La ciudad de los escritores - Loreto Villarroel - E-Book

La ciudad de los escritores E-Book

Loreto Villarroel

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Beschreibung

«La ciudad ha sido desde siempre un disparador activo de la imaginación artística. Desde el Sur, este extraordinario ciclo de conferencias ha conseguido reunir un coro variadísimo de interpretes de todas partes, que recomponen y facetan el paisaje de las ciudades con afinadas posturas de palabras». Graciela Speranza en 2002, recibe la beca Guggenheim ⁄ Finalista del Premio Anagrama de Ensayo.

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones

y Extensión Cultural

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390,

Santiago, Chile

[email protected]

www.ediciones.uc.cl

LaCiudadde losEscritores

LA CIUDAD Y LAS PALABRAS

© Inscripción Nº 2023-A-12313

Derechos reservados

Diciembre 2023

ISBN N° 978-956-14-3225-3

ISBN digital N° 978-956-14-3226-0

Diseño y dirección: M. Ximena Ulibarri L.

Ayudante: Rosa M. Espinoza O.

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

La Ciudad de los Escritores: La Ciudad y las Palabras

1. Arquitectura y literatura

2. Arquitectura en literatura

3. Espacio (Arquitectura) en literatura

I. Villarroel, Loreto, producción editorial.

II. Pontificia Universidad Católica de Chile.

Programa la Ciudad y las Palabras.

2023 720.1 + DDC23 RD

LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL DE ESTA OBRA ESTÁ PROHIBIDA POR LEY. GRACIAS POR COMPRAR UNA EDICIÓN AUTORIZADA DE ESTE LIBRO Y RESPETAR EL DERECHO DE AUTOR.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

La Ciudad de los Escritores surgió como un ciclo dentro del programa La Ciudad y las Palabras que cuenta con más de 15 años de trayectoria. A este programa se han referido diversos y prestigiosos escritores y cineastas:

Julian Barnes⁄Philippe Claudel⁄Jonathan Franzen

Hernán Díaz⁄ Arnaud Desplechin⁄Graciela Speranza

«An admirable programme which I am proud of having taken part in».

Julian Barnes⁄Miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias ⁄ Premio Booker 2011 ⁄ Premio Jerusalén 2021, entre otros.

«La Ciudad y las Palabras porte merveilleusement son nom puisqu’elle est l’occasion de mêler les voix, de brasser les idées et les mots afin que se construise la communauté universelle des femmes et des hommes».

Philippe Claudel ha obtenido premios en el cine y en la literatura ⁄Premio Goncourt des Lycéens, 2007⁄PremioCesar

a la mejor Opera Prima, 2009 II y a longtemps que je t’aime.

«For many years, La Ciudad y las Palabras has been a bright and steady beacon of literature in South America».

Jonathan Franzen⁄con la novelaLas correcciones, ganadora del National Book Award 2001.

«¿Cómo leer una ciudad? ¿Cómo deambular por un texto? En La Ciudad y las Palabras, estas dos preguntas se confunden de un modo feliz, productivo y crítico.

No existe ningún otro lugar en el mundo que se parezca a este maravilloso espacio literario».

Hernán Díaz⁄Premio Pulitzer, 2023.

«Parce que les films appartiennent aux enfants et à ceux qui ne savant pas lire… Parce que, des films, nous ne cessons de discuter… Je suis venu au Chili pour bâtir ensemble cette cité de mots, et le souvenir de Santiago ne m’a plus quitté depuis…».

Arnaud Desplechin⁄Director de cine francés ⁄Oficial de la Orden de las Artes y las Letras, 2014⁄César al mejor director, 2016 ⁄Caballero de la Legión de Honor, 2017.

«La ciudad ha sido desde siempre un disparador activo de la imaginación artística. Desde el Sur, este extraordinario ciclo de conferencias ha conseguido reunir un coro variadísimo de interpretes de todas partes, que recomponeny facetan el paisaje de las ciudades con afinadas posturas de palabras».

Graciela Speranza en 2002, recibe la beca Guggenheim⁄Finalista del Premio Anagrama de Ensayo.

