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Beschreibung

En su diversidad de enfoques teóricos, entradas metodológicas, escalas espaciales y ciudades elegidas, La ciudad desde la antropología: miradas etnográficas tiene como finalidad proporcionar una muestra de la riqueza de las nuevas miradas e investigaciones etnográficas que antropólogas y antropólogos están produciendo sobre la ciudad contemporánea. Ciertamente, organizados en secciones sobre prácticas, imaginarios e identidades urbanas, los trece estudios de caso que componen esta publicación exploran procesos en metrópolis como Lima, São Paulo, Atenas y Madrid, y en ciudades intermedias del interior del Perú, de la Provincia de Buenos Aires y en Arica. Este volumen, pionero en el país y que surge de la reflexión producida desde el Grupo de Investigación Antropología de la Ciudad de la Pontificia Universidad Católica del Perú, constituye un privilegiado caleidoscopio a través del cual es posible avisorar la complejidad, la profundidad y la variedad de nuestras ciudades y sus habitantes con sus cotidianidades, imaginarios y deseos.

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Arlene Dávila

Cecilia Rivera

Erik Eduardo Portilla Aymara

Evangelina Caravaca

Fiorella Belli

Gerardo Castillo Guzmán

Heitor Frúgoli Jr.

Janeth Cruz Chiri

Juan Carlos Callirgos

Laura Soria Torres

Licia Torres Rebaza

Marisol Zegarra Begazo

Mina P. Baginova

Natalia Consiglieri

Omar Correa Solís

Renza Gambetta Quelopana

Ricardo Jiménez Palacios

Waltraud Müllauer-Seichter

Gerardo Castillo Guzmán y Laura Soria Torres Editores

LA CIUDAD DESDE LA ANTROPOLOGÍA

MIRADAS ETNOGRÁFICAS

La ciudad desde la antropología: miradas etnográficasGerardo Castillo Guzmán y Laura Soria Torres, editores

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2023Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú[email protected]

Imagen de portada: Alberto Borea, The city is in my head, 2011. Cortesía Asociación ABOREAL, colección privadaFoto: Eduardo Hirose

Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Primera edición digital: marzo de 2023

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2023-01073e-ISBN: 978-612-317-823-9

A las y los habitantes de nuestras ciudades que a través de sus sueños y trayectorias las transforman cotidianamenteA Erik Portilla Aymara (in memoriam)

Índice

Agradecimientos

Introducción. La ciudad desde la antropología: prácticas, imaginarios e identidades

Gerardo Castillo Guzmán y Laura Soria Torres

Prácticas

Investigación en tiempos difíciles: prácticas recientes de activistas en la ciudad de São Paulo, Brasil

Heitor Frúgoli Jr.

Migración laboral indígena en la Amazonía: ashaninkas trabajando en Satipo, Perú

Fiorella Belli

¿Hacia los paisajes urbanos de la solidaridad y la resistencia? Ejerciendo la autonomía en ciudades europeas después del cierre de la frontera: el caso de Atenas, Grecia

Mina P. Baginova

La legibilidad del Verde Social. Apuntes etnográficos del paisaje verde urbano. Un caso de estudio de Madrid, España

Waltraud Müllauer-Seichter

«Yo también tengo derecho a vivir acá»: apropiaciones y desencuentros en la ciudad. El caso de la urbanización Santa Cruz en Miraflores, Lima, Perú

Natalia Consiglieri

Imaginarios

Promesas modernas, ansiedades modernas: ambivalencias en torno a los proyectos de transformación de Lima a inicios del siglo XX, Perú

Juan Carlos Callirgos

Pequeñas ciudades, grandes conflictos. Dilemas en una pequeña ciudad de la Provincia de Buenos Aires, Argentina

Evangelina Caravaca

Imaginando la ciudad: discursos visuales desde el sector inmobiliario en Lima, Perú

Licia Torres Rebaza

Las huellas del deseo: entre el crecimiento urbano y la paleta de colores en Puquio, Perú

Cecilia Rivera

Disputas sobre los imaginarios de la ciudad: el proyecto de revalorización «Jauja Monumental», Perú

Omar Correa Solís

Identidades

Estados Unidos: el impulso de las identidades latinoamericanas y latinas en los mercados de arte contemporáneo

Arlene Dávila

La festividad en la constitución de las identidades urbanas del Altiplano, Puno, Perú

Erik Eduardo Portilla Aymara†

Íconos de identidad y memoria nacional en ciudades de frontera. El caso de Tacna (Perú) y Arica (Chile)

Renza Gambetta Quelopana, Janeth Cruz Chiri, Ricardo Jiménez Palacios y Marisol Zegarra Begazo

Epílogo

Gerardo Castillo Guzmán y Laura Soria Torres

Sobre los autores

Agradecimientos

Al igual que la propia ciudad, este libro no es sino el resultado del esfuerzo colectivo de muchas personas. En primer lugar, queremos agradecer muy especialmente a las autoras y los autores de los capítulos que conforman este volumen por su generosa colaboración. Glenda Escajadillo realizó la labor de editar el formato del manuscrito con cuidado, dedicación y profesionalismo. El manuscrito inicial se vio enriquecido por los agudos y constructivos comentarios del revisor anónimo. La labor del equipo del Fondo Editorial de la PUCP, liderado por Patricia Arévalo, ha sido fundamental para la publicación del libro. Nuestro agradecimiento a Militza Angulo, Sandra Arbulú —encargada de la corrección de estilo y edición final— y Roberto Torres, quien ha diseñado la carátula. Giuliana Borea ha tenido la enorme gentileza de permitir el uso de la fotografía de The city is in my head, la obra de Alberto Borea que se encuentra en la portada, y el equipo de artes visuales del ICPNA —bajo la conducción de Charles Miró Quesada— nos ha cedido la fotografía realizada por Eduardo Hirose. Finalmente, muchas de las ideas y las líneas de investigación aquí exploradas son fruto del diálogo logrado en el espacio del Grupo de Investigación Antropología de la Ciudad; nuestro aprecio a sus integrantes por enriquecer el debate y el interés por comprender las experiencias cotidianas de la ciudad y sus habitantes.

Introducción.La ciudad desde la antropología: prácticas, imaginarios e identidades

Gerardo Castillo Guzmán

Laura Soria Torres

Pontificia Universidad Católica del Perú

Nací en una ciudad triste

de barcos y emigrantes

una ciudad fuera del espacio

suspendida de un malentendido:

un río grande como mar

una llanura desierta como pampa

una pampa gris como cielo.

