La movilidad del saber científico en América Latina -  - E-Book

La movilidad del saber científico en América Latina E-Book

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Beschreibung

¿Cómo viaja el conocimiento? Desde hace ya varios decenios se ha reflexionado sobre las formas de producción del conocimiento científico, así como de sus condiciones de movilidad. ¿Acaso es el desplazamiento de conocimiento una vía de una sola dirección? ¿Deberíamos poner atención a los mecanismos que han permitido el flujo de intercambios? El presente texto aborda las transferencias de saberes entre Europa y las Américas durante los siglos XVIII al XX. El objetivo es discutir los mecanismos a partir de los cuales el conocimiento se fue instalando a lo largo de las relaciones entre América y el Mundo Global. En este sentido el texto busca ser una plataforma de intercambio académico en un área que concita cada vez más interés en los estudios latinoamericanos. Por un lado, aquí se aborda el conocimiento como una práctica donde convergen los actores, las instituciones, los objetos y las ideas. Esta posición le permite superar la noción de lo "interno" y "externo" de la ciencia, abriendo un campo de trabajo que incluye la transferencia no solo de conceptos, ideas o teorías, sino también de instrumentos, habilidades, destrezas y tecnologías. En otro sentido, se discute la circulación de saberes no solo como una forma de transmitir o difundir conocimientos, sino también como una manera de producirlos. Aquí movilidad implica desplazamiento sin asentamientos fijos o anclajes. De lo que se trata es de un desplazamiento-apropiación que va elaborando saberes que tengan sentido dentro de un conocimiento global. Aquí se propone abordar tales movimientos.

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La movilidad del saber científico en América Latina

509.8

S195m Sanhueza Cerda, Carlos.La movilidad del saber científico en América Latina: objetos, prácticas e instituciones (Siglos XVIII al XX)Carlos Cerda Sanhueza. – 1a. ed. –Santiago de Chile: Universitaria, 2018.200 p.; 15,5 x 23 cm. – (El saber y la cultura)Incluye notas a pié de página.

ISBN: 978-956-11-2576-6ISBN Digital 978-956-11-2823-1

1. Ciencia – América Latina – Historia – Siglos 18-20.

2. Científicos – Chile.

3. Científicos – Argentina.

I. t.

© 2017, CARLOS SANHUEZA CERDA.

Inscripción Nº 286.096, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por

© EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o electrónicos, incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del editor.

Texto compuesto en tipografía Bembo 12/14,5

DIAGRAMACIÓN

Yenny Isla Rodríguez

DISEÑO DE PORTADA

Norma Díaz San Martín

ESTE PROYECTO CUENTA CON EL FINANCIAMIENTO DEL

FONDO JUVENAL HERNÁNDEZ JAQUE 2016

DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Carlos Sanhueza CerdaEditor

La movilidad del saber científico en América Latina

Objetos, prácticas e instituciones (Siglos XVIII al XX)

La publicación de esta obra fue evaluadapor el Comité Editorial del Fondo Juvenal Hernándezy revisada por pares evaluadores especialistas en la materia,propuestos por Consejeros Editoriales de las distintas disciplinas.

Dedicado a mi madre

FONDO RECTOR JUVENAL HERNÁNDEZ JAQUE

El Fondo Rector Juvenal Hernández Jaque fue instituido el año 2003 mediante el Decreto Universitario N° 0025.932, con el fin de “promover la edición, publicación y difusión de libros y textos de interés académico, otorgando prioridad a los desarrollados por la Universidad de Chile, que generen una contribución a las ciencias, humanidades y artes, y que signifiquen un enriquecimiento científico y cultural de la comunidad”.

Desde el año 2013 la convocatoria a postular obras se ha realizado en forma anual siguiendo estándares editoriales rigurosos estrictos. Un Comité Editorial formado por cinco Profesores Titulares de diversas áreas del conocimiento –presidido por el Prorrector de la Universidad de Chile– conduce el proceso de revisión y selección de las obras, identificando pares evaluadores que contribuyen con su opinión ilustrada y fundamentada a la decisión final sobre bases exigentes y rigurosas.

En el presente concurso el Comité Editorial del Fondo estuvo constituido por los Profesores Gonzalo Díaz Cuevas, Rafael Epstein Numhauser (Presidente), Jorge Hidalgo Lehuedé, María Loreto Rebolledo González y Ángel Spotorno Oyarzún. La convocatoria alcanzó a 37 libros, siendo seleccionados 16. Uno de ellos es el libro que usted tiene en sus manos.

Comité EditorialFondo Rector Juvenal Hernández Jaque

ÍNDICE

Agradecimientos

Introducción CARLOS SANHUEZA CERDA

Hacia una historia burocrática de las ciencias IRINA PODGORNY

“A kind of little Wiesbaden, or rather Leukerbad, in the bosom of the Andes” Experiencia científica y cultura termal en los Andes, siglo XIX MARÍA JOSÉ CORREA GÓMEZ

El comercio global con plantas medicinales de Hispanoamérica, 1717-1815 STEFANIE GÄNGER

El Cultivo de una cultura chilena de Historia Natural, siglo XIX PATIENCE A. SCHELL

¿Un mismo origen con diferente destino? Los científicos alemanes en Argentina y Chile entre mediados del siglo XIX y comienzos del XX SANDRA CARRERAS

Saber e imaginación: Fotografías científicas de los legados Uhle y Lehmann-Nitsche KATHRIN REINERT

Coleccionismo en el Museo Nacional de Chile (1853-1897) CARLOS SANHUEZA CERDA

Sobre los autores

AGRADECIMIENTOS

El editor desea agradecer a la Fundación alemana Alexander von Humboldt y al Consejo de Ciencia y Tecnología de Chile por haber financiado la organización de coloquios en Santiago de Chile donde este libro se gestó. Además, expreso mi deuda con Lorena Valderrama y José Soto Véjar por haber colaborado en la edición e investigación bibliográfica.

