Isla de deseo - Julia James - E-Book

Isla de deseo E-Book

Julia James

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Beschreibung

¿Durante cuánto tiempo podría seguir resistiéndose? En cuanto conoció a Theo Atrides, Leandra se quedó impresionada por la manera en que reaccionó su cuerpo ante la increíble masculinidad de aquel hombre. Pero no estaba dispuesta a convertirse en otra de los cientos de mujeres que se sentían atraídas por su riqueza y su poder. Entonces se vieron obligados a pasar juntos una semana en su isla privada, y Theo se propuso hacer todo lo que fuera necesario para conseguir que Leo perdiera el control sobre sí misma y se dejara llevar por sus instintos... Pronto se dio cuenta de que aquel plan de seducción era demasiado para ella.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Julia James

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Isla de deseo, n.º 1452 - febrero 2018

Título original: The Greek Tycoon’s Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-734-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

THEO ATRIDES entrecerró sus extraordinarios ojos negros. Aquel hombre tremendamente rico y temperamental poseía además un magnetismo singular, reafirmado tanto por el poder que lo rodeaba como por los atributos físicos con los que la naturaleza le había dotado.

Se detuvo en el rellano de la amplia escalinata para contemplar la atestada sala de banquetes del hotel. Era un mar de hombres de esmoquin y mujeres de traje largo. Por todas partes, las arañas de cristal iluminaban los destellos de las joyas.

Desde aquella posición ventajosa Theo continuó analizando con mirada alerta y sistemática los grupos de personas, buscando con firme propósito. De repente se quedó quieto. Bajo la tela de seda de su elegante esmoquin su figura alta y fuerte se puso tensa.

¡Sí, estaban allí! Los dos estaban allí.

Era a la mujer a la que miraba con atención; y apretó los dientes mientras la estudiaba.

Iba vestida elegantemente. Era de estatura mediana, y tenía una figura esbelta y generosa al mismo tiempo. Una figura que aquel vestido destacada sin pudor.

Su larga melena rubia le caía por la espalda como una cascada. Tenía la tez pálida, en contraste con el negro del vestido corto, que tenía un escote tan pronunciado que resaltaba sus senos turgentes de piel aterciopelada. Del mismo modo, su trasero respingón quedaba apenas cubierto por la tela, mientras que las medias de seda brillantes le cubrían las piernas desde los muslos hasta unas provocativas sandalias de tacón alto.

Un envoltorio perfecto. Y tan tentador de desenvolver.

Ella se echó a reír, y al inclinar la cabeza hacia atrás dejó al descubierto la suave curva de su cuello, el resplandor de los diamantes que le colgaban del tentador lóbulo de la oreja.

Theo no pudo verle la cara, pero de todos modos sintió una tensión entre las piernas.

La oleada de placer masculino se mezcló con otra sensación fuerte; pero no de deseo, sino de rabia. Las mujeres como aquella eran peligrosas. Sobre todo para los hombres que caían en sus redes.

Él debería saberlo…

Lentamente, Theo empezó a bajar la amplia escalinata.

 

 

Leandra jamás se había sentido más desnuda en su vida. Cada vez que respiraba le parecía que se le iban a salir los pechos por el pronunciado escote, y si daba un paso que se le subiría el vestido y enseñaría el trasero. Debía de estar loca por haber dejado que Chris la convenciera para ponerse un vestido así.

Pero había insistido en que debía estar lo más sexy posible, ya que de otro modo aquella charada no tendría ningún sentido.

Aun así, detestaba el aspecto de buscona que le daba aquel vestido.

Aspiró hondo, lo mismo que solía hacer para vencer el miedo al escenario. Porque aquello era solo eso: una representación; aunque una deslumbrante gala benéfica en uno de los hoteles más elegantes de Londres no era su terreno habitual.

Estaba más acostumbrada a los escenarios de los pubs; lo normal para una actriz en ciernes. En ese momento, gracias a Chris, estaba al lado de un guapo y joven millonario griego, nerviosa y perdida.

Demos Atrides, que dirigía una empresa filial del vasto imperio de negocios Atrides, se volvió hacia ella y le dedicó una sonrisa reconfortante. Ella esbozó a su vez una amplia sonrisa, tal como correspondía a su papel. Demos le gustaba mucho, y no solo por Chris. Sin embargo, a pesar de todo el dinero que poseía, Demos era una persona poco segura de sí misma; Leandra sabía que necesitaba el optimismo y la confianza de Chris para motivarse. No era ella la única que temía la inminente confrontación.

