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En un mundo devastado por la guerra, los caminos de dos guerreros están a punto de cruzarse, y las consecuencias serán impredecibles.
Chaos es un soldado de los Hijos de la Luz, y lucha en nombre del destino, el honor y la gloria. Arrogante y testarudo, se cree que el guerrero más fuerte del mundo, hasta que una fatídica coincidencia le deja a merced del demonio Anathema.
Los dos establan una intensa rivalidad, pero su obsesión de destruirse el uno al otro solo consigue unierles aún más. Cuando las fuerzas de la Luz y las Sombras se estrellan, ¿en qué lugar quedarán las lealtades?
La Crónca de Chaos es la primera novela de D.M Cain en su aclamada serie de fantasía.
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Veröffentlichungsjahr: 2022
Derechos de autor (C) 2019 D.M. Cain
Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2022 por Next Chapter
Publicado en 2022 por Next Chapter
Arte de la portada por CoverMint
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.
Agradecimientos
Nota del autor
Prólogo
Rebelión
1. Elixir
2. Decepción
3. Conversiones Llameantes
4. Nightfall
5. El fénix y la Llama
6. Draka
7. El lado amargo de la responsabilidad
8. El forastero
9. Ilusión
10. El mayor de los Honores
11. Sin juicio
12. El ancla
13. Un blanco perfecto
14. Catalizador
15. El Harari de Anathema
16. Las plumas negras del Infierno
17. Mentiras y Manipulación
Sangre y Cenizas
1. El Templo de Nirvana
2. Si los Demonios caminaran por el planeta…
3. Deseo de Venganza
4. Plumas Blancas
5. Desatad vuestro verdadero ser
6. El Libro de Alcherys
7. Las máximas bajas
8. Cenizas derramadas
9. Olas de dolor
10. El hombre del momento
11. Sesión 251
12. Sangre
13. Tatuajes
14. La fortaleza de Crae
15. El Juicio de los Hijos
16. Integración
17. La votación
18. Despedidas
Querido lector
Sobre la Autora
Gracias a Jasmine Stanhope, Matthew Sharp, Mathew Gregory y Dave Fearing por toda la ayuda y las ideas que me habéis dado a la hora de crear esta locura de mundo plagado de guerras.
A mi más antigua y querida amiga, Jasmine. Este mundo y sus personajes comenzaron como sueños de fantasía en lugares imaginarios de nuestras locas mentes adolescentes. Sin ti, esta idea nunca habría crecido hasta ser lo que es hoy. Gracias.
Para Mat, la persona más leal y comprensiva que he conocido nunca. Gracias por escuchar incansable mis historias interminables, por aguantar mis absurdos juegos de cartas basados en personajes, y por crear a uno de los mejores personajes en todas las Crónicas de Luz y de Sombra.
Las crónicas de la Luz y las Sombras abarcan miles de años, y cada libro relata la historia de un personaje de la saga. Los libros pueden leerse en cualquier orden, y los personajes aparecen en distintas novelas. Un libro puede contar la historia de un hombre adulto. El siguiente puede comenzar tras la muerte de dicho personaje, o antes de su nacimiento.
Ordenar esta historia depende de ti—el orden de los factores no es importante.
Pero todas y cada una de las historias, que son ramas de una misma leyenda, se dirigen hacia el mismo destino...
La batalla final…
El apocalipsis.
LAS HOJAS DORADAS hojas crujían a medida que dos figuras caminaban sobre ellas a través de los bosques desiertos en la frontera de Meraxor, el territorio de la Hermandad de las Sombras.
La figura más pequeña, Vincent Wilder, caminaba por detrás con los brazos cruzados sobre su uniforme, una túnica impoluta de color gris con el símbolo negro de un fénix anidado en llamas. Iba pateando ramas y piedras, intentando controlar los nervios y mantener la compostura que le habían otorgado el papel de líder de su pueblo.
La figura más grande e imponente que caminaba junto a él no hacía ningún ruido, sus pies amortiguaban silencionsamente el crujiente suelo del bosque. No llevaba más ropas que una capa con una gran capucha que ocultaba la zona donde debía estar su cara.
La temperatura del bosque era fresca, incluso para una tarde-noche de otoño, y el aire helado iba dejando besos helados en la cara de Vincent. Su compañero, el Bavelize, no sentía el frío; no tenía piel que se le arrugara en el frío aire, y no tenía sangre que coloreara sus mejillas al viento. Las manos de la criatura no estaban hechas de piel o huesos, si no de humo turbulento, que se arremolinaba y ondulaba, dando forma a sus dedos.
Vincent había salido de la ciudad hacía más o menos una hora, serpentenando a través del espeso y vacío bosque. Cuando estuvo lo suficiente lejos de la civilización como para que le descubriera alguien, llamó al Bavelize. Había salido del éter, como hacía siempre-materializándose de la nada mismo hasta aparecer a su lado. Habían continuado su viaje juntos en silencio, con Vincent rezando para que lo que estaba a punto de hacer no fuera un error catastrófico. El Bavelize se paró de repente en medio del camino de hojas.
“Aquí,” dijo con su voz etérea y ligera que reverberó en el bosque, saliendo de todas direcciones a la vez.
“¿Aquí? ¿Estás seguro de que éste es el lugar correcto?” Vincent miró a su alrededor buscando alguna señal identificativa, pero esa zona del bosque parecía igual que todas las que habían dejado atrás en la ultima hora.
El Bavelize no contestó. Se giró despacio para mirarle con la ondulante y variante masa de humo que conformaba su cara. Vincent miró rápidamente hacia el suelo. A pesar de que no tenía ojos, el Bavelize le miró fijamente.
“¿Qué vas a hacer ahora?” preguntó Vincent, con voz temblorosa.
La única respuesta del Bavelize fue que comenzó a mover sus manos de humo de atrás hacia adelante, separando los dedos, tocando las cuerdas de una guitarra invisible. Levantó los brazos, alzándolos en el aire y volviéndolos a bajar, barriéndolos hacia un lado y comenzando otra vez. Después de cinco minutos sin éxito ni explicaciones, Vincent empezó a impacientarse.
“Está claro que este no es el lugar.”
“Es aquí,” repitió la voz incorpórea. “Aquí es donde la barrera es más débil.”
“¿Barrera?” preguntó Vincent, pero el Bavelize había vuelto a su movimiento rítmico de manos en el aire. Si hubiera sido cualquier otro, un humano, habría parecido ridículo, pero de alguna forma los etéreos dedos del Bavelize trabajando tan rápido eran inquietantes e intimidantes.
