4,49 €
Luego de exponer sobre los elementos estructurales de la Cultura Occidental y de establecer sus diferencias más notorias con Oriente y la India, Bastons nos invita a adentrarnos en el conocimiento del Señor Krishna. Para sus devotos, Krishna es tanto un avatar de Vishnu (la divinidad encargada de sostener el cosmos), como la Suprema Personalidad de Dios. No obstante, Krishna también es el primo, el amigo y el gurú de Arjuna, el personaje coprotagónico del Bhagavad Guita (texto considerado como el Nuevo Testamento hindú), en el cual le explica los distintos senderos por los cuales la humanidad puede religarse con Dios. El autor no solo nos habla aquí de los diversos registros históricos y religiosos que dan cuenta de la existencia y divinidad de Krishna, sino que también nos acerca las enseñanzas del "disipador de las tinieblas". Para ello, Bastons se basa en sus propios estudios e indagaciones, a las que suma los comentarios de notables referentes de la India, tales como: Mahatma Gandhi, Paramahansa Yogananda, Srila Prabhupada, Ramakrishna, Vivekananda, Abhedananda, Sai Baba, Krishnamurti, Hariharananda, Deepak Chopra y Amartya Sen, entre otros. Escrita en un tono didáctico y lenguaje ameno, la obra bucea tanto en el conocimiento de la luminosa vida y enseñanzas del Señor Krishna, como en el riquísimo legado espiritual y cultural de la India.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 236
Veröffentlichungsjahr: 2025
JORGE LUIS BASTONS
Bastons, Jorge Luis Krishna : el disipador de las tinieblas / Jorge Luis Bastons. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6670-6
1. Narrativa. I. Título.CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Agradecimientos
Prólogo
¡Advertencia a los lectores!
I - De cómo surgió este libro
II - Oriente y Occidente
III - La India, el país de los enamorados de Dios
IV - Breve introducción al hinduismo (Sanatana Dharma)
V - El Mahabarata y la Bhagavad Guita
VI - Vida de Krishna
VII - Enseñanzas de Krishna
Bibliografía
Sitios web, podcasts, Instagram y YouTube
Dedicado a la memoria de mi madre, Lyda Beatriz Guerra, que me enseñó la importancia de amar a Dios y a todas sus obras y criaturas, con independencia de sus formas, manifestaciones y aspectos.
Desde luego los libros no se escriben solos y por más que sea uno quien se sienta a tipear en la laptop, de una u otra forma todo lo que allí plasmamos no solo es el fruto de nuestro esfuerzo, sino también del de muchos otros que con amorosa dedicación, se encargaron en nuestra etapa formativa de transmitirnos sus conocimientos y experiencias. Por ende, agradezco a ese selecto grupo de docentes comprometidos con su tarea, así como a mi familia.
Por supuesto, merece un párrafo aparte el generoso prólogo realizado por el Dr. Ramiro Guerra, quien ha sabido captar y poner en bellas palabras la quintaesencia de la obra, así como mi ánimo al escribirla.
Muestras de gratitud que naturalmente hago extensivas a todo el equipo de la editorial “Autores de Argentina” por su destacada labor.
Mi buen amigo Jorge Luis Bastons es el autor de este conciso, profundo y encantador estudio sobre Bhagavan Krishna, su vida y sus enseñanzas.
Imagino que la grata tarea de darme a prologar este libro implica cierto dejo de inocencia de parte de Jorge, no obstante, confío haberla llevado adelante con la brevedad, justicia y sinceridad que todo lector espera de un buen prólogo. Más aún cuando conozco al autor de toda la vida, lo que por cierto no sucede en otros tantos casos en los que el prologuista y el prologado apenas se conocen de mentas o por haber conversado en alguna que otra conferencia o congreso de su especialidad.
Sobre la extensa y exitosa hoja de ruta profesional y académica del Dr. Bastons doy por sentado que será mencionada por aquí o por allá, por ende, me limitaré a hacer foco en el libro que es para lo que fui gentilmente invitado. Y lo primero que me viene a la mente es que estamos aquí ante una obra que habla mucho más que del Señor Krishna. Porque a decir verdad estamos ante un estudio multifacético sobre la India, su cultura y su religión ancestral, que haciendo hincapié en la figura del Disipador de las Tinieblas, principia por desmenuzar el concepto de Occidente y por explicar con lujo de detalles los componentes históricos que lo conforman. Para acto seguido indagar acerca de lo que era y lo que representa hoy día el concepto de Oriente, así como sobre los mitos y realidades de la antigua India y de los indiscutibles progresos y asimetrías de la India actual.
