7,99 €
Jáchal es un departamento ubicado en la región Norte de lo que hoy es la provincia de San Juan. El nombre proviene de la lengua cacana, dialecto usado por los Capayán, pueblo originario que habitó la zona, y del cual solo sobreviven algunos toponímicos. Sonidos. Desinencias. No hay certeza del significado etimológico de la palabra. Algunos investigadores hablan de "río de arboledas", "tierra de metales" o "piedra acarreada", siendo esta última la más verosímil por las características propias del terreno. La palabra Jáchal deriva de lo que escribieron quienes escucharon la pronunciación en boca de los originarios, un sonido gutural difícil de transcribir, algo así como hackall o jackall (con dos L). El paso del tiempo transformó la k en una h, e hizo desaparecer la última L, así quedó Jáchal. Eso explica por qué el gentilicio es jachallero, y no jachalero. En ese paisaje, valle rodeado de cerros y atravesado por un río tenaz y maltratado, los jachalleros somos un pueblo sobreviviente. Trashumantes que andamos caminos que siempre nos traen de vuelta a nuestra tierra. Cultivando poesías y pensamientos. Mostrando orgullosos nuestro origen y pertenencia, y asumiéndolos como parte de nuestro nombre propio. Yo, de Jáchal. Yo, Jachalensis.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 83
Veröffentlichungsjahr: 2023
MINGO DE JÁCHAL
Jofré, Domingo Ernesto Jachalensis / Domingo Ernesto Jofré. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3516-0
1. Poesía. I. Título. CDD A861
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Piedra acarreada
Primordiales
Almas serranas
Agua que canta
País del pan
Trigal
Amasijo
Palomas y gorriones
Vuelo
Porción de luz
Zonda
Llegada
Choclos asados
Pá
Maestro
Andar
Ausente
Patagonia
El arroyo de Valcheta
Aquí y allá
El lobo
Trashumancia
Fraternidad
Giuseppe
Del sur
Quiero
En horas de la siesta
Atardecer
Amanecer
Humo
Lo de Garcés
Sin Sombra
Extraños conocidos
Encuentro
Nostalgia
Espera
El regreso de la Amada
En el cerro
Criollo
Del oeste
Tajo abierto
Pesadilla
Periodismo
Roles y Fe
Librarnos del mal
Caminantes
Locos
Aclaración
Yarco
Manifiesto Jachallero (el grito yarco)
Esta voz
Fui
Cover
Table of Contents
A mi pueblo, a mi gente, a mis afectos.
JACHALENSIS
Xackal, Hakall, Jakall, Jachall, Jáchal.
Desinencia, palabra, sonido, percusión.
Identidad.
Cuando los versos, poemas o simples garabatos se transforman en ventanas, puertas, espejos o veredas; ahí, justamente ahí, en ese tránsito, se convierten en poesía.
Aromada de jarilla
maternal piedra acarreada que abraza y contiene.
Rio viejo, maltratado,
anhelante del antiguo ritual del agua.
Gredal y arenisca, algarrobal silbando en el viento.
Cerro partido, chañaral anidando recuerdos.
Pájaro bobo y menta, vertiente que aún canta.
Gente simple, gente buena,
Gente que se va, pero se queda.
Trashumancia ancestral que perpetuamos.
Jac–kal, desinencia y petroglifo.
Jáchal, piedra que vive, piedra que canta.
Son mis primordiales mis raíces y mis ramas,
me dan origen y pertenencia, y esa esencia
que nutre mis venas y después se reparte
entre todo aquello que me abraza.
Siento que cantan en el viento, y me susurran
en dialectos incomprensibles que, sin embargo, comprendo.
Caminan a mi lado como haciendo eco de mis pasos,
como acompañando la senda que trazo,
vigilantes de mi andar errante, pero sin descanso.
Mi tío Tito escribió una canción que siempre recuerdo. Muchas veces la cantó en mí casa, porque era de visitarlo de vez en cuando a mí viejo y le cantaba sus composiciones. Me costó varios años interpretar esa parte donde decía “por las acequias corre agüita cordillerana, como bendición del cielo se purifica en las parras y ha madurado en mí sangre templando mi alma serrana”.
Es como cuando mi Pá me repetía, cada vez que podía, que el día que le toque partir quería quedarse en la cordillera para siempre, entre los penitentes eternos donde anduvo trazando caminos y donde aprendió a amar el Ande con tal profundidad, que solo mencionarlo le hacía escurrir los ojos.
O cuando mi madre abría caminos, azada en mano, para que corra el agua entre los bordos de la huertita familiar, y decía que el agua va dando vida por donde pasa, y que no puede faltar nunca.
Cordillera, agua, tierra, nosotros.
El agüita cordillerana, que da vida a mi valle, nace lejos, muy alto, allá arriba donde se ve la parte blanca de la cordillera, justo ahí, en los glaciares. Y desde ahí escurre y va bajando primero como una lágrima de alegría, o un suspiro de agua, después como un hilito casi invisible, luego como un bracito, que después se abraza a otros, y se hacen riacho que se junta con otros iguales y forman el río. El agua también se infiltra al interior de la montaña y aparece como arroyo, vergel maravilloso que canta. Y a veces, el agua también se acuna bajo tierra y se reserva en cuencos para que la vida la descubra.
Y se hace canal y acequia, esos que trazaron mis ancestros capayán, para que el agua llegue a dar vida a nuestras huertas y madurez a nuestras almas.