El Bavelize se quedó quieto de pronto, con los hinchados dedos de la mano derecha en alto. Levantó la mano izquierda para unirlas y hacer palanca suavemente con algo en el aire. Con delicados movimientos casi imperceptibles de sus dedos, como separando algo que estaba pegado muy junto. Sus dedos se movían cada vez más y más rápido, en un borrón humeante gris, tirando de los transparentes hilos. Vincent frunció el ceño y se movió para mirar más de cerca.
Apareció una línea, una grieta finísima colgando en medio de la nada. Vincent miraba boquiabierto mientras el Bavelize estiraba y tiraba para ampliar la rendija. Vincent vislumbró algo a través de la grieta. Otro bosque. Los árboles estaban exactamente en el mismo lugar que los árboles del lado de Vincent, pero estaban retorcidos y carbonizados, quemados hasta la raíz hacía mucho tiempo, por el ardiente calor. Ahora no eran más que esqueletos de troncos, los restos de un bosque, un cementerio arbolado.
Vincent miraba fijamente, asombrado, mientras el Bavelize forzaba las costuras entre las dimensiones para desgarrarlas hasta obtener una abertura de tres metros de alto, los bordes hechos jirones revoloteando entre su dimensión y la que quedaba más allá. Una ráfaga de sofocante aire caliente pasó a través de la puerta deshilachada, y Vincent se retiró para evitar que se le chamuscara la piel. Se le atascó el aliento en la garganta cuando una ola de gas sulfúrico se aproximó desde el agujero. Dio un paso hacia atrás y se cubrió la boca con ambas manos, intentando no respirar su horrible peste.
El Bavalize se giró hacia él con el rostro sin rasgos y sin mostrar ninguna expresión. “Debo volver con los soldados, tú debes ganar esta guerra.”
“¡Espera! ¿Qué es eso?” los ojos de Vincent abiertos como platos de sorpresa y miedo. Sabía que el Bavelize le buscaba soldados, pero no le había preguntado de dónde saldrían. Se le retorció el estómago cuando se atrevió a mirar de nuevo hacia la puerta. Un sofocante calor estallaba al otro lado, y tuvo que mirar a otra parte. En el bosque estaba helando. Este desgarro en la realidad era imposible. Ya se imaginaba la terrorífica respuesta, pero preguntó de todas formas, con el corazón saliéndosele del pecho.
“¿Qué es este lugar?”
“Tú lo conoces como el Infierno,” respondió el Bavelize. Y después cruzó la puerta hacia el otro mundo.
La dimensión era la misma que en el Reino Humano – terreno y características naturales idénticas, formaciones de rocas surgiendo en las mismas zonas, lagos y arroyos fluyendo en la misma dirección. Pero los ríos en el Infierno fluían con fuego líquido, sofocando y abrasando el paisaje estéril.
El agobiante calor no tenía ningún efecto sobre la forma etérea del Bavelize, y paseó por el calor infernal indemne, mientras que los humanos se habrían convertido en ceniza al instante. Caminó a través del bosque quemado y árido hasta que los troncos y ramas quemadas dieron paso a una llanura enorme conocida en el reino Humano como las Tierras Sagradas. Las Tierras Sagradas estaban cubiertas con frondosa hierba en el mundo humano, pero aquí el terreno era polvoriento, y granos de arena roja flotaban alrededor de los pies del Bavelize. Echó un vistazo a lo largo de la tierra y vio rugientes demonios, volando solos o en manadas, con las alas ardiendo en el sofocante aire seco.
Algunos demonios eran inmensos-del tamaño de tres o cuatro humanos medios; algunos eran pequeños y volaban por el cielo como pájaros. Un demonio pequeño y enjuto con dientes que sobresalían por mucho fuera de sus mustias mandíbulas, voló sobrepasando al Bavelize y le miró con sus ojos amarillos y hostiles.
El Bavelize tiró de su capucha hacia atrás y dejó ver su cabeza, el humo turbulento y cambiante, flotando, manteniendo vagamente la figura de una calavera humana. El demonio reconoció la forma sin rostro inmediatamente. Siseó en bajo, y con un gran batir de sus alas curtidas, se marchó a gran velocidad, abalanzándose a través del árido páramo.
El Bavelize vio al demonio desaparecer en el polvoriento horizonte hasta que un graznido maníaco le llamó la atención. El graznido provenía de una criatura inmensa y corpulenta de asombrosos colores brillantes, llamando la atención sobre algunos puntos angulares extraños que emergían de su cuerpo
Se inclinó hasta que sus triangulares ojos escarlata estuvieron al nivel del Bavelize. “¿A qué debemos este placer?” Su voz era melódica, como de canción infantil, con tonos irregulares variando continuamente, como las voces de cientos de personas hablando a la vez.
“Thanatos-confío en que estés protegiendo este reino en mi ausencia.”
Thanatos soltó una profunda y estruendosa carcajada antes de responder con voz de barítono. “Ni un demonio fuera de lugar, Señor.”
“Bien.”
“¿Qué podemos hacer para ayudarte?” Su voz cambió a un lento y largo canto con un tono sarcástico en sus palabras.
“Necesito soldados. Quiero cuatro comandantes para el Reino Humano.”
Thanatos se estiró todo lo impresionantemente alto que era, y su voz adquirió una intensidad firme. “¿Llevarlos al Reino Humano? No puedes. No se les puede sacar del Infierno, sus almas están unidas a la propia estructura de este mundo – tú mismo impusiste esa regla, Señor. Deberías saber que no pueden marcharse.”
“Estoy al tanto,” contestó el Bavelize, “pero impuse esas restricciones para evitar que los de tu clase vagaran libremente por el Reino Humano y mataran gente a su antojo. Ahora elijo romper los lazos de unos cuantos elegidos para que me ayuden en mi empresa.”
La voz de Thanatos volvió a ser aguda y jovial. “No me gusta. Me hiciste guardián del Infierno para cuidar a los de nuestra clase. Sacar a mis demonios de su reino rompe todas y cada una de las reglas de la tierra. Nada bueno puede salir de ello.”
“Esas reglas las hice yo, y por tanto puedo romperlas, Thanatos. Siempre puedo encontrar a otro guardián…”
Thanatos se rió escandalosamente, “Entonces elige a los que quieras, Señor. Estoy seguro que todos los demonios estarán encantados de la oportunidad de llevar el poder del Infierno al Reino Humano.”
El Bavelize no dudó. “Necesito a Phantom, Anubis, Malla y Anathema.”