Es más, de hecho confieso que al leer la obra le sugerí a Jorge que cambiara el título de su estudio y pusiera uno más abarcativo, y que por tanto diera cuenta y expresara mejor todas esas otras cuestiones, aspectos y matices que tan bien expone sobre la India, su sociedad, tradiciones y costumbres milenarias, entremezcladas con datos superactuales y sumamente variados, que van desde la conformación de su estructura económica productiva, el envío de un cohete tripulado a la luna, hasta la cantidad de ojivas nucleares del impresionante arsenal indio.
Apenas comenzada la lectura de la obra ya se puede apreciar el enorme trabajo de recolección de datos y opiniones de una pluralidad de importantes monjes, gurúes y destacados referentes indios, tales como: Ramakrishna, Gandhi, Yogananda, Sai Baba, Srila Prabhupada, Vivekananda, Deepak Chopra y Amartya Sen, entre otros, que sin lugar a duda enriquecen la obra con sus pareceres, tanto sobre cuestiones religiosas como sobre varias de las más importantes temáticas político-culturales de la India.
Por otra parte, me sorprendió muchísimo enterarme de que toda mi vida estuve equivocado respecto del carácter politeísta del hinduismo, ya que a decir verdad y como bien lo explica el amigo Bastons, a ciencia cierta no lo es. Y lo mismo me ha pasado al saber que la India ya no se llama así, sino Bharat. Otra cosa que me impactó positivamente fue que la obra cuenta con una enorme cantidad de notas a pie de página, y si bien el autor se ha encargado de alertarnos sobre el aburrimiento que estas pueden provocar cuando se las lee en exceso, para los lectores más curiosos son una fuente extraordinaria de conocimientos que incrementan notoriamente la valía general del libro.
Pero a no confundirse con toda esta alharaca previa que acabo de realizar sobre todas esas otras cosas que bellamente adornan este sabio y entretenido libro, puesto que el autor ha sabido narrar con acierto sobre la vida histórica, la vida literaria y la eterna presencia espiritual del Señor Krishna y sus celestiales enseñanzas. Para quienes aún no sepan nada de Krishna, es preciso tener presente que Él es el octavo avatar de Vishnu (el deva preservador del universo) y es también el propio Ser Supremo, tangible y manifiesto para millones de Vaishnavas (nombre con el cual se designa a sus fieles devotos).
Para hablarnos de Bhagavan Krishna, el autor nos resume la trama central del Mahabarata, incursiona en el tratamiento de las grandes enseñanzas de la Bhagavad Guita y nos narra algunas de las más tiernas e instructivas anécdotas de Krishna, extraídas del Srimad Bhagavatam, lo cual implica un trabajo enorme de su parte, que indudablemente merece ser destacado.
Además, en el último capítulo de este jugoso libro, Bastons nos regala una nutrida colección de frases célebres del Señor Krishna provenientes de distintas ediciones y traducciones de la Bhagavad Guita, para que cada uno se adentre sin miedo y sin intermediarios en el conocimiento del llamado “Nuevo Testamento” hindú.
Pero hay otra perlita que no puedo ni quiero dejar de mencionar, y es que el autor ha relacionado diversas frases y observaciones de Bhagavan Krishna con las propias enseñanzas de Jesucristo, a los fines de mostrarnos que las verdades esenciales trascienden el tiempo, las geografías, e incluso hasta a los propios protagonistas que nos las legaron.
Ya conjeturando, y en particular porque creo conocer cómo suele funcionar la mente de mi querido amigo, el hecho de que la obra conste de un total de siete capítulos me lleva a sospechar que quizá eso no se deba a una mera casualidad, sino a que Jorge haya buscado aludir a los siete chacras del cuerpo humano. Es decir, a esos siete centros energéticos que todos poseemos, que van desde el coxis hasta la coronilla, y que son tan importantes en la práctica de la meditación y del Hatha-Yoga. Con lo cual, de ser cierta mi sospecha, el autor nos estaría proponiendo un viaje hacia la evolución espiritual, que surgiría de la propia lectura ordenada y secuencial de los siete capítulos que componen este nectarino libro sobre la India, Krishna y sus trascendentales enseñanzas y recomendaciones.