Cristina Peri Rossi, «Montevideo»

Desde la segunda mitad del siglo XX, impulsada por los procesos de descolonización y modernización tras la Segunda Guerra Mundial, la constitución social de buena parte de los países del llamado Tercer Mundo iniciaron una profunda transformación para dar paso a sociedades y espacios más urbanos. Evidentemente, los países sudamericanos (Gorelik, 2005), en general, y el Perú, en particular, no fueron ajenos a estas tendencias globales. Para el caso peruano, después de siglos en los que nuestra sociedad se estructuró de manera preponderante a través de espacios y de relaciones rurales, la ciudad empezó a cobrar preeminencia en estas maneras de estructuración sociopolítica, simbólica y económica. Aunque resulte paradójico, fue un proceso cuyo objetivo declarado era la modernización de la sociedad rural —la reforma agraria promovida por el gobierno militar de Juan Velasco en 1969—, el hito que, al liberar a millones de personas de opresivas estructuras agrarias, terminó por consolidar la hegemonía de la ciudad en el país. Estos cambios no son únicamente un tema demográfico que, ciertamente es central, con el paso de una población mayoritariamente rural hasta la década de 1970 a cerca del 80% de las personas habitando las ciudades en la actualidad, valor muy cercano al de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)1. Los cambios que ha experimentado el país permean diversas dimensiones y entrañan complejas transformaciones económicas —como, por ejemplo, las caracterizadas por la insurgencia de economías urbanas informales (Cosamalón, 2018) y las clases medias emergentes celebradas por la ideología del emprendedurismo (Cánepa & Lamas, 2020)— sociales y políticas —como las que han permitido la apropiación y la producción del espacio urbano de Lima (Degrerori, Lynch & Blondet, 1986; Golte & Adams, 1987)— y simbólicas; todas ellas se evidencian en las representaciones y en las producciones culturales como, por ejemplo, las epitomizadas en la consagración de una ubicua cultura chicha (Huerta-Mercado, 1995; Martuccelli, 2015).

La dramaticidad de estos cambios, evidentemente, ha alimentado investigaciones en las ciencias sociales y, desde hace unas cinco décadas, la antropología peruana y peruanista empezó a incorporar actores y procesos urbanos en su reflexión teórica y metodológica con diferentes grados de intensidad, de manera tal que en la actualidad la antropología urbana constituyen un área bien establecida2. Los estudios antropológicos urbanos iniciales en el país coinciden con las primeras olas masivas de migrantes campesinos hacia las ciudades costeñas, particulamente Lima, a finales de la década de 1950. El temprano e influyente trabajo de José Matos Mar es paradigmático. Después de realizar su investigación doctoral sobre estructuras econonómicas y tenencia de la tierra en la isla Taquile del lago Titicaca, en Puno, la atención de Matos Mar se desplaza hacia el bullente mundo urbano y en 1957 publica un trabajo pionero sobre tugurios de larga data y barriadas recientemente creadas en una Lima en transformación. Estos estudios iniciales se centraron, sobre todo, en las estrategias adaptativas de los «campesinos en la ciudad» (Roberts, 1978) y las formas de reproducción cultural (Altamirano, 1977; Wallace, 1984). Influenciados por la obra de Oscar Lewis (1966), trabajos posteriores destacaron el concepto de la «cultura de la pobreza» y el análisis de los efectos perjudiciales del desplazamiento, ya sea en términos de anomia social como de pérdida cultural3. Hacia los años setenta, tras dos décadas de luchas de campesinos por apropiarse y construir su propio espacio en ciudades hostiles, buena parte de la investigación antropológica urbana giró hacia el examen de la reproducción y la activación de redes sociales de solidaridad, paisanaje y parentesco en los espacios urbanos (Rodríguez, Riofrío & Welsh, 1971; Altamirano, 1977; Lobo, 1984) y los efectos de los flujos migratorios, tanto en las localidades de partida como en las ciudades receptoras (Fuenzalida y otros, 1982; Alber, 1999; Oliart, 1984). Con el retorno democrático, a inicios de la década de 1980, diversos estudios resaltaron la emergencia de conciencia política —de clase, para ser más precisos— y de sentidos y reclamos de ciudadanía entre los anteriores migrantes (Degregori, Lynch & Blondet, 1986; Golte & Adams, 1987). Mientras parte de la intelectualidad progresista —ligada a la social democracia y nucleada alrededor de los centros de investigación y promoción Instituto de Estudios Peruanos y DESCO— construyó, a partir de los migrantes que tomaban la ciudad, el nuevo sujeto político de transformación de la sociedad peruana, la derecha liberal (Soto y otros, 1990) —desde el Instituto Libertad y Democracia— construyó, con estos mismos sujetos, el prototipo de emprendedor informal que, a pesar de las trabas colocadas por el Estado, genera un nuevo capitalismo popular. A una lectura que privilegia el homus politicus, se enfrenta otra, igualmente parcial, que destaca el homus economicus (Castillo, 2000).

A la vuelta del siglo, las y los investigadores han ampliado el alcance geográfico de sus indagaciones para incluir la migración transnacional de peruanos en los Estados Unidos, Europa, Argentina o Chile (Altamirano, 2010; Berg & Paerregaard, 2005) y explorar temas de reproducción cultural y activación de redes sociales frente al cambio cultural y la anomia; la pérdida de capital humano frente al envío de remesas, o los cambios en las localidades de origen. Tomando en cuenta una tercera generación de personas nacidas en Lima descendientes de inmigrantes, los investigadores contemporáneos centran sus esfuerzos en la identificación y el análisis de patrones culturales de consumo segmentados entre diversos habitantes de una ciudad cada vez más global (Huber, 2002; García Llorens & Uccelli, 2016), la formación de estilos culturales populares (Huerta-Mercado, 2006) o la persistencia y la reproducción de formas de distinción y segregación que utilizan códigos socioculturales y raciales (Sasaki & Calderón, 1999; Nugent, 2012; Salem, 2012).

Dentro de esta tradición de estudios urbanos, el objetivo mayor de este volumen es proveer una muestra de las nuevas miradas e investigaciones etnográficas que antropólogas y antropólogos están produciendo sobre la ciudad contemporánea. Ciertamente, este propósito se ve reflejado en la diversidad de enfoques teóricos, entradas metodológicas y ciudades elegidas: tres capítulos exploran procesos en Lima, cinco incluyen a otras ciudades del país (Jauja, Juliaca y otras localidades urbanas del Altiplano, Puquio, Satipo y Tacna), cuatro analizan otras ciudades sudamericanas (algunas ciudades intermedias de la provincia de Buenos Aires, Arica y São Paulo) y dos versan sobre ciudades europeas (Atenas y Madrid). Creemos que la diversidad teórica, geográfica y metodológica que ofrece el libro es una de sus mayores virtudes y permite mostrar parte de la riqueza de las miradas etnográficas recientes sobre la ciudad que se están produciendo entre jóvenes y cuajados investigadores. Este valor es tanto más notable por cuanto, hasta la fecha, no existe en el país una publicación de esta naturaleza sobre la antropología urbana, a pesar del creciente interés que tiene en las ciencias sociales. En la medida en que únicamente existen unas pocas revisiones bibliográficas —de notable calidad, por cierto— y compilaciones de textos ya publicados, algunos con ya varias décadas de antigüedad, el conjunto de estudios aquí reunidos constituyen un texto pionero en el Perú que tiene la virtud de ser ejemplo de la amplia variedad de indagaciones etnográficas contemporáneas. Cabe notar que las publicaciones y las reflexiones críticas surgidas a propósito del bicentenario de la Independencia no han incluido explícitamente a la ciudad ni a los procesos urbanos en el país4.

