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La lluvia de fuego es uno de los doce cuentos que componen Las fuerzas extrañas, editados por primera vez en 1906. Tras leer el subtítulo de «Evocación de un desencarnado de Gomorra», el lector toma conciencia de que se trata de una referencia bíblica: el final de Sodoma y Gomorra. Ciudades que fueron castigadas por el poder divino en forma de lluvia de fuego por sus innumerables pecados. En La lluvia de fuego, de Leopoldo Lugones, el fuego también cae sobre la ciudad: «De pronto, el esclavo que atravesaba el jardín con un nuevo plato, no pudo reprimir un grito. Llegó, no obstante, a la mesa; pero acusando con su lividez un dolor horrible. Tenía en su desnuda espalda un agujerillo, en cuyo fondo sentíase chirriar aún la chispa voraz que lo había abierto.» En un increscendo continuo la tragedia, de origen desconocido, amenaza con arrasarlo todo. En medio de la tragedia un hombre vive aislado en un sótano entre botellas de vinos y víveres que allí se acumulan. En tímidas excursiones al exterior el hombre irá descubriendo las dimensiones de la tragedia provocada por La lluvia de fuego. La incertidumbre, la fuerza de lo innombrable y el azar dan a este relato argentino un toque surrealista y otro toque de literatura del absurdo.
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Seitenzahl: 83
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Juan Pérez de Montalbán
La monja alférez
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La monja alférez.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de la colección: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9897-4034.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-808-0.
ISBN ebook: 978-84-9897-974-9.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La trama 7
La monja alférez 9
Personajes 10
Jornada primera 11
Jornada segunda 61
Jornada tercera 97
Libros a la carta 133
Juan Pérez de Montalbán (Madrid, 1602-1638). España
Juan era hijo del librero real que editó el Buscón de Quevedo sin la anuencia de éste. Sus antepasados eran judíos conversos. Estudió teología y se ordenó sacerdote a los dieciocho años, deviniendo notario de la Inquisición. A los diecinueve años escribió su primera comedia. Fue el discípulo predilecto de Lope de Vega y adversario de Francisco de Quevedo, que lo ridiculizó varias veces en sus obras.
Escribió unas cincuenta obras teatrales de diversos géneros. A la muerte de Lope de Vega compuso la Fama póstuma (1636), elogio y primera biografía de Lope.
Murió sumido en la locura.
Catalina de Erauso, abandonó un convento en San Sebastián, se vistió como hombre y se fue a América, donde alcanzó el grado de alférez.
Catalina mató a muchos en duelos y reyertas, y tuvo varios escarceos amorosos con otras mujeres. Fue detenida en Perú y condenada a muerte tras otra de sus habituales trifulcas. Entonces se supo que era virgen y el obispo de la región la perdonó.
De regreso a España fue recibida por el rey, que respetó su grado militar y le autorizó a usar un nombre y atuendos masculinos mientras el mismísimo Papa le perdonó su cambio de identidad sexual.
Tras estas aventuras regresó a América, esta vez a México, abrió un negocio y vivió con identidad masculina hasta su muerte.
Este texto de Montalbán es una de las más bizarras comedias de enredo escritas en el Siglo de Oro. En esta versión de La monja alférez se describe con más claridad que en ninguna otra la atracción homoerótica de Catalina y su destino terrible, perseguida por su familia.
Catalina de Erauso, monja alférez [Alonso de Guzmán]
Don Diego, galán
Don Juan
Doña Ana, dama
El alférez Nuevo Cid
El castellano del Callao
El vizconde de Zolina
Inés, su criada
Jarava
Machín, su criado, gracioso
Miguel de Erauso, soldado
Monroy
Motril
Ocaña
Peromato
Sebastián de Ylumbe, hidalgo
Teodora, dama
Tristán, criado
Un criado
Un religioso
Un soldado
(Guzmán y Machín de camino, doña Ana e Inés con mantos.)