Finalmente, y a resultas de todo lo expuesto, creo firmemente que la obra convocante expresa los altos ideales del Yoga: esa bella idea del Uno presente en todos y en todo, así como de la necesidad de que la humanidad vuelva a religarse pacífica y amorosamente consigo misma y con el Ser Supremo, quien, para varios millones de hinduistas no es otro que Bhagavan Krishna.
Ramiro Guerra
El presente libro está concebido para ser disfrutado y no sufrido, por lo tanto, hemos alivianado su redacción ¡mas no así su profundidad! para facilitar su lectura por los más diversos públicos.
En dicha inteligencia, ponemos de relieve que la gran cantidad de notas a pie de página expuestas a lo largo de la obra, tienen por objeto ampliar lo dicho en el cuerpo principal del texto. Y si bien es cierto que dichas notas suelen ser de gran valía, también lo es que utilizadas en exceso pueden convertirse en un verdadero tedio. Por ende, recomendamos no detenerse en ellas, salvo que exista un interés especial por indagar más a fondo sobre lo descrito en el cuerpo principal.
En síntesis, las notas a pie de página son un plus, un aditamento, pero más de orden académico que recreativo, sugiriéndoles por tanto a quienes gusten una lectura más ligera y entretenida, no detenerse en ellas.
¡Sé un guerrero y mata al deseo, poderoso enemigo del alma!
Bhagavan Krishna
Este libro es el fruto involuntario y feliz de los cursos universitarios que he dictado en materia de Derecho Público de la República Argentina a lo largo de los años. Desde luego, lo dicho podrá sonar exótico, y seguramente lo sea. Pero como año tras año notaba que la mayor parte del alumnado llegaba a mis clases con una manifiesta ausencia de conocimientos sobre la Cultura y la Historia de Occidente, decidí ampliar considerablemente el tratamiento de los contenidos introductorios para fijarlos definitivamente y así construir una base sólida de conocimientos sobre la cual poder desarrollar los contenidos específicos de las materias a mi cargo. Y si el alumnado universitario de Ciencias Jurídicas y Sociales ya sabía poco de Historia Occidental, su desconocimiento de Oriente invitaba al llanto y al desasosiego. Por tales razones, al estudio de la “Relación Sociedad-Estado” en Occidente, comencé a sumarle aspectos, matices y pinceladas de diversas realidades del Cercano y del Lejano Oriente.
Embarcado en esa aventura y envalentonado por la buena recepción del alumnado, para profundizar aquellos contenidos que entendía importantes pero que por su extensión no podía abordar debidamente en clase, comencé a escribir pequeñas biografías de personalidades tan fundamentales como: Sócrates, Alejandro Magno, Benjamín Franklin, Napoleón Bonaparte, Lawrence de Arabia, Rosa Parks, el Papa Francisco y Greta Thunberg. Y así lo hice porque considero mucho más sencillo y ameno ir completando el inmenso puzzle histórico a través del conocimiento biográfico de sus grandes protagonistas, ya que de esa forma los diversos hechos, ideas, personas y personajes de distintos tiempos y geografías se van integrando en nuestra cabeza casi sin darnos cuenta. Además, a esos breves estudios les fui agregando una buena cantidad de frases célebres de cada uno de los biografiados, a los fines de poner de relieve los ejes centrales de sus respectivas líneas de pensamiento y acción1.
En tal contexto, a la hora de escribir sobre Bhagavan Krishna, la dificultad del desafío me instó a adentrarme con mayor profundidad en las diversas fuentes que dan cuenta de su vida y su legado espiritual.
Dicha búsqueda me hizo acordar a esa famosa anécdota de San Agustín en la que se encontraba queriendo resolver el misterio de la Santísima Trinidad mientras caminaba por la orilla del mar. En eso el santo vio a un niño llenando con agua un hoyo en la arena. San Agustín le preguntó por qué lo hacía, a lo que el niño le respondió que intentaba poner todo el mar en él.
Con ternura, San Agustín le explica que eso es imposible, a lo que el niño le contesta: “Pues eso mismo es lo que tú has estado haciendo”. En pocas palabras, el niño le estaba diciendo que la absoluta comprensión de Dios no cabe en ninguna cabeza.