En suma, este volumen es producto de la apuesta de reflexión y colaboración surgida desde 2017 a través del Grupo de Investigación Antropología de la Ciudad (GIAC) de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Enmarcado en políticas mayores de la universidad que buscan aportar en determinadas líneas de conocimiento, el libro forma parte de un impulso de nuestra especialidad por aglutinar esfuerzos y consolidar una línea sostenida de investigación interdisciplinaria sobre las diferentes dimensiones de la ciudad. Esta línea la hemos estado desarrollando a través de los espacios de discusión teórica y metodológica mantenidos en los últimos cinco años en el GIAC y en la organización del Seminario Internacional «La ciudad desde la antropología: actores, prácticas, imaginarios e identidades», realizado en Lima en 2017.

Comprendiendo la ciudad

Diversos textos introductorios de antropología urbana (Foster & Kemper, 2010; Cucó, 2004) han hecho notar el carácter relativamente reciente de los estudios antropológicos en la ciudad en comparación con los realizados desde la sociología5, a la par de destacar que la ciudad —o, más precisamente, el fenómeno urbano— supone un cambio radical en las formas de comportamiento y de organización con respecto a las desarrolladas en asentamientos rurales. En términos del pionero y clásico ensayo de Louis Wirth (1938), una ciudad se define como «[…] un asentamiento relativamente grande, denso y permanente de individuos socialmente heterogéneos» (p. 8; la traducción es nuestra).6

De esta manera, siguiendo a Ferdinand Tonnies y luego a Wirth, se crearon categorías polares en las que de un lado se encontraba el ruralismo —gemellschatf— y de otro, el urbanismo —gesellschaft—. Mientras el ruralismo implica relaciones sociales primarias —caracterizadas por poblaciones homogéneas y solidaridad de grupo—, el urbanismo supone relaciones secundarias, marcadas por poblaciones heterogéneas que viven en los espacios anónimos y densamente poblados de la moderna ciudad industrial. En este marco, la labor de las ciencias sociales consistiría en descubrir y analizar las formas de acción y de organización social que surgen en estos asentamientos con determinadas propiedades espaciales, demográficas, productivas y de relaciones sociales e identitarias específicas.

Según esta línea de interpretación, dichos factores de especificidad —densidad, gran número y heterogeneidad— determinarían que es imposible que cada miembro de la comunidad pueda conocer a los demás. Por tanto, se produciría una falta de mutua relación de los habitantes ordinariamente inherente a toda localidad estudiada por la antropología clásica. Así, la multiplicación de personas que interactúan, en condiciones que tornan improbable su contacto como personalidades completas, produce una segmentación de las relaciones humanas; solo se llega a conocer fragmentos de las vidas y las identidades de las personas y ello determina el carácter esquizoide de la personalidad urbana. De manera característica, los habitantes de las ciudades se encuentran entre sí en papeles segmentados. Ellos dependen de más personas que los pobladores rurales para la satisfacción de sus necesidades7 y así se asocian con un mayor número de grupos organizados, pero su (inter)dependencia con respecto a otros individuos está limitada a un aspecto sumamente fragmentado de la esfera de actividad de los demás. Por ello, la ciudad se caracteriza por contactos secundarios, no primarios. Los contactos de la ciudad pueden ser cara a cara, pero, no obstante, son superficiales, impersonales, transitorios y segmentados. Es así que la reserva, el anonimato, el carácter transitorio de las relaciones sociales, la indiferencia y el aspecto de autosuficiencia de los citadinos pueden considerarse como recursos para inmunizarse a sí mismos contra las expectativas y las peticiones personales de los demás. Ante un modo generalizado de vida de prestaciones y relaciones recíprocas colectivas —postulado originalmente por Marcel Mauss en su clásico Ensayo sobre los dones: razón y forma del cambio en las sociedades primitivas (1928)—, se opone un sistema impersonal de relaciones contractuales (de ahí la importancia del desarrollo monetario y comercial en las ciudades). No es casual, entonces, que la vida urbana sea representada, al mismo tiempo, como aislada y abarrotada8.

De esta manera, la vida metropolitana forjaría una nueva forma de subjetividad, altamente impersonal. Por ello, para Georg Simmel (1988 [1903]), la particularidad psíquica característica de la ciudad es la actitud blasée; una disposición o actitud emocional que denota una indiferencia basada en el hastío. Indiferencia, sofisticación y búsqueda incesante de lo nuevo, cual dandy epitomizado por Oscar Wilde, que caracterizarían al urbanite. Para Simmel, esta actitud sería el resultante, ante todo, de los inmensos, cambiantes y contrastantes estímulos de lo urbano sobre el individuo, lo cual conlleva un florecimiento de la actividad intelectual en la metrópoli, así como una vida inmersa en la búsqueda ilimitada de placer: el ser sibarita y cosmopolita frente a la ingenuidad provinciana. En este contexto, el espacio de lo público es urbano por excelencia. Sobre todo, si entendemos lo público como el derecho y la posibilidad de las personas a mantener el anonimato (Delgado, 2002).

En este sentido, aunque a menudo son tratatos como sinónimos, existe una diferencia entre los significados de ciudad y urbanismo. Mientras los de ciudad hacen referencia al objeto, la morfología, el producto social9, los significados del urbanismo remiten a un modo de vida, un estado mental10 particular. Como hemos notado líneas arriba, las características demográficas y morfológicas de la ciudad —de grandes y densos asentamientos permanentes con alta especialización del trabajo— facilitan el surgimiento de lo urbano. Sin embargo, tal como señalan los textos etnográficos que se desarrollan en este libro, es evidente que lo urbano no es la única forma de vida social en la ciudad. También hay asociaciones de vecinos e inmigrantes, barrios en procesos de gentrificación, comunidades de danzantes, guetos, bloques residenciales cercados, grupos de pares, identidades colectivas, pertenencias y filiaciones de clase, género, etnicidad y nación, etcétera, en las que la vida social se ha coagulado y que los estudios antropológicos han privilegiado.

