Josefina - Leonardo Castillo - E-Book

Josefina E-Book

Leonardo Castillo

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Beschreibung

En un oscuro rincón de la vida de Josefina se esconden los secretos más sombríos y los enigmas más fascinantes. Aparentemente, es una mujer corriente; sin embargo, su lucha por superar los maltratos se ve acompañada por una presencia misteriosa que amenaza con desvelar una realidad oculta.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Corrección: Eleonora Barchiesi

Ilustradora: Sofía Mailén Bonda

Castillo, Leonardo Sebastián

Josefina : una canción de amor / Leonardo Sebastián Castillo. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

236 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-478-5

1. Narrativa. 2. Novelas de Misterio. 3. Novelas Fantásticas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Castillo, Leonardo Sebastián

© 2023. Tinta Libre Ediciones

A vos, que seguís adelante a pesar de todo.

Mi dulce Josefina, ¿no vendrás y te casarás conmigo?Tengo todas las clases de amor que alguna vez podrías llegar a necesitar, muriendo aquí de rodillas.

“Josephine”, Chris Cornell.

Josefina

Introducción

Despertó de madrugada con los pies destapados y la nariz goteando. Observó desde la cama la oscuridad de su habitación, afuera todavía era de noche, e intentó conciliar el sueño una vez más. El reloj despertador marcaba las 4:19 de la madrugada y solo se iluminaba el cuarto con la luz roja del televisor. Sus ojos empezaron a cerrarse nuevamente hasta que todo se tornó negro absoluto, más oscuro de lo que había experimentado hasta hacía un instante.

Cuando despertó por tercera vez en lo poco que iba del día, cayó en la cuenta de que había dormido tres horas de corrido (no recordaba la última vez que había podido hacerlo) y eso la hizo sonreír. Los rayos del sol avanzaban tímidos desde el exterior, atravesando la ventana y por los espacios que dejaban entre ellas las maderas de la persiana americana, marcando en el cubrecama siete líneas rectas de luz solar, espaciadas unas de otras.

Cuando abrió por completo la ventana, la luz natural fue maravillosa, iluminó toda la habitación. Un olor a jazmín entró desde el exterior y ella respiró lo más profundamente que pudo, hasta que sus ojos se inundaron de lágrimas y soltó el aire en una exhalación digna de alivio. Se puso sus pantuflas rosas con flores bordadas en diferentes colores a tono y, aún con el pantalón pijama y una remera gastada en donde se podía advertir el rostro de un perro símil labrador de ojos marrones (que había encontrado a un precio más que razonable en la feria de la plaza, en una caja de oferta en el puesto veintitrés), se dispuso a ir a desayunar.

Notó que no respiraba con la facilidad de otros días y recordó que cuando había despertado de madrugada tenía los pies destapados. Un orificio nasal le funcionaba correctamente, el otro no. Llegó hasta el marco de la puerta de la habitación y clavó su mirada en la almohada, que tenía una funda blanca (color crema, para ser exactos) con algunas flores y otras mariposas. No era agua lo que salía de su nariz ni estaba resfriada por dormir destapada; era sangre. Su almohada estaba manchada de sangre.

Se tocó la nariz por fuera, acariciándose con tres dedos, y luego hurgó con su dedo índice por dentro. Sacó rascando con su uña una cascarita de sangre que se había hecho en una de las paredes internas de su nariz y que era lo que le impedía respirar con normalidad. A la fiesta llegó una catarata de sangre, que trató de contener haciendo un hueco con la palma de su mano apoyada en el mentón mientras iba corriendo al baño.

Color de rosa

Cuando conoció a Sergio, todavía era una chiquilla (quizás no tanto, pero así se sentía) que estaba en el colegio secundario. Él también estaba cursando, solo que un año por delante de ella, y en algunos aspectos parecía haber crecido mucho más en ese año de diferencia que se llevaban. Eso no lo hacía ni mejor ni peor persona, solo diferente. La primera vez que reparó en él, no le quedó otra opción porque quedaron cara a cara mientras una lluvia torrencial caía sobre ellos y a su alrededor.

El colegio al que iban contaba con un campo de deportes en donde se realizaban algunas competencias, a veces entre los mismos cursos y otras veces con más escuelas. En este caso, era el turno de un intercolegial que abarcaba, aparte de su instituto, cuatro escuelas más, con sus equipos de fútbol, hándbol, vóley y básquet, tanto femeninos como masculinos. Naturalmente, Sergio pertenecía al equipo de fútbol. Ella también (al de mujeres, claro) y al de vóley.

