La humanidad amenazada - Daniel Innerarity - E-Book

La humanidad amenazada E-Book

Daniel Innerarity

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Beschreibung

En el Primer Coloquio Internacional de Primavera «La humanidad amenazada: ¿Quién se hace cargo del futuro?», 38 especialistas de la talla de Noam Chomsky, Rigoberta Menchú o Tawakkol Karman, procedentes de 11 países, se reunieron para analizar y proyectar el futuro de la humanidad. Las discusiones abordaron temas cruciales en lo que acabó siendo una profunda indagación en la responsabilidad de la humanidad en la construcción y cuidado del futuro. El libro La humanidad amenazada reúne estas reflexiones. Los textos resultantes recorren todos los temas abordados: cómo pensar el futuro, los desafíos de la crisis climática, los retos que plantea la desigualdad en todo el mundo, y en el interior de las regiones y países, así como las posibilidades que tienen las democracias de asumir este contexto y fortalecerse. En una era donde la política y la democracia son cuestionadas y la confianza ciudadana decae, los gobiernos enfrentan una creciente inestabilidad y una pérdida de poder real. Mientras la democracia enfrenta un escrutinio mundial, los grandes problemas que azotan a la humanidad, ya sean económicos, medioambientales o de salud, tienen sus raíces y soluciones en el ámbito político. Ahora bien, ¿quién tomará las riendas del futuro? La obra destaca la necesidad de reflexionar sobre nuestra relación con la modernidad, con la naturaleza, y sobre cómo hemos erosionado valores fundamentales, como la solidaridad y los derechos que alguna vez promovieron la convivencia. Este libro da cuenta de la complejidad de los desafíos actuales y de la urgencia de pensar cómo construir el futuro que queremos.

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Daniel Innerarity y Eduardo Robledo (eds.) Cristina Monge (coord.)

La Humanidad amenazada

La Humanidad amenazada

¿Quién se hace cargo del futuro?

Daniel Innerarity y Eduardo Robledo (eds.) Cristina Monge (coord.)

© Daniel Innerarity y Eduardo Robledo, 2023

Primera edición, 2023

D. R. © 2023 Universidad Nacional Autónoma de México.

Coordinación de Humanidades.

Instituto de Investigaciones Históricas.

Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n.

Ciudad Universitaria, Alcaldía Coyoacán, Código Postal 04510.

Ciudad de México, México.

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano en todo el mundo

© Editorial Gedisa, S.A.

www.gedisa.com

Preimpresión: Moelmo, S.C.P.

eISBN Gedisa: 978-84-19406-53-8

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México y de Editorial Gedisa S.A.

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en

forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Índice

Presentación del Rector de la UNAM La humanidad amenazada: ¿Quién se hace cargo del futuro? Dr. Enrique Graue Wiechers

Introducción Dr. Eduardo Robledo Rincón

Prefacio Palabras de apertura Dra. Guadalupe Valencia García

Prólogo El futuro se llama incertidumbre Edgar Morin

Parte I Pensar el futuro Facultad de Filosofía y Letras

Pensar el futuro Ramón Ramos Torre

El cortoplacismo insostenible Daniel Innerarity

Democracia de inmunidad o el rechazo al migrante Donatella Di Cesare

Sin democracia no hay futuro posible Tawakkol Karman

Riesgos y escenarios, el futuro incierto Clarissa Ríos

Código QR: Memoria digital de las conversaciones temáticas con Flavia Tudela, Emilio Méndez y Xenia Rueda.

Código QR: Video de la jornada 1

Parte II ¿Hay un derecho humano al futuro? Facultad de Derecho

Derecho al futuro Ricardo Rivero Ortega

Los caminos de la humanidad por las distintas dimensiones del tiempo. Contemplar en profundidad el pasado para construir el futuro Rigoberta Menchú

Argentina: no habrá futuro sin derechos humanos Fernanda Gil Lozano

México: dos años en el Consejo de Seguridad de la ONU Juan Ramón de la Fuente

Código QR: Memoria digital de las conversaciones temáticas con Sergio García Ramírez, Julieta Morales Sánchez y Diego Valadés.

Código QR: Video de la jornada 2

Parte III Cambio climático y desarrollo local sustentable Facultad de Estudios Superiores Acatlán

El cambio climático es el resultado de un estilo de desarrollo Alicia Bárcena Ibarra

Grandes soluciones para grandes retos: una transformación tecnológica, económica... y social Teresa Ribera

La transición ecológica, el gran debate político Cristina Monge

Los inuit: nuestro derecho al frío Sheila Watt-Cloutier

Código QR: Memoria digital de las conversaciones temáticas con Laura Berta Reyes, Enrique Provencio, Antonio del Río Portilla y Jorge Zavala Hidalgo.

Código QR: Video de la jornada 3

Parte IV Desigualdad, financiamiento y políticas públicas para el desarrollo en América Latina Facultad de Economía

América Latina: del estructuralismo de la CEPAL al social-desarrollismo brasileño Ricardo Bielschowsky

Hacia la responsabilidad global para una salud planetaria: el caso de México Arantxa Colchero

Preparar el terreno para un futuro de crecimiento en Latinoamérica y el Caribe Victoria Nuguer

Código QR: Memoria digital de las conversaciones temáticas con Rolando Cordera y Carlos Urzúa Macías.

Código QR: Video de la jornada 4

Parte V Política, gobierno y democracia en el siglo xxiFacultad de Ciencias Políticas y Sociales

El impacto de la globalización sobre la democracia Josep M. Colomer

Los destructivos amos del mundo Noam Chomsky

La confianza en los Gobiernos, clave para pensar el futuro Pippa Norris

Código QR: Memoria digital de las conversaciones temáticas con Judit Bokser, José Woldenberg y Raúl Trejo Delarbre.

Código QR: Video de la jornada 5

Resumen del encuentro desde la visión de las y los Directores

La humanidad esperanzada: hacerse cargo del futuro Mary Frances Rodríguez

Tomarse en serio el futuro: las formas de relacionarnos con la humanidad futura Raúl Contreras Bustamante

Cambio climático y desarrollo local sustentable Manuel Martínez Justo

Desigualdad social, financiamiento y políticas públicas para el desarrollo duradero Eduardo Vega López

Reflexiones. Primer Coloquio Internacional «La humanidad amenazada: ¿Quién se hace cargo del futuro?» Carola García Calderón

Clausura Dr. Leonardo Lomelí

Epílogo Recuperar el futuro Daniel Innerarity

Participantes del Primer Coloquio Internacional de Primavera «La Humanidad amenazada: ¿Quién se hace cargo del futuro?»

Presentación La humanidad amenazada: ¿Quién se hace cargo del futuro?

Dr. Enrique Graue Wiechers

Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México

«Por mi raza hablará el espíritu».

Responder a una pregunta tan compleja y trascendental, como la que se planteó en el Coloquio Internacional de Primavera 2023, requiere de un enorme esfuerzo creativo y de un compromiso teórico, científico, ético, profesional y humano.

Ciertamente, la posibilidad de concebir y construir un futuro libre, equitativo y sostenible para gran parte de la humanidad se encuentra bajo amenaza debido a diversos intereses. Por lo tanto, asumir la responsabilidad de este futuro incierto implica un firme posicionamiento, tanto individual como colectivo, frente a las injusticias, la desigualdad y la violencia.