De esta forma, antes que considerar la ciudad como equivalente a un espacio público de anonimato, conviene pensarla como un complejo producto y productor de fuerzas impersonales y vínculos sociales. Por ejemplo, siguiendo el complejo binomio desarrollado por Da Matta (2002), mientras la calle representa el espacio público, el desorden, la impersonalidad, el anonimato, la libertad, el individuo; la casa —como el gueto o el barrio— encarna el parentesco, la seguridad, las jerarquías, el orden, las relaciones cara a cara y la persona. La ciudad no es únicamente el espacio de anonimato, aislamiento y alienación. Ella también puede generar intensos lazos de cohesión e identidad.

Ciertamente, al estimar lo rural frente a lo urbano como tipos ideales polares, existe el peligro de esencializar a la ciudad como una institución e identificarla a través de la densidad poblacional, con características físicas únicas o apariencia y estilos de interacción social (la ciudad virreinal, la ciudad emergente, la ciudad cosmopolita, la ciudad jardín o la ciudad digital, por ejemplo). En esta línea, Setha Low (1999) hace un llamado para dedicar nuestra atención a las relaciones sociales, los símbolos y las economías políticas manifiestas en la ciudad y analizar lo urbano como un proceso antes que como una tipología o categoría. Comprender la ciudad como un espacio —o como un palimpsesto de espacios y lugares con significados superpuestos, en pugna y contestados— es una alternativa para romper con la oposición entre ciudad física y redes de identidades culturales en la que se ha movido buena parte de la primera antropología urbana.

La teoría de espacio remite, de un lado, a la compleja interrelación entre materialidades, prácticas, diseños, imaginarios y luchas. De otro lado, remite a la conexión entre procesos globales y vivencias locales. Desde una tradición marxista y de la geografía crítica, la idea de «producción del espacio» enfatiza que el espacio —y la ciudad en particular— es producido por —y a la vez contribuye a reproducir— las relaciones sociales existentes (Harvey, 1999; Lefebvre, 1991). Imbuido en la experiencia del urbanismo europeo del capitalismo industrial posterior a la Segunda Guerra Mundial, Lefebvre desarrolla un poderoso marco conceptual que considera que el espacio social se produce por una trialéctica entre: a) prácticas espaciales que emergen de la asociación entre realidad diaria (rutina) y realidad urbana (las rutas y las redes que enlazan los lugares del trabajo, la vida privada y el ocio), y que conforman el espacio vivido de la experiencia; b) representaciones del espacio que constituyen las concepciones por parte de los hacedores y planificadores de este (como el Estado, las empresas inmobiliarias o los estudios de arquitectos) y conforman el espacio concebido de la percepción; y c) espacios de representación que tienen que ver con el espacio vivido a través de imágenes y símbolos por los habitantes y usuarios de la ciudad, pero también con aquel de los artistas y de la imaginación. Estos espacios de representación son lugares de resistencia, pero no solo de clase —como lo enfatizan Lefebvre o Harvey—, sino también, y de manera creciente, de movimientos identitarios desterritorializados (Appadurai, 2001) basados en la circulación y el consumo —como son las identidades étnicas, de género, de fe religiosa o de «estructuras del sentimiento»— (Williams, 1977).

Precisamente uno de los aportes más importantes desde la antropología social y la geografía humana en las últimas décadas es la visibilización de las complejas formas en que el espacio y la ciudad son construidos siguiendo líneas de clase (Castillo, 2021; Cosgrove, 1984; Harvey, 2003; Mitchell, 1996; Peet, 1996), género (Massey, 1994), raza y etnicidad (Cánepa, 2007; Castillo, 2018b; Jackson, 1992; Orlove, 1993). La ciudad no es únicamente un texto que puede ser deconstruido (Duncan, 1990), sino el espacio de disputa simbólico y material en un mundo globalizado (Castillo, 2018a); las representaciones del pasado y sus materializaciones espaciales están siempre en disputa y son representaciones performadas en el presente (Cánepa, 2016; Mitchell, 1996; Peet, 1996).

En su diversidad teórica, metodológica y de casos examinados, los textos etnográficos que componen esta publicación contribuyen a complejizar y matizar las líneas de comprensión de lo urbano arriba reseñadas y a contextualizarlo mediante ricas descripciones y análisis de ciudades contemporáneas. Por ejemplo, Lefebvre elabora sus ideas en el contexto del desarrollo urbano francés de la segunda mitad del siglo XX; esto es, un escenario altamente industrializado, regulado y centrado en el Estado, en el cual este y las firmas inmobiliarias son los productores por excelencia del espacio urbano y ejercen notable poder sobre los ciudadanos o usuarios del espacio. De manera contraria, varias de las y los autores encuentran, por ejemplo, la formación de narrativas morales en los intentos de legitimar el acceso y el uso del espacio público en una pequeña ciudad argentina —en el texto de Evangelina Caravaca—, las formas de activismo político feminista y LGTBQ en sus luchas por habitar la metrópoli brasileña de São Paulo —tal como lo examina el capítulo de Heitor Frúgoli Jr.— o la configuración de circuitos migratorios siguiendo experiencias laborales por parte de indígenas ashaninkas, como destaca Fiorella Belli.

Y es que a través de sus prácticas —cotidianas y extracotidianas— los actores construyen formas de interacción en la ciudad —como las respuestas en la vida social de los habitantes madrileños en su relación con una naturaleza urbana producida, que indaga Waltraud Müllauer-Seichter—, producen y oponen particulares construcciones de lugar y barrio ante procesos de gentrificación, tal como analiza Natalia Consiglieri en una de las emblemáticas calles de la movida gastronómica limeña, o generan experiencias de resistencia y solidaridad entre refugiados y lugareños de Atenas, como se afirma en el artículo de Mina Baginova.

Estas prácticas urbanas son siempre animadas por los imaginarios, a la vez que los propician —ese muy real y colectivo conjunto de simbolizaciones que organiza y legitima el orden social (Godelier, 2000)—. Se trata de imaginarios en disputa sobre cuerpos y construcciones higienizadas, como explora Juan Carlos Callirgos para inicios del siglo XX; sobre los espacios que las compañías inmobiliarias conciben para nuevas familias modernas de clase media que son analizados por Licia Torres; sobre los anhelos que mujeres de una pequeña ciudad andina tratan de ver reflejados en las fachadas de sus casas, como recrea Cecilia Rivera; o sobre pretensiones de ciudad desde construcciones cruzadas por clase, etnicidad y género, como se expone en el artículo de Omar Correa.