Índice

Prefacio

PEDRO IGNACIO ALONSO

Prólogo: Ciudad y palabras

ALEJANDRO ARAVENA

Conferencias

La ciudad de Borges, Cortázar y Cabrera Infante

FERNANDO IWASAKI

La ciudad de Bolaño

EDMUNDO PAZ SOLDÁN

La ciudad de Perec

PAUL VIRILIO EN CONVERSACIÓN CON ENRIQUE WALKER

La ciudad de Piglia

ALAN PAULS

La ciudad de Alejo Carpentier, Novás Calvo y Padura

LEONARDO PADURA

Conversación sobre Lorca, su poesía y la ciudad de Granada

ANDRÉS NEUMAN

Rodrigo García habla de sus ciudades y las de su padre, Gabriel García Márquez

RODRIGO GARCÍA EN CONVERSACIÓN CON HÉCTOR SOTO

Herralde - Calasso. Barcelona - Milán

A JORGE HERRALDE LO ACOMPAÑA SILVIA SESÉ

The city of London writers

IAIN SINCLAIR

La ciudad de los escritores de Londres

IAIN SINCLAIRTraducción del inglés de Paulo Andreas Lorca

Prefacio

PEDRO IGNACIO ALONSO

El bienestar de un país y de sus habitantes, sabemos, corresponde en gran medida a su estabilidad política y económica, con sus cifras de productividad, a las que llamamos crecimiento. Esto es así, pero no exclusivamente. Después de un par de años complejos y turbulentos, de estallidos sociales, y pandemias, se hace evidente que el bienestar de una nación también depende del acceso de sus habitantes a la cultura, si acaso en su raíz etimológica más simple, en tanto cultivo o cuidado. El cuidar de nosotros mismos para poder cuidar del otro, y cultivar nuestro espacio en común. Se trata también de crecer, pero no solo en un sentido productivo. También hay crecimiento en el aprendizaje, en el conocimiento, en la lectura, y en el desarrollo espiritual. En nuestras disciplinas proyectuales, que incluyen el arte, la arquitectura, el diseño, la planificación urbana –y me atrevo a incluir a la literatura y al cine– esto significa reflexionar sobre nuestras viviendas, nuestras ciudades, el espacio construido donde se desenvuelven las vidas de las personas y, hoy más que nunca, su relación con los ecosistemas en escala local y planetaria. De todas estas cosas trata el bienestar de un país y de sus habitantes.

Al alero del Programa de Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile, este es el tipo de cultura que nos regala «La Ciudad y las Palabras», promoviendo el intercambio entre saberes y experiencias, y explorando el cruce de fronteras disciplinares cuya independencia es solo aparente, para cultivar el diálogo entre la literatura, el cine, la ciudad y la arquitectura. Nuestra Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos ha sido fundamental en apoyar un programa que ya cumple dieciséis años de existencia, enfatizando el rol público de nuestra Universidad, como catalizador, como agente que conecta cosas que a veces, tensionadas por dinámicas del mundo contemporáneo, parecen fragmentarse y diluirse en ámbitos falsamente independientes. Por este motivo, quisiera agradecer a todos y todas quienes han hecho posible esta importante iniciativa, al rector Ignacio Sánchez Díaz, a la directora de Ediciones UC, María Angélica Zegers, y a su gestora, Loreto Villarroel. A Fernando Pérez, Premio Nacional de Arquitectura 2022, siempre presente en «La Ciudad y las Palabras».

Y agradecer a José Rosas Vera, quien ejerciera como Jefe del Programa de Doctorado durante la realización de varias de estas conferencias. Asimismo, a nombre de nuestro Programa de Doctorado, quisiera agradecer a los escritores que forman parte de este libro, Fernando Iwasaki, Edmundo Paz Soldán, Alan Pauls, Leonardo Padura, Andrés Neuman e Iain Sinclair, al editor, escritor, fundador y director de la editorial Anagrama Jorge Herralde en esta oportunidad acompañado por Silvia Sesé, directora editorial de Anagrama. Al cineasta y escritor Rodrigo García, que fue entrevistado por el periodista Héctor Soto, al arquitecto Enrique Walker, y al Premio Pritzker Alejandro Aravena por el prólogo de este libro.

En el marco de «La Ciudad y las Palabras», el ciclo La Ciudad de los Escritores se propuso presentar la mirada que un conjunto de autores tenía en relación a diversas urbes, ya fuese en su experiencia personal o a través de la de otros escritores. Las conferencias o entrevistas que este libro reúne se realizaron durante los años 2020 y 2021.

