La Orden de Shata-Ra - Michael Veron - E-Book

La Orden de Shata-Ra E-Book

Michael Veron

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Beschreibung

Hombres y Mujeres han sido llamados para librar una batalla de una guerra cuya existencia era desconocida para el mundo. Antiguas leyendas, mitos y cuentos infantiles esconden verdades ocultas a la humanidad durante siglos. Unos pocos, nuevos y viejos guerreros han decidido hacerse a las armas y elegir su bando. Una mujer con una vida normal, común y corriente descubre que es Shata-Ra. Una reina que no quiere reinar, la última de los titanes de luz, protectora del amor y la libertad, debe librar batalla en una ciudad mítica gobernada por leyes muy distintas a las conocidas por los mortales. Los guerreros y guerreras de la Orden la secundan en batallas, gobiernan, aman y odian. "Nosotros ganamos dos de las últimas batallas y nos retiramos para que el mundo quede gobernado por mortales, ahora se abrieron los sellos y la guerra comienza otra vez… Hizo otra pausa pero nadie hacía preguntas …Para derrocar a la oscuridad hay que destruir a sus siete titanes, son guerreros con habilidades especiales que lideran a sus ejércitos, para derrocar a la oscuridad hay que derrotar a los siete titanes oscuros…" Al despertar, Shata-Ra y sus guerreros comienzan a recordar las experiencias vividas en todas sus vidas como mortales. ¿Seguirán en pie las mismas alianzas? ¿Habrán podido mantener sus promesas de amor a lo largo de la vida y la muerte? Nuevos guerreros son llamados a batallar. Celos, envidia y poder en quienes deben defender el amor y la libertad. Sexo, pasión, alianzas, traiciones y nuevas amistades. Criaturas milenarias, ciencia que se confunde con magia. El comienzo de una historia que está lejos de terminar.

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Michael Veron

La Orden de Shata-RaEl Despertar

Michael VeronLa orden de Shata-Ra El Despertar / Michael Veron. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4160-4

1. Novelas. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Prólogo

1. Despertar

2. Lazos

3. La reina

4. Sain–Je

5. Vuelta a casa

6. “Había una vez”

7. Terra Nova

8. Rescate

9. Atlanthis

Prólogo

Hombres y Mujeres han sido llamados para librar una batalla de una guerra cuya existencia era desconocida para el mundo. Antiguas leyendas, mitos y cuentos infantiles esconden verdades ocultas a la humanidad durante siglos. Unos pocos, nuevos y viejos guerreros han decidido hacerse a las armas y elegir su bando.

Una mujer con una vida normal, común y corriente descubre que es Shata–Ra. Una reina que no quiere reinar, la última de los titanes de luz, protectora del amor y la libertad, debe librar batalla en una ciudad mítica gobernada por leyes muy distintas a las conocidas por los mortales. Los guerreros y guerreras de la Orden la secundan en batallas, gobiernan, aman y odian.

“Nosotros ganamos dos de las últimas batallas y nos retiramos para que el mundo quede gobernado por mortales, ahora se abrieron los sellos y la guerra comienza otra vez… –Hizo otra pausa pero nadie hacía preguntas –…Para derrocar a la oscuridad hay que destruir a sus siete titanes, son guerreros con habilidades especiales que lideran a sus ejércitos, para derrocar a la oscuridad hay que derrotar a los siete titanes oscuros…”

Al despertar, Shata–Ra y sus guerreros comienzan a recordar las experiencias vividas en todas sus vidas como mortales. ¿Seguirán en pie las mismas alianzas? ¿Habrán podido mantener sus promesas de amor a lo largo de la vida y la muerte? Nuevos guerreros son llamados a batallar. Celos, envidia y poder en quienes deben defender el amor y la libertad. Sexo, pasión, alianzas, traiciones y nuevas amistades. Criaturas milenarias, ciencia que se confunde con magia. El comienzo de una historia que está lejos de terminar.

