La Ciudad del Pecado - Sean O'Leary - E-Book

La Ciudad del Pecado E-Book

Sean O'Leary

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  • Herausgeber: Next Chapter
  • Kategorie: Krimi
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

La joven Rhia está siendo perseguida bajo el asfixiante calor del verano de Sídney.

Se encontraba en el lugar equivocado en el momento inoportuno. Ahora van a por ella la policía y un grupo de fanáticos de extrema derecha. El único que está de su lado es el investigador indígena Carter Thompson, de la oficina del fiscal.

Rhia tiene en su poder un USB robado que contiene secretos que podrían destruir a la Iglesia New Church. Cuando la Iglesia suelta a su perro de presa, la investigadora privada Sally Bois, Thompson y Bois entran en conflicto y luchan contrarreloj para encontrar a Rhia.

Con un peligroso plan en marcha, ¿podrán Rhia y Carter lograr que la exculpen, o será demasiado tarde?

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LA CIUDAD DEL PECADO

SERIE LOS MISTERIOS DE CARTER THOMPSON

LIBRO 1

SEAN O'LEARY

Traducido porNAHIR SEIJO

Derechos de autor (C) 2022 Sean O’Leary

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2023 por Next Chapter

Publicado en 2023 por Next Chapter

Arte de la portada por CoverMint

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Querido lector

Acerca del Autor

Ahora, pues, tampoco miraré con compasión, ni usaré de piedad; los trataré como ellos merecen.

EZEKIEL 9:10

CAPÍTULOUNO

Las tres de la madrugada, Kings Cross, Sídney. Motel Carrington. Un antro andrajoso y decadente de la calle Darlinghurst. Un hombre de gran tamaño y con una enorme barriga mantenía relaciones sexuales con Rhia, una joven prostituta. Tenía pelo negro y gris por el pecho, la barriga, la espalda y el trasero. Rhia apenas podía respirar y giraba la cabeza hacia la derecha para poder coger aire. Intentaba no mirar al hombre gordo y calvo que sudaba mientras empujaba más y más. Rhia, menuda y con poco pecho, rezaba para que se corriera; paró de repente y dejó caer todo su peso sobre ella.

El aire acondicionado expulsaba un aire viciado, apenas frío. En la calle, todavía a veintiocho grados, se respiraba un aire húmedo y pegajoso. Clavó los dedos y manos en la grasa a la altura de las caderas, intentando coger aire al tiempo que se lo sacaba de encima. Colocó la rodilla derecha entre las piernas de él, obligándolo a apartarse. Clavó dedos y manos en la grasa, empujó y empujó hasta que finalmente logró liberar un brazo, luego una pierna y escapar de debajo de él. El asqueroso sudor le había llegado hasta el pie y tenía vello púbico pegado en la piel. Corrió hasta la ducha, la puso en funcionamiento, se metió bajo el agua fría hasta que salió caliente y allí permaneció hasta que el último centímetro de su cuerpo se había limpiado de cualquier resto de aquel tipo.

Rhia envolvió una toalla alrededor del pecho y volvió a la habitación, en la que seguía tumbado boca abajo.

Muerto.

-¿Qué coño hago ahora? –se dijo a sí misma en voz baja.

Cuando Rhia creía que le había pasado de todo en su corta vida laboral, se encuentra con esto. Estupendo. Se puso las bragas rojas de raso, la minifalda vaquera, el sujetador amarillo y la camiseta negra. Se calzó las botas negras de cordones. <<Puta mierda. Aquí lo dejo>>. Las cámaras de seguridad. El Carrington no tiene. Por eso quiso quedar allí con ella. Las de las calles cercanas pueden haber grabado a alguno de los dos yendo hacia el motel. Él fue el primero en llegar, así que no los habrán visto juntos. Era su segunda cita con él. Al principio había dicho que no porque era muy gordo, pero le ofreció el doble. Rhia tenía una hija a la que vestir y mandar a la escuela, así que aceptó. La había llamado desde una cabina telefónica. Creía que ya no existían. Él se registró. Cuando ella llegó, le dijo que ya había pagado la habitación. Tenía cosas que hacer cuando ella se fuera. A ella le importaba una mierda lo que tuviera que hacer. Ella quería un pim, pam, pum, adiós muy buenas. Y ahora esto. Recordó de nuevo que el Carrington no tenía cámaras de seguridad. ¿Qué tenía que hacer ahora? ¿El recepcionista? No lo había visto antes. Podía resultar un problema.