¿Resultaría su charada convincente? Leandra tragó saliva. Ella no debía ser la que le dejara en la estacada; después de todo, era una actriz profesional.

Pegó un leve respingo al notar que Demos le rozaba el brazo con discreción.

–Ahí está –dijo con su voz meliflua de marcado acento griego.

La tensión en sus facciones era evidente.

Leandra respiró hondo.

–Allá voy –se dijo, mientras para sus adentros se deseaba suerte.

 

 

Según se iba acercando a ellos Theo Atrides se iba poniendo de peor humor. Él no había querido estar allí, pero su abuelo Milo había insistido. Como patriarca del clan Atrides, estaba acostumbrado a salirse con la suya. Theo sabía que era por eso por lo que Milo se estaba tomando tan mal que su nieto pequeño se negara a entrar en vereda.

Aunque Demos no era de los que daban problemas. Siempre había hecho todo lo que Theo le había pedido, y había dirigido la sucursal de Londres con diligencia y eficacia. Sus asuntos siempre los había llevado con discreción; tanta que ni siquiera Theo sabía de ellos.

¿Entonces por qué armar tanto revuelo por aquel?

Theo se puso tenso. La razón la tenía justo delante: rubia, exuberante y muy, muy sexy. No le extrañaba que su primito no quisiera volver a casa para casarse con Sophia Allessandros, la novia que Milo había elegido para él. ¿Qué hombre querría renunciar a una amante como esa?

 

 

Demos Atrides sintió una mano que cayó con fuerza sobre su hombro. Pero enseguida se recuperó.

–¡Theo! –exclamó con expresión de júbilo forzada–. Me alegro de verte. Mi secretaria me dijo que me habías llamado desde el avión para saber dónde estaría esta noche –miró detrás de su primo–. ¿Dónde está Milo?

–Descansando –respondió su primo en tono tenso–. El vuelo le ha cansado mucho. No deberías haber hecho que todo esto fuera necesario, Demos.

Sus palabras lo reprendieron, y Demos se ruborizó ligeramente.

–No había necesidad de que hubiera venido –contestó Demos a la defensiva.

–¿De verdad?

Theo desvió la mirada deliberadamente hacia la mujer que colgaba del brazo de Demos como una lapa enjoyada. Mientras contemplaba su rostro por primera vez, sintió una respuesta similar a una corriente eléctrica.

Por un instante se sintió confuso. No era en absoluto lo que había esperado que fuera. Había asumido que aquel cuerpo pecaminoso iría acompañado de una expresión vacua y una naturaleza avariciosa.

En lugar de eso, un par de ojos color ámbar de mirada inteligente lo miraron, atrapándolo en su inesperada belleza, a pesar de la gruesa capa de sombra de ojos y de máscara de pestañas que los cubrían. En sus profundidades vio algo, pero antes de poder distinguirlo en su confusión, ese algo se desvaneció. Theo continuó estudiando el resto de sus facciones, a pesar del exceso de maquillaje. E inesperadamente sintió un latigazo de deseo; el deseo de retirarle con un pañuelo de papel el montón de maquillaje que cubría su extraordinaria belleza natural.

Por un instante sintió algo más que un mero deseo físico por la mujer que tenía delante. Algo más lo sacudió… lo conmovió.

Pero enseguida reaccionó. No importaba lo más mínimo lo que pensara de la amante de Demos. Solo importaba apartar a su primo de ella, de vuelta a Atenas y a su compromiso con Sofia Allessandros.

Era lo que todos esperaban, sobre todo Milo, que estaba desesperado por asegurar la siguiente generación de Atrides. Theo sabía que jamás se había recuperado de la tragedia que había caído ocho años atrás sobre la familia, en la que dos de sus hijos con sus respectivas esposas habían muerto cuando uno de los aviones Atrides se había estrellado contra el mar. Theo mismamente apenas había tenido tiempo de llorar sus muertes. A la edad de veinticuatro años se había encontrado solo a cargo del gran imperio Atrides, mientras su abuelo sufría un infarto por el fallecimiento de sus dos hijos que había estado a punto de llevárselo al otro mundo también. Los rivales en los negocios, al ver al clan Atrides tan desolado, se habían echado sobre ellos.

