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Jade no era capaz de convencer al millonario hombre de negocios Curtis Greene de que ella no perseguía la fortuna de su hermano. Sobre todo porque cuando Curtis regresó a la casa que había pertenecido a la familia, se la encontró viviendo allí... Curtis estaba decidido a proteger a su hermano y controlar a Jade, fingiendo incluso estar comprometido con ella. A Jade no le dieron ni siquiera la oportunidad de protestar, y se quedó atónita por el escándalo que se organizó, así como por la atracción que sentía hacia su fingido prometido.
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Seitenzahl: 198
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Cathy Williams
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La fortuna de amar, n.º 1177 - octubre 2019
Título original: A Scandalous Engagement
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-664-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
POR fin te has levantado. No quería molestarte, pero no sé si te acuerdas de que iba a venir el fontanero.
Jade se acomodó el auricular entre la cara y el hombro y continuó preparando una taza de café. Un sentimiento de tristeza la embargó. Habían pasado seis semanas y a las nueve y media de la mañana seguía en la cocina de la casa con los vaqueros y la camiseta de siempre. Porque donde debería estar era en el trabajo. Eso era lo primero que se le venía a la mente cada vez que abría los ojos y miraba el reloj que había al lado de la cama. El mismo reloj que había dejado de despertarla todos los días a las seis y media de la mañana con un sonido que podía resucitar a un muerto.
Donde debería estar era trabajando. Debería llevar puesto el traje de chaqueta y el maletín en la mano. Debería estar preparándose para la batalla diaria con el metro londinense, deteniéndose en el puesto de periódicos que había justo al lado de la oficina, para comprar el periódico que leía a la hora de la comida.
–Ya sé que tiene que venir el fontanero.
Se oyó una risa al otro extremo de la línea.
–Pues a juzgar por tu tono de voz parecía que se te había olvidado. Va a ir a las dos en punto.
–Ya lo sé –se sirvió el café y se sentó en la mesa de la cocina, que, a pesar de todos los intentos que había hecho para tenerla limpia, estaba llena de cachivaches–. ¿No te ha dicho nunca tu madre que los fontaneros tienen otro concepto del tiempo que el resto de los mortales?
Dio un sorbo a la taza y sonrió al oír el tono de voz de Andy. ¿Cómo lo conseguiría? ¿Cómo conseguiría que se sintiera tan protegida, querida y segura? Lo conocía desde hacía menos de un año, pero parecía como si se conocieran de toda la vida. Lo sentía como si formara parte de su propia vida. Una de las cosas que le había dicho su psicoanalista era que tenía que empezar a confiar en alguien, dejar de sentirse culpable. A lo mejor Andy había aparecido en el momento justo en el que había empezado a hacerlo. A lo mejor por eso lo sentía tan próximo a ella.
–No –respondió Andy, al otro extremo–. Entre los sabios consejos que me dio, no estaba ninguno referente a los fontaneros. ¿Crees que ese es mi problema?
Jade no tuvo más remedio que echarse a reír. Durante los últimos meses, Andy había mostrado una actitud mucho más abierta. Los dos habían aprendido juntos a expresar sus miedos y sus pesadillas. Y de alguna forma estaban recogiendo los frutos.
–Puede –le respondió Jade mientras miraba el trabajo que había hecho el día anterior. Le gustó lo que vio–. Estaré preparada a las dos, pero te apuesto diez libras a que no aparece a esa hora. Seguro que viene por la tarde, poniendo cualquier excusa.
–Es posible. Pero no tendrás más remedio que esperarlo, porque no podemos dejar así la habitación.
–Ya lo sé –entre los dos habían acordado una serie de normas. Una de ellas era no dejar que las cosas se deteriorasen y arreglarlas cuanto antes, sobre todo si lo que se rompía era una tubería. Porque la humedad perjudicaba mucho a los cuadros.
