La noche que lloran las amapolas - Luis Emilio Roldan - E-Book

La noche que lloran las amapolas E-Book

Luis Emilio Roldan

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Beschreibung

El principio de todo a veces no es el principio de la historia: antes que los hechos se realicen y se desencadenen, hay mentes dándole forma a un plan. Para los que crecimos con la idea de que todo comenzó en marzo del 76, debemos conocer que allí no fue el principio, mucho antes de eso hubo un ensayo previo, un plan siniestro llevado a cabo en pleno gobierno democrático. El plan era la simple aniquilación total de la subversión y se llamó Operativo Independencia, una guerra que "no existió" en Tucumán en 1975. La noche que lloran las amapolas es una novela basada en hechos reales, contada desde la mirada de un sargento de gendarmería que participó en el conflicto y se hace amigo de Lucía, una luchadora revolucionaria tomada como prisionera en el campamento. Plagada de detalles históricos, con un relato crudo y realista, el protagonista y la joven van desenredando todos los crímenes cometidos en el operativo, tanto de un bando como del otro. Así, entre la sangre, el azúcar y su posible amor platónico, juntos nos conducen por esta historia poco conocida, la antesala siniestra del plan que luego se extendería por todo el país.

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Seitenzahl: 109

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Roldán, Luis Emilio

La noche que lloran las amapolas / Luis Emilio Roldán. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

106 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-749-6

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Históricas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Roldán, Luis Emilio

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Capítulo 1

La frontera

En las cercanías de Bariloche

Dos años luego de los hechos

El tiempo sencillamente ahora es un péndulo que baila a merced de mi destino, provocando esta inestable forma de existir. Me complace saber que pronto llegará mi hora, que los pecados fundados sobre mi camino serán pagados como se debe, pero a pesar de esta tonta seguridad, me cuestiono si esto realmente sucederá. He vivido sumergido de manera fortuita luego de las circunstancias de mis actos y no he tenido el valor suficiente para superar esas imágenes consecuentes que divagan por mi alma, donde su voz es una melodía perdida de una vieja poesía, que descansa sobre mi ensueño prófugo. Sus ojos son la causa de este insomnio crónico del cual he bebido hasta la última gota, como si mi sed dependiera de esa mirada huérfana que posa sobre los sueños rotos de resistir.

Simplemente por la inquietud absurda que me provoca este silencio sombrío, voy a tomarme el tiempo necesario para desechar estos males incesantes que me agobian, como su mirada que sigue allí frente a mí, sentenciando esta vida pálida y siniestra, plagada de inertes sentimientos de verdad, como un abismo atroz de las miserias y demencias propias.

Me constan estas palabras, ya que estas escenas perpetuas que respiro cada día son la más cruel evidencia del espíritu maligno que vela dentro de nuestro ser. Es un acto muy propio almorzar y cenar de estas migajas insensatas, sin embargo, la verdad es que necesito alimentarme de estos nítidos sabores de amargura e injusticia para prevalecer a través de mi razón. Me resultaría fácil escapar y refutar tales demencias sin sentir el más mínimo remordimiento, pero en cambio soy obstinado y devoto a mis principios.

Debo confesar que me cuesta divergir de estas culpas. Más allá de mi alucinación de justicia, me siento provisto de las armas para contar la verdad, que solo descansa en mi alma. He sido oídos y paredes que oyen el sonido de la oscuridad que al final del camino es una antorcha en la noche espesa o un destello en la neblina de invierno que trata de atesorar los senderos de la vida. He prestado mi invalorable sosiego y mi eterna diversidad de ver la realidad suprema sin filtros ni contaminantes, solo con la pureza nata de los actos y los efectos auténticos. Por el simple hecho de forjar un destino ya marcado, puede que sea cuestionable la acción de un ser, de plasmar ideales sin fronteras ni restricciones, pero tales actos llevan consigo solo la verdad (y no la venganza por capricho de una demencia sublimar) de imponer la ciega justicia desvalorada, pisoteada y violada, tal como sus víctimas.

En mi íntima cuestión de ser, encuentro entre estas murallas un murmullo del silencio y de la oscuridad que me acechan, pero entre tanto divagar sobre estas fábulas pueriles, pude hallar esta forma bizarra de compartir mis pensamientos austeros. Soy la creación viviente de un ser paralelo que busca ilustre sus mares en calma y admito cierta admiración por alguien que va en busca de un destino distinto a través de esta vida errante. Mientras todos corren ciegos y buscan lo que creían encontrar en sus inexorables vidas miserables como buenos hijos de una naturaleza vulgar y de un sistema desquiciado capaz de ignorar la maldad, yo soy el fiel testimonio de sus actos y de sus acciones, sin detenerme a pensar en la reacción o en las consecuencias de la esencia de sus hechos.

