La Epopeya de Gilgamesh - Texto Sumerio Anónimo - E-Book

La Epopeya de Gilgamesh E-Book

Texto Sumerio Anónimo

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Beschreibung

La Epopeya de Gilgamesh (2500-2000 a. C) es una narración acadia en verso sobre las peripecias del rey Gilgamesh. Está basada en cinco poemas independientes sumerios, que constituyen la obra épica más antigua conocida.Al comienzo, Gilgamesh es el despótico rey de Uruk, cuyos súbditos se quejan a los dioses. Estos atienden el reclamo creando a Enkidu, un hombre destinado a enfrentarse a Gilgamesh. Cuando ambos entraban en combate, en vez de darse muerte se hacen amigos para siempre y emprenden peligrosas aventuras. Como castigo a sus actos, los dioses hacen que Enkidu muera en plena juventud. Impresionado, Gilgamesh emprende la búsqueda de la inmortalidad, que le lleva hasta los confines del mundo, donde viven el sabio Utnapishtim y su mujer, únicos supervivientes del Diluvio, a los que los dioses concedieron el don de la Inmortalidad. Pero Gilgamesh no alcanza lo que pretende. A la vuelta, encuentra, una planta que devuelve la juventud; pero una serpiente se la roba y Gilgamesh vuelve a Uruk con las manos vacías, convencido de que la inmortalidad es patrimonio exclusivo de los dioses.El núcleo sentimental se encuentra en el duelo de Gilgamesh tras la muerte de su amigo. Se considera la primera obra literaria que hace énfasis en la mortalidad humana frente a la inmortalidad de los dioses. La obra incluye una versión del relato del diluvio universal.

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LA EPOPEYA DE GILGAMESHLa obra épica más antigua conocida

Título: La Epopeya de Gilgamesh

Autor: Texto Sumerio Anónimo

Título original: Gilgamesh

Editorial: AMA Audiolibros

© De esta edición: 2021 AMA Audiolibros

Audiolibro, de esta misma versión, disponible en servicios de streaming, tiendas digitales y el canal AMA Audiolibros en YouTube.

Todos los derechos reservados, prohibida la reproducción total o parcial de la obra, salvo excepción prevista por la ley.

ÍNDICE

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

PRÓLOGO

LIBRO I

LIBRO II

LIBRO III

LIBRO IV

LIBRO V

LIBRO VI

LIBRO VII

LIBRO VIII

LIBRO IX

LIBRO X

LIBRO XI

FIN

INTRODUCCIÓN

Texto rescatado no hace mucho más de un centenar de años bajo las arenas de Mesopotamia. La epopeya de Gilgamesh es el relato más antiguo del mundo del que tenemos noticia. Sin embargo, el hecho de que solo se haya conservado en forma fragmentaria y en diversas versiones debido a estar recogido en tablillas de arcilla y en escritura cuneiforme ha hecho que normalmente haya quedado confinado a ediciones fragmentarias y eruditas destinadas sobre todo a los especialistas y que convierten su lectura, cuando menos, en un empeño difícil.

Iraq, arrastra con él el recuerdo de un mundo muy antiguo, mucho más que el Islam o el Cristianismo. La civilización occidental surgió en aquel lugar entre el Tigris y el Éufrates, donde Hammurabi dictó su código legal y donde se escribió el Gilgamesh —el relato más antiguo del mundo, un milenio más antiguo que la Ilíada o la Biblia—. Su héroe fue un rey histórico que reinó en la ciudad mesopotámica de Uruk, hacia el año 2750 a. C. En la epopeya, tiene un amigo íntimo, Enkidu, un hombre desnudo y salvaje que ha sido civilizado por medio de las artes eróticas de una sacerdotisa del templo. Junto a este, Gilgamesh combate a monstruos, y cuando Enkidu muere, se muestra inconsolable. Así, emprende un viaje desesperado para encontrar al único hombre que puede decirle cómo escapar de la muerte.

