Kanda - Sonia López - E-Book

Kanda E-Book

Sonia López

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Beschreibung

Kanda es una adolescente que siente que no encaja en su entorno que, por algún motivo, es muy diferente de la gente de su pueblo. No sabe que, tras una terrible pérdida, comenzará a descubrir quién y qué es ella realmente. Se dará cuenta de que toda su vida ha sido una gran mentira para protegerla. Pero, ¿por qué? ¿Cuál puede ser la razón para ello? Conocerá a gente que tampoco será quien dice ser, intentarán engañarla…, pero el amor es más fuerte que nada.

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Sonia López

Kanda

1ª edición en formato electrónico: mayo 2023

© Sonia López

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Diseño de cubierta: TastyFrog Studio

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

[email protected]

ISBN: 978-84-126971-8-6

THEMA: FMR 2ADS

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, diálogos, lugares y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor, o bien han sido utilizados en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es mera coincidencia. Las ideas y opiniones vertidas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

Sonia López

Kanda

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 1

No creo que lo que voy a contar a continuación os haya pasado alguna vez.

Mi nombre es Kanda, y este nombre tan especial, que mi abuela siempre dice que significa «poder mágico», me lo puso mi madre cuando yo aún era un bebé. Físicamente soy muy distinta de la gente del lugar donde me he criado: el color de mi piel canela, con un toque bronceado, combina a la perfección con mis peculiares ojos de color amarillo ámbar y con mi larga cabellera negra, que indomable, por más que me peine, siempre queda alborotada.

Lo que más me gusta de mí es el cuerpo. No está nada mal. No es que el resto de mí no me guste, pero a pesar de que no realizo casi ningún deporte, lo tengo bastante musculado. Debe de ser cuestión de la genética. Sin embargo, mi estatura normal no destaca demasiado entre las chicas de mi edad.

Y todas estas características, en especial el color de mis ojos, no se parecen en nada al patrón de ojos azules y cabello rubio castaño con piel blanquecina que en Santerry, el pueblo donde yo vivo, tienen todos sus habitantes. Parecen todos sacados de un molde. Es por eso que mi aspecto no pasa desapercibido entre la gente de este pueblo de clima húmedo, donde suele llover cada día, tal vez para alimentar adecuadamente los enormes abetos del denso y frondoso bosque que nos rodea.

Vivo en una vieja casa muy acogedora con mi abuela Tina.

La abuela ha dedicado su vida a cuidarme, porque siendo yo un bebé, mis padres fallecieron en un trágico accidente.

Se llamaban Susan y Jon. Pero a pesar de que eran los mejores guías forestales que han conocido las tierras de Santerry, un intenso día de tormenta, como pocas veces se ha visto caer en las inmediaciones, llegó por inesperada sorpresa de todos e hizo crecer el río tan rápidamente que los alcanzó a ambos, arrastrándolos corriente abajo.

A pesar de que nunca encontraron sus cuerpos, en su tumba vacía mi abuela y yo siempre les acercamos flores para tal vez consolarnos y para que ella pueda charlar un rato con aquellos féretros sin cuerpos presentes y que le sirva, dicho sea de paso, como un buen ejercicio de desahogo.

Intento ayudar todo lo que puedo a la abuela Tina; está muy mayor y siempre está hablando de su pasado y del que fue su otra mitad: su marido, y su gran amor. Creo que es nostalgia.

Aunque no es que sepa mucho de su pasado, siempre ha sido muy reservada con su vida; supe que mi abuelo, al cual nunca he visto en mi vida, ni siquiera en una triste fotografía, desapareció cuando murieron mis padres.

Nunca habla de él, solo sé que se llamaba Elaya y, tal vez, al no tener fotos que puedan recordarle, tampoco haya nada que pueda dolerle.

No estar con él debe de haber sido su calvario, ya que sabía que se habían amado mucho, y siempre decía que estaban unidos en un solo cuerpo, destinados para ser uno para el otro.

La abuela dice que le está esperando donde se conocieron, pero en verdad, yo creo que se fue para siempre, no sabemos si ha muerto o sigue vivo, ni las autoridades saben nada de él.

Pero a pesar de tantas muertes y desapariciones que han afectado a nuestra familia, nos tenemos la una a la otra, y eso nos mantiene muy unidas.

Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi abuela es sobre cuando yo era una pequeñaja introvertida y traviesa y solíamos hacer pasteles juntas.

Ella me decía:

—Kanda: hecha la harina en el bol.

