Justo como a mí me gusta - C. Martínez Ubero - E-Book

Justo como a mí me gusta E-Book

C. Martínez Ubero

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Beschreibung

Raquel Lebrón es una mujer llena de ilusiones y deseos. En este momento su principal deseo es el de ser madre. ¡Y cuidado! Pues a veces los deseos se cumplen. Aunque ser madre (y soltera) no es el camino de rosas que esperaba, y menos intentando compaginarlo con su vida profesional, Raquel ve como su vida se convierte en una maravillosa aventura. Si a todo ello le sumamos su descabellada historia de amor con Nícolas, en la que tanto, uno como el otro, y a pesar de estar locamente enamorados, se empeñan en echar por tierra, una y otra vez. Justo como a mí me gusta, se convierte en una novela llena de situaciones descabelladas pero que más de una se sentirá identificada. No te pierdas esta divertida historia de C. Martinez Ubero.

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Justo como a mí me gusta

C. Martínez Ubero

 

 

 

Primera edición en digital: febrero  2018

Título Original: Justo como a mí me gusta

©C. Martínez Ubero 2018

©Editorial Romantic Ediciones, 2018

www.romantic-ediciones.com

Imagen de portada ©Slava_14

Diseño de portada: Isla Books

ISBN: 978-84-16927-91-3

 

 

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los

titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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PRÓLOGO

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Nota de la autora

 

 

Gracias a mis amores por estar siempre a mi lado.

 

 

 

PRÓLOGO

 

¡Qué día más largo! Hoy ha sido de locos, no ha dejado de llover, en el taller todo ha sido un caos, además, los niños con un resfriado de campeonato… ¡Gracias a Dios, por fin en casa! Una buena ducha, mi pijama calentito, unos suaves calcetines y una sopa maravillosa. No veía el momento de sentarme un rato y descansar. Miro mi libro, que está sobre la mesita al lado del sillón, el marcador lleva en la misma página desde hace una eternidad, pero hasta la vista la tengo cansada de nuevo. Cojo mi portátil, tal y como estoy tumbada en el sillón lo pongo sobre mis piernas, repaso mi correo por si hoy hubiese llegado el email que llevo tanto tiempo esperando, y… no está. Sabía que no llegaría, pero es esa pequeña ilusión con la que cada noche hago la misma operación. Entro en algunas páginas de internet, algo aburrida, se me ocurre la “genial” idea de entrar en la de su bufete. Busco la fotografía de su equipo y mis ojos van directamente hacia él. ¡Míralo! Si pudiese imaginar cuánto lo añoro.

—… ¡Ya se han dormido! ¡He tenido que contarles tres cuentos esta noche!

Cerré la pantalla de mi portátil disimuladamente y levanté los ojos buscando la voz de mi chico.

—¿Has comprobado si vuelven a tener fiebre?

—Sí, pero no tienen. Tenías razón, están mucho mejor. —Él, muy “sutilmente” abrió el portátil—. ¿Qué estabas mirando? —Leyó el enunciado del despacho de abogados, sin llamarle la atención la foto de la portada—. ¿Tan malo soy que estás buscando ayuda legal?

Le sonreí, dejé el portátil sobre la mesita.

—No, tú eres un cielo.

—Y esta noche, si me dejas, voy a hacer que veas todas las estrellas de mi firmamento.

Sonreí cuando comenzó a subir sus labios por mi hombro, hasta llegar a mi cuello.

—Cariño, estoy muy cansada.

—Pues relájate, piensa que estás lejos, muy lejos de aquí.

Cerré los ojos, quise abandonarme a sus caricias y le hice caso, mi mente voló en el tiempo y a la vez lejos, muy lejos. Pero de él.

 

1

 

Raquel

 

¡Treinta y dos “añazos”! ¡Uff! ¡Estaba llegando a esa edad en la que empezaba a no gustarme demasiado que llegase otro cumpleaños más!

Por eso, en vez de estar feliz recibiendo besos y felicitaciones, aquí estoy, casi escondida en el único lugar del mundo donde me siento realmente bien. En pleno centro de Madrid, en la esquina de la calle Cavanilles, mi padre me había enseñado a buscar refugio, para poder centrar mis pensamientos, en la tranquilidad y la paz de la azotea de nuestra casa de diseño. Poco a poco y a lo largo del tiempo, conseguimos crear aquí arriba un precioso jardín solo para los dos. Por el trabajo de modelo de mi madre no podíamos estar mucho tiempo la familia reunida y de este modo, él había ideado la forma para que yo, durante mi niñez, no la echase mucho en falta, pasando así juntos horas y horas. Aunque ya siendo muy pequeña, comprendí que no solo lo hacía por mí, sabía que, si él subía con su block de diseño, era porque se había bloqueado en algunas de sus creaciones o bien simplemente para dejar volar su imaginación, era entonces cuando se sentaba en su enorme sillón de mimbre, a mí me hacía un sitio a su lado y me pedía que dibujara lo primero que se me ocurriese. Y aunque aquellos dibujos fueron siempre intentando imitar sus maniquíes, casi todos mis vestidos de entonces eran unos garabatos queriendo parecer princesas, pero él me animaba diciendo que se inspiraba mucho en ellos e incluso siempre que pintaba figuras femeninas estando conmigo, les ponía un precioso pelo largo y rubio y unos enormes ojos verdes, convenciéndome que siempre era yo la que aparecía en sus dibujos.

Antes de su fallecimiento, mi padre había conseguido que nuestra prestigiosa firma: “Wilson Lebrón”, se hiciese un buen hueco en el mundo de la moda. Hacía años había llegado a España desde Estados Unidos, dejando atrás un ya fructuoso negocio de moda para volver a fundar aquí otra empresa de la nada. Pero él era así, e hizo florecer de nuevo su magia no atribuyéndose nunca su triunfo, al contrario, como tantas veces decía: “Todo mi éxito se lo debo a mi preciosa musa, mi mujer”. No es que no me quisiera a mí, al contrario, sé que me adoraba, pero él se enamoró de mi madre nada más verla, tuve la suerte de vivir un amor como jamás vi otro a su lado y así fue hasta el fin de sus días. Ella era, y es un bellezón, y cuando los años la retiraron de las pasarelas, encontró refugio en nuestra empresa de diseño, aportando toda su experiencia en moda, aunque ese trabajo, definitivamente, no era lo suyo y cuando menos lo esperábamos recibíamos un mensaje diciendo que estaba grabando un reportaje en París, en Berlín o ve tú a saber dónde. A mi padre, sus pequeños arranques no le importaban, la amaba tanto que sabía que el único modo para tenerla siempre a su lado era dejándole su espacio, su libertad. La conocía lo suficiente para saber que ella así era feliz.

 

 

—Señorita, ¿qué hace usted aquí sola y tan temprano? Va a coger una pulmonía con este frío.

Una voz muy conocida me sacó de mis pensamientos:

—Buenos días, Mario, estoy revisando los documentos para la reunión de esta mañana, el frío me despeja la mente y me ayuda a pensar. ¿Y a usted, qué le hace seguir levantándose a esta hora?