Parte de la fascinación de Gilgamesh radica en el hecho de que, como cualquier gran obra literaria, tiene mucho que decirnos sobre nosotros mismos. Al prestar su voz al dolor y al miedo a la muerte, quizá de una forma más potente que cualquier libro que se haya escrito desde entonces, al retratar al amor, la vulnerabilidad y la búsqueda de la sabiduría, se ha convertido en un testimonio personal para millones de lectores en docenas de idiomas. Pero también posee una relevancia especial en el mundo actual, con sus fundamentalismos polarizados, en donde cada bando cree fervientemente en su propia rectitud, sea cruzada o yihad, frente a lo que percibe como un malvado enemigo.

El héroe de esta epopeya es un antihéroe, un supermán (una superpotencia, podríamos decir), que no conoce la diferencia entre fuerza y arrogancia. Al atacar por precaución a un monstruo, atrae sobre sí un desastre que solo puede superar mediante un agónico viaje, una búsqueda que se transforma en sabiduría al demostrar su propia futilidad. La epopeya posee una extraordinaria y refinada inteligencia moral. Insistiendo en el equilibrio y rechazando ponerse de parte del héroe o del monstruo, nos lleva a preguntarnos acerca de nuestras peligrosas certidumbres sobre el bien y el mal.

PRÓLOGO

Aquel que todo lo ha visto, que ha experimentado todas las emociones, del júbilo a la desesperación, ha recibido la merced de ver dentro del gran misterio, de los lugares secretos, de los días primeros antes del Diluvio. Ha viajado hasta los confines del mundo y ha regresado, exhausto pero entero. Ha grabado sus hazañas en estelas de piedra, ha vuelto a erigir el sagrado templo del Eanna, así como las gruesas murallas de Uruk, ciudad con la que ninguna otra de la tierra puede compararse. Mira cómo sus baluartes brillan como cobre al sol. Asciende por la escalera de piedra, más antigua de lo que la mente puede imaginar; llégate al templo de Eanna, consagrado a Ishtar, un templo cuyo tamaño y belleza no ha igualado ningún rey; camina sobre la muralla de Uruk, recorre su perímetro en torno a la ciudad, escruta sus soberbios cimientos, examina su labor de ladrillo, ¡cuán diestra es!; repara en las tierras que circunda: en sus palmeras, sus jardines, sus huertos, sus espléndidos palacios y templos, sus talleres y mercados, sus casas, sus plazas. Busca su piedra angular y, debajo de ella, el cofre de cobre que indica su nombre. Ábrelo. Levanta su tapa. Saca de él la tablilla de lapislázuli. Lee cómo Gilgamesh todo lo sufrió y todo lo superó.

LIBRO I

Superior a todos los reyes, poderoso y alto más que ningún otro, violento, magnífico, un toro salvaje, caudillo invicto, el primero en la batalla, bienamado de sus soldados —baluarte lo llamaban, protector del pueblo, impetuoso aluvión que destruye todas las defensas— en dos tercios divino y en uno humano, hijo del rey Lugalbanda, que se convirtió en dios, y de la diosa Ninsun, abrió los pasos de las montañas, cavó pozos en sus laderas, atravesó el vasto océano, navegó hacia el sol naciente, viajó hasta los confines del mundo en pos de la vida eterna, y cuando halló a Utnapishtim —el hombre que sobrevivió al Gran Diluvio y a quien se le concedió la inmortalidad— restauró los ritos antiguos, olvidados, levantando de nuevo los templos que el Diluvio había destruido, renovando las imágenes y los sacramentos por el bien del pueblo y de la sagrada tierra. ¿Quién pudo igualarse a Gilgamesh? ¿Qué otro rey ha inspirado tal temor? ¿Quién más puede decir: «Solo yo reino, supremo entre todos los hombres»? La diosa Aruru, madre de la creación, había modelado su cuerpo y lo había hecho el más fuerte de los hombres: enorme, hermoso, radiante, perfecto.

