La fortaleza de lo ilegible - José de María Romero Barea - E-Book

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José de María Romero Barea

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Beschreibung

En el volumen La fortaleza de lo ilegible (2015) el profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) ha seleccionado 30 poemarios editados en los últimos cinco años y que, a su entender, nadie debería perderse. Se incluyen creadoras y creadores nacionales e internaciones, de diversas generaciones y de diferente bagaje o trayectoria, reconocida o no. Se reivindica la labor del crítico como descubridor, introductor y divulgador. La fortaleza de lo ilegible pretende descubrir y redescubrir autores en otros idiomas y en castellano, pero sobre todo rescatar la poesía, un género suprimido por las políticas de la censura y el empleo de la moral como excusa para eliminarlo.

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José de María Romero Barea

La fortaleza de lo ilegible

2010-2015

5 años en 30 poemarios

Prólogo

La fuerza de la poesía actual es evidente. Surgen nuevas revistas; los poetry slam, competiciones de poetas, son cada vez más populares; hay numerosos festivales; los macro-eventos musicales cuentan con actos de spoken word, muy concurridos; el rap se ha convertido en una especie de poesía callejera. La recesión financiera no ha podido con la lírica: se multiplican los alegatos contra la guerra, la corrupción, el cambio climático. Su pureza y precisión es popular entre los más jóvenes, ya que, como ellos, rechaza el materialismo.

He seleccionado treinta poemarios editados en los últimos cinco años y que, a mi entender, nadie debería perderse. Las reseñas que incluyo han aparecido en prensa y revistas especializadas, nacionales e internacionales. Se incluyen creadoras y creadores, nacionales e internacionales, de diversas generaciones y de diferente bagaje o trayectoria, reconocida o no.

La poesía es un género difícil y requiere una lectura atenta. A cambio, la relación que establece con el lector es intensa, cosa que ningún otro medio verbal consigue. Las redes sociales han revolucionado la forma en que se distribuye: los poetas y editores utilizan Facebook para atraer a más lectores. Aunque el papel de cribado de la crítica sigue siendo importante, internet ha conseguido romper las barreras: cualquiera puede publicar y ser leído. El modelo ha cambiado por completo. Hoy todo el mundo puede ser poeta.

José de María Romero Barea

Sevilla, 2015

Antinaufragios: el oleaje que nos salva

El poema que da título a la colección presenta un lúcido, engañosamente sencillo e inquietante, autorretrato: “Hay un oleaje que nos salva/ que atraviesa nuestros rasgos y nos une/ a la tierra de las frutas que se ofrecen/ al espacio donde siembran las estrellas”. La composición “Antinaufragio”, como los autorretratos de Rembrandt, tiene una honestidad penetrante. El poeta no se reconcilia con su rostro, ni siquiera con el arte. Cuatro versos no parecen compensar el hecho de ser mortal. Privado de armonía, el poema se niega a fingir la dignidad del paso del tiempo, a dar la espalda a la vida.

Hay una poderosa tensión dialéctica, una disputa metafísica en Antinaufragios (Vaso Roto, Poesía, 2014) de Juan Bufill (Barcelona, 1955). El poemario se ocupa de los reclamos conflictivos de inmanencia y trascendencia, de lo temporal y lo eterno. Bufill se sumerge tanto en la vida, el reino físico y sus objetos, como en la mente, el pasado lejano, el deseo perpetuo: “la energía que nos mueve/ quiere abarcar lo completo// en ese movimiento hay un arder/ y su residuo es de sombra”.

W.H. Auden (York, 1907 – Viena, 1973) sostiene en su poema “Museo de Bellas Artes” que la vida continúa en el rostro de la muerte. Qué importa lo que nos espera tras la muerte, parecen decir los poemas de Bufill, si la salvación solo es posible en vida: “pero más tarde, otro día/ - si lo oscuro no ha vencido por completo -/ el cuerpo que había caído/ se alza y camina de nuevo/ quizá cargado de sombra/ pero animado otra vez/ por una fuerza o ceguera/ misterio de la luz y la energía/ herida del soñar y desear”).

En Antinaufragios, el poeta barcelonés explora su propia versión de la lírica, logrando una rara síntesis entre lo arcaico y lo nuevo. La medida calidad de sus versos oculta temas discordantes, la dislocación esencial, el extrañamiento: “tenue escritura del descenso// breve animal del ocaso// grave en el sí de la luz// su negación casi viaje”. Su auto-cuestionamiento lo convierte en extranjero de una poesía que, a pesar de ser irónica, es sensible a la Historia.

Bufill gusta de alejarse y volver a un hogar escindido. La textura expansiva, celebratoria de sus versos participa de lo sencillo y lo sublime. No renuncia a su compromiso con el mundo sensorial, ni siquiera en la evocación: “la infancia está también en esta fruta/ completamente madura/ en esta edad no alejada/ tras muchas vueltas al sol/ de su primer nacimiento/ pues el comienzo prosigue”.

