La Mujer Sin Marido - Lori Beasley Bradley - E-Book

La Mujer Sin Marido E-Book

Lori Beasley Bradley

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Beschreibung

Este libro contiene escenas de sexo y violencia gráfica y no es apto para lectores menores de 18 años.

A los 40 años y casada con un ranchero, Callie Jamison creía que tenía una vida agradable, hasta que su marido se divorcia de ella en busca de una mujer más joven que le pudiera dar los hijos que Callie nunca pudo tener.

Clayton Swift es un vaquero entrado en años que sabe que ya es hora de colgar las espuelas y retirarse, pero no quiere hacerlo solo.

Después de un encuentro casual en el café del pueblo, sus caminos se entrelazan. Sin embargo, a medida que los secretos del pasado de Clayton afloran y que Callie se enfrenta a decisiones que podrían cambiar su vida, su futuro juntos parece incierto.

A pesar de sus diferencias, ¿podrán construir un futuro juntos?

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LA MUJER SIN MARIDO

LORI BEASLEY BRADLEY

Traducido porALINA ROCÍO TISSERA

Copyright (C) 2020 Lori Beasley Bradley

Diseño de la disposición y derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado 2021 por Next Chapter

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

Índice

1. La caída de Callie

2. El fin del viaje

3. Cayendo aún más bajo

4. Debe alimentarse

5. Lil, de Texas

6. El largo viaje

7. El reencuentro

8. Deseos

9. ¿Qué es lo que hice ahora?

10. Contemplación

11. El toque femenino

12. El tonto baile

13. No sería apropiado

14. Un paseo por el campo

15. Un visitante inesperado

16. Hombres

17. La noche antes de la Navidad

18. La visita de Santa Claus

19. Otro año más que viene y otro que se va

20. Sentimientos

21. Decepción

22. Saliendo adelante

23. ¿Qué te parece?

24. Nuevas promesas

25. La grandiosa inauguración

26. Nadie está a salvo

27. Es hora de tu merecido

28. Ten más cuidado

29. Ella estará bien

30. Todas son empresarias

31. ¿Qué se trae entre manos?

32. ¿Por qué no?

Querido lector

Agradecimientos

UNO

La caída de Callie

En el nombre de Dios, ¿qué hice para merecer tal vergüenza y humillación?

Callie Jamison estaba sentada con su espalda erguida, usando su mejor traje negro y su sombrero: su vestimenta de luto. Se enjugó las lágrimas de rabia y vergüenza. En el asiento del acompañante del calesín de su marido, bajaban por la calle Principal de Ellsworth, Kansas. En aquella soleada mañana de junio, volvían del juzgado, lugar donde un juez acababa de disolver su matrimonio de diez años con Evan Jamison.

Fui una buena esposa.

Lágrimas de vergüenza mojaron la mejilla bronceada de Callie, quien se negaba a dirigirle la mirada a Evan. ¿Cómo pudo hacerle esto? Ahora era una mujer divorciada, una mujer sin marido. ¿Cómo soportaría la vergüenza y el ridículo? Las divorciadas eran destinadas a ser rechazadas.

—¡Ahí está, Callie! Tu nuevo hogar —dijo Evan con desprecio cuando detuvo el calesín frente a la Casa Ellsworth.

—No puedes estar hablando en serio —respondió Callie mientras miraba el edificio de tres pisos con estructura de madera y la leyenda «Casa Ellsworth» grabada en oro en la enorme ventana delantera—. No puedo quedarme en este lugar, tiene... mala reputación.

—El juez dijo que tenía que pagar por tu alojamiento y comida en una residencia adecuada —se burló Evan—. Ahora eres una mujer de mala reputación, Callie, así que esto te sienta muy bien, en mi opinión.

Evan comenzó a reírse mientras levantaba sus tres bolsos de viaje de la parte trasera del calesín.

—Apúrate, mujer —le grito Evan mientras cargaba sus bolsas y las dejaba en la entrada de la casa de huéspedes—. No tengo todo el día. Tengo un rancho que administrar.

Y supongo que vas a traer a esa niña a mi casa tan pronto como puedas.