INTRODUCCIÓN

CARLOS SANHUEZA CERDA

¿Cómo se desplaza el conocimiento?1. Desde hace ya varios decenios se ha reflexionado sobre las formas de producción del conocimiento científico, como de sus condiciones de movilidad. Las nociones difusionistas que destacaban el tránsito del saber desde Europa hacia la periferia, en el marco de una misión civilizadora, poco habían problematizado cómo y por qué circulaba2. Estas propuestas participaban de la denominada Sobelization de la historia que centraba la cuestión de la movilidad en la figura de los héroes de la ciencia3.

Muchos autores coinciden en admitir que la transferencia de conocimientos o saberes es un fenómeno particular que depende de la complejidad de cada caso. En otras palabras: sus condiciones de posibilidad están siempre localizadas en un tiempo y en un espacio particulares. Los seminales trabajos de Steven Shapin y Simon Schaffer, como de Bruno Latour, han inaugurado esta línea de investigación4. A partir de aquí se comenzó a estudiar el conocimiento como una práctica donde convergen los actores, las instituciones, los objetos y las ideas. Esta posición ha permitido superar la noción de lo “interno” y “externo” de la ciencia abriendo un campo de trabajo que incluye la transferencia no solo de conceptos, ideas o teorías, sino también de instrumentos, habilidades, destrezas y tecnologías. Esta perspectiva es la que guía la presente publicación.

Un texto editado y referido a América Latina requiere problematizar su lugar de enunciación: ¿Acaso es la movilidad del conocimiento una vía de una sola dirección? ¿Deberíamos poner atención a los mecanismos que han permitido que la periferia se beneficie del centro? Ya desde fines de los años 1960 se ha puesto atención a las formas mediante las cuales la llamada “ciencia occidental” fue introducida y recontextualizada bajo parámetros ajenos a sus centros de generación5. En este aspecto el elemento local (la periferia) no es visto tan solo como la persistencia o la huella de contenidos premodernos, sino, antes bien, como el marco que permite la emergencia de nuevos discursos y prácticas. De allí que la organización del saber en el marco de, por ejemplo, la institución local es tanto o más importante de comprender que los propios conocimientos adquiridos por quienes supuestamente no participan de su generación. En este punto, resulta necesario examinar no solo aquellos agentes que ejercen una “influencia”, sino más bien el contexto de recepción que posibilita y da un marco al movimiento de tales saberes6. E incluso más: se ha afirmado que el proceso de producción de conocimiento es la propia “localidad en movimiento”, en tanto que permite describir la circulación como un proceso de generación per se7.

Resulta interesante para un estudio de movilidad del saber situado en América Latina el trabajo de Kapil Raj. Él cuestiona la historiografía que considera la producción de conocimiento solo como un resultado europeo y plantea la posibilidad de una ciencia en la periferia como con-secuencia de la interacción científica entre extranjeros y locales, en tanto vinculación que beneficia a ambas comunidades. Sus casos de estudio en el sur de Asia demuestran que este no era un espacio para la simple aplicación de conocimientos europeos, ni un territorio para el acopio de información que fuese procesado más tarde en la metrópoli. Por el contrario, Raj sostiene que el sur de Asia fue un participante activo, aunque desigual, en un orden mundial emergente del conocimiento. En relación con la circulación de los objetos, aquí se sigue a este autor en el sentido que las localidades se reinventan constantemente apropiándose y reconfigurando objetos, habilidades, ideas y prácticas que circulan tanto dentro de espacios regionales transcontinentales como globales8.

Los trabajos aquí presentados de Sandra Carreras, Patience Schell, como el de Carlos Sanhueza, abordan el fenómeno de una ciencia global en una vinculación donde el centro y la periferia iban quedando desdibujadas. El examen de la correspondencia de Rodulfo Philippi, Robert Lehmann-Nitsche, Rodulph Lenz, Hermann Burmeister permite advertir cómo los lazos de los europeos con sus países de origen fueron cimentados en una red que alimentó a los museos, las universidades, bibliotecas y sociedades científicas. Acá asistimos a una dependencia compartida: Europa requería objetos para sus museos, América Latina de bibliografía y reconocimiento.

Un elemento característico de la movilidad del saber dice relación con la construcción de espacios y prácticas de sociabilidad. Schell acá nos entrega, desde el caso de Chile, el tejido textual que posibilitó la formación de una cultura de historia natural en un conjunto de escritos publicados en revistas, diarios y libros. Este ejemplo demuestra que, más allá del límite que separaba al lego del conocedor, como del impacto que dicha cultura tuvo en la formación de una identidad nacional, este entramado otorgó un lugar de inserción para naturalistas y estudiosos chilenos y extranjeros. Sandra Carreras, por su parte, compara los casos de Chile y Argentina a través de la trayectoria biográfica de naturalistas y profesores alemanes en ambos países. Aquí se evidencia en qué sentido los lazos de sociabilidad se expandían a las colonias de inmigrantes. En este aspecto las sociedades científicas que estos últimos promovieron fueron un lugar de encuentro, divulgación y conformación de redes entre las instituciones nacionales y sus pares extranjeras.

Interesantemente, tal y como lo describe aquí Irina Podgorny, muchas veces el espacio de generación de conocimiento fue construido por estructuras y tejidos muy distantes de lo que hoy día definiríamos como “ciencia” (lo que a su vez prueba que estas distinciones son muy febles para el periodo aquí abordado). En efecto, Podgorny demuestra, en su estudio sobre el Río de La Plata, cómo las prácticas burocráticas de artilleros, dibujantes, escribanos, curas o cirujanos dieron forma al mundo americano desde la Península Ibérica. Este entramado, roto el vínculo colonial, daría más tarde paso a la formación de una sociabilidad coleccionista en la que el procesamiento de información en archivos, bibliotecas y gabinetes daría nuevos formatos y direcciones a la circulación del conocimiento.