Los cuadros, le había dicho Andy antes de trasladarse, eran muy caros, pero nunca había pensado que tuviera tantos. Había cuadros de Picasso colocados por todas partes, con la despreocupación típica de la gente que tiene mucho dinero. Jade había pasado ese día dando vueltas por la casa, que estaba justo en el centro de Londres, asombrada por su esplendor, mientras Andy se quedaba detrás de ella, riéndose al oír sus exclamaciones de asombro.
Aquel sitio, al que él se refería en tono de desprecio como el Mausoleo, era todo un signo de la opulencia. Todo había sido elegido con mucho gusto y sin pensar en el coste. A pesar de que él se quejaba de su pasado, era un hombre que se veía claramente que pertenecía a aquel lugar. Un hombre muy guapo, rubio, alto y elegante, casi como el Adonis de una escultura.
A pesar de haberse acostumbrado a todo aquello, había veces que se preguntaba qué se debía sentir creciendo entre tanto esplendor. Una casa en el campo, otra en los bosques de Escocia, otra en el sur de Francia, pasando las vacaciones en los sitios más exóticos. Se imaginaba a sus padres, que habían fallecido ya hacía años, como una pareja de ensueño. Había visto fotografías de ellos en la casa. Su madre, la típica rubia de rostro sonrosado. Su padre, de tez oscura, un griego millonario. Parecía trágico que lo único que todos sus hijos recordaran de la niñez era un legado de niñeras y odio a los internados, con visitas ocasionales a sus padres.
Por lo que ella había averiguado, su infancia había sido una infancia de soledad y padres ausentes, que le habían compensado por su falta de cariño con innumerables regalos y dinero. Se lo imaginaba a él y a sus dos hermanos, en aquella casa inmensa junto a las niñeras que los cuidaban, esperando a que sus padres los fueran a ver al dormitorio, a darles el beso de buenas noches y comprobar que todo estaba en orden.
Andy Greene había sufrido mucho por todo aquello.
Dos horas después de haber recibido la llamada de teléfono, Jade se había olvidado por completo del fontanero.
Estaba todavía en la mesa de la cocina, la única habitación de la casa en la que se permitía el desorden, porque allí no había ningún mueble que pudiera estropearse. Estaba revisando algunos diseños para un libro infantil. Cada día que pasaba crecía su confianza en sí misma. Le daba igual haber estado dos años estudiando en una escuela de arte, después de terminar sus estudios. Cuando volvió a entrar en una escuela de arte en Londres, se sintió tan nerviosa como si fuera la primera vez en su vida que entrara en un colegio.
Se acomodó en su silla, frunció el ceño y observó lo que había conseguido en los últimos días. Había dibujado unas ilustraciones muy vivas, pero les faltaba detalle. No importaba. Volvería a trabajar en ellas y les pondría más detalles. Era el proceso que más le gustaba. Aquellas pinceladas que convertían los trazos iniciales en pinturas. Inclinó la cabeza y se dispuso a empezar a trabajar justo en el momento en que sonó el timbre de la puerta.
Durante medio minuto estuvo pensando en no hacer caso, pero al volver a sonar el timbre recordó que estaba esperando al fontanero. Dejó el pincel y se fue a abrir.
Siempre llegaban en el momento menos idóneo. Lo típico. Ya le había comentado a Andy que eran gente que tenía otro concepto del tiempo.
–¡Ya voy! –gritó, al ver que no paraba de llamar.
Cuando abrió la pesada puerta, se encontró delante de un hombre con la tez muy morena. Un hombre alto y fortachón.
Era un hombre con unas facciones que no solo le hacían parecer guapo, sino entrar en la categoría de lo peligrosamente sensual. Tenía el pelo muy oscuro, casi negro, y sus ojos azules como el color del cielo en invierno. Jade se sintió como si le hubieran dado una descarga eléctrica, que la hizo retroceder unos pasos, sorprendida y desestabilizada por su reacción.
Lo miró a los ojos y él le devolvió la mirada. ¡Qué descaro! ¿Cómo se atrevía?
