La cuestión campesina en Colombia - Ignacio Torres Giraldo - E-Book

La cuestión campesina en Colombia E-Book

Ignacio Torres Giraldo

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gnacio Torres Giraldo (Filandia 5 de Mayo de 1 R93 - Cali, 15 de noviembre de 1968), es una figura central de las reivindicaciones populares en Colombia, aunando a la actividad política y sindical, un comprometido ejercicio intelectual. Sus escritos incluyen obras de tipo político, histórico y teórico, novelas, obras de teatro, crónicas y cuentos. Se destacan, entre otros, Fuga de Sombra (1928), Huelga General en Medellín (1934), 50 Mesesen Moscú (1934). Cinco cuestiones colombianas: La cuestión Sindical en Colombia, La Cuestión Indígena en Colombia, La cuestión industrial en Colombia, La Cuestión campesina en Colombia y la 'Cuestión Imperialista en Colombia (1946-1947), Recuerdos de 'Infancia (1946-1950), Daniel, Diálogos en la Sombra, El Místcr Jeremías y Misía Rudestina de Pimentón. Los lnconformcs: historia de la rebeldía de las masas en Colombia, (cinco volúmenes, 1955). Comentarios sobre cuestiones económicas, (1957, recopilación de 47 artículos escritos para el periódico El Colombiano en 1956.), Anecdotario ( 1957), La reforma agraria en Colombia (1958)" ¿A dónde va la doctrina social católica'? Un examen realista de la acción social católica en el mundo (1962). Síntesis de la H istoriaPolítica de Colombia ( 1964), María Cano, mujer rebelde (1968), Nociones dc Sociología Colombiana (196R).

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Torres Giraldo, Ignacio, 1893-1968.

La cuestión campesina en Colombia / Ignacio TorresGiraldo.--Bogotá: Programa Editorial Universidad del Valle, 2016.

112 páginas ; 24 cm.-- (Colección Biblioteca Ignacio Torres Giraldo)

Incluye índice de contenido

    1. Campesinos de Colombia- Aspectos sociales 2. Campesinos Colombia I. Tít. II. Serie.

986.0003 cd 21 ed.

A1522317

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Universidad del Valle

Programa Editorial

Título: La Cuestión Campesina

Autor: Ignacio Torres Giraldo

ISBN-EPUB: 978-958-507-076-9 (2023)

ISBN-PDF: 978-958-507-079-0 (2023)

ISBN: 978-958-765-224-6

Colección: Biblioteca Ignacio Torres Giraldo

Primera Edición

Corrección de estilo: Edgar Collazos Córdoba

Diagramación y diseño de carátula: Anna Karina Echavarría

Impreso en: Velásquez Digital S.AS.

© Universidad del Valle

© Ignacio Torres Giraldo

Universidad del Valle

Ciudad Universitaria, Meléndez

A.A. 025360

Cali, Colombia

Teléfonos: (57) (2) 3212227 - 339 2470

[email protected]

Este libro, salvo las excepciones previstas por la Ley, no puede ser reproducido por ningún medio sin previa autorización escrita por la Universidad del Valle.

El autor es responsable del respeto a los derechos de autor del material contenido en la publicación (fotografías, ilustraciones, tablas, etc.), razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.

