La guerra en México y el Caribe -  - E-Book

La guerra en México y el Caribe E-Book

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La guerra en México y el Caribe: lo inadvertido, lo oculto y lo olvidado es un trabajo conjunto de quince autores dedicados al estudio de las guerras irregulares desde diversas perspectivas y con el objetivo de ofrecer nuevas reflexiones e interpretaciones sobre el tema. El objetivo principal es tratar de deconstruir mitos nacionales e ir más allá de la tradicional historiografía militar nacionalista. En esta ocasión, la región de estudio se amplía del Caribe a México. Este texto es el tercer volumen de una serie, resultado del proyecto de investigación Guerras Irregulares en el Caribe, un proyecto de largo aliento desarrollado en el marco del seminario El Caribe Visiones Históricas de la Región. Los trabajos reunidos proponen acercarnos a la vida de hombres y mujeres en escenarios de guerra, observando su vida diaria a través de una mirada desde la historia social y cultural. Asimismo, la atención está puesta en manifestaciones como la poesía, la música, el baile, la pintura y la cultura en general. El lector encontrará también reflexiones sobre el dolor, la memoria, los silencios, así como trabajos enfocados en el estudio de las relaciones internacionales y la guerra. Como constatará el lector, los ensayos reunidos en el presente volumen, enfatizan aspectos que habían pasado inadvertidos, quedado ocultos o habían sido olvidados.

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cip. instituto mora. biblioteca ernesto de la torre villar

Nombres: Muñoz, Laura | Rodríguez, María del Rosario

Título: La guerra en México y el Caribe: lo inadvertido, lo oculto y lo olvidado / Laura Muñoz y María del Rosario Rodríguez (coordinadoras)

Descripción: Primera edición | Ciudad de México : Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2023 | Serie: Colección Historia Internacional.

Palabras clave: México | Caribe | Guerras irregulares| Guerras | Historia | Siglos XVII-XX | Historiografía militar.

Clasificación: DEWEY 972.8 GUE.e | LC F1401 G8

Imagen de portada: La guerra todos los días. La Habana, septiembre de 2018. Fotografía de Laura Muñoz.

Este libro fue evaluado por el Consejo Editorial del Instituto Mora y se sometió al proceso de dictaminación en sistema doble ciego siendo aprobado para su publicación.

Primera edición electrónica, 2023

D. R. © Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis MoraCalle Plaza Valentín Gómez Farías 12, San Juan Mixcoac,03730, Ciudad de MéxicoConozca nuestro catálogo en <www.mora.edu.mx>

ISBN: 978-607-8953-10-3 ePub

DOI: https://doi.org/10.59950/IM.90

Hecho en MéxicoMade in Mexico

Índice

Presentación

Introducción

De guardapelos y otros hilos entre la guerra y la lengua

Yuzzel Alcántara Ceballos

El “Plan Antillano” de Oliver Cromwell (1654-1656)

Lourdes de Ita

Desde el más puro caucásico hasta el más retinto africano: anotaciones sobre guerra y cultura en un campamento insurrecto cubano (1868-1878)

José Abreu Cardet

La guerra de papel de los voluntarios de Cuba (1868-1878)

Fernando J. Padilla Angulo

Cuba: debate federal durante la primera guerra por la independencia (1868-1878)

Armando Cuba de la Cruz

Origen y formación del primer batallón de voluntarios catalanes (1869)

José Luis Cifuentes

México-Estados Unidos: cambios y continuidades de su relación en el contexto de la independencia de Cuba y la guerra cubano-hispano-americana

Mariana Estrada Argumedo

Guerra y fotografía en el Caribe del siglo xix. Lecturas de la historia en clave visual

Kirenia Rodríguez Puerto

La segunda intervención militar en Cuba. La visión oficialista de El Imparcial, 1908-1909

María del Rosario Rodríguez Díaz

La mujer durante el movimiento armado de la revolución mexicana a través de la fotografía

Gabriela Alvarado Flores

Los movimientos cristeros y la violencia hacia las maestras rurales. Análisis del mural Atentado a las maestras rurales de Aurora Reyes

Katia Merari Mota Arceo

Canciones de esparcimiento en torno a la guerra cristera

Luis Wence Aviña

Tres paradigmas del pensamiento cubano: cultura y cooperación intelectual, alternativas a las pujanzas bélicas en las décadas del 20 y 40

Paul Sarmiento Blanco y Leidiedis Góngora Cruz

The mood remains unaltered. Ian Fleming, Jamaica y la guerra fría

Laura Muñoz

Guerra irregular en Haití: la intervención “humanitaria” de la minustah y el mantenimiento del paramilitarismo

Ana Katia Rodríguez Pérez

Sobre las coordinadoras

Presentación

En el veinte aniversario del seminario El Caribe, Visiones Históricas de la Región, que inició en 2002, y en alianza con el proyecto de investigación: Las Relaciones de México con el Caribe, presentamos este libro dedicado al estudio de la guerra impulsado por el profesor José Abreu. El interés, como ya hemos manifestado en los volúmenes anteriores publicados por la Universidad Michoacana y por el Instituto Mora, ha sido acercarnos de otras maneras al estudio de las guerras irregulares, ofrecer nuevas reflexiones e interpretaciones, desde perspectivas distintas, temas diversos y, en esta ocasión, lo hacemos ampliando la región de estudio del Caribe a México. El objetivo principal es tratar de deconstruir mitos nacionales e ir más allá de la tradicional historiografía militar nacionalista.

Lo que proponen los trabajos ha sido percibido de manera clara por nuestros lectores externos, a quienes agradecemos su lectura cuidadosa y crítica. Transcribimos lo que señala uno de ellos:

La incursión en la historia social y cultural de las guerras, con una perspectiva analítica “desde abajo”, permite el acercamiento a la cotidianidad de hombre y mujeres insertos en eventos bélicos. De ahí la importancia del tratamiento de temas tan diversos, y en ocasiones desplazados por una narrativa político-militar dominante, como la poesía, la prensa, la música, los bailes, la cultura en sus más diversas manifestaciones expresada y enriquecida en condiciones de guerra. Los capítulos dedicados a la guerra de los Diez Años, tanto en el campo revolucionario como en el del integrismo, los referidos a las representaciones artísticas de la mujer en la revolución mexicana y en los movimientos cristeros, incluido el tópico del cancionero en la guerra cristera, son exponentes de una mirada historiográfica renovadora. Asimismo, es destacable el aliento teórico del primer capítulo dedicado a incursionar en esas zonas sensibles de la subjetividad donde el dolor, la memoria y los silencios en escenarios de guerra devienen temas de interpretación transdisciplinar. Otra línea de análisis que aparece muy bien tratada en la obra es la que se inscribe en los capítulos dedicados a las relaciones internacionales entre Europa y la región del Caribe en contextos diversos.

Si los futuros lectores encuentran lo anterior, habremos cumplido con creces nuestro objetivo al preparar este tercer volumen.

Una parte de las colaboraciones incluidas fueron presentadas en el coloquio Guerras Irregulares, celebrado en 2021. A estas se añadieron otros estudios con los que en conjunto se enfatiza, como constatará el lector, en aspectos que habían pasado inadvertidos, quedado ocultos o se habían olvidado.

Este libro no se hubiera podido finalizar sin el esfuerzo de Ana Katia Rodríguez y Yuzzel Alcántara en un primer momento y, de manera fundamental, por el tesón y responsabilidad de Claudia Ortiz y Fátima Castillo, quienes revisaron tantas veces como fue necesario todos los textos. A todas, nuestro profundo agradecimiento.