También se dio cuenta de que no llevaba el uniforme típico de los fontaneros. Quizá solo había ido a inspeccionar el sitio y luego enviaba a algún compañero. El agua de la gotera que había en la habitación de Andy la habían estado recogiendo en una cacerola.
–Gracias por responder –le dijo el hombre en tono frío–. ¿Es que no oía el timbre?
–Viene antes de la hora –le respondió ella, apretando los dientes–. Estaba haciendo cosas en la cocina.
–¿Vengo antes de la hora? –la miró asombrado, lo cual lo hizo parecer incluso más atractivo. A continuación la miró de arriba abajo con gesto insolente.
Jade se dio la vuelta. No estaba dispuesta a permitir aquello.
–Será mejor que entre –le dijo. No hubo que repetírselo dos veces, porque entró en la casa con zapatos embarrados y todo–. Límpiese los zapatos –le ordenó–. Va a llenar de barro toda la casa. O mejor quíteselos y déjelos al lado de la puerta –miró sus zapatos y se dio cuenta de que no eran los zapatos típicos que llevaban los fontaneros.
–¿Me podría decir quién es usted? –le preguntó el hombre, mirándola a los ojos mientras se quitaba los zapatos.
–Jade Summers –respondió ella–. Y por si no le suena el nombre, soy la persona con la que usted ha quedado para hacer el trabajo de fontanería –lo miró a la cara. Para ello tuvo que echar la cabeza hacia atrás, porque aquel hombre era casi un gigante.
–Fontanería –el hombre continuó mirándola fijamente. Después se acarició la barbilla.
–¿Ya se acuerda? Andy, el señor Greene, lo llamó anoche para que viniera a reparar una gotera.
–Una gotera…
–¿Es que va a repetir todo lo que yo diga? –le preguntó dirigiéndole una sonrisa fría, que no pareció afectarlo en lo más mínimo–. Estoy empezando a dudar que usted pueda hacer el trabajo, señor… –el hombre inclinó la cabeza hacia un lado, mientras ella intentaba devanarse los sesos para recordar el nombre que le había dicho Andy la noche anterior–. Señor Wilkins. Porque no lleva la ropa apropiada y no parece saber nada de goteras. ¿No debería estar preguntándome dónde está la gotera, por ejemplo? –le preguntó cruzándose de brazos–. Supongo que es usted un fontanero titulado…
–Yo tengo muchos títulos –respondió el hombre en tono frío, mirándola a los ojos y obligándola a mirar para otro lado.
–Me alegro –seguro que los tenía. Andy había elegido el anuncio más grande que había visto en las Páginas Amarillas–. En tal caso… –miró el abrigo que llevaba puesto–. Si quiere quitarse el abrigo y acompañarme arriba…
–Perdone, me ha dicho el nombre, pero no sé qué hace usted aquí.
Esa pregunta no le correspondía a un fontanero. ¡Vaya arrogancia la de aquel tipo!
–No creo que sea algo que a usted le importe. Usted lo único que tiene que saber es que tiene que arreglar una gotera.
Le era difícil mantener una actitud de ese tipo. Pero ella era una persona firme, porque lo había tenido que ser en su experiencia laboral, pero mantener una actitud tiránica era algo impropio en ella.
Pero la situación lo requería. Aunque aquel señor Wilkins fuera el jefe de una cuadrilla de fontaneros, estaba claro que necesitaba que alguien le diera una lección de disciplina.
–Sígame –le ordenó fijándose en su ropa, limpia y con mucho estilo.
No podía ser que aquel tipo hubiera ido allí a arreglar una gotera, por lo que no tenía sentido darle una llave inglesa, ni ninguna herramienta, sobre todo porque ni Andy ni ella sabían si había esa clase de cosas en la casa.
–La gotera está en uno de los dormitorios –le explicó empezando a caminar y consciente de su presencia tras ella.