El día transcurría normalmente. El sol desde la mañana calentaba los cuerpos, y los mayores se habían asegurado de que así fuera (no por nada habían suspendido ya dos veces el encuentro porque el pronóstico anunciaba lluvia). Pero antes de que llegara la tarde, todo cambió en el campo. Unas nubes negras empezaron a aparecer sobre el cielo antes celeste, tapando de a ratos los rayos del sol, que pronto empezaba a perder su intensidad natural del mediodía y se dejaba cubrir por la oscuridad de los nubarrones. De más está decir que en las dos veces anteriores que había sido suspendido este intercolegial no había caído una gota de lluvia en todo el día, y esa ocasión, en la que habían chequeado el pronóstico más de veintitrés veces, estaba a punto de largarse a llover (confiar en el pronóstico del tiempo es como esperar que un colectivo venga cuando lo necesitás).

Primero cayeron unas gotas, como avisando que se iba a largar a llover, pero dando tiempo de juntar las cosas si sabías leer las señales. Los partidos continuaron su curso normal, solo eran unas gotas. Luego empezó a soplar un viento bastante importante, que levantaba la tierra de la cancha de fútbol donde estaban jugando los varones y la llevaba hacia la parte en donde las chicas jugaban al vóley, cubriendo todo el aire de una polvareda que dificultaba la visión y se llevaba la pelota para cualquier lado. Tuvieron que parar el partido esperando que amainara un poco.

Pero lo que llegó fue peor. El agua empezó a caer a baldazos desde el cielo, de repente; en menos de un minuto, todo era lluvia y confusión. Comenzaron las corridas hacia algún refugio, un techo, un alerón, hasta un árbol podía servir, más allá de lo que se dice de las tormentas y los árboles.

Lo que Josefina llegó a visualizar fue una puerta de chapa que estaba a la vuelta de la confitería cerrada al público. Parecía como una puerta de servicio, la de atrás de la cocina, y tenía un pequeño techo que cubría la lámpara de luz. La puerta estaba metida en la pared unos centímetros, por lo que contaba también con un escalón y un espacio más para cubrirse de la lluvia. Hacia allí corrió, sin tener una visión óptima, pero tratando de no tropezar en el camino, chapoteando en el pasto y pisando suave para no resbalar.

Llegó a la puerta negra y subió el escalón para tratar de cubrirse un poco más del agua y el viento. Automáticamente, apareció él. Estaba con el pelo mojado pegado a la cara y su mochila en la cabeza, tratando de cubrirse un poco, haciendo las veces de paraguas. La remera que llevaba puesta estaba empapada, tanto como el pantalón corto y sus botines. En primera instancia, quedó más abajo que ella porque se encontraba parado debajo del escalón de la entrada de esa puerta. Hasta se sorprendió un poco al ver a alguien en ese lugar un tanto peculiar para protegerse de la lluvia.

Lo invitó a subir para que no se mojara más de lo que estaba y se hizo hacia un costado para no quedar pegada a él. Su hombro casi estaba a la par del suyo, lo que la llevó a pensar que no era solo por el escalón que estaba más bajo que ella. Incluso de pie al mismo nivel no le sacaba mucha diferencia de altura. Ella se sonrió por eso, pero él no llegó a verla. Todavía tenía su mochila sobre la cabeza y, cuando ella le sugirió que la bajara, ya que dentro de todo estaban protegidos, él se rio y la bajó un poco avergonzado. Tenía todo su pelo mojado y aun así no se le desarmaban los rulos que conformaban su cabellera. Cuando lo miró a los ojos, notó que tenían un color verdoso, no claro pero verde al fin, y una incipiente barba crecía solo a los costados de su rostro.

—Perdón. No pensé que habría alguien —dijo el chico después de unos segundos.

—Está bien, no hay drama —le contestó con su mejor bisturí en la voz.

—Lo que pasa es que todos fueron para el mismo lugar y debe estar así —hizo un gesto de montoncito con la mano juntando sus dedos para arriba— de gente. —Seguía hablando mientras la chica asentía sin mirarlo, esperando que parase de una vez la lluvia—. Me llamo Sergio, este año ya termino el secundario.

—Ah —le respondió ante la vital información que acababa de proporcionar—. Yo me llamo Josefina.

