Zane sentía algo por ella porque era tan atento, tan posesivo, tan protector… Ella fue la primera mujer a la que invitó a una cena familiar y la primera a quien había dado una llave de su casa, de modo que, ingenuamente, había pensado que era algo más que las otras mujeres con las que había salido en el pasado.

Pero a medida que pasaba el tiempo resultó evidente que para Zane solo era una aventura pasajera. Un día, después de salir juntos durante nueve meses, le preguntó qué futuro veía en la relación y él le respondió que nada había cambiado, que no tenía intención de casarse. Que, aunque ella le importaba mucho, no estaba enamorado y nunca lo estaría.

Channing agradeció su sinceridad, aunque le dolió en el alma, y para proteger su corazón decidió romper con él y marcharse a Atlanta.

Una semana después, aceptó un puesto de neuróloga en el hospital Emory, de Atlanta, pero no le habló a Zane de sus planes hasta una semana antes de irse.

–Quería pedirte que vinieras a cenar con mi familia el viernes –dijo Megan entonces.

Channing hizo una mueca.

–No, sabes que no puedo ir.

–¿Por qué no? Tu relación con Zane no funcionó y cada uno ha seguido adelante con su vida. En mi opinión, mi hermano se lo pierde, ya lo sabes.

–Pero yo no quiero que nadie se sienta incómodo. Zane no me saludó en tu boda siquiera…

–Olvídate de mi hermano –la interrumpió Megan–. No pensaba que fuerais a seguir saliendo juntos cuando él no quería comprometerse.

Había sido tan duro para ella decirle adiós… marcharse y no mirar atrás.

–No quiero que nadie se sienta incómodo por mi presencia.

–Channing, tú eras mi amiga antes de salir con Zane. No hay nada malo en que cenes con mi familia.

–Gracias, pero creo que es mejor no hacerlo. Solo estaré en Denver tres semanas… bueno, seis si decido hacer un segundo simposio. Yo creo que lo mejor es mantener las distancias.

Megan decidió no insistir por el momento, pero ella sabía que su amiga no cejaría.

–Si cambias de opinión, dímelo.

Channing asintió con la cabeza, pero no iba a cambiar de opinión.

Cuando Zane volvió a casa, Bailey se había ido y subió a la habitación para darse una ducha, negándose a admitir que echaba de menos a su hermana. Bailey era famosa por visitarlo no solo a él sino al resto de la familia, incluidos tíos y primos, cuando le apetecía y sin previo aviso.

Había quince Westmoreland en Denver. Sus padres habían tenido cinco chicos: Ramsey; Zane; Derringer; y los mellizos: Aiden y Adrian; y tres hijas: Megan; Gemma y Bailey. El tío Adam y la tía Clarisse habían tenido siete hijos: Dillon, Micah, Jason, Riley, Canyon, Stern y Brisbane.

Durante los últimos años, casi todos se habían casado o estaban a punto de casarse. Los únicos que se resistían eran él, los mellizos, Bailey, Canyon, Stern y Brisbane.

Sus padres y sus tíos habían muerto en un accidente de avión hacía casi veinte años, dejando al hermano de Zane, Ramsey, y a su primo Dillon a cargo de la familia. No había sido fácil, especialmente porque varios de sus primos eran menores de edad entonces, pero Dillon y Ramsey habían hecho muchos sacrificios para que la familia siguiera unida.

La muerte de sus padres había sido una tragedia para todos, sobre todo para los mellizos y para Bailey, que eran los más jóvenes.

Considerada el bebé de la familia aunque ya tenía veintiséis años, Bailey trabajaba para Sencillamente irresistible, una revista para la mujer moderna cuya propietaria era la mujer de Ramsey, Chloe. Pero, además de trabajar para la revista, Bailey era una fuerza de la naturaleza.