Rezó para que él no volviera a mirarla de la misma forma que la había mirado antes. Su cuerpo se estremeció al recordar la sensualidad de su rostro. ¿Se aprovecharía de todas las mujeres que vivían en las casas que visitaba? Decidió dejarlo pasar delante, por si acaso.
–La habitación está ahí –lo informó señalando una puerta que había en el pasillo.
–¿Dónde exactamente?
–La última puerta a la izquierda. Es fácil encontrarla. Hemos tenido que retirar la cama y poner un cubo debajo –lo observó caminar por el pasillo, mirando las puertas que había abiertas, sin darse prisa por llegar a su destino.
–¿Le importaría darse un poco de prisa? –le dijo con impaciencia–. Tengo un montón de cosas que hacer.
–Así que usted trabaja aquí –le respondió él, como si no la hubiera oído. Se detuvo en la puerta del dormitorio y la miró, con las manos metidas en los bolsillos–. ¿No quiere venir a que le diga lo que opino de la gotera? –le preguntó alzando la voz–. No tiene nada que temer, señora. Soy un miembro respetable de la raza humana.
No le gustó la forma en que entonó aquel «señora». Frunció los labios y caminó en dirección a él.
Estaba claro que la fontanería no era la actividad más indicada para aquel hombre, pensó ella. Le encajaba más una vida en la selva, explorando el Amazonas, matando animales con sus propias manos, o algo parecido.
–Está encima de la cama. Allí –le señaló el techo.
–Ya veo –entró en la habitación, evitando pisar la ropa que había tirada en el suelo.
–Es la habitación de Andy –le dijo, por si acaso pensaba que aquel desorden era suyo.
A sus veintidós años, cuatro años mayor que ella, Andy todavía no había aprendido a ordenar sus cosas. Dos veces a la semana iba una señora a ordenar la casa, pero entre medias dejaba la habitación completamente desordenada. Seguro que era porque nunca lo habían obligado a ser ordenado. Seguro que siempre se lo había hecho alguien. Incluso cuando cocinaba, que lo hacía bastante bien, dejaba la cocina como si la acabaran de bombardear.
Se acercó a la cama y retiró un par de calcetines, que dejó en el suelo y metió de una patada debajo de la cama. Cuando levantó la mirada, vio que el fontanero la estaba mirando con una expresión indescifrable.
–¿Qué me estaba diciendo sobre la gotera? –le recordó ella, mirando al mismo tiempo al techo de la habitación.
–Pues que podría ser grave.
Jade se puso pálida.
–¿Grave?
A ella no le parecía tanto desde donde estaba, pero claro, no era fontanera. Y quién sabía lo que podía haber allí arriba acumulado. Se imaginó las cataratas del Niágara bajando por la pared, destruyendo todo lo que encontraba a su paso, incluida la carísima moqueta.
–La verdad es que no lo puedo saber con seguridad –se acarició la barbilla y la miró–. ¿Cuándo se dio cuenta de que caía agua?
–Pues estábamos viendo la televisión en la cama y noté una gota de agua en la cabeza –le explicó Jade, apartando la mirada del techo y mirándolo a los ojos, que tenían una expresión glaciar–. Andy se fue a llamar por teléfono de inmediato –le dijo, por si la acusaba de algún acto de irresponsabilidad, aunque a ella le daba igual–. Y dijo que vinieran cuanto antes a verlo.
–¿Y a qué hora fue eso?
–Pues pasadas las once de la noche –le dijo en tono impaciente–. ¿Es que usted no tiene un registro de llamadas? Escuche, ¿puede arreglar la gotera o no?
–Por el momento no.
Jade protestó de desesperación.
–Pero Andy le explicó que es muy importante solucionar este problema. Y viene aquí sin ninguna herramienta y me dice que no puede arreglarlo en este momento –se sentó en el borde de la cama–. ¿Cuándo entonces va a poder arreglarlo?
–¿Por qué no bajamos a discutirlo?
–¿Qué hay que discutir? –a ella le parecía que todo estaba muy claro.
–Lo que hay que hacer –se encogió de hombros y continuó mirándola muy concentrado.
