Jazz Band Bar - Juan P. Capón Filas - E-Book

Jazz Band Bar E-Book

Juan P. Capón Filas

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Beschreibung

"No conocemos la inaudita cabeza, en que maduraron los ojos. Pero su torso arde aún como candelabro en el que la vista, tan sólo reducida, persiste y brilla. De lo contrario, no te deslumbraría la saliente de su pecho, ni por la suave curva de las caderas viajaría una sonrisa hacia aquel punto donde colgara el sexo. Si no siguiera en pie esta piedra desfigurada y rota bajo el arco transparente de los hombros ni brillara como piel de fiera ni centellara por cada uno de sus lados como una estrella: porque aquí no hay un sólo lugar que no te vea. Debes cambiar tu vida". Rainer Maria Rilke.- "Torso de Polo Arcaico" Un piloto extranjero, radicado en Argentina, estrello un taxi aereo, al aterrizar en el aeropuerto de San Fernando, en las afueras de Buenos Aires. Fallecieron dos pasajeros, en el aparente inexplicable y fatal siniestro. La investigacion al que es sometido por la empresa para deslindar responsabilidades y la conducta inusual de un exotico gerente llevan a John al limite de sus fuerzas. Necesitara de energias interiores, para luchar por su destino en Dinamarca, los paises bajos, USA, la Patagonia, República Checa, reencontrandose en el viaje con sus autenticos afectos. En el Jazz Band Bar, un pequeño reducto porteño de Palermo, tal vez encontrara refugio y respuestas. Un relato apasionante aguarda al lector. El autor, nos invita a realizar el unico viaje que importa: al interior de nosotros mismos, para intentar recuperar lo que hemos perdido en el laberinto de la vida

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Seitenzahl: 143

Veröffentlichungsjahr: 2016

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juan pablo capón filas

JAZZ BAND BAR

Editorial Autores de Argentina

Capón Filas, Juan P.

Jazz Band Bar / Juan P. Capón Filas. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-711-511-6

1. Novela. 2. Novelas Policiales. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

A María Florencia, Tomás y María Belén

La historia, los hechos y los personajes son ficticios. Las coincidencias que pudieren muy eventualmente verificarse con la realidad serán en todos los casos resultado del azar y así deberán ser interpretadas. El argumento solo ha existido en la imaginación ideal del autor. En consecuencia, manifiesto que la obra no tiene vinculación con hechos, personas o circunstancias reales.

Indice

1-Buenos Aires. Copenhague

2-Arnhem. Paises Bajos

4-La Pampa

5-Puerto Madryn-Ushuaia

6-New York

7-New Jersey

8-Península de Valdés

9-Buenos Aires

10-Buenos Aires

11-Boston

12-Buenos Aires.

13-Praga

14-Buenos Aires

15-Boston

1

Buenos Aires. Copenhague

—¿Dónde quiere viajar?

La pregunta de Aguilar, nuestro Gerente General, me sorprendió. La sonrisa aparentemente franca escondía una maniobra. Lo percibía claramente, no obstante mantuve el rostro imperturbable. La sensual secretaría, ante la orden del jefe, leyó brevemente el informe leguleyo del equipo de abogados que llevaba adelante un sumario interno para deslindar responsabilidades. Los letrados consideraban que aún no existían pruebas contundentes que indicaran que el piloto de nacionalidad canadiense, de cincuenta y un años de edad y con más de veinticinco de antigüedad en la empresa, fuera culpable de la muerte de dos pasajeros. Relataban en detalle las circunstancias del despiste e incendio del taxi aéreo de diez plazas, que piloteaba el pasado 30 de enero, en la malograda maniobra, en el aeropuerto de San Fernando, distante unos treinta kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. La compañía de seguros aún no había asumido responsabilidad por el siniestro, pero las tratativas estaban avanzadas.

Sentí alivio, no entendía la jerga legal en plenitud, no obstante mis sentidos me alertaban que algo parecía no estar bien. El Gerente General tomó la palabra y dijo:

—Si presta conformidad, podemos adelantarle el bono anual y una gratificación extra por el estrés que ha sufrido. No debería tener problemas financieros por varios meses. Por el momento, le sugerimos ser discreto y no volver a volar, hasta tanto finalice la investigación de la autoridad aeronáutica. La cuestión judicial, por supuesto que quedará en mano de los muy competentes profesionales que hemos designado en defensa de sus intereses y los de la compañía, por lo que antes del viaje tiene que pasar por la escribanía a firmar el poder. Usted ya declaró en el juzgado, por ahora no existen mayores novedades. En síntesis, todo bien John. Tomase unas vacaciones y en unos meses volvemos a vernos.