—Desde que su padre no está con nosotros, me gusta venir bien temprano para arreglar todo esto un poco, uno ya está bastante viejo y al parecer la falta de sueño va en relación con la cantidad de años vividos. —Mario había sido nuestro hombre de mantenimiento desde que mi padre fundó la empresa y a pesar de los muchos años juntos, su relación no había sido nunca como la de un jefe y su subordinado. Entre ellos existía ese lazo de unión que solo crecen en algunas exclusivas relaciones: la de la sinceridad y el apoyo sin condiciones. Y a pesar de haberse jubilado, ni un solo día había dejado de acudir a arreglar nuestro pequeño paraíso del Edén, era el homenaje a su compañero de camino—. Yo tengo mi excusa, ¿cuál es la suya?

—¡Ah, Mario, a usted no puedo engañarlo! Las cosas no van tan bien como quiero aparentar, si eso fuese poco, mi vida es una pura ruina.

—No diga eso, Raquel, usted ha sacado la astucia de su padre para los negocios, la belleza de su madre y su don para afrontarlo todo, ¿cómo pueden irle tan mal las cosas?

—¿De verdad quiere que le cuente? Será mejor que no, prefiero no agobiarlo con mis problemas.

—Puede hacer lo que desee, pero su padre siempre decía: “Que el hombre, por muy bien o por muy mal que esté, siempre necesita ser escuchado, aunque eso no signifique ser entendido”.

Sonreí al escucharlo, esa era una frase “muy de mi padre”. Él tenía su propio libro de filosofía de la vida, sabía elegir las palabras adecuadas para cada momento adecuado. Resoplé y pensé por dónde empezar a contarle:

—Amigo, es que desde que mi padre nos dejó, la empresa se ha resentido y no estamos pasando precisamente por el mejor momento, esta maldita crisis está acabando con nosotros. ¡Me lo he jugado a una carta, he invertido todo lo que tengo en el desfile que hemos preparado para la Semana de la Moda de Nueva York, los mejores tejidos, los más complicados patronajes, pero esta maldita suerte mía me la ha vuelto a jugar, una vez que ya creía tenerlo todo listo para empezar a recoger los frutos, nos ha surgido otro problema y quizás no podamos desfilar! ¡Para colmo de males, mi poca paciencia me ha llevado a terminar mi relación con Álvaro! ¡Dígame, ¿no cree que tenga motivos para estar preocupada?!

—Si me permite un consejo, ese Álvaro era un hombre muy “especial”. Los hombres deben ser cabales, desde luego, pero tienen que saber hacer reír y feliz a una mujer y a usted no la hacía, así que, por ese lado, no ha perdido demasiado. Y… ese otro problema del que me habla, ¿ese, tiene arreglo?

—La verdad, no lo sabré hasta que no esté en Nueva York, y los abogados me expongan los acuerdos que han tomado.

—Pues como su padre diría: “Si los problemas tienen arreglo, “pa” qué preocuparse y si no los tienen, “pa” qué te vas a preocupar”. —Me arrancó una carcajada escucharlo. Él, con toda su parsimonia continuó hablando—: Así es como debería usted reír cuando esté con el hombre de su vida. El amor llega, señorita, no se preocupe por eso, una mirada, una atención, una caricia, y de pronto sabe que ese es el suyo para siempre. Y, por lo referente a esta casa, sé que usted haría cualquier cosa por sacarla adelante, aunque solo fuese por conservar la memoria de mi amigo, pero tenga algo bien claro, él se entregó porque era su sueño, ahora es cuando le toca a usted luchar por los suyos propios, debe preguntarse si es el mismo que él tenía o no. —Me quedé mirándolo, comprendí de un plumazo su relación con mi padre. Al volver escucharle hablar, obtuvo de nuevo mi atención—: Ya me voy y usted debería de hacer lo mismo, he visto llegar los coches de su “consejo de sabias”, como usted las llama, y seguramente andarán como locas buscándola.

Sonreí y le contesté:

—Déjelas que me esperen algo más, necesito pensar otro poquito las cosas antes de bajar, quizás mi perspectiva haya cambiado un poco.

Apoyó su mano en mi hombro y me dio un beso en la frente.

—Sé qué hará lo correcto, su padre tenía toda la confianza del mundo en usted y yo también. Además, hoy no es día para estar preocupada, él no querría verla así en su cumpleaños, usted fue su mayor regalo y orgullo.

Acaricié, su vieja mano encallecida, con ternura. Sonrió, a la vez que respondió mi gesto apretando la mía con la suya, entonces lo vi salir, con sus doloridos pasos, de la azotea. El sonido del teléfono recibiendo un mensaje de mi vecino y amigo Diego felicitándome, me distanció de la conversación que acababa de mantener. Él me había enviado uno de esos mensajes con muchos besos y tartas de cumpleaños.

Sonreí al verlo, pero mi cabeza volvió a mi anterior estado de ánimo, me quedé pensando: “Eres mi mayor orgullo”, esas fueron realmente las últimas palabras de mi padre. Por eso yo deseaba tanto tener un hijo que me hiciese sentir ese amor del que él tanto presumía. Pero otro año más pasaba y era incapaz de tener una pareja estable para poder formar mi propia familia, así que no lo dudé y en un segundo me reafirmé en otra de las importantes decisiones que tanto había meditado.

 

 

Bajé hasta la sala de reuniones, como cada viernes teníamos consejo y cuando entré, mis “sabias” me tenían preparada una fiesta por todo lo alto.

—¡Sorpresa!

—¡Pero, bueno! ¿Se puede saber qué es todo esto?

¡Me quedé perpleja, no esperaba nada parecido! Todas comenzaron a abrazarme y a felicitarme, habían preparado un desayuno a lo grande con cartel de Feliz Cumpleaños incluido.

Después de un buen rato de celebración, conseguimos centrarnos en el único punto del día, aunque la loca de Francis, nuestra más que reputada fotógrafa, aún seguía con su gorrito en la cabeza. Mª José, la jefa de contabilidad, comenzó dándonos el último estado financiero. Mientras ella hablaba me quedé mirándolas, no llegué a darme cuenta hasta que no las vi allí sentadas, que había ido cambiando al antiguo equipo de mi padre, formado solo por rudos hombres de negocios, por un grupo de colaboradoras de dirección totalmente diferente, había elegido rodearme de verdaderas amigas. Cada una con sus problemas e inquietudes, pero todas maravillosas. Había conseguido fichar a una de las mejores diseñadoras del mundo, Lola Dámper. Como relaciones públicas, a Ana Soler, que había trabajado para las mejores cadenas de televisión y a su lado, mi mano derecha, Yolanda Gallardo, nuestro “pepito grillo” particular y encargada de intentar cuadrar todas mis desastrosas decisiones. Miré a Zuque, la creadora de las mejores magias de estilismo en todos mis desfiles y a Marta, toda una erudita en la preparación de maravillosos catering y eventos, que en ese momento entraba dando órdenes, con la mayor eficacia a su equipo, para que todo volviese a estar impoluto de aquella pequeña fiesta improvisada. Nunca me creí sexista, pero me pregunté: ¿cómo había podido llegar a formar un equipo de trabajo exclusivamente con mujeres? La voz de la jefa de contabilidad me sacó de mis pensamientos.