Cali, Colombia, marzo 2016

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

CONTENIDO

PRESENTACIÓN

EL AMIGO DEL PROFESOR

LA TIERRA

LA DEFENSA DE LA TIERRA

LA REFORMA AGRARIA

EL PROPÓSITO DE LA REFORMA

UN CAMPESINO ACOMODADO

RESULTADOS DE LA REFORMA SOCIAL-AGRARIA

SESION DE LA DIRECTIVA

UN DOMINGO EN EL CAMPO

CÓMO ORGANIZAR UNA AGRICULTURA MODERNA

LA PEQUEÑA Y LA GRAN PRODUCCIÓN AGRÍCOLA

UNA AGRICULTURA DIVERSIFICADA

REPERCUSIÓN DE LA REFORMA AGRARIA EN EL MERCADO NACIONAL

LA EVOLUCIÓN MENTAL DEL CAMPESINADO

INTERMEDIO

PRESENTACIÓN

Ante todo, conviene establecer la diferencia entre una reforma agraria y la cuestión campesina. Obvio que la cuestión campesina en Colombia conlleva, necesariamente, una fundamental reforma agraria, en las condiciones que suele diseñarse, no significa, en absoluto, la solución justa de la cuestión campesina. Me explico: la cuestión campesina se plantea, en primer término, como una cuestión humana, socio-económica. Una cuestión que ha de resolverse sobre la base de fijar el destino histórico de la población campesina. Desde luego que el desarrollo del país, la creación de una industria moderna, ocasiona una corriente migratoria del campo a las ciudades y centros empresariales. Pero esta corriente debe ser canalizada para que no implique la desintegración de la economía nacional, la degradación de la población campesina, su dispersión. Por consiguiente, una reforma agraria debe hacerse afianzando en la tierra la necesaria población campesina, para afianzar simultáneamente la integración económica de la nación: lo que solo es posible redimiendo al campesinado de la pobreza, de la ignorancia y de las principales enfermedades que lo diezman. Este camino de la reforma social-agraria fundamental, inspirado en la defensa vital de la población campesina, es el camino progresista que todo el pueblo de Colombia anhela.

Pero existe otro camino: el camino capitalista de la reforma agraria, que consiste en maquinizar el trabajo de la tierra para que aumente la producción y se abaraten los costos. Para este fin se establecen grandes unidades agro-industriales con carácter de monopolios asistidos por el crédito bancario y el personal técnico que prepara la nación. Este camino significa el despojo de las familias campesinas pobres y de mediana condición que aún ocupen y cultiven buenas tierras. Significa la proletarización de una parte de la población labriega, la presión para que emigre a otra parte y la pauperización mayor para la que se quede adherida a tierras marginales. Este camino capitalista conserva, sin embargo, la mayoría de las tierras ociosas y de viejos cultivos y dehesas en poder de los latifundistas, que precisamente ahora acrecentan sus “haciendas” con la ofensiva de los despojos que conducen, en respuesta a la ley 200 de 1936. Y es frente a este proceso de desintegración campesina que algunos exponentes de la política partidista tradicional y del Estado y de entidades que surten créditos por cosechas, están interesados en formar un “sector de clase media” en el campo, con el visible propósito de hacerles clientes de mínima solvencia a los prestamistas semi-oficiales y particulares, y, sobre todo, para crearle a los latifundistas y concesionarios extranjeros una zona de agricultores medio acomodados que les sirva de muro de contención ante las inevitables rebeliones del campesinado pobre y los obreros agrícolas.

El presente libro no es una obra documental, no trata ningún problema técnico de la producción, no examina concretamente la posesión de las tierras y ni siquiera aborda la cuestión de las clases en el campo. Para definirlo podría decirse que solo se propone estimular la discusión de la reforma social-agraria fundamental en la masa campesina, a través de sus dirigentes. Escrita en forma dialogada, esta obra es más de carácter didáctico, y está de tal manera indicada para un nivel medio del desarrollo cultural y político de los dirigentes de masas campesinas. Más claro todavía: este libro recoge, en lo esencial, las conversaciones que a modo de cursillo de vacaciones, realizó el autor con un grupo de buenos luchadores agrarios, y que, si se tomare como guía, podría ser de alguna utilidad, ya por sus ideas, ora por su método, a los instructores de cuadros organizadores y dirigentes del campo. Obvio que los personajes que figuran en la obra tienen nombres supuestos, y que sus ideas han sido redactadas y en varios casos ampliadas.

Es evidente que podría escribir un libro de investigaciones, por muchos aspectos importante —y que posiblemente escribiré después—. Pero el presente me parece más útil así, como tema socio-económico con base humana, y como cuestión que llegue al cerebro mismo de los campesinos, más como elaboración de su pensamiento que demostración científica de tesis o de investigaciones estadísticas. Por lo demás, pienso que la eficacia en despertar la inquietud campesina por su propio destino histórico, por su organización y movilización, es mayor si se hace el esfuerzo de ir al campo a sentir el ambiente, a conocer directamente la vida de la población labriega, a saturarse de sus problemas: e inclusive si todo ello se mira con amor y se trata con algunas luces de amenidad tomada del paisaje y del propio ingenio campesino.