Le respondió algo, pero no llegó a escucharlo: la lluvia se había hecho más intensa y solo se oían las gotas golpeando en el techo de chapa, en el césped y en el piso de la cancha de vóley, que estaba a su derecha. El viento movía las ramas de los árboles, donde en un principio había unos compañeros que, ante los gritos del profesor de Educación Física, habían salido corriendo de abajo del árbol y se habían ido con él. No pasaron más de veinte minutos hasta que el viento dejó de soplar (al menos con la intensidad que en un principio manifestaba) y la lluvia paró por completo dejando una tarde gris y pasada por agua. Bajaron del escalón al mismo tiempo y el pie izquierdo de ella resbaló al borde del cerámico; de no haber sido por Sergio, se habría ido de bruces al suelo, así que le agradeció por eso.

Comenzaron a caminar hacia los micros del colegio, todos los torneos que se jugaban habían terminado a mitad de camino y era tiempo de volver. La saludó agitando su mano, ella respondió de la misma manera y volvió a agradecerle por no dejarla caer. El muchacho le sonrió asintiendo con la cabeza, dio media vuelta y se fue caminando hacia el micro donde habían ido él y la mayoría de sus compañeros y compañeras de curso. Ella hizo lo mismo.

Cuando llegó, notó que solo faltaba su cuerpo para completar los asientos. Sus compañeras se miraban extrañadas, cómplices entre ellas, y no entendía por qué (claro que después se enteró de que una de ellas la había visto con Sergio en la puerta negra y se había empezado a correr el chisme como un puterío barato, pero al menos estaban en la edad para hablar sin saber). Las miró y no pudo evitar sonreír ante las caras y muecas que le hacían una vez que cayó en la cuenta de que alguien los había visto.

—Solo nos cubrimos de la lluvia.

Habló en general para todos y eso fue peor. Los gritos y abucheos llegaron por los cuatro costados del micro y solo cesaron cuando la profesora de Gimnasia los hizo sentar para emprender la vuelta al colegio.

Cuando los micros detuvieron su marcha y apagaron los motores, bajaron todos y empezaron a despedirse hasta el otro día, cuando debían volver a clase. El colegio estaba cerrado, así que directamente volverían a casa sin entrar en él. Como era de esperar, Sergio se acercó para saludarla; en un instante, ella pasó de estar rodeada por dos compañeras y tres compañeros a estar sola viendo cómo se acercaba hacia ella.

—¿Estás bien del pie? —preguntó.

—Sí, gracias. Cuando llegue a casa me pondré un poco de hielo porque me parece que me lo torcí un poco, pero voy a estar bien.

—Perfecto —le respondió—. Bueno, nos vemos mañana entonces —dijo a continuación, la besó en el rostro y se fue por donde había venido, caminando con dos compañeros.

Miró a su izquierda. Los cinco que antes estaban reunidos con ella la observaban haciendo gestos que otra vez la hacían sonreír. Se unió al grupo y se fueron también, caminando, cada quien a su casa.

***

En lo que restaba del año, el chico la invitó a salir cuatro veces, incluida la fiesta de egresados, a la cual ella no acudió. Sus amigas y amigos le comentaron que él había estado buscándola bastante tiempo, mientras la sobriedad reinaba. La cuarta vez fue la vencida: aceptó su propuesta y fueron a tomar un helado.

Se encontraron en el colegio, a las cinco de la tarde. Cuando ella llegó, él ya estaba esperando (una buena señal de puntualidad), sentado en un cantero que rodeaba las plantas en uno de los paredones. Llevaba puesto un pantalón de jean gastado por la moda más que por el tiempo, unas sandalias un tanto extrañas y una chomba de rayas verdes, amarillas y azules, con la espalda lisa de este último color. A la luz del día, sus ojos habían cambiado de color, de tonalidad, estaban más claros; seguían verdes, pero más claros. Lo primero que pensó fue que, cuando estuvieran oscuros, llovería. Así, sus ojos podrían darle el pronóstico del tiempo tanto como los delfines que sabía tener su abuela colgados de la pared sur de su comedor. Algo más le llamó la atención y fue la naturalidad con que podía conversar con alguien siempre que estuviera dispuesto a hacerlo.