—… y no hay nada más que explicaros, si este año no conseguimos desfilar en Nueva York, vamos directamente a la quiebra.

—¡¿Puede alguien volver a explicarme cuál es el impedimento que tenemos para el dichoso desfile?! Tenemos los permisos, los contratos, las modelos, la ropa... No puedo creerme que por una servilleta de papel con un garabato no nos permitan seguir adelante —dijo Ana.

Había estado escuchando todos los informes financieros y las explicaciones que Yoli, como a mí me gustaba llamar a mi amiga en los momentos íntimos, nos habían ofrecido. Yo, mejor que nadie sabía cómo estaban las cosas y era mi momento de dar explicaciones, sería mi casa de moda, pero eran sus puestos de trabajo los que estaban en juego. Adelanté mi cuerpo y me apoyé sobre la mesa:

—Ana, hasta ahora no quise profundizar contándoos lo ocurrido, es que pensé que nada de esto procedería, nunca creí que la familia de un amigo tan cercanos a nosotros nos haría esta encerrona. Dejadme que os explique cómo son las cosas: Mirad, cuando mi padre decidió marcharse de Nueva York para casarse, vendió la parte de la empresa que había fundado allí a su socio, juntos fueron a celebrarlo con una noche de copas y en medio de una buena borrachera los dos firmaron en unas servilletas de papel, en la que escribieron que la ya compañía de Larry no trabajaría en España y que la que él fundaría no lo haría en América. No fue más que una broma, mi padre ni siquiera guardó ese papel, pero se ve que su socio sí lo hizo. Ahora su empresa se ha negado a que desfilamos de nuevo este año allí, por las ventas que “probablemente” haremos en su país y han llevado a los tribunales la dichosa “servilletita” para impedírnoslo, alegando que tenemos un contrato firmado de renuncia para hacerles la competencia, todo está en manos de los abogados. Como bien acaba de explicar Yolanda, sabéis la enorme inversión que nuestra empresa ha hecho este año, no tenemos más remedio que seguir adelante, por mi parte no veo otra salida, tendremos que arriesgarlo todo. La decisión está tomada, nos vamos y que sea lo que Dios quiera.

—¡Pero es que no lo comprendo, no es el primer año que desfilamos, ya estamos haciéndonos un nombre allí! ¿Por qué ahora?

Yolanda respondió a Lola sin alterarse:

—Tú misma te estás contestando, mientras no teníamos un nombre a nadie le importaba que desfilásemos o no, pero ahora somos alguien, el año pasado doblamos sus ventas y por eso están dando brazadas a diestro y siniestro buscando el modo de no tenernos como competencia. Incluso este año nos ha asignado la organización uno de los mejores espacios de la semana, relegándolos a ellos a un puesto bastante inferior, si siguen así quizás en próximos años no puedan ni desfilar.

Intervine de nuevo en la conversación:

—Bueno, sea como sea, mi abogado está intentando retrasar lo máximo posible la vista, incluso ha arreglado una reunión de conciliación. Si lográsemos que el juicio no quedara listo para sentencia hasta después del desfile no tendríamos problema, ya nos preocuparíamos para el año próximo y lograríamos salvar este. Solo nos faltaría rogar para que las ventas sean tan buenas como esperamos, y así podríamos sacar la empresa adelante.

Francis sopló con fuerza el matasuegras que tenía en su boca, todas dimos un salto al escuchar el pitido.

—¡Pues preparad el equipaje, nos vamos y esta noche nos espera la gran juerga! ¡Manhattan tiembla, el mejor grupo del mundo va a celebrar el cumpleaños de su presidenta!

Nos miramos todas, el ambiente no estaba para mucha juerga que dijésemos, pero una sonrisa comenzó a dibujársenos en los labios, tampoco era tan mala idea, las ocho sueltas en Nueva York sin maridos, novios, ni hijos. Yo también pensé: ¡Tiembla Manhattan!

 

Al salir de la sala de reuniones, mientras caminábamos por el pasillo, Yolanda llegó a mi altura, bajó tanto el tono de su voz que me costó trabajo escucharla.

—Ha llamado tu médico, ha dicho que ya puedes pasarte por la consulta para ponerte el tratamiento. Raquel, ¿estás segura de que quieres seguir adelante con eso?

Por la expresión de su cara parecía que estaba en plena misión secreta. Sonreí al escucharla, me agarré con complicidad de su brazo y continuamos caminando hasta mi despacho.

—Yoli, quiero tener un hijo y lo quiero ya. Si sigo esperando a encontrar un hombre que esté de acuerdo conmigo, con mi trabajo y con mi madre, créeme que se me va a terminar “pasando el arroz”. Además, no quiero ser una madre mayor, ahora tengo la mejor edad, por eso no quiero seguir pensándomelo. En cuanto vuelva del viaje me voy a someter a una inseminación.

—¡Pero todavía eres muy joven y muy bonita, no te costará mucho encontrar pareja! Es verdad que las cosas no te han ido bien con tu ex, pero ¿qué me dices de Jaime?, o de ese otro… tu vecino el guaperas, el actor… ¡Diego, ese siempre te está llamando! —Se detuvo y me miró—. Te lo puedo asegurar por propia experiencia, criar un hijo no es nada fácil, y yo tengo a Juan. Te juro que si tuviese que hacerlo sola me volvería loca. Además, ¿y si mañana conoces a alguien que te interese y tú ya has hecho tu “encargo”?

—Me conoces desde hace años, sabes de sobra que mi problema no es conseguir a ese “alguien”, sino mantenerlo. ¡Y ahora venga, no quiero más reproches! ¡Bastantes me va a hacer mi madre cuando se entere que a la vuelta de nuestro viaje va a ser abuela! Vamos a prepararnos, voy a pasarme por la consulta del doctor y luego terminaré de hacer el equipaje, nos vemos más tarde.

 

 

Salí directa hacia la consulta del médico decidida a llevar a cabo mis planes, me inyectaron la última dosis de hormonas con vistas a hacer más certera la inseminación y de allí a casa. El avión salía a las cuatro de la tarde, venía riéndome de la ocurrencia de Francis, decía que el vuelo tardaba siete horas y por la diferencia horaria de seis, llegábamos allí a las cinco de la tarde, era como si solo tardásemos una hora en llegar, así que llegábamos justo para irnos de cena. En el mismo portal de mi casa me crucé con Diego que salía.

—¿Tan viejecita estamos que la demencia te hace ya ir riéndote sola?

Al escucharlo le dije sin parar de sonreír:

—¡Idiota! No te había visto. —Le di un empujón en su hombro, él se lamentó como si lo hubiese machacado.

—¡Felicidades abuela, dame un beso! —Me dio un par de besos y me preguntó—: ¿Vas a salir a celebrarlo con las chicas?

—Se puede decir que sí, nos vamos hoy mismo a Nueva York.

—¡Joder, eso sí es saber montar una fiesta! Y yo que quería invitarte a una cerveza.

—Te prometo que nos la tomaremos a mi vuelta, ¿de acuerdo?

