La forja de un escritor (1943-1952) - Camilo José Cela - E-Book

La forja de un escritor (1943-1952) E-Book

Camilo José Cela

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Beschreibung

La forja de un escritor recopila cincuenta artículos, escritos entre 1943 y 1952, ordenados en tres apartados temáticos que abarcan las experiencias vitales del joven artista, las reflexiones sobre la escritura, y las consideraciones sobre la pintura, el cine, la música o la fotografía. Proceden de periódicos y revistas como Arriba, La Vanguardia Española, Ínsula, La Tarde o Correo Literario. Los textos seleccionados ayudan a entender la obra creativa de Cela, así como otros aspectos de su personalidad.

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LA FORJA DE UN ESCRITOR

Camilo José Cela

LA FORJA DE UN ESCRITOR(1943-1952)

Prólogos de CAMILO JOSÉ CELA CONDE y ADOLFO SOTELO VÁZQUEZSelección de ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ

CUADERNOS DE OBRA FUNDAMENTAL

CUADERNOS DE OBRA FUNDAMENTAL Responsable literario: Javier Expósito Lorenzo Diseño y cuidado de la edición: Armero Ediciones Conversión a libro electrónico: Enredart

© Herederos de Camilo José Cela, 2002 © Camilo José Cela Conde, de «Prólogo que no lo es» © Adolfo Sotelo Vázquez, de la introducción «La forja de un escritor (1943-1952)» © Fundación Banco Santander, 2016

ISBN: 978-84-92543-77-9

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

ÍNDICE

Camilo José Cela Conde

PRÓLOGO QUE NO LO ES

Adolfo Sotelo Vázquez

LA FORJA DE UN ESCRITOR (1943-1952)

PROCEDENCIA DE LOS ARTÍCULOS

NOTA SOBRE LA EDICIÓN

Camilo José Cela

LA FORJA DE UN ESCRITOR (1943-1952)

EXPERIENCIAS VITALES

IRIA-FLAVIA

REMORDIMIENTO Y NOSTALGIA DE UNA PUESTA DE SOL

BREVE ESTAMPA DEL JARDÍN DE UN PAZO

SIR JOHN EN SU JARDÍN

REDESCUBRIMIENTO DE BARCELONA

UN ESCRITOR PASA POR MADRID

EL CEMENTERIO INUNDADO

CONTEMPLANDO UNA VIEJA FOTO

ELEGÍA DE LA CORUÑA

LOS PRIMEROS CIELOS GRISES

DEBUT Y PEQUEÑA EXPERIENCIA DE UN ACTOR NOVEL

MI TERCER PATEO

VUELTA A GUADALAJARA

EN BUSCA DE UNA INMENSA SOLEDAD

EL ESCRITOR Y LA ESCRITURA

SOBRE EL CONCEPTO DE LA NOVELA

BREVE ANTICIPO

LOS LIBROS DE VIAJES

UN RELOJ DE PESAS

A VUELTAS CON LA NOVELA

EL ARTE DE LA FICCIÓN

ELOGIO DE LA SAMBA

SOBRE EL OFICIO DEL ESCRITOR

CON LOS OJOS ABIERTOS

INDOLENCIA Y DESORIENTACIÓN

ESA VENTANA ABIERTA SOBRE CUALQUIER PAISAJE

OTRA VEZ LA CIUDAD

LLANTO PARA TRES ROSAS SIN CONSUELO

MEDITACIÓN ANTE UN VIEJO RELOJ

LA GALERA DE LA LITERATURA

IGUAL QUE UN PEQUEÑO MATISSE

LA CASA DE GOYA

SOBRE LOS APRENDICES DEL OFICIO DE ESCRITOR

SOBRE EL GÉNERO EPISTOLAR

ELOGIO DEL MIRÓN

LA PINTURA Y OTRAS ARTES

DOS CUADROS DE RICARDO ARREDONDO

CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DE UNA EXPOSICIÓN

LA DIARIA INVENCIÓN EN LA PINTURA EN CABANAS

EL ALMA DE MADRID EN 34 ACUARELAS

TODOS LOS AÑOS, EDUARDO VICENTE

UN PINTOR GALLEGO

UN MÚSICO

EL PINTOR

ELOGIO DE LA FOTOGRAFÍA

UN ARTÍCULO DE CINE

UN PINTOR GALLEGO UNIVERSAL

PALABRAS Y MÁS PALABRAS SOBRE EL PROBLEMA DE LA ESCASEZ DE ESTUDIOS

CRISTINO MALLO, EL CREADOR DE MUNDOS

VÁZQUEZ DÍAZ, EL INFATIGABLE

EDUARDO VICENTE ES UN HOMBRE SINCERO

ISAAC DÍAZ PARDO, GARZÓN GENIAL

CAMILO JOSÉ CELA CONDE

PRÓLOGO QUE NO LO ES

Las enciclopedias lo dicen. Camilo José Cela (CJC) publicó en el año 1942 la novela La familia de Pascual Duarte convirtiéndose de golpe en el autor de referencia en una época en la que, por razones harto conocidas, la literatura española pasaba por uno de sus momentos peores.

