La isla esmeralda - Viviana Soncini - E-Book

La isla esmeralda E-Book

Viviana Soncini

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Un viaje de estudios lleva a Sofía a las lejanas tierras de Irlanda. Allí, su alma blanca deberá enfrentar un inesperado y nuevo desafío. Antiguas leyendas celtas, un secreto por descubrir y nuevas amistades, harán que su viaje se torne inolvidable. Confiando plenamente en el poder que posee, deberá emprender una carrera vertiginosa para resolver los retos a los que será sometida. De ella dependerá el destino de quienes la rodean. La isla esmeralda, una nueva y atrapante historia, continuación de La mano de la bruja, llega para seguir deleitando a sus lectores con las aventuras de Sofía.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 111

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Magdalena Gomez.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Soncini, Viviana Laura

La isla esmeralda / Viviana Laura Soncini. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

102 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-667-6

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Juvenil. 3. Novelas. I. Título.

CDD A863.9283

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Soncini, Viviana Laura

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Capítulo

1

—Te voy a extrañar. Mucho —susurró Sofía al oído de Bastean.

—Yo te voy a extrañar más —contestó él acariciando suavemente la mejilla de su novia, perdiéndose en la profundidad de sus ojos marrones—. Sabes que te quiero, ¿no? Y porque te quiero deberás prometerme que lo pasarás estupendo. Tienes que disfrutar del viaje y aprender mucho inglés. Pero sobre todo, haz tu mejor esfuerzo por divertirte a lo grande. ¿De acuerdo?

Sofía no pudo evitar abrazarlo con todas sus fuerzas. Aunque la familia se hallaba presente y el aeropuerto estaba atestado de gente, ella fundió su cuerpo con el de él en un abrazo que no hubiese querido que acabara nunca. Un nudo en la garganta le impedía seguir hablando.

—Es hora de embarcar, hija —los interrumpió Viviana, tocándole el brazo para llamar su atención.

—Sí, ya voy mamá, ya voy.

Un beso de despedida con las manos entrelazadas hasta el final fue su manera de decirse adiós. Sofía terminó de saludar a su familia e invadida por una mezcla de emociones encontradas se unió al grupo con el que viajaría desde Mendoza hasta la isla de Irlanda. Estaba triste por separarse de lo conocido, de lo querido, de todos sus afectos; pero por otro lado palpitaban en ella ansias de aventura, de nuevas experiencias, de conocer mundo. Ese viaje de estudios era la ocasión perfecta para hacerlo. Estaría fuera veintitrés días. Conocería Inglaterra, luego cruzaría a Irlanda, donde asistiría a una escuela por quince días para estudiar inglés, y, por último, como broche de oro, terminaría el viaje con un recorrido por Francia, la ciudad luz, que la entusiasmaba sobremanera.

Claro que echaría de menos a Bastean, el último año habían estado muy unidos y se sentían también muy enamorados, pero sabía que el tiempo pasaba rápido y que esta era una oportunidad que no podía dejar escapar. Cuando estaba subiendo al avión decidió hacerle caso a su novio. Tenía dieciséis años y se estaba embarcando en un viaje soñado. Disfrutaría de aquella buena suerte. Estaba segura de que del otro lado del mar la estaba esperando algo inolvidable.

Capítulo

2

El vuelo estuvo bastante tranquilo. La primera escala fue en Chile, ya que desde Mendoza no había un avión directo a Francia; o se iba por Buenos Aires o se cruzaba hasta Chile para tomar el avión a París. Una vez en Francia, abordaron el avión rumbo a Londres, donde pasarían los primeros cuatro días.

El grupo funcionó bien desde el principio. Eran cinco chicas adolescentes y Daniela, la profesora de inglés, quien organizaba el viaje. Varias reuniones en los meses anteriores habían logrado una incipiente amistad entre las viajeras, todas unidas por el ansia de conocer nuevas tierras, culturas diversas, y de practicar el idioma que les gustaba y querían hablar con mayor fluidez.

En Londres pasaron cuatro días fascinantes. Allí se dedicaron a hacer turismo cultural, recorriendo los lugares más destacados de la ciudad. Las callecitas limpias, con sus casas blancas, el orden y la civilidad de la gente, maravillaron a las chicas haciéndolas sentir en otro mundo. Los autobuses de dos pisos, con su característico color rojo, y las casetas telefónicas en las esquinas recordaban a las viajeras en dónde se hallaban. Volvían a pellizcarse, unas a otras, para cerciorarse de que no estuvieran soñando.