Abordar el estudio de la circulación del conocimiento no implica asumir que se investigarán ideas, como si estas estuvieran vaciadas de prácticas y sustentos materiales. La propia Podgorny, en el trabajo aquí presentado, nos advierte que la circulación del saber es, ante todo, un fenómeno económico donde, por ejemplo, la materialidad del papel y de las cosas a que este le da forma no pueden dejarse de lado. Stefanie Gänger nos muestra aquí cómo el comercio global de plantas medicinales de Hispanoamérica supuso una reinserción y reconstrucción continua de saberes y supuestos conocimientos ancestrales americanos. Este caso describe nítidamente que la eficacia o rentabilidad del comercio de plantas por sí mismo no logra explicar la difusión de estos productos en espacios tan lejanos. En este sentido, Gänger sostiene que tales respuestas son solo una parte del fenómeno en la medida en que un entorno de enfermedad uniforme a nivel mundial, como la existencia de sistemas médicos conectados, hicieron que estos remedios recorrieran el mundo.

El estudio de la cultura material desempeña un papel clave para el análisis de la movilidad de saberes9. De allí que para analizar cómo emergen se desarrollan y reconfiguran los saberes en las sociedades es necesario observar no solo el tránsito de ideas, sino también el desplazamiento en el espacio y en el tiempo de los actores y los objetos10. Sanhueza, en su estudio sobre el Museo Nacional de Chile, nos muestra cómo la formación de las colecciones dependió de los circuitos nacionales y globales por donde circularon los objetos naturales, las personas y las comunicaciones. Esta base fue la que más tarde permitió la conformación de comunidades disciplinarias que compartían un interés por un mismo conjunto de objetos, como la zoología, la botánica, arqueología o paleontología.

Claramente la circulación del conocimiento depende en gran medida de la participación de entidades no humanas11. María José Correa aquí analiza el agua como factor explicativo del saber médico acerca del poder terapéutico de las termas en el Chile central del siglo XIX. En este punto, Correa examina las transformaciones que va sufriendo el objeto hasta convertirse en uno científico y cómo estos cambios fueron desplazando a los actores desde los naturalistas a los empresarios termales. Al igual que en otros artículos de este texto, aquí se evidencia la íntima relación del factor económico como impulsor de la movilidad del saber.

Kathrin Reinert sitúa su estudio sobre las fotografías de Max Uhle y Roberto Lehmann-Nitsche en una línea similar. Aquí el análisis del objeto fotografía demuestra cómo estos se vuelven intermediarios entre la industria y la academia. Las fotografías de la población indígena en la provincia argentina de Jujuy, apoyada por la empresa que explotaba el ingenio azucarero, circularon en revistas científicas como los Anales del Museo de la Plata, pero también en Caras y Caretas. Las mismas imágenes de la población originaria se sitúan en el marco de los inicios de la antropología, como en el negocio de las tarjetas postales y los reportajes de las revistas magazinescas. El desplazamiento que sufre el objeto, al separarse de los contextos iniciales de su producción o usos anteriores, le permite ser apropiado en un nuevo entorno.

El presente texto busca discutir en qué sentido la circulación de saberes no solo es una forma de transmitir o difundir conocimientos, sino también una manera de producirlo como un camino continuo de intercambios, tal y como Raj o Roberts lo han destacado12. Aquí movilidad implica desplazamiento sin asentamientos fijos o anclajes. Es decir, sin tener necesariamente un centro o punto de origen y sin afectar en igual medida a todos los puntos y actores involucrados en la trayectoria. De lo que se trata es de un desplazamiento-apropiación13 que va elaborando saberes que tengan sentido dentro de un conocimiento global. Lo anterior permite la construcción de una experiencia compartida, un conocimiento común, un consenso que dé sustento a los datos, los objetos y las prácticas. En este sentido podemos afirmar que la ciencia moderna se logró no a través de la imposición unidireccional, sino más bien a través de la coordinación entre las prácticas locales y situadas, por un lado, y el conocimiento global y universal, por otro. Dos dimensiones de un mismo proceso de movilidad que han estado constantemente redefiniéndose unas con respecto a las otras. Aquí proponemos abordar tales movimientos.

1Hemos de entender aquí conocimiento como lo ha conceptualizado Jürgen Renn. Él afirma que la historia de la ciencia se está convirtiendo cada vez más en una historia del conocimiento. De este modo, incluye no solo las prácticas académicas, sino también la producción y reproducción de conocimientos alejados de los contextos académicos tradicionales. En este sentido, aquí vinculamos los aspectos cognitivos del “conocimiento científico” (o “saber científico”) con los sociales y materiales. Ver Jürgen Renn, “From the History of Science to the History of Knowledge – and Back”, en: Centaurus 2015: Vol. 57: pp. 37-53.

2Veronika Lipphardt; Ludwig David: Knowledge Transfer and Science Transfer, in: European History Online (EGO), publicado por el Institute of European History (IEG), Mainz 2011-12-12. URL: http://www.ieg-ego.eu/lipphardtv-ludwigd-2011-enURN: urn:nbn:de:0159-2011121229[2017-03-02].

3James Secord, “Knowledge in Transit”, en: Isis, 2004 Dec; 95 (4): 654-72.

4Steven Shapin, Simon Schaffer, Leviathan and the Air-Pump: Hobbes, Boyle, and the Experimental Life, Princeton, Princeton University Press, 1985; Bruno Latour, Science in action, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1987.

5Basalla George, “The Spread of Western Sciences”, en Science 156, 1967, pp. 616-622.

6En relación con el desplazamiento de saberes ver a Feza Günerman, Dhruv Raina, edit., Science between Europe and Asia. Historical Studies on the transmission, adoption and adaption of knowledge, Heidelberg, London, New York, Springer, 2011, en especial pp. 1-9 y 165-176, y Scott L. Montgomery, Science in Translation: Movements of Knowledge through Cultures and Time, Chicago, University of Chicago Press, 2002. En el ámbito alemán la acepción transferencia de saberes ha sido más transversal a otros conocimientos: ver Johann Anselm Steiger, Innovation durch Wissenstransfer in der Frühen Neuzeit. Kultur- und geistesgeschichtliche Studien zu Austauschprozessen in Mitteleuropa, Amsterdam, Rodopi, 2010; Andreas Renner, Russische Autokratie und europäische Medizin: organisierter Wissenstransfer im 18. Jahrhundert, Stuttgart, Steiner, 2010 y Michel Espagne, “Kulturtransfer und Fachgeschichte der Geisteswissenschaften”, en: Comparativ, Vol. 10, N° 1, 2000, pp. 42-61.