El interlocutor de Antinaufragios es un ser humano reconocible, distintivo, que desaparece detrás de sus versos. Se lanza a la primera persona, para retirarse después a merced de la tercera, como si esa sobre-exposición fuera demasiado tentadora: “a veces lo más vivo es peligroso/ y era una vaga mentira/ edificada y difusa/ todo lo anterior que no vivía/ y que impedía vivir// mira la mirada de lo vivo: el universo es imán”.

Los poemas cosmopolitas actúan a modo de contrapunto estético y corolario a meditaciones en playas solitarias y lugares abandonados, donde se oye el silencio reverberante, las voces quejumbrosas de los olvidados. Bufill es un ciudadano del mundo, que reclama el mundo para sí: “ya no hacen falta conquistas/ no hay objetivos que valgan/ ni objetivos que poseer// la vida así se vive como un poema/ se vive y no se tiene/ no se podría vender”.

El poemario se divide en cinco secciones. El tono de La vida en los fragmentos es sobre todo elegíaco. Como Dante, el poeta convoca a los fantasmas del pasado y su presencia inmanente; recuerda a la multitud de amigos muertos: “A. creía que el edén era un lugar/ pero un lugar ausente (…) B. situaba el jardín del paraíso/ en un lugar del pasado/ y era incapaz de soñarlo/ para pasado mañana (…) C creía/ que el paraíso era un mito/ mera ficción o leyenda”. En El mundo (mal) organizado + Propuestas para el siglo XXI, el poeta interpela a la existencia. Su poesía es plenitud en la crisis: “habrá que alumbrar otro mundo/ pues este está casi muerto”.

La sección La apertura es simétrica. Consta de cuarenta y un poemas dispuestos en cuatro secciones de igual longitud, cada una de las cuales propone una metáfora sobre la acción y la meditación: “clima de la deriva/ antinaufragio inconsciente/ entre animales de luz/ cuando la fuente es la sed”. La vida múltiple es un conjunto de visiones sobre la memoria y la conjetura: “algo que invisible/ ha descendido/ haciendo de la piel otro cerebro/ haciendo del sueño otra vida/ y del silencio un inicio/ abismo despoblador”. Por último, Celebración, intemperie captura momentos luminosos, consigue apresar la medida del tiempo mediante la codificación de imágenes y presagios del pasado: “lograr existir según nuestro sueño/ vivir nuestro modo de ser/ reunir vida, sueño y verdad/ también ahí afuera, en el tiempo”.

Como el escritor Albert Camus (Mondovi, Argelia, 1913 – Villeblerin, Francia, 1960), Bufill es el poeta de los monumentos caídos, de las salidas necesarias y las bienvenidas culpables, del ingenio auto-lacerante y el dolor existencial. Persigue el ideal privilegiado y la sabiduría divina tanto como regresar a casa, a los lugares que el tiempo ha cambiado, la vuelta a los rostros de siempre. La Historia está al acecho en cada rincón de su poesía. El hogar es un concepto elusivo, una región de cómputos oscuros, un dominio extranjero y fantasmal.

El efecto de Antinaufragios es pictórico: no sorprende, ya que Bufill se ha formado como artista. Su estética es vegetal, con algo de la abundancia brutal de la naturaleza. Antinaufragios se ocupa de las pérdidas, equilibradas por las maravillas: el aire y el silencio, el agua y el cielo, la tierra y el espíritu. El poeta se encuentra atrapado entre dos reinos: el sólido, fluctuante mundo de los objetos, y el reino encantado, alucinatorio, de la imaginación. Su poesía es retrato de la generosidad que vuelve cada amanecer. Su esplendor crea un deleite legible.

Ave Soul: ser, estar y luchar

La poesía no debe ser escrita, sino vivida. Un poeta abjura de toda literatura que derive su legitimidad de fuentes externas, ya sean el Estado o el arbitrio voluble de la opinión pública. Jorge Pimentel (Lima, 1944) es un poeta así. Por ello, la edición definitiva, revisada y aumentada de su segunda colección de versos, Ave Soul (1973, Ediciones Sin Fin, Barcelona, 2013), es todo un acontecimiento.

Si la poesía rehúye el aplauso, las redes convencionales del mecenazgo artístico y el apoyo oficial, Pimentel defiende en sus poemas la calidez de la vida, alimentada por la rabia y un sentido del idealismo acorralado: “Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan/ por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje/ que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando/ muy triste en ti…”.