La frase anterior podría haber salido, ya digo, de cualquiera de los manuales al uso acerca de la historia de la novela de nuestro país. Pero quizá este prólogo que no lo es, y que antecede a la recopilación hecha por el profesor Sotelo de los artículos publicados por CJC en la década que siguió a su primera y más crucial novela, pueda añadir algunas pinceladas a lo que es carne de diccionario. Porque, como quizá los lectores hayan ya sospechado, CJC supone para mí algo muy diferente a lo que la sabiduría de Adolfo Sotelo ha recogido y anotado. Camilo José Cela era mi padre.

Nací cuatro años después de que La familia de Pascual Duarte saliera a la luz. Eso explica por qué mis tíos, después de que mis padres me bautizasen con el mismo nombre que el del escritor, me hayan llamado siempre Pascual. Pero también es fácil entender que tardé mucho tiempo en darme cuenta de lo que significaba ser hijo del autor de esa novela. Tanto como el que transcurrió hasta que, yendo al colegio, me tropecé con la sorpresa de averiguar que los padres de mis compañeros eran médicos, abogados, comerciantes o empleados de la Banca. Profesiones todas ellas que aseguran una nómina, mayor o menor, a fin de mes.

La primera novela de mi padre fue lo que se dice un éxito de crítica y público —con las excepciones ya sabidas—, pero no garantizaba el que la familia pudiese vivir ni con mucha ni con poca comodidad. Tampoco su segunda obra, Pabellón de reposo —la crónica de su paso por el sanatorio para tuberculosos de Hoyo de Manzanares, en Madrid—, supuso ninguna garantía de supervivencia. Era la profesión de articulista de mi padre, completada con los bolos en forma de conferencia que, de vez en cuando, se presentaban, la que llevaba unos duros (pocos) con los que sobrevivir en el día a día tremendo de la posguerra española. Las cartas de mis padres que conservo, las notas breves y las simples anotaciones en un trozo de cuartilla que CJC mandaba a menudo a Charo, mi madre, ponen de manifiesto tanto la penuria familiar de aquellos años como los senderos más bien azarosos que llevaban a que en diarios como Arriba y La Vanguardia o en revistas como Ínsula y Correo Literario saliese de vez en cuando un artículo de CJC.

Mi primo Eduardo Riestra ha llamado en alguna que otra ocasión «obra alimenticia» a la que permitía a escritores como CJC o a cineastas como Buñuel sobrevivir. Se trata de un hallazgo espléndido porque, salvo algún empleo de medio pelo y escaso recorrido, mi padre no tuvo a lo largo de su bien extensa carrera otra forma de vida que la de la literatura. Pero además de ese beneficio directo la obra alimenticia esconde claves de lo más cruciales para entender cómo eran esos años hoy olvidados y que convendría rememorar aunque solo fuese a título de vacuna preventiva.

Los artículos de CJC de la década que cubre este libro son el mejor retrato que hay del primer Cela, desde luego, pero también de lo que mi padre pensaba de la literatura, el arte, el paisaje y, en general, la España de entonces. Leyéndolos con cuidado a lo mejor descubrimos en ellos alguna pincelada de lo que somos nosotros ahora. Para bien o para mal, que todo cabe.

C. J. C. C.

ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ

LA FORJA DE UN ESCRITOR (1943-1952)

«A los escritores nos pasa igual que a los avaros sin memoria, que no saben los exactos brillos de su riqueza —o de su calderilla— hasta que la cuentan y la recuentan.»