7Ver Raposo Pedro M. P.; Simões Ana; Patiniotis Manolis; Bertomeu-Sánchez José R., “Moving Localities and Creative Circulation: Travels as Knowledge Production in 18th-Century Europe”, en: Centaurus 56 (2014), pp. 167–188.

8Ver Kapil Raj, Relocating Modern Science. Circulation and the Construction of Knowledge in South Asia and Europe, 1650-1900, Palgrave Macmillan, 2007; Beyond Postcolonialism… and Postpositivism: Circulation and the Global History of Science, en: Isis, Vol. 104, No. 2 (June 2013), pp. 337-347, y Theodore Arabatzis, Jürgen Renn y Ana Simões, eds., Relocating the History of Science. Essays in Honor of Kostas Gavroglu, Cham/ Heidelberg/Nueva York/Dordrecht/Londres, Springer, 2015.

9Kingery David, ed., Learning from things: Method and theory of material culture studies, Smithsonian Institution Press, Washington, DC, 1996; Helden Albert Van, Hankins Thomas L., “Introduction: instruments in the history of science”, en: Osiris 9, 1994, pp. 1-6.

10Alice Santiago Faria y Pedro Raposo, eds., Mobilidade e circulação. Perspectivas em História da Ciência e da Tecnologia, CIUHCT, Universidade de Lisboa e Universidade Nova de Lisboa CHAM, Faculdade de Ciências Sociais e Humanas, Universidade Nova de Lisboa e Universidade dos Açores, Lisboa, 2014.

11Latour, óp. cit., 1987; Bourguet Marie-Noëlle, Christian Licoppe y H. Otto Sibum, Instruments, Travel and Science. Itineraries of precision from the seventeenth to the twentieth century, Routledge, London, 2002; Raposo Pedro M. P.; Simões Ana; Patiniotis Manolis; Bertomeu-Sánchez José R., óp. cit.

12Raj, óp. cit. 2013; Roberts Lissa, “Situating science in global history: local exchanges and networks of circulation”, en: Itinerario, Vol. 33 Núm. 1 (2009), pp. 9–30.

13Agradezco a Lorena Valderrama haberme hecho ver este concepto.

HACIA UNA HISTORIA BUROCRÁTICA DE LAS CIENCIAS

IRINA PODGORNY

Introducción

En octubre de 1787 se estrenaba en Praga Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni, drama jocoso con libreto de Lorenzo da Ponte y música de Wolfgang Amadeus Mozart. Los personajes y el argumento retomaban el tema del “Don Juan”, en la forma que había adquirido en El burlador de Sevilla y convidado de Piedra (1630) de Tirso de Molina. Sin embargo, un elemento ausente en el Burlador cobraba entonces un lugar fundamental: me refiero a la concepción de Leporello, el asistente de Don Juan, como un secretario a cargo de la confección de un catálogo1. Como se recordará, Leporello, en su célebre aria, le explica a Doña Elvira que Don Juan no merece su sufrimiento, mostrándole un cuaderno donde, siguiendo instrucciones del patrón, lleva la teneduría de sus amantes. Tan bien ordenado, que, a simple vista, salta la evidencia de su perfidia: Don Juan lleva acumuladas 640 mujeres en Italia, 231 en Alemania, 100 en Francia, 91 en Turquía y 1.003 en España2. Además de esta clasificación por origen y procedencia, Leporello parece haber registrado la edad, el carácter, el color de pelo, la altura y el estamento social de las conquistadas. Sus comentarios insinúan que sus anotaciones incluyen también la fecha del suceso y el porte de la seducida, permitiéndole hacer correlaciones entre la estacionalidad y los caracteres elegidos: “En invierno prefiere la llenita; en verano la delgadita”. Leporello y Don Giovanni, en varias partes del libreto, se muestran permanentemente preocupados por mantener actualizada la lista: cada conquista debe pasar inmediatamente al papel, como si su existencia solo se concretara mediante este acto burocrático, que, lejos de sencillo, requiere del arte de la escritura, de la observación y de los principios de la clasificación. El catálogo de Leporello no se trata de un instrumento para equilibrar entradas y salidas, deudas, haberes y capital. Sin embargo, teniendo en cuenta que el Don Juan de Tirso creía en la justicia divina (“no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”) podría considerarse que Leporello lleva la nómina de los compromisos no saldados con los que Don Juan se presentará al juicio final. El registro de la deuda acumulada, tal como bien sabían los mercaderes del siglo XVII, construye el derrotero hacia el servilismo: una vez agotado el crédito el convidado de piedra puede presentarse y llevarse al hidalgo, condenado ahora a servir a un patrón más poderoso.

Ahora bien, ¿por qué este ensayo, destinado a un libro sobre la transferencia del saber, empieza con una disquisición sobre una ópera de fines del siglo XVIII? Como primera respuesta, porque la enumeración de Leporello remite a una larga historia ligada al descubrimiento de América y a la expansión del papel como condición indispensable para la administración del comercio y del Estado3. El catálogo de Leporello, como ha señalado Manfred Schneider, alude a la historia de los dispositivos para ordenar los datos que le darán forma a los distintos saberes y disciplinas de la modernidad europea. Segundo, porque Leporello, o cualquiera de sus antecesores literarios, parodia a esos “secretarios de señores” que pro-liferaron a partir del siglo XVII, en relación directa con la importancia creciente de los libros de cuentas, la correspondencia y el archivo en un mundo definido por la administración de y a la distancia. Y finalmente, porque nos permite evitar la aún omnipresente historia de las ideas y sus límites disciplinarios, así como las tentaciones de la literatura sobre viajes y viajeros, con su énfasis en qué se dice, quién lleva, quién lee, cómo lo interpreta, cómo se traduce. Como aclara Bernhard Siegert, la historia de estos medios traspasa los límites de la tradicional historia filosófica, para encarar una historia transdisciplinaria de las formas de registro y de circulación del conocimiento4. Este tipo de historia requiere, además, pensar la perduración y permeabilidad de esas formas a través del tiempo y de las prácticas más diversas5. En ese sentido, el catálogo de la ficción nos recuerda la importancia de una forma que cruza los dominios en los que hoy se dividen las ciencias.