Y yo fui a abrir la harina y se rompió la bolsa. Fue como un volcán que explosionaba polvo blanco, desparramándola por todo el suelo y en mi cara. Recuerdo que, además, todo mi pelo y mi ropa quedaron completamente impregnados de harina y que miré a la abuela, que intentaba aguantarse la risa, hasta que no pudo más y se echó a reír. La miré y nos reímos juntas.

Aunque yo, no siempre tenía buenos momentos.

A veces, la nostalgia me invadía. Siempre deseé tener algún recuerdo de mis padres. Pero solo tengo una vieja fotografía que mi abuela me regaló con un marco, donde salen los dos juntos riéndose y donde se les ve muy enamorados. Intento no pensar en ello, pero ¿cómo sería si estuvieran vivos? ¿Cómo sería todo? Pero en mis recuerdos no hay nada, ese lugar está vacío.

Pero en esos momentos de bajón, cuando la tristeza se refleja en mi cara, la abuela es mi consuelo. En esos momentos siempre se dirige a la cocina, me prepara una taza de chocolate caliente, se acerca a la mesa, separa el mechón de pelo de mi cara, se sienta frente a mí y me dice:

—No hay días buenos o malos, solo unos que enseñan más que otros, y hay que seguir en cualquier caso. Confía en eso.

Ella es lo único que me queda de mi familia.

Capítulo 2

Otro día más, como tantos últimamente, me desperté sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Desde hace un tiempo suelo tenerlos bastante a menudo, pero no se lo comenté a la abuela; era innecesario preocuparla.

Empapada en sudor había noches que tenía pesadillas tan reales que me dejaban sin apenas energía para levantarme. En esos sueños siempre aparecían una loba blanca, un lobo negro de ojos verdes, el riachuelo del bosque cercano de donde vivo, un lobezno negro correteando a su lado, y, de repente, un gran fuego. En todos ellas, siempre siento el miedo, hay un calor abrasador, aullidos que rompen el silencio de la noche, más lobos corren para ponerse a salvo y justo despierto en ese momento. Nunca consigo ir más allá. Siempre terminan en el mismo punto.

Me levanté de la cama para ir a darme una ducha, convencida de que me sentaría bien. De camino al baño me llevé la mano al labio y noté que me sangraba, y me lamí el dedo, el sabor a sangre recorrió mi garganta. En segundos todo a mi alrededor se oscureció y pude ver al lobezno que salía en mis sueños, pero ya había crecido, ahora era una joven loba; quise acercarme a ella, perojusto en ese momento desapareció, y me encontré otra vez en mi habitación, ¿qué había pasado?

¿Qué era eso que acababa de ocurrir? ¿Cómo lo había hecho? Era como estar en otro lugar diferente, estábamos, ella y yo, en el claro del bosque, allí, una frente a la otra, observándonos; no podía ni explicarme a mí misma qué había sucedido. Fue todo muy raro, y decidí no decírselo a nadie.

En el baño me pasé agua por los labios y me pareció ver un pequeño agujero que se iba cerrando en la comisura del labio, casi como por arte de magia.

Pero... ¿qué fue lo que pasó en aquellos segundos? Intenté cerrar los ojos y pensar en la joven loba, pero esta vez no pasó nada. Di un gran suspiro y me quedé mirándome en el espejo, me hablé a mí misma.

—Tal vez esa ducha me irá genial.

Dejé caer el agua solo un poco, ya que solía salir fría y tardaba en calentarse, me puse debajo, sentí el agua que corría por mi cuerpo; y escuchando el sonido del agua, me quedé un rato así inmóvil para poder despejarme.

Salí del cuarto de baño con la toalla enroscada en el pelo y otra cubriendo mi cuerpo y fui hacia el armario.

Pensé que me iría bien salir un poco de casa e ir a unos de mis sitios favoritos, así que me puse mis tejanos negros con la sudadera rosa.

Pasé primero por la cocina donde la abuela me estaba preparando unas tostadas y un café.

—¡Hum!, qué bien huele, abuela.

Eso me hizo despertar del todo, le di un beso y me fui hacia el bosque.

En cierta manera, una parte del bosque siempre la he considerado mi refugio, un sitio donde poder evadirme del mundo, en donde me siento yo misma, la conexión con el bosque, la tierra bajo mis pies descalzos, el cosquilleo de la hierba entre mis dedos, es genial.

No muy lejos de mi casa, adentrándose un poco en el bosque, hay un antiguo sauce llorón; le llaman así porque sus hojas parecen cortinas que caen en forma de lágrima.