1. Despertar

Era una tarde gris y amenazaba el comienzo de una tormenta. El patio de la universidad estaba sobrepoblado de personas que iban y venían con rumbos distintos y a la vez, cada uno habitaba su propio mundo interno. Era agradable volver a pisar el suelo de la universidad, esta vez como profesora, tanta suela gastada en esos pasillos que escondían tantas historias. Todos estaban un poco nerviosos: hoy era el día del fin del mundo. La prensa y las redes sociales marcaban al doceavo día del doceavo mes del año dos mil doce como el último día de una era. Aunque para ella era un miércoles más, miércoles largo a propósito porque salía de su casa a las ocho de la mañana y no retornaba hasta entrada la noche. Sin embargo, el aire estaba cargado de algo extraño. Era agradable caminar esa tarde bajo las nubes de una incipiente tormenta, el calor en la ciudad era insostenible, y un poco de agua no venía nada mal. Con la cartera cargada y el maquillaje sin retocar, se zambulló en el agitado mar de personas para tratar de llegar al aula A–015 donde debía dar la clase. Había más cantidad de estudiantes de lo normal, eso llamo su atención, pero en época de parciales y recuperatorios todo puede suceder, sin embargo, algunos ni siquiera parecían estudiantes. Cerró los ojos, sacudió la cabeza y siguió su rumbo.

Se podía entrar a la universidad por la arcada principal, custodiada por personal de seguridad y una reja de un grosor infranqueable, o bien por la salida trasera del estacionamiento, con más seguridad incluso que en la principal. Ella caminaba con los auriculares colocados, viendo el mundo que la rodeaba pero sin escucharlo. De repente un muchacho la empuja tan fuerte que casi la termina tirada en el suelo a pesar de que ella era bastante corpulenta y no era fácil llevársela puesta. Levanto la vista y observó cómo las personas se amontonaban, gritaban y corrían sin sentido. Levantó la vista al cielo pero solo estaba la tormenta, su altura media no le permitía ver por encima de los demás así que se arrancó los auriculares justo en el preciso momento en el que se escucharon estruendos que la aturdieron. Tambaleó. Agarro su cabeza tapando sus oídos porque el zumbido dentro de ella la había aturdido. Alguien la toma del brazo y la jala hacia el piso, ya en el suelo vio que se trataba de un ex compañero de cursada, quien no dejaba de tironear de ella, su rostro estaba pálido. Era el miedo. Ya en el suelo pudo ver como algunas personas a quienes no distinguía con claridad amontonaban a otros a punta de armas como si fueran cajas apiladas en un galpón de almacenaje. Otros amenazaban con espadas oscuras. Se frotó bien los ojos, “¿espadas en este siglo?”. Respiró profundo para despertar de la pesadilla. Se concentró fuerte en despertar. No había dudas: ésta tenía que ser otra de sus pesadillas habituales. Ya sabía el final: iba a despertarse con su propio grito, toda empapada en sudor frío. Cerró los ojos. Alguien pisó su mano. Dolor. No era una pesadilla. Era la vida real.

La universidad tenía un patio abierto y central franqueado por los edificios de las diferentes facultades. El mástil con la bandera flameaba en el centro. Muchas personas entre alumnos, profesores, empleados y familia de los estudiantes que esperaban concluir los estudios ese día y realizar los respectivos festejos de rigor estaban amontonados como basura en el medio del patio. Todos rodeados de hombres y mujeres armados con armas blancas y armas de fuego. La sordera del estallido del arma cerca de su oído aun zumbaba dentro de ella. Se tocaba el oído esperando encontrar sangre en sus dedos. Sintió un dejo de nostalgia por los ex combatientes, ahora estaba en una posición similar pero sin la valentía del soldado. Ella, estaba aterrada.

—Veraj a equs ni, dijo uno de los hombres más robustos viendo un objeto que tenía en su mano derecha. Entre los llantos, suplicas y gritos de los prisioneros no se lograba entender lo que hacían decían o querían. Algunos intentaban llamar al 911, otros ofrecían dinero y posesiones materiales. Un profesor del área jurídica trató de hacerlos entrar en razón ofreciéndose como abogado para defender a los presuntos delincuentes pero terminó con un tiro en el medio de la frente a sangre fría, se alteraron, pero se sometieron a los delincuentes. Ese “acto ejemplificador” acabó no sólo con la vida del profesor sino con el coraje de todo el resto de los valientes que allí de rodillas se encontraba.