Casi podía oír el funcionamiento de su cerebro dentro de su cabeza. Seguro que calculando lo que le iba a cobrar por aquel trabajo.
–Está bien –se levantó y miró de nuevo la gotera, que a ella le parecía casi inofensiva, o eso le había parecido hasta que aquel señor Wilkins le había dicho lo contrario.
–Podríamos hablar de cómo solucionarlo mientras nos tomamos una taza de café –sugirió él cuando estaba a mitad de escalera. Se detuvo para mirarla.
–¿Es que no tiene que ir a ningún otro trabajo hoy?
–No –se había detenido cuando ella se había dirigido a él.
Volvió a descender otro escalón y por alguna razón la idea de estar con aquel hombre tan alto en aquella escalera fue suficiente como para poner sus piernas de nuevo en movimiento.
–Pues yo tengo bastante trabajo –le dijo mientras se dirigía a la cocina.
–¿Qué es lo que tiene que hacer?
–¿Perdón? –no podía creerse lo que estaba oyendo. Aquel hombre era un grosero.
–Lo pregunto porque ya había estado aquí antes en esta casa. De hecho unas cuantas veces más, cuando no había nadie viviendo.
–¿Para qué tiene que venir un fontanero a una casa donde no vive nadie?
–Por un contrato –se encogió de hombros, como si con aquello pudiera explicar todo.
–Ah, ya entiendo, un contrato de mantenimiento, para que todo funcionara a la perfección.
–Eso es.
–Pues en tal caso, no sé por qué Andy no recordó su nombre –musitó ella en alto mientras llenaba la cafetera con agua y la ponía en el fuego.
–Los fontaneros somos unos despistados.
–Sí, claro. ¿Cómo quiere el café?
–Solo y con una cucharada de azúcar. Así que… empezó a caminar por la cocina y de pronto se detuvo frente a la mesa, donde miró con interés los dibujos que había en ella. Desde el otro extremo de la cocina, Jade lo observaba con cierto sentimiento de antagonismo.
–Siéntese, señor Wilkins –le dijo un poco tensa–. Así podremos discutir con tranquilidad el problema que tenemos.
–¿Dibuja?
–Sí. La verdad, no tengo mucho tiempo para conversar –no sabía cómo se lo podía decir con más claridad. Mientras servía el café en las tazas, se preguntó si no sería conveniente llamar a otra empresa de fontanería. Se quedó boquiabierta al ver que aquel tipo levantaba una de las hojas y miraba un dibujo con interés.
–¿Es usted dibujante profesional? –le preguntó mientras seguía inspeccionando hojas.
–Soy estudiante de arte –le respondió Jade, que dejó la taza de café en la mesa y empezó a recoger las hojas mientras él se apoyaba en una de las sillas.
–Así que es estudiante de bellas artes.
–¿Es que no piensa hacer nada para arreglar la gotera, señor Wilkins?
–Sí, sí. Pero no es nada grave.
–Pues yo pensé que había dicho que lo era.
–¿Lo dije?
Era increíble.
–Claro que lo dijo.
–¿Qué es lo que hace una estudiante de arte viviendo en una casa como esta? –le preguntó sin entrar a discutir.
–Pues porque comparto el piso con un amigo. ¿Cuándo va a mandar a alguien para que arregle la gotera?
–¿Qué es lo que le hace pensar que no lo vaya a hacer yo?
–Por cómo tiene sus manos y sus uñas, aparte de otras cosas.
–¿Mis uñas? –pareció sorprendido, pero a los pocos segundos se echó a reír. Una risa profunda y sensual–. Ah claro, no están sucias.
–Para serle sincera, señor Wilkins, no me da a mí que usted sea el tipo de persona que ha cambiado la rueda de un coche en su vida, y menos arreglar goteras. ¿Por qué no deja de dar rodeos y me dice cuánto nos va a costar sus servicios?