Theo se había librado de todos y se había hecho fuerte en la batalla. En el presente, a sus treinta y dos años, el imperio Atrides era más fuerte y poderoso que nunca. Nadie se atrevía ya a desafiar a su feroz dirigente.

Lo único que les faltaba era un heredero para la generación siguiente. Milo tenía razón.

Pero no sería Theo el que se lo diera. Si alguien tenía que darle a Milo los biznietos que deseaba, tendría que ser Demos, y Sofia Allessandros.

En cuanto a la sensual mujer que iba colgada del brazo de Demos… ¡Pues tendría que buscarse otro amante rico!

La miró de arriba abajo otra vez. Tal y como estaba hecha, no le costaría mucho encontrarlo.

 

 

Leandra se quedó mirando como embobada al hombre que la apreciaba con aquellos ojos tan oscuros de mirada tan intensa. ¡Santo cielo, qué hombre! Había oído hablar a Demos de su temible primo mayor. Theo Atrides no solo era un despiadado hombre de negocios. Las mujeres se arremolinaban a su alrededor como las moscas alrededor de la miel, y él escogía a las que le apetecían, las degustaba y después se libraba de ellas. Leandra entendió por qué las mujeres lo perseguían; y desde luego no era solo porque estuviera podrido de dinero. ¡De no haber tenido un dracma a su nombre, Theo Atrides habría tenido el mismo atractivo con el sexo opuesto!

Leandra se quedó impactada, tanto por su atractivo físico, como por su altura. Las fotos que había visto en las revistas del corazón del apartamento de Demos no la habían preparado para el verdadero Theo Atrides. Y menos aún para el efecto que le estaba causando en esos momentos.

Había asumido, ya que Demos no la atraía físicamente, que sería igual de inmune a su primo. Pero cuánto se había equivocado. Porque Theo Atrides era mucho más atractivo y mil veces más sexy que su primo. Y sin duda mucho más peligroso.

Leandra adoptó la expresión vacua de la chica alegre y despreocupada que encajaba en la charada que intentaba representar. El hacerlo tuvo sus compensaciones; le permitió mirarlo precisamente como le apetecía, como necesitaba mirarlo.

Claro que él ni se molestaría en volver a mirarla. Todas sus mujeres, por muy poco que le hubieran durado, eran celebridades, en ese momento precisamente unas cuantas le fueron a la mente, o bien miembros de la cosmopolita aristocracia europea o de la americana.

Solo que la estaba mirando. Theo Atrides la miraba con detenimiento, con la pericia de un conocedor de lo mejor de la belleza femenina. Y resultó una experiencia emocionante.

Mientras experimentaba la sensación casi física de aquella mirada misteriosa paseándose por su cuerpo, Leandra sintió que le temblaban las piernas. De pronto apenas podía respirar y el corazón le latía alocadamente. Pero entonces, al tiempo que veía el deseo en su mirada, distinguió además una evidente expresión de desprecio. Estaba claro lo que pensaba de una mujer que iba vestida como iba ella.

Leandra sintió ganas de hacer dos cosas: en primer lugar de tirar de un mantel de una mesa que tenía al lado y cubrirse, y en segundo de abofetearlo hasta que esa mirada de desprecio desapareciera de sus ojos.

Claro que no hizo ni lo uno ni lo otro; no podía.

En lugar de eso se comportó cómo exigía su papel en aquella farsa. Mal.

–Demos –dijo con voz ronca, pegándose más a él, buscando sin darse cuenta protegerse de la presencia del otro–. ¿Quién es este hombre tan apuesto?

Demos abrió la boca para contestar, pero el otro se le adelantó.

–Theo Atrides –murmuró el primo.

Su voz era más profunda, su acento griego más marcado. Su primitiva sensualidad empujó a Leandra a estremecerse de pies a cabeza.

–¿Y esta es… ? –se volvió hacia su primo con expectación, arrastrando las palabras con aquel sensual ronroneo.

Leandra sintió rabia. ¿Acaso pensaba que no sabía contestar ella sola?

–Leandra –contestó Demos con renuencia.

–Ross… –completó Leandra con cierta ironía.