Estas práticas e imaginarios de la vida diaria urbana no se pueden convertir únicamente en «recursos ideacionales», como señala Offen (2003) en las luchas y dramatizaciones cotidianas sobre el derecho a la ciudad. También proporcionan el repertorio con el cual los actores ensamblan fluidas relaciones identitarias. Hablamos de las identidades de latinidad que se construyen en la intersección de circuitos internacionales de arte con impulsos institucionales y marcadores étnicos provenientes de los estados nacionales, como propone el trabajo de Arlene Dávila; de las pretensiones identitarias de las élites puneñas expresadas, performadas y legitimadas en festividades patronales, como sostiene Erik Portilla; o del papel de la memoria colectiva que recrea sobre íconos monumentales en ciudades de la frontera peruano-chilena para permitir la formación de identidades nacionales, como indagan Renza Gambetta, Marisol Zegarra, Janeth Cruz y Ricardo Jiménez. A partir de estas discusiones, el libro está organizado sobre tres ejes en la producción de la ciudad: prácticas, imaginarios e identidades.

Prácticas

Esta sección se abre con el urgente y contemporáneo análisis de Heitor Frúgoli Jr. sobre las formas de activismo urbano en São Paulo, bajo la sombra del conservadurismo político de la presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil. A través del hilo conductor de la actuación del activista Marcio Black, Frúgoli Jr. describe y reflexiona sobre las estrategias de movimientos activistas paulistas en el actual contexto de polarización política y cuestionamiento al derecho a habitar la ciudad de grupos feministas, LGTBQ, afrodescendientes, indígenas y otros actores subalternos. Gracias al uso y al análisis de redes sociales (Twitter, Facebook y WhatsApp) y de internet, el texto captura la efervescencia y la heterogeneidad de los movimientos activistas así como de la coyuntura política y social que se producen en Brasil —y en São Paulo, en particular— con el ascenso y el triunfo de la extrema derecha conservadora en las elecciones presidenciales de 2018. Más aún, refuerza la idea del hacer política desde diversos dominios de internet y explicita las dimensiones éticas y políticas de ello, como son los debates sobre las decisiones y los resultados electorales, y el papel desempeñado por las tecnologías de la comunicación digital, especialmente cuando son utilizadas como mecanismos de manipulación. Una tarea pendiente, señalada por el mismo autor, es la de profundizar estudios sobre las estrategias digitales —muy especialmente las narrativas fílmicas— que diversas experiencias activistas construyen en sus luchas y negociaciones por el derecho a habitar la ciudad.

En su texto sobre migración laboral indígena, Fiorella Belli discute el complejo de razones que lleva a individuos ashaninkas de comunidades rurales a migrar hacia centros urbanos en la Amazonía peruana. En el contexto de escasas oportunidades de encontrar empleo local remunerado, la razón fundamental es la generación de ingresos. Sin embargo, el deseo de continuar estudios formales o simplemente «las ganas de conocer la ciudad» son parte prioritaria del conjunto de razones para migrar. Estas motivaciones configuran una compleja red de movimientos que no calza con la imagen de las migraciones como un fenómeno permanente, cuando lo que se construye es un circuito fluido que variará con el ciclo de vida de los individuos y, además, está fuertemente condicionado por el género. Como lo indica la autora, antes que migrantes, lo que «tenemos son personas que se mueven en un horizonte territorial amplio buscando las mejores oportunidades que ofrece cada espacio en determinadas épocas». Un hallazgo mayor es que, dadas las mayores dificultades que enfrentan las mujeres para conseguir trabajo asalariado en sus localidades, son ellas las que migran preferentemente a la ciudad donde encuentran empleos de baja calidad —como servicio doméstico— que reproducen antiguas formas de discriminación racial, o se autoemplean, eufemismo que esconde la dureza de la experiencia de la prostitución y la explotación sexual. Sin embargo, también existen casos en que las mujeres ashaninka encuentran empleo en ONG —como, por ejemplo, operadoras de turismo local— y, de manera creciente, en la Administración Pública. De otro lado, a diferencia de lo investigado en grupos andinos, la migración ashaninka tiende a ser individual antes que familiar y tampoco se apoya en redes étnicas. Salvo aquellas personas ligadas a ONG u organizaciones de base, las migraciones son más una tarea individual y son pocos los que comparten recursos e información. Los procesos descritos rompen con la dicotonomía entre lo rural y la ciudad, y propician cambios significativos en las formas productivas, los estilos de consumo, así como las identidades de las y los jóvenes ashaninkas.

Entretanto, el capítulo elaborado por Mina Baginova investiga la generación de redes y experiencias de resistencia y solidaridad entre refugiados y lugareños en Atenas ante la «crisis de refugiados» de Oriente Medio y África en Europa. Sobre la base de un trabajo de campo etnográfico realizado en 2016, Baginova explora cómo grupos de solidaridad de refugiados urbanos en Atenas —nodo central en la llamada Ruta de los Balcanes— tejen redes sociales y económicas autogestionadas para enfrentar la crisis ante la inacción de los Estados y el accionar de traficantes de personas. Estas redes de solidaridad y autogestión en la ciudad suponen formas de resistencia y negociación con el orden político imperante. Asimismo, según la autora, la existencia de un patrimonio político previo —que tiene como referente la crisis económica y política griega— explica en buena parte el surgimiento y la relativa fortaleza de estas redes de solidaridad con los refugiados.

El medio ambiente urbano constituye una transformación de la naturaleza que representa extensos procesos sociales, políticos y económicos que se articulan material e inmaterialmente en la ciudad. Las desigualdades socioambientales, materializadas en las distintas morfologías que componen la ciudad, evidencian estos procesos y tienen impacto en sus habitantes. El paisaje verde urbano es una entrada para dar cuenta del modo en que las personas se imponen a su entorno, lo cual es trabajado por Waltraud Müllauer-Seichter en «La legibilidad del Verde Social. Apuntes etnográficos del paisaje verde urbano. Un caso de estudio de Madrid, España». En este texto, la autora aborda la repercusión del espacio verde en la vida social de los habitantes de la capital española. Un parque se convierte en su laboratorio ideal; a través de él da cuenta de las diferentes lecturas que existen sobre el valor y las funciones que las personas que los frecuentan y utilizan dan a estos espacios públicos. El significado que tiene el «verde social» de Madrid para las y los entrevistados fue recogido durante los años 2000 y 2005 a través de entrevistas en profundidad acompañadas de métodos cualitativos y técnicas como el paseo urbano y los esbozos de mapas cognitivos, el juego de fotos relacionadas con diferentes zonas del territorio y las hojas de frecuencia en puntos clave del terreno. Este trabajo permite acercarnos al significado sobre la relación histórica que tienen los habitantes de Madrid con este espacio y, al mismo tiempo, a la conciencia del verde urbano en un marco más general.