“¿Anathema?” Thanatos se inclinó de nuevo y susurró conspirador, “¿Estás seguro? Es solo un crío. ¿No sería mejor Fenrir? Es fuerte.”
El Bavelize sacudió su humosa cabeza, dejando un rastro gris en el aire. “Anathema cuenta con el sadismo y la crueldad que necesito para esta misión. La última vez que estuvo en el Reino Humano fue dejando un rastro de sacrificios humanos. Necesito que lo vuelva a hacer.”
La voz de Thanatos cambió a un zumbido gravoso y áspero. “Será bajo tu responsabilidad.” Se alejó del Bavelize y echó mano hacia su espalda, a uno de los pinchos naranjas e inmensos que cubrían su columna. Tirando de su superficie, dejó ver un pequeño instrumento que parecía una corneta. Llevándolo hacia sus labios, sopló en el aparato y un ruido ensordecedor y estridente resonó por todo el Infierno. Cada demonio del reino se quedó helado y se giraron a mirar hacia Thanatos.
Thanatos respiró profundamente y habló, con una voz imposiblemente alta: “Phantom, Anubis, Malla, Anathema – se requiere vuestra presencia.”
Anathema fue el primero en acercarse, con su forma macabra y desgarbada brotando como triturada, alas curtidas que se agitaron en ondas suaves. Planeó justo por encima del suelo con sus garras amarillas afiladas como cuchillas destrozando la polvorienta superficie. Mostraba un reflejo malicioso y maquiavélico en sus estrechos ojos, y palmeó sus dedos juntos con entusiasmo. Cuando aterrizó enfrente del Bavelize sus articulaciones crujieron, haciendo que sus hombros y rodillas despuntaran en ángulos raros. Con una sonrisa divertida y asimétrica, chasqueó los huesos de nuevo hasta colocarlos en su lugar.
Anubis y Malla aparecieron juntos. La suave y suntuosa piel de Malla y sus rasgos oscuros casi humanos le conferían una pinta intensa, y sus ojos penetrantes de águila destellaron mientras sopesaba al Bavelize, preguntándose sus motivos. El enorme cuerpo con forma de lobo de Anubis se movió pesadamente a su lado. Era casi el doble de tamaño que ella, y podría aplastarle el cráneo con uno de sus enormes puños, pero le faltaba la iniciativa de hacer nada que no le hubieran ordenado, y permaneció obedientemente a su lado, sujeto por su poder manipulador.
Hubo una ruido de batir de alas y un golpe de calor cuando Phantom aterrizó justo delante del Bavelize. Su enorme figura cubierta de llamas abrasadoras y sus ojos ardiendo como antorchas. En su enorme y candente mano, sostenía una espada llameante, que goteaba lava líquida. Sus pies cayeron de golpe contra el suelo al lado de Anathema, y pinchó al pequeño demonio con el codo, mandándole al suelo tambaleante. Anathema saltó sobre sus pies con un gran batir de alas y gruñó a Phantom con sus afilados dientes al descubierto, aunque mantuvo las distancias.
El Bavelize les miró, satisfecho con su elección, mientras Thatanos se dirigía a ellos en un susurro.
“El señor os ha llamado. Escuchadle atentamente y obedeced sus reglas,” siseó amenazante.
El Bavelize se deslizó hacia delante. “Os necesito en el Reino Humano.”
Las caras de los cuatro demonios se iluminaron con maliciosa alegría. La gigantesca y amenazante forma de Anubis se estremeció de placer. “¿Vamos a purgar el reino de nuevo, Señor?”
El Bavelize sacudió la cabeza. “Esta vez no, Anubis. Deberéis servir a un humano – un gran líder entre los hombres.”
Los fieros ojos de Phantom brillaron de indignación. “No obedecemos las órdenes de ningún humano”.
“Obedecerás las suyas, o volverás a casa…”
Phantom siseó de furia al lado de Anubis, y le brilló la rebeldía en los ardientes ojos, pero no contestó.
El Bavelize continuó, “Estas son las condiciones: Cuando os dirijáis a los humanos, les hablaréis en su idioma. No deben escuchar el idioma del Infierno – se queda en nuestro reino. Obedecéis al humano, Vincent Wilder. Aceptaréis la apariencia humana que se os diga. Mataréis cuando y a quien Vincent os diga. Si empezáis a desmandaros volveréis aquí. Desobedeced a Vincent y volveréis aquí.” Bavelize se inclinó hacia delante y añadió con un gruñido desconcertante, “Defraudadme, y volveréis aquí.”
El Bavelize se acercó primero a Malla y mantuvo su mano en el aire enfrente de su pecho. Flexionó sus dedos de humo de un lado a otro, tejiendo un diseño intricado ante ella. Manchas negras parpadearon tras sus dedos, trazando un diseño que se fue difuminando gradualmente mientras el aire lo barría. Sus manos se movieron más rápido mientras desgarraba el sello que unía su alma al reino. Con un giro final de muñeca, el diseño que había trazado brilló en un color rojo intenso, luego se rompió en infinidad de piezas y el sello se rompió. Le apareció una pequeña sonrisa en los labios cuando sintió que las restricciones desaparecían.
El Bavelize pasó frente a cada uno de los demonios, realizando el mismo ritual y separando sus almas del acuerdo que les tenía confinados en el Infierno para toda la eternidad. Cuando el Bavelize acabó, dio un paso hacia atrás y miró a cada demonio minuciosamente, midiendo sus fuerzas. Accediendo a las vastas reservas de energía que se arremolinaban dentro de su humeante interior, diseñó disfraces hechos de piel, huesos y órganos humanos.
Mientras creaba un diseño de forma humana para cada demonio, les habló.
“Estos disfraces sintéticos están hechos de tejido humano, y para los humanos de su reino pareceréis exactamente uno de ellos. Pueden repararse fácilmente, y cualquier daño que sufráis bajo forma humana solo será temporal. Son realistas, y los humanos nunca sabrán que están en presencia de un demonio. Sin embargo deberéis ser cuidadosos de no romper la piel de vuestro disfraz. La sangre no fluye a través de esta piel de imitación, solo cenizas. La sangre es un elemento únicamente humano que no puedo replicar. Además, aunque seáis invencibles bajo forma humana, si os salís de él para acceder a vuestra forma demoníaca, y a la fuerza y poder que viene con ella, seréis vulnerables de nuevo.”