Sergio la saludó con un beso en el rostro, no sin antes ponerse de pie. Le dijo que estaba muy linda, y ella, sin saber si era un mero cumplido o si lo decía de verdad, le agradeció. Se pusieron a caminar. El sol del verano manifestaba su calor con muchas más ganas que de costumbre, y llegaron a la heladería un poco transpirados. Pidieron sus respectivos helados de dos gustos cada uno y se sentaron en una de esas hamacas que tienen un techo moviéndose a la par, para estar refugiados del sol, que era intenso.

Si esperan que les diga que pasó algo esa misma tarde, lamento la decepción que están sintiendo, pero creo que ya se hicieron una idea de cómo es ella, o al menos de cómo era en ese momento. Era la primera vez que lo veía, apenas si lo conocía de vista, y había hablado con él unas palabras bajo la lluvia. No quiero justificar, pero bueno… Esa tarde hablaron mucho, a su entender, bastante bien. Él le contó cómo estaba conformada su familia, qué era lo que hacía aparte de estudiar en la escuela (jugar fútbol, ¿quién no?) y que justamente esa tarde, en un rato nomás, tendría que ir a jugar un partido con sus compañeros de curso. Le preguntó si querría ir a verlos, pero ella le dijo que no, que también debía ir a entrenar. Se quedó mirándola incrédulo, esperando que siguiera hablando, y así lo hizo. Al fin y al cabo, a eso habían ido.

—Cuando era más chica, hacía danza clásica. Vivíamos en otro lado, y el club donde iba solo tenía eso para las nenas de mi edad. Así que, ante la insistencia de mi madre para que hiciera algún deporte, me anotó y fui. Me encantó realmente, pero con los años le perdí el gusto. Y, bueno, después me incliné más por los deportes colectivos, así que hoy por hoy me las estoy rebuscando en el vóley, que también me gusta, más allá de que me doy más golpes que danzando.

—Aparte, también jugás al fútbol —continuó la charla Sergio.

—Sí, pero eso es más una diversión para mí. El vóley lo sé jugar, es diferente.

—Entiendo. Yo solo hago fútbol y ya ni siquiera en un club. Bah, sí, pero es un club amateur. Dejé de pensar en el profesionalismo a medida que iba creciendo y me gustaban otras cosas —dijo mientras su rostro comenzaba a tomar un color rojizo—. Quizás en algún momento de mi vida me arrepienta de las decisiones de mi pasado.

—¿A qué te referís con “otras cosas”? —le preguntó.

—Otras cosas. La noche, salir, volver a cualquier hora, tomar. Eso no va cuando querés ser un profesional, me parece.

—Pero si hay un montón de jugadores que lo hacen —le respondió ella.

—Sí, eso es cierto, pero ya son jugadores —contestó con algo de razón—. No sé, ya ni siquiera me gusta entrenar mucho. Quiero ir y jugar nomás, y ni siquiera soy tan bueno como para hacer eso. Por eso lo hago en donde se me permite.

—Donde podés hacer lo que querés —agregó, y Sergio se rio ante su respuesta.

—Sí, puede ser. También me siento bien ahí. Estudiaré algo y, mientras tanto, trabajaré en la empresa de mamá. No parece tan grave… —Hizo una pausa para saborear el helado de chocolate. A continuación, le comentó que la familia tenía una empresa textil (más bien la madre), en donde se ocupaban de hacer ropa para algunos colegios, incluido al que ellos iban. Así que no sería extraño verlo cortando la tela o yendo a comprarla.

La tarde estaba llegando a su ocaso. Después de los helados, se pidieron una gaseosa cada uno. Cuando las acabaron, se levantaron y se fueron de la heladería. Pasaron caminando por la plaza central de la ciudad de Castillo Dorado, donde había unos chicos reunidos debajo de uno de los ombúes que estaban en cada esquina. Se saludaron para despedirse porque lo estaban esperando a él para ir a jugar, y Josefina siguió camino a su casa. No tenía que ir a entrenar a ninguna parte, y quizás hasta le habría gustado quedarse más tiempo conversando. La había pasado bien y se le notaba en el rostro.

***

Su hermana se estaba bañando cuando sus padres entraron desde la calle por la puerta principal. Ella estaba tomando un té en la mesa del comedor con el televisor encendido en un canal de noticias y se quedó boquiabierta cuando vio lo que su padre traía en sus brazos. Su madre, por cuyo rostro pasaban todas las expresiones, sonrió al ver la cara de extrañeza de Josefina. Rodolfo lo apoyó en la mesa y empezó a sacar el papel film que cubría al enano de jardín.

—Esto sí que no me lo esperaba —dijo Josefina mirando el enano.