AGRADECIMIENTOS

El Programa de Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile agradece a nuestro socio La Tercera (Culto) y a las empresas que apoyan y sostienen la realización de «La Ciudad y las Palabras»:Copec, Grupo Security, Minera Anglo American, Tironi y Asociados, Gymsa,Electroproductos, Imel Aceros, 3DK Consulting, Librerías UC y Hotel Sheraton. Agradece también a Daniela Aliaga Albornoz y Anais Isamar Valenzuela Jara, quienes han colaborado en la transcripción de las conferencias. A Paulo Andreas Lorca por la traducción del inglés de la conferencia del escritor Iain Sinclair. A Lucía Galaretto por la traducción del inglés de la entrevista del arquitecto Enrique Walker, y a Gonzalo Fuentes, quien ha diseñado toda la gráfica del programa «La Ciudad y las Palabras» por más de 15 años.A Ximena Ulibarri, diseñadora de este libro, por su dedicación y profesionalismo.

Prólogo: Ciudad y palabras

ALEJANDRO ARAVENA

¿Por qué un ciclo de escritores, de literatura, está radicado en la Escuela de Arquitectura? O, dicho de otra forma, ¿por qué a los arquitectos tendría que importarnos lo que dicen los escritores?

Una posible respuesta es que la naturaleza de lo que un arquitecto tiene que hacer, requiere de una disciplina, de un arte, como la literatura, que permita identificar primero y entender luego, las fuerzas en juego en el entorno construido.

Si aceptamos que la arquitectura consiste en dar forma a los lugares donde la gente vive, esa «forma» es informada por fuerzas de muy distinta naturaleza. Algunas son muy concretas y tangibles, como la fuerza de gravedad o los sismos, las normativas vigentes, los costos, los plazos o los usos. Todas ellas son condición necesaria, pero insuficiente. Para que un lugar funcione y tenga sentido debe hacerse cargo también, como dice Fernando Pérez, de las dimensiones más intangibles y misteriosas de la condición humana. Los deseos, los temores, las expectativas también forman parte de la ecuación que se debe resolver, pero su propia condición las hace difícil de asir.

Son, a la vez, las fuerzas más potentes con las que se debe trabajar, pero su tratamiento debe ser delicado. Cualquier simplificación transformaría a la arquitectura que dice recogerlas en un cliché o una caricatura. El poder de la literatura radica en hacernos presente, lo que en última instancia constituye el tejido más profundo de lo que tenemos que construir.

Parecido, pero no exactamente igual: cuando nos pidieron curar la Bienal de Venecia, lo primero que nos dijo el presidente de la Bienal, Paolo Baratta, fue: hay muchas formas de adquirir conocimiento, pero lo que más profundamente se fija y la que más establece un vínculo colectivo es cuando esa transferencia ocurre por medio de la emoción. Una Bienal es exitosa cuando logra comunicar no tanto un contenido sino una experiencia. La literatura nos debiera importar a los arquitectos por su capacidad de captar esa dimensión que en la ciudad y en los lugares en general es el verdadero motor de nuestras acciones: las emociones. El análisis racional registra una longitud de onda necesaria, pero insuficiente. Para quienes tenemos el problema del papel en blanco, la dificultad radica muchas veces en que hay que proyectar y proponer con información incompleta; la literatura tiene la capacidad de captar lo incierto, lo parcial, lo que está apenas en formación o que se oculta en lo normal y por lo mismo informar y orientar el salto al vacío que todo proyecto implica.

Finalmente, está la capacidad de hacer sentido. La pregunta que en última instancia un arquitecto tiene que contestar frente a ese papel en blanco es cómo vamos a vivir juntos, cómo viven juntos una familia en una casa, un grupo de familias en un edificio, en un pasaje, en un barrio, en una ciudad, en un país o en un territorio. En la medida que la realidad se transforma en relato, en narrativa, mayor chance hay de que haga sentido colectivo. En los tiempos que vivimos, los arquitectos no podemos darnos el lujo de que esos lugares a los que les damos forma no contribuyan al sentido común, entendiendo común como lo cotidiano y lo compartido.

Por eso, este ciclo de «La Ciudad y las Palabras» es, probablemente, de las cosas que más han contribuido en el último tiempo al bien común.