Cuando llegó a su dormitorio, Zane miró por la ventana las tierras que rodeaban la casa. La tierra de los Westmoreland. Como Dillon era el mayor, había heredado la casa principal y las ciento veinte hectáreas que la rodeaban. Todos los demás, al cumplir los veinticinco años, recibían dos hectáreas. Gracias a la mente creativa de Bailey, cada uno de los ranchos llevaba un nombre, La Telaraña de Ramsey, El Escondite de Zane, La Mazmorra de Derringer, La Pradera de Megan, La Gema de Gemma, La Casona de Jason, El Castillo de Stern y El Risco de Canyon. Eran unas tierras preciosas rodeadas de montañas, con valles, lagos, ríos y arroyos.

Zane adoraba su casa, una estructura de dos pisos con un porche que la rodeaba por completo. Tenía espacio más que suficiente para él y para su familia, si algún día decidía casarse, pero sentar la cabeza no entraba en sus planes. Algunas personas estaban mejor a su aire y él era una de ellas.

Salvo cuando se trataba de los negocios. Su hermano Derringer, su primo Jason y él eran socios en un lucrativo negocio de cría y entrenamiento de caballos, junto con varios primos que vivían en Montana y Texas. La sociedad iba muy bien y tenían clientes hasta en Oriente Medio. Desde que uno de sus caballos, Prince Charming, había ganado el derbi de Kentucky unos años antes, la lista no dejaba de crecer.

Le gustaba su trabajo porque le gustaba vivir al aire libre. Lo único que le gustaba más que eso eran las mujeres y no quería que ninguna de ellas pensara que podría ser la última. No había una sola mujer en el mundo que lo hiciera sentar la cabeza.

Zane sintió una punzada de dolor al pensar eso. No, no era cierto del todo. Había habido una mujer: la doctora Channing Hastings.

Su hermana Megan los había presentado y se había sentido atraído por ella desde el primer momento. Aparte de su belleza, tenía algo especial que lo atraía como las abejas a la miel. Era una fantasía erótica hecha realidad. Solo había pensado salir con ella durante un par de meses, como era su costumbre, pero al final la relación resultó mucho más larga.

Zane se inclinó para sacar una caja que guardaba bajo la cama y la abrió usando una llavecita que siempre colgaba del llavero. Dentro había un calendario personalizado con fotos de Channing que ella le había regalado cuando cumplió treinta y cinco años.

¿Habían pasado ya casi dos años desde que se marchó a Atlanta?

Empezó por el mes de enero y cuando llegó a diciembre estaba sudando. Ver a Channing con diminutos camisones, uno diferente para cada mes, lo ponía nervioso… y en el de diciembre no llevaba nada en absoluto. Estaba tirada sobre la cama, su cuerpo desnudo apenas cubierto por un edredón blanco con estampado navideño, mirando a la cámara con un gesto de deseo que él conocía bien.

La fotógrafa, una compañera del hospital, la había capturado en unas poses increíbles.

Channing Hastings era una mujer bellísima de piel morena. Tenía unos preciosos ojos pardos, pómulos altos, nariz respingona, labios carnosos y una melena castaña clara, casi dorada.

La única constante en las fotos era el collar que llevaba puesto: un collar de oro que él le había regalado. El mismo que Channing le había devuelto cuando le dijo que se marchaba de Denver.

Zane sacó el collar de la caja, recordando el día que lo había comprado… estaba en Montana con su primo Durango, que quería comprar un regalo para su mujer, Savannah. Zane había visto el collar, con un colgante en forma de media luna, en una joyería, y pensó que era el regalo perfecto para Channing. No se había preguntado por qué, solo sabía que quería verlo en su cuello.

Cuando ella se marchó había mirado el calendario y el collar muchas veces. Por eso le había dado la caja a Megan, para dejar de torturarse. Aunque ella sentiría curiosidad por el contenido, su hermana era discreta y no intentaría abrirla.

No podía decir lo mismo de Bailey, quien le había recordado aquel mismo día su habilidad para abrir cualquier cerradura.

Megan había guardado la caja durante casi un año, pero Zane la había recuperado cuando se fue de viaje a Texas con Rico el año anterior.

Megan había invitado a Channing a su boda aunque él le había pedido que no lo hiciera. Pero, como Bailey, Megan hacía lo que quería y no le gustaba que sus hermanos le dijesen lo que tenía que hacer. Pero más que la invitación, le molestaba haber ido a casa de Megan unos días antes para dar la bienvenida a los recién casados y que ella no le hubiera dicho nada sobre el regreso de Channing.