La transformación, desde hace aproximadamente dos décadas, que atraviesa la urbanización Santa Cruz, ubicada en el mesocrático distrito de Miraflores en Lima, Perú, es analizada por Natalia Consiglieri en el capítulo «“Yo también tengo derecho a vivir aquí”: voces y alcances sobre el proceso de gentrificación en la Urbanización Santa Cruz». En discusión con la literatura sobre procesos de gentrificación en otros países, Consiglieri describe cómo el «barrio» —ese espacio apropiado por los habitantes mediante la creación de un sentido de lugar— ha sido testigo del incremento de la actividad comercial, principalmente de restaurantes y tiendas de diseño, que atrae a un público externo y con mayor capacidad de consumo. Consiglieri analiza la mercantilización del espacio recogiendo la mirada de los sujetos que experimentan estas transformaciones, para quienes el espacio no solo tiene un valor cuantificable, sino que es parte de su identidad, memoria y capital social, individual y colectivo. De esta manera, al centrarse en los actores y en su construcción de experiencias de lugar mediante la memoria, el capítulo destaca la agencia de las y los vecinos para espacializar procesos de nation branding que se producen en el país a partir de la exaltación de la gastronomía.

Imaginarios

Tal como logra capturar el verso de Peri Rossi al inicio de esta introducción, las ciudades son soñadas e imaginadas, tanto por sus diseñadores y planificadores como por sus habitantes. El capítulo preparado por Juan Carlos Callirgos propone una aguda reflexión que explora las formas contradictorias en que las élites y los intelectuales peruanos conciben la modernización de la ciudad de Lima en el periodo posterior a la Guerra del Pacífico. Dichas élites explicarán la derrota sufrida por la degradación racial de los grupos subalternos. Ante ello, y echando mano de un positivismo que relaciona ambiente con raza, propio de la época, concebirán y pondrán en marcha proyectos de modernización de la ciudad que —a la par de embellecer la urbe, pretenden conectarnos con los cánones estéticos europeos y estadounidenses imperantes con la finalidad de romper con el pasado colonial— higienicen las calles y las viviendas para crear los cuerpos viriles que la patria y el capitalismo industrial requieren. De esta manera, tal como ha ocurrido en otras ciudades latinoamericanas, los proyectos modernizadores de Lima se deslizan en las encrucijadas de raza, exclusión social, género y construcción de Estado-nación. Federico Elguera, quien fue alcalde de la ciudad entre 1901 y 1908 y uno de los más entusiastas propulsores de estas transformaciones, encarna dichas contradicciones, y años más tarde escribirá sobre los peligros y las infelicidades que la modernización trae consigo para las personas. Más que un signo de la esquizofrenia de las élites y sus inconclusas propuestas modernizadoras que no logran desprenderse del jerárquico ordenamiento colonial, para Callirgos, ello no sería sino el resultado de tomar conciencia de que la modernidad no se detiene y crea sus propios pasados, en un claro ejemplo por el cual «todo lo sólido se desvanece en el aire»; así pues, las reformas modernistas emprendidas por Elguera terminarían tarde o temprano siendo parte del pasado que hay que borrar.

El capítulo que nos presenta Evangelina Caravaca es fruto del material etnográfico recogido entre 2009 y 2017 en Baradero, una pequeña ciudad de 30 000 habitantes en la provincia de Buenos Aires, Argentina. El estudio de Caravaca arroja nuevas luces sobre la importancia de incorporar las dimensiones espaciales para la comprensión de procesos sociales como la violencia, tomando para ello el caso de pequeños asentamientos urbanos que se constituyen de cara a la dinámica social y económica de grandes metrópolis en América Latina. La descripción y el análisis del material visual y la discusión sostenida en las redes sociales son un gran aporte, no solo metodológico, sino que también permiten comprender la construcción en simultáneo y en conversación entre el pasado y el futuro con significados diferenciados dependiendo, en este caso, de actores locales (quienes destacarán la «no ocurrencia» de hechos memorables en la ciudad, su estancamiento) y de actores situados en la gran ciudad (quienes construirán imágenes bucólicas de paz y vida comunal). Asimismo, destaca el debate sobre la construcción de relatos morales que, por un lado, crean asociaciones de significado entre vida, altruismo colectivo, trabajo, paz social (en otras palabras, madurez proveedora y patriarcal) y, por otro lado, muerte, egoísmo, ocio, violencia (o juventud desestabilizadora del orden social); repertorios que procurarán legitimar un orden establecido por quienes tienen derecho a usar el espacio público de determinadas formas o, en palabras del brigadier Osvaldo Cacciatore, intendente de la ciudad de Buenos Aires durante la dictadura militar entre 1976 y 1983, «merecer la ciudad», con toda la carga de exclusión que lleva patente.

En una línea de investigación que explora la ciudad no solo como un lugar para habitar, sino también para ser imaginado, propuesta por Néstor García Canclini (2010), el capítulo de Licia Torres examina los imaginarios de ciudad —y de las familias que la habitan y construyen— que las empresas inmobiliarias —privilegiados productores de espacio en la ciudad neoliberal— contribuyen a elaborar. Torres analiza y compara tres tipos de representaciones visuales que las empresas inmobiliarias construyen para sus proyectos de edificios de departamentos familiares en el barrio aspiracional de Pueblo Libre y el de clase media consolidada de Miraflores, ambos en la ciudad de Lima: las fotografías publicitarias utilizadas en dichos proyectos, sus planos de ubicación dentro de una porción de la ciudad y las instalaciones que construyen ayudan a configurar formas de vida en la ciudad. El análisis propuesto muestra cómo se construye una suerte de economía visual (Poole, 2000) que produce y colabora a reproducir ciertas formas hegemómicas de familia heterosexual con valores conservadores que, además, están signados por los marcadores de raza, genéro y clase propios del sistema clasificatorio de la jerarquizada sociedad urbana peruana contemporánea.

«Las huellas del deseo: entre el crecimiento urbano y la paleta de colores en Puquio, Perú», el capítulo preparado por Cecilia Rivera, es sumamente sugerente, rico en matices y permite una novedosa reflexión sobre los diversos y negociados significados de las transformaciones espaciales de una ciudad intermedia andina como Puquio, en Ayacucho. El texto propone una serie de pistas para comprender la construcción del espacio urbano como un encuentro/negociación entre clase y deseo, condiciones socioeconómicas y subjetividades, nostalgia y presente. Ello, además, a través de un método que nos recuerda al estudio de Walter Benjamin (1999) sobre el flâneur y la modernidad expresada en las galerías parisinas. Cual femenina flâneuse contemporánea, la autora identifica —para seguir usando a Benjamin— esos fantasmas que perviven en la ciudad, esas capas de significación que se materializan en las fachadas de las viviendas y son actualizadas desde un presente cambiante para imaginar un pasado señorial o proyectarse hacia un futuro moderno de prosperidad material.

En una línea de investigación similar, Omar Correa indaga sobre las disputas que surgen alrededor de los imaginarios de ciudad que distintos actores construyen y proponen a propósito del desarrollo de un proyecto de mejoramiento urbano en el centro histórico de Jauja, una mediana ciudad en los Andes centrales del Perú. A través del análisis de las posiciones y los discursos de los diferentes actores involucrados en el proyecto, Correa explica cómo ellos echan mano de diferentes repertorios para construir imaginarios de ciudad contrastados que apelan a diferentes valoraciones identitarias cruzadas por consideraciones de etnicidad, clase y género.