Un día también lo dedicaron a conocer Oxford, el distrito de las facultades más prestigiosas de Inglaterra y el mundo entero. De aquellas universidades habían egresado mentes y personalidades prominentes, y aún hoy lo seguían haciendo. El lugar también impresionó a las jóvenes, quienes desearon algún día poder estudiar en un espacio así. Además, hicieron compras y fueron al teatro. Daniela las conducía como una experimentada guía de turismo. Las chicas estaban fascinadas con todo lo que veían.

Pero llegó el momento de tomar el avión y cruzar a Irlanda. Dublín, su capital, era la primera escala; desde allí viajarían hasta Galway, un pueblito al otro lado de la isla, donde la escuela las esperaba.

Llegaron un domingo de mediados de febrero por la mañana. Estaban en pleno invierno y la llovizna barnizaba las calles. El cielo encapotado transmitía un aire de melancolía que no entusiasmó mucho a las chicas. El bus llegó a la estación y, cuando las viajeras bajaron, un grupo de personas estaban reunidas esperando a los futuros alumnos. Eran las familias con las que se quedarían esos quince días. Cada una tenía un papel con un nombre impreso. Sofía vio el suyo sostenido por una adolescente flacucha, desgarbada, que miraba hacia abajo muerta de vergüenza. Detrás de ella, una hermosa mujer acompañada por un hombre robusto la animaban a que buscara a su huésped. Sofía, con su carácter resuelto, no esperó y se acercó para presentarse; por supuesto que a partir de que pusieron el pie en el condado de Galway tuvieron que hablar en inglés, esa era una de las consignas de la profe, nada de castellano con las familias.

—Hola —saludó en inglés—, mi nombre es Sofía Osonier.

La jovencita levantó la vista con timidez. Observó a la recién llegada, estudiándola con ojo crítico. Era una chica alta, de cuerpo atlético, sus cabellos largos hasta la cintura, castaños con destellos dorados, enmarcaban un rostro ovalado con dos hermosos ojos marrones que la miraban directo a los ojos. Lo que vio, al parecer, la tranquilizó. Sofía le estaba ofreciendo una sonrisa sincera y su mirada franca dejaba traslucir el alma blanca que poseía, y eso logró un efecto relajante en la muchacha. Una insipiente expresión de alegría apareció en la comisura de sus labios.

—Hola, yo soy Enya, Enya Keefer —contestó la joven, extendiendo luego la mano para estrechársela a la recién llegada.

—¡Bienvenida! —exclamó la mujer que custodiaba a Enya, y dio un paso adelante—. Yo soy Maili, la mamá de Enya. Y este es mi esposo Berget. Encantados de conocerte. —Aunque el recibimiento fue muy afable, Sofía pudo notar una extraña melancolía en la familia en general; no sabía a qué se debía, pero pensó que quizás fuera por el tiempo gris y la llovizna persistente.

Luego de despedirse de las compañeras de viaje, y habiendo quedado en que al otro día se encontrarían en la escuela para comenzar su instrucción, cada cual se fue con la familia asignada para instalarse por los siguientes días. Sofía subió a la parte trasera de una camioneta junto a Enya. El recorrido no fue muy largo, y el paisaje captó la atención de Sofi mientras llegaban a la casa ya que los anfitriones permanecieron en silencio durante todo el camino. Los jardines y parques teñidos de un verde fresco e intenso, un verde húmedo, dejaron a la espectadora maravillada, era todo tan distinto a la aridez de Mendoza que parecía otro mundo. Las calles estaban arregladas y limpias, el colorido de sus edificios pintaba cada casa con una tonalidad diferente, amarillos, rojos y azules aparecían convirtiéndose en una fiesta para los ojos.

Doblaron por una esquina y Sofía quedó maravillada al ver una casita encantadora, de techo de tejas negras a dos aguas y paredes de piedra con ventanas de madera, erguida, sola, en medio de un terreno que lindaba por la parte trasera con un bosquecillo. Estaba rodeada de mucha vegetación. Adelante, un jardín muy bien arreglado, lleno de flores y arbustos de distintas tonalidades de verde, daba una grata bienvenida. También había enredaderas que subían por las paredes hasta las ventanas de la planta alta. Parecía una casita de cuentos, y saber que allí se alojaría puso de muy buen humor a la recién llegada.

El interior de la casa era de lo más acogedor. Una gran chimenea rodeada de cómodos sillones ofrecía un lugar de estar, y luego podía verse en un espacio abierto una inmensa cocina con una isla en medio, con taburetes para sentarse a comer. Los muebles eran de madera y le daban un aire campestre muy agradable. Desde la cocina podía verse un enorme patio trasero que se fundía con el bosque, era un lugar encantador. Unas puertas francesas se abrían a una zona adoquinada donde una mesa y cuatro sillas descansaban, esperando ser ocupadas. A un costado de la cocina, una escalera, también de madera, llevaba al segundo piso, y hacia allí se dirigieron Sofía y Enya cargando la valija y la mochila que había traído Sofi con todas sus pertenencias.

