Juego de máscaras - Alma Gara - E-Book

Juego de máscaras E-Book

Alma Gara

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Beschreibung

18 relatos que trasmiten sentimientos y emociones en distintas voces y estructuras: ¿qué sucede detrás de la puerta del consultorio de una psicóloga? Ese sitio donde se dejan salir los sentimientos íntimos, aquello que guardamos bajo llave, lo que duele, lo que inquieta. Y quien es depositaria de esas inquietudes, emociones, miedos, ¿es inmune a lo que escucha y percibe? Audiencia: General/

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Primera edición, © 2018, Trópico de Escorpio © 2018, Alma Rosa García Ramírez CDMX

www.tropicodescorpio.com.mx Distribución: Trópico de Escorpio. Editorial Fb: Trópico de Escorpio

Portada y formación: Montserrat Zenteno Cuidado de la edición: Gilda Salinas

Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento de su autor.

ISBN: 978-607-8773-46-6

Una vida redondita

Tener la conciencia limpia es síntoma de mala memoria. Les Luthiers 

Una figura en tercera dimensión desprendida de un lienzo de Botero entró aquella tarde en el pequeño patio, antesala del consultorio. Pasó con dificultad entre los macetones con plantas de grandes hojas que daban color y frescura al espacio y se detuvo para descansar y normalizar la respiración.

No sé a qué vine. La verdad es que estoy bien, tengo una buena vida: un trabajo bien pagado, depa en Santa Fe, coche último modelo, amigas; novio no, pero porque no quiero. Bueno, tengo un poco de sobrepeso, obesidad, dicen mis amigas, que no afecta mi calidad de vida, le hago honor a ese dicho que declara que los gorditos son felices. Yo soy feliz. Dudo de entrar, de hecho, tengo todavía unos minutos para decidirme, con esta obsesión por ser puntual llegué mucho antes y eso me da tiempo para decidir si entro o no a terapia.

Revisó el espacio y antes de sentarse a esperar, fue hacia la mesa que tenía una jarra de agua y vasos, se sirvió medio vaso y mientras disfrutaba la frescura del líquido en boca y garganta se percató de una pequeña estatua que estaba en el otro extremo del patio.

Una mujercita con la cabeza inclinada sobre su brazo extendido la miraba, el otro brazo descansaba sobre su regazo. Carola se inclinó sobre ella para admirar su largo vestido de terracota lleno de adornos. Admiró la sutileza de sus facciones y en verdad quedó encantada cuando descubrió, en la espalda de la figura, un par de alas pequeñas, como de luciérnaga, pensó Carola, como las de aquellas luciérnagas que abundaban en el jardín de la casa de Valle de Bravo. Ella quería ponerlas en una pecera grande y usarla como lámpara para su cuarto. Su papá y ella correteaban y brincaban felices tras de ellas. Lástima que nunca hayan logrado atrapar ninguna. Todavía tenía esa pecera.

Sonrió al recordar aquella noche especial, cuando en su cumpleaños siete su papá organizó a los adultos de la familia para que, en un estrado improvisado, cantaran y bailaran ante todos los primos y amiguitos invitados y claro, para ella. Su papá cantaba con mucho entusiasmo, de pronto calló y empezó a hacer ademanes extraños y pasaba saliva mientras Carola se reía porque vio con claridad cuando una luciérnaga entró a la boca de su papá y él tragó. Varios de los reunidos se habían dado cuenta, su papá pasó la lengua por la boca y se saboreó: “hummm, esta botanita estuvo rica”, y se rio. Luego todo fueron bromas sobre cenar luciérnagas en lugar de pastel y para ella esa fue la noche más hermosa de toda su infancia.

La mujer acarició enternecida la figurita mientras la sonrisa se convertía en una línea delgada en su cara redonda. Justo esa fue la última vez que celebró un cumpleaños con su papá. Unos meses después explotó lo que sucedía en casa: muchas noches los escuchaba gritar, luego golpes, su madre lloraba aterrada y al final, silencio. Alguna vez los oyó salir en la madrugada entre gritos contenidos y supo que su madre se había quedado en el hospital porque se lastimó al “caer por la escalera’.

Sus padres se separaron de una manera igual de violenta, en medio de insultos y golpes. Esa noche tan diferente de aquella, la del cumpleaños, Carola se metió a su camita con el deseo de que su papá fuera a darle el beso acostumbrado y cuando el llanto dejó pasar al sueño, ya estaba convencida de que al día siguiente la vida seguiría igual.