Por ende, solo nos resta desear que este librito pueda ser de utilidad para todo lector curioso que guste adentrarse en tan fascinante temática, ya que, entre todos los senderos existentes para religar con Dios, no hay duda de que los enseñados por Bhagavan Krishna están entre los más bellos y sabios.
1 Ver Biografías y frases célebres de Benjamín Franklin, Rosa Parks, el Papa Francisco y Greta Thunberg, BASTONS, Jorge Luis, Autores de Argentina, 2024, Buenos Aires. Y también su trabajo titulado Así opinaba Napoleón Bonaparte, Autores de Argentina, 2025, Buenos Aires.
Napoleón Bonaparte decía que solamente hay dos países, Oriente y Occidente. Y dos pueblos, el oriental y el occidental. Pues bien, si esa división tajante alguna vez tuvo sentido, está claro que hoy día ha dejado de tenerlo.
Desde luego, Oriente y Occidente son dos grandes conceptualizaciones con una inmensa variedad de matices jugando dentro de cada una de ellas, lo cual torna a ambos conceptos extremadamente laxos y difusos.
Además, si quisiéramos hilar más fino, bien podría resaltarse cómo algunos países de Oriente se han ido occidentalizando desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, como por caso: Japón, China y Corea del Sur, e incluso mucho antes, como la India y Egipto. No obstante, aunque en considerable menor medida, también puede observarse el proceso inverso en importantes naciones occidentales como los EE. UU., Francia, el Reino Unido y Australia. Por lo tanto, las divisorias geográficas se tornan cada día más inútiles para diferenciar a Oriente de Occidente.
Sin perjuicio de lo expuesto, tanto en Oriente como en Occidente continúan operando unos sesgos culturales propios y característicos que ponen de manifiesto la subsistencia de importantes diferencias, especialmente respecto de aquello que es considerado esencial para la mayoría de las personas en una y otra mitad del mundo.
Puestos a describir brevemente los pilares sobre los cuales se asienta la Cultura Occidental, los siguientes tópicos revisten carácter de insoslayables:
La Historia reconoce pacíficamente que en la Magna Grecia se viene haciendo Filosofía desde al menos el siglo VII antes de Jesucristo. Desde entonces una sucesión de brillantes pensadores fueron amojonando diversas maneras de concebir y de encarar la vida, pero eso sí, con un común denominador: el uso de la razón. Posturas, creencias y visiones que la propia Roma adoptaría luego de vencer a los griegos por la fuerza de las armas.
Sin embargo, aquí se da la paradoja de que Roma, tan poderosa en términos militares, terminó siendo conquistada por la rica y polifacética cultura griega.
El Panteón griego estaba constituido por una multiplicidad de dioses y diosas poseedores de unos atributos enteramente únicos, característicos y propios. Así tenemos que Zeus era el dios del cielo, Poseidón del mar, Afrodita la diosa del amor, Atenea de la sabiduría, Artemisa de la caza, Ares el dios de la guerra y Apolo el dios del sol, la música y la poesía, entre un largo, variado y divino etcétera. Pero estas deidades griegas también eran poseedores de unas personalidades más propias de simples mortales que de dioses del Olimpo.
Este escenario politeísta implicaba en la práctica que hubiera un dios o una diosa para cada atributo, cosa o actividad humana o fenómeno natural, y por ende que (tanto griegos como romanos) vivieran invocando permanentemente a cada uno de ellos, para que sus deseos o actos contaran con la protección de la deidad adecuada.
Este rasgo cultural estaba tan asentado que cuando los atenienses se reunían en sus famosas asambleas a departir sobre sus asuntos de interés común: a la hora de hablar en público se ponía sobre la cabeza de cada orador una corona de laureles, para que por su intercesión los dioses se expresaran a través de cada persona en el uso de la palabra. Con lo cual, para nosotros resulta obvio que, lejos de lo que habitualmente se piensa, la famosa democracia ateniense era para ellos mucho más que un medio de acordar políticas entre los hombres. Ya que sin importar qué se decidiera, siempre sería el fruto de una intervención divina.