Ave Soul transpira ira visionaria. Se privilegian los lugares abandonados, los turbios personajes que pueblan un mundo violento: “La busqué indagando por un ser querido/ en hospitales de caridad/ en prostíbulos de Lima y provincias/ en asilos para locos/ en conventos/ ciudad tras ciudad del interior/ viviendo con rufianes de la peor calaña”. A modo de contrapunto, los poemas de amor cantan la posibilidad de salvación: “un compás de espera/ que se hace más desesperante induce a Alaín/ a abrazar a María, cansados como están/ más valdría que descansen, dejémosles que descansen”.

La estética del poemario se resume en dos líneas maestras: la celebración de la existencia y la transitoriedad de la misma: “Y recuerda, esto no es el paraíso. / El paraíso es el poema/ que escribes cada día”. De raíz surrealista, Ave Soul sigue los dictados de Breton: describe un proceso más o menos dionisíaco, se rinde al acto inconsciente de la creación. Sin embargo, Pimentel no está dispuesto a dejar su elección de imágenes a la mera casualidad. Lo que el peruano propone es un enfoque deliberado, dentro de los márgenes y las fronteras del sentimiento.

​​El poeta se ocupa de las formas cotidianas y los ritos de la muerte: “… soy un poeta un ángel que circunda/ el mundo con mis anotaciones salvajes bajo/ el brazo expandiendo mi sombra en el aire/ viviendo distintos mundos”. La poesía, que para Breton y los surrealistas era un medio para acercarse a una realidad (la locura, las alucinaciones, los paraísos artificiales, los viajes de ensueño), es para Pimentel un objeto en sí y para sí.

Su particular defensa del individuo y su salvación colectiva constituye tal vez el aspecto más novedoso o experimental de su poesía. Para Pimentel, como para Cioran, el exilio es casi una condición previa a la escritura: “Dejar una ciudad/ alejarte/ por un camino/ verde o anaranjado/ tejiendo una canción/ con tu silbido/ que llegue/ como la brisa/ al lecho/ que te sostuvo/ al cuerpo/ que te cobijó”.

Ave Soul celebra la naturaleza hostil del paisaje, cuya gran virtud parece ser la imposibilidad de proyectar en él emoción alguna. Abundan guiños al conde de Lautréamont, al yuxtaponer imágenes duras y romanticismo: “… no eres libre de correr sino que te dopan, te colocan/ descargas eléctricas, te manosean, te latigan/ con una fusta despellejándote (…) yo/ me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades/ de realizarme en medio donde la civilización/ se mata y permanecen odios, prefiero ser caballo.”

El poemario fue publicado hace cuarenta y un años por la Editorial Rinoceronte, en España. La censura accedió a permitir su publicación con la condición de no ser distribuido en territorio español. Apenas tuvo prensa en su momento dentro y fuera del Perú. Sin embargo, autores como Julio Cortázar (1914-1984) y Roberto Bolaño (1953-2003, autor del prólogo) supieron calibrar la importancia de poemas como “Balada para un caballo” o “El lamento del sargento de aguas verdes”.

Sería casi imposible separar al poeta Pimentel del mito de creación propia que describen sus versos. El tono general de esta colección es el confesional, aunque para Pimentel los límites entre la vida y el arte son inexistentes. Por ello, sería un error clasificar Ave Soul como una especie de Canto a mí mismo neo-whitmaniano. Más bien, y esto lo relaciona con el modelo literario clave al que pertenece –el movimiento peruano “Hora Cero” de la década de 1970– lo que Pimentel busca es una especie de “poesía integral”, que postule la potencialidad transformadora del poema y defienda una ética que sea estética: “nos conjugaremos en ese verbo/ ser, estar y luchar/ para alcanzar la belleza de ese árbol/ que no paró de crecer”.

De lo que no se puede hablar

Los poemas de Mi séquito silencioso (Vaso Roto, Poesía, 2014) son perturbadores e inquietantes. Las situaciones familiares y los sujetos reconocibles que evoca su autor, Charles Simic (Belgrado, 1938) enmascaran a menudo un desenlace atípico. Su estilo es coloquial y directo. Los interlocutores de sus poemas emplean casi siempre frases enunciativas. Veamos los versos de "Descripción de algo perdido”: "Películas de miedo, / cafeterías de media noche, bares oscuros/ y salones de billar, / en calles satinadas por la lluvia." Una escena anodina. Un narrador silencioso. Y sin embargo, uno no puede evitar pensar en los lugares de paso y los individuos desprevenidos atrapados en situaciones extraordinarias de los cuadros de Magritte.

En "Palomas al amanecer", poema final del libro, Simic describe una escena similar: "Bajo el inmenso cielo previo al amanecer/ la ciudad permanece en silencio ante nosotros. / Todo se mantiene a la espera: / los tejados y las torres de agua, / las nubes y las espirales de humo blanco.”. El interlocutor no parece consciente de las consecuencias imprevistas de sus acciones o la importancia sustancial de sus palabras. Opta por el silencio, y sin embargo, es testigo y logra dejar constancia de lo que no se puede nombrar.