Evan no había ocultado ni un poco su amorío con Polly Hardin, una chica de diecinueve años, hija de un vecino y antigua alumna de Callie en la escuela. Durante los últimos siete años, Callie había educado a los niños que vivían en Ellsworth.

Callie respiró hondo, se levantó la falda y se bajó del calesín. La brisa cálida y seca hizo que un mechón suelto de su cabello castaño se posara en sus ojos azules llenos de lágrimas. Callie lo volvió a colocar en su sitio con su mano enguantada. Sostuvo la cabeza en alto, se enderezó la chaqueta y caminó por el polvoriento sendero.

Le costó poner un pie delante del otro mientras seguía a Evan hasta el llamativo vestíbulo de la casa de huéspedes del pueblo, que también funcionaba como burdel, si los rumores eran correctos. Jóvenes mujeres con vestidos de encaje estaban sentadas en sillones tapizados en terciopelo rojo. Callie no necesitaba más pruebas para comprobar que los rumores eran correctos. La Casa Ellsworth era, de hecho, un burdel.

Le haré una solicitud al juez. No hay nada menos adecuado para una maestra de escuela y una mujer que va a la iglesia. Evan no puede estar hablando en serio.

—¿Cómo puedo ayudarlos? —preguntó un hombre alto con cicatrices en la cara desde detrás del mostrador, observando las bolsas que Evan llevaba y a Callie. Los penetrantes ojos oscuros del hombre le provocaron un escalofrío a Callie.

—¿Tienes lista la habitación de la que te hablé, Caine? —preguntó Evan mientras le dirigía una sonrisa de satisfacción a Callie.

—Sé que querías que esté en el tercer piso —respondió Matthew Caine con la mirada puesta en Callie. Se lamió sus delgados labios y sonrió. —Pero he tenido que dejarla abajo con las chicas hasta que algo se desocupe allí arriba. Tengo la casa llena en este momento.

—Matt, ¿no es un poco vieja para que esté aquí abajo con nosotras? —preguntó una de las jóvenes mujeres. —Parece tan vieja como mi madre, e igual de mojigata con su cuello alto y su cabello recogido bajo ese sombrero de matrona.

Las demás mujeres rieron, y Callie sintió cómo sus mejillas enrojecían de vergüenza al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas.

Le haré una petición al juez, incluso si me tengo que arrastrar hasta el juzgado de rodillas. No puedo quedarme en este lugar horrendo junto con estas mujeres.

—No me importa dónde carajo la pongas —gritó Evan y dejó caer las bolsas de Callie al suelo de madera pulida. —Ella no es más mi problema.

Levantó las manos en el aire, se dio la vuelta y abandonó el vestíbulo.

—Qué hombre tan encantador —murmuró con sarcasmo una de las jóvenes al acercarse a Callie. —¿Dónde la quieres, Matt? ¿En la vieja habitación de Ruthie?

El hombre alto asintió con la cabeza sin apartar la vista de los senos de Callie.

Puedo jurar que me está tomando las medidas.

—Vamos, cariño —dijo la chica y se inclinó para recoger dos de los bolsos de Callie—. Te mostraré tu habitación.

Callie se agachó, tomó su otro bolso, y siguió a la delgada pelirroja, quien pasó el mostrador y caminó por un estrecho y oscuro pasillo empapelado con el mismo llamativo tapiz del vestíbulo.

—Las chicas usamos estas habitaciones porque hay una puerta que da al exterior al final del pasillo para que nuestros clientes no tengan que salir por el vestíbulo —explicó la mujer señalando una luz difusa al final del pasillo—, y para que ese cabrón entrometido de Caine no sepa nuestras idas y venidas — añadió mientras abría una puerta al final del pasillo.

—¿No tiene llave? —preguntó Callie con los ojos abiertos y horrorizada ante tanta vulgaridad por parte de la joven.

La pelirroja llevó los bolsos de Callie a una habitación donde una gran cama con marco de bronce era el elemento central. En la pared opuesta había un armario alto. En una de sus puertas había un espejo ovalado con una fisura que lo atravesaba. Vio un lavamanos con una jarra y un cuenco, ambos esmaltados. Un orinal a juego estaba en el suelo junto a la cama. Al lado de la ventana se veía un pequeño tocador con un espejo ovalado arriba sobre la pared. La habitación olía como si el antiguo residente hubiera dejado el orinal lleno y nadie se hubiera molestado en vaciarlo.