Por otra parte, como dijo Hauser: “Comparada con los despotismos orientales, la Atenas del siglo V a. C. puede considerarse democrática; pero al lado de las democracias modernas, resulta una verdadera ciudadela de la aristocracia. Atenas era gobernada en nombre de los ciudadanos, pero por el espíritu de la nobleza. Las victorias y las conquistas políticas de la democracia fueron logradas en su mayor parte por hombres de origen aristocrático: Milcíades, Temístocles, Pericles son hijos de familias de la vieja nobleza. Solo en el último cuarto de siglo logran los miembros de la clase media intervenir verdaderamente en la dirección de los asuntos públicos; mas la aristocracia sigue conservando aún el predominio en el Estado. Desde luego, tiene que enmascarar su predominio y hacer continuamente concesiones a la burguesía, aunque estas, por lo general, solo sean de forma2”.
Los principios de “identidad”, de “no contradicción” y del “tercero excluido” son los pilares de la Lógica creada por Aristóteles, los cuales en resumen sostienen que todo es igual a sí mismo y que nada puede ser y no ser a un mismo tiempo respecto de una misma cosa o aspecto.
En la práctica la aplicación de estos principios funciona como una suerte de método que nos permite diferenciar la coherencia de la incoherencia, pero siempre conforme nuestra propia manera de entender el mundo y las cosas. Es decir que la idea de “coherencia” no funciona de la misma manera en Occidente que en Oriente, ya que las interpretaciones y las conclusiones sobre un mismo hecho o circunstancia pueden ser muy distintas a uno y otro lado del mundo.
El punto es que en Occidente nuestra “coherencia”, nuestra herencia en común, aquello que nos define, que nos mantiene unidos y que es parte de nuestro ADN cultural pasa preponderantemente por juzgar la vida entera bajo el tamiz de la Lógica Aristotélica.
Mientras que en Oriente su “coherencia”, su herencia en común ha sido preponderantemente la del mundo mágico y místico de sus variadas y fascinantes cosmogonías entremezcladas con datos y conocimientos de orden político, jurídico, militar, geográfico, medicinal, etcétera.
Y si bien tanto en Oriente como en Occidente siempre existieron diversas cosmogonías, artes y ciencias presentadas de manera conjunta, quizá la gran diferencia haya sido que, en Occidente, hacia el siglo VII antes de Cristo, ese todo indistinguible de saberes y creencias variopintas comenzó a escindirse, hasta llegar a conformar unas competencias bien definidas y delimitadas entre la Ciencia, la Filosofía y la Religión. Mientras que, en Oriente, se ve que prefirieron mantener durante mucho más tiempo aquel milenario modelo sapiencial unificado. Iremos desgranando este tópico a lo largo de la obra.
Es muy interesante analizar que a pesar del aplastante poderío de las armas romanas (que llegaron a dominar todos los territorios circundantes al mar Mediterráneo, al punto de llamarlo el “Mare Nostrum”, desde Portugal a Turquía y desde Medio Oriente a Marruecos), el mejor invento de este pueblo belicista no fue ni su famosa Legión, ni la catapulta, ni sus exitosas tácticas de combate. Así como tampoco lo fueron sus calzadas, ni sus carreteras, ni el arco de punto, ni su insuperable cemento, ni sus geniales acueductos. Su mejor invento fue el Derecho Romano.
Pero no el Derecho que los romanos habían concebido originariamente para su uso exclusivo y excluyente: un Derecho lleno de rígidas fórmulas sacramentales por las que invocaban a los diversos dioses de Roma para la defensa y el ataque de los derechos en pugna. Y cuya eficacia y resultado jurídico no dependía de los derechos de cada contendiente, ni de la esgrima de razonados argumentos, sino de la buena o la mala dicción de los contendientes en juicio. Es que la correcta o incorrecta manifestación de aquellas fórmulas sacramentales implicaban el favor o el disfavor de los dioses de Roma, y en consecuencia si se ganaba o se perdía la disputa judicial en pugna.
Su invento más brillante fue el Derecho que los romanos habían establecido para el uso de los pueblos conquistados, ese Derecho al que llamaban Ius Gentium. Es decir, el Derecho de aquellos que al no tener sus mismos dioses tampoco estaban obligados por ellos. Por lo tanto, ese Derecho romano establecido para el uso de los “bárbaros”, ese Derecho simplón, fácil, sencillo y rápido que regía para todos los extranjeros por igual, con el correr del tiempo y ante sus evidentes ventajas prácticas terminó siendo utilizado por los propios ciudadanos romanos3.