Camilo José Cela, 1965

I

En 1962 se imprime el primer tomo de la Obra completa de Camilo José Cela. Las ediciones Destino de Barcelona son las que impulsan esa tarea inacabada, que finalizaría en el año 1986. Melchor Fernández Almagro advertía en La Vanguardia (19 de junio de 1963) que los tomos serían numerosos porque CJC era autor de una infinidad de «trabajos menores, ensayos y artículos». Por su parte, Antonio Vilanova, desde Destino (25 de mayo de 1963), subrayaba el valor literario, plagado de sorna y cazurrería, del texto que, bajo el marbete de «Cauteloso tiento por lo que pudiera tronar», abría el primer tomo. En efecto, en dicho texto, fechado en Palma de Mallorca entre los otoños de 1959 y 1960, Cela escribía: «Ha sonado en mi reloj la hora de brindar al curioso lector la Obra completa, ese panteón solemne que hasta hace poco se reservaba, como las estatuas, tan solo a los muertos»1. E indicaba que se disponía a fijar los textos y a fecharlos, cuando le resultase posible hacerlo. Cela realizó la tarea con puntualidad y rigor.

Al alcanzar la Obra completa el tomo Ix, Cela se dispuso a reunir sus colaboraciones en periódicos y revistas. Así lo hizo en dicho tomo y en los tres siguientes, bajo el título general de Glosa del mundo en torno. En el prólogo que encabezaba la serie, titulado en la más genuina ética-estética celiana «El mundo en torno: ese galimatías venerable y cachoncillo que, por lo común, hiede a cadaverina con aroma a unto de algalia»2, el escritor decía que «durante años me gané la vida no con los libros sino a golpe de colaboración (las mejor pagadas, a cincuenta duros), y puedo asegurar al lector que resulta muy cruel esta cotidiana pelea por el garbanzo», mientras, a la vez, mostraba su sensata inseguridad sobre el hecho de que sus «volanderas colaboraciones en los periódicos sean realmente artículos de periódico; a lo mejor son otra cosa y yo no lo sé, puesto que mis ignorancias son muchas»3. En realidad el copioso haz de colaboraciones periódicas agavillado en aquellos cuatro tomos es muchas cosas, una de ellas, indiscutible, l’écriture du jour que espejea la forja de un escritor.

La composición de Glosa del mundo en torno es la siguiente: el tomo Ix reúne artículos publicados entre 1940 y 1953, una parte sustancial de los mismos proceden de Mesa revuelta (Madrid, Sagitario-Ediciones de los Estudiantes Españoles, 1945), cuya quinta edición es la que se ofrece en el tomo noveno. El tomo x engloba artículos publicados entre 1944 y 1959, dando cabida a Cajón de sastre (Madrid, Cid, 1957) y Páginas de geografía errabunda (Madrid, Alfaguara, 1965). El tomo xI contiene artículos publicados ­entre 1945 y 1954, agavillados antes en Las compañías convenientes y otros fingimientos y cegueras (Barcelona, Destino, 1963) y Garito de hospicianos o guirigay de imposturas y bambollas (Barcelona, Noguer, 1963). Por último, el ­tomo xII agrupa artículos publicados entre 1943 y 1961, procedentes de La rueda de los ocios (Barcelona, Mateu, 1957) y Cuatro figuras del98. Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Azorín y otros retratos y ensayos españoles (Barcelona, Aedos, 1961). Los volúmenes construyen un escenario celiano hasta la médula, con numerosas entradas y salidas que, no obstante, se acompañan de unas tablas cronológicas de los artículos recogidos en cada tomo.

Tablas que, junto al cotejo de los textos de los periódicos y revistas de los que procedían, nos han permitido elaborar un listado de artículos que suma en el decenio 1943-1952 alrededor de seiscientos artículos, más de la mitad de los cuales ven la luz entre 1950 y 19524. De este mar de textos que aparecieron en la prensa de la época hemos seleccionado cincuenta, que cumplen el presupuesto de adentrar al lector en la fragua de un escritor que para 1952 era ya el novelista de mayor prestigio de los negros años de la primera posguerra. El joven y sabio crítico literario Antonio Vilanova, desde su atalaya de «La letra y el espíritu» en las páginas del semanario Destino, no dudaba en constatar, el 25 de julio de 1953, la audacia, la renovación y la suficiencia estética de «la figura del gran novelista gallego»5. Vilanova analizaba la excelente novela Mrs. Caldwell habla con su hijo; Cela llevaba a sus espaldas cuatro novelas: La familia de Pascual Duarte (1942), Pabellón de reposo (1943), Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes (1944) y La colmena (1951). La primera y la última, dos eslabones imprescindibles en el itinerario de la novela española del siglo xx.