Ana No puedo enfrenar el llanto.
Guzmán No lo hubiera yo emprendido,
mi bien si hubiera entendido
que tú lo sintieras tanto.
Mas ya es hecho; tú, señora,
eres culpada, yo no,
pues que tu amor me ocultó
lo que me descubre ahora.
Ana El favor más limitado
de una principal mujer,
no basta para prender
la esperanza, y el cuidado.
¿Pude yo, siendo quien soy,
darte señales más claras
de mi amor? ¿Tú estimaras
los favores que te doy,
si te entregase liviana
la posesión de mi pecho?
Guzmán Ya no hay remedio, ya es hecho,
mas alivie, mi doña Ana,
si mi ausencia te lastima,
el mal que sintiendo estás,
ver que dos leguas no más
dista el Callao de Lima.
Y no dará luz la aurora,
jamás al monte, ni prado
sin que a mí me la haya dado
ese Sol que el alma adora.
Así desmentir podré
la ausencia que te amenaza,
que supuesto que la plaza
yo de soldado asenté,
y en el puerto he de asistir
las noches que estar de posta
no me toque, por la posta
a verte podré venir.
Ana Con eso no solamente
se alivian mis sentimientos,
mas es para mis tormentos
el medio más conveniente.
Pues si de las ansias mías
la envidiosa diligencia
tuvo indicios, con tu ausencia
desmentimos las espías.
Que ya sabes que el efecto
de poderte ver, y hablar,
solamente ha de durar
lo que durare el secreto.
Y así de nuevo te pido,
que la palabra me des
de no romperlo, aunque estés
ya celoso, ya ofendido.
Guzmán Y de nuevo te prometo,
que no sepa mi cuidado
de mí, sino este criado,
que es ejemplo del secreto.
Machín No viene Machín de casta
que se pierde por hablar,
pues para saber callar,
soy vizcaíno, que basta.
Ana Pues, Alonso de Guzmán
hace de ti confianza,
ésa es la mayor probanza
que tus méritos me dan.
Y tú porque la ocasión
jamás pierdas de venir
a verme, sin que inferir
pueda nadie tu afición.
Pues es la curiosidad
tan necia, que te podría
poner una oculta espía,
que al entrar en la ciudad
te siguiese, y nuestro amor
viniera a saberse, quiero
que el caballo más ligero,
que de indiano picador,
agitado excede al viento,
obedezca a tu cuidado,
porque el pedirlo prestado,
no dé indicios de tu intento.
(Dale una cadena.) Del valor de esta cadena
puedes comprarlo y advierte,
que pues en verte o no verte
está mi gloria, o mi pena.
No haya estorbo que resista
el efecto a mi deseo,
si cuanta hacienda poseo
me ha de costar una vista.
Guzmán ¿Qué diligencia y cuidado
en servirte no pondrá
quien de tu favor está
por mil partes obligado?
Esta cadena recibo
más que por sus eslabones
manifiesten las prisiones
en que enamorado vivo.
Que por comprar el caballo,
que donde es tal el favor,
alas son los pies de amor
para volar a gozallo.
Ana Adiós, pues, que estoy temiendo
la asechanza cuidadosa
de alguna afición celosa.
Guzmán Aunque de oírlo me ofendo,
trueco a tu opinión, señora,
los sentimientos más graves.
Ana No hay que advertirte, pues sabes
la seña, ventana, y hora.
(Vase.)
Guzmán ¿Qué dices de mi ventura?
Machín Que pasa gran tempestad
tu voto de castidad,
entre ocasión, y hermosura.
Pero don Diego tu amigo
viene aquí.
Guzmán Mucho sintiera,
que a doña Ana conociera,
si ahora la vio conmigo.
(Aparte.) (Cuando mi pecho le estima,
de tal suerte que por dar
a sus temores lugar,
gusto de salir de Lima.)
(Salen don Diego y Tristán.)
Diego Era ya tiempo de veros,
Guzmán amigo.