Dicen que lleva allí tantos años como la tierra, bajo su tronco robusto suelo estirarme en la tierra con los brazos cruzados bajo la cabeza mirando el cielo azul, y las nubes que forman extrañas figuras.

Suena alegre el canto de los pájaros, incluso me parece que estén tarareando una nana y entre bostezos, al no haber dormido bien esa noche, me quedé dormida bajo el sauce.

Comencé a soñar de nuevo con la loba blanca del incendio, la que aparece también en mis sueños. Ella me miraba con ojos dulces. Era como si quisiera hablarme, como si me conociera. No puedo apartar mis ojos de ella, no le temo, y ella, parece que a mí tampoco. De repente me invade un sentimiento extraño, pero que me hace sentir bien. Es algo que tal vez ya había sentido antes, sea lo que sea, me gusta, quiero estar más rato con la loba, sé que intenta decirme algo, lo veo en sus ojos y…

Escuché una voz.

—Kanda, Kanda… ¿Dónde estás? ¡Contéstame, Kanda!

—¿Janet? —me pregunté en voz alta.

Esa voz parecía la de Janet, mi mejor amiga y lo más parecido a una hermana que tenía, cuya presencia siempre estaba en los buenos y malos momentos. ¿Había sido un sueño? Parecía no ser más que eso.

—¡Eh, Janet, ya voy, estoy aquí! —dije casi como ignorando lo que me había parecido ser ficción y comprobando con mis propios ojos que verdaderamente me estaba observando.

Janet es mayor que yo. Ella es guapísima, sus ojos azules parecen el mismo cielo, su pelo no es muy largo, pero es liso y rubio, es de buena familia. Ese estatus social a ella no se le ha subido a la cabeza. Todo lo contrario: trabaja para pagar sus caprichos. No quiere que nadie la mantenga y piensa firmemente que no quiere parecerse a sus padres, que el dinero les distancia y que poseer más fortuna que otros, no te hace superior ni diferente a nadie.

Me dirigí hacia donde se encontraba. Al verla, pude observar que tenía los brazos cruzados, se resoplaba su flequillo rubio, tal y como siempre solía hacer cuando se enfadaba.

—K… ¿Qué haces aquí otra vez? No sé cómo te las apañas, pero siempre te escapas de las tareas del instituto.

Ella suele llamarme K porque de pequeña le costaba pronunciar mi nombre y dependiendo de cómo le apetezca en cada preciso momento, me llama K o Kanda.

—No es verdad, Janet, no es cierto… no sabía que había tareas para hacer —le respondí guiñándole con un ojo y sacándole la lengua en forma burlona.

Entre cómplices miradas, ambas nos dirigimos a mi casa para hacer unos ejercicios del instituto que nos faltaban para la clase de Historia, no sin antes recoger unas provisiones en la cocina para poder aguantar el desgaste que eso suponía. Cogimos una bolsa de palomitas, unos sándwiches de crema de cacahuete y fuimos a mi habitación mientras la abuela estaba en el comedor viendo un programa que daban en la televisión.

Capítulo 3

Algunas veces cuando salía de casa para ir al instituto, solía pararme a desayunar en la cafetería Ross; en sus paredes había unos cuadros antiguos de lo que había sido nuestro pueblo hace muchos años atrás.

De su techo colgaban unas lámparas de cuerdas entrelazadas, como cuando la araña tejé su tela, que desprendían una luz cálida muy agradable.

Su dueño, el señor Enderson, hacía el mejor café de todo el pueblo. Solo su aroma despertaba todos los sentidos. Él era como un tío para mí, siempre preguntaba por la abuela y cómo iba todo por casa, era un buen hombre.

Mientras pedía un café, me senté en una de las mesas que daba a la calle, inmersa en mis pensamientos y la mirada fija en mi propio reflejo en el cristal. Volvieron a mi mente los sueños de la noche anterior que tanto se repetían incansablemente y empecé a preguntarme si había algún tipo de conexión conmigo. ¿Por qué siempre eran lobos? ¿Por qué no cebras, gatos…? ¿Por qué lobos?

Cuando de repente, unos labios se posaron a la altura de los míos simulando un beso que solo el cristal separaba.

—¡Dylan!

Sobresaltada, tiré hacia atrás la silla, y esta se inclinó, sintiendo el duro golpe en mi espalda y el frío suelo. Escuché como entraba en la cafetería.