Introducción

Llegó el Almirante oyendo historias aterradoras de los vecinos de las islas recién descubiertas para sus ojos, sobre guerreros que los atacaban, y dejó a su vez el genovés una estela de terror cuando incluyó en sus naves a gente que, por engaño o por secuestros, fueron alejadas definitivamente de sus familias. Reafirmaba con aquella acción, este personaje tan idealizado, qué era y es aquella tierra de violencia a la que cada recién llegado parece aportar motivos para una nueva contienda.

A ese universo bélico y terrible, el Gran Caribe, es al que nos acercamos un puñado de estudiosos para mostrar, a todos los que quieran hojear estas páginas, una visión novedosa sobre las guerras que se han desatado en esta región. Si como ha dicho Benedict Anderson que muchas historias flotan en estado de ensoñación, en estos casos adquieren realidad en la mirada de historiadores que ven las guerras desde diversas ópticas. ¿Qué nos ofrece esta gente que se arriesga a tal aventura, retomando un tema horrible desde la sensibilidad del arte, la poesía o la música? Si quiere saberlo comience la lectura.

El lector interesado encontrará, en primer lugar, el trabajo de Yuzzel Alcántara Ceballos, “De guardapelos y otros hilos entre la guerra y la lengua”, en el que reflexiona acerca de las tensiones entre el conflicto y la posibilidad de expresarlo y enfatiza en el vínculo entre la lengua y el tiempo. Y alejándose en el tiempo, Lourdes de Ita examina en “El ‘Plan Antillano’ de Oliver Cromwell” los factores que intervinieron para llevarlo a cabo y las razones de su fracaso.

José Abreu nos sorprende con el título y el tema, “Desde el más puro caucásico hasta el más retinto africano: anotaciones sobre guerra y cultura en un campamento insurrecto cubano (1868-1878)”, trabajo basado en las cartas y diarios escritos por combatientes que provenían de distintos grupos sociales, pero que coincidieron en el campo de batalla, desde los blancos terratenientes que organizaron y dirigieron la insurrección, hasta la población humilde que participó peleando. Abreu recoge las miradas e intereses de cada grupo.

Se impone la imaginación en el texto de Fernando J. Padilla Angulo titulado, “La guerra de papel de los voluntarios de Cuba (1868-1878)”. Durante la guerra de los Diez Años, además de los enfrentamientos armados, los partidarios de la Cuba libre y de la Cuba española libraron una batalla por el papel y por el control de la opinión pública dentro y fuera de la isla. El autor lanza la pregunta: ¿se puede hacer una guerra no con cañones sino con papel?

En “Cuba: debate federal durante la primera guerra por la independencia (1868-1878)”, Armando Cuba de la Cruz alude a un tema casi desconocido, las discusiones en los distintos grupos insurrectos acerca del tipo de gobierno que convenía. Por su parte, José Luis Cifuentes se refiere a los trasfondos culturales de una unidad militar enviada a la primera guerra de independencia de Cuba, los catalanes. En “Origen y formación del primer batallón de voluntarios catalanes (1869)”, analiza la iniciativa del principado de Cataluña para ayudar al ejército español a combatir la primera guerra de independencia de Cuba y, en particular, los trasfondos culturales de esa unidad militar.

Mariana Estrada refleja muy bien en su texto “México-Estados Unidos: cambios y continuidades de su relación en el contexto de la independencia de Cuba y la guerra cubano-hispano-americana”, el carácter de las relaciones de dos países con gran influencia en el Caribe en un momento de mucha tensión regional.

Kirenia Rodríguez Puerto se aproxima en “Guerra y fotografía en el Caribe del siglo xix. Lecturas de la historia en clave visual” a un tema del que se ha escrito y analizado poco: las imágenes que circularon en la prensa que incorpora los hechos bélicos como noticias de su tiempo y en las que también son captadas las problemáticas de las sociedades insulares, como la esclavitud, la racialidad, las independencias y las guerras.

María del Rosario Rodríguez se enfoca en el discurso de la prensa en la capital mexicana en su ensayo titulado “La segunda intervención militar en Cuba. La visión oficialista de El Imparcial, 1908-1909”. El diario es una fuente idónea para conocer qué se decía de las acciones de gobierno de Charles Magoon en la consecución de sus objetivos de pacificar la isla y organizar elecciones presidenciales.

Continúa el andar de los estudiosos por los senderos de las contiendas. Gabriela Alvarado aborda en “La mujer durante el movimiento armado de la revolución mexicana a través de la fotografía”, la representación de la mujer durante la revolución mexicana a partir del estudio de las fotografías tomadas por los hermanos Cachú en el estado de Michoacán y en León, Guanajuato, de 1912 a 1913. Si Alvarado usa las fotografías como fuente para la investigación, Katia Merari Mota propone el uso de murales en “Los movimientos cristeros y la violencia hacia las maestras rurales. Análisis del mural Atentado a las maestras rurales de Aurora Reyes”. En su análisis evidencia la participación de actores sociales que han sido invisibilizados o negados, como es el caso de las maestras rurales que fueron clave en la transformación educativa del país.

Como si quisiera rescatarnos de tantas contiendas y duelos y buscar otra mirada, Luis Wence deja a disposición del lector “Canciones de esparcimiento en torno a la guerra cristera”. La labor de compilación, clasificación y análisis del contexto de ‒algunas‒ canciones que se interpretaron en la lucha religiosa (1926-1929), resulta atractiva para aproximarse a la guerra cristera desde el enfoque de la historia cultural.

Quizás se pueden encontrar otros caminos que no nos lleven al bombardeo y el combate como proponen Paul Sarmiento y Leidiedis Góngora en “Tres paradigmas del pensamiento cubano: cultura y cooperación intelectual, alternativas a las pujanzas bélicas en las décadas del veinte y cuarenta”. Estos autores analizan el importante papel de los intelectuales cubanos en la preparación de un discurso pacifista alterno en contextos bélicos durante la primera posguerra y en el difícil escenario de la segunda guerra mundial, poniendo en primer plano la cultura, el civismo y la educación para contribuir a la búsqueda de la paz.

El periodo de la llamada guerra fría y su expresión en el Caribe está presente en el trabajo de Laura Muñoz, “The mood remains unaltered. Ian Fleming, Jamaica y la guerra fría”, en el que analiza una de las expresiones de la guerra de imágenes en las que se representaba al Caribe de acuerdo con posturas ideológicas y, en este caso en particular, con ojos imperiales.

Un asunto lamentable y dolorosamente presente como la compleja situación de Haití, es tema obligatorio en un texto de estas características como parece afirmar Ana Katia Rodríguez en su ensayo “Guerra irregular en Haití: la intervención ‘humanitaria’ de la minustah y el mantenimiento del paramilitarismo”. Muestra a Haití como escenario de ocupaciones, primero imperiales y ahora “humanitarias”, que se han caracterizado por intensificar la violencia, profundizar la desigualdad y, en nuestros días, ahondar el paramilitarismo y violar los derechos humanos.

Al abrir este libro, el lector se acerca a un mundo de enfrentamientos que parece no tener fin en islas y tierras continentales que forman la región. El tema ha sido tratado en diversos textos, pero creemos que no desde estas perspectivas. Tras cada página hay una protesta secreta contra esa realidad de crueldades que se han hecho tan frecuentes. Tal parece que la humanidad no podrá vivir sin esa palabra que debería de ser innombrable y olvidada: guerra.