—Me llamo Maisie —dijo la chica, estrechándole su pecosa mano—, pero la mayoría de las chicas me llama Ruby por mi cabello.

—¿Qué nombre te gusta más?— preguntó Callie tomando la cálida mano de la chica.

Maisie la miró perpleja como si nadie le hubiera hecho esa pregunta antes.

—Mi mamá y mi abuela siempre me llamaban Mae —le susurró—. Tú puedes llamarme Mae si quieres.

—Soy Callie —dijo mientras le estrechaba la mano—. Gracias por ayudarme con los bolsos, Mae.

—Por nada —respondió la linda chica con una sonrisa que acercó las pecas de sus mejillas a sus brillantes ojos verdes. —Matt sí que es una molestia terrible, y un holgazán. Nos manda clientes, se lleva la paga y estamos seguras de que se queda con más del diez por ciento —dijo Mae entrecerrando los ojos—. Ten cuidado con él —le advirtió—. No me gustó la forma en que te miró.

Al menos no soy la única que se dio cuenta.

—Tendrás que conseguir tu propia agua de la bomba de atrás y llevar tu orinal al retrete de afuera. También está en la parte de atrás, pero puedes llegar fácilmente desde la puerta que está al final del pasillo.

Sus ojos recorrieron la habitación y se detuvieron en la cama, en donde se encontraba un delgado colchón sin almohada.

—Me temo que tendrás que conseguir tu propia ropa de cama —suspiró Mae—. La mayoría de nosotras cargamos la nuestra en el maletero cuando viajamos de ciudad en ciudad, pero tú puedes comprar ropa de cama nueva en el mercado de la calle.

—Gracias —dijo Callie frunciendo el ceño. No había considerado la ropa de cama cuando empacó sus cosas apresuradamente esa mañana. Asumió que Evan la llevaría al hotel y no la dejaría en este prostíbulo.

Sin embargo, Callie sabía perfectamente cuál sería el resultado en el juzgado. Evan y el juez Sterling jugaban juntos al póquer y Callie sabía que el hombre le concedería a Evan el divorcio que quería.

—¿Tienes dinero? —preguntó la chica con humildad—. Si no tienes, puedo darte unos cuantos dólares hasta que puedas conseguir los tuyos.

—Tengo un poco —respondió Callie con una débil sonrisa—, pero muchas gracias por la oferta.

—No es fácil ser una mujer y estar por tu cuenta —suspiró Mae—. Tienes que pagar todo. La mayoría de nosotras comemos en El Filete Jugoso, al otro lado de la calle. El viejo Jenkins canjea las comidas por una mamada en la cocina de vez en cuando, siempre y cuando su mujer no esté allí —dijo ruborizada.

Callie sonrió. Conocía a Hiram Jenkins.

—Creo que puedo pagar por mi comida.

—¡Casi me olvido! —añadió la chica mientras se dirigía a la puerta—, aquí está tu llave —dijo sacando la llave de la cerradura y entregándosela a Callie. —Todas llevamos la nuestra con nosotras. Nunca se las dejamos a Caine en la recepción cuando salimos.

—Gracias, Mae —dijo Callie—. Supongo que será mejor que guarde mis cosas y haga una lista de lo que necesito comprar en el mercado.

—Claro, señora —respondió Mae y abrió la puerta. Las risas joviales y agudas de las jóvenes entraron por la puerta y Mae puso los ojos en blanco. —Tabby debe haber contado otro de sus tontos chistes. Es tu vecina, por cierto, y te lo advierto ahora —dijo con un guiño, señalando con la cabeza la pared que separaba la habitación de Callie de la de al lado—. Tabby disfruta de su trabajo y puede ser muy ruidosa cuando lo hace.