Observé a Aguilar. El rostro moreno y la figura atlética se reflejaba en los amplios ventanales de la oficina, con vistas a la imponente Plaza San Martín, en el barrio de Retiro. Era un día soleado y muy caluroso, aunque el aire acondicionado y las bebidas frescas lo hacían soportable. El gerente, de nacionalidad mexicana, de poco más de cuarenta años, era reconocido por su dedicación y eficiencia. Había dirigido los destinos de filiales de la compañía aérea en distintas regiones del planeta y tenía un gran ascendiente en todas las decisiones de la empresa global. Desde que había arribado a Buenos Aires, dos años atrás, las ganancias habían crecido, lo que le había permitido percibir varios cientos de miles de pesos y nos había favorecido con módicas mejoras salariales. Le dije que le agradecía la oportunidad. Además, que era importante no demorar mucho el tema y que debíamos pagar cuanto antes una justa indemnización a los familiares de los pasajeros fallecidos y que no hacerlo ocasionaría un mayor desprestigio a la empresa. No me escuchó e insistió en que la compañía premiaba mi esfuerzo de veinticinco años con un viaje al destino que quisiera. Dudé. Temía enojar al gerente y perder mi trabajo.Dije lo primero que me vino en mente.

—Copenhague, Dinamarca — suponiendo que nunca me pagarían un vuelo tan caro y extravagante para la empresa de taxis y transporte aerocomercial.

—¿Cuándo quiere viajar?

Tanta amabilidad era más que sospechosa. Dejé mis pocas pertenencias en el depósito de la empresa en Aeroparque. Así fue como dos días después de la reunión, me encontraba a bordo de un confortable Airbus, rumbo a Copenhague, previa escala en Amsterdam. Una azafata holandesa, muy alta y de infinitos ojos azules me preguntó:

—Señor, ¿qué gustaría beber?

—Whisky, por favor —le respondí con una sonrisa.

Mientras degustaba el elixir, un delicadosingle malt, mis pensamientos retornaban a la visión de los dos pasajeros, importantes jóvenes empresarios de la industria minera, fallecidos en la tragedia. Me desperté gritando. La azafata me miró con piedad.

—¿Le pasa algo señor?

—Un mal sueño, disculpe.

—No se preocupe, ¿un vaso de agua?

La amabilidad de la joven me conmovió. Reprimí las lágrimas. Ante la adversidad fortaleza. Lo aprendí en la inclemente Argentina.“No me aparto de la huella ni aunque vengan degollando”.Luego de la escala en el aeropuerto de Schiphol, dieciséis horas después de la partida, aterrizamos en el aeropuerto de Copenhague. Luego de retirar la valija, fui al baño. Vi un rostro desencajado, con inmensas ojeras y una barba desigual. Luego de migraciones, a la salida de la Gate “A”, una persona me aguardaba impaciente con un cartel de la compañía.

—¿Mr. John? —dijo con toda corrección.

Asentí.

—Pensé que había perdido su vuelo. Bienvenido a Copenhague, lo llevaré a su hotel, permítame su valija.

Al llegar al luminoso y pulcro lobby, me sorprendí porque no tuve que firmar ninguna ficha de ingreso. La empresa había organizado la estadía y el chofer del vehículo me dio la llave de la habitación. Un baño reparador y dormí hasta muy entrada la mañana siguiente. Recuperado y luego de un frugal desayuno, salí a caminar sin rumbo por la bella ciudad. En la bahía, el sol acariciaba los veleros y yates, de todas las épocas, colores y formas. Algunos eran viejas naves de madera y su belleza particular resaltaba frente a los modernos yates de fibra de vidrio.

El ala nueva de la biblioteca real de Dinamarca, elBlack DiamondoDen Sorte Diamant(en el idioma local), estaba constituida por dos bloques hexagonales de cristal y mármol negro traído de África, que asomaban a la distancia. El nuevo edificio fue anexado a la vieja biblioteca real, con galerías y museos de arte, bares, tiendas culturales y destacados restaurantes. Los dos cubos refulgían suavemente, piedras mágicas en la ciudad reflejadas en el mar. Entré al museo de arte moderno. Varios carteles anunciaban en grandes caracteres una exposición de Vincent Van Gogh traída del museo temático de Amsterdam. Luminoso, amplio, de líneas puras, el colosal edificio era una muestra de la calma intensa de la sociedad escandinava. Subí unos pisos por las escaleras mecánicas. Sentía una profunda serenidad. En mi infancia, mi madre me impulsaba a ver pintura y recorrer museos. Admiré los Van Gogh. Colores contrastantes, fuertes y puros, la luminosidad y alegría de rojos, verdes, amarillos, azules y ocres. El óleo, conjugado con materiales exóticos como pequeños trozos de ladrillo engominados en la tela, que le otorgaban un relieve muy particular y sobresalían del lienzo. El trabajo con la espátula, pinceles muy gruesos y los contrastes del color, estructuraban una obra excepcional. Contemplé los girasoles, la noche estrellada, los primeros pasos.