Ahora entiendo, como el glaciar, el río y el arroyo, somos parte de la montaña, germinamos ahí, justo ahí, en lo más alto. Ahí donde el alma de mi viejo silba su paz en el aire del viento blanco. Ahí donde habitan las almas serranas que aguas abajo tienen sus cunas, templándose de amor para madurar su paz y volver a ser altura.
Ahora entiendo.
Cordillera, agua, tierra, nosotros.
Nacemos, andamos, volvemos.
Somos un ciclo vital interminable.
Nace el agua entre las piedras
Cual orquesta de campanas cristalinas
Nace el agua, canta y baila
Y en su frescor el aire baila y trina.
Corre la vida serpenteando por el valle
Y los hombres la veneran al pasar
Corre la vida alimentando el surco
Que nutrirá las espigas del trigal.
Nace y corre el agua, y da la vida
Canta y baila entre las piedras y el camino
Y después de tanto andar no se detiene
Sigue cantando en la rueda del molino.
La región del antiguo Jáchal de Angacau abarcaba todo el territorio de lo que hoy son los departamentos de Jáchal, Iglesia y Calingasta. Fue un enclave estratégico, pues, su ubicación le permitía una comunicación fluida hacia los cuatro puntos cardinales. De hecho, ya en la época pre colonial, los caminos usados por distintas naciones originarias tenían un punto de encuentro en Xackal *. Incluso, hay quienes especulan con que el nombre de los habitantes de estas tierras, los Capayán, podría deberse o estar relacionado al concepto de Capak–gnan, la extensa red de caminos que unía a los pueblos andinos.
Esa posición geográfica le ha significado nada más y nada menos que su identidad cultural y su perfil económico.
La cultura jachallera ha recibido influencias directas de cada región con la que se relacionaba, principalmente centro y norte de nuestro territorio y también Chile y Bolivia.
Con la trashumancia se produjo un intercambio inevitable, en cada viaje de arrieros llevando y trayendo ganado y mercancías, como así también en los tiempos de esplendor de los molinos harineros, cuando llegaban caravanas interminables de viajeros buscando turno en las moliendas.
Jáchal, fue de las primeras regiones que acunó el trigo, sus valles regados a manto por las acequias heredadas de los capayán, fueron tierra propicia y fecunda para germinar un tiempo de bonanza que aún se recuerda.
Cuesta imaginarlo en la actualidad, pero en ese tiempo cada campo de este territorio estaba sembrado de trigo, y las doradas cabelleras de las espigas al viento preludiaban tiempos de abundancia y fraternidad.
Los vecinos trabajaban juntos, compartiendo esfuerzo y herramientas para preparar el terreno, sembrar, cosechar y trillar.
Siendo la trilla una verdadera fiesta que consistía en pisar el trigo cosechado para separar los granos del tallo. Esa actividad convocaba a familias completas en un ritual de fraternidad que algunos llamaban “vuelta de mano” o “minga”. Desde los acarreadores, horqueteros y aventadores, hasta cocineros, aguateros y amasadores; todos eran parte de una acción colectiva, una celebración que terminaba con el embolsado de los granos en las chaznas, enormes bolsas de lana tejidas a mano.
Después, el agradecimiento final a cada familia era la entrega de un pan de alza, amasado y horneado en el día, y cuya característica principal era el tamaño, tan grande que debía llevarse abrazado, con ambos brazos.
Después de la trilla, llegaba el turno de la molienda, y ahí comenzaba el protagonismo central de los molinos harineros jachalleros, cuyas características de diseño y funcionamiento los hacían únicos. Y no solo el trigo que se producía en Jáchal se procesaba acá, desde regiones aledañas y otras más lejanas, llegaban caravanas de arrieros trayendo su trigo para moler.
A veces eran varios días de espera para la molienda, por la cantidad de personas que llegaban. Y precisamente en esas esperas, se producía un intercambio cultural entre los viajeros que compartían un tiempo de charlas y entretenimiento donde la poesía, el canto y la danza tomaban protagonismo.
Las diferentes tonadas y expresiones regionales se mezclaban influenciándose entre sí, y enriqueciendo nuestra cultura.
Fueron fundamentales en lo que se recuerda como el esplendor jachallero, tanto económico como cultural de la región, en tiempos en que la necesidad se cubría con ingenio y esfuerzo, y la identidad de forjaba mixturando sueños y sabidurías.
Por eso son la clave de sol en la amalgama cultural que dio identidad a este pueblo.
Hoy son gigantes dormidos, algunos solo ruinas, otros aún en pie, testificando con su magnificencia y aromas que perduran, que somos la tierra del adobe que resiste, de la minga entre hermanos, del surco y el arado, del canto y la celebración, el país del pan.
(Texto del documental País del pan de RNA)
El sol incendia la tarde por el oeste, la siesta se estira.
Sobre el camino de tierra, las figuras se deforman al andar,
como si quisieran esfumarse, o fundirse con el paisaje.
La jarilla, reina de estos desiertos,
perfuma el aire y los hornos de barro,
donde la esperanza tiene forma de pan.
El surco sediento se resquebraja de sed.
Y, sin embargo, desde su vientre, la vida reverdece.
Una incipiente presencia vegetal, asida a sus raíces crecientes,
se debate contra la brisa, en unos meses será espiga.
Canta la acequia, y el hombre también canta.
Azada al hombro y silbo al viento,
su figura se deforma al andar, esfumándose,
o, mejor dicho, fundiéndose con el trigal.
La batea de madera estaba afirmada a un costado de la cocina, sobre la pared de adobe revestida con barro, era uno de esos elementos de importancia superior que había en la casa ya que en ella nacía el milagro del pan.