–Leandra –repitió Theo Atrides despacio, ignorando la irrelevancia de su apellido–. Eres encantadora, Leandra –hizo una leve pausa–. Totalmente encantadora. Toda tú.

Sus ojos sensuales la miraron de nuevo de arriba abajo, y Leandra sintió como si la desnudara.

Entonces él le tomó la mano.

Su roce le resultó tan eléctrico como su mirada. La mano era grande y suave, cálida y fuerte; muy fuerte. La suya parecía pálida y frágil entre los dedos aceitunados de aquel hombre.

Muy despacio, Theo se llevó la mano de uñas pintadas de rojo escarlata a los labios. Pero en lugar de rozarle los nudillos, como Leandra esperaba, le giró la mano e inclinó la cabeza.

Cuando sus labios le rozaron la palma sintió que se entreabrían ligeramente. Entonces, con una caricia que le causó estremecimientos de pies a cabeza, esos labios se deslizaron levemente por su piel con mucha sensualidad. Inesperadamente, sintió la punta de la lengua que le rozaba muy brevemente el espacio entre los dedos.

Asombro, rabia y una dosis de deseo sexual se mezclaron en su interior, e incluso mientras retiraba la mano, Leandra sintió que no podía moverse.

Por un momento sintió como si todo a su alrededor le diera vueltas, y el único punto fijo era el abanico de sensaciones que latían aún en su mano.

Boquiabierta, miró fijamente a Theo Atrides. Él le sonrió a su vez, con una sonrisa cálida, íntima; una sonrisa indulgente, peligrosa y muy sexy.

A punto estuvo, lo sintió, de arrimarse a él, de pegar su cuerpo al suyo y entregarse totalmente a él. Era como un potente imán.

Pero tenía que resistirse. ¡No le quedaba otra! Estaba allí para hacer el papel de amante de su primo, y nada más. De modo que, con gran esfuerzo y aún recuperándose de la insolente boca de Theo Atrides sobre su mano incauta, consiguió controlarse para no echarse sobre él.

Theemou, pensaba Theo mientras ella se retiraba con evidente renuencia. ¡La chica no se podría haber mostrado más entusiasta de haberle dado él su número de teléfono! ¡Pero qué pasión había mostrado por él! ¿Cómo reaccionaría si la tuviera en horizontal?

Una viva imagen de ella desnuda debajo de él gimiendo con abandono asaltó sus pensamientos; pero él la rechazó instantáneamente. No era aquel el momento para pensar de aquel modo en una mujer que amenazaba la estabilidad y el futuro de su familia. Lo único que su reacción había demostrado era que, sintiera lo que sintiera por Demos, no era nada que le impidiera fijarse en otro hombre. ¡Aquella mujer no sabía lo que era la fidelidad!

Cuando se volvió hacia su primo, Leandra se preguntó por qué se sentía confusa en lugar de aliviada. Era como si alguien hubiera apagado la calefacción y el frío que llevaba sintiendo tantos años la dejara de nuevo aterida.

Aturdida, intentó centrarse en lo que Theo le decía a su primo.

–Entonces –empezó en tono irónico– esto es lo que hace que lleves tanto tiempo en Londres. No puedo decir que me sorprenda, ahora que he conocido a esta deliciosa fémina –dijo, y volvió a mirarla con calma–. Pero todo lo bueno llega a su fin, Demos. Sofia te está esperando. Es hora de volver a casa.

Leandra sintió la tensión de Demos.

–No estoy listo –contestó con sequedad.

–Pues tendrás que estarlo –añadió Theo con contundencia.

Le plantó la mano en el hombro a su primo y lo apartó suavemente de Leandra, como si ella fuera una intrusa. Cuando empezó a hablar en griego, Leandra se sintió totalmente excluida.

–A Milo le queda muy poco, Demos. Sus médicos lo saben y él también; no le hagas esto. Vuelve a casa y comprométete con Sofia. Es todo lo que te pide. Necesita estar seguro de que habrá otra generación; no puedes echarle eso en cara. Necesita un heredero, Demos.

Hablaba con rapidez, en tono bajo. Demos contestó sin dilación.

–Milos tiene dos nietos, Theo. ¿Por qué no le haces tú el honor?

Theo se puso tenso.

–El matrimonio no me va, primito.

–¿Y si a mí tampoco? –contestó Demos en un tono que suscitó el interés de su primo, que lo miró con los ojos entrecerrados.