Se preguntaba quién sería el cerdo grasiento. Había visto que llevaba un pequeño bolso. Fue a cogerlo a la silla que estaba junto a la cama y rebuscó en su interior. Sacó un fajo de billetes metidos en una bolsa de plástico hermética, la abrió y los contó despacio. Cinco mil cuarenta dólares. El móvil; ella no lo había tocado. Lo dejó en el bolso. Rebuscó un poco más. Encontró una billetera con seiscientos en efectivo y dos tarjetas de crédito. Tenía preparado el dinero para pagarle; el doble de su tarifa habitual. Normalmente le pagaban al principio, pero este tío iba a pagarle seguro; como ahora. Encontró un trozo de papel en el que estaba escrito 26784. Pensó que seguramente se trataría del PIN; el gilipollas gordo asqueroso lo guardaba en la cartera. Era demasiado estúpido como para memorizarlo. Estaba cabreada con él por joderle la noche, y seguramente la vida.

Había un cajero automático en la avenida Springfield, muy cerca de la calle Darlinghurst, a tiro de piedra, que no tenía cámaras. Saber este tipo de cosas formaba parte de su trabajo, parte de la puñetera rica variedad de su vida.

Metió las tarjetas de crédito en el bolsillo de la falda vaquera y el dinero en el bolso negro. En el bolsito del tipo también había un carnet de conducir. Se llamaba Robert Norton. Ponía que vivía en Penrith, en la enorme periferia oeste de Sídney. Recorrió toda esta distancia por ella y por lo que fuera que había planeado hacer después. También encontró Viagra en el bolsito. Estaba dispuesto a pasar una gran noche; con un chico o quizás con otra chica. Degenerado de mierda. Daba mucho asco allí tirado, sin más, con la saliva cayéndole por la boca.

Le cogió la chaqueta del traje y comenzó a registrarla, pero tropezó y se cayó sobre la dura moqueta marrón; al frenar la caída, su mano derecha notó algo en el bolsillo de la chaqueta. Un objeto plano y pequeño que se le había clavado en la palma de la mano. Sacó del bolso una navaja que llevaba para protegerse, más para asustar que para usarla. También llevaba una pistola paralizante, que ya había utilizado unas cuantas veces. Otra cosa que también formaba parte de su vida. Cogió la navaja y cortó el forro. El objeto cayó al suelo. Se trataba de una pequeña memoria USB de color azul claro. Quizás de 16 gigas. Pequeñita pero con suficiente información como para guardar todos los secretos de un muerto. La guardó en el bolsillo. Se levantó. Podría serle de utilidad. Ella no sabía de qué modo, pero Salem sí lo sabría.

Comprobó que no se dejaba nada en la habitación mientras pensaba qué podía hacer con respecto al recepcionista. No lo había visto antes, a pesar de venir al Carrington muchas veces; eso sí, no últimamente. Limpió todas las superficies, incluso el bolsito del tipo, por dentro y por fuera. Sabía que había dejado su ADN pero nunca había estado en la cárcel, nunca acusada de nada o arrestada si quiera. La prostitución era legal; ya no andaba con drogas. En realidad nunca lo había hecho, excepto cuando Salem estaba en la cárcel. Ahora el noventa y cinco por ciento de su trabajo lo desarrollaba por teléfono o por internet. Si hacía una proposición a alguien en la calle se trataba de un ataque planeado, muy pensado. Llevaba haciéndolo el tiempo suficiente como para escoger a los tipos adecuados, pero eso es lo que siempre decían hasta que ya era demasiado tarde. Rozaba el límite de la criminalidad, quebrantando la ley, robando dinero, borrando sus huellas digitales. Dirigiéndose al cajero automático con las tarjetas de crédito.

Abrió la puerta del motel y limpió el pomo con un pañuelo. Se secó la frente y la nuca; el verano de Sídney podía llegar a ser matador. Salió de la habitación; era la que estaba más lejos de la calle. Cerró la puerta tras ella y limpió el pomo exterior. Caminó a lo largo del pasillo. No había luz en las otras habitaciones. Eran las cuatro de la madrugada. Bajó las escaleras que daban a la andrajosa recepción. El recepcionista dormía con la cabeza sobre el mostrador. La muerte del gordo saldría a la luz cuando el servicio de limpieza lo descubriera por la mañana.