—Pues tendremos que esperar un poco, el lunes empiezo a grabar y hasta dentro de unos meses no vuelvo.

—¿Otra película? Al final te vas a hacer superfamoso.

Él se tocó el pelo un poco avergonzado y con una sonrisa modesta me contó:

—No hago de protagonista, pero esta vez tengo un buen papel.

—Me alegro mucho por ti. ¡Bueno, pues queda pendiente esa cervecita!

—Seguro.

Volvió a darme un par de besos y nos despedimos. Yolanda tenía en parte algo de razón, Diego siempre había estado a mi lado desde que me había ido a vivir a mi apartamento, de hecho, lo conocí cuando intentó ligar conmigo mientras estaba haciendo la mudanza. Se estaba haciendo un nombre como actor en el cine español, desde luego tenía porte, era guapetón, deportista, y muy simpático, pero enseguida nos dimos cuenta de que no había demasiada tensión sexual (por lo menos por mi parte) y que solo seríamos amigos. ¡Además, encontrarlo sin pareja era algo más que un milagro!

Entré en casa, pero me detuve en la misma puerta cuando escuché ruidos procedentes de una de las habitaciones:

—¡Hola!... Mamá, ¿estás aquí?

—¡Estoy en el dormitorio, Raquel! Terminando de preparar la maleta.

Dejé mi bolso y mientras llegaba iba pensando: ¿En qué momento había terminado mi madre viviendo conmigo? Ella había tenido una fructuosa carrera como top-model que le había dejado una abundante cuenta bancaria y mi padre, afortunadamente, también nos había dejado en muy buena posición económica, varias casas en diferentes puntos del mundo y acciones en compañías petrolíferas. (Creo que por eso me sentía tan frustrada, no quería tocar nada de lo que él había logrado con tanto esfuerzo y yo podía perderlo por ser incapaz sacar a flote de nuevo una empresa que tan solo unos años atrás había sido la envidia de las mejores casas de moda del mundo). Como iba contando, con toda esa pequeña fortuna y distintos lugares donde vivir, mi madre había decidido pasar una temporada conmigo después de la muerte de mi padre para recuperarse y, aunque es verdad que su repentina muerte nos hundió a todos los que le queríamos, ella parecía haberse negado a volver a su casa, y se instaló conmigo, sin al parecer tener ningunas ganas de marcharse. Al entrar en su dormitorio vi todo un muestrario de invierno sobre su cama.

—¡Pero bueno! ¿Al final te vienes con nosotras? ¿No dijiste que no te apetecía nada hacer este viaje?

—Pero eso fue antes de que ese sinvergüenza de McLine nos hiciera esta putada, se va a enterar ese cuando yo lo pille, tan amigo que decía ser de tu padre y ahora nos sale con esto.

Me senté al filo de su cama mientras observaba cómo ella metía dentro de la maleta unos vestidos de fiesta, nada recomendables para las reuniones de negocios y de trabajo para las que yo me estaba preparando. Con un solo dedo levanté un tirante de un delicadísimo camisón de seda y le dije:

—¿Y qué piensas, convencer a Larry a polvazos? Porque no pareces ir muy preparada para el despacho de los abogados.

Dio un tirón de su camisón y lo introdujo en la maleta.

—¿A ese viejo mal mañoso? ¿Te has vuelto loca? No sabe ese bien con quién ha topado, a malas no me gana nadie, pero él no es quien me interesa, mi objetivo es su hijo.

Me eché a reír al escucharla:

—Entonces, ¿qué pretendes liarte con su hijo?

—¡Hombre, liarme, liarme, no! Pero desde que despuntaba como hombre siempre estuvo encandilado de mí y tampoco me conservo tan mal, ¿no te parece?

—Mamá, estás preciosa y lo sabes, pero Herman tiene mi edad o un poco más solamente y las cosas ya no se arreglan con un dulce pestañeo, estamos hablando de mucho dinero. Antes había “pastel” para todos, pero ahora esto se ha resumido a un “cupcake” y somos muchas bocas para morder, no están defendiendo nada más que lo que creen que es suyo, es verdad que con muy malas artes, pero están haciendo lo que piensan que es mejor para ellos.

—¡Pues no lo voy a permitir y si lo tengo que convencer a… polvazos, como tú dices, lo haré! —Me miró, yo tenía mis ojos agachados intentando blandir una sonrisa, pero era tanto el miedo que tenía que no podía disimularlo. Se sentó a mi lado y cogió mis manos—. Sé que me has dicho mil veces que no quieres tocar la herencia de papá, pero sabes que tienes el dinero de las acciones, y si no vendemos cualquiera de las casas que apenas usamos y que realmente nos están costando dinero mantenerlas… —Levantó mi barbilla y continuó diciéndome—: Pero no quiero verte preocupada por nada más que el dinero, sabes de sobra que solo con las rentas podemos vivir tranquilamente las dos sin dar un palo al agua, viajando y de fiesta en fiesta.

—Lo sé, mamá, pero eso no es lo que quiero, papá me enseñó todo lo que sé, esa fue la mayor de sus herencias y me dolería tener que vender su marca por cuatro “perras”, ya es cuestión de amor propio, quisiera poder enseñar alguna vez a mis hijos a amar esto tanto como vosotros me habéis enseñado a mí a hacerlo.

Ella sonrió al escucharme hablar:

—Bueno, eres tan cabezota como él, sé que lograrás lo que te propongas. —Se levantó y continuó haciendo su maleta—. Por cierto, cuando vaya a nacer mi nieto dímelo con antelación para reservar esa fecha y que no me pille viajando por ahí.

 

 

¡Qué graciosilla mi madre, solo cumplía treinta y dos años y no tenía pareja! Pero que hubiese perdido la esperanza de que pudiera tener un hijo en el tiempo que estamos no era ninguna locura, así que sonreí pensando que, si todo salía bien, sería antes de lo que ella pensaba.

Puntuales como un reloj, mi equipo y yo nos encontramos en el aeropuerto y de allí directamente a una de las citas más importantes de nuestras carreras y “de mi vida”.

2

 

Llegamos a buena hora al hotel y, una vez bien maqueadas y preparadas, nos dispusimos a divertirnos. No quería pensar en lo que podría pasar el lunes, que tendría la reunión con los abogados, quería olvidarme de todo y pasar un buen rato. La cena fue estupenda, nos reímos de lo lindo, no hay mejor compañía que la de unas buenas amigas cuando se está de bajón, y de allí, todas juntas, con madre incluida, nos fuimos a bailar al Coronas, uno de los mejores clubs de moda. Ana seguía teniendo buena mano en todos esos asuntos, nos consiguió una buena mesa y, antes de quince minutos ya había encontrado a un grupo de antiguos amigos que parecían sacados del anuncio de un gimnasio. Bailé durante un rato y bebí bastante, pero lejos de subir mi ánimo, me fui sintiendo cada vez más apocada. Mientras todas seguían bailando me senté, estaba entretenida viéndolas divertirse, cuando una voz muy masculina acaparó toda mi atención:

—¿No tienes más ganas de bailar?

Negué intentando sonreír, levanté mi cabeza pensando que era uno de los muchachos, pero no era del grupo, sino un desconocido, no lo había visto antes.