Se preguntó cómo no se le había ocurrido preguntarle aquello antes. Seguro que se estaba aprovechando de que era mujer y no entendía nada para intentar cobrarle lo más que pudiera. No era de extrañar que fuera con aquellas pintas a trabajar. Seguro que estaba forrado de dinero.
De pronto sintió un agudo dolor de cabeza y la apoyó en su mano. Cuando logró recuperarse un poco vio que la estaba mirando con cara de preocupación.
–¿Está usted bien?
–Sí, sí –no se sentía nada bien. Estaba mareada. Siempre le pasaba lo mismo cada vez que pensaba en Caroline–. Un dolor de cabeza pasajero –le respondió–. Debe ser por el exceso de trabajo.
–Pues tiene una cara como si acabara de ver un fantasma.
El comentario fue tan preciso que Jade se quedó boquiabierta. Parpadeó y movió la cabeza. De alguna manera, acababa de ver un fantasma. Habían pasado dos años y la imagen de su hermana todavía la acosaba. Tuvo la tentación de abrir su corazón a aquel extraño que tenía delante, que la miraba con el ceño fruncido. Pero se reprimió.
Su psicoanalista le había dicho que no tenía que recordar el pasado. Le había dicho que tenía que expresar abiertamente sus sentimientos. Pero no conocía a aquel hombre de nada.
–Creo que será mejor que se marche –le dijo haciendo un intento por levantarse. Pero al ver que las piernas le fallaban, tuvo que sentarse otra vez–. Andy… o yo… lo llamaremos para quedar con usted…
–Está empezando a preocuparme, señorita Summers.
–Estoy bien.
–Creo que será mejor que la lleve a su dormitorio.
–No diga tonterías –estaba mareándose de nuevo. Pero en un intento desesperado por ponerse bien, se puso de pie, pero antes de que le diera tiempo a reaccionar la levantó en brazos.
–¡Qué hace! ¡Suélteme ahora mismo!
–Ni hablar. No quiero ser responsable de que le ocurra algo cuando me marche.
–¡Suélteme le digo!
Aquello estaba empezando a ser una pesadilla. La estaba llevando escaleras arriba. Siguió exigiéndole que la soltara, hasta que en un momento determinado desistió. Era más grande que ella y parecía decidido a jugar a ser héroe.
Se dirigió a la habitación de Andy y ella le dijo que iba en dirección equivocada.
–Pensé que su habitación era la que tenía goteras.
–No, la mía está al otro lado. La segunda puerta a la izquierda –podía sentir su olor, la dureza de su pecho en su mejilla. Era un hombre muy masculino.
–Le pido disculpas –le dijo él–. He debido entender mal.
–A mí me da igual lo que usted entienda o deje de entender, señor Wilkins –estaba más cerca de la habitación y respiró más aliviada.
Si Caroline estuviera viva se partiría de risa al ver que su hermana gemela estaba siendo manipulada por la clase de tipos que siempre había tratado de evitar. Por primera vez le vinieron a la mente una serie de recuerdos de su hermana, pero no tuvo sentimientos de pérdida y culpa.
Abrió la puerta del dormitorio de una patada y Jade miró a su alrededor, para ver si había algo descolocado. Como por ejemplo un sujetador. Todo estaba muy ordenado, como lo había dejado horas antes. La cama hecha, la ropa recogida. Andy siempre se reía de su orden, pero era algo que a ella le gustaba.
–Déjeme en la cama –le dijo–. Y luego se puede ir si quiere. Discúlpeme si no lo acompaño. Cierre la puerta cuando se vaya.
No respondió. La dejó en la cama, se quedó de pie, miró a su alrededor y después la miró a ella.
–Ya tiene mejor aspecto.
–Y en cuanto descanse un poco más estaré mejor –deseó que se fuera de la habitación, en vez de quedarse allí mirándola.
No era que se sintiera en peligro porque le fuera hacer algo extraño. Porque aquel hombre cada vez que la miraba parecía estar pensando en otra cosa. No parecía interesado en ella.