Consciente de su papel y en línea con su tradición y misión centenaria, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mediante el Programa Universitario de Gobierno (PUGOB), convocó a un total de 36 especialistas de 11 países, con el objetivo de analizar, discutir y presentar propuestas que influyeran en los factores que generan vulnerabilidad y que afectan la estabilidad sociopolítica, económica y ecológica de las sociedades.

Esta publicación recopila la contribución de eminentes personalidades como Noam Chomsky, Rigoberta Menchú, Tawakkol Karman, Alicia Bárcena, Daniel Innerarity, Josep Colomer, Juan Ramón de la Fuente y Cristina Monge, entre muchas otras. Con cinco temas principales, participaron en un ejercicio de reflexión y diálogo para comprender y mejorar la evolución de los derechos humanos, las crisis climáticas, la desigualdad, los conflictos geopolíticos y las perspectivas de la democracia en el siglo xxi.

En nombre de toda la comunidad de la UNAM, quisiera expresar mi agradecimiento al Dr. Eduardo Robledo Rincón, titular del PUGOB, a todo su equipo de trabajo y a las facultades de Filosofía y Letras, de Derecho, de Estudios Superiores Acatlán, de Economía, y de Ciencias Políticas y Sociales, por su labor excepcional de coordinación y por esta edición tan valiosa.

De igual forma, me gustaría agradecer y reconocer a los estudiantes y académicos de otras universidades de nuestro país, a la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, y a los representantes de organizaciones sociales, públicas y privadas por su entusiasta participación.

Sin sus aportaciones, su energía y su espíritu crítico, sería imposible formular una respuesta real a esa pregunta, ya que la resolución de los problemas y los desafíos, actuales y futuros, solo puede lograrse mediante la cooperación, la empatía, la solidaridad y el trabajo en equipo.

Introducción

Eduardo Robledo Rincón

Coordinador del Programa Universitario de Gobierno de la UNAM

Del 24 al 28 de abril de 2023 se llevó a cabo, bajo los auspicios de la Universidad Nacional Autónoma de México, y bajo la dirección colegiada del profesor Daniel Innerarity y de quien les escribe, el Primer Coloquio Internacional de Primavera dedicado a reflexionar sobre «La Humanidad amenazada: ¿Quién se hace cargo del futuro?» 38 especialistas de once países y distintas áreas de conocimiento analizaron en profundidad a lo largo de cinco días, y ante más de 3700 participantes, el porvenir que ahora llama a nuestra puerta. De estas reflexiones ha surgido este libro, que recoge los contenidos de las ponencias presentadas y del debate mantenido.

El Coloquio ha recogido la estela de un congreso celebrado en 2010 en San Sebastián, España, organizado por el profesor Innerarity y Javier Solana, en la que se preguntaban: «¿Vivimos en una sociedad en la que el futuro es amenazante, está en peligro, y debe ser protegido?» Y si es así, ¿protegido de qué, por quién y de qué modo?

Este Coloquio de Primavera se inscribe en la larga tradición de la Universidad Nacional Autónoma de México de ser un espacio plural, libre e interdisciplinar, para el análisis de los más diversos asuntos que nos afectan como especie. El futuro de la humanidad y sus amenazas exigen un análisis poliédrico desde distintas áreas del conocimiento, por lo que a la cita fueron convocados ambientalistas, economistas, internacionalistas, politólogos, juristas, activistas, y un largo etcétera.

Nada de esto hubiera sido posible sin las aportaciones del Rector de la UNAM, del Secretario General, de la Coordinadora de Humanidades, de las directoras de Ciencias Políticas y Filosofía y Letras, así como los directores de Derecho, Economía y Acatlán, que condujeron el diálogo entre alumnos, académicos y participantes en general.

A través de cinco ejes temáticos, como se refleja en este libro —Pensar el futuro, El derecho humano al futuro, Calentamiento global y desarrollo sustentable, Desigualdad, financiamiento y políticas públicas para el desarrollo y Política, gobierno y democracia en el siglo xxi—, se intentó contestar a la incógnita: «¿Quién se hace cargo del futuro?».

Pensar lo que nos espera como especie es vital, porque el futuro es incierto pero inevitable, como señala Edgar Morin. Sin embargo, los humanos, presos de cortoplacismo, hemos olvidado, o relegado muy a menudo, la tarea de pensar sobre el futuro, lo que ha terminado por dar legitimidad a la destrucción de todo lo que se puede destruir con alguna utilidad para el ahora, olvidando el mañana.

El derecho al futuro señala el derecho que tienen las generaciones que vienen a heredar un mundo en condiciones adecuadas para la vida del hombre. Esto incluye preservar el medio ambiente, proteger el agua, los bosques, atender los cambios climáticos y el efecto invernadero. Sin embargo, también incluye tener ya, con carácter urgente, una respuesta a las crisis económicas, sanitarias, humanitarias y las que se presenten. El futuro necesita evitar hoy la guerra, proteger la democracia, combatir el crimen organizado y toda clase de desigualdades extremas. Y todo ello, sin caer en ese acto de autoritarismo generacional, en expresión de Rigoberta Menchú, que supondría codificar el futuro por parte de las generaciones actuales.

Para que estos derechos se respeten, en el planeta Tierra tiene que seguir siendo posible la vida. Si no se ponen las medidas adecuadas, en 20 años el 75 % de los habitantes tendrá problemas con el aire que respira y el incremento de temperaturas puede modificar la biosfera de una forma definitiva para la seres vivos, en especial y en primer lugar, para quienes menos tienen, porque quienes menos han contaminado son los que tienen más dificultades para afrontar los retos de la adaptación y la mitigación.

El trasfondo de este debate no es otro que el modelo económico, y las transiciones pendientes necesitan incorporar la idea de justicia social. Según recordaba Chomsky, las 20 corporaciones mayores de Estados Unidos concentran la mitad del PIB mundial, en tanto que los humanos en niveles de supervivencia suman ya 3.400 millones en los 5 continentes. La mayor parte de las instituciones relacionadas con la economía mundial indican que el bajo crecimiento va a continuar por lo menos en el próximo lustro, con un efecto inmediato en el incremento de la pobreza.

Para abordar todos estos retos es fundamental la política, y en concreto la política democrática, pese al desprestigio y retroceso que sufre en buena parte del globo. En Suiza la democracia tiene la aprobación del 70 % de la población, en México del 46 % y en Estados Unidos el 32 %, solo para citar tres ejemplos. Muchos gobiernos democráticos, ante las múltiples demandas, imposibles de atender, se han refugiado en la inmovilidad o, en el mejor de los casos, en atender lo urgente, lo simple; mientras que a los asuntos del futuro, como señala Innerarity, la política parece haber llegado tarde.

La pregunta que da pie a este Coloquio de Primavera, «¿Quién se hace cargo del futuro?», intenta dilucidar quién o quiénes y de qué manera se han de hacer cargo de estos asuntos en una sociedad compleja que no está amenazada por una o varias crisis, sino configurada ella misma de una manera crítica.

