La noche en blanco de Mallarmé - Tedi López Mills - E-Book

La noche en blanco de Mallarmé E-Book

Tedi López Mills

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Beschreibung

Los poetas suelen situar en algún relato personal, y más o menos mítico, el origen de su tentativa literaria. Uno de los más estremecedores e influyentes relatos de este tipo es el que Mallarmé testimonió en sus cartas durante una crisis nerviosa que sufrió a los 23 años de edad: "La noche en blanco", a partir de la cual elaboró a lo largo de su vida la concepción de una obra pura. Este relato, que definió en la modernidad toda una tradición poética y de pensamiento, es el punto de partida del presente libro, donde la autora somete esa noche en blanco a un intenso cuestionamiento centrado en la duda acerca del alarde del poeta sobre su incapacidad de escribir. El resultado es una visión fresca y frontal, por momentos iconoclasta, pero también devota. Una luz oblicua sobre la efigie de Mallarmé.

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La noche en blancode Mallarmé

Tedi López Mills

Primera edición, 2006 Primera edición electrónica, 2010

La autora de este libro es miembrodel Sistema Nacional de Creadores de Arte.

© Marie José Paz, heredera de Octavio Paz,por la versión del soneto en ix de Mallarmé de las pp. 73-74.

© Alicia Reyes, heredera de Alfonso Reyes,por la versión del poema “Brise marine” de Mallarmé de las pp. 109-110

© 2006, Tedi López Mills

D. R. © 2006, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected]. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-0297-8

Hecho en México - Made in Mexico

Acerca de la autora

Tedi López Mills nació en la ciudad de México. Estudió filosofía en la UNAM y, posteriormente, en la Sorbona. Es autora de los siguientes libros de poesía: Cinco estaciones, Un lugar ajeno, Segunda persona (Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta, 1994), Glosas, Horas (Beca de Poesía de la Fundación Octavio Paz, 1999), Luz por aire y agua y, el más reciente, Un jardín, cinco noches (y otros poemas). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Índice

Tournon

Apéndice 1: Nocturnalia

Apéndice 2: La rue de Rome

Apéndice 3: Resonar/Callar

Apéndice 4: Filosofía de Mallarmé

Apéndice 5: A veces tengo ganas de irme de mendigo a África

Obras consultadas

Para Álvaro

Agradezco, por su contribución indirecta y directa,a Jaime Moreno Villarreal, a Pierre-Yves Soucyy, de manera muy especial, a Julián Meza y a Carlos Torres.

La incredulidad ante los extremos es, supongo, el origen de este libro, cuya estructura obedece a mi propia versión del azar. No he pretendido hurgar en cada recoveco de la ya vasta bibliografía mallarmeana, sino sólo presentar mi propia construcción, mi propio homenaje a ese insólito culto al vacío.

Tournon

Angoisse

Je ne viens pas ce soir vaincre ton corps, ô bête

En qui vont les péchés d’un peuple, ni creuser

Dans tes cheveux impurs une triste tempête

Sous l’incurable ennui que verse mon baiser:

Je demande à ton lit le lourd sommeil sans songes

Planant sous les rideaux inconnus du remords,

Et que tu peux goûter après tes noirs mensonges,

Toi qui sur le néant en sais plus que les morts.

Car le Vice, rongeant ma native noblesse

M’a comme toi marqué de sa stérilité,

Mais tandis que ton sein de pierre est habité

Par un coeur que la dent d’aucun crime ne blesse,

Je fuis, pâle, défait, hanté par mon linceul,

Ayant peur de mourir lorsque je couche seul.

Mallarmé

Angustia

No triunfaré esta noche sobre tu cuerpo, oh bestia

donde andan los pecados de una estirpe, ni pienso

labrar en tus cabellos una triste tormenta

bajo el tedio incurable que derrama mi beso.

A tu lecho exijo la dura tregua sin sueños

que bajo el velo ignoto del lamento se cierne,

y que luego degustes tus engaños tan negros,

tú, que sobre la nada sabes más que la muerte.

Pues el Vicio, royendo mi nobleza inmanente,

con su esterilidad como a ti me ha marcado,

mas mientras que tu pecho de piedra está habitado

por un corazón libre del crimen de algún diente,

yo huyo, descolorido, por mi mortaja inquieto,

con temor a morir cuando a solas me acuesto.

I

En la noche de Tournon, Stéphane Mallarmé inventó a Mallarmé.