—Es lindo, ¿no? —preguntó su madre desde la cocina—. Es para ponerlo en el escalón de madera que está en el jardín.

—Sí. No sé si es lindo o no, es por lo menos extraño.

Andrea salía del baño con una toalla en la cabeza enrollándole el cabello. Su expresión al ver al enano de barba blanca, pantalón de jean, chaleco marrón y sombrero colorado, acostado sobre la mesa del comedor, con una pipa en su mano derecha no fue muy diferente a la de su hermana. Pero esta vez su madre sí pudo captar la escena en una foto que sacó desde su celular. Lo observó minuciosamente, dándolo vueltas sobre sí, lo levantó, miró debajo y volvió a apoyarlo en la mesa.

—Saben que cobran vida de noche, ¿no? Eso es lo que dicen… —comentó la recién bañada.

Los otros tres integrantes de la familia se miraron incrédulos. Al cabo de un momento de silencio, rompieron en risas y carcajadas, a las que Andrea se unió sin poder evitarlo.

—¡Lo digo en serio! Al menos el jardín está abajo de su ventana… —agregó mirando a sus padres.

—Son supersticiones, nomás —le dijo su padre y levantó al enano para llevarlo a su lugar, el jardín—. Dale un besito a tu hermano menor —bromeó.

—¡Salí, papá!, ¡sacame al enano de mi cara! —le contestó mientras se reían.

—Más que de hermano menor, tiene aspecto de abuelo —agregó Josefina y siguió tomando su té, esperando a su novio, que pasaría a buscarla caminando para ir al bowling a jugar un rato.

***

Eran una pareja bastante agradable a la vista y se llevaban realmente muy bien, más allá de que hacía poco tiempo que estaban juntos. La seriedad de ella concordaba bien con la excesiva simpatía que él tenía y transmitía en la mayoría de las reuniones sociales, ya fuera en el trabajo o algún bar.

Cuando ella terminó el secundario y la reunión se hizo presente, fueron sus padres, su hermana y su novio también. Recibió su diploma de bachiller en Ciencias Sociales con un promedio de nueve. El director del colegio brindó el discurso de despedida, donde les deseó a todos los que egresaban esa noche una buena vida y les expresó la gratitud que sentirían todos al verlos volver a la institución en el papel de docentes. Mientras tanto, ya empezaban a vislumbrarse los primeros flashes de las fotos con sus compañeros.

Ya rondaban las veintitrés horas. Nada estaría abierto para ir a tomar algo y seguir de festejo en ese miércoles de egresados, así que siguieron sacándose fotos en la vereda del colegio un rato más. Ya estaban con sus uniformes desprendidos, las corbatas haciendo las veces de vincha y algunos hasta andaban descalzos. Se prometieron seguir en contacto en el verano siguiente, en los años que continuarían y en la vida en general. Cosas de adolescentes que, por suerte, no duran mucho tiempo.

Esa noche fue la primera vez que Sergio se quedó a dormir en su casa. Ella ya tenía una habitación separada de la de su hermana dos años menor, y su colchón de una plaza y media aguantó con gran solvencia el peso de ambos. De madrugada, ella lo despertó dándole besos en el cuello, donde hasta hacía un momento rozaba su frente. Después de hacer el amor, volvieron a dormirse abrazados, igual a como estaban hasta hacía un momento: ella apoyando su cabeza en el hombro derecho de él y él abrazándola por la cintura, casi tocando con la yema de sus dedos el comienzo de sus nalgas desnudas.

Despertaron a media mañana. Su hermana estaba en el colegio, su padre estaba trabajando, pero iría a comer al mediodía, y su madre estaba en el jardín. Se dedicaba a cortar algunas flores para poner en el jarrón que usaban de centro de mesa en el comedor. Susana levantó al enano de jardín para luego correr la base en donde apoyaba. Fue entonces cuando este se le resbaló de las manos enguantadas y cayó sobre el césped, con tal suerte que no se rompió ni un dedo.

—Maldito duende —dijo su madre.

Josefina, que se acercaba casi sin hacer ruido al caminar, lanzó una carcajada al aire que hizo que su madre se exaltara un poco, tanto por el ruido como por ver una sombra que se acercaba a su campo de visión.

—Pensé que seguían durmiendo —le dijo sonriendo.