Las intenciones y las ideas vertidas en este Primer Coloquio Internacional de Primavera tienen una amplia coincidencia con los propósitos de la Organización de las Naciones Unidas y la anunciada Cumbre del Futuro en 2024. En este encuentro de jefes de Estado se abordarán cuatro temas centrales: mejorar la cooperación internacional para enfrentar los desafíos mundiales; subsanar las deficiencias de la gobernanza en los países y entre los países; reafirmar los compromisos establecidos y cumplirlos, sobre todo en materia del medio ambiente; y avanzar en un sistema multilateral revitalizado para ser eficaz. La organización de las Naciones Unidas se propone la construcción de un Pacto de Futuro, en la que los jefes de Estado definan las acciones y los pasos que deben darse de inmediato para resolver los problemas que se acuerden en el encuentro.

Hay un propósito predominante hacia el futuro y en ese vértice se encontrarán las intenciones del organismo mundial y, de manera modesta, nuestros trabajos de un próximo evento: el Segundo Coloquio Internacional de Primavera del año 2024 en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Prefacio

Palabras de apertura

Dra. Guadalupe Valencia García, Coordinadora de Humanidades

Es un gran gusto compartir este presídium con el Dr. Eduardo Robledo Rincón, coordinador del Programa Universitario de Gobierno, quien atendió el llamado del rector de la UNAM, el Dr. Enrique Graue Wiechers, para convocar a intelectuales de enorme prestigio en los temas que aquí se tratarán.

El Dr. Eduardo Robledo supo sumar esfuerzos y complicidades con el secretario general de la UNAM, el Dr. Leonardo Lomelí, y con cinco facultades de nuestra UNAM para hacer posible que hoy estemos aquí para iniciar el Primer Coloquio Internacional «La humanidad amenazada: ¿Quién se hace cargo del futuro?».

Saludo con mucho afecto a las y los directores de las facultades convocantes: de la Facultad de Filosofía y Letras, a la Dra. Mary Frances Rodríguez; de la Facultad de Derecho, al Dr. Raúl Contreras Bustamante; de la de Contaduría y Administración, al Mtro. Tomás Humberto Rubio; de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, a la Dra. Carola García, y de la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán, al Dr. Manuel Martínez Justo.

Nos honran con su presencia, también, el Dr. Mario Luis Fuentes, presidente de la Junta de Patronos de la Universidad; el Dr. Jorge Cadena, integrante de la Junta de Gobierno y secretario general de COMECSO; la Dra. Mónica González Contró, directora del Instituto de Investigaciones Jurídicas; la Dra. Carla Valverde, coordinadora del Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales; la Dra. Judit Bokser, excoordinadora del mismo posgrado y directora de la muy prestigiada Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales. También nos acompaña el rector de la Universidad Autónoma del Estado de Chiapas, Carlos Natarén.

Le doy la bienvenida a todas y todos los conferencistas y panelistas que nos acompañarán de manera presencial o por teletransportación, como se usa ahora. Nos acompaña de manera presencial el Dr. Ramón Ramos Torre, de la Universidad Complutense de Madrid, un magnífico sociólogo que nos ha regalado obras fundamentales para entender el tiempo, el riesgo, el futuro, el homo tragicus y las narrativas sobre el cambio climático, entre otros temas, con análisis ponderados y sin acogerse a las modas en las que el pesimismo apocalíptico nos puede dejar desamparados.

Se trata de un primer coloquio que, al denominarse así, promete no ser el único ni el último y seguramente será apenas el inicio de otras primaveras por venir en las que se analizarán temas tan urgentes como este. El coloquio tiene un antecedente importantísimo: el celebrado en octubre de 2010 en San Sebastián, España, coordinado por Daniel Innerarity y Javier Solana y titulado «La humanidad amenazada, gobernar los riesgos globales».

En la publicación del mismo nombre, los organizadores confiesan que, en materia de amenazas globales y peligros futuros, tener razón no es nada reconfortante… y tienen razón. Por ello, y para movilizar nuestra inteligencia y todos nuestros recursos intelectuales, políticos y estratégicos, este coloquio se suma a las voces y también a las acciones encaminadas a construir caminos y salidas ante las amenazas del presente, respondiendo a la pregunta: ¿quién se hace cargo del futuro?

Pregunta que podría plantearse en plural y desdoblarse en muchas más para inquirir sobre quiénes se hacen responsables del mañana, pero sobre todo para preguntar cómo y en qué sentido actores diversos deberían hacerse cargo de garantizar que el futuro, aunque parezca opaco, incierto, catastrófico, amenazante, sea una responsabilidad, aunque diferencialmente compartida. Está claro, y este es un problema ético de la mayor envergadura, que la llamada responsabilidad climática es diferencial entre regiones, países e incluso en el interior de estos. Y esto es parte de lo que debe discutirse para responder a la gran pregunta de este coloquio: ¿quiénes se hacen cargo del futuro y de qué manera?

No me queda sino desear que cada una de las jornadas de esta semana contribuyan al necesario debate que hemos de dar como seres capaces de imaginar, soñar y construir nuevos contratos sociales, globales, nacionales y locales para hacer del único mundo que tenemos un lugar perdurable. Y, dicho esto, y a nombre del señor rector de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México, el Dr. Enrique Graue Wiechers, y siendo las 10 con 42 minutos, declaro inaugurado el Primer Coloquio Internacional «La humanidad amenazada: ¿Quién se hace cargo del futuro?».

Prólogo El futuro se llama incertidumbre

Edgar Morin

Filósofo y sociólogo francés

El futuro se llama incertidumbre: incertidumbre porque no sabemos qué va a llegar. En la actualidad, hay varias hipótesis, varias tendencias. Una tendencia muy fuerte es aquella que podemos considerar desastrosa o catastrófica. Es la que emergió al inicio de este siglo o a la finalización del anterior, con un tipo de mundialización del poder absoluto del aprovechamiento sin fin del planeta, con la crisis universal de la democracia en el mundo, la regresión política y la posibilidad de la sociedad de sumisión total, como es el caso de China, un ejemplo maravilloso del control numérico de las poblaciones.

En medio de esta tendencia regresiva, llegaron además la crisis de la pandemia y la enorme crisis de la biosfera del planeta, cuya situación no ha dejado de agravarse. Añadamos la guerra de Ucrania con todas las consecuencias económicas actuales y con las consecuencias potenciales de desintegración, de generalización, de mundialización del conflicto. Esta es la situación y, actualmente, los rasgos regresivos me parecen dominantes. Los hechos positivos son muy pequeños y parciales.

Por el contrario, la perspectiva de un buen desarrollo de la técnica de la ciencia supone lo siguiente: si no hay una conciencia planetaria del destino común de la humanidad, no podemos avanzar hacia una sociedad mejor.

En esta situación, ¿qué hacer? En primer lugar, observación; una observación que necesita un modo de conocimiento y de pensamiento complejos para ver la multiplicidad de rasgos de las crisis de hoy. Necesita un nuevo pensamiento, no el pensamiento cuantitativo o economista de hoy, sino un pensamiento que aún no existe. Esto significa una necesidad de educación en un modo de entender la complejidad del universo y de los cambios.

La otra opción es resistir; resistir contra las barbaries que hoy día se hacen cada vez más potentes. La vieja barbarie del odio, del desprecio, de la tortura, que continúa en diversos países, en la guerra de Ucrania; esta vieja barbarie se actualiza de nuevo, es un nuevo peligro. Pero esta barbarie está ligada con la barbarie fría, helada, del modo de pensar; con el cálculo, con la economía, que ve únicamente lo cuantitativo, no la humanidad de las gentes, de los hombres y de las mujeres.