He aquí los hechos. Abusando de licencias literarias, los presentaré casi como si fueran una primicia, pues extrañamente Mallarmé no suele ser el sujeto de su propia vida, sino una especie de encarnación sublime de los preceptos que imaginó en su época más aislada: la de Tournon. Fue ahí donde vislumbró los volúmenes de su Obra Pura y consumó los ejercicios de la famosa “desaparición enunciatoria del poeta” para borrar toda huella personal y erigir una poética. Fue ahí también donde intentó suspender lo más inmediato, sin darse cuenta de que, en sentido estricto, eso tendría que haber incluido su propia presencia física: ¿cómo se anula a alguien desde alguien? Descartes —fundador tal vez de esta tradición tan francesa de abatir al yo— ya lo había intentado sin perder de vista la falacia del experimento ni el deseo de regresar al mismo lugar y a su misma persona, apenas con una vaga nostalgia de haber querido estar en otra parte. Mallarmé, en cambio, pretendió ser más radical y trató, solemnemente, de quemar las naves. En ambos casos lo inmediato fue lo único que se mantuvo en pie, como una medida exacta e incoercible del subterfugio: la casa, el escritorio y la vela de Descartes; el gato, la página y el pueblo infame de Mallarmé.

II

Eso fue Tournon: el origen de la leyenda y la parte más densa de una biografía que buscaba cancelarse. Mallarmé llegó como profesor sustituto de inglés del liceo Imperiale a finales de 1863, a los 21 años, y casi de inmediato maldijo al “horrible pueblucho”. En una carta del 12 de diciembre a su amigo, Albert Collignon, escribió: “aquí no quiero conocer a nadie. Los habitantes del pueblo sombrío donde estoy exilado viven en una intimidad demasiado cercana con los puercos como para que no les tenga horror. El puerco es aquí el alma del hogar, como el gato en otros lados”. El clima, además, era una constante amenaza: “el invierno es violento y frío porque estamos encerrados entre montañas yermas. A lo lejos pueden verse los glaciares”. Cualquier paseo con Marie, su mujer, se resolvía en una tormenta de vientos brutales que los obligaba a regresar a casa. Por si fuera poco, Mallarmé vivía perseguido por catarros y dolores reumáticos, lo cual lo condenaba a un encierro mayor. Gradualmente, el tedio se fue convirtiendo en una costumbre y en una atmósfera retadora frente a la literalidad hostil de Tournon. Sin embargo, al finalizar el día, la rutina escolar, quedaba aún la desventura más radical de sentarse frente al escritorio y buscar en la hoja de papel un atajo para escabullirse de la mera duración. Mallarmé solucionó este dilema con una práctica insólita: el cultivo de la privación literaria hasta que asumiera la nitidez de una doctrina en cuyo centro podría colocarse idealmente la esterilidad. Ejercer ese tipo de silencio en Tournon era tanto como antagonizar un modus vivendi que imitaba el de las bestias de carga, y equivalía casi a un acto poético. Mallarmé quiso practicarlo, pero siempre tuvo que luchar contra las excepciones. El 7 de enero de 1864, en una carta a su confidente más fiel, el médico y poeta Henri Cazalis, anunció el envío de una copia del poema “Azur”: “Lo he trabajado estos últimos días y no te ocultaré que me ha sido realmente muy difícil…Te juro que no hay una sola palabra que no me haya significado muchas horas de investigación…” Su propósito, continuó, era desterrar del poema todo elemento lírico, todo adorno simulado por la hermosura de los versos, para que quedara esa singular propuesta: la presencia perturbadora de nadie y de nada, el puro efecto del poema que debía excluir incluso la experiencia de leerlo.

Al día siguiente, el 8 de enero, el desánimo retomó su papel protagónico. En otra carta (a su amigo, el poeta y funcionario, Armand Renaud) Mallarmé declaró que su hastío era enorme y que le daba horror siquiera empuñar la pluma. Tanto así que incurrió en un rara mudez epistolar hasta el 23 de marzo, cuando las quejas de Cazalis por la falta de cartas lo obligaron a confesar su derrota:

Hace mucho que no escribo, pues el esplín me ha invadido por completo. ¿Te aburrías en Estrasburgo, que es una gran ciudad amiga del pensamiento? Ah, amigo, entiende que aquí uno se deja arrastar por la peor de las desilusiones. La acción es nula; todos dan vueltas en un círculo estrecho como los caballos idiotas de un circo de feria y al sonido de qué música, ¡Dios mío! Si no fuera por los tribunales, incendiaría las casas innobles que veo irrevocablemente desde mi ventana, a cada hora del día, imbéciles y necias; y con qué ganas le metería una bala al cráneo atontado de esos miserables vecinos que todos los días hacen lo mismo y cuyas vidas fastidiosas combinan a mis ojos llenos de llanto el espectáculo espantoso de la inmovilidad, que siembra el tedio. ¡Si por lo menos fuera la inmovilidad del sol!… Sí, ya lo siento, me hundo cada día más en mí mismo: cada día la desilusión me domina, muero por entorpecimiento. Saldré de aquí embrutecido, anulado. Tengo ganas de darme con la cabeza contra los muros para despertarme.

Un alma pasiva y frágil como la suya, añadió, no podía sobrevivir tan lejos del contacto con París y las grandes multitudes. En Tournon se sentía más cerca de la muerte y la única forma de contrarrestar su peso negro era dormir: a las siete de la noche se metía a la cama, agotado por todos los esfuerzos que había realizado para distraer a su tedio, que era como un animal insaciable, de intensas apariciones nocturnas. El 25 de abril, en otra carta a Cazalis, proporcionó más detalles acerca de su drama: “…me siento débil. Debo luchar arduamente para decidirme a tomar la pluma. Escribir es volver a abrir mi herida y sólo hallo solaz en el sueño. En cambio, con los ojos abiertos, me odio por no hacer nada…” Al mismo tiempo, anunció que Marie llevaba dos semanas enferma y que todo parecía indicar que pronto habría “un poeta pequeño” viviendo entre ambos. Pero la posible paternidad no mitigó su angustia, pues para él las alternativas eran atroces: prohijaría a un imbécil o a un feo. En Tournon eso sería lo normal.

En el drama, sin embargo, había cierta duplicidad. A fin de cuentas, no sólo era real y cotidiano, sino también literario. En una misma carta —digamos, ésta a Cazalis— Mallarmé podía pronunciarse a favor de su propia muerte y, en el siguiente párrafo, emitir un juicio sensato y generoso acerca de la obra de su interlocutor y proporcionarle un consejo: “Déjame terminar por una receta que he inventado y que practico: ‘Siempre deben eliminarse el principio y el final de lo que uno escribe. Nada de introducciones ni de conclusiones’ ”; o, más adelante, hacer alarde de su incapacidad para escribir y, simultáneamente, mencionar el envío de dos poemas nuevos para una revista. Tal inconstancia, claro, puede achacarse a la mera juventud; pero también se la puede tomar más en serio e interpretar con un matiz moral: por ejemplo, que entre la vida de Mallarmé y su pensamiento se abrió la brecha de una retórica que negaba la comunicación sin detenerse a pensar en la elocuencia reiterada de la negación (además, por carta, dirigida a alguien). Asimismo, se presta a una obvia interpretación cronológica: el tedio, su monotonía llena de recursos abstractos, era la parafernalia espiritual de la época; Mallarme simplemente lo utilizó como parte de su disfraz. Ambas interpretaciones encajan sin dificultad en la historia y no son excluyentes. Mallarmé, sin duda, no estaba exento de la volubilidad filosófica del que ve primero la sintaxis de una idea, no el contenido, y sospecha que todo puede depender del orden de los factores (y peor aún, presiente la rima); tampoco carecía de un fuerte sentido de la parodia. Su representación del mundo corría el peligro de ser meramente formal; el gesto irónico, la teatralidad, le dieron un aspecto más verosímil, más efímero y, por ende, trágico. Además, la parodia funcionó como el tercero en discordia: un testigo omnipresente.