—Pues no —respondió la chica con un gesto de obviedad en el movimiento de sus brazos—. ¿Qué te parece si esos pollos que están en la heladera los hacemos a la parrilla? —le preguntó a su madre—. Sergio puede prender el fuego y ponerlos a cocinar para que estén hechos al mediodía, cuando vuelvan papá y Andrea del colegio.

—Me parece perfecto —respondió Susana—, todo suyo.

—Tiene su encanto, ¿no? —le preguntó a su madre señalando con las cejas al duende—. “Un duende te invita a soñar”, dice la canción de Héroes del Silencio —prosiguió mientras su madre la escuchaba haciendo un gesto de asco al que las dos respondieron con risas demasiado similares.

Así se pusieron manos a la obra para la comida de ese mediodía; mientras ella condimentaba el pollo en la mesada de mármol marrón que tenían en su cocina, él prendía el fuego como le habían enseñado en sus días de boy scout, porque, si esperaba que su padre le enseñara algo, solo iba a aprender a tomar vino y ponerse violento con cualquiera que se cruzara en su camino. Juntó varios círculos hechos de papel de diario, algo así como media docena, y los colocó uno arriba de otro. Alrededor de esta columna, colocó carbón formando una pirámide, más bien un minivolcán. Este ardería con fuego propio cuando una mecha larga, hecha también de papel de diario, entrara por el medio en el hueco que quedaba libre y sus llamas se esparcieran haciendo crujir los primeros carbones. Para cuando Josefina trajo los pollos condimentados, los carbones encendidos ya estaban esparcidos bajo la parrilla, calentándola y esperando cocinar el plato principal de ese mediodía.

Su padre llegó casi a las 13 horas, y antes había llegado su hermana, quien había ayudado a su madre a poner la mesa para comer. Al cabo de un rato de haberse lavado las manos, ya estaban los cinco sentados alrededor de la mesa, disfrutando del pollo a la parrilla y de unas papas al horno que había hecho su madre. También había ensalada de lechuga, tomate, zanahoria rallada y cebolla, pero esta guarnición solo se encargaría de saborearla Andrea.

***

El primer roce en la pareja empezó allá por el inicio (valga la redundancia) del ciclo lectivo, cuando surgieron las ganas de Josefina de inscribirse en el profesorado de Educación Física. No solo no le consultó a su novio, Sergio, sino que directamente asistió a la primera clase del año sin que él se enterara, lo que provocó en él una reacción insospechada hasta el momento. Al principio parecía un berrinche, después ya no. Y lo que se podía interpretar como una situación graciosa pronto resultó tediosa y hasta agotadora.

Esa tarde, Josefina trató de comunicarse con su pareja, pues el día anterior, cuando ella se había anotado, no se habían visto y a la noche él ya estaba durmiendo. Lo llamó varias veces a su teléfono celular, pero, al no recibir respuesta, supuso que dormía. Decidió, entonces, que al otro día le contaría la noticia. Ella ya le había estado comentando algo con respecto a esto, a lo que él siempre le contestaba: “Está lleno de profesores de Educación Física, no vas a tener trabajo nunca”. Pero esperaba que ahora hubiera un halo de optimismo de su parte.

—¿Que venís de dónde? —le preguntó a media tarde al encontrarse en la plaza central.

—¡De mi primera clase en el profesorado! —le respondió al borde de la euforia—. Estoy supercontenta. No pensé que podría hacerlo, pero ahí estoy, ya empecé —siguió contándole mientras él miraba cada vez con más énfasis hacia otro lado.

Su rostro reflejaba la seriedad que merecía una entrevista por un empleo nuevo o la espera de un parte médico por el estado de salud de un familiar internado, por eso ella le preguntó qué le pasaba.

—Nada, me alegro —le respondió.

Toda la alegría que Josefina traía en el límite del cielo bajó hasta el suelo con un golpe seco, se estrelló en las baldosas de la plaza y se hizo añicos en solo tres palabras. Aunque decir eso sería injusto con las palabras en sí; son las formas, no las palabras. Comenzaron a caminar mientras unos niños jugaban en medio del camino. Los tuvieron que esquivar cada uno por su lado y volvieron a juntarse cuando rodearon a las criaturas. Ella rompió el silencio.

—Contale a tu cara que te alegrás… ¡ja, ja! —le dijo con tono gracioso.

Su novio se frenó en seco y la agarró del brazo. Su expresión reflejaba algo que ella nunca había visto, estaba desconcertada.