Promovamos, en esta situación, vigilancia, lucidez, resistencia. Podemos llegar a acontecimientos inesperados —como sucedió en el pasado—, a acontecimientos positivos. Si alcanzamos dichos acontecimientos, debemos impulsar el desarrollo de lo mejor que exista en ellos.

Por tanto, no debemos desesperar. No hay un destino inevitable. Hay probabilidades muy fuertes, muy feas, es verdad. Pero no es una fatalidad, algo que vaya a ocurrir se haga lo que se haga. Contamos con la resistencia de la mente, la resistencia de la fraternidad, la resistencia del pensamiento. Todas estas formas de resistencia son necesarias, sobre todo, para los intelectuales, para los enseñantes, para todos los que tienen una responsabilidad educativa en los pueblos del mundo, entre las gentes del planeta Tierra.

Parte I

Pensar el futuro

Facultad de Filosofía y Letras

Pensar el futuro

Ramón Ramos Torre

Catedrático Emérito de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid

Hace casi 5.000 años, Gilgamesh, rey de Uruk, en Sumeria, emprende un peligroso viaje para hacerse con la planta milagrosa de la eterna juventud. Luchaba contra el tiempo que nos devora y quería asegurar un futuro esquivo. El poema que narra sus aventuras nos cuenta que no consiguió plenamente su objetivo y que al final no hizo sino irritar a los dioses.

Dos mil años más tarde, Edipo, tyrannos de Tebas, utilizando una fina inteligencia que resolvía enigmas, intenta sortear un futuro que amenaza con convertirlo en incestuoso y parricida. Todo lo que hace para eludirlo se vuelve en su contra y ayuda al cumplimiento de lo inevitable. Al final, el destino se cumple y sus juegos con el futuro resultan una muestra más de la ironía trágica que domina el tiempo de los humanos.

El 12 de julio de 1789, el duque de La Rochefoucauld despacha con Luis XVI, rey de Francia, sobre los acontecimientos ocurridos en París. «¿Es una revuelta?», pregunta el rey. «No, sire, es una revolución», le contesta el duque. El futuro muestra así su radical apertura, su creatividad, la insensatez de pensarlo como una prolongación o repetición del pasado, tal como enseñaba la tradición en la que habían sido educados los poderosos de la época.

No sigo enumerando casos que podrían tenernos entretenidos un largo tiempo. Si me interesan y vienen a cuento, es porque muestran que el cometido que aquí nos fijamos, pensar el futuro, constituye algo universal. Es verdad: los humanos nos hemos visto siempre abocados a pensar el futuro. Pero precisemos y dejémoslo claro desde el principio: el futuro que estaba en la mente de los sumerios de hace 5.000 años, o el futuro del héroe de la tragedia de Sófocles representada en Atenas hace 2.500 años, o el futuro al que se enfrentaban el rey y su aristocrático consejero en julio de 1789..., todos esos futuros difieren en su semántica y su pragmática básicas, es decir: en lo que significan y en lo que se puede o debe hacer en relación con cada uno de ellos; y también difieren del futuro que hemos de pensar en la actualidad. El futuro ha ido variando, tiene una historia propia y, como veremos, hay que pensarlo como plural y, además, sometido a fuertes disputas. Por lo tanto, más que pensar el futuro, hay que proponerse pensar los futuros y analizar cómo difieren y se enfrentan entre sí.

La «enfermedad del tiempo»

Pongámonos a la tarea. No creo que podamos dar con resultados de interés si no atendemos desde el principio a la coyuntura en que emprendemos el trabajo. Y esa coyuntura es, por decirlo de forma expresiva, la de la resaca del síndrome posmoderno que hemos estado sufriendo en los últimos 30 años. Como resaca, se trata de una situación que une la recuperación, unas molestias persistentes y el asombro ante los excesos vividos. Como síndrome posmoderno, se trata de un conjunto de síntomas, con orígenes y características diferentes que tienen un punto de coincidencia. ¿Cuál? Llevándolo todo a un rasgo común, me atrevo a señalar lo siguiente: apuntan a un peculiar malestar temporal o incluso a una enfermedad del tiempo, propia de la época. Esa enfermedad se materializa en tres manifestaciones: por un lado, una supuesta atemporalización del mundo social; por otro, una disolución del futuro a favor de un presentismo radical; y, por último, una tendencia a sustituir el tiempo en ruinas por el espacio y la espacialización.

Esto diagnosticaron algunos pensadores decisivos de finales del siglo xx, pero sobre todo la tribu que más me interesa, pues formo parte de ella; me refiero al colectivo que integran los científicos sociales y, más específicamente, los sociólogos. Ya sea en términos de celebración, ya en términos de crítica y lamento, una parte importante de ese colectivo ha dedicado su atención a realizar un diagnóstico de época centrado en lo que es sensato denominar síndrome posmoderno, pues la referencia, explícita o implícita, a la posmodernidad constituye su espacio de encuentro y acuerdo.

¿A qué me estoy refiriendo? Seré muy sintético. En toda una corriente de estudios que han centrado su atención en la emergencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, pero también en otras aproximaciones que han enfatizado los últimos avatares del capitalismo globalizado y progresivamente financierizado, o han desvelado la dinámica propia de una sociedad en red y dominada por la aceleración (o la velocidad)...; en todas esas corrientes y en otras semejantes, el mantra repetido hasta la saciedad es que el tiempo que ordena y mide se ha hecho migajas, las secuencias ordenadoras han caído en la ruina y todo se desplaza hacia una simultaneidad inasimilable. Habríamos caído en un paradójico tiempo atemporal, sin antes ni después, sin ordenación de comienzos y finales, sin asignación de secuencias normativas a lo que ocurre, sin etapas, sin plazos creíbles; un tiempo libre de relojes y calendarios, lo que permite que todo pueda ocurrir, sin preaviso, en cualquier momento.

Otra corriente, muy cercana a esta, amplía y dramatiza el diagnóstico. Propone que vivimos en sociedades tendentes a la amnesia, que no pueden recordar ni alcanzar sentido a partir de lo vivido, pero en las que tampoco es posible recurrir a un futuro creíble que asegure una estación de llegada a la experiencia del mundo. Falto de sus horizontes de pasado y de futuro, el presente se encierra en sí mismo, ya sea como presente extendido entre cuyos límites quedamos encerrados sin poder contemplar nada que quede fuera de ese recinto, ya como presente puntual en el que nada puede estar ni arraigarse y que nos condena a un perenne deslizamiento entre instantes atomizados. Se afirma así un presentismo radical que, al parecer de algún historiador de prestigio, es el núcleo de un nuevo régimen de historicidad, que sucede a otros que lo precedieron, nucleados en el recuerdo del pasado o en la espera optimista del futuro.

Si todo el entramado temporal se viene abajo, el consecuente vacío pasa a ocupar el espacio. Según esta propuesta, viviríamos en sociedades radicalmente espacializadas, libres de grandes relatos, deshistorizadas y desfuturizadas, en las que solo lo propiamente espacial (lo contiguo, lo conectado, lo superpuesto, lo mediado, lo lejano, lo cercano, la red, etcétera) nos permitiría asegurar la reproducción del sistema social.