Conferencias

Fernando Iwasaki

Edmundo Paz Soldán

Enrique Walker

Alan Pauls

Leonardo Padura

Andrés Neuman

Rodrigo García

Herralde - Calasso

Iain Sinclair

La ciudad de Borges, Cortázar y Cabrera Infante

FERNANDO IWASAKI

Quisiera comenzar agradeciendo a «La Ciudad y las Palabras», a la Facultad de Arquitectura y a su programa de doctorado, porque desde hace muchos años organizan de forma impecable, maravillosa, creativa y original estas convocatorias. Y la verdad es que me siento muy honrado de ser quien inicie el nuevo curso en este año tan complicado. Creo que para cualquier escritor de habla hispana y, por supuesto, de otras lenguas, «La Ciudad y las Palabras» es una referencia extraordinaria. Y somos muchos los que nos congratulamos de haber podido participar en sus programas. Eso sí, debo reconocer que me muero de ganas de estar con ustedes en Santiago y que me da una pena enorme no poder abolir la distancia física que nos separa. Por supuesto, hay que cuidarse; pero he disfrutado tanto en cada una de las ocasiones que he visitado Santiago, de la hospitalidad de todos ustedes, que estoy seguro de que luego habríamos salido a conversar y caminar por Lastarria para tomar un vino memorable. Así que conservo la ilusión de poder revivir, un encuentro como este, allá en Santiago, en compañía de todos ustedes. 

He elegido como tema para conversar en esta sesión: «La ciudad de Borges, Cortázar y Cabrera Infante», pero me gustaría decirles que no voy a hablar de las ciudades como viajero, sino que voy a hablar de las ciudades como lector. Y, sobre todo, como lector de los tres autores que he elegido, pues son autores que adoro, autores que me fascinan y autores que me hacen disfrutar. No que me «han hecho» disfrutar, sino que me siguen hechizando con sus propuestas y sus obras. Por eso pensé que sería fantástico encontrar algo que uniera las ciudades de estos escritores en un ciclo como «La Ciudad y las Palabras». No se me olvida que Cortázar y Cabrera Infante fueron muy amigos y que por razones extraliterarias se distanciaron, aunque ambos admiraron incondicionalmente a Borges, y al menos Borges ya sería un punto de unión entre ellos. Pero la verdad es que la ciudad o las ciudades, también podrían postularse como un nexo entre estos autores. Por lo tanto, voy a tratar de hablar de la ciudad como una red capaz de unir a los tres, a través de sus respectivas experiencias en las ciudades. Y para ello voy a basarme en mis lecturas de Walter Benjamin.

Por casualidad, mientras probábamos las condiciones técnicas de esta conversación digital, estuvimos hablando sobre Walter Benjamin. Hablábamos de la tumba de Benjamin, que muchas personas visitan en Gerona para depositar una ofrenda, porque Benjamin continúa vivo en sus libros y en la memoria. Entonces, me alegro de poder mencionar un libro extraordinario, que Benjamin dejó inconcluso y cuya primera edición en alemán data de 1982. Un ensayo de más de mil páginas y que se titula Libro de los pasajes. Una obra donde Benjamin trató de reflexionar sobre la ciudad y acerca de algo que podríamos llamar la «condición urbana». No la condición humana, sino la condición urbana –como el gran poemario de Karmelo Iribarren– porque la ciudad es un espacio que ha sido transformado y que al mismo tiempo es transformador. La ciudad es un espacio que ha sido construido y que al mismo tiempo está siendo destruido. La ciudad se renueva siempre de forma constante y Benjamin trató de explicar aquel fenómeno, preguntándose, primero –un poco perplejo– por qué, si la filosofía nació en las ciudades –pensemos en Atenas, pensemos en las ciudades medievales, pensemos en las metrópolis europeas donde existieron escuelas de pensamiento–; por qué la reflexión filosófica acerca de las ciudades ha sido tan escasa. La ciudad merecería que alguien hubiera escrito sobre ella, pero, en cualquier caso, la ciudad como espacio no ha gozado de la reflexión filosófica. Es como si hubiera existido un desplazamiento de la importancia del espacio hacia el tiempo, porque el tiempo sí ha merecido muchísima reflexión filosófica. Hay extraordinarios tratados filosóficos acerca del tiempo, pero muy poco acerca del espacio. Y de los espacios urbanos, ni se diga.