También podría escribir un libro de narraciones que pintara a lo vivo la realidad campesina en cada región de Colombia, con todas sus miserias y dolores. Cuadros de miseria lacerante que conozco en diversas zonas del Cauca, Nariño, Huila, Tolima, Cundinamarca, Boyacá, los Santanderes, el Magdalena y en general del país: cuadros que pintan al natural los propios dirigentes campesinos en conferencias y congresos. Ordenar y publicar lo más importante de tales materiales, sería una excelente labor de información, sobre todo para los colombianos que juzgan la vida de la nación por lo que ven en la carrera séptima de Bogotá o la avenida Junín de Medellín. Desde luego, me siento liberado de escribir un libro de tal naturaleza.

Una historia de las luchas en el campo, desde los tiempos de la dominación española y a través de la república, sería de mucha trascendencia, y además, de gran estímulo para los líderes agrarios que ahora luchan por la tierra, el pan y la libertad. Pero el presente libro es de mayor actualidad, de más fuerza en la escena de los acontecimientos que las gentes progresistas van a realizar. Es discusión de un tema popular que reclama el concurso de los dirigentes obreros y de clase media, de profesionales, estudiantes y letrados que deseen luchar por una Colombia grande y verdaderamente libre. Es la promoción de una inmensa tarea que tiene el país en retraso con la historia. Es decir, es la cuestión de la vida campesina en una etapa nueva, que implica la liquidación del feudalismo que estanca el desarrollo económico, social, y cultural de la nación, impidiendo con ello la necesaria evolución del campo.

Esta discusión de carácter teórico pero didáctico y de claro sentido práctico, se presenta en forma dialogada para conservarle la realidad del cursillo, el método fácil de análisis y el natural interés que pueda despertar entre los ciudadanos que anhelen aportar su contingente de solidaridad con el campesinado. Además, este libro desea hacerse ameno a sus sencillos lectores labriegos, y para ello he puestos breves prólogos a las conversaciones del tema, sin salirme de la realidad del paisaje y las personas. Así pienso que se aligera mucho más su lectura.

Un poco de giros novelescos y el marco de un diario de temporada campestre que ofrece la estructura de la obra, no son aquí lo fundamental, como tampoco lo es el aspecto formal de una liga campesina que le sirve de epicentro y que, siendo realista, no le imprime por ello carácter lugareño. Lo fundamental no está en la forma sino en el contenido. Se trata en este libro de presentar ideas, de amar con estas ideas argumentos y con estos argumentos el encause de un gran problema nacional que se hace conciencia en el campesinado, en sus cuadros dirigentes principalmente. Desde este punto de vista, el estilo literario, el colorido y aún cierto aroma del campo que algún posible lector deseara, como reminiscencia geórgica, ciertamente no se halla en el presente libro, escrito para discutir y tomar decisiones de lucha de masas en el campo, y no para servir de pasto a quienes crean que la “crítica es algo que se come”.

En esta obra no se menciona la población indígena que habita en territorio del Estado colombiano. Y no se menciona por no mezclar dos cuestiones de diferente contenido. Es evidente que al plantear el problema indígena, como lo plantearé en el libro que anuncio en CUESTIONES anteriores, mencionaré al campesinado debido a que se realiza un proceso de asimilación indígena, precisamente en la vida campesina. En este proceso es el indígena quien se disuelve en el campesinado y no el campesino en el indígena. Por esta circunstancia, una discusión teórica de la cuestión campesina no debe injertarse en el problema indígena.