Un síndrome posmoderno

Es este conjunto de diagnósticos de época lo que da pie para hablar del síndrome posmoderno. El argumento dominante —y de ahí el énfasis en el pos— es que ese mundo ha emergido como sustituto del mundo moderno o de la primera modernidad, mundo que estaría entramado temporalmente de una forma inversa a la posmoderna. En efecto, la novedad del mundo de la modernidad habría consistido en haber procedido a la temporalización de todo el espacio de la experiencia, lo que se habría traducido en la estricta cronificación de los medios institucionales y las prácticas correspondientes (marcadas por la disciplina de los ubicuos calendarios y relojes), y en una futurización expansiva que habría conseguido, por medio de la gran narración ficcional del progreso, sosegar las ansiedades provocadas por la experiencia de un cambio permanente. Cronificación expansiva y futurización radical serían sus rasgos identificativos: lo propio y distintivo de la extinta modernidad.

Lo que llamo síndrome posmoderno comportaría el acta de defunción de ese mundo. Como se puede apreciar, es una criatura tópica que surge de propuestas sobre el cambio sociocultural que propone que el tiempo se ha resquebrajado, el pasado y el futuro están huidos y solo nos queda un presente, a veces puntual, otras alargado, del que no podemos salir. Huérfanos del tiempo de la memoria y la espera, solo nos queda la celebración del carpe diem o el lamento por la orfandad de realidad que sufrimos.

Volvamos ahora al punto de partida. Conocemos ya la coyuntura en la que hemos de pensar el futuro y podemos convenir en que estamos situados en una época de resaca del síndrome posmoderno. Esto significa que el síndrome se ha ido desvaneciendo, aunque todavía estemos afectados por sus consecuencias.

¿Qué podemos decir, entonces, de la propuesta posmoderna? ¿Nos proporciona un retrato convincente y empíricamente contrastado del mundo social en que vivimos? ¿Nos permite pensar seriamente el tiempo y, en especial, el futuro del mundo en el que estamos? No lo creo, aunque, ciertamente, haya que tomar en consideración algunas de las cuestiones sobre las que, con toda razón, ha tenido a bien llamar la atención.

Refundar el tiempo

Hay dos defectos de orden muy general que lastran la propuesta y no se pueden dejar de apuntar. Por un lado, un discurso que identifica el cambio con la desaparición, siguiendo en esto las jeremiadas típicas del conservadurismo decimonónico, que amaba lamentarse de la caída en los infiernos e identificaba la ruina del mundo tradicional con el acabamiento de todas las cosas y la destrucción de todo orden humano. En contra de esto, podemos adelantar que los cambios que sufre el tiempo y, más específicamente, los cambios a que se ha sometido la semántica y la pragmática del futuro no suponen lisa y llanamente la desaparición de ese futuro, su supresión. Veremos, por el contrario, que el futuro cambiado es un futuro transformado, reconformado, razón por la cual hay que atender tanto a lo que desaparece como a lo que emerge.

La otra carencia que me parece crucial es la que resulta de una tendencia muy arraigada en lo que algunos han llamado la Gran Teoría, tendencia dada a presentar la realidad que analiza como si estuviera vertebrada a partir de un principio unitario que todo lo informa. Según esta aproximación, habría que fijar una semántica y una pragmática del futuro que serían únicas, universales y, por lo tanto, omnipresentes. En consecuencia, no se contemplaría la posibilidad de futuros múltiples y heterogéneos, no solo sucesivos, sino coexistentes, copresentes, que estarían entrañados en nichos institucionales distintos o en las prácticas de diferentes grupos sociales.

Bastará con que proyectemos estas reflexiones críticas sobre los debates acerca de la modernidad para comprobar sus consecuencias. Por seguir con Luis XVI y sus conversaciones con el duque de La Rochefoucauld, convengamos en que ninguno de los dos concebía la posibilidad de una revolución que procediera a una fundación radical de la comunidad política, cortara toda continuidad con lo precedente y afirmara con orgullo su ilegitimidad. Desde su punto de vista, lo que se puso en marcha a partir del 14 de julio era la caída en los infiernos, la destrucción de la sociedad y el sacrificio de un tiempo ritualizado y sacralizado que había sido creado por Dios y legado a los hombres y a sus reyes.

Y es verdad que para ellos era la negación del tiempo, pero los acontecimientos mostraron que se trataba en realidad de la recreación o refundación del tiempo, cosa que los revolucionarios hicieron patente al aprobar un nuevo calendario republicano basado en la razón, la naturaleza y la nación. Y de la mano del nuevo calendario, rechazaron el futuro tradicional, que se había concebido a lo largo de los siglos como destino o como providencia divina, sustituyéndolo por un futuro de progreso, abierto a la acción humana, que anuncia novedades sorprendentes y está enfocado a la emancipación de los seres humanos, no a la gloria de Dios y de sus reyes.

Convengamos también en que la emergencia de esa novedad, y la consecuente transformación del tiempo en general y del futuro en particular, no supusieron la universal estructuración de toda la experiencia a partir de una matriz unitaria. Por centrarnos en lo que nos interesa: el futuro del progreso —que se teorizó acogiéndose a argumentos muy diversos— se situaba al lado de otras experiencias que presuponían marcos temporales muy diversos. Me limito a llamar la atención sobre dos experiencias cruciales, que poco tienen que ver con la idea de un futuro de progreso. Piénsese, en efecto, en la nación y el Romanticismo. Son experiencias socioculturales típicas y expresivamente modernas, pero cada una de ellas hace referencia a algo que no está inscrito necesaria y plenamente en la ficción de un futuro de progreso. En efecto, la nación se presenta como un ente que surge de las brumas del pasado, siempre al acecho para conseguir estatalizarse y que requiere un discurso histórico que justifique la continuidad sin hiatos entre pasado y presente. Como vino a decir Renan, formar parte de la nación es recordar juntos la misma historia de los orígenes. Y el Romanticismo, como la otra cara de la modernidad, no se empeña en explorar un futuro de progreso y gratificaciones crecientes, sino justamente lo contrario: reivindica una naturaleza eterna y maltratada; no la luz del sol, sino la incierta del claro de luna; y allí donde reina no hay progreso, sino demonios, locura y sufrimiento.

El futuro como progreso

Resulta, pues, que, en contra de lo que se ha tendido a suponer una y otra vez, la modernidad no es temporalmente homogénea, ni se vertebra a partir de la idea de un futuro abierto y conformado por la acción humana, abocado indefectiblemente al progreso. ¿Y qué está ocurriendo ahora, en el presente en el que nos encontramos y nos comunicamos? ¿Estamos libres de los fantasmas típicos de la modernidad? Y si es así, ¿hemos de pensarnos en el marco de lo que hemos dado en llamar el síndrome posmoderno? Mi propuesta es que hemos de evitar los prejuicios que suceden a ambas alternativas. Considero, en efecto, que no se ha probado y es harto improbable que el mundo en el que vivimos esté hoy en día totalmente libre de los presupuestos típicos de la modernidad; y, desde luego, no se trata de un mundo que haya prescindido del futuro o que se haya decidido a encontrar refugio en el presente del miedo o del gozo.