Cada vez que alguien abría y cerraba la puerta sonaban unas campanitas que colgaban detrás de la misma. Seguidamente, escuché unos pasos dirigirse hacia donde yo estaba, y vi a Dylan que se abalanzó sobre mí con cara de asustado.

—Perdón, perdón, no era mi intención, no quería asustarte, pensé que me estabas mirando, ¿te hecho daño, Kanda?

—¡Oye, qué te pasa a ti, te falta algún tornillo en esa cabeza hueca! ¿Qué te hecho yo? Me has dado un susto de muerte me podía… me podía… —Estaba tan furiosa que no conseguía que me salieran las palabras de mi boca—. Bueno, déjalo, es hablar con alguien que se salta todas las normas del instituto y solo se preocupa por sí mismo.

—¡Eh, pequeña salvaje, cuidado con lo que dices, solo me preocupaba por ti!

—¡No voy a molestarme en hablar contigo, Dylan!

Él cogió una servilleta y la llevó con cuidado a mis labios y limpió un poco de sangre que caía del labio, pues no debí darme cuenta, pero seguro que me mordí al caerme. De un arrebato le quité la servilleta de sus manos y la apreté yo misma.

El corazón se me había acelerado, claro, este tío me saca de mis casillas.

Dylan, al ver mi comportamiento, se encogió de hombros, se giró hacia la salida y me dijo:

—Nos vemos en el instituto, pequeña salvaje.

—¡Dylan: me llamo Kanda!

Me miró antes de salir.

—De acuerdo: Kanda.

Cuando hube asimilado todo aquello, miré el reloj: «¡Ay, córcholis, llego tarde al instituto!».

Me dirigía hacia fuera despidiéndome del señor Enderson, que me saludó con la mano.

Tengo una bici que suelo coger para moverme por el pueblo, mientras los del instituto llegan con sus coches o motos. A ver quién tiene el mejor coche o moto, cuanto más caro, más popular es en el instituto.

«¡Vaya, llego tarde a clase, y es por culpa de ese engreído», iba pensando mientras le ponía el candado a la bici.

Escuché la voz de Janet que se acercaba corriendo hacia mí, me cogió del brazo tirando de él para ir más rápido.

—¡Venga, K, llegas tarde a clase! ¿Cómo es que vienes tan tarde?

—Bueno, yo…

No sabía si decirle lo que había pasado, de momento esperaría; ya se lo diría más tarde.

Capítulo 4

Janet y yo estábamos en clase de Química. Desde luego, a mí no se me daba nada bien esa asignatura y como si no tuviera bastante de cómo había comenzado el día, al profesor, no se le ocurrió nada más brillante que hacer un examen sorpresa. Teníamos de hacer una fórmula que nos exponía en la pizarra y nosotros convertirla en líquido.

Con mucho cuidado, iba añadiendo con un gotero, la fórmula a la probeta, añadiendo lentamente nitrógeno; ahí tenía que tener especial cuidado. Justo en ese preciso momento, entró Dylan, con su escolta personal que se llamaba Claris; una chica un tanto estirada y de buena familia, pero demasiado engreída. Por su forma de ser, tenía muy claro que nunca podría tenerla como amiga. Era demasiado antipática. Cuando pasó junto a mí y a la altura de mis hombros, giró la cabeza con la mirada altiva chuleando estúpidamente de su pelo rubio y sus rizos. Creo que me repasó de arriba abajo.

«Vaya, ¿qué bicho le ha picado a esta?», me pregunté, sin importarme absolutamente nada la respuesta a mi propia pregunta.

No me di cuenta de que seguía con el gotero de nitrógeno en la mano. Me había desconcentrado totalmente.

De repente, comenzó a salir demasiado humo de la probeta.

Seguidamente escuché al profesor chillar:

—¡Fuera todos, fuera de la clase, venga!

«¡Ay, córcholis! ¿Qué había hecho?». Salimos todos de la clase y se escuchó una pequeña explosión.

El profesor dio por finalizada la clase, no sin antes dirigirse a mí para darme un pequeño sermón.

Antes que pudiera irme, se acercó Dylan con Claris y otras chicas. Dylan se paró, me miró y movió la cabeza de un lado a otro, e hizo un pequeño chasquido con la boca.

—¿Qué? ¿Ahora qué quieres, Dylan?

Levantó su mano despidiéndose, y tras él, todas aquellas chicas que parecían abejas acudiendo a la miel. A todas ellas les parecía tan guapo y les encantaba ese rollito de malo malote que tenía el mozo… y a mí, que me importaba bien poco, me daba absolutamente igual… «Como si quiere ser el villano de la película; ya he tenido bastante por hoy».