Identidades

Esta sección se abre con el capítulo «Circuitos de arte latinoamericano en ciudades de los Estados Unidos: el impulso de las identidades latinoamericanas y latinas en los mercados de arte contemporáneo», texto inédito en español de Arlene Dávila, que es parte de su más reciente libro Latinx art: artists, markets and politics. Con el fin de comprender la exclusión y la falta de legitimidad de los artistas latinos en la historia del arte y los circuitos comerciales de arte de los Estados Unidos, Dávila contrasta su situación con el auge del arte latinoamericano en la escena estadounidense y global. Aunque la globalización puede haber quebrado la hegemonía del binomio Estado-nación, este sigue siendo elemento central en la provisión de infraestructura, financiamiento11 e, igualmente importante, identidad. Es decir, el acceso y la participación de artistas latinoamericanos en espacios artísticos globales no puede entenderse sin el apoyo de las industrias culturales que sus estados de origen ponen en marcha, pero tampoco sin el exotismo y la autencidad que los marcadores de identidades nacionales proporcionan. Esta afirmación desafía el postulado comúnmente sostenido de que la globalización homogeniza a la par que complejiza las oportunidades de participación en dichos procesos y espacios. Efectivamente, la producción, la circulación y el consumo de arte en circuitos globales continúan, en parte, signados por marcadores nacionales, pero dicha apertura en la participación se produce dentro de una estructura jerarquizada que ubica a la mayoría de los artistas latinoamericanos en una permanente situación de «emergente», al mismo tiempo que excluye otros marcadores altamente problemáticos, como raza y etnicidad. Si bien el exhaustivo trabajo de Dávila, que incluye entrevistas y descripciones etnográficas en las principales galerías y ferias de arte donde circula el arte latinomericano, tiene como eje al Estado-nación, este no puede entenderse sin la formación de una estructura interconectada y de competencia entre ciudades por posicionarse como nodos globales en ella (Sassen, 1991). De esta manera, coleccionistas de arte en ciudades como Los Ángeles, Buenos Aires o São Paulo dejan de comprar a artistas «locales» para coleccionar obras de arte «globales» para equipararse con los coleccionistas en Miami o Nueva York. Asimismo, las galerías y las ferias en estas ciudades se articulan cada vez menos con su entorno local para convertirse en espacios higienizados y gentrificados que permiten la circulación de personas y capitales de la escena global12.

Las festividades patronales —es decir, las celebraciones sociales y religiosas articuladas alrededor de la veneración de un santo o virgen de una localidad— son parte esencial de las estrategias que diversos grupos urbanos sociales realizan para la producción y la reproducción simbólica de las diferencias sociales que los organizan. Ello es el eje de Erik Portilla en el capítulo «La festividad en la constitución de las identidades urbanas del Altiplano, Puno, Perú». Ciertamente, Portilla argumenta que, a través de la conformación de comparsas de danzas (las llamadas «danzas de luces»), diferentes sectores ocupacionales de las ciudades altiplánicas del Perú procuran construir poder simbólico que los identifique como una clase social. Para ello, compiten en número de integrantes, ostentación en los trajes y performatividad corporal, de manera tal que la puesta en escena de la danza legitime pretensiones de éxito económico y de jerarquización social en la ciudad que utiliza referentes de clase, etnicidad, género y lugar de residencia. Luego de describir las transformaciones actuales de las maneras en que las élites locales imaginan las fiestas patronales —un proceso de construcción de imaginarios que contribuye a la institucionalización de las festividades—, el texto se adentra en una revisión y discusión de modelos teóricos para la comprensión de las festividades religiosas contemporáneas. Portilla propone un modelo de festividad altiplánica que, manteniendo la función de mediadora entre los hombres y el mundo divino, permita la constitución de un producto exportable y diferenciado con el que las sociedades urbanas pueden vincularse con discursos nacionales y globales má amplios. Para las clases medias puneñas urbanas, las festividades religiosas les permiten canalizar deseos y fantasías de progreso en un mundo contemporáneo, a la par de echar mano del recurso del mantemiento de la tradición. Lamentablemente, Erik Portilla falleció en 2020 y no logró ver publicado este volumen. Sus aportes y su generosa contribución serán siempre recordados.

A pesar de la importancia del estudio de las fronteras —y las ciudades transfronterizas— para la comprensión de la formación de identidades sobre el Estado y la nación (Donnan & Wilson, 2001), los trabajos sobre ellas desde la antropología son escasos en el país. El capítulo elaborado conjuntamente por Renza Gambetta, Marisol Zegarra, Janeth Cruz y Ricardo Jiménez es una oportuna contribución al tema, a la vez que establece un constructivo diálogo con el urbanismo y la arquitectura. En «Íconos de identidad y memoria nacional en ciudades de frontera. El caso de Tacna (Perú) y Arica (Chile)», las y los autores sostienen que las identidades de estas ciudades vecinas se construyen sobre la base de narrativas históricas complementarias que se encuentran en parte espacializadas en lugares cargados de valores simbólicos asociados a los imaginarios colectivos de nación peruanos y chilenos. A través de la especial atención colocada en los inmuebles correspondientes al Consulado de Chile en Tacna y a la llamada Casa de la Respuesta o Casa Bolognesi en Arica, el texto explora la manera en que los habitantes de estas dos ciudades deben negociar, en la convivencia cotidiana, las huellas mnemónicas de la guerra y la ocupación en el imaginario colectivo de estas ciudades de frontera.

Así como los problemas de investigación específicos, los enfoques teóricos y los lugares de estudio, los recursos y las técnicas metodológicas utilizados en los trabajos presentados son diversos. De este modo, los estudios sobre «el verde social» de Waltraud Müllauer-Seichter, la gentrificación de Consiglieri y la patrimonialización de un centro histórico se enfocan en un espacio único claramente definido —un parque en Madrid, una calle en un distrito de Lima o el centro histórico de Jauja— para dar cuenta de las diferentes lecturas que existen sobre las valoraciones, las funciones, las expectativas y los sentidos de pertenencia que se construyen sobre estos espacios. Otros trabajos —por ejemplo, los desarrollados por Fiorella Belli o Erik Portilla— siguen a los actores —pobladores indígenas, especialmente mujeres, y comparsas de danzantes de grupos de sectores medios andinos— a lo largo de circuitos que conectan espacios más amplios de la selva central o el Altiplano peruanos. Aun otros autores, como Evangelina Caravaca y Heitor Frúgoli Jr., realizan exploraciones etnográficas multisituadas (Marcus, 1995) y se apoyan extensivamente en el uso de redes sociales (Facebook y Twitter), servicios de mensajería en línea (WhatsApp) y plataformas digitales (YouTube) para explorar las construcción de disputas representacionales de la ciudad y de la formación de cadenas de activismo político desde grupos afrodescendientes y LGTBQ.

