La gran sultana doña Catalina de Oviedo - Miguel de Cervantes Saavedra - E-Book

La gran sultana doña Catalina de Oviedo E-Book

Miguel de Cervantes Saavedra

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Beschreibung

La gran sultana doña Catalina de Oviedo es una comedia de Miguel de Cervantes Saavedra, ambientada en Constantinopla hacia 1600. La obra se inspira en la historia de Catalina de Oviedo, esclava del gran sultán turco Amurates III, quien se enamoró de ella y la liberó para desposarla, permitiéndole conservar sus costumbres y sus creencias cristianas. Cuatro comedias de Miguel de Cervantes muestran su imagen del mundo islámico: - La gran sultana doña Catalina de Oviedo, - El gallardo español, - Los baños de Argel, - también trata este tema El amante liberal, que narra una historia sentimental entre cristianos cautivos en Nicosia.

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Miguel de Cervantes Saavedra

La gran sultana doña Catalina de Oviedo

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La gran sultana doña Catalina de Oviedo.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-96428-54-6.

ISBN e-book: 978-84-9816-985-0.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Comedias y entremeses inspirados en su cautiverio 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 41

Jornada tercera 83

Libros a la carta 127

Brevísima presentación

La vida

Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España.

Era hijo de un cirujano, Rodrigo Cervantes, y de Leonor de Cortina. Se sabe muy poco de su infancia y adolescencia. Aunque se ha confirmado que era el cuarto entre siete hermanos. Las primeras noticias que se tienen de Cervantes son de su etapa de estudiante, en Madrid.

A los veintidós años se fue a Italia para acompañar al cardenal Acquaviva. En 1571 participó en la batalla de Lepanto, donde sufrió heridas en el pecho y la mano izquierda. Y aunque su brazo quedó inutilizado, combatió después en Corfú, Ambarino y Túnez.

En 1584 se casó con Catalina de Palacios, no fue un matrimonio afortunado. Tres años más tarde, en 1587, se trasladó a Sevilla y fue comisario de abastos. En esa ciudad sufrió cárcel varias veces por sus problemas económicos y hacia 1603 o 1604 se fue a Valladolid, y allí también fue a prisión, esta vez acusado de un asesinato. Desde 1606, tras la publicación del Quijote, fue reconocido como un escritor famoso y vivió en Madrid.

Comedias y entremeses inspirados en su cautiverio

Cervantes participó en varias expediciones militares en el Mediterráneo; tras una de ellas, de regreso a España, fue apresado por piratas berberiscos. Durante cinco años sufrió un duro cautiverio en Argel. Arriesgó su vida en varios intentos de evasión hasta que fue rescatado por unos frailes trinitarios cuando era conducido a Constantinopla. Tenía treinta y tres años.

Al final de su vida publicó Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados (1615). Tres de esas comedias muestran su imagen del mundo islámico y su vida en Argelia: El gallardo español, Los baños de Argel y La gran sultana.

Personajes

Andrea, espía

Clara, llamada Zaida

Cristiano, un cautivo anciano

Cuatro bajaes ancianos

Doña Catalina de Oviedo, gran Sultana

Dos judíos

Dos moroso

Dos músicos

El gran cadí

El gran Turco

El padre de La gran sultana

Madrigal, cautivo

Mamí, eunuco

Roberto, renegado

Ruatán, eunuco

Salec, turco renegado

Tres garzones

Un Alárabe

Un embajador de Persia

Un paje, vestido a lo turquesco

Zelinda, que es Lamberto

Jornada primera

(Sale Salec, turco, y Roberto, vestido a lo griego, y, detrás dellos, un Alárabe, vestido de un alquicel; trai en una lanza muchas estopas, y en una varilla de membrillo, en la punta, un papel como billete, y una velilla de cera encendida en la mano; este tal Alárabe se pone al lado del teatro, sin hablar palabra, y luego dice Roberto.)

Roberto La pompa y majestad deste tirano,

sin duda alguna, sube y se engrandece

sobre las fuerzas del poder humano.