—Perdona, ¿te conozco?

Señalando hacia mis amigas y sus acompañantes me contestó:

—Soy amigo de uno de los musculitos que están con las chicas, aunque como ves, acabo de llegar y me he perdido las presentaciones, pero desde el minuto cero no he podido dejar de mirarte, eres una preciosidad.

Le eché un buen vistazo, aquel morenazo merecía la pena unos minutos de atención.

—Tú tampoco estás nada mal.

—Guapa y además inteligente. —Sonreí al escucharlo, no era más que un caradura, pero uno bien atractivo—. Te he visto bailar y lo haces de maravilla, ¿te atreves a probar conmigo?

—No tengo muchos ánimos, estoy bastante cansada, gracias, otra vez será.

Cogió mi mano y galantemente la besó. Un escalofrío me recorrió entera con el solo roce de sus labios y con un gesto de su cabeza insistió:

—No hay nada mejor para los males que ahuyentarlos con el baile. —Sonó en ese momento Marc Anthony y su “Vivir mi vida”, me miró y dijo—: ¿Sabes bailar salsa? —Asentí con la cabeza—. ¡Venga, dame este capricho!

Me miró con unos preciosos ojos azules y una sonrisa espectacular, me hice un poquito de rogar, pero accedí.

Bailaba de maravilla, era fácil seguirlo, con un ritmo increíble, su pelo moreno, un cuerpo espectacular, ¡madre mía lo tenía todo!

Cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos una legión de admiradores aplaudiéndonos.

—¡Guau! ¿Pero dónde aprendiste a bailar así?

Reí con ganas, ahogada por el esfuerzo.

—¿Y tú? ¡A eso se llama bailar, no hay nada que me guste más en un hombre que sepa hacerlo en condiciones! —Sonrió de una manera ladina, intentando dar un doble sentido a mi frase, yo lo empujé tonteando siguiéndole la broma, fue entonces cuando quiso comenzar a contarme algo sobre él.

—Bueno, yo tengo sangre… —Pero los demás nos interrumpieron, llevándonos casi a rastras hasta nuestra mesa, corrió el champán celebrando mi cumpleaños. Al final estaba pasando una noche genial. La que no se cortó ni un pelo fue mi madre, que después de mi improvisada actuación ligó con un maromo de dos metros, por lo menos veinte años menor que ella y había desaparecido.

Pero yo esa noche no tenía ojos nada más que para mi compañero de baile, me gustaba ese pelo, cuidadosamente despeinado, dándole a su varonil aspecto un aire algo aniñado; vestido de oscuro con un ceñido jersey que marcaba con claridad aquel cuerpo escultural; pero, sobre todo, me gustaban las atenciones que a lo largo de la noche tenía conmigo, por fin hubo un momento que nos quedamos solos. Lejos de seguir con el ambiente de risas que se había creado, él se acercó “peligrosamente” muy cerca de mi espacio vital y con una voz que me hizo temblar por dentro, rozó mis hombros con las yemas de sus dedos.

—¡No tenía ganas de venir, menos mal que mis amigos me convencieron!

—¿Lo estás pasando bien?

Se acercó a mí hasta poner su cara justo frente a la mía.

—¿Acaso lo has dudado? —Cogió mi cara con sus dos manos y me susurró—: Solo me faltaría una cosa. Déjame besarte.

Lo miré a los ojos y le contesté:

—¿No has escuchado esa canción que dice, “que en un beso va el alma”? Los besos no se pueden ir regalando, así como así.

Él rozó mis labios e insistió de nuevo:

—¿De verdad no me vas a dejar besarte? —Rocé mis labios con los suyos, estaba deseando hacerlo, pero no era lo lógico, acabábamos de conocernos, él cerró sus ojos, susurrándome me dijo—: ¡Hazlo!

Lo besé, y dejé que me besara. Se ve que yo había ganado un año, pero había perdido la vergüenza en el camino. Y es que aquel hombre me gustaba, su amplia sonrisa parecía ser perpetua, sus ojos eran ardientes y sus manos aún más, no conocíamos nuestros nombres y al cabo de un par de horas nos estábamos comiendo a besos como dos adolescentes. El ambiente se iba calentando cada vez más allí dentro, cogió mi mano y sin apartar sus ojos de los míos, me pidió que saliésemos fuera.

Con la voz entrecortada por la excitación no quería parecer una “ligerilla” aunque me apetecía muchísimo irme con él.

—¿No crees que vas muy rápido?

Con sus labios pegados a los míos acarició mi cara y me contestó:

—Te juro que no sé lo que me ha pasado contigo, es como si me hubieses embrujado, me gusta todo de ti, nunca me había sentido así.

Sonreí y miré sus ojos.

—Pues vas a tener que serenarte, es muy tarde, tengo que irme, mis amigas llevan un rato haciéndome señas para que nos vayamos.

—¡Diles que se vayan, yo te acompañaré! —Negué con la cabeza sin hablarle, aunque intentando no perder la sonrisa, no solía someterme a la voluntad de nadie y que me diesen una orden, del modo que fuese, era mi alarma para hacer todo lo contrario, estaba acostumbrada a tomar mis propias decisiones y no me gustaba en absoluto que nadie me dijese lo que debía hacer. Me levanté y cogí mi bolso, pero él no soltaba mi mano. Su tono imperativo de voz se suavizó radicalmente, entonces mi estado de ánimo se calmó—. Por lo menos dime que vamos a comer juntos.

—No puedo, mañana son las pruebas para el desfile.

—¡Eres modelo, lo sabía, tienes un cuerpo impresionante!

Hice una simpática mueca con mi boca, ¿para qué desmentirlo?, a decir verdad, había llenado bastante mi ego, entonces le contesté:

—No vas desencaminado, ando en ese mundo.

La voz de mis amigas llamándome obtuvo por completo mi atención, e hice el intento de volver a marcharme, pero él se levantó y sin soltarme volvió a decirme:

—Por favor, una cena, dime tu número y te llamo.

Hice un gesto de duda, pero ¿a quién quería engañar? yo tenía más ganas que él, cogí mi lápiz de labios y se lo escribí en su mano.

Sonrió, y antes de que me alejara me atrajo de nuevo, me besó y, con una voz tan profunda como la noche, me dijo:

—¿Sabes que no me has dicho tu nombre?

—Tampoco yo sé el tuyo, si me llamas mañana te lo digo, si no lo haces no habrá valido la pena saberlo.

Le divirtió aquella especie de juego, aceptando el reto con un movimiento de su cabeza mientras miraba cómo me marchaba. Me volví antes de salir para echarle un último vistazo, lo vi de pie con las manos en sus bolsillos, esa impresionante presencia y una preciosa sonrisa en su cara.

Al llegar junto a mis amigas, me regañaron, me felicitaron, me… me… ¡Yo no las escuchaba, estaba en una nube! Le pregunté a Ana:

—¡Bueno, dime quién es! ¿Cómo se llama? ¿Lo conoces?

—No le pregunté a los chicos, lo siento. Vi que se conocían porque estuvieron hablando, pero pensé que os habían presentado, como estabais tan acaramelados.