José Abreu

De guardapelos y otros hilos entre la guerra y la lengua

Yuzzel Alcántara Ceballos*

Si hay una columna de hierro sobre la cual se sostiene la historia de la humanidad, es la lengua. La aparente firmeza con la que se erige no es, en cambio, inquebrantable. Hay épocas en las que la plomada se marea, su forja reblandece y por muy poco se derrumba.

El siguiente ensayo parte de las reflexiones que reúne Adán Kovacsics en el libro Guerra y lenguaje, allí nos da algunas pistas sobre los hilos que se tensan, enredan, cosen y descosen cuando la guerra penetra la lengua. En el horizonte que el autor propone, las meditaciones que realizaron algunos filósofos y pensadores en medio del fragor de la primera guerra mundial no corresponden a un asunto de mera coincidencia o casualidad. La catástrofe de la guerra provoca también una “catástrofe de la palabra” ante la cual “hay quienes enmudecen; algunos reaccionan con el silencio; otros […] con la parálisis”.1 No fueron pocos los pensadores que percibieron esta volcadura en la lengua, algo se había desprendido en su interior: una fractura en la médula. Para Kovacsics, el hecho de que algunos hayan dedicado su trabajo filosófico a la reflexión de la lengua se debe a que sintieron el desgarro estando adentro. Y había que nombrarlo, acercarse a su comprensión.

Dos de los filósofos que meditaron sobre la lengua mientras tenía lugar la primera guerra mundial fueron Karl Kraus y Walter Benjamin. Ambos prefirieron hospedarse en el silencio –salvo en contadas ocasiones que tuvieron que exponer las razones de este para salvarlo del malentendido– antes que expresarse en contra de la guerra sin más, pues, desde su concepción, su voz habría “significado añadir una voz más al discurso”,2 o lo que es lo mismo, añadir palabras que estallarían en cenizas al primer estruendo del cañón. Hablar era como aceptar caminar con los ojos vendados sobre un terreno pantanoso y minado. En palabras contundentes de Karl Kraus: “Los que ahora no tienen nada que decir porque el hecho tiene la palabra siguen hablando. ¡Quien tenga algo que decir, que dé un paso al frente y calle!”3 En el marco de la guerra, Kraus daba argumentos para callar: “en esta época ruidosa, que retumba con la escalofriante sinfonía de hechos que provocan noticias y de noticias que tienen la culpa de los hechos: en una época así, de mí no esperen ni una sola palabra propia. Ninguna salvo esta, que aún protege al silencio del malentendido. Así de profundo es el respeto que guardo por la irrevocabilidad del lenguaje, por la subordinación del lenguaje a la desgracia.”4

Aun en una época que desbordaba ruido, palabrería, cañonazos y llanto, el silencio no fue abatido. Al contrario, se volvió un lugar del orden de lo vital: “el lugar donde se guarda y se protege el verbo ante el arrasamiento, el cajón donde se esconde el tesoro ante las tropas”,5 “callar respondía […] a algo que se había producido en el interior del lenguaje y que provocaba tal reacción”.6

Siguiendo el hilo de argumentos expuesto por Kovacsics, nos interesa poner el acento en el hecho de que “callar” no corresponde tanto a una elección humana como a una exigencia que mandata la propia lengua. Si concordamos en ello, entonces asumimos que hay algo vivo en la lengua o de vida en la lengua –y no nos referimos a una lengua viva que nos colocaría en el orden de la presencia, intentamos pensar la vida en la lengua en el orden de la trascendencia– cuyo vientre de pronto se torna amniótico, dejando huérfano y en medio de una atmósfera carente de oxígeno a quien antes residía en él. Esta vida en la lengua de la que hablamos se manifiesta, de hecho, en el silencio, y con más nitidez y precisión aún, en el efecto efervescente que este tiene.

Con el propósito de ampliar las relaciones que se tensan entre la lengua y la guerra, este ensayo se propone pensar a la lengua como sujeto con vida propia que piensa y que siente entre, al menos, dos, así como subrayar el estrecho vínculo que existe entre la lengua y el tiempo. Entonces hablaremos también del tiempo, de sus usos y de sus horas, de cómo la guerra pone en marcha un reloj que marca los latidos de la sangre derramada por los muertos, pero bien adentro de los descendientes.

Y, sobre todo, destacaremos la fecundidad de una especie de amorío que nace entre la lengua y el tiempo, latente y en acto entre todos los pueblos en resistencia. Un amorío que como todo amor clandestino no puede sino ser libertario.

Historia y guerra

Los silencios entran por diferentes vías a la historia. Se multiplican en tiempos de guerra y en los tiempos en los que se escribe la historia de esas guerras, pero no sólo allí. Michel-Rolph Trouillot ha hablado de cómo varía la composición química de los silencios, no todos tienen la misma estructura, e incluso, nos dice, son inherentes a la historia: condición de posibilidad para que cualquier cosa se convierta en un acontecimiento. Los silencios acompañan al hecho desde el momento de su nacimiento: “Siempre se deja fuera algo, a la vez que siempre se registra otra cosa. No hay una clausura perfecta de ningún acontecimiento, aunque queramos definir sus fronteras. […] En otras palabras, los propios mecanismos que hacen que cualquier registro histórico sea posible también aseguran que los hechos históricos no sean creados iguales.”7 El historiador haitiano no se refiere únicamente a los silencios que son creados conscientemente, por alguna preferencia política, por ejemplo, y a la consecuente voluntad de omisión. También nos habla de los silencios que son creados involuntariamente por las fuerzas invisibles del poder.8 Los esquematiza en cuatro tiempos en los cuales el poder humano no goza siempre de un poder de intervención. “Los silencios entran en el proceso de producción histórica en cuatro momentos cruciales: el momento de la creación del hecho (la elaboración de las fuentes); el momento del ensamblaje de los hechos (la construcción de los archivos); el momento de la recuperación del hecho (la construcción de narraciones); y el momento de la importancia retrospectiva (la composición de la Historia en última instancia)”.9

En otras palabras, el poder está imbricado en la historia desde la propia creación de las huellas, el registro de las huellas, el detective que las sigue y cómo se vuelve un caso dentro de la gran historia. La voluntad del hombre de intervenir conscientemente en la historia sólo alcanza los últimos dos casos. El poder histórico lo hace en los cuatro y desde el principio. Tiene que ver con la forma y la materialidad de la huella, no todos los acontecimientos dejan huellas, “algunos son grabados en los cuerpos individuales o colectivos; otros no. Algunos dejan marcas físicas; otros no. […] algunas de las cuales son muy patentes –edificios, cadáveres, censos, monumentos, diarios, fronteras políticas–”,10 y la suma de todo ello limitará “el grado y el significado de cualquier narrativa histórica”.11

Al detallar cómo se crean los silencios en el proceso de producción histórica y el esfuerzo que hace el autor por distinguirlos y subrayar que las voluntades políticas de un historiador no son las únicas vías de silenciamiento ni las principales si son comparadas con los silencios que se crean cuando se crea un hecho, Trouillot da cuenta tanto de la estructura del silencio como de lo estructural del silencio en la historia. Tanto lo estructural del silencio como su propia estructura revelan que a la práctica histórica le son constitutivos e indispensables los agujeros que crea puesto que la crean. “Que algunas personas y cosas están ausentes de la historia, perdidas, por así decirlo, para el posible mundo del conocimiento, es mucho menos relevante para la práctica histórica que el hecho de que algunas personas y cosas están ausentes en la historia, y que esa ausencia en sí misma es constitutiva del proceso de producción histórica”.12

El poder humano cobra mayor importancia cuando se trata de otorgarle significado a los hechos y de ello depende que los silencios penetren dentro de otros silencios que van acumulándose a lo largo de los primeros tres momentos. La acumulación de silencios adentro de silencios puede culminar o no en un silenciamiento tan potente como para desterrar de la historia a personas, familias y pueblos enteros, para quienes el poder histórico tenía reservado un lugar y un nombre –las huellas estaban creadas y fueron registradas, pero para el detective resultaban amorfas y las borró del mapa–. Estos últimos reúnen a los ausentes de la historia.