Zane volvió a dejar el calendario y el collar en la caja, que guardó bajo la cama. Sus caminos no tenían por qué cruzarse, pensó, mientras se metía en la ducha.

Pero tal vez deberían.

Era hora de ver la situación de manera diferente, con más objetividad. Había olvidado a Channing meses antes y, evidentemente, ella lo había olvidado a él porque estaba comprometida con otro hombre. Él era feliz con su vida, ella con la suya.

Sí, decidió mientras abría el grifo. Iría a ver a Channing.

No había nada malo en darle la bienvenida a la ciudad.

Capítulo Dos

Channing estaba inclinando la pantalla del proyector cuando vio frente a ella un par de botas de piel. Las botas iban acompañadas de un rico y masculino aroma que habría reconocido en cualquier parte y… se le hizo un nudo en el estómago, pero intentó disimular.

Cuando levantó la mirada vio un pantalón vaquero en unos firmes muslos, una cintura estrecha, un estómago firme y unos hombros anchísimos. Luego, sus ojos se clavaron en otros ojos preciosos de color castaño, piel bronceada, nariz aquilina, altos pómulos, labios masculinos y mandíbula cuadrada.

Zane Westmoreland era casi demasiado guapo para ser real. Había pensado eso mismo la primera vez que lo vio, hacía tres años, en aquel mismo hospital. Zane había ido a reparar un neumático pinchado a su hermana y Megan los había presentado.

Su vida no había sido la misma desde entonces.

Channing respiró profundamente antes de decir:

–Hola, Zane.

–Hola, Channing. Me han dicho que habías vuelto a Denver y he decidido darte la bienvenida.

Ella asintió con la cabeza, aunque no entendía por qué había aparecido en el aula del hospital. Cuando se vieron en la boda de Megan el mes pasado, no le había dirigido la palabra.

–Gracias.

Podría contarle que solo iba a estar allí de tres a seis semanas, pero decidió que no era asunto suyo. Dos años antes se había marchado de Denver para empezar una nueva vida y eso había hecho.

–Veo que sigues prometida –dijo Zane, mientras ella se acercaba al escritorio para guardar unas carpetas en el maletín.

Channing frunció el ceño.

–¿Hay alguna razón por la que no debiera estarlo?

–No, no.

–¿Y tú? Imagino que sigues evitando cualquier compromiso serio.

–Si quieres saber si sigo soltero y sin deseos de sentar la cabeza, así es. Eso no cambiará nunca. ¿Has venido con Mark?

–El nombre de mi prometido es Mack y no, no he venido con él.

–Es banquero, ¿no?

Channing cerró el maletín, preguntándose por qué le hacía esa pregunta si ya lo sabía.

–Sí, Mack es banquero.

No había necesidad de contarle que la familia Hammond era propietaria de varios bancos en Georgia, Tennessee y Florida.

Luego se volvió hacia Zane, intentando no dejarse afectar por su atractivo, aunque sentía como si cien mariposas le revolotearan en el estómago. Tenía unos ojos tan bonitos… unos ojos que podían enseñarle a una mujer lo que era el verdadero deseo. Ella lo sabía mejor que nadie.

Sí, algunas cosas en su vida habían cambiado, pero no lo que sentía al ver a Zane Westmoreland. ¿Por qué su cuerpo la traicionaba de ese modo?

–Yo he terminado por hoy. Me alegro de verte, Zane.

–Lo mismo digo. Sabía que nos encontraríamos tarde o temprano en alguna cena familiar y he pensado que era mejor venir a saludarte… para que ninguno de los dos se sintiera incómodo.

–Siento mucho que hayas perdido el tiempo viniendo aquí solo para eso. Ayer le di las gracias a Megan por su invitación, pero le dije que lo mejor sería no acudir a esas cenas.

–¿Por qué? ¿Estás diciendo que ya no te interesa mi familia?

–No, en absoluto. Recuerda que conocí a Megan antes que a ti. Pero, teniendo en cuenta nuestra historia, será mejor que me distancie un poco.

Zane la miró, pensativo.