Arriba había tres dormitorios. El principal, perteneciente a los padres de Enya, tenía baño privado. Los otros dos compartían un baño pequeño en medio. Sofía se instaló en poco tiempo. Su habitación era tan acogedora como el resto de la casa. Tenía una cama mullida, un placar bastante grande, un pequeño escritorio que seguro usaría para estudiar y, lo que más le gustó y no pudo dejar de admirar, una hermosa ventana que dejaba entrar mucha luz con una espléndida vista hacia el jardín trasero.

Cuando terminó de organizar sus cosas, Sofi decidió ir en busca de Enya, quería conversar con ella para conocerla mejor. Serían compañeras en la escuela y tenía un montón de preguntas para hacerle. Golpeó en su habitación, pero no recibió respuesta. Bajó a la cocina pensando que estaría allí, pues ya era casi la hora de almorzar. Maili estaba terminando de hacer la comida.

—Señora Maili, ¿sabe dónde está Enya? No puedo encontrarla y me gustaría conversar con ella.

—Ah, sí, está por allá. —Y señaló a través de la puerta francesa en dirección al bosque—. Ve a buscarla y avísale que ya está lista la comida, por favor.

Sofía, un poco sorprendida, tomó su campera y salió al jardín trasero. Apenas había llegado y su anfitriona la había dejado sola. Enya y su familia tenían algo raro, no lo podía explicar, pero era una sensación que notaba desde que los había conocido. Por suerte, existía la posibilidad de que, si no le gustaba la familia con la que se albergaba, la asignaran a otra. Igual, aún era muy pronto para tomar cualquier decisión. Esperaría a conocerlos mejor, tal vez era solo una mala primera impresión y las cosas después mejorarían. Sabía que no había que prejuzgar nunca. Las apariencias a veces engañaban, y mucho.

Salió al patio, la llovizna había cesado pero el frío era intenso. Al no verla por los alrededores, Sofi comenzó a llamar a Enya desde el linde del jardín. No obtuvo respuesta, entonces optó por adentrarse en el bosque. Seguro no podía estar muy lejos. Luego de andar unos momentos, un crujido la sobresaltó. Aguzando el oído, giró a su derecha, dirigiéndose hacia donde creía que había escuchado el sonido. Caminó con cautela, pues no sabía si era Enya o si podía encontrarse con algún animal salvaje. Entonces la vio. En medio de un claro del bosque, Enya estaba arrodillada, llorando; en sus manos sostenía una carta que, por la expresión de su rostro, no debía haber tenido buenas noticias.

Sofía no sabía qué hacer. No quería interrumpir su intimidad, pero, por otro lado, la habían mandado a buscarla, y también surgió en su interior la necesidad de consolar a la joven al verla tan acongojada. Por fin, resolvió alejarse un poco. Desde la distancia, comenzó a llamarla mientras se acercaba al claro. Cuando volvió a encontrarla, Enya estaba de pie, secándose las lágrimas con una mano y guardándose la carta en el bolsillo trasero de su pantalón con la otra.

—¡Ah, Enya! —exclamó Sofía, disimulando lo mejor que pudo—. Te estaba buscando. Tu madre está sirviendo la comida. —Entonces no pudo evitar preguntarle—: ¿Estás bien?

Enya la miró con lágrimas aún nublándole los ojos.

—Sí, sí, estoy bien. Me tropecé y me golpeé la rodilla, nada más. Me dolió un poco y se me saltaron las lágrimas —repuso para justificar sus ojos enrojecidos—, pero ya pasó. Vamos antes de que mamá se enoje por que se enfríe la comida.

Capítulo

3

El domingo pasó plácidamente. Después de comer, Enya estuvo más comunicativa y conversó con Sofi contándole cosas de la escuela, de algunos profesores y de los compañeros. También habló de su familia. Le comentó que su mamá no trabajaba, pero que le gustaba mucho caminar por la bahía todos los días sin importarle que fuera invierno o verano. No dejaba de ir nunca, casi podría decirse que era una obsesión para ella. El día que no podía acudir por algún motivo era mejor no cruzarse en su camino, porque se ponía de muy mal humor. El padre, por otro lado, era pescador. Tenía una pequeña embarcación con la que salía todos los días a pescar mar adentro. Quizás por ello su madre iba a la bahía, para asegurarse de que volviera sano y salvo.