En el cruce de ambas fuentes de silenciamiento, podríamos decir, tanto la involuntaria como la voluntaria, se ubican las pequeñas historias, afectadas y en grado considerable por los grandes agujeros de aquella. A pequeña escala los silencios siguen multiplicándose dentro de otros silencios y bajo una estructura similar a la advertida por Trouillot. Entre las familias hay silencios voluntarios e involuntarios que se crean y transmiten por generaciones.

Puntualizaremos en la intersección de los silencios involuntarios producidos a nivel familiar con los voluntarios producidos en el nivel de la gran historia. O bien, en cómo los agujeros de esos hilos familiares a los que llamamos cabellos se enredan con los agujeros de los gruesos y largos hilos de la historia. ¿Cuáles son las tensiones que entre la guerra y la lengua genera este particular cruce de agujeros y de silencios dentro de silencios?

La lengua como espejo del silencio de la historia

Los silencios de la historia y las historias tienen su espejo en la lengua, un espejo que muestra escenas catastróficas y, sin embargo, que no dejan de ser profundamente esperanzadoras.

Cada vez que un hecho es afectado de inexistencia en el campo histórico se efectúa un despojo de palabras en el campo de la lengua, aquellas que permitirían nombrarlo. Estas palabras robadas antes de existir se condensan en silencios que bloquean los potenciales de la sensibilidad inyectándole un estado de duda que hunde al cuerpo en la desconfianza de lo que siente respecto de lo que sucede. El orden del discurso histórico y político intersecta con las fibras de la sensibilidad personal, descosiéndolas, agujereando pequeñas historias familiares cuyas experiencias quedan invalidadas o atravesadas por la duda y la no-existencia. Cualquier vivencia que desentone o haga corto circuito con las grandes narrativas es entonces colocada en una zona inaccesible, sin ventanas ni puertas de entrada, allí donde ya nadie puede hablar de ella, pero no porque no se quiera pues ello supondría un reconocimiento del hecho, sino que no se puede hablar de ella porque el hecho ni siquiera existió. La dosis de duda que circula en las venas de la sensibilidad valida esa no-existencia.

La relación de la que hablamos entre la historia y las historias ha sido objeto de reflexión en el trabajo psicoanalítico de Françoise Davoine. La autora argumenta que las guerras, ya sean mundiales, civiles, étnicas, de colonización y un largo etcétera, cortan los lazos que trenzan lo personal con lo social. La articulación deja de funcionar y el cambio de escala se ve impedido por esos muros de silencio que se erigen entre las narrativas oficiales, las experiencias de los padres, y lo que de ellas pueden contar a los hijos.

En contacto con sus pacientes, la psicoanalista ha notado cómo quienes viven “entornos totalitarios tienen dificultades para interpretar los ‘marcadores somáticos’ que ven en los demás, incluso en sí mismos […] los discursos que pesan sobre ellos desmienten constantemente sus sensaciones”.13 Esos gestos e impresiones: colores, calores, posturas, humores que advertimos en los otros, son desmentidos de manera frecuente y habitual en regímenes políticos totalitarios o en contextos de guerra. En estos últimos se traslapa la dificultad para poner en palabras el enfrentamiento con el horror. De allí que afirme que, ante lo que la historia oficial deja de lado, suprime o trivializa, surgen “pedazos de historia cercenados, y no reprimidos, en el cruce de lo más singular con lo más general”.14 A diferencia de la represión que supone y reconoce la existencia de un acontecimiento, de lo que hablamos es de que, al colocar muros que impiden comunicar lo singular con lo general, porque el segundo nivel bloquea lo que sucede en el primero, surgen en este límite apenas pequeñas grietas y agujeros de los que ya nadie puede hablar. Estas grietas y agujeros debieran ser experiencias narradas, articuladas y transmitidas, y en cambio ni siquiera admiten represión, pues paradójicamente se constituyen como pedazos de historia que fueron vividos, pero sin haber sido vividos.

Lo anterior significa que, esta borradura y recorte del acontecimiento, si bien es realizada en el campo de la historia, no se logra sin antes concretarse en el campo del lenguaje. Excluidos del lenguaje que podía haber permitido nombrar las sensaciones, sólo pueden quedar huellas desdibujadas sobre una tierra que se escapa bajo los pies. Sin lengua la vida es despojada de vivencias.

Este estado de suspensión al que son enviados ciertos pedazos de vida tiene una dimensión generacional que circula subterránea y clandestinamente a la palabra mucho más allá de lo que dura el lapso de una vida. Se cuela y acosa no a una, sino a varias generaciones en busca de su reconocimiento como lo que fue, una vivencia vivida en el pasado. Se trata de otro tipo de memoria que une a una generación con otra. Hay una memoria de los otros depositada en los hombros de los descendientes: momentos de vida que no pueden recordar porque no les han ocurrido a ellos, pues no estuvieron allí para que les ocurriera. A esta memoria que escapa al poder de recordar, todos llegamos tarde.

La catástrofe inminente, el fin del mundo anunciado, de hecho, ya tuvo lugar pero no pudo inscribirse en el pasado como pasado, pues el sujeto de la palabra, en este punto, no estaba ahí. Nada en el otro, ninguna palabra le fue dada para nombrar lo que allí ocurría. Totalmente cercenada, ignorada […] la verdad no ha podido transmitirse. La información sigue siendo letra muerta, fuera del campo de la palabra. Un representante del linaje, a su pesar y muchas veces al precio de perder su lugar en la sociedad, se encuentra encargado de esa búsqueda de la verdad: está en búsqueda.15

La palabra no dada o el despojo de la palabra que sufre una generación continúa en la siguiente, y en la siguiente, y así sucesivamente. Se puede decir que las borraduras de la historia y de los discursos políticos se extienden en el tiempo constituyendo silencio como un eslabón transgeneracional.

Evidenciada de manera radical en el trabajo de Davoine con la locura, la total seguridad con la que asumimos la propiedad de lo que sentimos, así como la manera en la que marcamos el límite que divide la memoria propia de la ajena, queda cuestionada de raíz. Sobre los hombros de los descendientes pesan vivencias y memorias que no les son propias sino de otros que a su vez cargaron con otras aún más envejecidas.

En otras palabras, heredamos fragmentos de vida vividos como si no lo fuesen pero que siguen vivos. Y es esta situación la que coloca a todo descendiente en una posición de alteridad. Viene a averiguar en nombre de los otros y en nombre de los suyos qué turbulencia política y social atravesó su linaje que ocasionó que el tiempo quedara suspendido allí. “Esa catástrofe […] rompió los límites imaginarios que separan el adentro del afuera, el futuro del pasado, el uno del otro, comprometiendo hasta la dimensión simbólica de la alteridad.”16

Cuando los hilos del tiempo y de la lengua son atravesados por la guerra, hay al menos tres límites que dejan de sostenerse: el que separa el pasado del futuro, lo singular de lo plural y lo propio de lo ajeno.