Comencé a caminar por el pasillo del instituto después de escuchar la charla del profesor, en la que me dijo que tenía que ir con mucho cuidado, que podría ser peligroso para todos, que si no ponía más atención incluso podía salir alguien herido o incluso yo misma. Tenía toda la razón: tenía que prestar más atención con las fórmulas, y en ese momento dio por terminada la charla, ya que le había llamado el director por megafonía.

Unos pasos más adelante del pasillo del instituto estaba Janet apoyada en la pared al lado de las taquillas, seguro que sería para troncharse de risa y recordarme lo desastre que era y lo que había pasado en clase de Química.

—Venga K, ¿en serio? Casi hechas por los aires la clase de Química; sé que no se te da bien, pero en serio, explosionar la clase… ¡Ay, pequeña delincuente! No te creía capaz. —Y se echó a reír sin parar. Cuando por fin fue capaz de respirar, me pregunto—: ¿Qué es lo que te pasó?, porque algo pasó, te conozco muy bien, K.

Cerré los ojos y di un suspiro… No tenía muchas ganas de explicarle mi accidente con Dylan, ya que a ella también le parecía muy guapo.

—Janet, es que algo me distrajo, y cayeron unas gotas más de la cuenta en la probeta…

Ella levantó la ceja y me miró. Sabía que algo le escondía, pero respetaba mi silencio.

Pasaron unos cuantos días antes de que los del instituto olvidaran el accidente de la clase de Química. Lo que fue una pequeña explosión, los pobres insensatos que no estaban presentes y que oían los comentarios de boca en boca, llegaron a comentar que la clase había saltado por los aires, que todo estaba lleno de cristales y estaba hecha un desastre y que había heridos. ¿Heridos? Vaya… Cómo inventa la gente… Creo que se aburren bastante.

Quedé con Janet que al salir del instituto iríamos a la cafetería Ross a por unos bollitos de azúcar. Dejé la bici con el candado en el instituto, y nos fuimos con el coche de Janet, un Escarabajo rojo de segunda mano. Y luego ella me traería de vuelta al instituto para que pudiera recoger la bici.

Pasamos toda la tarde riéndonos en la cafetería y comiendo unos cuantos bollitos, mientras recordábamos lo que había pasado en clase de Química y de las caras que se les quedaron a mis compañeros cuando corrían por los pasillos por una pequeña explosión donde solo se rompió la probeta. Sin darnos cuenta se nos hizo tarde y ya teníamos que volver a casa.

Nos despedimos del señor Enderson y nos dirigimos de vuelta al instituto, donde estaba la bici aparcada. Cuando llegamos, me despedí de Janet, no sin antes decirme que fuera con cuidado.

Capítulo 5

No me di cuenta de lo tarde que se me había hecho. Tenía que regresar a casa, ya que la abuela, a esas horas, con toda seguridad, estaría preocupada. De repente, volví a sentir cómo me ardía la sangre, las sienes comenzaban a palpitar con tanta fuerza que me sentía aturdida. Escuché algo a lo lejos, unas pisadas que parecían no ser humanas. Intenté mirar de dónde venían, se escuchaban lejos, y estaba convencida de que venían del bosque.

Me sentía muy mareada. Mis ojos se iban adaptando como un animal a la oscuridad del bosque. ¿Era eso posible? ¿Se podía ver y escuchar a tanta distancia?

No, no lo creo, no era posible… Me pareció ver unos ojos brillar, eran de un animal y a su alrededor más ojos que brillaban, ¿qué era eso? Creo que algo en la cafetería me había sentado mal.

El olor a tierra mojada, a musgo, venía de aquellos animales. ¿Por qué me resultaba conocida?

Cada vez sentía que la sangre me ardía más… me tambaleaba… iba a perder el sentido en cualquier momento. Me dejé caer al suelo, cuando escuché unos pasos que se iban acercando y vi unos zapatos negros cuya presencia no hizo más que aumentar mi confusión. Cerré los ojos, volví a abrirlos, y sentí cómo me alzaban unos brazos. Entonces, en ese preciso instante, perdí el conocimiento.

No sé cuánto tiempo me quedé inconsciente, pero cuando abrí los ojos, mi visión era bastante borrosa y estaba totalmente confundida. ¿Dónde estaba?