El problema indígena necesita ser tratado como entidad propia y no simplemente como algo que se adhiere, vive y muere en la cuestión campesina, por más que la tierra les sea un común denominador. Los vínculos, en general, existentes entre la población campesina y la población indígena, no podrían ser analizados, metódicamente, si no se les toma desde su fuente histórica, desde sus hondas raíces. Obvio que no me interesa el problema indígena como tema literario, ni como fácil motivo de erudición. Lo enfoco, lo estudio y lo deseo exponer en tanto que problema nacional propio y no únicamente como materia teórica sino también como cuestión política práctica de indiscutible actualidad.

Finalmente: en el libro que ahora presento —quiero subrayarlo— figurar personajes campesinos que no son ni representan el tipo común de la población rural colombiana, ni siquiera en el promedio de una región determinada. Dichos personajes, en tanto que figuras actuantes —en los aspectos novelescos y en la conversación dialogada— se les supone, para hacer de ellos prototipos, dirigentes con cierta agilidad mental, con cierta instrucción y, sobre todo, con la experiencia que la organización y la lucha de masas les ha creado. Es decir, personajes que representan los destacamentos de avanzada existentes ya en la densa población campesina, cuyo nivel ideológico y político les sitúa entre las directivas experimentadas de la lucha de clases en el campo.

Marzo 16 de 1946.

Ignacio Torres Giraldo

EL AMIGO DEL PROFESOR

El profesor Pizarro ocupa un modesto apartamento en la casa de un barrio tranquilo de la ciudad, y vive ordenadamente de las clases que dicta en un moderno instituto politécnico que contribuyó a crear. Ignorado como todos los colombianos que no figuran en las listas electorales ni siquiera en las suplencias de los reglones de relleno, carece naturalmente de amistades influyentes. Sin embargo, tiene un amigo que le visita con toda regularidad los sábados en la tarde. Este amigo lo es el campesino José Antonio, que, terminadas sus ventas y también las compras de su mercado, se dirige al departamento del profesor, a llevarle saludes de su mujer y de paso a conversarle un poco sobre los sucesos de la semana en la región que habita.

Muchas veces José Antonio y su mujer han invitado al profesor a pasar con ellos una temporada en el campo. Pero Pizarro que no puede desprenderse de su trabajo, les ha prometido dedicarles unas vacaciones del instituto. El profesor sentía grande alegría cuando pensaba en los sencillos días que viviría en el tibio hogar campesino, en el sol abierto, en la luz con horizontes de montañas y en el agua de una alegre cascada que José Antonio le pintó una vez con mucha poesía. La vida del profesor tiene anhelos de naturaleza fresca, de vegetación exuberante, de aires olorosos a espigas de maíz. Y tiene asimismo necesidad de conocer la existencia real del campesinado, sentir la emoción de la tierra cubierta de frutos, ver las manos hundidas como raíces en las eras y en los surcos y el gotear de las frentes sudorosas. Tiene, en fin, extraordinario interés por estudiar a fondo las cosas que conmueven la vida campesina.

José Antonio y su mujer llevan rigurosamente en su almanaque el tiempo de tareas del instituto donde trabaja el profesor Pizarro y saben en consecuencia exactamente el día que termina sus labores. Y es así como un viernes, ya por la tarde, Librada estaba sumamente atareada poniendo la casa en tal orden, que su marido, en son de broma, le dice:

—¿Se trata de celebrar aquí algún matrimonio?

—Se trata de traer a don Pizarro, —le contesta Librada y agrega— por esta misma hora estará repartiendo los premios, y claro que mañana, libre ya de compromisos, nos espera para venirse.

—¿Y crees que desea ver esos tarros y canastos que has puesto en el comedor? , cómo se ve —le dice con sorna José Antonio a su mujer— que confundes al profesor Pizarro con don Marcelo —el inhumano— que lleva en sus cuentas más de veinte despojos, pero que viene aquí como una paloma con el gajo de olivo en el pico y se sienta muy flojo de talle de lucir en el corredor...

—Pero yo entiendo —subraya Librada— que don Marcelo está loco por sacarme de aquí...

—Qué no lo conseguirá —le interrumpió José Antonio— que levantando un poco el ala del sombrero, atraviesa el patio en dirección al trapiche.