El Bavelize terminó de crear los intrincados disfraces. Cada forma humana había sido diseñada para corresponder con los atributos del demonio, para complementar sus habilidades, pero también para resultar atractivo a los humanos específicos que tendrían que convencer
El Bavelize hizo marchar a los demonios en su nueva forma humana a través de la explanada hacia los bosques áridos donde esperaba el desgarro entre las dimensiones. Todos pasaron por él, emergiendo en el Reino Humano, aspirando profundas bocanadas de fresca y vigorizante libertad.
El Bavelize cruzó el último, y con un movimiento de su mano selló la puerta sin dificultad. Miró hacia arriba para encontrarse a Phantom gruñendo amenazadoramente a Vincent. Su disfraz humano era mucho más pequeño que su impresionante forma demoníaca, pero todavía le sacaba casi dos metros a Vincent. Vincent no se amedrentó. Se mantuvo firme y le devolvió la mirada a Phantom con sus fuertes y oscuros ojos.
“Estos son tus nuevos soldados, Vincent. Deben obedecer todas tus órdenes, o volverán al Infierno,” dijo el Bavelize tranquilamente.
Vincent separó los ojos de su confrontación con Phantom.
“Entendido,” dijo firmemente, pero el Bavelize se había desvanecido, dejando únicamente un rastro de humo en su lugar.
EL CIELO SE ILUMINÓ con una radiante explosión de chispas rojas y amarillas que se dispararon hacia fuera y luego crujieron suavemente mientras descendían hacia el suelo en una ducha de fuego. El patio se llenó de gritos de deleite y murmullos de apreciación. Los niños chillaban y gritaban, corriendo libremente por los jardines. Corrían unos detrás de otros, agitando espadas de madera y agachándose y esquivando a los adultos, que paseaban, despreocupados, por los vastos jardines del palacio.
El cielo era una sábana de tinta negra, salpicado con pinchazos de luz y la ocasional explosión de fuegos artificiales iluminando la oscuridad. El patio y jardines del Palacio Nazaki estaban iluminados con lámparas de aceite y algunas hogueras, hinchando nubes de humo que llenaban el aire. Junto con el humo había también un aroma a carne asada, de los carros de comida que estaban esparcidos entre los arbustos y árboles bien podados. El camino serpentenante continuaba entre los stands, colocados por los habitantes de la ciudad, que vendían todo tipo de deliciosos placeres: pan dulce, fruta, nueces y brochetas de carne asada y verduras.
Chaos Lennox caminaba entre la multitud, disfrutando de la cálida tarde de verano. Sus profundos ojos oscuros vagaban entre los jardines apreciando su belleza, y se dirigió a sus hermanos, que caminaban a su lado.
“La gente lo ha hecho bien. Los terrenos del palacio nunca han estado tan bonitos. Este debe ser el año con más participación que hemos tenido nunca.”
Mercury y Syfer Lennox asintieron de conformidad, apartándose a un lado para evitar a dos niños que pasaron como rayos entre ellos, blandiendo arcos y flechas de juguete.
“Sí, Callista se ha superado a sí misma, ¿verdad?” dijo Syfer, ajustándose el cuello alto de la camisa naranja que vestía.
Los ojos de Mercury acabaron en uno de los carros de comida, y se acercó, incapaz de resistirse al olor de los jugos de la carne crepitando sobre el fuego.
Se giró de nuevo hacia sus hermanos. “Venga, Chaos, Syfer, vamos a por algo de comer.”
Pidieron brochetas de cordero asado y cebolla, salivando solo con pensar en tan suculenta comida cuando normalmente cenaban comidas mucho más insípidas.
Los tres hombres adultos continuaron paseando por los terrenos, desgarrando trozos de tan suntuosa comida de las brochetas con los dientes, y observando a los increíbles bailarines que actuaban en el patio. Los jardines del palacio eran uno de los espacios más grandes de la ciudad de Nazaki, y esta noche estaban llenos con una grandiosa variedad de colores brillantes. Los nobles hombres y mujeres (los miembros de la élite de los Hijos de la Luz que gobernaban la nación de Alcherys) se pasaban todo el año vistiendo uniformes negros y grises. Solamente durante los festivales y celebraciones de este tipo podían vestir los diseños y telas que quisieran. Limitados a tan aburridos uniformes todo el año, la mayoría aprovechaban este evento para vestirse con preciosos trajes fluidos y vestidos de colores vivos y vibrantes.
Syfer y Mercury vestían de naranja y morado respectivamente, pero Chaos llevaba un traje negro perfectamente hecho a medida, a pesar del calor de la tarde. Su espeso pelo negro estaba peinado pulcramente, apoyado en su cuello, largo por detrás pero ordenado y bonito. Dirigía la mirada hacia las mujeres mientras pasaban por su lado, pero les prestaba poca atención. Como miembro de la familia real y como el soldado más joven que nunca hubiera sido un comandante de la élite, no solía mezclarse con la gente, y estaban asombrados de encontrarse con su presencia y la de su familia.
Sin embargo su reputación de arrogante le precedía, y pocos intentaban hablar con él. A Chaos le venía muy bien, ya que pasaba tiempo en festivales como este mezclándose con sus amigos y familia, y permanecía lejos del público.
Los tres jóvenes pasaron una banda de músicos tocando una preciosa melodía en una serie de batería y flautas. Chaos se paró en medio del camino y se permitió perderse en la música. Cerró los ojos para escuchar mejor los fastuosos sonidos, pero le sacaron de su ensoñación las risitas de sus dos hermanos.
Abrió los ojos de golpe, y los fijó en los gemelos con una mirada heladora. “¿Qué?”
Syfer sonrió burlón, “Mírate, adormecido en un mundo de sueños por una flauta. ¿Qué buen soldado que se precie escucha música?”
Los bordes de la boca de Chaos se curvaron en una mueca irónica. “Cuando tengas tanto éxito como yo, podrás contarme qué se supone que disfrute un “buen soldado”.
El comentario le borró la sonrisa a Syfer de un plumazo, pero Mercury ser rió tan estruendosamente que suavizó la tensión, pasando un brazo por el hombro de cada uno de sus hermanos.
“Venga. Padre ya ha cogido sitio.”
Se dirigieron hacia el gran anfiteatro de piedra al otro lado del palacio. Con capacidad para cinco mil personas, era lo bastante grande para albergar a una buena cantidad de gente de Nazaki. Los asientos del principio estaban reservados, para los nobles y soldados de los Hijos de la Luz. Los 4500 asientos estaban sin reservar, de acceso a todo el mundo.