Sin embargo, cuando Benjamin escribió aquellas reflexiones que nunca llegó a ver publicadas, ya tenía la certeza de que la ciudad era un territorio en constante transformación. Benjamin vislumbró lo que hoy ha conseguido la narrativa transmedia. Por ejemplo, ¿quién no sabe que la mayor parte de las localizaciones emblemáticas de muchas películas han conseguido que la imagen de algunas ciudades del mundo quede divorciada de su propia naturaleza? Voy a poner un ejemplo sevillano, pues vivo en Sevilla desde hace más de treinta años. Sevilla es una ciudad que por sí sola tiene muchos elementos que deberían caracterizarla y darle personalidad, aunque nunca me había ocurrido que se me acercara un grupo de turistas en el Parque de María Luisa para preguntarme si la plaza del planeta Naboo estaba cerca. ¿El planeta Naboo? Dentro de la saga de Star Wars el planeta Naboo aparece en La guerra de los clones, pero su localización real es la Plaza de España, que está en el parque María Luisa de Sevilla. Es decir, que algunos turistas son freaks; nómadas que van buscando por el mundo las localizaciones de sus películas y series favoritas. También en Sevilla se han filmado muchas escenas de Juego de tronos, concretamente, en las ruinas de Itálica. Por eso hay personas que cuando piensan en Itálica hablan de «Rocadragón». Y Osuna, un pueblo a 90 km de Sevilla fue «Invernalia» en Juego de tronos. Es decir, la narrativa transmedia consigue estas cosas porque el auge de lo audiovisual lo ha invadido todo. Antes, las novelas funcionaban de otra manera. Por ejemplo, si queríamos recorrer los lugares de Madame Bovary, teníamos que viajar hasta Rouen, en Francia; pero hoy, gracias al cine, las series, internet y las redes, todo ha cambiado de manera radical. No obstante, Benjamin vislumbró este proceso y lo esbozó en aquel manuscrito inconcluso de Libro de los pasajes, donde Benjamin sostenía que la filosofía era esencialmente urbana, porque fue creada en las ciudades y porque el hombre o el filósofo, en este caso, mira la ciudad, contempla la ciudad y lo hace de distintas maneras.

Si ustedes quisieran leer Libro de los pasajes de Benjamin, tenemos dos ediciones disponibles en español: una de la editorial Akal del año 2005 y otra de la editorial Abada en dos volúmenes, del 2013 el primero y del 2015 el segundo. Ahí verán que Benjamin dedicó aquel libro fascinante a París, aunque advertirán que hablaba de París a través de los hostales, a través de las esquinas, a través de un bistró o de un pasaje. Hablaba de París a través de las miradas de los transeúntes o de las aves que iban volando por los parques, porque Benjamin trató de contemplar París de una forma caleidoscópica, fragmentaria. Ya para entonces, el deseo de Benjamin era reflexionar filosóficamente sobre la ciudad y París lo instó a deconstruirla, a desmenuzarla y a tratar de ver en cada uno de sus fragmentos la totalidad de París. Ahora bien, una vez que Benjamin hizo aquel recorrido fastuoso y al mismo tiempo detallista de la ciudad de París, llegó a la conclusión de que París era algo así como el bosque de la modernidad. Que París era una ciudad viva. Por eso utilizó la figura del bosque, que sigue creciendo, que se va a haciendo cada vez más complejo, más abigarrado y –por lo tanto– París y cualquier ciudad están en constante crecimiento. Y ese proceso de crecimiento invade otros espacios que ocupan en nuestro imaginario, en nuestra memoria y en nuestra fantasía, otras ciudades. Y así llegamos a la parte más fascinante, porque aquel crecimiento arborescente de París, de pronto se entrecruzó con otras ciudades que también crecían como bosques en la memoria de Benjamin. ¿Cuáles fueron esas otras ciudades? Benjamin pasó su infancia y su primera juventud en Berlín; en otro momento de su vida vivió en Nápoles; interesado por el marxismo se instaló en Moscú y, finalmente, habitó en París. Para Benjamin, estas cuatro ciudades ­–París, Moscú, Berlín y Nápoles– constituyeron una suerte de mosaico. Según el escritor argentino Martín Kohan –a quien sugiero encarecidamente que inviten, porque ha dedicado un libro extraordinario, Zona urbana, a estos pensamientos– la intersección entre estas cuatro ciudades vendría a ser una «zona urbana», donde la superposición de esas ciudades conllevó la superposición de distintos momentos de la vida de Benjamin (infancia, juventud, madurez). También superpuso diferentes vivencias políticas, sociales, lectoras y, por supuesto, las estrictamente emocionales, personales e intransferibles. Así, para Benjamin, hablar de París, en un momento determinado, supuso lanzar un vector hacia cada una de las otras ciudades citadas y –de pronto– aquellas ciudades se enhebraron, se superpusieron, y por eso Martín Kohan afirma que Benjamin creó una nueva «zona urbana».