—No, no nos dio tiempo —le dije un poco avergonzada, jamás había hecho algo así, pero aquel hombre había sido algo especial, es más, si hubiese tenido que elegir entre un millón, creo que lo habría elegido a él.

*****

La mañana pasó rápida, Lola y yo empezamos con las pruebas a las modelos mientras las demás se dedicaban cada una a su cometido. Había mirado un millón de veces el teléfono durante aquella mañana, pero ni rastro, él no me llamaba. Cuando por fin sonó ya después de las doce de la mañana, lo cogí con ansias:

   Sí, dígame.   Raquel, soy Adrián.   ¿Adrián?   Sí, su abogado.

Mis amigas estaban alrededor de mí expectantes, yo les hice un gesto con mi mano haciéndolas saber que no era él, me aparté del grupo y continué con la conversación.

   Dígame, ¿ha conseguido solucionar algo?   No, están cerrados en banda, creo que vamos a tener que esperar el veredicto de un juez. De todos modos, tenemos la reunión de reconciliación del lunes, quizás con ustedes allí, logremos llegar a algún tipo de acuerdo.    Está la cosa muy difícil, ¿verdad?   ¿Para qué la voy a engañar? No está fácil, pero todavía no está todo perdido, depende de lo que ellos puedan averiguar de su situación económica.   De acuerdo, pues no nos queda otra que esperar a esa dichosa reunión.   Relájese y disfrute este fin de semana, nos vemos el lunes a primera hora.   De acuerdo, gracias por todo.

 

 

Colgué el teléfono totalmente abatida, no podía hacer otra cosa que seguir esperando, de pronto escuché cómo sonaba de nuevo. Era un número desconocido y a pesar de la noticia que acababa de recibir, una sonrisa se dibujó en mis labios. En medio de toda aquella tragedia, necesitaba sacar los problemas de mi cabeza.

   ¡Hola!   No estaba seguro de que me hubieses dado tu número de verdad, pero por esa preciosa voz veo que eres tú.   ¿Acaso estás acostumbrado a que no lo hagan?   Dejémoslo ahí mejor. Bueno, ¿qué hay de esa cena? ¿A qué hora paso a recogerte y dónde?   Es que las cosas no han mejorado mucho y no tengo demasiadas ganas de salir.   No voy a admitir un no como respuesta y voy a seguir insistiendo durante todo el día hasta que digas que sí.   ¿Sabes que si desconecto el teléfono, me importará un pimiento las veces que llames, verdad?   No, no, por favor, no lo hagas, quiero volver a verte. Si estás mal puedo hacer que pases un buen rato, dame una oportunidad. —Todas mis amigas estaban pendiente de la conversación, haciéndome señas para que aceptara y de nuevo escuché su voz—. Dime que sí.   De acuerdo, pero solo una copa, de verdad, que no tengo ánimos.

Se escucharon gritos en el salón y a través del teléfono, me reí con ganas, le di la dirección de mi hotel, para después quedar sobre las siete de la tarde.

Nerviosa como una niña, no sabía qué ponerme, un hombre como él debía conocer mujeres de toda clase, ¿o no? Tampoco sabía a qué “clase” conocería. Al final me decidí por uno de los vestidos de mi marca de la línea joven, lo estaba reservando para el desfile, pero la ocasión merecía la pena. Estaba enamorada de ese conjunto, con una voluminosa falda de gasa y un ceñido top, que resaltaba bastante mi “ya resultante” delantera. Al verme en el espejo decidí ponerme el cárdigan para “taparme” un poco, me hubiese gustado ir así vestida solamente, pero el frío de la noche en Nueva York no es para tomárselo a broma, así que no me “quedó más remedio” que estrenar la preciosa capa de ante negra que cogí del cuarto, de mi aún desaparecida madre, de la que tan solo había recibido algunos mensajes diciéndome que se lo estaba pasando de “miedo”. Al escuchar sonar el móvil, mis amigas, que al final habían terminado todas dentro de mi habitación dándome cada una un consejo diferente, saltamos al escucharlo, provocándonos una tonta risa nerviosa.

   ¿Diga?   Hola, soy tu cita. ¿Bajas o subo?   Ya bajo, dame solo unos minutos.   Solo uno, me muero por verte.

La cara de boba que puse debía de ser épica, porque comenzaron todas de nuevo con las “bromitas” y a reírse de mí.

Bajé en el ascensor llena de ilusión, era increíble volver a sentirme de aquel modo. Nada más llegar a recepción lo vi. Estaba distraído mirando una exposición de pistolas antiguas. Tuve que pararme y tomar aire, no lo recordaba demasiado bien, la bebida y la poca luz, me habían llevado a pensar que me había hecho una imagen suya idealizada en mi cabeza, pero para nada, era un hombre regio, alto, fuerte, de pelo y piel morena, bien vestido y… ¡madre mía qué… qué culo más bien puesto se le veía desde allí!

Seguía parada embelesada mirándolo cuando se dio la vuelta. ¡Joder, si de frente era aún más guapo! Y como una boba se escapó una sonrisa de mis labios al encontrar su mirada. Se acercó hasta mí con unos elegantes pasos, dejándome que lo admirara.

—Buenas noches, ¿señor…?

—¡Tss! De eso nada, no hasta que no sepa primero el tuyo.

—Pues yo no pienso ser la primera, los retos parecen gustarte tanto como a mí.

Él dio una carcajada y me respondió:

—Bueno, veo que eres bastante cabezona, pero me gusta jugar y aunque sé que al final de la noche lo sabré todo de ti, ahora me conformo solo con tu nombre de pila, ¿te parece bien una pregunta cada uno? —Asentí y él continuó—: Soy Nick.

—¿Nick? Tienes nombre americano, pensé que eras latino.

Hizo un gesto con su boca.

—En parte, ya te dije que tenía sangre caliente; ahora me toca a mí y no te desvíes del tema, ¿me vas a decir de una vez tu nombre?

Extendí mi mano y le contesté:

—Hola, Nick, yo soy Raquel.

Él la estrechó con fuerza y me dijo:

—Hasta el nombre lo tienes bonito.

A pesar de no tener la intención de soltar mi mano, yo muy sutilmente la separé de la suya, realmente estaba algo avergonzada por lo ocurrido entre nosotros la noche anterior, pero toda aquella vergüenza desapareció, desinhibiéndome por completo de golpe cuando al salir a la calle juntos, me vi frente a su precioso Ferrari 250 p5 negro.

—¡Vaya! ¡Es impresionante! Sigamos con el juego: ¿Es tuyo? —Asintió con la cabeza sin dejar de sonreír, apretó el botón de apertura, nos montamos y quise continuar con mi interrogatorio, pero él me puso su dedo en los labios.

—El juego era una pregunta cada uno, ¿recuerdas? ¿Carne o pescado?

Lo miré sorprendida:

—¿Perdón?

—Si prefieres carne o pescado.

—Te dije que solo una copa.

—Y te prometo que durante la cena solo te dejaré tomar una.

—No es en lo que quedamos.