Rodeando todo el anfiteatro ondeaban suavemente banderas al viento. El blasón de los Hijos de la Luz - cuatro dagas con las puntas tocándose en el centro, alrededor del nudo que simbolizaba el infinito – lucía en un llamativo color plateado sobre un enorme fondo color morado oscuro. Colgaba del centro del anfiteatro, y a su lado le flanqueaban otras dos banderas, luciendo orgullosas el escudo de Avalanche y la daga de Nigthfall. Éstas eran las dos facciones de la élite que mandaban entre los Hijos de la Luz, y Chaos se sintió orgulloso cuando miró hacia el estandarte de Nightfall. Tener el sello de su unidad colgando tan cerca del de los Hijos de la Luz y Avalanche era un honor con el que siempre había soñado.
Desde la parte delantera del anfiteatro les saludaba un hombre que vestía pantalones y un chaleco informal. Los ojos de Raven eran oscuros y amenazantes, incluso con los labios curvados en una ligera sonrisa, y sus hombros fuertes y tonificados se flexionaron cuando cruzó los brazos.
“Buenas tardes, Padre,” dijeron Mercury y Syfer, abrazándole. Chaos se mantuvo por detrás, sonriendo irónico ante la muestra de afecto entre su padre y sus hermanos. Cuando sus hermanos se retiraron, la mirada de su padre cayó sobre él y una sonrisa le iluminó la cara.
“Que alegría verte, Chaos. Últimamente no tenemos muchas oportunidades de encontrarnos fuera del trabajo. Se me hace raro verte sin un arma en las manos.
“Tendremos que programar otra sesión de entrenamiento pronto, Padre, no me gusta no tener un arma en las manos,” dijo Chaos, ofreciéndole la mano a su padre para estrecharla, como en una reunión.
Raven se rió y retiró la mano de Chaos al tiempo que tiraba de él hacia sus brazos. Chaos le devolvió el abrazo, intentando ignorar las risitas de Mercury y Syfer.
Cuando se retiró, Raven sonreía y señalaba las banderas que ondeaban sobre ellos. “¿Ves eso, hijo? ¿El estandarte de Nightfall al lado de Avalanche? Convencí a Callista de hacerlo.”
A Chaos se le cayó el corazón a los pies al darse cuenta de que Callista no había elegido ella misma honrar a su unidad. La había persuadido la petición de su padre.
Raven se dio cuenta del destello de desilusión en los ojos de Chaos.
“El éxito es el éxito, Chaos, no importa cómo llegue. Recuerda que esta noche es tu noche. Cuando acabe la ceremonia Callista os asignará las misiones, y a Nightfall se le honrará con nuevas libertades. Estoy seguro.”
Chaos no contestó mientras miraba hacia otro lado, intentando contener las punzadas de nervios que le atenazaban el estómago.
Una campana empezó a repiquetear muy alto, con los tonos claros y nítidos resonando por todos los jardines y patios. Era la llamada a los ciudadanos de Nazaki para que acudieran al anfiteatro, y en solo unos minutos empezó a entrar un torrente de gente a la estructura semicircular.
Chaos, su padre y sus hermanos ocuparon sus lugares en la primera fila mientras la campana repiqueteaba de nuevo y el público se quedó en silencio. Todos los ojos fijos en el centro del escenario.
Una mujer hermosa caminó hacia la plataforma de piedra, y como una sola figura, la gente inclinó la cabeza, apartando los ojos de su pelo largo color rubio platino y sus enormes ojos verdes. Callista Nienna era la comandante de los Hijos de la Luz, y la soberana de Alcherys. Aunque parecía estar al final de su adolescencia, las apariencias engañaban. No era una mujer tan joven, inocente o pura como parecía. Caminó hacia el centro del escenario y mantuvo ambos brazos abiertos.
“Hijos e hijas, nietos y herederos, gente de Alcherys. Como líder de la familia que dirige nuestra nación, os doy la bienvenida al Palacio de Nazaki.”
Hubo una aclamación generalizada y un estruendo de aplausos de la multitud, y Callista sonrió mientras miraba a su gente. Dirigía la nación de Alcherys con mano firme, pero era justa y la gente la adoraba. Les proporcionaba lo que necesitaban, se aseguraba de que su medio de subsistencia continuara y les protegía de los ataques constantes del enemigo, la Hermandad de las Sombras. A cambio, se había ganado su eterno afecto.
“Esta noche celebramos un dichoso acontecimiento. Otro joven guerrero se une a nuestras filas y el ejército de los Hijos de la Luz se hace incluso más fuerte. Sho Nitaya, por favor da un paso hacia delante.”
Señaló hacia el final del escenario, y un chico joven de dieciséis años se adelantó. Llevaba vestiduras largas blancas con una capucha sobre la cabeza, pero aún se podía ver su piel marrón y sus profundos ojos.
Chaos le observó atentamente mientras subía al escenario y se unía nervioso a Callista, su abuela. Sho se mantuvo de frente a la multitud, y Callista colocó una mano en cada uno de sus hombros.
“Sho Nitaya, mira al pueblo de Nazaki, tus hermanos, tus allegados, tus súbditos. Como descendiente de la sangre de Nienna, es tu derecho y un honor recibir el elixir de la juventud, para que puedas servir al pueblo de Alcherys para siempre.”
Hizo que Sho se girara despacio por los hombros y se quedaron, unidos por las manos, mirándose a la cara delante de la multitud.
Callista continuó, “El elixir no es un regalo, ni un privilegio. Es el símbolo de nuestra eterna dedicación para proteger nuestro territorio y a nuestra gente. Es nuestra promesa de respetar nuestra responsabilidad en todo momento, renunciando a nuestros propios deseos, nuestros propios objetivos y, si fuera necesario, a nuestras propias vidas.
“¿Aceptas la carga de nuestra gente y prometes proteger nuestras fronteras por el resto de tus días?”
Sho apretó las manos de Callista con fuerza y empezó a hablar, pero la voz se le atascó en la garganta. Hizo un sonido de graznido. “Lo acepto.”
Callista le ofreció una cálida y tranquilizadora sonrisa, y luego soltó sus manos y dio un paso hacia una pequeña mesa de madera al lado del escenario. Sobre ella descansaba un cáliz de metal que contenía un líquido que despedía un aroma tan rico y suntuoso que cada persona de la audiencia podía olerlo. Callista lo mantuvo entre sus manos y caminó hacia Sho. Se paró delante de él y le miró fijamente muy seria.
“Sho Nitaya, una vez hayas bebido el elixir de la juventud, tu destino y tu futuro estarán sellados. Entregas tu vida a los Hijos de la Luz a cambio de la juventud eterna. Alargamos tus años de vida para que tus habilidades y conocimientos puedan beneficiar a nuestra gente y ayudar a nuestra causa, para que ganemos la batalla y el mundo sea libre de la tiranía de la Hermandad. Pero no te tomes este elixir a la ligera. No proporciona la inmortalidad. Tu cuerpo será igual de frágil que el del resto de la humanidad, y deberás tratarlo con respeto.”