El hilo de la sensación o el tejido de los tres hilos

Hasta ahora hemos hablado de dos hilos: el del tiempo y el de la lengua. Cuando un acontecimiento es silenciado, quienes lo viven son despojados del lenguaje que les permitiría nombrarlo como pasado y heredarlo como palabra. El entretejido entre el hilo del tiempo y el hilo de las palabras queda descosido ahí. Y este agujero no se sutura con la muerte de quien lo presenció. Al no haber nudo, el agujero es lo heredado. Pervive por generaciones hasta que algún descendiente encuentre el nombre y la manera de volverlos a hilvanar, haciendo estallar a pedazos los silencios sobre los que se sostiene la historia.

Para que ello suceda necesitamos hablar de un tercer hilo. Si bien en la locura se manifiesta de manera radical, incluso en situaciones que no involucran guerras, la manera en la que se cruza el poder con la historia –como lo ha advertido Trouillot– y las historias, descoloca la propiedad de la memoria y de las sensaciones que brotan de aquella. Si hay una garantía como herencia es la del silencio. Davoine menciona el caso del niño que deja de amamantar cuando la madre recibe una mala noticia o los múltiples casos en los que los padres ocultan información esencial a los hijos bajo el supuesto de hacerles un bien. “‘Pero no, no es grave, imaginas cosas, eres demasiado pequeño, no comprendes’. ¿No comprender qué? ¿La muerte, la decadencia social, el deshonor, la vergüenza, la desdicha? Y si lo horrible no es grave, entonces todo puede volverse grave en cualquier momento. […] De ahí la perplejidad: imposible resolver si es mala o buena. Y es eso la catástrofe. La duda se instala sobre su existencia misma”.17

La ausencia de palabra somete la sensación a la duda constante no sólo en la locura. Así como la creación de un hecho implica la creación de silencios, de igual forma toda relación social tiene por pacto el silencio. Lo que nos interesa discutir aquí es la relación del silencio con el cuerpo, pues sucede que los silencios a menudo quedan condensados en los gestos y estos aseguran su transmisión. Señala Davoine que, cuando la palabra es escasa, cuando la experiencia rehúsa el nombre, cuando abunda el silencio, no queda más que mostrar. A modo de aforismo la psicoanalista expresa: “Lo que no se puede decir, no se puede callar, ni se puede impedir mostrar lo que no se puede decir”.18 ¿Cómo mostramos aquellas memorias heredadas que corren de manera subterránea al verbo, penetrando las fibras de la carne y moldeando gestos?

Si hemos señalado que nos fueron transmitidas vivencias ajenas que fueron vividas como si no, ¿bajo qué criterios podríamos determinar quién es el sujeto de la sensación?, ¿en dónde colocar el límite que separaría al que hereda del heredero? Si toda memoria está hecha de sensaciones y hay una memoria que no admite propiedad, ¿cómo podemos distinguir entre un dolor propio y el dolor de otro?

Cuando la forma humana de heredar implica un vínculo transgeneracional, la dimensión de alteridad es irrecusable, se puede sentir el dolor del otro como el propio, beber y comer con el hambre de otro bajo la ilusión de propiedad no importando si el otro es un muerto o un vivo. Citando a Wittgenstein, quien afirma que el hombre que grita de dolor o que nos dice que sufre no elige la boca que lo dice, Davoine añade que ese hombre “puede remitir a la boca de otro que puede decirlo y gritar en su lugar cuando al primero le resulta imposible”.19 Lo que advertimos aquí es que se teje entre dos personas un hilo que vincula la sensación de uno con la de otro. Esto significa que hay un sujeto del dolor y un lugar del dolor que no siempre coinciden. El lugar del dolor puede ser el cuerpo de otra persona, y el sujeto del dolor puede incluso no sentirlo. Nos encontramos ante un préstamo de bocas y de voces a dolores de otros que ponen en duda toda ingenua individualidad de la sensación. Nos fue heredado un reclamo del pasado que espera ser liberado.

Adentro de un cuerpo sucede lo mismo que entre dos o más. El trayecto del dolor hace sentir dolores como si estuviesen en un lugar diferente del de su origen: “Cualquier trayecto de un nervio excitado que va del cerebro al pie es sentido por este último como si el dolor estuviera en el pie. […] no se elige la parte del cuerpo que dice: ay, o tengo sed, tengo hambre, me duele el pie. Y si extendemos, […] el trayecto del dolor a lo largo de la cuerda vibrante hacia otros cuerpos contiguos”,20 se puede comprender mejor el reducido dominio que tiene el “yo” sobre su cuerpo: “Yo no elijo la boca que dice me duelen las muelas”,21 más el gran alcance que tienen los otros: “quizás sea que en el otro extremo de la cuerda vibrante hay[a] otra repugnancia, en el cuerpo de otra persona”.22 No se elige la parte del cuerpo que expresará el dolor, como tampoco se elige la boca que dirá el dolor de alguien más en su nombre.

Lo mostrado por Davoine, hace patente que la desorientación sufrida en el eje de la lengua, sobre todo en contextos bélicos, pero no únicamente, puede desafinar la brújula con la que es percibido el trayecto del dolor. En tanto el trayecto del dolor está engarzado con la aguja del silencio, de la palabra desterrada, de la palabra no dicha y, sin embargo, heredada, esta enreda los hilos del dolor entre vivos y muertos. Pendemos de hilos que nos engarzan a los desaparecidos, y cuando son tocados por frases que no pudieron ser dichas, los hilos pueden enmarañarse y desarticular al cuerpo. Los sujetos y lugares del dolor quedan enredados en una madeja malformada de hilos que van y vienen de otros cuerpos.

Tal como le pasa a una marioneta, cuando los hilos están tensados correctamente y en su lugar, las partes del cuerpo se mueven armoniosamente. Cuando un hilo se rompe, cuando una conexión falla, el cuerpo se desarticula al perder la relación con sus partes. La analogía es útil porque nos sirve para subrayar que el problema no es la relación entre unos y otros, sino la forma en la que están tensados y anudados los hilos que sujetan la relación. Y la tensión viene por el lado de la lengua: “los hilos que nos unen a otros son tan firmes y tan fuertes que basta una palabra o una ausencia de palabra para romperlos o para volver a anudar”.23 Sólo con el advenimiento del nombre, los cuerpos pueden volver a afinar la cuerda que los une.

La lengua como sujeto entredós

Hay una garantía en la lengua, su resistencia: “cualesquiera sean las medidas que se tomen para borrar hechos y gente de la memoria, las erradicaciones, aun las perfectamente programadas, no hacen más que poner en marcha ‘una memoria que no olvida’ y que quiere inscribirse”.24 Hemos hablado de cómo aquello no articulado como lenguaje oral no le impide mostrarse. Pese a cualquier intento de aniquilación, la vida de la lengua garantiza su propio potencial de resistencia.

A través del trabajo con sus pacientes, Françoise Davoine ha encontrado un camino para devolver la palabra a los silencios. Partiendo de la concepción del lenguaje en Ludwig Wittgenstein, la psicoanalista propone un “juego de lenguaje” que requiere jugarse entre al menos dos y que tiene como propósito conseguir la inscripción de algún pedazo de vida borrado del mapa genealógico y de la tradición oral familiar.