No fue hasta pasado unos minutos, cuando me di cuenta de que estaba tumbada en un sofá, tapada con una manta, y pude ver un gran espacio parecido a un almacén, que lo habían convertido en un bonito loft con pocos muebles y cuya decoración era más bien un poco fría para mi gusto. Me preguntaba quién vivía ahí y qué demonios había ocurrido. De repente, escuché pasos venir hacia mí; cerré los ojos e intenté prestar atención para averiguar si sabía quién era o tener alguna pista adicional de dónde estaba. Pero no escuchaba nada, entreabrí los ojos y vi a... ¿Dylan?

Él corazón comenzó a latir tan fuerte y rápido que pensé que él lo escucharía. Intenté recordar qué me había pasado, pero solo veía ojos que brillaban en la oscuridad y un fuerte dolor de cabeza que me producía cada vez que intentaba recordar lo que había pasado. Me dormí otra vez, estaba demasiado confundida y agotada.

Al despertar la segunda vez, vi a Dylan de espaldas. Llevaba una camiseta de tirantes, y no pude evitar mirar aquellos brazos, cuyos musculados bíceps, se le marcaban en cada movimiento.

¿Cuándo le habían crecido tanto los músculos? Era bastante alto, y la verdad es que nunca me había fijado antes en su cuerpo. Podían marcase sus abdominales tras la camiseta, tenía puestos unos pantalones que dejaban al descubierto su dorso hasta donde llega la imaginación; él se había girado y yo lo estaba mirando embobada, no me di cuenta hasta que me dijo:

—Pequeña salvaje, ya te has despertado.

Sus ojos me miraban, y me fijé en el color de sus ojos, tan azules como un iceberg, cuyo esplendor era tal que me costaba apartarle la mirada. Su pelo era castaño, la parte de arriba lo tenía más largo y le caía hacia un lado de la cara tapándole la mitad y él lo apartaba pasando sus dedos hacia atrás.

Me sonrojé y miré hacia el suelo, no sabía qué decirle, y volvían las pulsaciones a disparase. ¿Cómo puede ser? Es Dylan el idiota, el engreído.

Pero me gustase o no, aparentemente, yo estaba en su casa. Suponía que, al encontrarme tirada en el suelo, me habría traído y cuidado de mí.

—Hola, Dylan, ¿qué ha pasado?

—Kanda, eso te iba a preguntar yo.

—Estábamos en la cafetería y Janet me llevó al instituto para que yo pudiera recoger la bicicleta, y luego se fue a casa, pero me comencé a sentir mal… creo que perdí el conocimiento, pero antes recuerdo escuchar unos pasos y unos brazos alzarme.

Estaba segura de que fue él quien me recogió del suelo, seguro que fue él, claro, pero desde luego que no le iba a contar lo poco que recordaba, era Dylan… Me tomaría por loca.

—Kanda, no sé qué te pasó, te encontramos Claris y yo delirando en el parquin de la escuela y estabas ardiendo, así que decidí traerte a mi casa.

—Dylan… ¿y Claris?

—Kanda, no te preocupes, ella se marchó.

—Dylan, debería irme a casa —le respondí agradecida—. Es evidente que no te lo voy a agradecer de ninguna otra forma, no soy de la clase de chicas con las que tú te rodeas.

—Pequeña salvaje, tú ni siquiera eres mi tipo, nunca me fijaría en alguien como tú, pero veo que has dado por sentado que yo... Oh, no… me estoy imaginando lo que estás pensando; siento decepcionarte, no eres la clase de chica con la que me iría a la cama.

—Dylan, eres incorregible, no hacía falta que me dieras tantas explicaciones, con un… no eres mi tipo, me bastaba. Para tu información, yo tampoco me acostaría con un chulito que se cree el centro de atención de todas las miradas, tampoco eres precisamente mi tipo, ¡créeme, que tampoco me acostaría con un tío como tú! —Me levanté del sofá con un gesto altivo, me di la vueltadándole la espalda, y le dije—: Gracias por todo y adiós —zanjé tajantemente aquella conversación mientras me dirigía a lo que parecía la salida.

—Espera, Kanda, si quieres te puedo acercar a casa ya que se ha hecho muy tarde y puedes encontrarte tipos como yo, y ellos seguramente sí querrían jugar un rato contigo —me respondió mientras me miraba sonriendo.

Me quedé quieta, pensando qué decir, la verdad era muy tarde, estaba cansada y quería regresar a casa.

—Bueno, está bien, Dylan, la verdad es que me siento cansada y mi abuela debe estar preocupada, te lo agradezco.

Así que Dylan cogió su casco, me acercó otro a mí, junto con una chaqueta de moto que me venía grande y pesada.