La ciudad es su predio, pasea su arrogancia por ella, la frente altiva, pisotea a sus habitantes como un toro salvaje. Es el rey, aquello que desea lo hace, al padre arrebata su hijo para aplastarlo, a la madre su hija para hacerla suya, a la hija del guerrero, a la novia del joven las hace también suyas, nadie osa enfrentársele. Pero el pueblo de Uruk, clamó al cielo y sus lamentos encontraron oídos, pues los dioses no son insensibles, sus corazones se conmovieron, acudieron ante Anu, el padre de todos ellos, protector del reino de la sagrada Uruk, y le hablaron en nombre del pueblo: «Padre celestial, Gilgamesh, pese a ser noble y magnífico, ha sobrepasado todos los límites. El pueblo sufre su tiranía, el pueblo clama que al padre arrebata su hijo para aplastarlo, a la madre su hija para hacerla suya, a la hija del guerrero, a la novia del joven las hace también suyas, nadie osa enfrentársele. ¿Es así como quieres que tu rey gobierne? ¿Diezmaría un pastor su propio rebaño? Haz algo, padre, apresúrate antes de que el pueblo abrume al cielo con sus desgarradores sollozos».

Los escuchó Anu, y asintió; llamó entonces a la diosa, la madre de la creación: «Tú creaste a los hombres, Aruru. Ahora ve y crea un par de Gilgamesh, su segundo ser, un hombre que iguale su fuerza y su valor, un hombre que iguale su tempestuoso corazón. Crea un nuevo héroe y que se contrarresten de forma perfecta, para que Uruk tenga paz».

Cuando Aruru oyó esto, cerró sus ojos y formó en su mente lo que Anu había ordenado. Humedeció sus manos, tomó en ellas barro, lo arrojó en el monte, lo amasó, lo modeló según su idea y dio forma a un hombre, un guerrero, un héroe: el valeroso Enkidu, tan poderoso y fiero como el dios de la guerra Ninurta. El vello recubría su cuerpo, crecía nutrido el pelo de su cabeza y le llegaba hasta la cintura, como lo hace el de una mujer. Vagó por el monte, desnudo, lejos de las ciudades de los hombres, pastó con las gacelas y, cuando sintió sed, bebió límpida agua de las charcas arrodillado junto al venado y al antílope.

Cierto día un hombre, un trampero, lo vio bebiendo con los animales en una charca. Palpitó su corazón de miedo, empalideció su rostro, temblaron sus rodillas, quedó paralizado por el terror. Igual ocurrió un segundo día, y un tercero. El temor anidó en sus entrañas, parecía consumido y demacrado, como aquel que regresa de un viaje largo y penoso.

Acudió entonces a su padre: «Padre, he visto en la charca a un hombre salvaje. Debe de ser el hombre más fuerte del mundo, con músculos como la piedra. Lo he visto superar a los animales más veloces. Vive entre ellos, pasta con las gacelas y, cuando siente sed, bebe límpida agua de las charcas. No me he acercado a él, pues siento demasiado miedo. Rellena los agujeros que he excavado, destroza las trampas que he montado, libera a los animales y no puedo cazar nada. Mi sustento ha desaparecido».

«Hijo mío, vive en Uruk un hombre llamado Gilgamesh. Es el rey de la ciudad y, dicen, el hombre más fuerte del mundo, son sus músculos como la piedra. Ve a Uruk, ve a Gilgamesh, cuéntale lo que ocurrió y sigue su consejo. Él sabrá qué hacer».

Se puso en camino, compareció ante Gilgamesh en el centro de Uruk, le habló acerca del hombre salvaje. Dijo el rey: «Ve al templo de Ishtar, pregunta allí por una mujer llamada Shamhat, una de las sacerdotisas que entregan sus cuerpos a cualquier hombre en honor de la diosa. Llévala al monte. Cuando los animales estén bebiendo en la charca, dile que se quite la túnica y se tumbe allí desnuda, dispuesta, abiertas las piernas. El hombre salvaje acudirá. Que ella emplee sus artes amatorias. La naturaleza obrará su curso y después los animales que en el monte eran sus compañeros se asustarán, y lo abandonarán para siempre».