Cuando la chica cerró la puerta, Callie se apresuró a ponerle llave y comprobó que funcionara con un giro de la perilla y un fuerte tirón. Una vez convencida de que la puerta era segura, se tomó un minuto para estudiar su nueva morada. Las paredes de yeso eran de un verde pálido y apagado, pero algunas grietas marcaban el yeso en ciertos lugares. Callie arrugó su nariz. No quería saber de qué eran las manchas que bajaban por la pared detrás de la opaca cabecera de metal de la cama.

Podría pintar para refrescar el ambiente. Pero me niego a considerar este lugar como mi residencia permanente.

La única ventana de la habitación no tenía cortina y cuando Callie se acercó a ella, notó huellas. Parecía como si se hubiera apoyado una cara contra el vidrio, tratando de echar un vistazo al interior.

Quizás a la antigua residente le gustaba hacer espectáculos para atraer posibles clientes.

Callie subió sus bolsos a la cama y sacó su ropa.

No tiene sentido dejar que se arruguen. No tengo plancha.

Sacudió cada prenda antes de colgarla en una de las perchas de madera del angosto armario. Cuando terminó, observó el escaso armario que guardaba seis faldas, seis blusas y varias chaquetas que había hecho con telas que combinaran y que podía combinarlas para ampliar sus conjuntos de seis a varias decenas.

En el lavabo, acomodó su cepillo y peine junto con algunos broches y cintas para su cabello. Sacó sus sombreros de una bolsa y los puso en el estante del armario junto con las pocas cosas de costura que había guardado a último minuto.

¿Cómo metes diez años de matrimonio en tres pequeños bolsos?Tuve que dejar tanto atrás.

Callie se desplomó en el delgado y desnudo colchón y lágrimas le recorrieron la cara.

¿Qué hice para merecer esto? ¿Envejecer? ¿Volverme estéril cuando di a luz a mi bebé y luego perderla por una fiebre? ¿Cómo es que todo eso es mi culpa? Pronuncié los votos que decían en las buenas y en las malas hasta que la muerte nos separe. Pensé que Evan también lo había hecho.

Una vez que se acabaron las lágrimas, se secó los ojos, tomó el sucio orinal junto con la jarra de su habitación y salió por la puerta trasera para buscar la bomba de agua. Mientras caminaba por el pasillo escuchó los sonidos de las chicas entreteniendo a los clientes en sus habitaciones. Las risas estridentes, los gruñidos, los gemidos y el golpeteo de las cabeceras se escuchaban desde el pasillo.

Al regreso, caminó apresurada con la jarra de agua fría salpicando sus brazos y el orinal recién limpio. Se quedó sin aliento cuando abrió la puerta de su habitación y encontró a Matthew Caine de pie junto a su armario, tocando el encaje de una bata que había colgado en una de las perchas.

—¿Qué haces en mi habitación? —espetó Callie cuando se acercó al lavabo para dejar la jarra dentro del cuenco.

—Bueno —respondió el hombre alto con una sonrisa mientras acercaba la cinta de encaje a su nariz—. De hecho, esta es una de mis habitaciones y pensé que los dos deberíamos tener una pequeña charla sobre las reglas de la casa y demás.

Él le dirigió una sonrisa y una mirada lasciva y Callie notó que la larga y arrugada cicatriz en su mejilla derecha levantó una de las esquinas de su boca.

—¿Reglas de la casa? —preguntó Callie incómoda.

Esto va a ser interesante.

Caine rodeó la cama y llegó al lado de Callie en dos rápidos zancadas gracias a sus largas piernas. —Déjame echarte un vistazo —dijo sacando la peineta del cabello de Callie. Sus espesas ondas castañas cayeron en cascada sobre sus hombros. Caine pasó la mano por su cabello mientras ella se quedaba tiesa a causa del miedo y la sorpresa. Retrocedió unos pasos para mirar lascivamente a Callie, quien con las botas puestas, medía unos 30 centímetros menos que Caine, de 1,80 m de estatura.

Nunca me trataron tan groseramente. ¿Quién se cree para entrar en mi habitación sin que lo inviten?

—Te agradecería que me quitaras las manos de encima y salieras de mi habitación —exigió Callie intentando zafarse de su agarre.

El gigante hombre sonrió y no dejó de sujetar su brazo.