En efecto, digo que aquí estoy rodeado de imágenes que vienen y van, que desaparecen y aparecen como espectros patéticos de este eterno desvelo, y apelo a mis memorias desechadas por el correr del tiempo y por las circunstancias adversas provocadas por el agravio de vivir, para relatar esta historia que se mantiene prófuga del tiempo y que me ha dado horrores extraordinarios, ya que en mi meditabundo jardín estático y de percepción natural, soy endeble ante los argumentos de la infamia. Ahora mis pensamientos cultivan una mente insana para mi alma, de sabores que me cautivan. Frívolo e irreflexivo es el mundo lejos de esta única ventana y de este estado de ensueño atractivo que me aleja implacablemente de las cosas que ahora solo renacen en las palabras y memorias que voy a vociferar.

Jorge Rolón

Sargento primero de escuadrón VII Gendarmería Nacional

Dejé esta especie de carta o de memorias tontas sobre la mesa donde inútilmente practico cada madrugada. Las mil maneras de entender esta miserable vida fueron juntándose en papeles amarillentos, algunos arrugados y rescatados luego, apilados durante dos años, como una especie de misa pagana. Luego de beber mi botella de coñac, juego con mi arma reglamentaria a que puedo poner fin a esta angustia incesante. A veces es mi cuchillo girando sobre la mesa, alumbrado por una vela ilustre testigo de mis fechorías y acompañado de mi dedo índice derecho, con la cabeza apoyada en mi codo izquierdo y viendo lentamente como mis lágrimas llegan y se deslizan por la mesa redonda.

Por voluntad propia, aquí estoy en la frontera con Chile cuidando no sé qué, en defensa de la patria. Debí haberme traído un perro; entonces me sentiría más humano. Hace días que no pruebo la comida, falta un par de horas para el amanecer y veré lo más bello que he visto últimamente: las postales de la Cordillera y la nieve sobre los picos, soñando que ella está en algún rincón de este intrincado paisaje rocoso caminando suavemente por las orillas del río que desciende lentamente, con sus cabellos tan negros como la oscuridad de mis penas, acariciados por la brisa otoñal de la Patagonia.

Todo el tiempo siento que me está observando, esperando que haga algo más sensato con esta oportunidad de vivir que tengo; por eso cada noche lloro, ruego, pido perdón y vuelvo a caer de rodillas ante mi cobardía. Me emborracho hasta más no poder y le disparo a mi imagen que me acecha allí afuera, que no se apiada de mí y me tortura corriendo de un lado a otro a través del bosque, aterrándome, escapando una y otra vez… Le grito:

—¡Cobarde!... ¡Cobarde!... Vení acá, hijo de puta, la dejaste ir… Vos fuiste, inútil malparido…

Y le disparo a la noche, a la nada, desde la ventana sin vidrios, evidencia de otra madrugada atroz, mientras muerdo mis labios hasta vaciar el cargador e intento con el vacío un simulacro de suicidio…

Luego caigo desparramado, rompiendo incansablemente las mismas cosas, gritando desesperado, un eco siniestro de mis recuerdos…

—Lucía… Perdóname, chiquita… Perdóname…

Los rayos de la mañana penetran a través de la ventana sin vidrio de la puerta crujiente de madera dejando entrar la brisa matinal, que acaricia mi cara babeada. Me levanto con la resaca hostil, rodeado de vestigios de una escena sin fin que evidencia mi aflicción crónica. Preparo el mate amargo para acompañar el sabor de mi garganta y, desganado por los hechos, lentamente voy ordenado. Espero el relevo que hace seis meses me deja actuar en esta lunática experiencia continua.

Me doy una vuelta impaciente alrededor de la choza forrada de diarios y bolsas de nylon, mientras busco en el horizonte su mirada y con suerte alguna liebre que le servirá de cena al cabo Ceferino Alcaraz, correntino bruto pero de buen corazón. Ha estado trayéndome provisiones y balas cada mes y así hemos podido entablar una especie de amistad un tanto grata.

De repente, entre los matorrales aparece la cena zigzagueando a gran velocidad y tratando de escapar, pero a pesar de que he perdido tanta integridad en estos años, no he extraviado mi maldita puntería y, de un intento, ya estaba lista para disco. Bajé un poco lento entre las piedras probando mi estabilidad con los vestigios del coñac y casi como una burla absurda del destino a orillas del río… estaba ella tan delicada y tierna como los sueños que me torturan, su cabello negro se desparramaba sutilmente con la brisa que descendía, dueña de la mirada más triste que jamás podré olvidar, como si esa tristeza la tuviera tatuada en mi ser como una sentencia cruel de la vida… Me miró por unos instantes, partiendo mi mirada en pedazos y destrozando mi sensatez, derramé una lágrima de nostalgia en la distancia e intenté acercarme. Hizo un gesto casual moviendo suavemente su boca hacia un lado y se perdió entremedio de unos pastizales…

—Chiquita, volvé...