–¿Qué significa eso? –le preguntó Theo despacio.

Demos se lo quedó mirando un momento, como si fuera a decirle algo. Entonces se quitó del hombro la mano de Theo.

–¡Quiere decir que me lo estoy pasando demasiado bien como para sentar la cabeza! ¡No estoy listo para casarme con nadie, y menos con Sofia Allessandros! –exclamó con angustia–. Theo, haz que Milo lo entienda. ¡Hazle entender, Theo!

Theo sintió una rabia atroz. No quería tener nada que ver con aquel asunto. No había querido ir allí, y lo único que deseaba era terminar con ello lo antes posible. Quería alejarse, de las interminables exigencias familiares, del negocio, e ir a algún sitio en el que solo tuviera que contemplar el mar Egeo, escuchar el canto de las cigarras, aspirar el aroma de las flores, y sentir el céfiro del sur acariciándole el cuerpo.

Con una mujer suave y dulce entre sus brazos… Una mujer como la que Demos tenía al lado.

Carraspeó, haciendo desaparecer la incitante visión.

–¡Basta ya! –exclamó, acompañado de un gesto con la mano breve pero contundente–. Espero verte mañana, Demos. Milo quiere que vengas a verlo a las nueve. Estamos en el ático de lujo del hotel. Y no te retrases –miró a su primo con aire amenazador y después a Leandra–. ¡Y duerme un poco esta noche! –añadió en inglés.

La miró a la cara brevemente, y al ver cómo lo hacía, Leandra sintió ganas de abofetearlo. Sus pensamientos eran claros. ¿Con una mujer como ella a su lado, qué hombre querría dormir?

A él, por ejemplo, se le ocurrían mil cosas mejor que hacer con ella…

De nuevo hizo un esfuerzo para volver a la realidad. Aquella mujer era irrelevante. Muy pronto su breve intrusión en los asuntos familiares habría concluido. Para siempre.

 

 

Demos Atrides abrió la puerta de su apartamento e invitó a Leandra a pasar. Inmediatamente, Chris la abrazó con cariño.

–¿Y bien? –le preguntó el apuesto hombre rubio–. ¿Qué tal ha ido? ¿Se lo ha tragado?

Leandra tiró el bolso sobre un canapé y se quitó una sandalia. Tenía los pies hechos puré. No dijo nada. De momento no podía.

Demos soltó una breve carcajada, intentando disipar la tensión que aún sentía.

–Picó el anzuelo. ¿No decís vosotros algo así?

Chris se echó a reír, mostrando una fila de dientes blancos y brillantes. Leandra también soltó una risotada, pero carente de todo humor.

–Oh, Dios, Chris. ¡Theo Atrides me estaba mirando como si fuera una ramera!

Leandra se estremeció al recordar cómo la había mirado el primo de Demos…

Pero Chris no se desanimó.

–Es maravilloso, Lea. ¡Justo lo que queríamos! ¡Va a pensar que Demos está totalmente embelesado con su exquisita y sensual amante! Y hablando de sensual… –le puso las manos en los hombros–. Querida, estás para comerte. ¡Mmm!

Leandra no estaba de humor para sus tonterías. Cada vez se sentía más humillada y asqueada de toda aquella historia.

–¡Ya basta, Chris! –exclamó mientras lo empujaba y se metía en el cuarto de baño–. ¡Tengo que quitarme este vestido tan ridículo!

 

 

La velada había sido más suplicio de lo que había pensado; ¡gracias a aquel maldito vestido y a Theo Atrides! Salió de la ducha y se secó vigorosamente. Le había parecido un trabajo fácil, y un buen negocio, fingir ser la amante de Demos. Lo único que tenía que hacer era mudarse al dormitorio libre del apartamento de lujo de Demos y pasar tres semanas fingiendo que vivía con él. El tiempo suficiente para que su familia se enterara de una vez y entendiera que no iba a volver a Grecia a casarse con Sofia Allessandros.

Leandra se miró al espejo pensativamente. ¿Habría sido la actuación de esa noche lo bastante convincente? Eso esperaba. Se estremeció pensando en tener que volver a verse las caras con Theo Atrides. Su sistema nervioso no lo soportaría.

De pronto sintió un gran desaliento. Theo Atrides era el hombre más atractivo que había visto en su vida; y él la había mirado como si fuera una prostituta.