Caminó rápidamente hasta la avenida Springfield, atajando por la plaza para llegar al cajero, que no estaba expuesto al alumbrado público. Estaba insertado en la pared de una pequeña tienda familiar, cerrada durante la noche. Introdujo la primera tarjeta en la ranura y tecleó el PIN. No funcionó. Metió la segunda y tecleó el PIN. Bingo. El tipo gordo tenía dieciocho mil dólares. El límite diario era de dos mil; los sacó. Embutió el dinero en el bolso. Regresó a paso rápido hacia la calle Darlinghurst, pero se paró unos cinco metros antes, casi al final de la plaza Springfield. Había un desagüe con tapa de rejilla. Arrojó por él la primera tarjeta. La segunda, la que funcionaba, no la tiró todavía. Dieciséis mil. Arqueó la ceja, entrecerró los ojos, y se la quedó.

La guardó en el bolso.

Las cuatro y diez de la madrugada del viernes. Verano en la ciudad del pecado. La calle Darlinghurst todavía estaba animada cuando Rhia llegó a ella y giró a la derecha en dirección a su casa. Sobre todo bares, pubs y espectáculos de sexo, pero también estafadores y estafadoras. Prostitutas baratas enganchadas a la vida. Chulos gritando, intentando convencer a los turistas, hípsters, chicos y chicas de las afueras, mamás y papás, para que se introduzcan en su mundo de sexo, carísimo alcohol rebajado con agua, y drogas. Bolsitas de hierba, y polvos y alucinógenos más caros, todo ello disponible sabiendo establecer contacto visual con la persona apropiada. Un peligroso juego cuando te relacionas con la escoria del planeta.

Caminó hasta una pizzería. Pensaba en el recepcionista. Había hecho bien en no despertarlo. Fuera quien fuera Norton, ni su mujer, ni sus amigos ni sus socios querrían que se supiera cómo y dónde había muerto.

Compró dos trozos de pizza y, cansada, se sentó en un sucio escalón frente al local. Comió con ganas. <<No puedo seguir con esta mierda>>, pensó. Había alcanzado el punto de inflexión. ¿Pero cuántas veces se había dicho eso a sí misma? Se levantó, prosiguió a través de la cada vez más escasa multitud hasta llegar al paso elevado de la autovía, sobre la calle Victoria. Pasó por delante de bares cerrados, restaurantes tailandeses, entradas de hoteles y un vendedor de prensa. Por el café Uno (famoso por sus copiosos desayunos), el hotel Green Park; giró hacia la calle Burton, pasando por el parque con el quiosco de música. Giró a la derecha hacia Darley Place y luego atajó por un viejo callejón repleto de jeringuillas usadas, que ni siquiera existe en Google Maps. Atravesó un patio trasero y subió los escalones de madera de la parte de atrás del pequeño apartamento de dos habitaciones que compartía con su hija Molly y con Salem.

Los amaba más que a la vida.

Las luces estaban apagadas. Bebió agua del grifo de la cocina sin encender la luz, se dirigió a su habitación, se desnudó, cogió una camiseta blanca limpia que estaba en una silla, unas bragas blancas del cajón de arriba, y se metió en la cama. Pasó el brazo alrededor de Salem, que dormía, se acurrucó contra él y susurró:

-Ya he llegado, cielo.

Pensó en el dinero extra. No tendría que trabajar durante una temporada. Iba a apartarse de todo esto. Podría ser un nuevo comienzo.

CAPÍTULODOS

Carter Thompson, alias <<Cash>>, aparcó su Hyundai I30 en un parking cubierto de la avenida Ward, conocida por sus traficantes de drogas. El Hyundai era un premio de su jefe en la fiscalía por sus años de servicio. Se reía al pensar en ello. Era una mierda. Pero no era un coche que al mirarlo dijeras <<un poli>>. Por eso se lo dieron. Era eficiente, fiable y tenía más potencia de lo que esperaba. Puede que estuviera empezando a gustarle. Trabajaba solo; ese era el trato. Si necesitaba a alguien, tenía un tío.