Dejé caer mis brazos decepcionado. Ya no era una lágrima al verla partir, mis ojos se inundaron, los cerré unos segundos y respiré hacia adentro, rememorando decenas de imágenes plagadas de dolor para dejar caer ese peso de mis pecados hacia donde debían ir, en busca de ella, de su recuerdo latente y su perdón…

—Sargento…, sargento. ¿A quién le anda llamando? ¿A una liebre?... —me dijo el bruto que me miraba desde arriba de la choza.

Esperé que el viento secara lo que aún quedaba de mis lágrimas y fui por la cena un poco más abajo para que cuando volviera pensara que el rojo partido de mis ojos era por el frío.

Dejé caer la liebre para saludar al cabo, ya que ese morocho insiste acá en la nada misma con el saludo oficial.

—Buenos días, mi sargento…

—¿No se cansa de jugar al soldadito, Ceferino? ¡No tiene que saludarme como si estuviéramos en la Guardia nacional, hombre!

—Je, je. ¿Andaba de caza, señor?

—¡No me digas, señor! El Señor está en el cielo. —“Y bastante falla en su labor”, murmure para mí—. Acá está su cena. Se va a cansar de comer liebre —le dije mientras dejaba el bicho en sus manos.

—A mí me gusta el pescado.

—Bueno, allá abajo en el río quizás pueda matar alguna trucha y de paso va practicando su puntería.

—¿Por eso gastaba tantas balas? Se ve que son difíciles de atrapar.

Lo miré de reojo y dejé un silencio como dándole a entender que el chiste que había hecho fue incómodo.

—¿Hay algún baile por acá? Para bailarse un chamamé.

La verdad era que el morocho tenía un buen sentido del humor. Ojalá hubiese estado allá en Tucumán, no tendría esa sonrisa todo el tiempo, se ve que nada lo perturba. Y menos su conciencia. Pero no todos corremos con la misma suerte en la vida.

Atiné a sonreír molesto; de todas maneras, ese pibe era lo más cercano al contacto humano que tenía, y él no debía pagar las consecuencias de mis actos pasados. Si supiera cuánto dolor y angustia encierran este uniforme, esta arma y esta alma en pena.

Le expliqué las reglas del lugar y el protocolo para seguir si se encontraba con algún contrabandista o algún chileno estúpido que quisiera cruzar para acá, mientras lo ayudaba a descargar sus cosas del Fiat 600.

—La verdad es que estos hijos de puta te podrían haber dado un Jeep.

—Este es un maquinón, sargento.

—No sé si voy a entrar en esta catramina, Ceferino.

Junté la pila de hojas escritas, mis ropas y mis cosas. La verdad, por algún motivo había pedido el traslado, ya estaba cansado de escaparme del mundo, total, donde fuera, ella vendría conmigo para ahogarme día a día. Sentía que algo debía hacer para volver a dormir, para encontrar la paz. Quizás iría a Tucumán o quizás a denunciar a las Fuerzas Armadas, sería lo más justo para ella.

Todavía no había definido mis pasos, lo cierto era que debía escapar de ese lugar que me había mantenido prisionero de mis miserias durante dos años, a fuerza de una voluntad ingrata y autodestructiva.

Aunque puedo entender que donde vaya mi pasado vendrá conmigo, que sus ojos serán una sentencia infinita a la hoguera, que nada que pueda hacer reparará los daños causados, he estado roto de dolor y rabia, y al mirar mi cara en el espejo ya no siento piedad ni pena de mí. Sé que debo seguir en este camino austero, porque sé que debo encontrar una salida a este maligno pesar.

Inútilmente dejo mis intentos de suicidio y cobardía, tengo que hacer algo más sensato que lidiar con estas ataduras del destino. Sé que me debo curar de sus ojos y por más que pida perdón mil veces al cielo y a la Cordillera, ella no vendrá, no estará allí emanando esa ternura característica de su ser ni la dulzura de caña de azúcar que tenía al hablar, esa inocencia torpe y adorable a la hora de preguntar cosas y ver la vida, que acompañaban esa sonrisa sutil y sus gestos de no entender casi nada, con el corazón más puro y débil por momentos, pero con una enorme fuerza de voluntad para pelear contra los mártires que la acechaban.