II

El abanico de publicaciones periódicas en las que aparecía el nombre de Cela era, en el decenio 1943-1952, muy amplio, y ofrece un campo de estudio todavía no colonizado. En la selección que ofrecemos al lector, más de la mitad proceden de Arriba (dieciséis)6 y de La Vanguardia Española (doce). Cela publicó por primera vez en Arriba, el diario adalid de la prensa del Movimiento Nacional, un artículo en el año 1941 y dos artículos en 1942. Ya en mayo del 43 publica dos artículos sobre la estética de la novela contemporánea en los que se ocupa de Unamuno y que, a buen seguro, eran el comienzo de una serie nonata. Ambos artículos aparecen en el tomo Mesa revuelta. No obstante, la colaboración regular del novelista gallego se inicia en el otoño de 1944 y finaliza en el verano de 1951 (la última colaboración data del 17 de julio). En una carta a Juan Aparicio, director general de Prensa y distinguido protector del primer Cela, fechada el 26 de octubre de 1951, se refiere a «hoy, después de haber perdido alguna colaboración para mí muy querida». Se trata de la colaboración de Arriba, que dirigía en la etapa de la participación de Cela Xavier de Echarri, primero, e Ismael Herraiz Crespo, después.

Como consta en la solicitud de inscripción que Cela cursó a la Asociación de la Prensa de Madrid el 22 de diciembre de 1944, el escritor decía trabajar como colaborador fijo en el diario Arriba, con un sueldo mensual de mil doscientas pesetas. Y su obligado abandono de Arriba se produce en julio del 51, cuando su sueldo ascendía a mil quinientas pesetas7.

Las relaciones entre CJC y La Vanguardia Española8 cuentan también con una colaboración inicial a instancias de César González Ruano: se trata del artículo «Redescubrimiento de Barcelona» (15 de diciembre de 1945), escrito con motivo de la primera estancia barcelonesa del escritor en el mes de octubre de ese mismo año y que tuvo como episodio central la lectura de unos pasajes de La colmena en el Ateneo Barcelonés. Se trata de un texto emocionado y magistral, que se articula desde el contrapunto de la memoria de unos meses de su niñez —contada por extenso en La cucaña. Memorias,I. La rosa (1959)— y la mirada de su reciente estancia. Digamos de paso que en la obra de CJC el contrapunto entre la mirada y la memoria es fundamental.

Con posterioridad y entre los años 1949 y 1953, Cela colaboró regularmente en el periódico de los Godó. El primer texto lleva fecha del 20 de septiembre del 49 y el último apareció el 6 de noviembre del 52: en total, setenta y cinco colaboraciones, algunas de las cuales nunca agavilló en un tomo. El 23 de junio de 1949 Cela cursaba una carta a Luis de Galinsoga, director de La Vanguardia Española desde que Serrano Suñer le confirió el cargo que venía ocupando desde mayo de 1939. En ella, Cela le comunicaba que había entregado su primer artículo para el periódico barcelonés a González Ruano, «quien me indicó que se lo haría llegar a usted». Y añadía:

Puede usted creerme, querido Galinsoga, que esta colaboración que hoy inicio en el periódico de su exacta y certera dirección, la considero como mi mayor y más preciado triunfo profesional. Por la seriedad, por la calidad, por la altura que usted ha sabido dar a La Vanguardia y por tratarse, sin género de dudas, de la publicación de más trascendencia actual entre todas las españolas.

Créame, director, que intentaré en todo momento dar a los artículos que le envíe la máxima calidad.

Era el principio de una colaboración que empezó a mostrar fricciones a comienzos de 1952. Los primeros artículos que Cela remite a Barcelona ese año son capitulillos del libro Del Miño al Bidasoa. Notas de vagabundaje, que la editorial Noguer estaba a punto de publicar. El 5 de febrero Galinsoga le cursa por telegrama algo más que un consejo: «No reitere tanto el tema galaico en su colaboración para Barcelona»9. Por esos mismos días Cela recibía una carta de Galinsoga, que conviene reproducir para tener entera noticia del escenario periodístico en el que se ambientaba la fragua del escritor gallego. La carta lleva fecha del 31 de enero:

La proximidad del Congreso Eucarístico Internacional que se celebrará en Barcelona el 27 de mayo venidero obliga a este periódico a intensificar su labor de ambientación y propaganda de aquella magna asamblea del catolicismo.

Yo me permito rogarle que, utilizando el material de documentación que oportunamente recibirá usted de la oficina de Prensa de dicho Congreso, dedique usted uno o varios artículos de su habitual colaboración en La Vanguardia a dicho tema. Me lo ha pedido así el obispo de Barcelona y me parece muy acertada la idea.