Un día brillante, de mucho sol y de alegre rumor de viento, que presagia verano, está cayendo ya sobre el lejano monte siempre azul del occidente. El profesor Pizarro revuelve papeles en la mesa de trabajo y recuerda a José Antonio cada vez que escucha pisadas de hombres descalzos cerca de su puerta. Se distrae, sin embargo, ordenando unos informes que debe entregar más tarde, cuando voces que le son muy conocidas entran suavemente diciéndole:

—Gente de paz, profesor.

—¡Oh! Qué gran placer me dan ustedes —dice Pizarro que toma las manos de Librada; golpea después en ambos hombros a José Antonio y vuelve rápidamente a la niña mayor de sus amigos, que tiene ya sus primeros seis años, y le dice con afecto de abuelo bañado en el perfume de la felicidad:

—Que te he vuelto a ver, Margot.¡Tan crecidita, tan guapa y... con trenzas!

—Pero no habla —dice Librada fingiendo tono de reprensión.

Mientras tanto, José Antonio ya está sentado leyendo un periódico que vio sobre la mesa. Siguiendo el ejemplo de su marido, Librada ocupa un pequeño diván; pero en vez de leer se pone a repasar en su mente si compraría todo lo que se había propuesto. El profesor enseña a Margot el disco en movimiento de su teléfono, porque ante todo recuerda el compromiso de comunicarse con el instituto para la entrega de los informes. La niña se interesa extraordinariamente cuando se da cuenta de todo un señor que conversa solo...

—Sí, don Pizarro, —inicia Librada al ver que termina el profesor— venimos por usted.

—Sí, señor —subraya José Antonio.

—¿Y la niña Margot qué dice? —Interrógala Pizarro.

—¿Yo? Pues lo que dice mi mamá —contesta la niña muy enterada del asunto.

—¡Magnífico!, exclama Pizarro—,y prosigue— tal era mi propósito. Pero ya ven ustedes. Todavía necesito la tarde para desenredarme de los papeles. Sin embargo, el asunto es ya muy fácil. Se quedan ustedes esta noche aquí y nos mañaneamos.

Se hace un momento de silencio durante el cual se miran Librada y José Antonio, como resolviendo un problema. Entre tanto el profesor observa a Margot que escruta con sus ojos castaños todo el apartamento, como si estuviera pensando, en dónde podría dormir... pero Librada rompe el silencio para decir, suave pero definitivamente:

—Imposible. Imagínese don Pizarro que los chinitos están solitos. Dejamos la casa en poder de una vecina muy buena. Pero no es lo mismo. Allá estarán alargando los ojos por el camino, en espera de nosotros.

—Así es, profesor —afirma José Antonio—. Librada tiene razón.

—Ciertamente, concluye Pizarro—. Entonces hacemos así, ustedes se van ahora, lo que naturalmente me apena mucho, y yo salgo mañana en la primera línea de buses de la mañana. Me dicen en dónde he de bajarme y muy temprano estaré allá.

—Eso es lo de menos —dice José Antonio— Usted le dice al conductor que lo deje en El Alto del Tambor.

—Los choferes conocen todos los lugares de la carretera —agrega Librada.

La mañana está espléndida. El profesor Pizarro, provisto de su maletín de cuero y fumando su pipa, viaja al lado del motorista. En el bus se comenta con animación el último incidente de la política; se habla de la carestía de la vida, del reclutamiento para el servicio militar, de las huelgas obreras y de los levantamientos campesinos, llamando de tal modo la resistencia a los despojos... Pizarro que marcha interesado en estos comentarios, se da cuenta de que ya es tiempo de hablarle al motorista, y lo hace con mucha cortesía —En el Alto del Tambor— subraya el motorista con una entonación que significa cierta familiaridad con el sitio; y mirado con sumo interés al profesor, le dice:

—¿Va usted para la liga?

—Propiamente no —le responde Pizarro y agrega— no tengo ninguna invitación de la organización. Voy a casa de un amigo que pertenece, eso sí, al movimiento campesino.

—En dicha región —declara el motorista— todos los campesinos han despertado ya de la dominación feudal y luchan por sus derechos en forma ejemplar... Pero qué lástima, ha llegado usted.