Thompson era un tipo guapo de piel morena; un indígena. Era alto, rozando el metro noventa y cinco, y tenía unos brazos largos y fuertes. Entrenaba, corría, surfeaba y también nadaba en la piscina del Diggers Club, así que más que corpulento era fuerte y delgado. Y también podía tener el mejor directo de derecha, si era necesario; de cuando entrenaba en el gimnasio Hector, en Redfern. También se había peleado unas cuantas veces. Sabía golpearte. Llevaba siempre unos Levi’s negros o pantalón de chándal negro, camiseta negra o camisa negra de manga larga en invierno con chaqueta de cuero marrón, como una chaqueta de traje con estilo. Resistentes zapatos negros tanto en verano como en invierno. Era una forma de no tener que pensar en ese tipo de cosas.

Caminaba por la avenida Ward fumando un cigarrillo. Había llovido, por lo que había incluso más humedad que el día y la noche anteriores. Alrededor de treinta y cinco grados de temperatura. Atajó por la calle Roslyn, pasando por el Piccolo Bar y el club Round Midnight. Atravesó una calle Darlinghurst casi vacía, hacia el motel Carrington. Subió a la tercera planta, habitación 308, la última, la más alejada de la calle Darlinghurst. Tiró el cigarrillo y lo aplastó con el talón antes de llegar a la cinta de señalización amarilla y negra. Allí estaban los tipos de la escena del crimen. Era la una de la tarde. Hizo una señal a Kholi para preguntar si podía pasar.

-Sí, casi hemos terminado.

Kholi era indio. Un hombre bajo y fornido con el pelo grueso y ondulado, al estilo de Bollywood. Un tío guapo.

El gordo yacía en una camilla naranja, a la espera de que cerraran la bolsa para transportar cadáveres.

-¿Esa camilla está reforzada porque es un puto gordo? –preguntó Thompson.

Se oyeron las risas de algunos de los tíos de la escena del crimen. Kholi sonrió burlón y dijo:

-¿Sabes quién es?

-Me lo han dicho, sí. Norton. Un pez gordo de la Iglesia New Light.

-¿Sabes cómo murió?

-Steele dice que manteniendo relaciones.

-Sip, muerto en el acto.

-¿Qué más habéis encontrado?

-Un bolso de hombre sin dinero en la cartera, un teléfono móvil, su carnet de conducir, la tarjeta sanitaria y nada más. No hay tarjetas de crédito. Un trozo de papel pequeño con un número escrito. Creo que es su PIN.

-Gilipollas de mierda –dijo Thompson–. Tendré que comprobar cuánto sacó la chica, quien quiera que sea, ¿no? A no ser que fuera un tío. Me lo vas a decir ya, ¿verdad?

-Una chica. Lo sabemos por el pene. También hemos encontrado algún pelo marrón claro en su cara. No hay ninguna huella. La chica le arañó la zona de las caderas, a ambos lados, quizás al intentar salir de debajo de él. Dudo que fuera algo apasionado, a no ser que él le pagara algo extra por ello. Ella podría tener piel bajo las uñas, que pudo haber ido a parar al desagüe de la ducha que se dio. Espero que obtengamos una muestra de ADN.

-Yo también, señor Kholi. ¿Hora de la muerte?

-Sólo estimada: sobre las tres o las cuatro de la madrugada.

-¿Y encontrado?

-A las diez de la mañana por la mujer de la limpieza.

-¿Algo en el móvil?

-No he podido romper la contraseña todavía, pero no es mi especialidad. Steele ha dicho que su mujer no la sabe. Dice que va a poner en ello a los técnicos.

-Gracias, señor Kholi.

-¿Quieres echarle un último vistazo, Thompson?

Thompson se encogió de hombros, se inclinó y observó al hombre. Gordo inflado hijo de puta. Se supone que era el número dos en la Iglesia Light Church. Evangelistas cristianos. A Thompson no le importaba la religión. Era un poli. Había visto el infierno. Pero a los idiotas les seducía la New Light. También a algunos idiotas de remate poderosos. Actores muy conocidos, hombres de negocios, y mujeres, todo tipo de <<famosos>>. Antes de las últimas elecciones, Bob Ellis, el Primer Ministro del Partido Conservador, dio inicio a su campaña en la Iglesia de New Light un domingo por la tarde en Bondi Junction. Aleluya hermano. Que los votos vengan a mí.

-He terminado, señor Kholi, este es su terreno. ¿Puede decirme algo más?