No me detendré demasiado en la primera propuesta. Sostener que la modernidad no ha muerto es tanto como asegurar que sus grandes tópicos (la Ilustración, el Romanticismo, la nación, la revolución, el progreso) siguen vivos y dotados de gran eficacia. Limitándonos a la idea de progreso y su matrimonio sólido con las expectativas de futuro, me parece claro que sus tópicos siguen operando en lo que dice o da por supuesto la gente y nos muestran las encuestas cualitativas o cuantitativas que solemos hacer los sociólogos. El futuro como progreso sigue vivo en la mente de la gente, por mucho que algunos intelectuales con pretensiones afirmen haberle dado sepultura. Se podría advertir incluso que, cuando se procede a acumular lamentos sobre el engaño del progreso y de cómo lo que vivimos poco o nada tiene que ver con él, no es que se desdeñe y rechace, sino que se echa en falta, se solicita; en última instancia, se pide y se espera que se cumpla el contrato social fundacional que prometía que en el futuro todos, incluyendo en el todos a los miserables de la tierra, seríamos saciados.

Por otro lado, basta con que atendamos a la lógica temporal encarnada en instituciones claves del presente para comprobar que el tópico del progreso sigue informándolas. Recordemos que los mercados, tal como proponían en el siglo xviii Mandeville y Adam Smith, se reproducen siguiendo el principio consecuencial que asegura que, de las acciones de los individuos atomizados, movidas por intereses puramente egoístas, surge el bienestar de todos, que nadie busca, pero siempre se encuentra. El mercado resulta ser así la garantía de progreso material para todos. Y es evidente que la reivindicación de este tópico es moneda generalizada en el mundo en que vivimos. Decimos que no creemos en el progreso, pero justificamos las operaciones del mercado en los términos que fija esa añeja ficción narrativa.

¿Y qué ocurre, por su parte, con los tópicos sobre el tiempo y su futuro que propusieron los posmodernos? Propongo que son insuficientes y que no nos permiten realizar adecuadamente la tarea de pensar el futuro. Pero, dicho esto, es también evidente que en esos tópicos se encuentran algunas claves para comprender el entresijo temporal de nuestro mundo. Nos lo desvela la gente de a pie, o por lo menos la gente de a pie tal como la retratan investigaciones empíricas rigurosas y atendibles; gente que nos da a entender que su mundo de experiencia ha sido radicalmente de­sordenado en razón de transformaciones que han ocurrido en el mercado de trabajo, en sus actividades de consumo, en las prácticas culturales o en el medio técnico de la información y la comunicación que utilizamos o nos utiliza.

En efecto, las investigaciones sobre los trabajadores y sus experiencias en el puesto de trabajo, en la empresa que los contrata o en el mercado laboral en general, muestran que el orden temporal de la que llamábamos la empresa fordista se ha visto trastocado, poniendo en cuestión la idea de una biografía laboral-personal que empieza, da sus primeros pasos y concluye de una forma ordenada y previsible. Las investigaciones sobre los jóvenes precarios o sobre los parados de edad media muestran también que se sienten condenados al exilio de un presente de dimensiones muy limitadas del que no pueden salir.

Es lógico que lo que declaran proclame la relevancia del presentismo. Pero esa relevancia también es reconocible en el mundo del consumo del comprar y tirar, o en el mundo de la moda, que solo atiende a la actualidad, al presente, y se dedica a cambiar de continuo, generando siempre presentes sin memoria, desgajados. Y ocurre también lo mismo en el mundo de la política, tan atento a los estados de opinión momentáneos y que cifra la realidad en plazos muy cortos (entre elección y elección) que sacrifican y empujan a la nada horizontes de futuro de mayor duración.

Hay, pues, muchos aspectos del mundo en que vivimos dominados por un tiempo corto, inestable, amnésico, de espaldas al futuro. No son rarezas, sino rasgos recurrentes de nuestra experiencia. Debemos, pues, reconocer al tan criticado síndrome posmoderno que nos haya llamado la atención sobre ellos y nos haya impulsado a pensar en sus características y sus eventuales consecuencias.

Nuevos tiempos, nuevos futuros

Pero la propuesta que hago tras este reconocimiento es que estos rasgos y esta manera de llevarnos a pensar el tiempo, el futuro y su desaparición ni son el todo, ni son lo crucial. Al lado de ellos o, más bien, confrontados con ellos, hay otros tiempos que constituyen los rasgos inequívocos de la época que nos ha tocado vivir, tiempos cuyas demandas nos llevan a pensar en toda su radicalidad y de manera nueva el problema del futuro.

Algunos de esos tiempos nada posmodernos vienen de la mano de nuevas tecnologías que, lejos de recrearse en la instantaneidad y en el presente puntual, nos plantean sin más el problema del largo o muy largo plazo y del futuro esperable. Piénsese, por un momento, en ciertas novedades de los últimos decenios, como son las biotecnologías, las nanotecnologías o la inteligencia artificial. Todas ellas son fenómenos que podemos llamar totales, pues no solo afectan a la tecnociencia en la que han surgido, o a la economía en la que quieren adquirir rentabilidad, sino a los aspectos más variados de la sociedad, la cultura y la vida humana. Plantean, en razón de ello, problemas éticos y políticos de largo alcance, y para abordarlos seriamente no nos queda más remedio que desembarazarnos tanto de la idea del progreso como de la tentación presentista, y ponernos a pensar el horizonte de los futuros posibles que con ellos se pueden desatar. ¿Qué sería de una humanidad diseñada biológicamente a la carta? ¿Qué podemos alcanzar incidiendo sobre las estructuras básicas de la materia? ¿Qué sociedad de seres libres e iguales podemos construir y mantener si se cumplen los vaticinios de la inteligencia artificial? Todos estos interrogantes llaman al futuro, a imaginarlo, a romper los estrechos límites en los que lo hemos encerrado, a crear nuevas narraciones sobre mundos posibles, a atender a lo que pueda ir ocurriendo y a dotarnos de estructuras sociales que permitan un aprendizaje continuo para no convertirnos, como Edipo, en juguetes de la fortuna o en aprendices de brujo.

Futuros climáticos

Quiero centrar la atención en uno de esos retos que pone en entredicho tanto el futuro abierto y prometeico característico de la primera modernidad, ya citado, como el futuro caído o desaparecido de la última posmodernidad. Me refiero al que considero —y me imagino que consideran también ustedes— el tema de nuestro tiempo: el problema del cambio climático.

Se trata, de forma inequívoca, de un hecho total en el sentido que se dio a esta expresión anteriormente, pues es, a la vez y de forma indistinta, tanto un hecho natural físico como un hecho civilizatorio, cultural, social y, yendo más allá, un hecho que afecta a la ética e incluso a la estética humanas. Cumple ahora resaltar, además, que se trata de un tema de espesor temporal y, más concretamente, de un hecho que afecta a nuestra manera de concebir y tratar el futuro, pues es patente que nos plantea ahora, en un presente urgido, atender a un conjunto de consecuencias que se proyectan sobre el futuro y en relación con las cuales hemos de ir adoptando medidas para adaptarnos, para ser, como se dice ahora, resilientes, y, desde luego, tratar de mitigar o incluso frenar el cambio. Es, además, el problema que nos pone inevitablemente en contacto con las generaciones futuras y los derechos que debemos reconocerles. En definitiva, este hecho total que llamamos cambio climático se sitúa en el núcleo duro de nuestras futurizaciones, entendidas estas en su doble vertiente de lo que podemos saber y lo que podemos hacer sobre lo que no es todavía, pero podría serlo.