En las páginas que siguen se presentará el bosquejo de lo que llamamos “una historia burocrática de las ciencias”, es decir, la historia de la transformación –la mayoría de las veces no buscada– de los medios y formas de las esferas jurídicas, comerciales y de la administración en dispositivos de diversas disciplinas científicas. Para ello se plantearán algunas cuestiones generales sobre la historia del registro y testimonio en el papel. Más que buscar allí contenidos originales, esta primera parte debe tomarse como una bitácora de temas y lecturas, un intento de combinar los resultados de la historia de la ciencia y la tecnología, la economía política, la literatura y la historia de los medios técnicos. Luego, en la segunda sección, se presentarán casos ya analizados en extenso en otros trabajos: el pasaje de los protocolos de descripción de los ingenieros militares a la arqueología, los procedimientos de la medicina legal, las prácticas de los anticuarios y de los mayordomos de estancia hacia la paleontología y la anatomía comparada. Esto nos permitirá, por un lado, discutir el carácter contingente de estos deslizamientos, y, por otro, plantear un modelo de investigación que procure definir una genealogía de estas formas. Sin dudas, estas prácticas burocráticas comprenden dos aspectos: en la primera parte recorreremos la historia de su soporte en papel –o, mejor dicho, una breve historia de la adopción del papel como soporte de la burocracia–, mientras que en los casos de la segunda parte el foco se pone en los protocolos de observación que en los siglos XVIII-XIX pasan a las prácticas de la arqueología y la paleontología.

Elizabeth Einsentein, historiadora de la imprenta, no ha sido la única en recordar que “La práctica de especializarse en el estudio de determinados siglos crea unas barreras artificiales que frecuentemente hacen difícil percibir tendencias continuas acumulativas”6. A esa afirmación, podría agregarse que cerrarse en determinadas instituciones, naciones, lenguas o disciplinas tampoco ayuda. Pero ¿cómo atravesar contextos tan disímiles? James Secord ha recordado que falta una historia de las formas que modelan las prácticas de la ciencia7. En este ensayo estamos proponiendo que el estudio de cómo se ordenan las cosas en el papel podría servir como una manera de seguir la circulación y transformación o continuidad de las cosas en el tiempo y en el espacio y entre dominios diferentes.

Catálogos, inventarios y secretarios

Los diferentes manuales de teneduría de libros que proliferan en el siglo XVIII definen esas cosas que, en la actualidad, pocos recuerdan que algún día fueron inventadas. Así, ¿habría algo más superfluo que una “historia de la lista”, esa enumeración escrita, generalmente en forma de columna, de cosas, cantidades o personas, tal como la que Leporello preparaba para su señor? Sin embargo, con solo pensar en los sistemas y tecnologías para la administración de flujo de bienes y personas en contextos tales como el Cercano Oriente, los Andes o en el teotihuacano clásico, esa “naturalidad”, empieza a ser cuestionada. Desde los quipus, pasando por los tejos, las tabletas y los sellos de estampa en arcilla, los contadores, en muchos estados y administraciones, fueron tridimensionales8. No hay listas sin pergamino o sin papel. Más aún, las distintas versiones del Don Juan dan cuenta de ello, el asistente que no arroja un cuaderno foliado y tabulado, despliega un rollo que, cual alfombra, tapiza el suelo con nombres y circunstancias. De las posibilidades y condicionamientos de estos materiales, derivan muchas de las formas modernas de ordenar y administrar el conocimiento. De tal manera, los manuales de contabilidad del siglo XVIII definen los términos “lista”, “inventario”, “libro”, “memoria” y “memorial” de la siguiente manera, en grado de complejidad y de combinación de materiales, formas de escribir y de ordenar los papeles:

Liste: écrit ou imprimé, qui contient un état de diverses choses ou de diverses marchandises.

Inventaire: ce qui contient généralement tout ce que possède quelqu’un & ce qu’il doit, le véritable état de tout son bien tant en argent qu’en Marchandises, Dettes, Meubles, Biens Fonds qu’autres.

Livre: ce mot a trois significations différentes […] quand on parle d’un Livre, on entend plusieurs feuilles de papier soit blanc, imprimé ou écrit, cousues & reliées ensemble & couvertes d’un carton, de peau de veau, de vélin ou d’autre chose. […] Les livres ordinaires des Négociants où ils écrivent leurs affaires & que par excellence ils nomment leurs Livres, sont, le Grand Livre, le Journal, le Livre de Comptes & Factures, le Livre de Copies des Comptes Courants, & quelques autres.

Mémoire: On donne ce nom à de certaines notes que les Négociants & Marchands écrivent sur un papier ou sur un petit Livre, pour se souvenir de ce qu’ils ont à faire.

Mémorial: Livre que tous les Marchands & Négociants tiennent dans leurs Comptoirs, sur lequel on couche par écrit toutes les affaires à mesure qu’elles se font9.

En todas estas formas la escritura manuscrita mantiene su lugar preponderante en una era donde ya reina la imprenta, algo que explica también la importancia del secretario, tanto a nivel privado como público. En distintas oportunidades Manfred Schneider ha recordado el significado adquirido por el catálogo y la función de secretario en los tiempos de Mozart10. En efecto, alrededor de 1800 la estadística, la contabilidad y la teneduría de libros se integran a esa serie de prácticas y dispositivos consolidados con las reformas en la administración del Estado en los años del Antiguo Régimen y el Cameralismo prusiano11. Sin embargo, la asociación entre un señor de Sevilla y su lista o inventario –como es el caso de Don Juan– dista mucho de ser peregrina: esta ciudad se consolidaría en la edad moderna gracias al peso de la Casa de la Contratación, de los mercaderes y de la administración a través del papel, en cuyo comercio los genoveses jugarían un papel fundamental12. No solo eso: Giacinto Andrea Cicognini, el introductor de la “lista” donjuanesca y uno de los primeros en darle relevancia a la figura del valet en la dramaturgia del Don Juan, era un graduado en leyes de Pisa, hijo de notario y secretario, él mismo, del administrador de las propiedades de los Caballeros de Malta en Venecia13. Así, el secretario y sus libros tienen una historia mucho más larga, ligada a esa gran innovación española dada por la posibilidad de administrar a distancia a través de la escritura. Normalmente asociada al descubrimiento de América y a la modernidad, o incluso a la llamada revolución científica14, se trata de una práctica tardomedieval, vinculada a la corona de Aragón, al Fuero Juzgo de León, a las partidas de Alfonso X, al pergamino de cuero y, finalmente, al papel o pergamino de paño15.