“Vincent fue un completo fracasado en vida”pensé con amargura, al recordar la triste historia del genial pintor suicida.

Me detuve ante un dibujo del también genial Amedeo Modigliani. Se clavaron en mis pupilas las palabras del joven y trágicamente fallecido pintor italiano, esculpidas a fuego en la historia del arte:“la vida es un regalo: de los pocos a los muchos; de los que saben y tienen a los que ni saben ni tienen”.

¡Que regalo les había traido al comenzar el año a las familias de mis pasajeros! La muerte, la soledad, la desdicha a los hijos pequeños y las viudas jóvenes. Mi pesadez interior salió por los recovecos ocultos de mi alma, esparciéndose en la bahía azul de Copenhague, desgranándose como arena en la palma de la mano. Al regresar delBlack Diamond, dormí unas pocas horas. Desperté antes de la medianoche. El bar del lobby del hotel estaba cerrado. Salí a caminar. La temperatura era de diez grados bajo cero, un frío suficiente como para sentir un adormecimiento en el rostro. Mi mente estaba absolutamente perturbada. La pesadumbre por las muertes había regresado. A pesar de la hora y del frío, los bares estaban atiborrados. Era sábado y la diversión recién comenzaba. Hacia la una de la madrugada, luego de deambular una media hora por la bella ciudad, vi un cartel:Ice Bar Copenhagen.

Era un pequeño ambiente congelado, con paredes, pisos, muebles, vasos y barra de hielo seco, con una temperatura de ocho grados bajo cero. Al ingresar y luego de pagar treinta y cinco euros por toda la bebida que pudiera tomar durante veinte minutos, me enfundé en un largo abrigo con capucha y guantes. El lugar era sorprendente, con una ambientación divertida y luminosa, que resaltaba los destellos de la luz en las paredes y muebles helados. En vasos de hielo tomé pequeñas dosis de whisky y por un instante olvidé mi pesadumbre. Al verla, la alegría asomó en mi espíritu: una bella sueca o tal vez noruega, de hermosos ojos claros, cabello casi blanco y una piel transparente. La acompañaban varias amigas. Tendrían no más de treinta años. Le hice una seña con la cabeza, levanté la copa de hielo y brindamos. La música pop era ensordecedora. Luego de unos instantes, la hermosa mujer y sus acompañantes dejaron el bar y con ellas se fue toda esperanza de compañía. Unos tragos más tarde estaba en la calle nuevamente. Apenas atontado por el alcohol, desganado por mi destino, seguí caminando por las calles de Copenhague. La brisa nocturna fue aclarando mis pensamientos. No estaba dispuesto a irme a dormir. Hacia las dos y media de la mañana las calles estaban totalmente desiertas. Literalmente no había nadie y estaba perdido. Como precaución había llevado la tarjeta del hotel, pero no vi taxis a esa hora de la madrugada. En una esquina divisé un refugio:Denmark Jazz Club.

El lugar, casi sin público, estaba en penumbras. Era un sitio muy sencillo, pocas mesas, una barra. Un trompetista subió al escenario; era un hombre de unos veinticinco años, desaliñado y con una barba desprolija que ocultaba su rostro. Una mujer muy vieja lo acompañaba en los teclados.

—I remember, Clifford —dijo a media voz.

Un mozo acercó mi whiskysingle malt.El órgano, muy suave, se oía en el fondo.

Los lentos acordes de la trompeta sonaron en la noche. Un lamento profundo, un dolor tan intenso que apenas se desgranaba y emergía de la trompeta para llenar el pequeño lugar. “¿Por qué no partí también? ¿Por qué sigo vivo y ellos muertos?,¿Qué azar hizo que el impacto ocasionara las muertes de mis pasajeros y al mismo tiempo, me permitiera seguir viviendo, como si nada hubiera pasado?”.Un saxo se sumó al lamento. “Unos viven una vida, otros simplemente desaparecen. Unos disfrutan las glorias, las alegrías y las riquezas. Otros sufren la inmundicia, el dolor, la enfermedad y la muerte”, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. “No hay Dios.No puede haber Dios que tolere tanta injusticia en el mundo”.El lamento del saxo era infinito. Derrumbado en la mesa, mi llanto apenas audible acompañó los acordes en la noche solitaria de Copenhague.