¿Aunque, y si no hubiera sido así? ¿Y si Theo Atrides la hubiera visto vestida de otra manera? Seguramente la habría mirado de modo diferente, pensaba con nostalgia. Con sensualidad, sí, pero desprovista su mirada de aquella expresión desdeñosa que no se había molestado en ocultar. A sus ojos habría asomado únicamente el deseo de un hombre por una mujer. Una de las cosas más antiguas del mundo. Una avidez eterna que anhelaba ser saciada.

Suspiró, ahuyentando su imposible ensoñación mientras terminaba de atarse el cabello húmedo en una coleta.

Al volver a la sala se encontró a Chris y a Demos tomando un café. Leandra, envuelta en un albornoz de felpa, se dejó caer junto a Chris y se sirvió una taza.

–¿Te encuentras mejor? –le preguntó en tono comprensivo.

Ella asintió.

–Sí. Lo siento, pero es que me has puesto una ropa que me hacía sentirme tan desnuda… ¡Su primo me miraba como si fuera una buscona! Ha sido horrible –aspiró hondo–. Pero me alegro de que ya haya pasado todo. Ah, Demos –se inclinó hacia delante y le dejó los pendientes de diamante en el regazo–. Aquí tienes.

Demos los puso sobre la mesa de centro; entonces miró a Leandra.

–Lea… Gracias. Mil gracias –añadió algo avergonzado–. Y siento que mi primo se comportara contigo de un modo tan poco respetuoso.

Leandra alzó una mano. No quería que Demos se sintiera culpable por ello.

–No pasa nada –dijo, quitándole hierro al asunto–. Lo soportaré. Y, además, como dice Chris, ese era el plan; que yo pareciera el juguete erótico de un hombre rico. ¡Debería alegrarme de que se lo haya creído!

Lea se quedó mirando la taza de café. Sin duda Theo Atrides había pensado que era precisamente eso, un juguete sexual. El recuerdo de sus labios acariciándole la palma de la mano, de la punta de la lengua rozándole entre los dedos, le hizo sentir de nuevo aquel calor en las entrañas.

Bajo la felpa del grueso albornoz sintió que se le ponían los pechos duros. Inmediatamente sintió rabia y vergüenza. Podía decirse a sí misma todas las veces que quisiera que era una vergüenza ser objeto de tal trato; pero sabía que se estaría mintiendo.

Theo Atrides le había hecho sentir algo que no había sentido en su vida. Algo superior a ella, algo que la había golpeado con la fuerza de un ciclón.

Se había sentido indefensa, totalmente indefensa. De haber querido él, podría habérsela llevado en ese momento a una habitación del hotel y haberla abrazado y besado con aquella boca grande y sensual. Podría haberle hecho cualquier cosa…

Miró el café, horrorizada por la obscena realidad, y se estremeció mientras luchaba por alejar aquellas imágenes de su mente.

–¿Lea… te encuentras bien?

Alzó la cabeza con rapidez.

–Estoy bien… Solo un poco cansada, eso es todo.

Chris la miró con detenimiento.

–¿Te ha molestado ese bastardo?

Demos se puso tenso al oír la palabra referida al primo al que siempre había admirado. Pero no dijo nada.

Leandra se mordió el labio. Podría negar su reacción a Theo Atrides, pero no los engañaría mucho tiempo.

–Sí, pero no importa. Lo único que importa ahora es que deje en paz a Demos.

No importaba nada. Además, no volvería a verlo.

Theo Atrides había entrado y salido de su vida en un abrir y cerrar de ojos. Y no volvería.

Capítulo 2

 

DESDE la ventana del ático de lujo donde se hospedaban su abuelo y él, Theo contempló Hyde Park con contrariedad. Los árboles se teñían ya con los colores del otoño; el verano había terminado.

Estaba de un humor de perros; Demos acababa de marcharse, y la conversación con Milo no había sido demasiado agradable. Cuando su abuelo había terminado de sermonearle sobre su deber, su responsabilidad, la familia y Sofia Allessandros, Demos había repetido con terquedad lo que le había dicho a Theo la noche anterior. No estaba listo aún para casarse; eso era todo. Estaba disfrutando de su vida de soltero. Después se había marchado.

Theo se volvió hacia su abuelo.

–¿Estás seguro de este matrimonio?