Así, el título 18 del libro tercero de las partidas alfonsinas definía a la escritura como: “Toda carta que sea fecha por mano de escribano público, o sellada con sello del rey o de otra persona auténtica que sea de creer”. Reducir a escritura las cosas significaba paliar el problema del tiempo y el olvido al que estaban sujetas las condiciones de los pactos que los hombres hacen diariamente, constituyendo otro medio de prueba y de llegar a la verdad en un pleito. Capaces de suplir a los testigos, esos hombres y mujeres que “no pueden desechar de prueba que aducen las partes en juicio para probar las cosas negadas o dudosas”, las escrituras resolvían el problema del desplazamiento de los testigos en el espacio y la perduración de los testimonios en el tiempo16. En las partidas del rey Alfonso (1221-1284) se distinguía, además, qué cartas debían hacerse en pergamino de cuero y cuáles en el de paño, dado que, como han destacado varios autores, el papel todavía se consideraba un medio inestable, de desconocida perdurabilidad17. Y aunque, como todos sabemos, terminó por imponerse, la geografía de la aceptación del papel en las cancillerías muestra que sus cualidades se apreciaron de manera muy diferente. En contraste con Alfonso, Jaime I de Aragón, llamado el Conquistador (1208-1276) hizo confeccionar los registros de la Cancillería aragonesa mayormente en papel, las Cancillerías vaticana, angevina, francesa, portuguesa y la castellana, usaron el pergamino. Por el contrario, el notariado ligur y provenzal usó, desde muy temprano, el papel para sus libri notabularum, costumbre seguida por los notarios catalanes de la primera mitad del siglo XIII18. Según Aragó y Trenchs, parecería haber habido una doble localización, según el medio de registro empleado: un área continuadora de los usos romanos, que empleó el pergamino y prefirió la forma de libro registro, tuvo su principal foco en los registros vaticanos, influenciando las prácticas del sur de Italia, y, a través de Nápoles, las de Francia. De allí pasaría a Portugal. La expresión del registro con forma de rotuli o rollos en pergamino tuvo su expresión más acabada en la Cancillería británica.

Los autores arriba citados destacan el carácter innovador de las medidas aragonesas “que demuestran la escasa influencia germánica y pontificia en nuestros reinos y un sentido más práctico y económico de la administración”19. Este cambio tradicionalmente se atribuyó a la disponibilidad de este material a partir de la conquista de Játiva (1244), célebre en el mundo árabe por la calidad del papel producido en sus talleres, y a la expansión de Aragón sobre los reinos árabes de Murcia (1265-6)20. Significa un cambio tan grande desde el punto de vista administrativo, tecnológico y cultural, que más de un historiador ha afirmado que el verdadero inicio del mundo moderno debe buscarse en el papel de los archivos de Aragón del siglo XIII21.

Sin embargo el papel español perdería protagonismo en aras del italiano, por un lado gracias al perfeccionamiento del arte papelero por parte de los genoveses y su dominio de la tecnología hidráulica22. Recordemos con Enrique Otte que los genoveses gozarían del monopolio del papel fino blanco por varios siglos y que Sevilla importaría cantidades importantes destinadas a los libreros, merceros y especieros23. Frente a la decadencia del papel árabe-español, España en el siglo XV se convirtió en receptora de papel italiano. Los puertos de Mallorca, Barcelona, Valencia, Granada serán la entrada para el papel enviado a los comerciantes de Ancona allí radicados, y transportado por genoveses. Ya en el siglo XV un papelero genovés se instaló en Valencia, a los que seguirán muchos otros en distintos parajes de Cataluña, Castilla y el resto de España24. De tal manera, a partir del siglo XVI, el papel que se consumió en Sevilla y que se envió a Indias procedió en su mayor parte de Génova, proveedor casi exclusivo hasta fines del siglo XVIII. Las nuevas repúblicas americanas dependerán, asimismo, del papel de ese origen: la historia del papel, como sustrato fundamental para la administración del gobierno y del comercio, plantea grandes continuidades que aún merecen ser tomadas en cuenta por la historia política.

En un marco de creciente importancia de la producción de documentos escritos en papel (también en pergamino) y de las prácticas del derecho español, los escribanos –hombres sabedores de escribir– se consolidan y se propagan como intermediarios indispensables entre la verdad, las cosas y los hombres. Como hace casi un siglo mencionaba A. Giry, los más antiguos manuales del arte notarial, con las fórmulas destinadas a servir de guía a los aprendices, proceden de la Bolonia de los siglos XII y XIII, algunos de los cuales propagaron en Francia las doctrinas italianas hasta fines de la Edad Media, multiplicados luego por la imprenta25. En España los escribanos de la casa del rey, a cargo de sus actas, privilegios y cartas, se distinguían de los escribanos públicos, a cargo de las cartas de compra y venta y de los pleitos. La remembranza de las cosas pasadas quedaba en sus registros, en las notas que guardaban y las cartas que hacían26. En los siglos siguientes el oficio de escribano, público o de concejo –que también adoptó el nombre de secretario–, proliferaría junto con el de otros dadores de fes públicas, como los notarios, secretarios de ayuntamiento y de juzgado, creando, en palabras de Leonor Zozaya, “un rico trajín documental” entre las escribanías y los archivos27. Pero también, y más relevante a los efectos de este trabajo, consolidando formas de escribir, de ordenar la escritura, los testimonios y la información28. Además, ligados a las actividades comerciales y navegantes aparecerían las instrucciones, la lista, el catálogo, el inventario, el libro de cuentas, el “diario” (journal), las memorias, los repertorios, muchos de ellos originados en el arte de llevar los libros y las cuentas en el mundo del comercio de Génova, Ámsterdam, Venecia o Sevilla29. En ese contexto, al que Harold Cook otorga un papel central en la configuración de la ciencia moderna, refiriéndose sobre todo al comercio motorizado desde los Países Bajos30, se expandieron y se estandarizaron las formas de registrar la información con relación a entradas y salidas, movimiento de bienes, mercancías e inventarios del haber de los almacenes.