Si hay alguien que puede jactarse de partir la Historia por la mitad, ese fue Jesucristo. En efecto, su revolucionaria doctrina basada en el amor y en la creencia en un único Dios y en el Espíritu Santo, fue ganando terreno desde su muerte (y resurrección, para quienes somos creyentes).
Sus discípulos directos se encargaron de llevar su doctrina por todo el mundo, llegando incluso a la mismísima Ciudad Eterna, hecho que la tradición cristiana atribuye a San Pedro y San Pablo.
A los fines de ser sintéticos y por ende salteando una buena cantidad de importantes pormenores y detalles, digamos que pasaron más de tres siglos para que el Imperio Romano permitiera a los cristianos el libre ejercicio de su culto, que más temprano que tarde llegaría a convertirse en la religión oficial de todo el Imperio Romano.
La institucionalización de la fe cristiana se construyó a partir de las afirmaciones practicadas por San Irineo alrededor del año 180 después de Cristo. Y se perfeccionó mediante el Concilio de Nicea, que convocado por el emperador romano Constantino I (cuya madre era una ferviente cristiana que llegó a viajar a Palestina en busca de reliquias de Jesús), estableció en el año 325 de nuestra Era que los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan eran los únicos fidedignos.
En resumen, siguiendo las enseñanzas de Jesucristo, el catolicismo estableció que el amor, la fe, la razón, la misericordia, las buenas acciones (el servicio)4 y el desapego del mundo y sus cosas5 son los medios apropiados para agradar a Dios y alcanzar la salvación de las almas.
Merced a la avasallante presión conquistadora de Atila y sus terribles hunos, distintos pueblos germánicos fueron obligados a retirarse de sus propios dominios hasta terminar constituyéndose ellos mismos en invasores y vencedores del Imperio Romano de Occidente. Imperio al que terminaron destruyendo en el año 476 después de Cristo.
Tanto por la supervivencia del Papado en Roma como por la aparición y multiplicación del llamado “Monacato”, de la mano de San Patricio y San Columbano, primero en Irlanda, luego en Escocia y posteriormente en toda Europa fueron apareciendo Monasterios y Conventos. Allí no solo se rezaba, se estudiaba Teología y se copiaban libros santos, sino que los monjes de las distintas órdenes también aprendían Filosofía y Ciencias6.
De tal modo los Monasterios dieron paso al desarrollo de inventos tan útiles y prácticos como: la creación de distintas variedades de quesos, de vinos, del champagne, la cerveza, el corcho, el café y los perfumes, así como el descubrimiento de diversos metales que se ganaron su merecido lugar en la Tabla Periódica de Elementos.
Con el correr del tiempo todos esos conocimientos van a favorecer un invento genial de la Iglesia Católica: la Universidad. En efecto, desde 1088 con la creación de la Universidad de Bolonia (Italia) y hasta mediados del siglo XVI las universidades católicas florecieron por toda Europa7. Y desde allí no solo se favorecerá la adquisición de saberes esenciales, sino que la Iglesia también los va a dar a conocer entre los fieles. Es decir que la Iglesia va a democratizar esos conocimientos como una parte importante de su “pastoral”8.
Pero volvamos a los primeros años de la Edad Media para que nuestro comentario sobre la influencia de los pueblos germánicos en la conformación de “Occidente” no nos quede trunco. Los Merovingios, un pueblo franco de origen germánico, que dominaba importantes territorios de las actuales Francia y Alemania, se hicieron católicos a partir de la conversión de su jefe Clodoveo I en la Navidad del año 508.
Dos siglos más tarde los Merovingios fueron sucedidos por los Carolingios, cuya máxima figura fue Carlomagno, quien luego de vencer a sus dos hermanos y anexionarse sus reinos, supo establecer un vasto imperio en el corazón de Europa central. Su reinado se caracterizó por la protección de la cristiandad y el Papado, la difusión de la educación pública, el incentivo a la producción local de quesos y perfumes, y sobre todo por la férrea defensa de sus dominios al mantener a raya a los árabes (que en el 711 habían tomado casi toda la península Ibérica), como a los normandos (vikingos) provenientes de Escandinavia.