A contrapelo de suponer que la borradura sufrida en la historia y en el espejo de la lengua advendrá tras un trabajo desde el interior de un individuo recurriendo a su reservorio propio de imágenes, sensaciones y experiencias, Davoine sugiere que a la borradura no se accede por la vía del uno. Dado que precisamente eso que ha sido borrado no le pertenece ni está en su pasado como experiencia reprimida, sucede que otro está mucho más capacitado para mostrarle a modo de espejo aquello que le ha sido heredado, pero que habita en la zona de lo indecible negándole al uno la palabra.

La herencia de los silencios desestabiliza la concepción de la lengua como mera traducción de imágenes a palabras realizadas desde el interior de un individuo, al contrario, obliga a reconocer un enfoque en el que el lenguaje tiene su origen en el Otro. Dada la incompletud del uno, la traducción se ubica en el hacia afuera, es decir, en la relación con otro. Para traducir las borraduras no habrá ni diccionarios ni máquinas eficaces para lograrlo, será necesario otro capaz de responder, mostrar y querer jugar.

Mencionábamos en líneas previas que, por vía carnal, los silencios encuentran una corriente subterránea de sobrevivencia, pues sucede que al no poder decirse eso que fue vivido como si no, el silencio se muestra en gesto condensado. A diferencia de las imágenes y palabras que vemos y escuchamos en solitario, a los gestos sólo tienen acceso quienes nos miran y nos acompañan. El uno necesitando de otro para traducir sus silencios: “la revelación de lo que el sujeto ignora de sí mismo no se hace tanto por autoobservación como por la vía de la respuesta esperada.”25 En lo que es transmitido a través de los gestos están los signos que hace falta descifrar.

De nuevo, presentado de manera radical en la locura, el uno que es el paciente y el otro que es el psicoanalista entran en un juego de lenguaje que exige ser sensible a lo que el otro muestra: “imágenes mostradas más que dichas, que muestran lo que no puede decirse”.26 El juego del lenguaje plantea una escucha mutua que entrelaza el camino de la conversación con el del tono de voz, las expresiones del rostro y el teatro de las emociones. A menudo las historias del paciente se entrecruzan con las del analista en aquellos puntos donde los hilos de la lengua, de la sensación y de la historia quedaron enmarañados o descosidos. Debido a que la dimensión de alteridad, esa que separa lo propio de lo ajeno, se halla desdibujada, poner el acento en la concepción de una lengua que tenga su origen en el Otro, supone aceptar que aquello que muestra el otro es susceptible de activar en el uno memorias, palabras e impresiones que están estrechamente relacionadas con aquellos pedazos de vida de historias desaparecidas que mandatan su inscripción. Lo que los gestos del uno activan en el cuerpo del otro, va devolviendo las huellas que sirven como guía en el camino de la traducción, hasta conseguir que los tres hilos vuelvan a estar anudados correctamente.

El contacto cuerpo a cuerpo abre un juego de lenguaje en el que las sensaciones de uno tienen el potencial de expresar los miedos, dolores, angustias que el otro carga en su carne sin saberlo porque no lo vivió, o lo vivió sin haberlo vivido. Hablamos de una cita entre tres. En el juego del lenguaje hay tres jugando sobre el tablero: los dos que muestran y el espectro que heredó lo que muestran. Este espectro reclama justa sepultura.

No hace falta citar el caso de la locura para notar la íntima conexión entre las sensaciones de unos y de otros. Esos hilos de marioneta que obligan a no poder elegir la boca que dirá nuestro dolor. Desde la escala familiar a la social se vive en medio de una circulación de gestos que todo el tiempo está poniendo en marcha la liberación de una “memoria que no olvida”.

Bajo la concepción de la lengua como sujeto que piensa y que siente entredós, advertimos la aparición de un tercero que ya no está pero que sigue vivo en el nicho de la lengua, como gesto, como sensación o como dolor, el juego de lenguaje permite devolver al tercero el lugar, la palabra y el tiempo que le fueron despojados. Pero lo permite por medio de la traducción. No podemos permanecer ciegos a la promesa política que la traducción otorga a los muertos.

Traducción

Al pensar la lengua como sujeto con vida propia, reconocemos, al igual que Walter Benjamin, la autonomía que ella posee respecto al mundo de los hombres: “Así, podría hablarse de una vida o de un instante inolvidable, aunque todos los hombres lo hubieran olvidado por completo”.27

Si por mecanismos clandestinos los silencios pertenecen a esos inolvidables de la lengua puesto que logran pasar de generación en generación, desobedeciendo los tiempos de los hombres, hablamos de lo que hay de sobrevivencia en la lengua. Ello nos conduce a las reflexiones de Walter Benjamin respecto a la sobrevivencia de una obra debido a su traducibilidad. El pensador advierte como tarea filosófica de primera importancia pensar el concepto de vida más allá de lo orgánico, para hacerle justicia, nos dice, hay que pensar la vida a partir de todo lo que tiene historia: “Que no se puede atribuir la vida a la corporalidad orgánica tan sólo, se ha aceptado hasta en tiempos de máxima confusión del pensamiento. Pero la cuestión no es ampliar lo que es el dominio de la vida bajo ese débil cetro que aparece empuñado por el alma, […] Al concepto de vida sólo se le puede hacer justicia reconociendo vida a todo aquello de lo que hay historia, y una que no es sólo su escenario.”28

Cuando Benjamin propone pensar la vida a partir de la historia, habla de una trayectoria y no de un escenario. Ello nos remite a un despliegue, a algo que sobrevive transgeneracionalmente. Para el pensador, este despliegue no es visto como una caída progresiva de la vida de la lengua, sino al contrario, la vida de la lengua se despliega en la traducción hasta alcanzar su punto culmen: “a través de dichas traducciones, va renovando una y otra vez su despliegue tardío lo que es la vida del original”.29

Pensar la lengua con vida propia que se manifiesta entre, al menos dos, y que convoca a un tercero a la cita, muestra una especie de despliegue de la lengua con dimensión generacional, un despliegue que se efectúa gracias a la herencia generacional del silencio. El tiempo que tarde aquel silencio en conseguir su inscripción puede durar desde pocas a muchas generaciones. No obedece a un tiempo impuesto por los hombres, en todo caso estos sólo pueden reconocer que su cuerpo está inscrito dentro de una “memoria que no olvida”, que no le pertenece y que, en cambio, puede estarle siendo heredada por un tercero, vivo o muerto.

Respecto a una obra, la traducción se resguarda en ella como algo latente, hasta que adviene una época en la que encuentra un mejor traductor. “Pues la traducción, que en todo caso es posterior al original, en aquellas obras importantes que no pudieron tener buen traductor en la época de su redacción marca el estadio de su supervivencia.”30 Lo mismo podemos decir para el silencio, aguarda el momento de llegada de un mejor traductor, diríamos, par de traductores. Lo indecible que no encontró palabras en el tiempo de la guerra o de la catástrofe, marca el estadio de su sobrevivencia y la latencia de su traducción. Esto es, tanto en una obra como en lo que fue despojado de palabra hay traducibilidad, y por ello, la exigen. Más allá del alcance de la voluntad humana, está la resistencia propia de la lengua. Una resistencia otorgada por su vida propia, cuya expresión se pone de manifiesto en la facultad de prolongar la herencia del silencio, y sobre todo en el momento en el que consigue su inscripción.