El centro más importante de procesamiento de información, como han estudiado Bernhard Siegert y Wolfgang Schäffner, está, sin embargo, representado por la Casa de Contratación de Indias. Este órgano administrativo, creado por decisión de los Reyes Católicos en 1503 en Sevilla, centro comercial y financiero de importancia, se encargaría de coordinar y centralizar la gestión y gobierno de todo el comercio con América. Anteriormente Portugal había establecido las llamadas Casa de Guinea y Casa de la India como centros de control del comercio de especias y otros productos, todas con un aire de familia compartido con las instituciones comerciales medievales mediterráneas y hanseáticas, pero que, ahora, adquirían el perfil de una institución pública bajo control y al servicio del Estado31. La Corona española, a diferencia de la portuguesa, dejó en manos privadas el comercio trasatlántico, recibiendo la Casa de Contratación sevillana “competencias sobre la navegación con Indias” (p. xx). Así, concedía autorización para viajar y, en ese sentido, Siegert ha analizado el proceso por el cual se autorizaba a los pasajeros de Indias como un dispositivo burocrático para la creación de una identidad sustentada en testigos, testimonios y formularios32.

Como afirma Balmaceda, “esta dependencia –del papel italiano– se agravará a partir de la invención de la imprenta y el descubrimiento de América, que, además de la necesidad de este soporte para llevar a cabo la administración de las colonias, se verá apremiado de cantidades mayores a partir de 1636, cuando se implante el uso del papel sellado para todo documento administrativo en el amplísimo ámbito geográfico de la Corona Española”33. Los trabajos de Lutgardo García Fuentes señalan, no obstante, que durante el siglo XVII se aprovisionaban para exportar a Indias el papel de los molinos españoles existentes en Segovia, Gerona y Cuenca. Más adelante se hicieron con este negocio los mercaderes franceses, que tienen a Nantes como centro redistribuidor y envían dicho papel francés a Bilbao, Lisboa, Sevilla. Sin embargo, el cuasimonopolio genovés se consolidó en 1673 cuando Carlo Esporón propone su estanco para suministro de papel a España e Indias, aunque el Consulado de Sevilla se opuso a dicha propuesta de monopolio, como ya se había intentado antes por el grupo financiero genovés de Grillo y Lomelin34. Antonio García Baquero señala que en Génova trabajaban más de 150 molinos; luego, a mediados del siglo XVIII en adelante sería importante la producción papelera catalana, pero el abastecimiento a Indias deja constancia de las reexportaciones del papel genovés llegado a Sevilla y Cádiz. De esta manera, la Casa –y los escribanos de la ciudad de Sevilla– se transformó también en una de las principales consumidoras y promotoras del papel. Pero a pesar de la impresionante cantidad de documentos de todo tipo que se generaba cada día, no existe todavía un estudio pormenorizado sobre el gasto y la movilización de recursos en lo que respecta al consumo de este material fungible.

La Casa de la Contratación también tuvo a su cargo la preparación y apresto de las embarcaciones, supervisando el flujo de materiales y productos para preparar los viajes; además, fiscalizaba y registraba las mercaderías del tráfico marítimo, un elemento estratégico para la Real Hacienda35. Sumado a ello, la Casa fue un gran centro de procesamiento de datos científico-geográficos, ligado a la escuela de náutica y a la producción de mapas para uso exclusivo de la Corona y sus aliados. Como dice Álvarez Nogal, “aspectos como el lenguaje, la escritura, el sistema numérico, las pesas y medidas, las unidades de cuenta y la moneda fueron impuestos por la Corona española desde el inicio de la actividad económica con América y perduraron de forma estable a lo largo del tiempo”36. Siguiendo a este mismo autor, la Casa permitió definir la forma de transferir información y los métodos para lograr que esta fuese creíble. Y si bien el gran volumen se refería a la plata, al oro, y en menor medida al cobre, a Sevilla podían llegar muestras de otros minerales, piedras, resinas y colores vegetales para evaluar si su explotación podía tener valor económico37. Registrar con propiedad el tráfico implicó el desarrollo de prácticas y métodos para poder clasificar, ordenar y distinguir las diferentes cosas de la industria y de los tres reinos de la naturaleza procedentes de mundos antes poco conocidos.

Así, Nicolás Monardes (1508-1588), médico sevillano, hijo de un librero genovés socio de un impresor polaco-alemán, gracias a un acuerdo con la Casa de Contratación, empezó a estudiar y a describir las materias médicas animal y vegetal llegadas de Indias. El objetivo: comercializarlas en Europa, adaptándolas a los textos medicinales antiguos. No solo eso: como buen comerciante, Monardes se volvió un fecundo propagandista de las virtudes de esas “nuevas medicinas”, describiendo sus propiedades en varias obras que se cuentan entre las científicas (y comerciales) más reeditadas en la Europa de entonces. Los libros de Monardes se tradujeron al latín, italiano, francés, inglés y alemán, por una empresa favorecida por sus conexiones familiares con el negocio de la impresión y comercialización de libros. Genoveses, sevillanos y tráfico indiano se retroalimentaban mutuamente, generando la necesidad de nuevos objetos para comercializar y también para reemplazar a las terapéuticas de tradición antigua o tardo-medieval. Así, como se ha analizado en otros trabajos, el comercio sevillano y los catálogos de esos comerciantes actuaron como una suerte de nudo que le dio nuevo sentido a las plantas y animales americanos38. Desde allí, y en parte gracias al arte del papel, los poderes de las piedras de águila, la uña de la gran bestia o la cola del armadillo viajarían en todas direcciones, combinado las terapéuticas más diversas39.