—Eso es justo lo que pensé cuando te vi entrar por primera vez. Podrías hacer dinero aquí, a pesar de que tienes unos cuantos años encima.

Su mano se deslizó por su blusa y acarició uno de los pechos de Callie. Ella se estremeció ante su contacto e intentó alejarse.

—No tienes derecho a hacer eso —exclamó Callie y echó hacia atrás su mano para darle una bofetada.

—No, no —dijo Caine riéndose mientras sujetaba la otra muñeca delgada de Callie—. Si vas a ser una de mis chicas, vas a tener que aprender algunos modales.

Le soltó uno de sus brazos al mismo tiempo que al otro lo retorció detrás de la espalda de Callie, quien soltó un exclamación de dolor.

—Evan dice que eres un polvo promedio —dijo Caine, mirando fijamente a los ojos llenos de lágrimas de Callie— pero apuesto a que puedo entrenarte para que seas mucho mejor que el promedio.

Empezó a jugar con los botones de su blusa blanca de algodón.

—Ahora, veamos con qué tenemos que trabajar aquí.

Tiró de uno de los extremos de la cinta con forma de moño para desatar su camisola. Los diminutos botones frustraron su objetivo por lo que abrió la camisola de un tirón para exponer los robustos pechos de Callie.

—Sí, son bonitos —dijo mientras acariciaba uno de sus pezones con la punta de su dedo, provocando que se pusiera rígido.

¿Cómo me escaparé de este lío?

—¡Suéltame, bestia! —gritó Callie y arañó la gran mano de Caine. Dejó escapar un grito espeluznante, pero el hombre simplemente le sonrió.

—Eso no te va a servir de nada, cariño —dijo riéndose y le pellizcó el pezón con más fuerza mientras Callie luchaba para escarparse.

—¿Qué mierda estás haciendo, Matthew Caine? —gritó Mae mientras entraba rápidamente por la puerta con otra de las chicas que estaba en el vestíbulo.

Caine soltó a Callie y miró con furia a Mae.

—Lo que estoy haciendo no es asunto tuyo, Ruby, así que lárgate y déjame terminar con ella.

Le dirigió una mirada enfurecida a Callie, quien intentaba torpemente abotonar su blusa.

—Se terminó tu juego, grandulón —dijo la otra chica y tiró de la manga de Caine hasta que los dos salieron de la habitación.

Mae cerró la puerta y giró la llave en la cerradura.

—Te dije que Caine era un imbécil —recriminó Mae—. ¿Por qué le dejaste entrar en tu habitación?

—No lo hice —protestó Callie apartándose el cabello de la cara—. Salí a por agua y estaba en mi habitación cuando volví.

Mae puso sus grandes ojos verdes en blanco. —Por eso te dije que cerraras tu habitación y te llevaras la llave cuando salieras —explicó—. Si no lo haces, el gran idiota revisará tus cosas y esperará para abalanzarse sobre ti cuando regreses. Se cree que es el dueño de todas y que puede hacer lo que quiera cuando le apetezca.

—Oh, cielos —suspiró Callie— ¿Cómo pueden aguantar eso?

Callie se puso su chaqueta y bajó las mangas, frotándose el brazo donde Caine lo había torcido.

—Si tú o tu amiga no hubieran entrado, creo que él habría...

Los ojos de Callie se llenaron de lágrimas otra vez mientras miraba la cama.

—Sí —confirmó Mae—, estoy segura de que eso es exactamente lo que pretendía. Pero no te preocupes por eso —dijo con una sonrisa— estoy segura de que Trudy lo está poniendo en su lugar ahora mismo.

—¿Trudy?

—La chica rubia que estaba conmigo —explicó—. Cuando entramos y vimos que Caine no estaba holgazaneando en su silla en la recepción, tuve la sensación de que podría estar aquí acosándote —continuó Mae mientras examinaba una de sus horquillas de peltre—. Traje conmigo a Trudy porque a ella le gusta Caine y no soporta ninguna mierda de él.

—Cielos —suspiró Callie, recordando a la delgada joven de ojos azules que había sacado a Caine de la habitación.