—Kanda, ponte el casco y la chaqueta, aunque pareces un pingüino, te protegerá del frío de la noche.

—Está bien, Dylan este pingüino se quiere ir a casa.

Y fuimos a buscar la moto que, para mi asombro, estaba cerca de donde nos encontrábamos, del comedor; era un espacio tan abierto que le servía de garaje.

Subí detrás de él, pero no me cogí de su cintura, aunque él me había advertido que me agarrara fuerte a él.

«Sí, claro, ni soñando», pensé.

Al arrancar su moto, aceleró con tanta fuerza que las manos fueron a su cintura como un imán y sin querer me agarré tan fuerte como pude, y vi por el espejo de la moto sonreír a Dylan.

¡Será engreído!

Al fin llegué a casa. Al bajar de la moto me temblaban las piernas, no sé si del frío que hacía o simplemente de haber estado tan pegada a él. Al bajar de ella, le acerqué el casco de la moto y la chaqueta esperando que no se diese cuenta de que estaba temblando como una hoja.

—Quédatela, así tendrás otra excusa para verme y estar de nuevo en mi casa conmigo.

Y se fue por la carretera tan rápidamente como llegamos. Miré en su dirección y le chillé:

—¡Dylan: eres incorregible, ni en sueños!

No sé si llegó a escucharme con el ruido de la moto.

Capítulo 6

Ya habían pasado un par de meses desde lo sucedido en el parquin del instituto, y de que Dylan me llevara a su casa. A Dylan solo lo veía de lejos últimamente, no coincidíamos mucho.

Le dejé la chaqueta en una bolsa donde solía sentarse en clase, él la cogió, me miró, se dirigió hacia mí y me dijo:

—¿Es que me tienes miedo, Kanda?

Lo miré arqueando la ceja hacia arriba y le contesté con mucha firmeza:

—Claro que no, no soy ninguna caperucita, Dylan.

—Pero, yo sí soy un lobo, Kanda. —Y se fue a sentar a su sitio en clase, sin decir nadas más.

Cuando salí del instituto me dirigí a casa, por si la abuela necesitaba algo.

—¡Abuela, ya estoy en casa! —grité enérgicamente sin recibir respuesta alguna—. Parece que la abuela no está. Seguro que habría ido al cementerio —me dije a mí misma, como siempre solía hacer cuando me encontraba sola, y en esas situaciones siempre me hablaba en voz alta.

Subí a mi habitación, tenía en mi cabeza la imagen de Dylan, comencé a sentir que me faltaba el aire, ese chico me ponía nerviosa. En todo el día no me sentí muy bien y solo faltaba que ese niñato entrara en mi cabeza, y por si no fuera suficiente, creía que estaba enfermando. Se avecinaba un buen resfriado, y para despejar mi mente un poco, decidí salir a dar un paseo.

Mientras caminaba por las calles mirando los escaparates de las tiendas, comencé a sentir que las sienes golpeaban otra vez en mi cabeza.

Después de un largo paseo decidí regresar a casa, con la intención de tomarme un chocolate caliente, una aspirina y, con un poco de suerte, quedarme dormida, pero al ir caminado por las calles al pasar por uno de sus callejones, algo captó mi atención; vi a un grupo de chicos armando un poco de escándalo mientras gritaban exaltados:

—¡Venga, venga, enseña esos dientes!

Había un animal y lo estaban incordiando con un palo. Me acerqué al lugar y fue entonces cuando vi aquella pobre perra delgada agachando su cabeza y con su cola entre las piernas mientras estaba temblando con auténtico pavor. Sin pensarlo ni un segundo, corrí hacia ellos aun sabiendo que era un grupo de cuatro y comencé a chillarles frenéticamente.

—¡Qué hacéis, animales! ¡Dejadla en paz! ¡Dejadla!

Ellos se giraron hacia mí, señalándome con el palo e hicieron un gesto advirtiéndome que me largase de allí.

Uno de ellos me miró con cara desafiante y me dijo:

—Fuera de aquí, solo estamos jugando, ¿o tal vez prefieres que juguemos contigo?

—¿Esto… esto os parece un juego? Estáis haciéndole daño y asustando a ese animal. ¡Malditos idiotas!

—¡Eh, rarita, solo queremos ver sus colmillos y si sabes lo que te conviene, lárgate de aquí!

De repente apreté los puños con tanta fuerza, que pensé que me iban a sangrar.