Mas, ¿qué fantasma es esta que se ofrece,

coronada de estopas media lanza?

Alárabe en el traje me parece.

Salec Tienen aquí los pobres esta usanza

cuando alguno a pedir justicia viene

(que solo el interés es quien la alcanza):

de una caña y de estopas se previene,

y cuando el Turco pasa enciende fuego,

a cuyo resplandor él se detiene;

pide justicia a voces, dale luego

lugar la guarda, y el pobre, como jara,

arremete turbado y sin sosiego,

y en la punta y remate de una vara

al Gran Señor su memorial presenta,

que para aquel efecto el paso para.

Luego, a un bello garzón, que tiene cuenta

con estos memoriales, se le entrega,

que, en relación, después, dellos da cuenta;

pero jamás el término se llega

del buen despacho destos miserables,

que el interés le turba y se le niega.

Roberto Cosas he visto aquí que de admirables

pueden al más gallardo entendimiento

suspender.

Salec Verás otras más notables.

Ya está a pie el Gran Señor; puedes atento

verle a tu gusto, que el cristiano puede

mirarle rostro a rostro a su contento.

A ningún moro o turco se concede

que levante los ojos a miralle,

y en esto a toda majestad excede.

(Salen a este instante el gran Turco con mucho acompañamiento; delante de sí lleva un Paje vestido a lo turquesco, con una flecha en la mano, levantada en alto, y detrás del gran Turco van otros dos Garzones con dos bolsas de terciopelo verde, donde ponen los papeles que el gran Turco les da.)

Roberto Por cierto, él es mancebo de buen talle,

y que, de gravedad y bizarría,

la fama, con razón, puede loalle.

Salec Hoy hace la zalá en Santa Sofía,

ese templo que ves, que en la grandeza

excede a cuantos tiene la Turquía.

Roberto A encender y a gritar el moro empieza;

el Turco se detiene mesurado,

señal de piedad como de alteza.

El moro llega; un memorial le ha dado;

el Gran Señor le toma y se le entrega

a un bel garzón que casi trai al lado.

(En tanto que esto dice Roberto y el gran Turco pasa, tiene Salec doblado el cuerpo y inclinada la cabeza, sin miralle al rostro.)

Salec Esta audiencia al que es pobre no se niega.

¿Podré alzar la cabeza?

Roberto Alza y mira,

que ya el Señor a la mezquita llega,

cuya grandeza desde aquí me admira.

(Vase el gran Turco con su acompañamiento, y quedan en el teatro Salec y Roberto.)

Salec ¿Qué te parece Roberto,

de la pompa y majestad

que aquí se te ha descubierto?

Roberto Que no creo a la verdad,

y pongo duda en lo cierto.

Salec De a pie y de a caballo, van

seis mil soldados.

Roberto Sí irán.

Salec No hay dudar, que seis mil son.

Roberto Juntamente, admiración

y gusto y asombro dan.

Salec Cuando sale a la zalá

sale con este decoro;

y es el día del xumá,

que así al viernes llama el moro.

Roberto ¡Bien acompañado va!

Pero, pues nos da lugar

el tiempo, quiero acabar

de contarte lo que ayer

comencé a darte a entender.

Salec Vuelve, amigo, a comenzar.

Roberto Aquel mancebo que dije

vengo a buscar: que le quiero

más que al alma por quien vivo,

más que a los ojos que tengo.

Desde su pequeña edad,

fui su ayo y su maestro,

y del templo de la fama

le enseñé el camino estrecho;

encaminéle los pasos

por el angosto sendero

de la virtud; tuve a raya

sus juveniles deseos;

pero no fueron bastantes

mis bien mirados consejos,

mis persecuciones cristianas,

del bien y mal mil ejemplos,

para que, en mitad del curso

de su más florido tiempo,

amor no le saltease,

monfí de los años tiernos.

Enamoróse de Clara,

la hija de aquel Lamberto

que tú en Praga conociste,

teutónico caballero.

Sus padres y su hermosura

nombre de Clara la dieron;

pero quizá sus desdichas

en oscuridad la han puesto.