—Venía a ver si querías acompañarme al mercado —comentó Mae mientras pasaba sus dedos por las duras cerdas del cepillo de Callie—. Martin tiene una nueva orden de tela que sería perfecta para la ropa de cama y las cortinas de tu habitación, si es que te quedas aquí, claro.

Callie miró el colchón desnudo y suspiró.

—No sé si me quedaré, pero supongo que tendré que hacer algo si quiero tener algo para dormir esta noche.

DOS

El fin del viaje

—Pongan a esas vacas en el corral y prepárenlas para pasar la noche —le gritó Clayton Swift a sus empleados—. Las tendremos aquí durante la noche y veremos al comprador por la mañana.

—¿A dónde se va, jefe? —preguntó Tom Draper mientras cabalgaba al lado de Clayton.

—Necesito un baño y una comida caliente que no haya sido preparada por ese inútil gusano de Forsythe.

Draper puso los ojos en blanco y se limpió la frente con la manga.

—Tienes razón. ¿Dónde lo encontraste a ese tipo?

Clayton encogió sus cansados hombros.

—Thompson lo contrató para el arreo antes de que nos fuéramos. No tengo idea de dónde lo sacó.

—Seguro que no cocinaba para un restaurante… o tal vez el restaurante tenía cerdos como clientes —dijo Draper entre risas—. Veré que el rebaño se duerma, jefe, y acompañaré a los hombres al pueblo para evitar que destrocen el lugar.

—Recuérdales que no habrá paga hasta mañana —advirtió Clayton—. Si se emborrachan y rompen algo del salón sin tener ni una moneda para pagar los daños, pasarán la noche en la cárcel de Ellsworth.

Draper sonrió y se quitó el sombrero polvoriento.

—Lo haré, jefe. Disfrute de su baño y su cena.

Clayton se alejó con su caballo de los corrales ubicados en la estación del ferrocarril y se dirigió al pueblo. Hace dos años, Abilene, dentro de la ciudad de Ellsworth en Kansas, se había convertido en estación de embarque de los ferrocarriles transportadores de ganado que se dirigía al este, después de que los progresistas del ayuntamiento de la ciudad de Abilene prohibieran la venta de alcohol y pusieran restricciones a las prostitutas.

A los vaqueros no les gusta andar durante meses por el caluroso y polvoriento camino sin nada que esperar al final. Si no pueden emborracharse y descargar su miembro con una prostituta al final, no querrán apuntarse a ningún arreo. Cuando los rancheros empezaron a tener problemas con las cuadrillas y los compradores ya no tenían rebaños para comprar en Abilene, los frustrados ganaderos fueron al ferrocarril e insistieron en que se construyera una estación en Ellsworth. El Ayuntamiento se mostró mucho más complaciente con los vaqueros y apreció el negocio que trajeron a su ciudad.

Clayton se dirigió al mercado, donde pretendía comprar una camisa y un pantalón.

—Disculpen, señoritas —le dijo Clayton a dos mujeres en la tienda— ¿cuál de estas creen que me queda mejor?

Sostuvo en alto una camisa estampada de color rojo brillante y otra de cuadros azules oscuros. La más joven de las mujeres puso un dedo bajo su nariz y soltó una risita, pero la otra, un poco mayor y posiblemente la madre, sonrió cálidamente y señaló la azul.

—Esa va mejor con tus ojos —dijo amablemente— y además, creo que el rojo podría provocar una estampida.

Clayton dobló rápidamente la camisa roja y la devolvió a la mesa.

—Probablemente tenga razón, señora —dijo con una sonrisa y un guiño. Luego llevó las prendas al mostrador.

Se metió el pantalón y la camisa bajo el brazo y le dio otro vistazo a la mujer. Dejó la tienda y se dirigió a la barbería, donde esperaba poder darse un baño, afeitarse y cortarse el cabello. Luego de tres meses de viaje, durmiendo en el suelo y usando la misma ropa, su parada más importante era la barbería. Por lo general tenía un juego extra de ropa en sus alforjas, pero había tenido que usarla debido a una tormenta de lluvia y una caída en el barro.

—¿Cómo está, señor Swift? —lo saludó el barbero cuando entró en la tienda—. ¿Con qué viaje terminó hoy?