Estas reflexiones sobre la traducción hacen patente el amorío que nace entre la lengua y el tiempo, un amorío cuya fecundidad tiene esperma político. A partir de lo dicho, podemos afirmar que la resistencia inmanente a la lengua está siempre del lado de los oprimidos. Y ello, destila destellos políticos de liberación.

Colonialismo, la tarea del traductor y su fuerza destructiva

Por último, nos interesa mostrar que, en efecto, el amorío entre la lengua y el tiempo ha preñado, en la historia, destellos políticos de la magnitud de una revolución.

Y de nuevo podemos decir que ello se repite a diferentes escalas, desde la familiar hasta la social. Retomando el trabajo con la psicosis, la fuerza destructiva con la que adviene el momento de la inscripción ha mostrado ser de tal envergadura que provoca que la palabra irrumpa a riesgo de matar al descendiente que está en su búsqueda. Para Davoine: “el suicidio de Primo Levi mucho después de la escritura de su libro sigue indicando que la entrada en esos territorios conlleva un riesgo inherente a su propia puesta en palabras”.31 “[E]l surgimiento de ese pasado sin pasado es siempre socialmente desastroso. Consiste exactamente en esa nada, […] imposible de inscribir, y por lo tanto de transmitir, esa nada que no cesa de volver al mismo lugar […] para intentar entrar en la historia, cuando la huella de los traumas se perdió”.32 Ello advierte que los suelos en donde habita la traducción no están exentos de peligro, más bien los exige. El nado en las aguas turbulentas del silencio es un nado obligado al que orilla la peligrosidad misma que la traducción lleva en sus entrañas. Al borde de lo imposible, a riesgo de perder la vida, los descendientes ofician la tarea del traductor, hasta lograr traducir lo que no se puede decir: esos pedazos de vida vividos por su linaje que el opresor envió al pozo de la inexistencia, sin saber que, en las aguas vivas de la lengua, allí donde navega el silencio, es en donde prolifera la traducción.

La peligrosidad advertida en la tarea de la traducción es quizá esa fuerza disruptiva necesaria para poner de manifiesto la vocación libertaria del silencio. Consideramos que aquí hay un ángulo diferente para leer la interpretación que Trouillot hace sobre la revolución haitiana. En el caso de la revolución haitiana, el silencio se ubica en los dos extremos de la cuerda. Paradójicamente entró como silencio a la historia al mismo tiempo que estaba fisurando un manto de silencios, anudando agujeros descosidos por un montón de silencios acumulados por generaciones.

Trouillot plantea que las categorías del pensamiento creadas por Occidente dibujaron zonas de silencio que hicieron impensable un acontecimiento de la magnitud de una revolución. “La revolución haitiana cuestionó las premisas ontológicas y políticas de la mayoría de los autores radicales de la Ilustración. Los acontecimientos que sacudieron Santo Domingo entre 1791 y 1804 constituyeron una secuencia para la que ni siquiera la extrema izquierda política de Francia o Inglaterra tenían un marco conceptual de referencia. Eran hechos ‘impensables’ en el marco del pensamiento occidental.”33

De frente a la inminencia de los hechos, pensadores y políticos aún se esforzaban por meter la rebelión en una camisa de fuerza, tan apretada como su visión del mundo y del esclavo haitiano. Empujaban “los hechos que tenían lugar dentro del orden adecuado del discurso”.34 La rebelión seguramente habría de estar motivada por fallas de los plantadores o por influencias ideológicas externas, recurrían a teorías conspirativas sosteniendo que algún conspirador blanco o mulato debía ser el artífice de la revuelta. En ningún caso era pensable que los actores de la revuelta fuesen los propios esclavos negros, que la rebelión persiguiese un cambio revolucionario y que fuese hecha por la mayoría de la población esclava.

La incapacidad de leer lo que estaba ocurriendo redundó en la contradicción de tener que dictar una serie de leyes y medidas para oprimir y detener los actos de rebeldía, al mismo tiempo que estos eran negadas en el discurso oficial.

Estas negativas y contradicciones son muestra de lo impensable que fue la revolución haitiana. Si, de la mano con Trouillot y Davoine, se define lo impensable como aquello que está al margen de lo concebible, que no puede ser respondido porque pone en jaque los términos bajo los cuales se formulan las preguntas, y que tampoco admite articulación alguna en la lengua porque la palabra es impedida por el marco que la ve nacer, “la Revolución haitiana era impensable en su tiempo: cuestionó el marco mismo dentro del que partidarios y detractores habían estudiado la raza, el colonialismo y la esclavitud en América”.35

¿Se puede silenciar algo que no es pensable? Aquí, el silencio crea lo impensable.

Inimaginable a su vez, la radicalidad del fenómeno no admitía moldes del pensamiento, este se veló ante la magnitud de los hechos. No es extraño que el pensamiento repela acontecimientos que cuestionan de raíz las premisas sobre las que ha sido erigido. Inimaginable e impensable lo fue también para los propios esclavos. “La Revolución no sólo era impensable en Occidente y, por tanto, inesperada, sino que también –en gran medida– no fue expresada entre los propios esclavos. Quiero decir con esto que la Revolución no estaba precedida ni siquiera acompañada de un discurso intelectual explícito”.36 Pese a que los revolucionarios haitianos no estaban condicionados por límites ideológicos previos fijados por intelectuales profesionales de la colonia o de otro lugar, no concretaron una articulación discursiva de las reivindicaciones que perseguían sus revueltas. Y, sin embargo, no cesaron de cruzar umbrales políticos y abrir nuevos horizontes que pusieron a temblar los marcos de lo posible y políticamente correcto (la abolición del comercio esclavo y de la propia esclavitud, la unicidad de la humanidad, la ilegitimidad de las categorías raciales, y el derecho de todos los pueblos a la autodeterminación, por mencionar algunos). Y esto requiere una gran fuerza destructiva.

Lo que observamos en la revolución haitiana es que los límites de lo articulable parecen estar en relación con la magnitud de la fuerza destructiva que entraña la traducción o el estallido de los silencios. La destrucción del orden previo fue posibilitada gracias, precisamente, al silencio, el silencio que escapó a cualquier tipo de control y de disciplinamiento, lo inadvertido, lo impensable, lo inimaginable, incluso por parte del oprimido. Como si esa gran fuerza destructiva impidiera de antemano la cooptación del silencio. El poder no pudo neutralizarlo: crea él mismo lo que se le resiste. En tanto silencia crea el silencio que le opondrá resistencia. Digamos que crea una sombra de la que no se puede deshacer sino hasta que esta termine absorbiéndolo.

Decíamos que el silencio se ubica en las dos puntas del hilo. Por un lado, el silencio constituye lo impensable y es de vocación libertaria, por otro, el silencio está creándose todo el tiempo; diría Trouillot que es la condición de posibilidad de un hecho, pero advertimos también que es la condición de posibilidad del poder que lo crea y que redundará en lo que le oponga resistencia.