Pues bien, del cambio climático todos sabemos que es un hecho sometido a interpretaciones muy dispares y en fuerte lucha o disputa entre sí. Encontramos aquí ya una expresión de lo que se planteaba al inicio de esta intervención: la emergencia clara de futuros plurales y en disputa. En efecto, los numerosos estudios volcados en el problema climático muestran que hay múltiples maneras de concebirlo, que van de la mano de ideas sobre la semántica y la pragmática del futuro en fuerte disputa e incompatibles. Esa multiplicidad la podemos reducir a cinco variantes principales: cada una concibe el futuro climático de una manera, establece un diagnóstico sobre sus causas y consecuencias, fija un modelo normativo de actuación y rechaza las restantes maneras de enfrentar el problema.

La primera niega que haya propiamente un cambio climático o asegura que, en el caso de que lo haya, no se puede afirmar que sea antropogénico. Su expresión es el negacionismo, que, aunque ha ido perdiendo apoyo en la opinión pública, tiene adalides muy poderosos que lo mantienen con vida. El negacionismo reconoce que se apoya en la incertidumbre, asegurando que los conocimientos que están a nuestra disposición no avalan que el cambio climático esté ocurriendo o que sea resultado de las prácticas civilizatorias de los humanos. En razón de esto, opta por la vieja política del dejar hacer y dejar pasar, supone que los poderes públicos no están legitimados para actuar y apuesta por el mercado y, en consecuencia, por la vieja idea de un futuro pensado en los términos propios del progreso, según el cual, de las acciones atomizadas de los hombres, guiadas por su egoísmo y su miopía, se irá produciendo el mejor de los mundos posibles.

La segunda manera de plantear el tema reconoce tanto el cambio climático como su carácter antropogénico, así como la eventual gravedad del problema, pero propone que hemos de ir tomando medidas según vayan sucediendo las cosas, sin precipitarnos, y que, para enfrentar los graves problemas que puedan surgir, recurramos a las tecnologías de las que ya disponemos o que seamos capaces de construir en el futuro. Es el planteamiento de lo que cabe denominar discurso climático de la geoingeniería, pues se caracteriza por depositar todas sus esperanzas en efectivas respuestas tecnológicas a la acumulación de gases de efecto invernadero y sus lesivas consecuencias climáticas. Hunde sus raíces en el mito característicamente moderno de Prometeo, que da por seguro que la tecnociencia, que en parte ha sido la causa de la difícil situación en que nos encontramos, será también el remedio que conseguirá enderezarla. El futuro aparece así como el objeto de una colonización tecnológica segura y eficaz, que permitirá que se actualice el más propicio.

La tercera manera de abordar el problema puede llamarse institucional o, en términos más políticos, reformista. Digo institucional porque ha sido —y lo podremos ver más adelante— la que han hecho propia instituciones medioambientales internacionales surgidas justamente para hacerse cargo del problema. En este caso se reconoce que el proceso de cambio climático está en marcha y que, dada su gravedad, debemos actuar sin más dilación. Pero, a diferencia del anterior enfoque, no se confía de forma unilateral en la capacidad de nuestros saberes tecnológicos para enfrentarlo, y se propone que, al mismo tiempo, se proceda a sustanciales reformas que son a la vez económicas, políticas, culturales y sociales. El mensaje último es que son muchos los futuros posibles, algunos de los cuales se anuncian más bien como catastróficos, razón por la cual no podemos seguir insistiendo en los pobres remedios de bajo impacto adoptados hasta ahora. Su afán fundamental se encamina a una exploración del futuro que pone en cuestión ideas recibidas y muy extendidas. Lo comprobaremos más adelante.

La cuarta manera de enfrentar el problema climático la protagonizan quienes reconocen el carácter antropogénico de la situación, anuncian catástrofes inminentes y llaman a una transformación radical de la civilización, la sociedad y la cultura que están provocando ese desastre. Esta manera de diagnosticar el problema puede denominarse la opción radical. Afirma que el problema no se puede solucionar introduciendo pequeñas reformas o insistiendo, con variaciones, en lo mismo, sino que, ante la inminencia de un futuro de desastres y la incapacidad del sistema sociocultural, tal como está conformado en la actualidad, para enfrentarlo, hay que apostar decididamente por un cambio radical, animado por la imagen utópica de una reconciliación final entre unos humanos hermanados y una naturaleza tan maltratada como benévola.

Hay, por último, una quinta manera de entender el caso, que se podría denominar catastrofista. Viene a decir que la situación es tan grave como irreversible; subraya además que los humanos, tal como están conformados en el mundo actual, son incapaces de enfrentar el problema, cambiarse a sí mismos y dar con una solución con soporte social suficiente. En consecuencia, se viene a concluir en modo distópico: estamos abocados a que la civilización agresiva que hemos construido a lo largo de milenios colapse; solo entonces la naturaleza respirará aliviada ante nuestra desaparición o la supervivencia de unas pocas comunidades de ascetas virtuosos en nichos improbables. La imagen de un futuro apocalíptico, que ya ha empezado, o está a punto de hacerlo, y la distopía hacia la que parecemos condenados son propuestas tópicas de esta aproximación al problema del cambio climático.

Es obvio que las cinco aproximaciones que he diferenciado constituyen tipos ideales. En consecuencia, es más que posible que las posturas reales combinen aspectos de unas y otras. Pero, en cualquier caso, creo que estas cinco variantes nos pueden valer para retratar en su verdadera complejidad el intrincado problema que enfrentamos cuando nos ponemos a pensar el futuro en la coyuntura actual. Si aceptamos —e, insisto, creo que lo deberíamos hacer— que el cambio climático es el tema de nuestro tiempo, o por lo menos un tema mayor, fundamental, y comprobamos que, a la hora de enfrentarlo, difieren tajantemente las ideas de futuro que dominan las disputas socioculturales y que, entre ellas, las diferencias no son menores, sino esenciales, entonces deberíamos concluir que el asunto que nos preocupa es de una enorme complejidad y que no parece que dispongamos de recetas fáciles para solucionarlo.

En efecto, a poco que atendamos a las cinco propuestas que están en pugna en la arena climática, es fácil que concluyamos que encarnan, al menos, tres de las maneras más relevantes de entender el futuro, que se han disputado la mente y la acción de los hombres a lo largo de los últimos 5.000 años. Por un lado, está la sólida idea del futuro que se asienta con la modernidad, y que viene a decir que el futuro comporta novedades, que esas novedades son producto de la acción del ser humano y que el resultado final es la mejora constante de la suerte de la humanidad. El negacionismo, pero también el prometeísmo propio de lo que he denominado opción de la geoingeniería, coinciden en situarse a la luz de esta forma de concebir el futuro. Por su parte, el catastrofismo climático recoge ecos de alguna de las variantes más pesimistas del presentismo posmoderno; comparten con él la idea de un futuro desaparecido e irremediable y la consiguiente condena a un presente sin asideros. Es más, si hilamos más fino, es posible que esta manera de concebir un futuro de destrucción tenga mucho que ver con las ideas tradicionales, llamémoslas premodernas, que ligan el porvenir que se nos echa encima al castigo por las faltas rituales o los pecados cometidos. En este caso, unos humanos que han ultrajado a la diosa Tierra reciben su justo castigo.