Pero no fue así. Desde ese día su vida continuó en medio del enojo y la culpa. Furiosa con su madre por no haber sido capaz de entender a su padre, por haber ocasionado que ese hombre maravilloso se fuera. Era tan tonta la pobre. Su madre siempre llorosa, dejaba el cuidado de la casa en manos de los sirvientes mientras bebía a escondidas. Si su padre le pegaba allá ella, se lo merecía.

Pero lo que más molestaba a Carola era la culpa. Su papá no le pegó nunca porque la quería, pero ¿acaso era tan tonta como su mamá y por eso también la había abandonado? Si se hubiera dado cuenta habría sido mejor hija, más estudiosa, más obediente, más lista. Por mi culpa, suspiró.

Y lo peor es que ya no puedo hacer nada, mi papá murió poco después. Sus ojos se achicaron para atajar el camino de las lágrimas.

Pero eso había pasado hacía mucho tiempo, había crecido de una manera o de otra, sana y salva.

Sacudió su fino y amplio blusón, sacudió también esos inútiles recuerdos, ya había llovido bastante desde entonces. Esas heridas tenían costra.

Estoy bien, la prueba es que me arriesgo a venir hasta aquí para tratar de sanar… ¿sanar qué? Mis amigas casi, casi me obligaron a hacer la cita, que si una de ellas vino, que si le sirvió mucho, pues qué bien, pero yo creo que es hasta un poquito de envidia, caray, cómo me dejé manejar. Eso es, me tienen envidia porque voy logrando todo lo que me propongo y como la gente no es capaz de aceptar la felicidad en los otros, me empujaron a venir para poner una duda sobre mis logros.

Este pensamiento definió su decisión, esperaría a que saliera la terapeuta para decírselo.

Se sentó en la banca de madera gastada. Al apoyar sus manos sobre ella para acomodarse, el tacto de esa madera áspera la llevó a aquel carpintero que contrataron para restaurar los muebles de la casa, después de la muerte de su padre. La imagen del carpintero que le hacía mesas y sillas para sus muñecas se presentó de golpe en su recuerdo. Era frecuente que llegara a su casa con un mueblecito nuevo y así poco a poco, durante esos seis meses, mientras los muebles de su casa iban cobrando vida, su casita de muñecas se fue llenando. Este hombre se parecía un poco a su padre, la acariciaba y le hacía regalos, lo que no le acababa de gustar era que le pidiera que hiciera “aquello” cada vez que le daba un regalito.

Un remolino fuerte y doloroso recorrió desde la garganta hasta sus genitales.

A pesar de ese recuerdo, repitió en su interior, una y otra vez estoy bien, qué digo bien, muy bien.

Se llevó una mano al pecho, lo apretó y masajeó fuerte para deshacerse de la náusea, tomó el vaso y bebió con los ojos cerrados, concentrándose en el líquido fresco, levantó la cara al cielo y dejó que la luz entrara en su conciencia a través de los párpados cerrados.

No sé por qué a veces me pasa esto, me vuelven los recuerdos como si se salieran del bote de basura, pero se evaporan ante todo lo que he logrado. En vez de buscar ayuda, al contrario, me debería de sentir muy orgullosa. A pesar de lo que me acuerdo y de lo que no tengo ganas ni tiempo de recordar, he logrado vivir bien.

Tomó un último trago de agua, caminó despacio hacia la mesa para dejar el vaso mientras elaboraba lo que le diría a la terapeuta: que había sido un error haber hecho la cita, que en realidad no estaba en busca de terapia, se disculparía y ya.

La puerta del consultorio se abrió y al darse la vuelta para explicarle sus conjeturas a la analista supo que se quedaría.

Juego de máscaras

La máscara nos dice más que el rostro. Oscar Wilde 

Este sábado, como todos los sábados, la mañana está iluminada por una luz más brillante, una luz que transmite calma y alegría al mismo tiempo. Al abrir la puerta para que el consultorio se llene del aire fresco de febrero lo decido: este mes me encanta.

Aspiro con delicia y disfruto la sensación.

Reviso las notas sobre Sandra y Marco que vendrán por primera vez, buscando encontrar la respuesta a la disyuntiva de irse a vivir juntos o bien, trabajar para terminar la relación “de la mejor manera”.

Sandra vino hace casi un mes: arquitecta, dueña de un cuerpo atlético y sin un gramo de grasa, con un estilo de modelo de revista y una inteligencia clara. Se ha sentido dudosa de la relación con su novio, un hombre a quien adora, pero al que le es difícil entender: le miente con frecuencia y cuando lo cuestiona le da vuelta a la situación y ella queda mal parada y sintiéndose culpable. Además, tienen puntos de vista y filosofías de vida diferentes, casi opuestas: el de ella metódico, organizado, con un trabajo de alto nivel al que responde con solvencia y horarios extendidos; él: asesor de inversiones, trabaja desde una cafetería donde cita a sus clientes, casualmente mujeres jóvenes y guapas.