—Thompson se dirige a El Paso —respondió Clayton mientras tomaba asiento en la silla del barbero.

—¿Quiere lo de siempre, señor Swift?

—Por favor.

—Entonces póngase cómodo mientras pongo el agua en el fuego para su baño.

Clayton asintió con la cabeza y se acomodó en la silla mientras esperaba. Cerró los ojos y recordó la cara bonita de la mujer de la tienda. Se había quedado en la rambla y había esperado un poco hasta que la mujer y su hija salieron del mercado cargadas con paquetes envueltos en papel marrón y atados con cuerda.

Verlas caminando juntas y riendo le recordó a Clayton las cosas que se había perdido al elegir la vida de un vaquero. Nunca se había casado, nunca había llegado a conocer a una mujer lo suficiente como para querer sentar cabeza en un lugar. Con cincuenta años, sabía que ya había pasado la edad de pensar en tener hijos. Por supuesto, un hombre necesita una esposa antes de engendrar hijos y Clayton no la tenía.

—El agua debería estar lista para cuando termine de afeitarte —dijo el barbero mientras arrojaba una toalla alrededor del cuello y los hombros de Clayton.

Charlaron sobre el clima, sobre el arreo, y sobre cómo Ellsworth estaba creciendo.

—Tenemos gente nueva mudándose todo el tiempo —dijo el barbero mientras le afeitaba la barba de las mejillas y la barbilla a Clayton con una navaja afilada—. Por supuesto, las esposas y sus fastidiosos amigos de la iglesia no están muy contentos con todas las putas que hay en el pueblo de Abilene —continuó mientras limpiaba la navaja—. Si fuera por ellas, quemarían la maldita casa Ellsworth con todos los inquilinos encerrados dentro.

—A mí no me hace daño ver todas esas caras bonitas y pechos alegres paseándose por la ciudad.

El barbero terminó de afeitarlo, y Clayton fue al cuarto de atrás para quitarse la suciedad y algunas de las contracturas en la bañera de cobre llena de agua caliente.

Tal vez estoy demasiado viejo para estos arreos de tres meses. Tal vez debería buscarme una pequeña granja, una mujer cariñosa, y dejarles la vida de vaquero a hombres más jóvenes como Draper.

Clayton se sentó en el agua. Una vez que se enfrió, salió y se secó con una sábana de algodón. Luego se puso sus calzoncillos largos, sus pantalones nuevos y su camisa.

—¿Cuánto te debo? —le preguntó Clayton al ocupado barbero.

El hombre frunció el ceño.

—Hoy serán dos centavos, señor Swift. Con todos los nuevos negocios en la ciudad, pensé que debía subir un poco los precios.

Clayton asintió, buscó las monedas en su bolsillo y le pagó al hombre.

Aumentar un poco es una cosa, pero dos centavos por un corte y un baño es el doble de lo que pagué la última vez.

Salió al aire fresco de la tarde, se pasó una mano por su cabello gris limpio y húmedo y sonrió.

Supongo que estar limpio por primera vez en tres meses vale dos centavos.

Clayton dobló por el paseo marítimo y se dirigió hacia El Filete Jugoso. La última vez que visitó la ciudad, la comida de allí había sido buena y estaba a un precio razonable.

Entró en el concurrido café y esbozó una sonrisa cuando vio a la mujer bonita de la tienda, sentada sola.

—Bueno —dijo mientras se acercaba a su mesa— ¿qué te parece? —Señaló su nueva remera—. ¿Estás sola? ¿Puedo acompañarte?

Ella le sonrió cálidamente y lo invitó a sentarse en una silla vacía.

—La camisa se ve y huele mucho mejor que la otra.

Clayton se sentó con una sonrisa. —De eso estoy seguro —dijo ofreciendo su mano en señal de saludo. —Soy Clay... Clayton Swift.

—Encantado de conocerte, Clay —respondió con una cálida sonrisa recibiendo su saludo—. Soy Callie Jamison.

—¿Qué hay de bueno aquí, Callie Jamison? —preguntó mientras observaba la pequeña habitación.

Una pareja entró en el café.