Ahora bien, según Benjamin, cuando tal cosa le ocurría. Es decir, cuando caminaba por París y tenía una epifanía de Moscú o cuando otro lugar de París le producía la vívida sensación de estar en Nápoles o Berlín, las ciudades se convertían en palimpsestos, en obras inacabadas que gracias a la memoria empezaban a superponerse y a crecer en su imaginario, como crecen las ciudades en la experiencia del caminante. Así, en Libro de los pasajes Benjamin le concedió una gran relevancia a Baudelaire. Baudelaire, como ustedes saben, fue el autor de El spleen de París, pero –al mismo tiempo– Baudelaire le dio una enorme importancia a la figura del paseante, a la figura del flâneur. Y miren por dónde, para Benjamin el filósofo es un flâneur. Para Benjamin, el hombre que camina por la ciudad es un flâneur, como lo era Baudelaire en El spleen de París. Benjamin llegó a decir en otro momento que Montaigne también fue un flâneur mientras escribió sus Ensayos, porque el ensayo es un paseo. Como pueden apreciar, Benjamín unió la idea del paseo, la idea de la ciudad y la idea de la reflexión. En lengua alemana, como ustedes sabrán también, existió otro gran escritor que fue el suizo Robert Walser. Y Robert Walser escribió un libro muy extraño que tituló, precisamente, El paseo. Y aquel libro era estrictamente eso, un paseo, una divagación a través de todas las cosas que a Robert Walser se le iban ocurriendo mientras caminaba por Berna, la ciudad donde escribió aquel libro.

Por lo tanto, la ciudad, para Walter Benjamin, era una imagen caleidoscópica donde todas las cosas que pueblan nuestra memoria, todas las cosas que chisporrotean en nuestra fantasía, ocurren y se manifiestan a la vez. Entonces, adviertan que ya tenemos una serie de elementos que podemos ordenar: la ciudad como constelación; es decir, París no es solo París, sino París, Moscú, Berlín y Nápoles. La ciudad como una imagen compuesta por muchos fragmentos, casi todos ellos provenientes de la memoria, pero incluso de la memoria de lo ausente, de lo perdido, lo que implica que la melancolía es esencial para la reconstrucción imaginaria de las ciudades. Por último, para Benjamin la ciudad también era una extensión de la conciencia, pues todas aquellas cosas que no es posible aprehender durante la vivencia urbana, se rescatan a través del recuerdo de los detalles –una luz, un aroma, una imagen– y a través de la fantasía. Les pido perdón por mi extenso preámbulo, pero estos son los conceptos que me van a servir para hablar de los autores que he elegido. Es decir, la ciudad como constelación, la ciudad como reconstrucción melancólica, la ciudad como extensión de la conciencia y la ciudad como caleidoscopio de imágenes superpuestas, todos ellos formulados por Walter Benjamin en Libro de los pasajes.

¿Qué ocurre con Borges? ¿Qué ocurre con Cortázar? ¿Y qué ocurre con Guillermo Cabrera Infante? Existen libros maravillosos sobre el París de Cortázar y páginas web estupendísimas sobre el París de Cortázar. «La Ciudad y las Palabras» convoca a una audiencia tan selecta, que sería una falta de respeto dirigirlos a las páginas web o a los libros que hablan de estas cosas, porque sin duda ustedes, con la curiosidad y las ganas de aprender que los caracteriza, deben conocerlos, incluso mejor que yo. En el caso de Borges, es igual: uno visita Buenos Aires y los guías turísticos nos ofrecen el recorrido del Buenos Aires de Borges. Con La Habana de Cabrera es más difícil, porque ya le gustaría a los cubanos que viven en La Habana tener acceso a los libros de Cabrera que hablan de La Habana. No son sencillos de encontrar, ni siquiera en La Habana y, por lo tanto, aquella Habana es muy difícil de rescatar. No obstante, sí podemos aplicar las categorías de Benjamin a la noción de la ciudad en cada uno de nuestros autores. Y vamos a comenzar por lo que creo es lo más evidente: la melancolía.