—Me tenés que avisar lo que vas a hacer —le llegó a decir antes de que ella lo interrumpiera.

—Me estás apretando el brazo…

—No me importa. ¿Cómo puede ser que no me digas qué pensás hacer de tu vida? —prosiguió él.

—Te lo dije la vez pasada, y me dijiste que no iba a conseguir trabajo —le respondió mientras movía su brazo hacia un lado y el otro para que saliera de la mano de su novio.

—No pensé que lo fueras a hacer. Creía que querías ser como tu mamá.

—¿Cómo sería eso?

—Lo que ella hace, ocuparse de la casa, estar…

Ella lo interrumpió:

—Claro que quiero eso, pero también quiero esto —le dijo ella ya caminando a su lado—. Pensé que te iba a poner contento que quisiera estudiar y seguir progresando. De hecho, vos también estudiaste cuando terminaste la secundaria.

—Es diferente. Yo hice un curso de cinco meses y lleno de varones.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Nada, no importa.

Siguieron caminando y ella lo agarró de la mano al llegar a la esquina de la plaza. Él, a simple vista ofendido, correspondió a la acción y ambos cruzaron sus respectivos dedos para avanzar por la calle hacia la vereda siguiente por la senda peatonal, que estaba recién pintada y que les achinaba los ojos con el reflejo de sus rectángulos blancos. Se detuvieron en una panadería, compraron una docena de medialunas (seis de grasa y seis de manteca), pagaron con el valor exacto y siguieron su camino.

Llegaron a la puerta de la casa de ella. Él abrió el portón de la entrada y la dejó pasar primero para luego entrar él y cerrar. Su madre estaba en el jardín removiendo un poco la tierra a la vista del enano. Cuando los oyó entrar, dejó la cuchara de albañil con la que estaba trabajando, se sacó los guantes anaranjados y secó su frente y parte de su rostro con su antebrazo derecho para saludarlos a ambos.

—¿Cómo te fue? —preguntó su madre apenas hubo traspasado el portón de entrada—. Pensé que no llegarías más para preguntarte.

—Bien —le respondió ella—. Muy bien, la verdad. Hoy solo nos presentamos y vimos muy por arriba lo que vamos a hacer en estas materias durante este cuatrimestre —contó Josefina mientras su madre escuchaba atentamente. Al mismo tiempo, su novio saludaba y hablaba con el enano de jardín mientras le tocaba la nariz y le daba unas palmaditas en la cara hablándole en tono de burla.

—Me alegro. Qué lindo que te decidieras, ¿no, Sergio? —le dijo y lo sobresaltó—. Una novia profesora, ¿cómo la ves? —continuó cuando él se giró por completo para mirarla.

—Me pone muy contento —respondió él. Su novia frunció un poco el ceño, no así la madre de la chica, que lo miraba sonriendo y asintiendo a sus palabras—. Es importante que se interese en seguir estudiando y más si le gusta —prosiguió él mientras su novia se disponía a entrar lentamente en el comedor de su casa.

Pronto él siguió sus pasos. Mientras preparaban todo para merendar, se encargó de llevar la escalera del fondo del terreno y utilizarla para limpiar los filtros del aire acondicionado del comedor, ya que el padre de Josefina le había pedido que lo revisara porque notaba que no tenía la energía de antes y sospechaba que podía estar tapado.

***

Con el paso del tiempo, ese mediodía a la salida del primer día en la universidad quedó dando vueltas en la mente de Josefina una y otra vez. No lo recordaba por ser algo anecdótico y fuera de lugar en una relación normal, sino más bien porque llegaba a desear que volviera ese maltrato. Es que, en comparación con todo lo que vino después, eso había sido una caricia.

Cuando Sergio empezó a quedarse a dormir en la casa que compartía Josefina con su familia, naturalmente, a la noche comían todos reunidos antes de irse a dormir. Era prácticamente el único momento en el que estaban los cinco juntos, alrededor de la mesa. Solían mirar el televisor, por lo general algún programa o película de comedia, para irse a dormir de buen humor y no deprimiéndose cada vez más con las noticias del mundo de hoy.

Cada vez que tenía la oportunidad de hacer quedar mal a su pareja o de que pareciera a la vista de la familia una inútil, el muchacho la aprovechaba. Siempre lo hacía en tono de chiste y hasta ella se reía, de hecho. Pero no así su hermana, que lo miraba cada vez con un poco más de odio. Una noche se metió en el baño después de Josefina y lo habló.