Guzmán El buscaros
pudiera escusar, si hallaros
ha de ser para perderos.
Diego ¿Cómo?
Guzmán De Lima me ausento.
Diego ¿Qué dices?
Guzmán Mi natural
inclinación es marcial,
y vivo en la paz violento,
y al Rey me parto a servir
en el puerto.
Diego No me mueve,
ser la distancia tan breve,
a que deje de sentir
la ausencia vuestra, Guzmán.
Guzmán Tantas veces volveré
a veros, cuántas me dé
licencia mi capitán.
Diego Porque podáis acordaros,
y por ser en la milicia
la gala de más codicia,
un penacho quiero daros
excelente, cuyas plumas
en la fineza, y color,
unas son alas de amor,
y otras de Venus espumas.
Guzmán Yo lo estimo, porque veo
que en él, don Diego, me dais
las alas que imagináis
que en vuestra ausencia deseo.
Mas, pues, me le dais por prenda
de memoria, aunque confía
de vuestra amistad la mía,
que el olvido no la ofenda,
os quiero dar unos guantes
(Los guantes que Guzmán saque puestos sean bordados extraordinarios.)
en la hechura, y el olor,
en la materia, y valor,
a los que veis semejantes.
Que cuando no por su extraña
novedad los estiméis,
hacerlo al menos podréis,
por ser hechos en España.
Diego De vos en todo excedido,
y obligado me confieso,
y por venceros en eso,
me quiero dar por vencido.
Guzmán Estos brazos os darán
la respuesta. Adiós, don Diego.
(Abrázanse.)
Diego Adiós, Tristán, lleva luego
aquel penacho a Guzmán.
Guzmán Siglos, Machín, considero
para partir los instantes,
lleva a don Diego los guantes,
que puesto a caballo espero.
(Vase.)
Machín Yo lo haré, mas si supiera
que tú no habías de rompellos,
por Dios que te hubiera de ellos
cortado una bigotera.
(Vase.)
Diego ¿Qué te detiene, Tristán?
Tristán Solo a decirte que vi
mientras hablabas aquí
con Alonso de Guzmán
por esta esquina pasar
hacia la Iglesia mayor
a doña Ana.
Diego Dame, amor,
la ventura en alcanzar,
como el cuidado en seguir.
Tristán Todo se alcanza obligando.
Diego O he de vivir alcanzando,
o siguiendo he de morir.
(Vanse. Sale Miguel de Erauso, abriendo una carta, de soldado en cuerpo, y va dentro de la carta un retrato. Carta. Sobrescrito. Lee.)
Miguel Al alférez Miguel de Erauso, mi hijo,
en el puerto del Callao en los Reinos del
Perú.
Hijo, valga por testamento
esta carta, pues me tiene a las puertas
de la muerte la afrenta que vuestra hermana
Catalina nos ha hecho ausentándose
ocultamente de San Sabastián. No os lo he
escrito antes aunque ha ya trece años, por
escusaros la pena. Mas ahora por haber
entendido que pasó a esos reinos en traje
de varón, por el deseo de su remedio,
atropelló vuestro sentimiento. Su retrato
es el incluso. Si la suerte o la diligencia
la hallare, noble sois, y cuerdo, y sabréis
lo que habéis de hacer. Dios os guarde. De
San Sebastián, a febrero 20 de 1618 años.
Vuestro padre el capitán Miguel de Erauso.
¿Cómo es posible que haya yo leído
estos renglones sin haber perdido,
si no la vida el seso?
¡Que se arrojase a tan infame exceso,
mujer que nació noble, cielo santo!
Mas si nació mujer, ¿de qué me espanto?
O carta, que el veneno por los ojos
distes al alma en átomos despojos
de mi furor, al viento
informad de mi grave sentimiento.
(Rompe No os pongan las crueldades de mi suerte
la carta.) o mi vecina, ya forzosa muerte,
en ajeno poder, para que al suelo