La melancolía está presente en la vivencia, en la escritura, en el rescate y la construcción de las ciudades de Borges, Cortázar y Cabrera Infante. En primer lugar, porque la melancolía supone una pérdida. Así, en el caso de Borges, hablaríamos de la ceguera. Borges perdió la vista como lector en la década del cincuenta y –pocos años después– perdió del todo la vista. El gran Buenos Aires de la obra de Borges es el Buenos Aires de sus primeros libros, cuando todavía era capaz de contemplarlo. Luego nos encontramos el Buenos Aires que reverberaba en su memoria. Y por último tenemos el Buenos Aires que Borges fue reconstruyendo y que, incluso, fue capaz de incluir en sus poemas y relatos, aunque era un Buenos Aires reconstruido con la melancolía, tras la pérdida de la vista. En los casos de Cortázar y Cabrera Infante, aquella melancolía, aquella pérdida, tenía que ver con los exilios de cada uno de ellos. El exilio de Cortázar era voluntario, porque Cortázar pudo volver a Buenos Aires todas las veces que quiso, que fueron muchas; pero el exilio de Cabrera Infante no era así. Cabrera fue expulsado de Cuba, perseguido en el extranjero y nunca jamás pudo regresar a La Habana. La relación de Cabrera con La Habana fue una relación de orfandad y amputación. Puedo compartir una vivencia personal: desde la primera hasta la última vez que visité a Cabrera Infante en su casa de Londres, uno entraba en el número 53 de Gloucester Road y la música que sonaba era cubana, mientras te perfumaba el aroma de los habanos que Guillermo fumaba. Recuerdo, muy claramente, cómo Cabrera Infante me dijo la primera vez que entré en su casa: «Iwasaki ven pa’ acá. Mi casa es un trocito de La Habana. Esta casa es La Habana. Este perfume, este aroma, es La Habana. Y la música es La Habana». Cabrera podía estar viendo una película en su videocasete y, sin embargo, muy bajito, sonaba una guaracha, sonaba un bolero, porque para Guillermo Cabrera Infante era fundamental que La Habana fuera esa música de fondo. Entonces, fíjense lo importante que era la melancolía de La Habana para Guillermo Cabrera Infante.

En segundo lugar –y esto une a los tres autores otra vez– está el tema de la memoria. En el caso de Borges, su memoria era prodigiosa, porque Borges era capaz de recitar versos de poetas absolutamente olvidados y saberse de memoria –por ejemplo– un soneto de Pedro Luis de Gálvez, un bohemio malagueño que fue un poeta del arroyo, un poetastro. Pero si Borges era capaz de retener aquellos poemas en su alucinante memoria, con cuánta mayor razón no lo haría con las calles de Buenos Aires. Poco antes de irse a Ginebra, donde murió, Borges paseaba y presumía de no necesitar que lo acompañaran, porque él sabía de memoria todo lo que se iba a encontrar a lo largo de sus paseos, por sus recorridos habituales alrededor de su casa de Buenos Aires. Además, Borges era un personaje tan célebre, tan querido por los vecinos, que apenas se ponía a caminar, todos se ofrecían constantemente a acompañarlo. Cabrera Infante también demostró tener una memoria cartográfica a la hora de escribir sobre La Habana, hasta el punto de que uno de sus libros póstumos fue una especie de crónica titulada Mapa dibujado por un espía. Aquel era un libro de corte autobiográfico, que se quedó arrumbado entre los papeles de Guillermo Cabrera Infante y que Miriam Gómez rescató, y que hemos podido leer gracias a su labor casi de arqueóloga en los papeles de Guillermo, quien nunca usó la computadora, porque tecleaba sabrosón sobre la máquina de escribir. Entonces, la memoria en Cabrera Infante también fue una memoria muy exacta, muy minuciosa, porque, además, Guillermo presumía de mantener esa memoria viva, gracias a todos esos elementos de La Habana que lo arropaban en su casa. Por otro lado, Cortázar hacía lo mismo: se fijaba en detalles, en minucias que, a lo mejor, nadie era capaz de tener presentes y, sobre esos detalles, era capaz de escribir un cuento maravilloso. Por lo tanto, los tres autores recurrieron a la memoria de una forma asombrosa. 