—Pero sería una pena no poder presumir de ti, ¿te he dicho ya que estás preciosa? No sabía si lo había imaginado ayudado por las muchas copas de anoche o es que eras así de bonita.

Agaché la cabeza un poco avergonzada de nuevo, yo había pensado lo mismo de él. Al final comenzamos una animada charla, ante tanta insistencia, terminé aceptando su invitación, y aunque no había contestado a su pregunta, llegamos hasta la bahía y aparcó su coche.

—¿No decías que íbamos a cenar?

—¡Y eso vamos a hacer! Estuve buscando el escenario más romántico para recordar en nuestra primera cita y pensé en esto.

—¿Nuestra primera cita? ¿Piensas que haya más? Y, ¿de verdad, te funciona esto con tus chicas?

Subió a la pasarela, cogió mi mano y me contestó:

—¿Recuerdas? Una sola pregunta cada vez.

Solamente había una mesa puesta en la popa del barco, uno de los marineros nos acompañó hasta ella y tomamos asiento. Abrió una botella de champán y me propuso un brindis, antes de que hablara lo interrumpí:

—Piensa bien por lo que vas a brindar, nada de lo que digamos o hagamos esta noche será lo suficientemente transcendente para que nos ate, recuerda, yo solo estoy de paso en Nueva York y en tu vida.

—Entonces, ¿qué tal por una buena amistad?

Alcé mi copa y brindé con él.

—Por el tiempo que dure.

La noche transcurría bajo una deliciosa velada, risas, champán, canapés y el maravilloso e inigualable paisaje de la ciudad más impresionante del mundo como marco a algo ideal, aquel hombre era impresionante; pero extrañamente mi estúpida cabeza, lejos de intentar disfrutar ese momento, no hacía nada más que darle vueltas a mi última obsesión, ¿cómo sería un hijo nuestro? Sí, es verdad que podía llegar a ser cabezota y cuando algo me obsesionaba era muy difícil que me olvidara, así como así. Lo escuchaba hablar, pero era como si mi mente no entendiese una sola de sus palabras, aunque tampoco me interesaba demasiado, a decir verdad. Yo seguía en mi mundo pensando: ¿El bebé tendría su pelo moreno o sus ojos azules?, ¿quizás la mezcla de su piel tostada y mis ojos verdes? ¡Yo quería tener un hijo y ese hombre se estaba convirtiendo en el candidato ideal! Había tomado la decisión de la inseminación, pero sin duda alguna con él aquello sería mucho más divertido. Mi mente sopesaba los pros y contras, si todo salía mal, en una semana habría terminado todo, yo estaría de vuelta en casa sin quedarme embarazada y él nunca sabría nada de mis planes, y, por otro lado, si salía bien, después de esa semana tampoco lo volvería a ver y tendría un precioso bebé como regalo extra. Desde luego no podía decirle ni una palabra de mis “maléficos” planes, si no, todo se iría al traste, calculaba mentalmente el día de mi última regla, cuando escuché su voz insistente.

—Veo que te estoy aburriendo de lo lindo, no consigo captar tu atención para nada.

Di un sorbo de mi copa y sonreí, si él supiera lo mucho que había logrado captarla…

—Perdóname, te dije que esta noche no era la mejor de las compañías, tengo muchos problemas y eso no es una buena combinación para una cita.

Uno de los marineros nos trajo una enorme lubina a cada uno, yo no era mucho de pescado, pero supongo que era lo que más pegaba en aquel barco, pero si quería seguir adelante, oler a pescado no iba a ser para nada lo más excitante.

 

—He vuelto a fallar, ¿no te gusta el pescado

Volví a sonreírle y le dije:

—No era en cenar precisamente en lo que yo estaba pensando hacer contigo esta noche. —Él bebía de su copa cuando se le escapó de inmediato el sorbo que estaba dando—. Mira, no me voy a andar con tonterías, tengo un millón de cosas en la cabeza y si todo este cortejo tiene el final de llevarme a la cama, ¿para qué vamos a seguir perdiendo el tiempo?

Se volvió hacia el marinero y casi le gritó:

—Por favor, dígale al capitán que volvemos a tierra.

 

 

Llegamos hasta mi hotel, no esperamos ni a entrar en el ascensor, nuestras manos eran impacientes y nuestras bocas aún más. No sé si eran las hormonas o la atracción sexual que él me producía, pero era tanto el deseo en ese momento, que sentía cómo mis fluidos se preparaban para él, aunque desafortunadamente un par de parejas llegó hasta la puerta y tuvimos que contenernos, el ascensor tardaba un siglo en bajar. Acercándose a mi oído, a la vez que paseó su mano por toda mi espalda, me preguntó:

—¿En qué planta estás?

—En la segunda.

—¡Subamos por las escaleras!

Sin pensarlo, cogió mi mano y me arrastró hasta ellas. Nos besamos en cada escalón, fuimos abriendo uno a uno los botones de nuestra ropa; cuando llegamos hasta la puerta de mi habitación ya estábamos prácticamente preparados para nuestro objetivo final. Sobre la misma puerta del dormitorio ya podía sentir sus manos subiendo por mis muslos (por un momento me sentí un poco culpable por utilizarlo), pero no es que el muchacho se hubiese hecho mucho de rogar tampoco. Así que decidí seguir adelante con mi plan. Saqué su camisa bajándola por sus brazos, ¡madre mía, “peazo” de bíceps! Si todo iba a juego, aquello sería el “despiporre final”, así que me decidí por completo a ver el resto del material, desabroché la correa de su pantalón y antes de darme cuenta él ya había bajado mis bragas. Se detuvo un momento, antes de bajar su pantalón comenzó a buscar algo en su bolsillo.

Con la voz totalmente entrecortada le pregunté:

—¿Qué ocurre? ¿Por qué te detienes?

—Estoy buscando los preservativos que tengo en la cartera.

Cogí su cara con mis dos manos haciéndole un interrogatorio en toda regla:

—¿Tienes o crees poder tener alguna enfermedad?

Algo sorprendido me contestó:

—No.

—¿En tu familia hay o ha habido algún caso de síndromes o enfermedades raras?

Me miró con los ojos abiertos como platos y volvió a responderme:

—No, que yo sepa.

—¿Tus padres viven?

—Sí, pero… ¿a qué viene todo esto?

—Solo una pregunta más: ¿Te pusieron corrector dental de pequeño?

—No, pero no entiendo… —Lo interrumpí de nuevo y le dije:

—¡Olvídate del preservativo, yo ya tomo todas las precauciones que necesito!

Nos tumbamos en el suelo con tanta fuerza que hasta me di un buen coscorrón en la cabeza, pero eran tantas las ganas de los dos, que ni le presté atención, toda ella estaba concentrada en sus labios, suaves, calientes, que buscaban con desesperación mis pechos; arqueé todo mi cuerpo al sentir su lengua rozando mi pezón y cómo aquellos perfectos dientes lo atrapaban con el suficiente cuidado de solo hacerme sentir placer, bajé mi mano hasta su sexo. ¡Oh! Estaba aún más preparado que yo para ese momento, lo atrapé y apreté con fuerza, un gemido desde su garganta hizo que aún me excitase más.

—¡Te necesito ya!