-La verdad es que no. Como ya he dicho, falleció manteniendo relaciones. Tendremos que hacerle test de drogas y alcohol. En la habitación no hay drogas. La chica o mujer se dio una ducha, revisó sus pertenencias, robó las tarjetas de crédito, limpió lo demás y se fue.

Thompson echo un vistazo a la habitación. Vio la chaqueta en el suelo.

-¿Qué ha pasado con esto?

-Ah, sí, perdón, Cash. También es importante. Alguien cortó un agujero en el interior del bolsillo de la chaqueta. Y me refiero a algo improvisado, con una navaja o algo así.

-Vale, un poco raro.

-Rarísimo. Debió de ver o notar que ahí había algo.

-¿Ha dicho Steele algo sobre esto?

-Parece ser que no es asunto mío.

-Ah. ¿Pero lo ha hecho nuestra chica?

-¿Quién si no?

-Si no me equivoco, el recepcionista hizo el registro del tipo –dijo Thompson-, pero se fue a casa a las siete de la madrugada.

-Sí. La habitación es tuya –dijo Kholi-. Tengo cosas que hacer.

Llegaron dos tíos de la ambulancia. Movieron el inmenso cuerpo de Norton en la camilla por el pasillo.

Thompson permaneció en medio de la habitación y dijo:

-¿Por qué viniste aquí? ¿Por qué esta chica?

CAPÍTULOTRES

Rhia se despertó a las diez de la mañana. Se incorporó despacio. Se frotó los ojos, apoyó las manos atrás al tiempo que se orientaba, pensando en la noche anterior, en el paseo hasta casa. El gordo repulsivo al que tuvo que empujar con la rodilla para quitárselo de encima. Pensó en el dinero. En lo que podría comprar con él. Puta mierda. Aún podía tener problemas. Ese recepcionista. Tenía que arreglarlo. No sabía qué contarle a Salem o si contarle algo siquiera.

Se dejó caer en la cama y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, una carita la observaba detenidamente. Tenía el pelo marrón claro, llevaba pantalones de pijama de colores, una camiseta rosa con un oso negro, manchada. Tenía siete años, casi ocho. Rhia le sonrió y dijo:

-Te quiero, cariño.

-Hora de levantarse, Rhia.

-Llámame mamá, cariño.

-Es hora de levantarse para venir conmigo y Salem al sofá, ver pelis, es sábado, no hay clase, prometiste que te levantarías.

-¿Puedes traerle a mami los cigarrillos de la cocina?

-Cógelos tú –dijo la niña, corriendo de vuelta a la sala.

Rhia se sentó. Salem no se había despertado cuando se acurrucó contra él por la noche. Pensó que tal vez podría haber una cajetilla de cigarros en los cajones de la cómoda; se inclinó hacia delante y abrió el cajón de arriba. Rebuscó entre las medias y calcetines y consiguió una cajetilla de Kent. Y un mechero azul claro. Sacó uno. Había un cenicero bajo la cama. Se inclinó, lo cogió para ponerlo en el regazo, se tumbó y encendió un cigarro ligeramente torcido. Salem toleraba que fumara porque se sentía culpable por no trabajar. Estaba en libertad condicional. Cumplía condena en una granja prisión cerca de Wollongong. Pero Salem era de constitución delgada, no tenía dinero y era fácil que lo amenazaran en un lugar como aquel; estaba siendo una dura condena. Se asomó a la puerta llevando puestas unas gafas inteligentes. La única persona en el mundo que todavía las llevaba. Un fracaso publicitario del máximo nivel, pero Salem aún las tenía. Nunca se las sacaba.

-¿Estás bien, nena? -preguntó.

-Sí, gracias.

Sonrió y dijo:

-¿Ningún problema ayer por la noche?

-No. Ven y dame un abrazo. Sácate las malditas gafas.

Caminó hacia ella; ella dejó el cigarro en el cenicero, sobre la cómoda. Se abrazaron con fuerza. Ella se levantó. Salem le sujetó la mejilla derecha y dijo:

-Te quiero más que a las tortitas.

Ella se rio, él se sacó las gafas y besó su aliento de fumadora. Ella deslizó la lengua en su boca, lo imitó agarrándole el trasero y se besaron durante un minuto aproximadamente; después él la empujó de nuevo a la cama y dijo:

-Dúchate y lávate los dientes, apestosa.

-Eh, tú –dijo ella sonriendo. Salem se giró y volvió junto Molly a la sala, para ver películas antiguas en la tele.