Cela le contestó (4 de febrero) desestimando las recomendaciones, mientras los artículos que remitió en la primavera de 1952 son paradigmáticos de la confluencia del apunte carpetovetónico y la caricatura expresionista en la que gozaba de una contrastada habilidad. Algunos fueron incluidos en la primera edición de Garito de hospicianos, y su totalidad en el tomo tercero de Glosa del mundo en torno. Para la primera edición de Garito de hospicianos CJC redactó una «Nota», fechada en Palma de Mallorca el 10 de abril de 1963, de la que es forzoso retener lo que es con toda seguridad una de las líneas de fuerza de los textos que han nutrido la presente selección:

No conviene idealizar demasiado los hombres, los oficios, o las situaciones. Ser hospiciano es una situación; también puede ser un oficio que, por añadidura, no cabe sino al hombre (no hay alacranes hospicianos, ni palomas, ni bestia alguna, aun presa y con grilletes). Los escritores escriben, con frecuencia, de lo que no saben ni tampoco les importa demasiado: esa es su servidumbre al gato de tres pies que no enseña más que el hocico. Pero los escritores, muy hechos ya a cantar lo imposible, fingen sus arrebatos con maestría, y se desmelenan a tiempo, y son creídos por quienes aborrecen con tales ímpetus a la literatura que llegan a confundirla —sonrisa va, sonrisa viene— con una droga sedante (¿de qué?).

Día llegará en que un escritor valiente se decida a cortar por lo sano y a pegarle fuego a todo lo que hoy atenaza a la literatura. Será una llamarada luminosa la que se levante, entonces, sobre las bardas del corral del mundo, por encima de los adobes que cercan el garito de hospicianos del mundo.10

III

Hemos dividido la selección de artículos de Cela en tres apartados: alrededor de las experiencias vitales, de las consideraciones sobre el escritor y la escritura (se trata de textos que podrían entenderse como metaliterarios) y de las reflexiones sobre la pintura y otras artes, que se circunscriben al cine, la música y la fotografía. Quizás hubiese sido conveniente un cuarto apartado —que ha quedado en el tintero— que reuniese las lecturas que CJC convirtió en temática de algunas de sus colaboraciones periodísticas, desde Hijos de la ira de Dámaso Alonso (Ya, 4 de julio de 1944) a Las adivinaciones de José Caballero Bonald (Clavileño, 5 de junio de 1952), pasando por la Guía de la Costa Brava de Josep Pla (Arriba, 10 de diciembre de 1946), el Alfanhuí de Sánchez Ferlosio (Unidad, 21 de marzo de 1951) y los sucesivos encuentros con la obra de Pío Baroja, entre otros artículos.

Para la elección de esas tres partes hemos tenido muy en cuenta las respectivas notas con las que Cela preludió Mesa revuelta (1945), Cajón de sastre (1957) y La rueda de los ocios (1957). En el segundo volumen se refería a la similitud de los dos primeros tomos y a la finalidad que se proponían, con una noticia que quedó en proyecto nonato:

Para ejercitar la arriesgada penitencia de enfrentarse con las páginas que fueron escritas para ir viviendo y, como la vida misma, para ir siendo olvidadas a medida que se escribían y se vivían, publiqué ayer Mesa revuelta, doy a las prensas Cajón de sastre y preparo para mañana —o para pasado mañana— un tercero al que quizá llame Fosa común, que tampoco es título engañoso11.

También es preciso recordar que el propio Cela sabía de lo heterogéneo de una escritura que quedaba a la vera del camino de su obra de narrador y de autor de libros de viajes. Por ello afirma en la «Nota» al libro de 1945 que «de todo va en esta Mesa revuelta, que ahora inicia su caminar desde el artículo que casi no lo es, desde el artículo divagatorio, entrañable como un viejo conocido, hasta el terrible artículo de citas y concisiones y que tan poco va con mi manera de ser»12.

Se trata, en consecuencia, de un material desigual escrito para ir viviendo, especialmente en el tramo que ocupa la presente selección, pues no se debe echar en saco roto que Cela recordó en el prólogo al primer tomo de Glosa del mundo en torno que «esa cotidiana pelea por el garbanzo en un país como el nuestro, en el que el escritor es siempre un sospechoso al que resulta entretenido zarandear»13, tuvo un momento de inflexión a finales de 1952, cuando Francisco Casares14, secretario general de la Asociación de la Prensa de Madrid, le dirigió con fecha 31 de diciembre del 52 —transcribo los recuerdos de CJC en dicho prólogo— «un atento oficio echándome a la calle»15. Aunque el escritor hizo algunas gestiones para que se reconsiderase la decisión, lo cierto es que 1953 conoce una drástica disminución de sus colaboraciones en prensa, que quedaron casi reducidas a los artículos de Informaciones entre junio y agosto, que dan cuenta de su viaje por diversos países de Sudamérica y que reunió, bajo el marbete «Notas de una excursión americana», en La rueda de los ocios (1957). En el prólogo al primer tomo de Glosa del mundo en torno —escrito en 1974—, Cela confiesa:

Entonces fue cuando empecé a pensar seriamente en abandonar Madrid, cosa que hice aquel mismo año —primero en Venezuela y más tarde en Palma de Mallorca— y lamento no haber hecho antes. Por entonces también suspendí casi del todo mis colaboraciones en los periódicos y me metí más de lleno en los libros. Madrid, aquella ciudad que un tiempo fue adorable y humana, se había ido convirtiendo poco a poco en una gusanera en la que las personas decentes, que las había y no en escasa proporción, se sentían acorraladas y asfixiadas.16

Estaba naciendo su voluntad de abandonar Madrid, que se consolidó tras su viaje a Sudamérica y el encargo de escribir una novela de tema venezolano (la futura La catira, que publicó Noguer en 1955). Su desaliento ante el mundo intelectual madrileño y sus desilusiones continuadas ante la censura, que acababa de maltratar a Mrs. Caldwell habla con su hijo (Destino, 1953), le llevaron a redactar a comienzos de febrero de 1954 una carta, finalmente no cursada, a Gabriel Arias Salgado, ministro de Información y Turismo, que contiene estas inequívocas palabras:

A mi vuelta de América, me metí en mi casa a poner un poco de orden en mis papeles. Tú habrás podido ver que mis declaraciones a la prensa han sido escasas y que mis actuaciones públicas o mis colaboraciones profesionales han sido nulas. Me propuse sentar las bases para continuar trabajando en serio, y me di cuenta de que seis meses de ausencia es un plazo demasiado largo sobre el que conviene, al regreso, hacer un ligero repaso de la voluntad y un somero examen de la conciencia […].

Y el paso que voy a dar no puede ser más sencillo: me voy. Pero no pienses que me voy al extranjero; la ingenuidad es una grave tara política. Me voy, sí, pero no me voy más que del medio, de este enrarecido y viciado medio en el que no puedo ni quiero respirar. Cuando el tiempo se encargue de ventilar el cotarro abriendo una ventana —léase esta censura que nos agobia y, lo que es más grave, a cambio de nada—, yo regresaré como ahora me voy: tímidamente y sin echar los pies por alto.

Una vez instalado en Palma, viaja unos días a Barcelona —finales de la primavera de 1954— y concede una entrevista (que resulta ser apasionante) a Néstor Luján, en la que le dice: «Antes en Madrid escribía por la noche; ahora en Palma lo hago de las once de la mañana a las siete de la tarde»17. Empezaba una nueva etapa, la de un escritor consolidado.

IV

En una entrevista celebrada en Madrid con Andrés Muñoz, concedida para La Nación de Buenos Aires (13 de julio de 1952), Cela aseveraba que en «Mesa revuelta reúno una selección de artículos que no van nada ordenados». Pese a admitir que la razón le asiste a medias, nuestro propósito es no desligarlos de aquella ordenación y de la que ofrecen los sucesivos volúmenes recopilatorios. La primera parte de Mesa revuelta la tituló «El tibio reino del espíritu», y ofreció en su marco artículos —los ejemplos pueden ser «Iria-Flavia» o «Breve estampa del jardín de un pazo»— en los que se advierte «mi obstinada, preocupada obsesión familiar» y «lo que forma nuestra indeclinable vocación de pervivir: el suelo sobre el que nacimos y sobre el que desearíamos morir»18, que parece una anticipación del tema de su última novela, Madera de boj (1999). Al aire de esta sección de Mesa revuelta, que se proyecta en la titulada «La rueda de los días» de Cajón de sastre y en «La rueda de los ocios» del libro del mismo título, hemos rotulado «Experiencias vitales» el primer tramo de nuestra selección. Marbete menos sugestivo que los celianos, aunque recoge las experiencias, pautadas por la memoria y la mirada, de CJC en Iria y su entorno, en Madrid, Barcelona, A Coruña y Guadalajara. Con un breve recuerdo para su experiencia como actor novel, cuando el escritor quería abarcarlo todo y no era mala norma para su oficio ser actor, torero, vagabundo o pintor: «Hay que ser un poco de todo para poder ser escritor» (15 de enero de 1950).