Sho miraba a su abuela con los ojos sinceros muy abiertos, y asintió.
“Ahora, bebe,” dijo Callista y le pasó el cáliz, que él tomó con cuidado entre sus manos. Callista se giró hacia la multitud. “Uníos a mí, gente de Alcherys, mientras recitamos el Verso Eterno del Libro de Alcherys.”
La gente del estadio se levantó sobre sus pies como una sola persona, uniendo las manos ante ellos, cerrando los ojos y comenzando a cantar al unísono.
“Deja que los ancianos guíen tus acciones. Deja que los elementos alimenten tu alma. Deja que la eternidad esté al alcance de tu mano, por el bien de Alcherys y los demás. Únete a nosotros como uno solo, en brazos de la luz.”
La multitud abrió los ojos y miró atentamente a Sho. Él respiró profundamente para calmar los nervios y bebió el líquido amargo de un solo trago. Cuando acabó, mantuvo el cáliz vacío en alto y sonrió cuando el anfiteatro estalló con vítores de alegría.
Callista levantó una mano y los gritos se detuvieron de golpe. “Sho, ahora eres un miembro totalmente integrado de los Hijos de la Luz, un servidor de Alcherys.”
Otra inmensa ovación.
“Mañana hablaremos de tu futuro. Debes decidir si quieres ser considerado para ser aprendiz de un maestro, o si te unirás a la academia. Tómate tu tiempo para pensarlo y elige sabiamente, pues esta decisión afectará al rumbo que tome tu vida. Pero esta noche, ¡celebrémoslo! ¡La noche es tuya, Sho Nitaya!”
La multitud saltó de alegría y los amigos y familia de Sho corrieron hacia delante para abrumarlo con besos y felicitaciones.
Chaos aplaudió pero se abstuvo de la celebración demasiado entusiasta de los que le rodeaban. Sho era un chico joven bastante agradable, pero aunque eran medio primos, Chaos no tenía nada que ver con él.
Su familia era enorme y más de doscientos familiares de Chaos habían tomado el elixir. Pero a pesar de las largas vidas que habían llevado mano a mano, no eran familiares cercanos. Aunque Callista era madre o abuela de una gran cantidad de miembros, trataba con tantas situaciones políticas y económicas que pasar el tiempo en familia era bastante raro, y sus hijos vivían por todo el territorio de Alcherys, no solo en la capital que era la ciudad de Nazaki. Chaos tenía suerte de poder hablar con su abuela. Por lo que sabía, era solo por su gran talento y habilidad, y por la prominente posición que tenía, por lo que tenía algo más de su tiempo, e incluso entonces era a regañadientes.
Callista se acercó a Chaos y su padre. “Raven, la reunión del consejo empezará en breve. Ha sido mala suerte que coincida con este momento de celebración, pero necesito que nos juntemos todos y es una oportunidad que no podemos desaprovechar.”
“El deber primero, Madre,” contestó Raven con una sonrisa irónica. “Estoy listo cuando lo estés tú.”
A su lado, Chaos se cuadró, con los braos firmemente a sus costados. “Callista, ¿debo asistir como comandante de Nightfall?”
Callista dudó y miró de lado a Raven, que levantó las cejas. “Sí, Chaos. Mi otra facción de comandantes todavía están fuera en misiones, y no hará daño que Nightall ocupe su lugar.”
Se le extendió una sonrisa en la cara. “Gracias por la oportunidad.” Hizo una pequeña reverencia, pero Callista no contestó.
Recogiendo a otros dos comandantes por el camino, caminarion de nuevo por entre los participantes de la fiesta hacia el Palacio de Nazaki, donde les esperaba la sala de reuniones tácticas.
LA HABITACIÓN TÁCTICA estaba extrañamente en calma cuando llegaron Callista y sus asesores. Encendieron las antorchas que colgaban de la pared y una cálida luz amarilla iluminó la habitación. De todas las paredes colgaban planos, bocetos y diagramas. Un enorme mapa del mundo estaba colocado en la pared norte, con chinchetas marcando la posición actual de los soldados y las unidades. Una larga mesa de roble llenaba el centro de la habitación, y en el centro estaba tallado un intrincado modelo de la imponente Fortaleza de Crae, que guardaba silenciosa la entrada a Alcherys, las tierras unidas de los Hijos de la Luz.
La habitación táctica normalmente hervía de actividad, con gente precipitándose de un mapa a otro, marcando movimientos de embajadores, controlando ejércitos y realizando actualizaciones de la situación. Pero esta noche toda la ciudad estaba de celebración y únicamente los asesores más importantes de Callista y los generales fueron convocados a la reunión.
Callisa se sentó a la cabeza de la larga mesa y colocó las manos planas en la superficie, revisando un viejo y arrugado mapa extendido ante ella. Su piel fresca y delicada, y sus rasgos jóvenes no dejaban entrever ninguno de los tormentos y dificultades que ella y su gente habían estado sufriendo los últimos 135 años. Era una guerrera temible, con mucho entrenamiento y gran habilidad, con años de liderazgo a sus espaldas. Tantos años de guerra contra el mismo enemigo la habían pertrechado con un gran entendimiento de la mentalidad de la Hermandad de las Sombras y sus guerreros, especialmente de su líder, Vincent Wilder.
A los 151 años se había casado cuatro veces y había criado a veintiocho niños. Tres de sus ex-maridos ahora se sentaban en su consejo como sus asesores, todavía llevándose bien con ella a pesar de sus rupturas. Su relación más reciente había acabado en tragedia y todavía estaba recuperándose, lanzándose al gobierno de su país y sin permitirse quedarse parada demasiado tiempo como para pensar en ello.
“Siento alejaros de las festividades de esta noche, pero es crucial que hablemos de nuestra posición táctica y que dirijamos a nuestros soldados de la manera más eficiente a partir de ahora. Después de esta noche iréis cada uno por vuestro camino, y no sabemos cuándo tendremos otra oportunidad.”
“Tienes mucha razón, Madre. Todos comprendemos nuestras responsabilidades como líderes de nuestra nación. Vayamos al grano para que podamos unirnos a nuestras familias lo que queda de noche.” Raven Lennox, hijo de Callista y valorado asesor, se dirigió al reducido grupo. “Los ataques de la Hermandad han parado por ahora, pero no podemos permitirnos bajar la guardia. Sabes cómo funciona la Hermandad; atacan implacables. Si están tranquilos es porque están tramando algo. Creo que debemos mantener nuestras defensas aquí. No tiene sentido mandar soldados a tierras lejanas si vamos a sufrir un ataque inesperado en nuestra casa.”