—Entonces, ¿a qué esperas? —le dije con tal excitación que me costó hablarle.

Mirándome directamente a los ojos, sentí cómo sin más preámbulos metió su mano entre mis piernas y hábilmente abrió camino. Pude sentir cada centímetro de su piel. Un gemido se escapó de mi garganta a la vez que él me susurraba suaves palabras al oído. Mis movimientos fueron cada vez más y más rápidos, su boca y su lengua, antes calientes, parecían hacer arder cada trozo de mi piel por el que pasaba, sus pequeños mordiscos se conectaban directamente con mi sexo, que cada vez lo necesitaba más. ¡Me habían hecho muchas veces el amor, pero aquel hombre no era “eso” lo que hacía, lo que él estaba haciendo era, follarme! ¡Follarme como nadie lo había hecho antes! Necesitaba liberarme y me olvidé de sus caricias y de sus besos, me moví buscando mi placer, lo comprendió enseguida, se dio la vuelta y me colocó encima de él, clavándose hasta el fondo en mí y volviéndome loca al sentirlo tan dentro como mi cuerpo podía admitir. Atrapó mis caderas y con unos certeros movimientos llegué a ver el cielo en la tierra entre sus brazos, el calor me inundó por completo y un sensual gemido de placer que salió desde su garganta me hizo comprender que también él había llegado al clímax.

¡Madre mía, aquello no acabó allí, la noche fue intensa, sin duda pasaría a mi historia como el “polvazo” más espectacular de mi vida! Su boca, su lengua, sus manos no había tenido forma de resistirme a cada uno de sus caprichos, lo había sentido en mi espalda, sobre y debajo de mí, lo hicimos en todas las posiciones humanamente posibles, había oído hablar de los orgasmos múltiples, para mí que solo eran una leyenda urbana, pero esa noche comprobé en mis propias carnes, que realmente se podía llegar a sentir una vez tras otra.

Al final, con tanto ajetreo, y juro que no recuerdo en qué momento exacto fue, terminamos en la cama, caímos exhaustos, sin poder movernos apenas e intentando recuperar nuestros alientos.

—¡Oh, Dios mío, ha sido increíble! —Apartó el pelo de mi cara, yo seguía intentando recuperar mi aliento—. ¿Te encuentras bien?

Asentí con la cabeza, sin poder hablar aún, respiré y le contesté:

—¡Ha sido brutal! Ni en mis más calenturientos sueños había pensado que algo así se podía llegar a sentir.

Él se echó a reír, se incorporó un poco y me dijo:

—¿Te das cuenta de que apenas sabemos nada el uno del otro? Y mira todo lo que acabamos de sentir juntos.

Lo miré y sonreí.

—¿Qué más da? En unos días yo habré vuelto a mi país y no nos volveremos a ver.

Vi en su cara un asomo de preocupación, acarició mi cara y me dijo:

—No digas eso, yo viajo mucho, quizás podamos seguir viéndonos. —No me hicieron mucha gracia sus palabras, si conseguía quedarme embarazada no creí que él se sintiese muy feliz de ver la trampa que le había hecho, pero detuve por un momento mis pensamientos para observarlo, lo miré, era un hombre guapísimo, parecía buena persona y como siempre fuese igual en la cama, era un tipo bastante completo, quizás no sería tan mala idea intentar tener una relación con él. De nuevo su conversación me devolvió a la realidad—. Me dijiste que eras modelo, ¿no?

Negué a la vez que sonreí al escucharlo, a pesar de medir casi un metro setenta y estar bastante delgada, al lado de mi madre siempre me había sentido un “patito feo”.

—No, te dije que estaba en ese mundo, pero no soy modelo, soy diseñadora. —Me sentí mal al recordar mi problema, cerré los ojos como queriendo olvidar mis pensamientos—. Aunque discúlpame, ahora no quiero ni pensar en eso, mejor cuéntame algo sobre ti, ¿de dónde eres? Cuando te vi pensé que eras un actor latino de telenovelas.

Dio una carcajada y me contestó:

—No, soy neoyorquino hasta los huesos. Mi madre es de Puerto Rico, por eso hablo español y supongo que esos mismos genes me han hecho ser tan moreno, pero mi padre es norteamericano.

—Pues tienes unos rasgos que te hacen muy interesante. —Acaricié su cara recreándome en lo endiabladamente guapo que era—. Aunque tienes razón, el azul de tus ojos delatan tus raíces gringas, como les dicen por allí, ¿no?

Me dio un rápido beso sin dejar de sonreír y me dijo:

—Estoy bastante intrigado contigo, ¿tan grande es tu problema como para hacerte sentir tan mal en un momento como este? —Asentí con la cabeza, aparté mis ojos de él, e hice un mohín con mi boca, pero él cogió mi barbilla y buscó mi mirada—. Cuéntamelo, seguramente no podré ayudarte, pero quizás hablando te tranquilices.

—No es nada complicado de explicar, al contrario, es tan fácil como que, si las cosas no se solucionan el lunes, prácticamente estaré en la quiebra. —Se incorporó un poco para escucharme con cara de preocupación; aunque su torso desnudo me desvió de nuevo de mis problemas y del tema que estábamos tratando. Lo iba descubriendo poco a poco, cada vez me gustaba más lo que veía, tuve que carraspear mi garganta para centrarme y continuar contándole—: He invertido todo el capital de mi empresa en la colección de este año que he creado casi en exclusiva para el desfile, pero uno de mis más directos competidores ha encontrado el modo de evitar que la muestre, si no lo consigo lo habré perdido todo, y…

Su cara se tornó algo nervioso y me interrumpió:

—Cuéntame tu problema, quizás sí pueda ayudarte.

Le conté con pelos y señales todo lo que me estaba sucediendo, necesitaba desahogarme y no omití ningún detalle. Cuando terminé mi historia, Nick me miró y me dijo:

—No me has dicho tu apellido.

Lo miré sin saber el porqué de su pregunta en ese momento y le contesté:

—Lebrón, soy Raquel Lebrón, mi firma es Wilson Lebrón. —Nick se levantó, buscando su ropa por toda la habitación, me quedé mirándolo anonadada por cómo se vestía a toda prisa—. ¿Te vas?

—Sí, mañana tengo algo importante que hacer y no me puedo quedar.

—¿Mañana domingo?

Terminó de vestirse, sin contestarme, me miró y me dijo:

—¡Te juro que hasta ahora no sabía quién eras!

—Nick, explícate, de verdad que no entiendo qué ha sucedido.

—Hoy no puedo decirte nada, pero ya te llamaré, ¿de acuerdo?

Yo no comprendía lo que estaba ocurriendo, él hizo ademán de acercarse para despedirse con un beso, pero de inmediato se arrepintió, hizo un gesto de adiós y salió de la habitación sin mirar atrás. Cuando salió por la puerta me di la vuelta y puse mis piernas en alto apoyadas en el cabecero de la cama, estiré mis brazos y solté una carcajada. Era guapísimo, pero solo había sido un “polvo” de una noche, y desde luego para nada aquella inseminación había sido lo traumática que me imaginé que sería en una fría clínica… ¡¿Mira si además había acertado?!