Hay otra explicación, quizá menos suspicaz. Para 1864, en su martirio de Tournon, Mallarmé ya había descubierto el territorio entero, potencial, de sus poemas; ahora le faltaba construir la teoría para concederle, por una parte, un cariz de absoluta inevitabilidad y, por la otra, rodearlo de impedimentos. Esto sólo era viable si extremaba su crisis vital hasta provocar una ruptura con su existencia misma: Mallarmé el autor, el estratega, iba a anularse en aras de un procedimiento singular en el que el lenguaje por fin escribiría su propio libro. El proceso sería lento, con dos lados complementarios: uno diurno, luminoso, lleno de pequeños placeres, que funcionaría como la prueba de que aun en el páramo de Tournon era posible recrear el espíritu de la casa arquetípica; y otro tenebroso, nocturno, con el demonio del silencio dedicado a fabricar sus ruidos. La eficaz convivencia de ambos sería la trama principal de las cartas, pues ahí, al margen incluso de sus certezas sobre el hermetismo de las palabras, Mallarmé lo contaría todo: “… si vieras cómo estamos encantados —le escribió a Cazalis el 9 de octubre de 1864— con nuestros pájaros deliciosos, nuestros peces y la gata blanca y, entre todo esto, mi dulce alemana [Marie], que va de unos a otros… He vuelto a armarme de valor y, gracias a lo que me rodea, espero no recaer de nuevo en las pesadas tinieblas donde he vivido tanto tiempo”.

Pero Herodias ya estaba en el aire y eso significaba que volvería a predominar la noche. El 13 de octubre Mallarmé aludió al poema en una carta a su amigo, Théodore Aubanel, y el 30 de ese mismo mes, a Cazalis le hizo un esbozo del inicio de su doctrina:

Por fin empecé mi Herodias. Con terror, pues invento un lenguaje que debe necesariamente surgir de una poética muy novedosa, que podría definir con estas cuantas palabras: Pintar, no la cosa, sino el efecto que produce… Los versos por tanto no deben componerse de palabras, sino de intenciones, y todas las palabras deben desvanecerse ante la sensación… Quiero… lograrlo… Estos esfuerzos, poco acostumbrados, me cansan y me agotan, al grado de no permitir que te estreche la mano con una carta salvo muy de vez en cuando… ¡Lástima! el bebé me va a interrumpir…

Y, en efecto, ocurrió precisamente de ese modo: Geneviève, el bebé, nació el 19 de noviembre. Mallarmé no le ocultó a su mamá la felicidad que le produjo el nacimiento; sin embargo, al mes siguiente, la profecía se impuso: “… Geneviève me sigue quebrando la cabeza con sus gritos…” Y concluyó la carta (de nuevo a Cazalis) con resignación: “En cuanto a versos, estoy acabado…: hay grandes lagunas en mi cerebro, que se ha vuelto incapaz de pensar con orden y aplicación… Sí, me miro con horror, como a una ruina: en todas mis cartas voy a mentirles a mis amigos y decirles que trabajo, pero no es cierto. Un poeta únicamente debe ser poeta en esta tierra, y yo soy cadáver gran parte del tiempo”. Su despedida fue dramática: “la sombra de tu Mallarmé”.

El año nuevo, 1865, se inauguró con las mismas quejas. La poesía no prosperaba en un ambiente tan ordinario como el de la maternidad y la cuna arrinconadas en el trasmundo de Tournon: “… soy demasiado poeta y estoy demasiado enamorado de la Poesía para disfrutar, cuando no puedo escribir, esa felicidad interior que me parece ocupar el lugar de la otra, la grande, aquella que concede la Musa… (Escribo muy confusamente; la chiquita, un poco enferma esta noche, me desgarra los oídos y el pensamiento con sus gritos.)” Mallarmé, encima, tenía que cumplir con los quehaceres de ser maestro y a cada instante sus mejores impulsos se veían frustrados por ese “horroroso trabajo”. La situación resultaba aún más desesperante por su elección estética:

Si por lo menos hubiera escogido una obra fácil; pero justamente, yo, estéril y crepuscular, he elegido un tema espantoso [Herodias]… ¡Y mi Verso me hiere a ratos y me daña como un fierro!… Pero ¿por qué te hablo de un Sueño que quizá no se verá jamás realizado y de una obra que quizá destruiré algún día, pues habrá estado muy alejada de mis pobres capacidades?

El obstáculo fue menos el tema que una poética en cuya cúspide se aposentaba un elemento tan anómalo como el silencio. “Él mismo —según su crítico y lector más lúcido, Paul Bénichou— celebró el silencio como una especie de logro supremo de la poesía.” Y su Libro —cuya inexistencia continúa siendo poderosamente fundacional— sucumbió a causa de este homenaje; incluso, lo contrario, la simple realización, habría sido sospechoso y quizá hasta contradictorio con respecto a sus propias premisas. Sin embargo, curiosamente, a pesar de las reglas estrictas de esta visión que ubicaba a la obra en un eterno futuro, la mayor parte de la poesía de Mallarmé fue circunstancial. Mientras batallaba (y perdía) con su tragedia Herodias