En tercer lugar, tanto Borges, Cortázar y Cabrera Infante –como dilucidó Benjamin– construyeron «ciudades espejo» superponiendo distintas imágenes urbanas, porque cada uno de ellos deseaba escribir sobre las ciudades que les gustaban, las ciudades que querían y las ciudades con las que se identificaron. Y los tres –sin conocer Libro de los pasajes– crearon ciudades a base de reflejos. Cortázar lo dijo claramente. Cortázar escribió que la ciudad es un «simulacro de espejos», lo que significa que también había intuido que las imágenes caleidoscópicas se iban uniendo. Cabrera Infante, también lo reconoció en su Libro de las ciudades; una obra que atesora una bellísima línea en la introducción y que no me resisto a compartir. Se trata de un libro donde Cabrera hablaba de distintas ciudades del mundo –italianas, españolas, estadounidenses, latinoamericanas y Londres, por supuesto–, pero en el breve prólogo de aquel libro afirmó –igual que Benjamin– que las ciudades se construyen y se destruyen. Y que hay ciudades, como Berlín, que fueron destruidas desde fuera, y ciudades como La Habana, que fueron destruidas desde dentro. Y hablando de La Habana, escribió Cabrera que, como La Habana ya se perdió –es decir, La Habana que él conoció, La Habana en la que Cabrera fue feliz y que ya no existe– él había decidido buscar La Habana; las Habanas del mundo, en otras ciudades. Entonces, la última línea de aquel prólogo dice: «es así que he buscado en otras ciudades el esplendor que fue La Habana». A mí me parece conmovedor que alguien que amaba tanto a su ciudad y que sabía que no podía volver a ella, fuera capaz de llegar a Estocolmo y proponerse: «voy a buscar La Habana de Estocolmo». Sé de lo que hablo, porque cuando Guillermo iba a Sevilla y paseábamos juntos, de pronto se paraba ante un zaguán de una casa del barrio de Santa Cruz y decía: «aquí hay un trocito de La Habana». Aquella obsesión por descubrir las Habanas del mundo me recuerda uno de los maravillosos juegos de palabras creados por Guillermo: «Habanidad de habanidades, todo es habanidad». ¿Acaso los juegos de palabras no son también juegos de espejos? Por lo tanto, esta idea del espejo, de la «ciudad espejo», Cabrera Infante también la hizo suya jugando, como hacía él, con las palabras, creando palíndromos, paranomasias, calambures, etc. Y Borges, por supuesto, también se obsesionó con la idea del espejo. De hecho, el espejo es una de las figuras –como los laberintos– más poderosos de la obra de Borges. Así, en sus cuentos y poemas las ciudades son espejos que se reflejan mutuamente. Esto se ve clarísimo en cualquiera de los cuentos de Borges que transcurren, por ejemplo, en Buenos Aires; porque uno empieza a leer un cuento de Borges ambientado en Buenos Aires, pero termina en cualquier otro lugar del planeta, porque las reverberaciones que van surgiendo durante la trama permiten, consienten, que el Buenos Aires borgeano sea el reflejo de cualquier ciudad del mundo.

Por último, aparte de los tres elementos anteriores –la melancolía, la memoria y los espejos– tenemos la construcción de constelaciones urbanas, que viene a ser, para mí, la parte medular de mi conversación con ustedes. Si Benjamin fue capaz de crear una constelación urbana personal donde París se alineaba con Berlín, Nápoles y Moscú, lo que deseo compartir con ustedes es que estoy persuadido de que Borges, Cortázar y Cabrera Infante también tuvieron una constelación de ciudades, personal e intransferible. Y esas constelaciones de ciudades funcionan y se manifiestan en sus narraciones, poemas, crónicas y artículos, tal como funcionaba la constelación de ciudades, según Benjamin. Esta persuasión fue lo que me motivó a hablarles hoy sobre la ciudad de Borges, Cortázar y Cabrera Infante. 

¿Cuáles serían las ciudades de la constelación de Borges? Por supuesto, estaría Buenos Aires. Muchos, muchos cuentos y poemas de Borges tienen a Buenos Aires como escenario. Pensemos en el poemario Fervor de Buenos Aires