2

Arnhem. Paises Bajos

Recibí un correo electrónico de mi profesor Abechan.

"Querido John. Ahora que vives en Argentina seguramenteentenderesestas palabras. Siempre he hablado que cuantos más idiomas una persona pudiere comprender, mejor y más completa será su visión del universo. Practico mi rudimentario esspañol, para invitarte a participar del seminario de meditación de este año, como siempre en el complejo de Arnhem, en Julio próximo. En dos días estaré por el lugar, para ver si las obras están bien avanzadas y ahí podré comentarte si puedes venir en cuarto privado o como siempre compartir con otros alumnos las habitaciones. Te esperamos".

Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Mi profesor quería escribir en español, pero sus palabras no eran del todo correctas. Ya tenía material para una pequeña broma.

Apague el teléfono. Estaba navegando en un velero para turistas, bebiendo unblenddedieciochoaños, mientras el viento de Dinamarca y el sol que caía levemente en el horizonte se conjugaban con las luces del puerto, reflejadas en aguas insondables.

"Dear Abechan.

Este año me será imposible verlo en julio. Estoy con dificultades profesionales y personales muy serias. Si me permite, puedo acompañarlo en su próxima visita al Dojo y practicaremos al menos un poco. En dos días nos vemos. Con el afecto de siempre. John".

Así fue como interrumpí mi viaje en Dinamarca y la noche siguiente me embarqué en un corto vuelo a Amsterdam. Llegué hacia las 10 de la noche al hotel, me bañé y afeité. De buen humor, a la mañana me embarqué en el tren rumbo a Arnhem. Salimos de Amsterdam y en breve la campiña holandesa mostró todo su esplendor. El verde de los campos cultivados, los canales navegables que pasaban, en ocasiones paralelos y en otras perpendiculares a la vía del tren, el mar que se advertía más alto que la tierra, los molinos blancos que cada tanto asomaban en el paisaje rural, las vacas inmensas, la limpieza y pureza de la naturaleza. Dormí hasta que un guardia me despertó.

—Arnhem, please get off the train. We´re leaving in four minutes.

—Thanks, sir.

Bajé con mi pequeña maleta a un andén vacío. Todos los pasajeros se habían ido.

La moderna estación, en una calma absoluta. Era una ciudad del interior de Holanda, tranquila, pacífica, ordenada. Tomé un taxi hacia la dirección que me había indicado el profesor. Lo encontré en la puerta, con su sonrisa inescrutable. Sentí que veía mi alma.

—Bienvenido.

—Gracias.

Me incliné suavemente en una pequeña reverencia.

—¿Podemos partir? —preguntó.

—De acuerdo.

Caminamos unos metros hasta un viejo pero pulcro automóvil.

—¿Cómo estás? ¡Qué gusto verte! —dijo afectuosamente el Francés, que estaba en el volante muy sonriente. Y así fue como me reencontré luego de varios años con mis dos maestros de meditación Zen. El “Frances” como le decíamos, era un profesor oriundo deRouen, la capital de la Normandía. Había estudiado en Japón y era el alumno predilecto de Abechan. Era un hombre muy agradable, algo melancólico y amante del buen vino. El contraste con Abechan no podía ser mayor. Abechan era marcial, muy delgado y con un envidiable estado físico, un samurai parco de muy pocas palabras, de una presencia intimidante y a la vez luminosa. No creía en el poder de las palabras. Enseñaba que el silencio era el espejo en el cual se reflejaba el alma. Recuerdo que luego de una práctica en un seminario de invierno, en New York, íbamos caminando con el grupo de alumnos, rumbo a un pequeño restaurante deGreenwich Village, cuando una tormenta se desató de la nada. Los alumnos corrieron hacia el restaurante, cruzando la calle y bañándose en la helada lluvia torrencial. Miré al Maestro Abechan, que estaba muy tranquilo, parado debajo de un pequeño balcón, a un metro de un bar y dije:

—¿Quiere tomar un café mientras esperamos que pare un poco la lluvia?

Por toda respuesta asintió con la cabeza. Ingresamos en el sencillo y luminoso local.

—Wine, please—le dijo al mozo.

Fueron dos las copas de vino blanco de California, fresco y frutado. En esos diez minutos intenté una conversación en dos oportunidades. Nada dijo, mientras degustaba el vino con un placer infinito y disfrutaba mi incomodidad. Al principio me puse muy nervioso, me sentía raro. Estaba con una persona a quien admiraba, que solo veía una vez al año y sin poder conversar ni una palabra. Seguí su ejemplo y nos limitamos a respirar, disfrutando cada gota delchardonnay.