Y frente a una rústica portada, el motorista mira bajar al viajero, al tiempo que le indica, muy cerca de la carretera, en medio de naranjos, una casita y le dice:

—Allí vive Juan Pablo: él conoce esta región más que a su mujer y naturalmente lo estará esperando. Es el secretario de la Liga y, qué jefe, señor, qué jefe...

Realmente, Juan Pablo esperaba. Y como viera un bus frente a la portada, salió rápidamente a recibir al invitado de José Antonio, al profesor Pizarro a quien una vez conoció de visita en la prisión, y de quien tantas veces se hablara en la Liga. A mitad de camino se encontraron y como si fueran en verdad viejos amigos, Juan Pablo lo demora por espacio de una hora en su casa.

Juan Pablo es un campesino de mucha fisonomía vasca. Delgado pero fuerte. Alto, de cabeza que ya está nevando, de bigotes cortos y espesos, viviendo después de los cuarenta años. Campesino muy listo, de fácil palabra y cierta instrucción que se adivina adquirida en el trato con personas de alguna cultura. Viste pantalón caqui de color musgo y camisa azul a rayas que lleva remangada por encima de los codos.

La casa de Juan Pablo es pajiza, como lo son generalmente en la región, pero no propiamente una choza. A pesar de ser casa vieja, conserva sin embargo el tipo de alguna distinción. Amplio corredor sostenido en pilares de madera, que mira a un patio limpio apenas adornando con un palo de rosas encendidas. Más adelante recatando la vieja casa de las miradas del camino, un espeso naranjal. Atrás, iniciando una ligera pendiente, la huerta, un chiquero con dos cerdos y un amplio gallinero.

—Bello es este lugar, amigo Juan Pablo —dícele Pizarro, después de oír al campesino una historia abreviada del Alto del Tambor

—Evidentemente —reafirma Juan Pablo y prosigue— es por eso que don Marcelo, el inhumano, me quiere sacar de aquí, dizque para él edificar su casa de verano a la sombra de mis naranjos.

—Me interesa extraordinariamente su causa, amigo Juan —subraya Pizarro, y continúa— si, como bien me lo ha dicho usted, su causa es la misma de todos los que habitan y trabajan la tierra, y es también la causa del progreso nacional, la causa de la democracia colombiana. ¿Quién es tan ignorante o de mala fe que solo desea ver episodios individuales en la lucha defensiva y justa de los campesinos?...¡Oh pero qué pensará José Antonio!

Juan Pablo y Pizarro van descendiendo la suave pendiente de tres kilómetros que dista la casa de José Antonio, desde luego sin ninguna prisa, porque alegre y complacido como está el campesino, detiene frecuentemente al profesor para indicarle con su brazo las casitas regadas en las faldas. Y como si estuviera presentándole a sus moradores, enumera en cada caso:

—¿Ve usted ese roble inclinado sobre la pobre casita, que uno cree que se le cae encima? Pues allá vive Andrés, un viejo que anima a todos los jóvenes para que luchen por la tierra y los sembrados. Algunas veces ha sostenido casi solo la organización, y ahora mismo desempeña el cargo de fiscal. ¿Ve usted esa planadita que se mete por debajo de la colina, en ese montecito? Esa es la parcela de José Antonio. La choza, como él dice, es bonita pero no la dejan ver esos árboles que se le paran a uno delante... ¡Ah diablo! ¿Lo alcanza a distinguir usted?

—Sí —responde Pizarro—. Es José Antonio que viene a encontrarnos.

—¡Ah diablo! —repite Juan Pablo, y remata con cierta filosofía— no tiene gracia. Quiere uno darles una sorpresa, pero los arbolitos esos que nos tapan la vista, dejan que los ojos de ellos se pasen para ver a los que bajan del Alto del Tambor.

—Es un lugar muy apropiado para reuniones —observa Pizarro.

—Ciertamente, es allí donde se reúne la Liga —concluye Juan Pablo— y exclama otra vez:—¡ah diablo!