Si bien el uso de entrevistas en profundidad y la construcción de relatos etnográficos característicos de la antropología predomina en la mayor parte de los trabajos aquí presentados, varios de ellos establecen diálogos interdisciplinarios con la arquitectura y el urbanismo —tal es el caso de Renza Gambetta y otros—, los estudios urbanos —con el fructífero uso de técnicas como el paseo urbano, los mapas cognitivos, el juego de fotos relacionadas con diferentes zonas del territorio y las hojas de frecuencia espaciales que propone Waltraud Müllauer-Seichter— y la historia —como lo muestra el análisis de fuentes documentales de Juan Carlos Callirgos—. Además, trabajos como los de Licia Torres o Cecilia Rivera proponen el uso mixto de los relatos de los actores con técnicas visuales enfocadas en fotografías, planos e imágenes promocionales.

Finalmente, cabe destacar la convivencia de diversas escalas espaciales en el conjunto de trabajos incluidos en el volumen: barrios (Consiglieri), centros históricos (Correa), distritos urbanos (Torres), ciudades intermedias (Caravaca y Rivera), ejes regionales (Belli y Portilla) y transfronterizos (Gambetta y otros), metrópolis latinoamericanas (Callirgos) y metrópolis europeas (Müllauer-Seichter y Baginova) e incluso circuitos transnacionales (Dávila). Consideramos que esta diversidad temática y metodológica es parte de la riqueza que esta publicación pone a disposición de las y los interesados en comprender el caleidoscópico espacio de nuestras ciudades contemporáneas.

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1 Banco Mundial, «Población urbana» (% del total). OECD members, 1960-2020, https://datos.bancomundial.org/indicador/Sp.urb.totl.in.ZS?locations=OE

2 Además, existe una rica tradición de estudios históricos sobre la ciudad en épocas prehispánicas (Canziani, 2012), colonial (Glave, 1998; Walker, 2012) y republicana (Del Águila, 2003; Mannarelli, 2018), además de trabajos que exploran la formación de circuitos regionales de articulación campo-ciudad (Bonilla, 1974; Assadourian, 1982; Contreras, 1988), el establecimiento de patrones de migración estacional en economías regionales y el surgimiento de la figura del campesino-minero (Long & Roberts, 1984; DeWind, 1987), así como la dislocación de espacios económicos (Manrique, 1987; Helfgott, 2013).

3 Ver al respecto las revisiones bibliográficas elaboradas por Vega-Centeno (2006) y Sandoval (2012).

4 Aun una propuesta crítica de divulgación como es la serie Nueva historia del Perú republicano editada por la Derrama Magisterial en 2021, la cual incorpora explícitamente una mirada de las mujeres, solo contiene breves secciones sobre los procesos urbanos. Ello a pesar de que es la expansión y la transformación de la ciudad lo que va a marcar los intentos modernizadores ocurridos en el país.

5 Efectivamente, mientras la sociología realizaba estudios y etnografías urbanas desde la década de 1920 —especialmente desde la Escuela de Chicago y con célebres estudios como el de William Foote Whyte (1981; orig. 1943) sobre la cultura de los street corner boys en el Boston de los años treinta—, la antropología se interesó significativamente por los pobladores de la ciudad recién hacia la década de 1960 cuando, tras las Segunda Guerra Mundial y los procesos de descolonización, se produjeron masivas migraciones en América Latina, África y Asia. Las y los antropólogos debieron seguir a poblaciones indígenas, tribales y campesinas —sujetos arquetípicos del quehacer antropológico dominante— en su ruta a las ciudades (Roberts, 1978). Los trabajos de Robert Redfield (1941) en Yucatán sobre el continuo folk-urbano, primero, y el desarrollo del concepto de «cultura de la pobreza» por Oscar Lewis (1966) en México y Puerto Rico, después, marcaron el ingreso de la antropología en los estudios urbanos.

6 Este es, sin embargo, un postulado que debe tomarse con matices. Ciertamente, el desarrollo contemporáneo de la ciudad de Lima muestra una situación significativamente diferente de la idea de un conglomerado socialmente heterogéneo. Por ejemplo, los procesos de mayor expansión urbana producidos por las migraciones masivas entre las décadas de 1960 y 1970 no están marcados por el anonimato sino por la espacialización de redes de parentesco y paisanaje.

7 Aunque, ciertamente, como bien han anotado estudios de antropología urbana en Lima, los habitantes de la ciudad muchas veces reproducen estrategias y redes de acción colectiva rurales en los nuevos contextos. Así, por ejemplo, durante los años formativos de Villa El Salvador, a inicios de la década de 1970, mientras los hombres tendían a salir de la localidad para trabajar en la ciudad, las mujeres se organizaban entre ellas para atender demandas de alimentación, seguridad y cuidado del conjunto de las familias.

8 Desde la literatura, Lima es también representada como un ente anónimo que devora a sus habitantes, «el monstruo de mil cabezas», de Enrique Congrains; «la ciudad [que] abre sus fauces […]» en «Gallinazos sin plumas», de Julio Ramón Ribeyro; o, como la describe Óscar Malca en Ciudad de M: «En estas calles, las casonas están muertas, pero de los corralones salen siempre hasta la vereda murmullos amenazantes […]». «Después de todo, Lima es solo un pueblo fantasma», como apunta Irma del Águila en «Tu voz existe».

9 En palabras de Claude Lévi-Strauss, en su Tristes trópicos: «Es lícito comparar, y no de manera metafórica, […] una ciudad con una sinfonía o un poema; son objeto de la misma naturaleza. Posiblemente más preciosa aún, la ciudad se sitúa en la confluencia de la naturaleza y el artificio […]. Es a la vez objeto de la naturaleza y sujeto de la cultura; individuo y grupo; vivida y soñada; la cosa humana por excelencia» (1988, p. 125).

10 Como refieren Marx y Engels: «La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo del cretinismo de la vida rural» (2008 [1848], p. 48).

11 En el caso reciente peruano, y aunque no sin controversia, la activa promoción del Estado —a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, la Embajada del Perú en España, PromPerú y el Ministerio de Cultura— ha hecho posible la exposición de trabajos de artistas amazónicos en ArcoMadrid 2019. Dado que la feria es una iniciativa privada que acoge a artistas vinculados a galerías de arte, las cuales casi en su totalidad se encuentran en Lima y donde participan artistas del circuito de élite, sin el soporte estatal no habría sido posible la participación de los artistas indígenas.

12 A una escala mucho menor, esto es algo que ha empezado a ocurrir en el distrito de Barranco o con el proyecto Callao Monumental.