Si bien hay más elementos característicos de la Cultura Occidental de los aquí brevemente abordados, el último de esos componentes insoslayables ha sido la creación, el respeto y la defensa de los derechos humanos (también llamados derechos fundamentales). Entendiendo por tales a aquellos derechos que están indisolublemente asociados a la persona humana por el simple hecho de ser humanos. Ergo, el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, a la intimidad y a la dignidad humana, entre otros muchos derechos fundamentales que se les fueron sumando con el correr de los años, constituyen un rasgo central y característico de la cultura occidental.
Los derechos humanos fueron paridos por la obra “Antígona” de Sófocles, secundados por los escritos de Cicerón y luego amorosamente profundizados por Jesucristo y la cristiandad. Curso de doctrina y de acción que más luego será continuado por algunos filósofos de la Ilustración como el Marqués Cesare Beccaria en el norte de Italia, Voltaire en Francia, Suiza y Prusia, y John Locke en el Reino Unido de Gran Bretaña.
Sin dudas, los derechos fundamentales constituyen un hito insoslayable en la lucha por la civilización y el respeto por la persona humana.
*****
Obviamente el derrotero histórico de Occidente continuó su devenir9, pero no hay duda de que lo esencial de sus bases filosóficas y culturales quedaron configurados a tenor de los ítems sucintamente expuestos. Prueba de ello es que Jorge Luis Borges entiende: “(...) que toda nuestra cultura es el Imperio romano, desde luego unida a una cultura oriental, que es la cultura hebrea, que está en la Biblia. Casi podríamos decir (...) que toda la gente de Occidente, más allá de las vicisitudes de nuestra sangre, somos griegos y somos judíos, o hebreos, ya que nuestra civilización actual no se concibe sin Platón y sin la Biblia, sin la filosofía griega y sin la Biblia. Y esa unión está en el cristianismo, y la tarea de la Edad Media fue reconciliar esas dos fuentes opuestas10”.
Desde luego, los ítems escuetamente desarrollados no son los únicos que conforman la Cultura Occidental, aunque sí los más característicos. Y si a esa discrecional enumeración no hemos incorporado al Renacimiento o el Neoclasicismo, ello se debe a que ambos períodos hunden sus raíces en Grecia y Roma, culturas a las que han buscado reflotar y homenajear poniendo al ser humano y a una pretensa razón en el centro de la escena. Pero nos guste o no, Occidente también es el Barroco y el Romanticismo, es decir, escenarios en los cuales el hombre se sabe domeñado por las fuerzas de Dios o de la Naturaleza. Por ende, aplicando una mirada amplia sobre el asunto, ello debería llevarnos a abrazar y a englobar a todos esos diversos aspectos y matices en pos de una conceptualización mucho más acabada y fidedigna de Occidente.
Entonces, si tal como puede apreciarse, intentar encorsetar conceptualmente a Occidente es de por sí difícil y complejo, hacer lo propio con Oriente es rayano en lo imposible. Sin embargo, sí estamos en condiciones de afirmar, que tanto en el Lejano como en el Cercano Oriente los principios de la Lógica Aristotélica estaban rotos en mil pedazos. Por ende, lo que en Occidente llamamos incoherencia y pensamiento mágico, allí se llamó versatilidad, riqueza, asimilación, sincretismo e incluso tradición cultural.
¿Pero es que acaso el Antiguo Oriente carecía de toda lógica?
No, para nada. Solamente que en vez de concebirla de manera silogística y monolítica, “su” lógica estaba atravesada por la poesía, la religión, la ética, la historia, la geografía, la política, el derecho, la astrología y la mitología, fundidas en hechos, obras y lenguajes pasibles de diversas lecturas e interpretaciones concomitantes.
Es cierto que Roma tenía una gran capacidad de asimilación cultural de los pueblos que iba sometiendo, pero solo lo hacía si previamente los había dominado por la fuerza de las armas. En cambio, en Oriente todo parece ser y no ser a un mismo tiempo.
Pero a no confundirse, que aquí no estamos propiciando una mirada angelada ni naif sobre Oriente. Sabemos de sus guerras y conflictos históricos, así como de la férrea voluntad de poderío de sus emperadores, faraones, califas, mandarines y shogunes. Pero sí nos interesa destacar su habitual riqueza cultural, su variedad, su creatividad, su diversidad y su capacidad de asimilación y de aglutinamiento de fenómenos y posturas dentro de sus espacios de dominio. Aunque, por supuesto, si pensamos en las totalitarias China, Corea del Norte o el Estado Islámico de la actualidad, estas conjeturas se caen cual castillo de naipes.