Chaos asintió ansioso, mostrando su acuerdo, apoyando a su padre, pero Scorpio Bast, el segundo comandante de Callista y uno de sus ex-maridos sacudió la cabeza.
“Nuestras fronteras llevan tranquilas más de siete años. Ahora es momento de avanzar. Yo digo que mandemos a todos los soldados que tenemos aquí parados a las tierras desconocidas para asegurarnos la lealtad del pueblo neutral y acaparar a nuevos soldados.”
“¿Te debo recordar,” la voz de Callista interrumpió el debate, “que no estamos de conquista? No intentamos reclutar nuevos soldados para que luchen por nosotros; les estamos ofreciendo a la gente de estas ciudades seguridad y la capacidad de defenderse ellos mismos de los invasores que no sean tan amables como nosotros.”
Scorpio mantuvo las manos en alto, disculpándose. “Lo sé, Callista, y por supuesto, su bienestar es nuestra prioridad. Solamente comentaba que las ciudades podrían contar con buenos guerreros, y que necesitamos todos los soldados que podamos conseguir.”
“No, no es así.” Interrumpió Raven. “Tenemos aquí muchos soldados deseando el entrenamiento extra y la oportunidad de entrar en nuestras fuerzas de élite. Nuestra prioridad debería ser entrenar a nuestra gente.” Hizo un gesto señalando a Chaos, que se estiró orgulloso.
Raven, Scorpio y Chaos se giraron para mirar a Callista, buscando su opinión. Ella suspiró. “Jordan, ¿tú qué opinas?”
Otro de los hijos de Callista, Jordan Thialdor había destacado en planificación militar mientras crecía, capaz de ver huecos en las defensas y puntos débiles aislados con una precisión sorprendente. Ahora dirigía la división táctica de los Hijos de la Luz, y era uno de los asesores de más confianza de Callista.
Su voz amable pero confiada participó en la conversación.
“Soy reacio a aconsejar cualquier tipo de expansión hasta que nuestras propias fronteras sean lo suficiente seguras para aguantar ataques. Me preocupan los numerosos puntos débiles a lo largo de nuestra frontera con Terralia.”
Callista se sentó hacia delante sin perder un segundo. “Entonces retira algunas tropas de las zonas del oeste y norte, y colócalas en la frontera Terralia. Puede que la Hermandad ya haya esclavizado a la gente de Terralia, pero es solo cuestión de tiempo que marchen sobre el páramo y nos ataquen por ese ángulo.
“Raven, también me gustaría que Avalanche se traslade a la frontera Terralia. Sé que es difícil para todos vosotros, y lo siento, pero que tu equipo se lleve a sus familias con ellos si quieren ir. Cuantos más soldados tengamos en las fronteras, mejor. Llévate tres drylls del aviario. Así podrás mandarlos de vuelta con mensajes, y mantenerme al tanto en todo momento.
Chaos se levantó de la silla. “Abuela, ¿quieres que Nightfall y yo acompañemos a mi padre a la frontera?”
Con un movimiento de la mano desechó la idea rápidamente. “No, Chaos. Estaré contigo en un minuto.” Chaos se sentó de nuevo en la silla, abatido.
“Scorpio, las fuerzas principales y tú permaneceréis aquí en Nazaki conmigo y con Jordan.”
Él asintió con un movimiento seco. “Por supuesto.”
Callista dio un profundo suspiro y se giró hacia Chaos. “Quiero que tú y Nightfall os trasladéis hacia el Lejano Este, en la frontera con Karinam. Allí hay un pequeño pueblo llamado Eresteid. Está casi desierto, pero una vez fue un cuartel, por lo que tu equipo y tú podréis hospedaros y entrenar.”
“¿Qué?” gritó, con ira brillando en sus oscuros ojos antes de contener su temperamento. “Esa frontera está muy lejos de nuestros demás asentamientos. Siendo como somos una fuerza de élite, ¿no seríamos más eficientes en cualquier otra parte, como Terralia?”
“Jordan acaba de señalar que nuestras defensas en el este son débiles. Estarás en el lugar indicado para defender nuestro territorio si la Hermandad decide atacarnos desde esa dirección.”
“Si atacan. En más de cien años la Hermandad nunca ha atacado por esa vía. Esa misión estaría de hecho poniendo a mi unidad fuera de servicio. ¿Cómo podremos probarte de lo que Nightfall y yo somos capaces si no nos das la oportunidad? ¡Soy el hijo de Raven Lennox! ¿Eso no te importa?”
“Tener un padre con éxito no quiere decir que vayas a heredar sus éxitos. Tienes que trabajar para ganarte el reconocimiento,” dijo Callista con firmeza.
La cara de Chaos enrojeció de furia. “¡Me esfuerzo cada día para ganarme el reconocimiento! ¿Cuántos de nuestros soldados han sido alguna vez mencionados en el Libro de Alcherys? Ya deberías saber que no es solo un libro polvoriento, predice el futuro de nuestro pueblo, el destino de los mejores guerreros que honran nuestras tierras, y yo estoy en él. Yo.” Se clavó el dedo en el pecho mientras escupía las palabras.
“No eres el único al que mencionan las profecías, Chaos. Y por favor, no me des lecciones sobre los textos sagrados; los conozco mucho mejor que nadie.”
“¡Entonces deberías saber que mi destino es la grandeza!”
“Tu destino no tiene nada que ver. Terralia es demasiado peligrosa para ti.”
“¿Peligroso? Venga ya, dime la verdadera razón por la que no me dejas ir. Esto no es por mi seguridad. No confías en mí.”
Callista exhaló un profundo suspiro. “No, no confío en ti. No hace tanto que has tomado el elixir. Bajo nuestros estándares aún eres un crío. Y tu verdadera edad no sería un problema si actuaras como un adulto, pero todavía eres muy inmaduro. Cuando envío soldados a misiones, actúan como representantes de los Hijos de la Luz. Es una responsabilidad enorme, y tú no estás preparado.”
“Eso es manifiestamente insultante. ¡No soy inmaduro! Hace años que estoy preparado; simplemente te niegas a verlo. Tomé el elixir hace cuatro años. ¡Cuatro años!”