Demandóla por esposa,

y no salió con su intento;

no porque no fuese igual

y acertado el casamiento,

sino porque las desgracias

traen su corriente de lejos,

y no hay diligencia humana

que prevenga su remedio.

Finalmente, él la sacó:

que voluntades que han puesto

la mira en cumplir su gusto,

pierden respetos y miedos.

Solos y a pie, en una noche

de las frías del invierno,

iban los pobres amantes,

sin saber adónde, huyendo;

y, al tiempo que ya yo había

echado a Lamberto menos

(que éste es el nombre del triste

que he dicho que a buscar vengo),

con aliento desmayado,

de un frío sudor cubierto

el rostro, y todo turbado,

ante mis ojos le veo.

Arrojóseme a los pies,

la color como de un muerto,

y, con voz interrumpida

de sollozos, dijo: «Muero,

padre y señor, que estos nombres

a tus obras se los debo.

A Clara llevan cautiva

los turcos de Rocaferro.

Yo, cobarde; yo, mezquino

y un traidor, que no lo niego,

hela dejado en sus manos,

por tener los pies ligeros.

Esta noche la llevaba

no sé adónde, aunque sé cierto

que, si fortuna quisiera,

fuéramos los dos al cielo».

A la nueva triste y nueva,

en un confuso silencio

quedé, sin osar decirle:

«Hijo mío, ¿cómo es esto?»

De aquesta perplejidad

me sacó el marcial estruendo

del rebato a que tocaron

las campanas en el pueblo.

Púseme luego a caballo,

salió conmigo Lamberto

en otro, y salió una tropa

de caballos herreruelos.

Con la oscuridad, perdimos

el rastro de los que hicieron

el robo de Clara, y otros

que con el día se vieron.

Temerosos de celada,

no nos apartamos lejos

del lugar, al cual volvimos

cansados y sin Lamberto.

Salec Pues, ¿cómo? ¿Quedóse aposta?

Roberto Aposta, a lo que sospecho,

porque nunca ha parecido

desde entonces, vivo o muerto.

Su padre ofreció por Clara

gran cantidad de dinero,

pero no le fue posible

cobrarla por ningún precio.

Díjose por cosa cierta

que el turco que fue su dueño

la presentó al Gran Señor

por ser hermosa en extremo.

Por saber si esto es verdad,

y por saber de Lamberto,

he venido como has visto

aquí en hábito de griego.

Sé hablar la lengua de modo

que pasar por griego entiendo.

Salec Puesto que nunca la sepas,

no tienes de qué haber miedo:

aquí todo es confusión,

y todos nos entendemos

con una lengua mezclada

que ignoramos y sabemos.

De mí no te escaparás,

pues cuando te vi, al momento

te conocí.

Roberto ¡Gran memoria!

Salec Siempre la tuve en extremo.

Roberto Pues, ¿cómo te has olvidado

de quién eres?

Salec No hablemos

en eso agora: otro día

de mis cosas trataremos;

que, si va a decir verdad,

yo ninguna cosa creo.

Roberto Fino ateísta te muestras.

Salec Yo no sé lo que me muestro;

solo sé que he de mostrarte,

con obras al descubierto,

que soy tu amigo, a la traza

como lo fui en algún tiempo;

y, para saber de Clara,

un eunuco del gobierno

del serrallo del Gran Turco

podrá hacerme satisfecho,

que es mi amigo. Y, entre tanto,

puedes mirar por Lamberto:

quizá, como tuvo el alma,

también tendrá preso el cuerpo.

(Vanse. Salen Mamí y Rustán, eunucos.)

Mamí Ten, Rustán, la lengua muda,

y conmigo no autorices

tu fe, de verdad desnuda,

pues mientes en cuanto dices,

y eres cristiano, sin duda:

que el tener así encerrada

tanto tiempo y tan guardada

a la cautiva española,

es señal bastante y sola

que tu intención es dañada.

Has quitado al Gran Señor

de gozar la hermosura

que tiene el mundo mayor,

siendo mal darle madura