—No lo he visto en el pueblo, señor Swift. ¿Es usted nuevo en Ellsworth?

—Estoy con el ganado de Texas —explicó asintiendo en dirección a la terminal del ferrocarril.

—¿Qué le puedo servir hoy, señora Jamison? —preguntó un hombre corpulento con un delantal blanco y las mangas arremangadas por encima de los codos.

—¿Qué es lo que está cocinando su esposa hoy, señor Jenkins? —preguntó Callie.

—Hoy le ofrecemos un rico pastel de paloma y también tenemos filetes de alce frescos —respondió Jenkins.

—El filete suena bien para un vaquero hambriento —dijo Clayton—. ¿Con qué viene?

—Papas y frijoles fritos —respondió Jenkins dirigiendo su mirada a Callie.

—Yo pediré un plato de ese pastel de paloma y un vaso de sidra, si tienes.

—Por supuesto, señora —dijo el señor Jenkins—. Y a usted, señor, ¿qué le gustaría beber?

—Café, por favor —respondió Clayton.

Jenkins asintió con la cabeza y caminó hacia la cocina.

—¿Dónde está su hija esta noche? —preguntó Clayton.

—¿Mi hija? —preguntó Callie con la cara fruncida por la confusión.

—La joven con la que estuviste en la tienda hoy. Creí que era tu hija —explicó Clayton— ¿No lo era?

Callie le sonrió al vaquero.

—No, Mae es solo una chica que vive en la misma casa de huéspedes. Salí a recoger unas cuantas provisiones y me acompañó al mercado.

—Le pido perdón, entonces —dijo Clayton quitándose el sombrero—. La chica se parece un poco a ti.

—Bueno, gracias —dijo Callie con sus mejillas enrojecidas—. Mae es una chica guapa.

—Entonces, ¿vives en la casa de huéspedes? —preguntó Clayton levantando una ceja.

—Hola, señorita maestra —interrumpió alguien.

Callie levantó la vista y se encontró con Marvin Taylor, el borracho del pueblo, mirándola fijamente, y con un hilo de baba que bajaba por su barbilla rasposa.

—¿No eras tú en la parte de atrás de Ellsworth sacando agua de la bomba? —murmuró el hombre borracho y se acercó para poner un brazo sobre los hombros de Callie—. ¿Has decidido cambiar de profesión durante los meses de verano? —preguntó, mirando fijamente a los pechos de Callie.

—¿Disculpe? —gritó Callie sacándose de encima a Marvin.

—¡Oye!

—Señor —intervino Clayton poniéndose de pie—. No creo que a la señora le interese su atención. ¿Por qué no se va de aquí y deja a la dama en paz?

El borracho resopló.

—No es una dama si vive en la Casa Ellsworth —se burló Marvin—. Solo hay un tipo de mujer que vive en la Casa Ellsworth y seguro que no es una dama.

El señor Jenkins se acercó para ver cuál era el problema y para dejar las bebidas que habían pedido.

—¿Marvin los está molestando? —preguntó mientras ponía las bebidas en la mesa y se encargaba del borracho—. Ya te lo he dicho antes, Marvin, tienes que quedarte al lado de la puerta de atrás para cenar.

Jenkins condujo a Marvin a la cocina y pronto volvió con los platos de comida humeando.

—Esto se ve bien —dijo Clayton mientras cortaba el suculento bistec. Se metió un trozo en la boca y cerró los ojos mientras lo masticaba. —No he probado comida como esta en mucho tiempo —dijo con una mirada satisfecha en su hermosa cara, completamente afeitada, excepto por un bigote blanco que enmarcaba su boca.

Callie probó un pequeño pedazo de su pastel de paloma. El vergonzoso encuentro con Marvin le había quitado el apetito. Solo podía pensar en lo que el vaquero debía pensar de ella tras el despotrique de Marvin sobre el tipo de mujeres que viven en el Ellsworth.

—¿Cómo terminaste viviendo en la Casa Ellsworth? — preguntó Clayton después de haber comido gran parte de su comida.

—Fue mi exmarido —respondió Callie apuñalando un trozo de paloma de su pastel.

—De acuerdo —dijo Clayton levantando su ceja blanca.