Por otro lado, las otras dos variantes, las que denominaba variante reformista o institucional y variante radical, están muy centradas en la conformación práctico-semántica del futuro, pero el futuro que conciben no es el ancestral de Edipo o del cristianismo, ni tampoco propiamente el de la modernidad, ni desde luego el futuro desaparecido y reducido a puro presente de los posmodernos. Es un futuro distinto que, como veremos, amplía en gran medida el horizonte a contemplar, no confía en exclusiva en mecanismos de mercado que aseguren el mejor de los mundos posibles, pone objeciones a la capacidad prometeica de labrar autónomamente el porvenir de los humanos, atiende a la incertidumbre pero quiere incorporarla al mundo de las decisiones, y se atiene a la posibilidad de que las cosas, que podrían salir bien, salgan mal, y que sea la catástrofe lo que tengamos por delante.

... Y los informes del IPCC

Para comprobarlo, lo mejor es proceder a una especie de estudio de caso. Quisiera centrar la atención en los informes del IPCC, es decir, por sus siglas en inglés, los informes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, la agencia creada por Naciones Unidas en 1988. Se trata, como es sabido, de una agencia pública que, desde su creación, trabaja de forma continuada en hacer un acopio de lo que podemos saber sobre el cambio climático: su deriva, sus causas, sus tendencias dinámicas, sus consecuencias y las prácticas de adaptación, resiliencia y mitigación que podemos oponerle. Es el exponente más claro de lo que he denominado anteriormente el enfoque institucional o reformista. Como saben, ha producido un conjunto impresionante de informes, entre los que destacan los informes generales de evaluación; en marzo de este año, se ha hecho público el Sexto Informe de Síntesis, que es un documento de lectura obligada para todos los interesados y comprometidos en este problema.

El tema que me interesa es la idea de futuro que está inscrita en sus informes; es decir: el futuro que se presupone en sus análisis y recomendaciones. Como veremos, nada tiene que ver con el presentismo de los posmodernos y su desatención al futuro, pero tampoco con la idea moderna de un futuro abierto y encaminado hacia lo mejor, ni desde luego con la idea tradicional de un futuro ya constituido, resistente a los deseos de comprensión y conformación de los humanos.

Si atendemos a lo que se propone sobre todo en los últimos tres informes generales de evaluación (fechados en 2007, 2014 y 2021-2023), encontraremos una serie de rasgos diferenciales, aunque algunas veces se aproximen a viejas ideas operativas en las futurizaciones de los últimos dos siglos.

La primera idea es la que desecha los tópicos posmodernos sobre la desaparición del futuro. La propuesta clara y constante de los informes del IPCC es que vivimos en una realidad futurizada en la que lo relevante, lo que ha de ocuparnos, es que atendamos no a lo que pasa actualmente, sino a lo que puede pasar en el futuro.

La segunda idea que me parece característica retoma, pero amplía, algo que estaba en el futuro de los modernos, y es que el futuro ha de ser concebido como un escenario que se despliega en el tiempo frente a nosotros, suponiendo que ese escenario tiene una enorme profundidad que debemos recorrer y explorar. En concreto, los informes exploran de manera sistemática un escenario de futuro de una profundidad que suele situarse alrededor de los cien años, aunque con frecuencia va más allá. Y no se pretende que lo que allí se pueda contemplar sean ensoñaciones o cosas vagas, sino, más bien, entes, actantes, acontecimientos y procesos muy concretos, a los que se ponen fechas y que se pintan muy a las claras, para que nos entren por los ojos, los reconozcamos y eventualmente logren preocuparnos.

La tercera idea que domina todas las indagaciones es que no se plantea el futuro como una variedad atomizada de cosas por venir, sino como un conjunto de escenarios concretos, interrelacionados y, en ocasiones, alternativos. Estos escenarios no fijan tanto lo que va a ocurrir como lo que podría ocurrir, es decir, permiten contemplar un conjunto de futuros posibles. Resulta así que para el IPCC el futuro es un futuro de futuros posibles que se exploran en forma de escenarios. Algunos presentan una proyección hacia adelante de lo actual en el caso de que nada se hiciera y la acumulación de gases de efecto invernadero siguiera el curso mantenido hasta el presente; otros son escenarios imaginativos, resultantes de la toma en consideración de eventuales transformaciones sociales y naturales; otros resultan escenarios retroproyectivos que fijan algo que podría ocurrir, a fin de explorar lo que podríamos hacer para esquivarlo o conseguirlo; e incluso hay escenarios catastróficos en los que se escenifican las desgracias que pretendemos infructuosamente evitar.

A estas tres ideas se suman al menos otras dos muy relevantes. La primera destaca la incertidumbre propia de todo lo que sabemos sobre lo que ocurre o pueda ocurrir. Este incesante mentar la incertidumbre de lo que se observa hace que la exposición de los informes esté de continuo puntuada por el reconocimiento del carácter más o menos fiable de las evidencias de que disponemos o, cuando es posible, de la variada probabilidad de que algo que consideramos se dé ahora o en el futuro. Este énfasis en la incertidumbre es ciertamente peculiar, pues atiende preferentemente a su variante epistémica, que nos invita a pensar que lo que ahora es incierto dejará de serlo, si seguimos indagando. Pero, aunque se atienda con preferencia a esta variante y se tienda a presentar los desastres que nos acechan en el marco categorial del riesgo —es decir, fijando probabilidades que invitan a cálculos decisionales—, también es cierto que, en algunos contextos de análisis, se apuesta por resaltar la ignorancia de fondo en la que estamos instalados y una acorde incertidumbre ontológica que nos dice que no solo no podemos alcanzar la certeza ahora, sino que es posible que no podamos alcanzarla nunca. En ambos casos, la incertidumbre aparece como protagonista, desbordando así lo que era característico del optimismo cognitivo del futuro moderno, que encontraba en las series que desembocaban en el presente las regularidades que permitían pronosticar, prever y prevenir con alta seguridad el futuro. Por el contrario, el futuro de los informes sobre el cambio climático no aparece como de fácil colonización, aunque eso no comporte que esté cerrado a la acción racional de los humanos.

Es esta última idea la que quiero recalcar. El futuro contemplado es ciertamente un cúmulo de riesgos en el sentido amplio de que está abierto a daños que nos importa evitar, aunque hayamos de conseguirlo en una situación llena de incertidumbres. ¿Qué podemos hacer entonces? Desde luego no podemos quedarnos cruzados de brazos; hemos de actuar. La llamada a la acción es una constante en los informes sobre el futuro climático, aunque se opte por la ambigüedad a la hora de especificar las medidas concretas que hay que tomar cuando tienen espesor económico, social o político de calibre. Esa llamada a una acción en principio salvadora se matiza destacando que las actuaciones que podemos realizar para sortear los riesgos climáticos pueden llevar a agudizarlos. Hay algo así como un recuerdo de la ironía trágica que, en realidad, está muy arraigada en nuestra manera de ver las cosas, aunque haya potentes maquinarias culturales que la quieran sepultar. Esa ironía nos obliga a estar vigilantes, a atender a los resultados no intencionales de lo que hacemos y a concebirnos, más que como Prometeos liberadores, como actores modestos que deben estar muy atentos a las consecuencias perversas de sus acciones mejor intencionadas.