Sin dudas, el establecimiento de la Casa de la Contratación y el comercio con Indias aumentó el tráfico de papel blanco, necesario para escribir y registrar sus propias transacciones, incluyendo la compra de papel para enviar a Indias40. Que en el siglo XVII un personaje ligado a Sevilla como el Don Juan aparezca asociado a la lista, transformada luego por Da Ponte en un elemento constitutivo de la identidad del seductor, remite a estos dispositivos tan ligados a la vida comercial de esa ciudad y de la red de ciudades del tráfico atlántico y mediterráneo. Y en ese trasiego de papeles no solamente el Estado y las corporaciones requirieron ordenar su información, sino también los particulares. De esta manera, si un caballero antes necesitaba escudero, que, como Sancho, apenas si garabateaba su firma, un hidalgo moderno requiere un secretario que, a la manera de Leporello, lleve el registro de sus pasos. Concepto, voz, mano y sombra del señor, erario de sus secretos, los secretarios de señores surgieron como “custodia de los Sacramentos de la autoridad del señor, a cargo del paso de todos sus negocios y correspondencias (…) recuerdo y consulta de los pleitos, casos y cosas que se ofrecen y están pendientes, y en estado y necesidad de tratar de ellos, para encaminar su despacho a buenos sucesos”41. Los manuales –prácticamente contemporáneos al Burlador de Tirso y al Convidato de Cicognini– dedicados a formar buenos “secretarios de señores” afirmaban: la virtud del secreto “hace el hombre semejante a Dios, que solo él sabe que ha de ser, y es aquella de que más se debe preciar el Secretario, pues le da el nombre y título de su oficio”42. Un oficio que consistía sobre todo en el manejo, despacho y expediente de los papeles, su estilo y orden, pulcritud, adorno y las prevenciones a tomar para poder dar cuenta de ellos43. Así, el secretario

ha de tener un libro encuadernado, de cantidad de hojas, y ponga en él todos los pueblos que el señor tuviere en sus estados, cada uno de por sí, y al pie del nombre del tal pueblo, diga el señorío, jurisdicción, títulos y preeminencia que su señor tiene en él, y si algunas estuviesen litigiosas con los vasallos, o en otra manera, declare sobre qué, poniendo cada una aparte de por sí, con razón de la diferencia que se ventila y en qué concejo, Audiencia o tribunal, y ante que jueces, secretario y relator, y el estado que tiene cada pleito, y deje algunas hojas en blanco para escribir el fin que tuviere. También le toca al Secretario hacer visitar los términos y saber si hay algunos quebrantamientos, mudanzas o rompimientos de mojones, y pedir cuenta de ello a los guardas y caballeros de sierra, y si hubiere cotos y vedados de caza hacer que con cuidado se guarden y se denuncien, prendan o castiguen los cazadores y quebrantadores de los términos y vedamientos, dando cuenta al señor de todo como fuere sucediendo. Tenga un cuaderno o protocolo, donde se ponga la razón de las juntas y consultas, y los decretos y resoluciones de cualquier género y materia de negocios (…) Haya otro libro donde se copien las cartas que se escribiesen a los agentes, letrados y procuradores, tocantes a los negocios, poniendo aparte en diferentes hojas de por si los que pasan en cada concejo, Audiencia o tribunal, las cartas que no tuvieren sustancia no habrá que copiarlas, pues solo podrían servir de embarazo, papelera y confusión44.

Las cartas recibidas se guardarían en legajos, dobladas en cuartillas de pliego e intituladas de manera clara, con el nombre del pueblo, procedencia y fecha de recepción o envío, agregando la relación de los temas que tratasen. Todos estos legajos de papeles, cartas, libros y protocolos debían guardarse por su orden en el escritorio, bajo llave, “como en un archivo”. A fin de cada año los secretarios debían componer y concertar por su graduación los legajos y papeles. También, en su escritorio, debía contar con un cuaderno de una mano de papel doblada por medio a la larga, llamado “Diario de los pliegos y cartas que su Excelencia manda despachar para la Corte (…) y otras partes, este año de N”. Este diario debía usarse poniendo en medio un renglón con la fecha “primero de enero” y, abajo, todas las cartas escritas ese día, a quién y el motivo. Y así cada día, con el despacho de cosas importantes “cuya memoria dará gusto tenerla a la mano y aún saber las cartas que aquel año se escribieron”45. El secretario podía o no tener en su poder el libro de los asientos de salarios, que, en principio, pertenecían al oficio de Contador46. Los manuales distinguían, además, el manejo de los papeles particulares del señor frente a aquellos creados de su desempeño como virrey, capitán general o embajador, pero en cada uno de ellos el registro de los movimientos del papeleo mantenía el mismo protagonismo, con niveles diferentes de complejidad.

Ordenar papeles se fue transformando así en una práctica que alcanzaba la organización de la vida cotidiana de cualquier persona con la capacidad de leer y escribir. Y para quienes no manejaran con precisión ese arte, se organizaron otros dispositivos como para que, a través del papel, no solo se ordenara la vida, sino también la observación de la vida, propia y ajena, y de las cosas que la rodeaban. No solo los Estados y negocios modernos se organizaron en torno al papel; poco o poco muchos señores y señoras se transformaron en secretarios de sí mismos. Funcionarios, cuerpos técnicos, empleados, mayordomos, hubieron de aprender a informar según formas pautadas, a veces aun sin proponérselo o sin saber de dónde procedía esa manera de describir o de ordenar palabras y cosas que le daban forma a la experiencia del mundo.

Desde los trabajos ya clásicos de Simon Schaffer y Steven Shapin, mucho se ha escrito sobre las “tecnologías literarias” de la llamada revolución científica vinculada a los espacios de la Royal Society del siglo XVII