“¡Suficiente!” Raven golpeó la mesa con la mano, haciendo saltar a Chaos. “Te he apoyado siempre, pero no puedes hablarle así a Callista. Es tu líder, además de tu abuela. Muestra un poco de respeto.”
“¿Por qué debería hacerlo? Ella no me respeta a mí. Está claro que estoy preparado – soy el guerrero más fuerte de mi generación, y deberían tratarme como tal. Debería ser una de las primeras personas a las que se consulta cuando se asignan misiones peligrosas.”
Raven suspiró. “¡Es esa arrogancia tuya la que evita que te entreguen misiones! No des por hecho que ser el mejor dentro de estas cuatro paredes es lo mismo que ser el mejor ahí fuera. No has visto nada de lo que nuestros enemigos puedan tener preparado. Has sido un adulto durante cuatro años. ¿De verdad crees que ese es tiempo suficiente para ser un guerrero completo? Cuatro años no es nada, Chaos. ¡Yo llevo siendo un adulto setenta años, y todavía no soy lo bastante bueno para vencer algunos de los horrores que quedan más allá de Alcherys!”
Chaos se quedó parado un momento antes de que se le agriara la cara y diera un gruñido disgustado. “Mis cuatro años equivalen a cientos de cualquier otro.” Se levantó y salió como un temporal de la habitación, dando un portazo con la pesada puerta de madera al salir.
Callista se giró de nuevo hacia la mesa de reuniones, donde Scorpio y Jordan intercambiaban miradas de desaprobación, y Raven les miró fijamente.
“No te preocupes,” la voz de Callista volvió a ser amable, con un tono tranquilizador. “Estará bien. Sé que es duro para él y para ti, pero tiene que aprender que no todo puede ser como él quiera.”
“Lo sé, pero es difícil,” dijo Raven. “Tiene mucho talento para ser tan joven. Desearía que no le diera tanta importancia a esa profecía. Decirle a alguien que está “destinado” a acabar con la Hermandad haría que cualquiera se volviera arrogante.”
“Pero está en el libro, por lo que debe ser verdad. El libro no miente, y el papel de Chaos en el futuro de nuestro pueblo le motiva.”
"Sí, pero le motiva demasiado, ¿no crees? Ahora se cree mejor que nadie.”
Callista sonrió. “Sí, pero es que es mejor que nadie, Raven. Solo espero que pueda centrar ese talento en la dirección adecuada, o cada vez nos costará más mantenerle bajo control.”
“¡ATÁCAME!” gritó Phantom. Sus oscuros y feroces ojos ardiendo, y mantuvo sus poderosos brazos abiertos. Un hombre delgado y enjuto dirigió su espada hacia él con todas sus fuerzas. Hubo un fuerte choque de metal y le pasó volando de lado. “¡Patético! Atácame bien, Anathema, ¡como si quisieras herirme!”
Las espadas colisionaron con tremenda fuerza, y salieron chispas. Tiraron de sus armas hacia atrás, y se lanzaron en otro movimiento, gruñendo del esfuerzo. Phantom sonreía con malicia e hizo volar su espada ancha en un movimiento descendente despiadado. Anathema saltó a un lado, escapando por poco de su espada. Le devolvió una estocada rápida, pero que Phantom esquivó fácilmente. Frunció el ceño y atacó de nuevo, con la determinación escrita en la cara. Permitió que su odio le consumiera, dándole fuerza y ayudándole a concentrarse. Atacó esta vez con más precisión, dirigiéndose a la cabeza de su oponente, pero la estocada de nuevo fue rechazada. Sus fallos le cabreaban, y perdió la concentración un segundo.
La espada de Phantom voló por los aires hacia su pecho desprotegido. La afilada punta le perforó la piel y le desgarró la carne.
Atahema se quedó helado de la sorpresa. A Phantom le brillaba en los ojos una sonrisa diabólica, y agarró a Anathema por los hombros y le acercó, forzando la espada a entrar profundamente en su cuerpo hasta que, con un empujón final, la espada salió por su espalda.
Phantom soltó una risita salvaje y le empujó a un lado, tirando de su espada para sacarla mientras Anathema caía al suelo. Phantom enfundó su arma y se mantuvo en pie, con los brazos cruzados, mirando a su oponente derrotado.
Anathema gruñía de dolor, presionando la mano contra su pecho y sentándose. La espada le había desgarrado la camisa, y tiró del material a un lado justo a tiempo de ver cómo la herida se cerraba lentamente. No salió sangre de ella, solo una salpicadura de cenizas surgió del enorme agujero. Observó mientras la pálida piel se cerró sobre el corte y luego fijamente a Phantom.
“¿Era necesario?” Saltó Anathema en el lenguaje del Infierno, ácido para el oído humano.
Phantom se burló, “Sí. Hasta un niño te vencería ahora mismo – tienes que aprender. Y habla en la lengua local, no la nuestra.”
Anathema siseó de rabia y continuó en el idioma humano. “No consigo que este maldito cuerpo humano haga lo que yo quiero. Es demasiado débil.”
“El cuerpo no es débil; tú lo eres.”
“Bien, ¿qué tal si dejas de insultarme y me enseñas algo que de verdad merezca la pena?”
“No te lo mereces” fue la fría respuesta que recibió Anathema. Su cara se ensombreció. Con ojos grises ardiendo de rabia, gruñó hacia su mentor.
“Eso es. Eso ya me gusta más. Puede que parezcas humano ahora, pero deja que salga el demonio que llevas dentro. Utiliza tu odio y tu ira para fortalecerte. Deja de ser tan blandengue y sensible.” Phantom miró a Anathema con asco. “Es casi humano.” Le dio un escalofrío como si la palabra fuera veneno.
“¿Cómo te atreves?” contestó Anathema con la misma aversión, “solo necesito practicar, nada más. No puedo moverme con este cuerpo. Necesito salir, ser yo mismo. Si no, no puedo acceder a mi poder.”
“Eres una criatura maliciosa. Debería salirte de manera natural, en forma humana o de demonio. ¿Qué hay que practicar?”
“Quiero ser capaz de utilizar este absurdo cuerpo,” Anathema movió los brazos en el aire, “pero no me sale natural; es demasiado limitado. Necesito doblar mis alas para luchar. Necesito sacar las garras para matar.”
“¿Matar a quién?”
“A quien quiera que me manden.”
“¡Deberías matar incluso si no te lo ordenan! Para eso estamos aquí. Si ves un humano, lo matas inmediatamente. Seguir órdenes es secundario. Mejor matar primero y preguntar después que dejar que un humano viva porque has dudado.”
“¿Y si mato a la persona equivocada?”