La segunda sección de La forja de un escritor (1943-1952) la hemos titulado «El escritor y la escritura». Tiene la particularidad de que más de la mitad de los textos fueron publicados en 1950, cuando CJC había editado novelas, cuentos, apuntes carpetovetónicos y un extraordinario libro de viajes, mientras preveía que el tortuoso camino de La colmena desembocaría en un pie de imprenta. Sin duda los meses de 1950 son fundamentales para el escritor y para el presente y el futuro de su escritura. Por ello cabe ver como cristalización de esas reflexiones el artículo canónico (el más largo de nuestra selección) «La galera de la literatura», que vio la luz en la impagable revista Ínsula (marzo de 1951).

Naturalmente, esta segunda sección se autoriza en la segunda parte de Mesa revuelta, que lleva por título «La literatura y sus alrededores»; en las espléndidas agrupaciones tituladas «Calendario de madrugada» y «El reloj de los hechos» de Cajón de sastre; y en «Sobre la literatura y sus alrededores» de La rueda de los ocios. He procurado en esta sección del libro —a buen seguro la más importante— acercar al lector actual a las convergencias y desavenencias del hombre CJC con su condición de sujeto de su escritura, que estimo quedan sobradamente perfiladas en la gavilla de artículos elegidos. Al mismo tiempo no se desatienden sus reflexiones sobre la tipología de la narración, los modos de la estructura narrativa y las temáticas del oficio de novelista. Cela, que desdeñó tal o cual dogmática sobre los géneros literarios, nos ofrece en este haz de artículos su concepción de la novela como género proteico, que permite en su seno numerosas voces y ecos, diferentes temporalizaciones y modalizaciones, como él mismo dejaría dicho al examinar su andadura narrativa en el prólogo de 1953 a Mrs. Caldwell habla con su hijo. Aquella síntesis de 1953 tiene mucho que ver con los atisbos y disquisiciones de estos artículos.

Lo aparentemente más osado de la selección de artículos del primer Cela que el lector tiene en sus manos es la tercera parte, dedicada a la pintura y, subsidiariamente, al cine, la música y la fotografía. No es baladí el interés de Cela (que hizo aprendizajes de pintor en sendas exposiciones de sus obras en Madrid y A Coruña) por la pintura y otras artes, como atestiguará la larga y extraordinaria aventura de su revista Papeles de Son Armadans (1956-1979): veintitrés años que son fedatarios de la polifónica vocación de CJC. También en este caso he sido leal a uno de los apartados de Mesa revuelta, «El planeta de la pintura», y a la afirmación de Cela en la nota preliminar: «Aficionado a toda suerte de artes representativas, amo la pintura con una fuerza quizá justificada por la dedicación que le debía y no le otorgué»19. Reconozcamos que esta temática se diluye casi por completo en Cajón de sastre y La rueda de los ocios.

El abanico de pintores de los que se ocupa CJC en los artículos tiene, a menudo, un correlato en las tareas de ilustración de algunas de sus obras posteriores. Así, Eduardo Vicente ilustró Cuaderno del Guadarrama (1960) y la edición de La colmena de la colección «Puerto Seguro» de Alfaguara (1966) con treinta y seis litografías. Rafael Zabaleta hizo lo propio con el volumen El solitario (1963) y Juan Esplandíu con Madrid (Alfaguara, 1966). Por otra parte, Luis Mosquera retrató al joven Cela en 1945, y el epistolario cruzado entre Cela y Díaz Pardo revela la mucha atención con la que el pintor seguía los artículos de Cela sobre sus quehaceres. Valga un ejemplo. Al publicar CJC en Arriba (14 de diciembre de 1948) el artículo «Un pintor gallego universal», Díaz Pardo le escribe ese mismo día una breve carta que consigna, entre otras cuestiones, lo siguiente:

Acabo de leer el artículo que me dedicas en el que analizas con mirada benévola el fundamento de mi obra; y quiero apresurarme en decírtelo de la manera más emocionada, mucho más por ser tuyo, es tanto más para mí positivo.

La lacónica presencia del cine en esta escritura del día es simplemente un emblema de la amplia relación del primer Cela con dicho arte, como atestiguan los recientes trabajos del profesor Paz Gago20. Además, el curioso lector puede poner en relación este artículo de la tercera parte del libro con los dos en los que CJC glosa su participación como actor en El sótano de Jaime de Mayora, recogidos en la primera parte.