—Dejadla, si no os juro que…

Uno de ellos de repente se lanzó sobre mí con el palo para golpearme con todas sus fuerzas. Instintivamente, crucé los brazos parando el golpe, como si fuera un escudo, escuché quebrase algo, pensé que me había roto el brazo por el terrible impacto, pero me sorprendí enormemente cuando miré al palo y pude comprobar que lo único que se había roto era esa estaca de madera, sin que yo sufriese un solo rasguño. El enorme palo, increíblemente, ahora estaba partido en dos. Noté que todo mi cuerpo me ardía, sentía una quemazón recorrer toda mi sangre y me daba vueltas la cabeza, y por un momento me pareció no escuchar nada.

Cuando estaba recobrando la normalidad, vi correr a los chicos, uno de ellos me dejo la evidencia de que se había meado en los pantalones. El meón, era justamente el mismo que intentó golpearme con el palo… Estaban tan asustados… que no dejé pasar la oportunidad para comprobar que era lo que había causado su repentina reacción; miré a mi alrededor por si me había perdido algo.

Pero no vi nada. En aquel lugar solo quedábamos yo y la pobre perra que también, sorprendentemente, me miró, se agachó y se puso en el suelo boca arriba.

—Vaya, quieres que te rasque la barriga… no temas, ahora ya estás a salvo, pequeña. Ya puedes irte, ahora ya nadie te hará daño.

Se levantó acercándose hacia mí, buscó mi mano con su hocico y la levantó para que la acariciase.

Esa pequeña delgaducha perra parecía una loba, ¿sería alguna raza husky? Era diferente de los otros perros que había visto, tenía un ojo de cada color, uno era de color azul y el otro de color avellana, tenía una cara muy bonita y la mirada muy tierna.

—Ey, enana, tienes de ser fuerte… Vete y regresa con tus dueños. Seguro que te estarán buscando.

Y comencé a caminar de regreso a casa, me giré y ella estaba detrás de mí siguiéndome, me paré y le dije:

—Lo siento, no puedes venir conmigo, la abuela Tina no sé si te dejaría quedar.

Ella me miró inclinando la cabeza; pero no pude resistirme a aquella pequeña que me había robado el corazón. Estaba tan indefensa y delgaducha que la cogí en brazos y la llevé a mi casa, sin pensar siquiera que mi abuela la aceptase o no.

Capítulo 7

Cuando estaba cerca de casa, vi a la abuela que miraba tras la ventana. Yo tenía la perra en brazos y corrió a abrir la puerta para que pudiera pasar.

La abuela fue a buscar unas mantas, las acomodó en el suelo al lado de la chimenea y puso un recipiente con agua limpia.

—Kanda, ¿qué es lo que ha pasado?

Dejé con mucho cuidado a la perra en las mantas que había puesto, y nos sentamos en el sofá. Le expliqué a la abuela lo que ocurrió con la perra y obvié, claro, lo del dolor de cabeza, eso solo le habría preocupado más.

—¿Y qué les hizo correr a esos chicos? —me preguntó intrigada.

—Abuela, eso no lo tengo muy claro; fuese lo que fuese, nos ayudó en ese momento.

Se levantó del sofá, me miró y señaló a la perra.

—Kanda, voy a la cocina a hacer la cena y prepararé unos trozos de carne para la perra. Por cierto, Kanda, ¿cómo la llamarás?

—Nala. La llamaré Nala.

Ella, al decir ese nombre, se giró y me miró.

—Parece que a ella también le ha gustado el nombre.

Ayudé a preparar la mesa, y la abuela le puso en un plato un poco de carne, que al dejarla junto la Nala, esta se despertó con el olor que desprendía esa deliciosa carne.

Intentó acercarse al plato, lo olfateó primero y después intentó comer, pero estaba muy débil, más incluso que cuando la vi enfrentarse a esos chicos. Supongo que gastó todas las fuerzas que le quedaban y ahora no podía más. Me levanté y me senté junto a ella, cogí un trozo de su carne y se lo acerqué a su hocico, pero no conseguía que comiera.

—Nala, venga, ahora estás a salvo, la abuela y yo cuidaremos de ti, pero ahora no dejes de comer. Haz un pequeño esfuerzo más, por favor...

Pero a Nala se la veía débil.

La abuela cogió un trozo de carne, se la puso en la boca, comenzó a masticarla y luego se la puso en la mano, y se la acercó al hocico de la perra, ella lamió su mano y fue solo entonces cuando comenzó a comer.

—Abuela, ¿cómo sabías que iba a comer de tu mano?