Y eso repercute con estruendo en la relación, en especial cuando de dinero se trata, ella cuenta con un buen sueldo y él a veces tiene fondos y otras no, gran parte del tiempo apenas trae lo mínimo para sobrevivir. Sandra piensa que eso fue lo que lo llevó dos veces a divorciarse, porque si el amor que le tiene se lo permitiera, lo podría calificar de mediocre y vividor.

Su familia la cuestiona por andar con este “echador”, pero ella lo quiere, conoce su lado amoroso y fuerte, siente que con él puede ir mano a mano; la mayoría de sus otras relaciones fueron con muchachos con una posición económica mejor y siempre tuvo la sensación de ser menos que ellos, ahora puede ser solidaria y dar y recibir en la misma medida. Eso le gusta, la hace sentir útil.

El apremio para vivir juntos ha aumentado. Tiene que decidirse y lleva varios meses en punto muerto, no quiere terminar la relación, pero tampoco desea vivir con él.

En la segunda terapia me propuso que trabajaran en pareja para aclararse y hacer lo más conveniente

Estuve de acuerdo y le pedí que hablara con Marco y me llamara para tener una cita individual con él.

Así apareció Marco en el consultorio la semana pasada.

—Voy a presentarme desde lo más honesto de mi ser, es posible que te sorprenda o te saque de tus esquemas, de tus patrones de pensamiento y de expectativa: soy Marco y soy maravilloso, maravilloso. Y esa es toda la verdad, así nomás, sin máscaras de ningún tipo.

Lo pronunció despacio, haciendo énfasis y mirándome con atención, me imaginé que esperaba ver en mi cara cómo me desintegraba a causa de la ruptura de mis esquemas y patrones de pensamiento. Esta imagen me hizo sonreír, Marco tomó mi gesto como una aprobación a sus palabras y lo vi acomodarse, esponjarse literalmente en el sillón: los músculos de su rostro varonil se relajaron en una deslumbrante sonrisa de comercial de dentífrico y sus manos morenas y grandes se apoyaron sobre las piernas extendidas. Continuó presentándose:

—Tengo montones de amigas y todas están de acuerdo en que soy un hombre como hay pocos, por eso no entienden y me lo dicen, ¿eh?, me lo dicen constantemente, ¿por qué tu novia no se quiere ir a vivir contigo? Porque seguro está loca. Y ya me lo empiezo a creer. A ver, dime, ¿qué peros le puede poner a esta relación? Tengo años consecuentándola, aceptando su temperamento, cambiando para que ella esté contenta y cada vez veo más lejano que se vaya a vivir conmigo.

Es un hombre atractivo, con una seguridad que raya en la ridiculez, en la caricatura, pero la sostiene con tanta firmeza y sin dejar de verme, que no puedo menos que sentirme intrigada y ansiosa por entrar en los rincones de su mente.

—Mira, yo vengo aquí a desnudarme, a ser franco, no vengo a hacerme pendejo, para eso no vengo, pero quiero que tú le digas a la Beba que ya es tiempo de vivir juntos, que deje atrás sus miedos y su historia de vida tan jodida, con un papá que engañaba a su madre, con hermanas a las que les ponen los cuernos sus esposos, mentiras, engaños, mierda. A que no te contó todo eso, ¿verdad que no?, ¿te contó que ha tenido montones de amantes? Como doscientos.

—¿Doscientos?

La cifra me pareció tan ridícula como la seguridad con la que hablaba: el cuerpo echado hacia adelante en una actitud de reto.

—A que eso no te lo dijo.

—¿Crees que tendría que habérmelo contado?

—Claro que sí, es muy importante para que te des una idea de quién es ella, se ha buscado novios con mucho dinero porque se avergüenza de su origen y siempre ha pretendido pasar por lo que no es. Dudo mucho que ella haya venido a decirte todo esto. Eso no pasa conmigo, yo estoy orgulloso de mi origen.

—Detente un momento por favor. No alcanzo a entender cómo un hombre tan valorado por las mujeres como tú, se ha relacionado con Sandra, con la Beba, como le dices, teniendo tantas oportunidades de dónde escoger.

—Pues por pendejo, claro, por qué otra cosa. Escúchame antes de empezar a cuestionarme.