La revolución que era impensable, con el paso del tiempo y debido a las turbulencias económicas y políticas que socavaron a Haití, se convirtió en un no-acontecimiento, un hecho improbable e irracional. Se le negó un lugar digno en la historia oficial. Fue silenciada, borrada de la historia, abriendo un agujero enorme entre miles de historias de ancestros de múltiples linajes que estuvieron ahí y vivieron los combates que se quedaron sin el soporte de la historia que legitime tales vivencias. A su vez, metió otros silencios adentro de este silencio mayor: “el silenciamiento de la Revolución haitiana también provocó relegar a un segundo plano histórico tres temas a los que estaba vinculada: el racismo, la esclavitud y el colonialismo […] Cuanto menos parece importar el colonialismo y el racismo en la historia universal, menos importa también la Revolución haitiana”.37

Llegamos así a la paradoja mencionada. La vocación libertaria del silencio consiste en el poder de fisurar lo inconcebible, no-acontecimientos o hechos afectados de inexistencia, en el mismo instante en el que vuelven a ser silenciados para volver a producir no-acontecimientos y dejar fermentando más silencios hasta que estallen al hacer efervescencia. Quizá una efervescencia política del tamaño de una revolución. Es como intentar meter a la fuerza el corcho en una botella de whisky mientras hace efervescencia.

La efervescencia del silencio de la que hablamos es justamente la manifestación de lo fecundo que resulta el amorío entre la lengua y el tiempo. Fecundidad que garantiza la traducibilidad del silencio.

Por ello, afirmamos que la resistencia política de los pueblos colonizados está leudada con la resistencia que le es propia a la lengua, que no admite borradura ni sello de clausura gracias, precisamente, al silencio.

A modo de conclusión: el guardapelo de la historia

A finales del siglo xix, al fragor de las guerras de colonización, se hicieron costumbre unos objetos muy pequeños que los orfebres idearon para que fungieran como “tumbas que se abren como un cofrecito”.38 Generalmente el varón que partía a la guerra metía un mechón de su cabello en un guardapelo que entregaba a la mujer antes de partir. Las mujeres se colgaban los guardapelos al cuello, muy cerca del corazón, para mantener el recuerdo del amante cerca de ese lugar fecundo.

Hemos advertido que los silencios entran en la historia de dos maneras. Cuando el poder silencia hechos convirtiéndolos en no-acontecimientos y nulificando pedazos de vida de pueblos enteros. Al hacerlo el poder crea lo que se le resiste. Gracias a la traducibilidad que le es inmanente a la lengua, los silencios se acumulan con el tiempo, produciendo capas de silencio que sólo con algún golpe de fuerza serán fisuradas provocando un estallido con destellos políticos. Marcan pues su segunda entrada a la historia. Con la fuerza destructiva que les es característica, los silencios irrumpen hasta conseguir su traducción y modificar las historias sobre las que se erige la historia. En pocas palabras, el silencio hace historia, tanto porque en él mismo anida la vida de la lengua que garantiza su despliegue en el tiempo, como también porque el silencio al entrar en la historia de manera estrepitosa y a riesgo de muerte, hace historia.

El guardapelo colgado al cuello cargaba con el muerto, con el dolor del muerto haciéndolo sentir como propio y con el secreto anhelo del retorno esperando que el muerto estuviese vivo.

Los guardapelos, decíamos, son símbolo de amoríos, pero también revelan los cruces entre la historia y la Historia de los que hemos hablado en este texto. Eran elaborados por muchas manos, no sólo las del orfebre, también las del tejedor. Mediante una técnica que implicaba el uso de pesas de plomo y atado de nudos marineros, el tejedor se encargaba de dar la tensión correcta a cada cabello, y los limpiaba de impurezas metiéndolos a una solución salina. Así quedaban perfectamente listos para su posterior tejido, se elaboraban trenzas, flores, hojas, guirnaldas, iniciales de nombres, paisajes o incluso la fotografía del amante tejiendo debidamente cada hilo de cabello. Pero sucedía que, con el tiempo, a veces los cabellos tan finamente acomodados se mezclaban por error con los hilos metálicos de las cadenas que sostenían a los guardapelos. Causando imperfectos, enredos, agujeros y un corto circuito en su uso.

Así también pierden tensión los hilos que nos vinculan a otros, vivos o muertos, se enredan entre sí o con hilos que son de otro material y de otro planeta, al menos de un territorio extranjero en el que la palabra fue impedida, tejiendo agujeros amorfos en donde debería haber ataduras.

Esos guardapelos tenían otra peculiaridad: en su diseño, los orfebres más avisados elaboraban un mecanismo de apertura que sólo dejara ver una hendidura al interior y colocaban una segunda hendidura que se mantenía oculta al curioso, para resguardar allí un objeto más secreto. El guardapelo de la historia se abre y se destapa como se tapan y destapan los silencios uno a otro, pero el secreto se mantiene. Los guardapelos no sólo tienen su vida en la historia, sino que guardan la vida de la historia: el amorío entre la lengua y el tiempo que decidirá cómo y en qué momento resucitan los muertos o estallan los silencios.

Fuentes consultadas

Bibliografía

Benjamin, Walter, “Charles Baudelaire, Tableaux parisiens” en Obras, España, Abada Editores, 2010, libro iv, vol. 1.

Davoine, Françoise, La Locura Wittgenstein, Santiago de Chile, Social-Ediciones, 2018.

Davoine, Françoise y Jean-Max Gaudillière, Historia y trauma. La locura de las guerras, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2011.

Kovacsics, Adan, Guerra y lenguaje, Barcelona, Acantilado, 2007.

Kraus, Karl, En esta gran época. De cómo la prensa liberal engendra una guerra mundial, Madrid, Buenos Aires, Catarata/Libros del Zorzal, 2017.

Trouillot, Michel-Rolph, Silenciando el pasado. El poder y la producción de la historia, Granada, Comares, 2017.

Ugalde Bravo, Monserrat, “Un mechón de tu pelo para no olvidarte”, Relatos e Historias en México, Arqueología Mexicana, núm. 114, febrero de 2018.

Notas

* Posgrado en Estudios Latinoamericanos, unam.

1 Kovacsics, Guerra y lenguaje, 2007, p. 98.

2Ibid., p. 70.

3 Kraus, En esta gran época, 2017, p. 42.

4Ibid., pp. 41-42.

5 Kovacsics, Guerra y lenguaje, 2007, p. 70.

6Ibid., pp. 72-73.

7 Trouillot, Silenciando el pasado, 2017, p. 40.

8Ibid., p. xxviii.

9Ibid., p. 23.

10Ibid., p. 24.

11Ibid.

12Ibid., p. 40. Cursivas añadidas por la autora.

13 Davoine y Gaudillière, Historia y trauma, 2011, p. 142.

14Ibid., p. 49.

15Ibid., p. 78.

16Ibid., p. 108.

17 Davoine, La locura Wittgenstein, 2018, p. 119.

18 Davoine y Gaudillière, Historia y trauma, 2011, p. 147.

19Ibid., p. 105.

20 Davoine, La locura Wittgenstein, 2018, p. 158.

21Ibid.

22Ibid.

23Ibid., p. 163.

24 Davoine y Gaudillière, Historia y trauma, 2011, p. 37.

25Ibid., p. 128.

26Ibid., p. 146.

27 Benjamin, “Charles Baudelaire”, 2010, p. 10.

28Ibid., p. 11.

29Ibid.

30Ibid.

31 Davoine y Gaudillière, Historia y trauma, 2011, p. 66.

32Ibid., p. 223.

33 Trouillot, Silenciando el pasado, 2017, p. 69.

34Ibid., p. 77.

35Ibid., p. 69.

36Ibid., p. 74.

37Ibid., p. 82.

38 Ugalde, “Un mechón de tu pelo”, 2018, p. 52.

El “Plan Antillano” de Oliver Cromwell (1654-1656)

Lourdes de Ita*

Antecedentes: el caribe y europa a fines del siglo XVI y principios del XVII

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