Se reclama, por último, la atención del lector por el elogio de la fotografía, que no solo gravita sobre Viaje a la Alcarria y las espléndidas fotografías de Karl Wlasak21 sino sobre proyectos celianos de años después, como una edición del Quijote ilustrada por Català Roca o los tomos de los nuevos apuntes carpetovetónicos de la editorial Lumen: Toreo de salón. Farsa con acompañamiento de clamor y murga (1963), con fotografías de Oriol Maspons y Julio Ubiña, e Izas, rabizas y colipoterras. Dramacon acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón (1964), con fotografías de Juan Colom. Conviene saber, a modo de estrambote, que Cela en su madurez consideró algunos de sus trabajos de los primeros años cincuenta por el Madrid de la época como fotografías al minuto. Así, en 1972 escribe en el «Aviso para descarriados» que precede a Fotografías al minuto: «Los fotógrafos al minuto no hacemos obras de arte; nos conformamos con ganarnos la vida y con comer caliente, al menos un día sí y otro no»22.

V

El universo del que proceden los artículos que componen esta selección, La forja de un escritor (1943-1952), alumbra la obra creativa de Cela, a la par que contiene semillas de lo que el maestro Darío Villanueva llamó «el otro Cela», es decir, «el filólogo, geógrafo, pensador del oficio literario e incansable editor de revistas»23. Los límites que nos hemos impuesto son la condición por la que no aparecen todas las caras del poliedro CJC.

Valgan unos someros apuntes para certificar el valor de los artículos. Muchos de los agrupados en «Experiencias vitales» guardan estrecha relación con su primer libro de memorias, La cucaña. Memorias de Camilo José Cela. Infancia dorada. Pubertad siniestra. Primera juventud. Libro primero. La rosa (Barcelona, Destino, 1959). Relación que se fortalece a la luz de la datación de la primera serie de entregas que fraguó el volumen: del 1 de junio al 15 de noviembre de 1950 en el Correo Literario. Arte y Letras Hispa­noamericanas, revista que pertenecía a la órbita de Alfredo Sánchez Bella y del Instituto del Mundo Hispánico, y que dirigía el buen amigo de Cela Leo­poldo Panero. Meses después de esta serie de entregas, CJC buscaba que Josep Vergés, copropietario de Destino, acogiese en el semanario la segunda serie de entregas de La rosa. Una carta del escritor del 24 de julio del 52 es bien expresiva:

Hace un par de años, empecé en Correo Literario la publicación de mis memorias bajo el título de La cucaña. Iban quedando muy bien y divertidas, pero me incomodé con el periódico y les di golletazo. Pienso que ahora pudiera ser un buen momento para abordarlas de nuevo.

Esa querencia celiana se cumplió meses más tarde. El semanario Destino iniciaba el segundo tramo de la publicación por entregas de La rosa el 4 de abril de 1953.

En «Experiencias vitales» el lector encontrará el artículo «Redescubrimiento de Barcelona», primera colaboración de Cela en La Vanguardia Española y punto de partida de una relación básica para su obra: la que se inicia en el otoño de 1945 con las editoriales barcelonesas. A su ya consolidada vinculación a Ediciones del Zodiaco, donde publicará Pisando la dudosa luz del día (1945) y la cuarta edición de La familia de Pascual Duarte (1946), con prólogo de Gregorio Marañón, se suman los diálogos editoriales con Josep Janés, Josep Vergés y Pepiño Pardo (de Noguer). Sin Barcelona no hubiese existido esta segura fragua del escritor gallego.

Capítulo esencial también en este aspecto es «El escritor y la escritura», donde el lector adivinará la sustancia seminal de sus reflexiones de madurez publicadas con firma o sin ella en Papeles de Son Armadans. En el haz de artículos de esta sección, Cela reflexiona sobre su vocación, sobre la función social del escritor y su responsabilidad, sobre el escritor y sus críticos, alrededor de la novela, sobre las herramientas del quehacer novelesco y otras tareas afines. Se trata de una ética-estética de los años en que se anda fraguando su personalidad y su obra.

Al margen de estas consideraciones genéricas, el joven Cela nos muestra en esta «escritura del día» algunas cartas de su baraja de creador. El artículo «Los libros de viajes» (10 de julio de 1946), publicado unos días después de finalizar su viaje por la Alcarria, es una buena poética de lo que pretendían el Viaje a la Alcarria (1948) y sus libros de viajes sucesivos. El papel esencial de la mirada en La colmena (1951), una de las obras maestras de la historia de la novela española, se justiprecia mejor a la luz de tres artículos magistrales procedentes de La Vanguardia Española: «Con los ojos abiertos» (15 de junio de 1950), «Esa ventana abierta sobre cualquier paisaje» (5 de septiembre de 1950) y el formidable «Elogio del mirón» (15 de octubre de 1952), una poética de la mirada y el signo. Para el recto análisis de una novela moderna, sugestiva, brillante y profunda como es Mrs. Caldwell habla con su hijo