—No te cuestiono, Marco, quiero entender cómo has llegado hoy a este lugar.

—No te salvas de actuar como mujer, ¿eh? Ni aunque seas terapeuta. A cuestionar luego, luego. Dame tu atención por un rato y lo entenderás. Te decía que vengo de una familia fuera de serie, mi padre fue un ingeniero prominente, con un par de premios, siempre fue un generoso proveedor de familia, un hombre recto que me educó de maravilla, con la fuerza necesaria para hacer de mí lo que hoy soy. Por ser el mayor me hizo responsable desde la niñez, yo empecé a trabajar desde que estaba en la primaria, vendiendo dulces entre mis amigos y haciéndoles la tarea por la que les cobraba una lana y todo el dinero que ganaba era para mi mamá porque como hombrecito, tenía que cooperar en la manutención de la casa y corresponder a la comida, la ropa limpia que me daban. No sabes cómo me ha servido, siempre he sido un hombre de fortuna, mis ex se pueden quejar de todo, pero no de que yo haya sido un mal proveedor. Eso no, carajo, eso no. Mientras estuve casado no les faltó nada, fui un buen padre y esposo y éramos felices.

Confieso que divagué uno o dos minutos durante su perorata, usaba una máscara tan exagerada como la de un carnaval. Ese pensamiento me distrajo.

—Detente, perdón, ¿dijiste mis ex?, ¿hablas de novias?, o te casaste varias veces.

—Te pido que tengas paciencia, te lo contaré todo sin máscaras, pero dame tiempo.

Al retomar su enérgico monólogo siguió con la apología a su padre, con un tono fuerte, grandilocuente, subrayando cada elogio con amplios ademanes. Demasiada fuerza para convencerme, ¿a mí?, de que su padre había sido un súper hombre, sin embargo, toda esa fuerza se diluyó al traer al presente a su exesposa.

—Mi segunda esposa es una mujer guapísima, bueno, yo siempre he tenido mujeres guapísimas, de la primera no te cuento mucho, aunque era poco menos que una modelo, lo de ella pasó hace más de diez años, ya no importa; la segunda, te digo, es un cromo, la Beba es la menos afortunada físicamente de todas con las que he andado, pero eso sí, es una mujer inteligentísima, brillante… la quiero muchísimo, obvio, por eso estoy aquí. Pero no vengo a hablar de ella, vengo a presentarme contigo para que tengas una idea de qué sujeto soy, de eso se trata esto, ¿o no?

No me molesté en contestarle, sabía que seguiría hablando con mi respuesta o sin ella.

Marco regresó a su familia, ahora le tocó el turno a su mamá, una mujer admirable, conocida por todos por su gentileza, su inteligencia y el amor a la familia.

—Ella me enseñó a tratar a las mujeres, gracias a ella soy un éxito con las viejas, me buscan como moscas a la miel — alzó la mirada y los brazos— gracias, mamá.

—¿Viven tus padres, Marco?

—No, mi madre murió hace diez años, fuerte hasta el último momento, nunca se quejó, nunca se hizo la víctima y eso que fue perdiendo fuerzas poco a poco, llegó al final después de una semana dificilísima, sin que profiriera una queja o un lamento. Y mi papá murió unos cuantos años después.

—¿Cómo has enfrentado estas pérdidas?

—Estuve en terapia y trabajé todo lo que tenía que trabajar que no fue mucho, por supuesto. Siempre estuve al pendiente de ambos, de diferente manera, pero puse todo lo que pude para cuidarlos y que estuvieran bien, en especial respecto a mi padre estoy con la conciencia tranquila, muy satisfecho, porque a pesar de que tenía un trabajo súper bien pagado y muy importante, cuando nos dijeron de su condición final no lo dudé, renuncié al trabajo y me dediqué en cuerpo y alma a cuidarlo. Ninguno de mis hermanos hizo algo como eso. Solo yo, porque reconozco y valoro la educación firme que me dio, que me hace estar aquí y ser lo que hoy soy.

—Te sientes muy orgulloso de esa manera firme de educarte.

—Así es, nada de consecuentar chiquillos, las cosas como son, me cuadraba ante todo lo que pedía mi madre porque de otra forma, al regresar mi padre, con una seña me haría seguirlo al baño, ahí iba a descolgar una cuerda que humedecía en el lavabo, otra indicación con la mirada y sin decir una palabra yo mismo me bajaba los pantalones. En más de una ocasión no pude sentarme durante días, pero aguantaba el dolor como hombrecito. Ni en la escuela ni mis amigos lo notaron.

—Un correctivo a golpes.