—A trasto adivon filo. –Volvió a decir el hombre más robusto y alto. Su voz se escuchaba admirablemente grave, y los demás obedecían. No se veían oficiales de policía cerca, lo que estaba pasando en ese patio de la universidad, parecía estar escondido del mundo exterior. Los hombres y mujeres que estaban con ese oficial enfundaron o colocaron en su cintura las armas de fuego que sostenían. Pistolas automáticas, revólveres, escopetas y otras armas de fuego que no se llegaban a distinguir entre la marea de gente que se movía dejaron de apuntar. En cuestión de segundos tenían espadas en sus manos, espadas largas y aparentemente pesadas, en el filo se veía una tenue luz rojiza, una especie de brillo. Una mujer comenzó a rezar a los gritos pidiendo a Dios por su salvación y la de su hija. El líder giro su cabeza a una velocidad inimaginable y le clavo sus ojos color caramelo en la vista de la mujer quien seguía rezando, cautiva de la mirada penetrante, seguía aferrándose a su fe, implorando a Dios por la vida de ella y de la niña de 6 años que tenía agarrada de la mano. La nena no lloraba, no gritaba, solo sostenía una bolsa de nylon blanca con una mano y se dejaba sujetar por su madre de la otra mano, se encontraba en lo que se conoce como un estado de shock. El grandote calzaría cuarenta y ocho, porque sus pies se veían enormes en esas botas negras de cuero roto y viejo. Se abría paso a las patadas entre la gente. Camino entre las personas pisoteándolas y pateándolas sin quitarle la vista a la mujer que rezaba sin parar. Llego frente a la madre con la hija y las personas que estaban a su lado se separaron instintivamente dejando sola a la mujer frente a agresor.

—De rodillas.–Dijo el hombre con su voz grave. La mujer se acomodó y se arrodillo frente a él. Su cabeza apenas llegaba a la rodilla de él. Se agacho y colocó su mano libre en el cuello de la mujer, le era muy fácil rodear todo su pequeño cuello con su mano. La levantó en el aire y se dio cuenta que la mujer sostenía a su hija aun de la mano. Miró las manos unidas y con un rápido movimiento de su espada rebanó la mano de la mujer dejando a la niña agarrada a la mano cortada de su madre. Las personas alrededor gritaron, corría sangre, mucha sangre. La mujer gritada, la niña estaba muda. Una de las mujeres que estaba en el piso presa de su instinto materno se arrastró a agarrar a la niña y rodearla con sus brazos, alejándola del agresor. Gritos, insultos, suplicas. El hombre levanto a la mujer por el aire sosteniéndola del cuello sin implicarle dificultad alguna, la presión del cuello asfixiaban a la madre, cuando sintió que se estaba quedando sin vida la bajo y la acomodó para que se quede de pie. Con la espada rasgo sus ropas y piel hasta dejarla desnuda frente a todos, la mujer no se sostenía por la pérdida de sangre y el miedo, asi que la tomo de los pelos para mantenerla en posición de pie. Se reía mientras registraba su cuerpo. Cuando dejo de ser un títere útil levanto el cuerpo por los cabellos y rebano su cabeza con su espada, la facilidad con la que corto la cabeza era similar a un cuchillo de cocina rebanando mantequilla. La ola de gritos retumbó fuerte. Él disfrutaba del miedo, de la atención y del terror que provocaba. Algunas jóvenes abrazadas entre ellas lloraban a los gritos así que el grandote les tiró la cabeza de la madre salpicándolas de sangre, espantándolas y disfrutando con la risa entre dientes de la situación.

Se alejó del grupo de personas, impartió órdenes a quienes estaban con él. Habría casi mil personas sometidas, y seguían trayendo más. Sacaban seres humanos de las aulas, pasillos y oficinas de la universidad, arrastrándolos a esa masa de personas tirándolos ya casi unas sobre otras. No las revisaban, algunos mandaban mensajes con sus celulares, otros trasmitían en vivo lo que pasaba, no les importaba ser vistos. Dentro de la masa de personas había un oficial, estaba de civil así que no se distinguía si era de la policía o del ejército. Sacó su arma reglamentaria y disparó con excelente puntería sobre seis de los delincuentes. Solo lo miraron enojados. Uno de ellos giró para verlo. El oficial disparo en medio de la frente pero la bala no atravesó su cráneo sólo hirió su piel pero rebotó hacia otro lado. El oficial estaba pálido y no dejaba de disparar un arma que ya no tenía balas. El miedo a lo desconocido desconcertó aún más a los presentes. ¿Una mala pesadilla? ¿Actividad paranormal? ¿Los jinetes del apocalipsis?

Despertó desconcertada. Estaba sudada y sentía su cuerpo pesado, más pesado de lo normal. Le dolía la pierna y la cabeza. No sabía dónde estaba pero no era su cama, no era su casa. Le dolía la cabeza. No veía nada y le costaba respirar. ¿Otras de sus pesadillas de antiguas batallas? No había psiquiatra, psicólogo, hechicero o amuleto que las arranque de su cabeza, ella solo quería dormir, como lo hacen el resto de los seres humanos. Sin embargo ésta pesadilla era más vivida que las demás, le dolía el cuerpo aun habiendo despertado y sentía sabor a sangre en su boca. Abrió los ojos, se encontrada protegida entre los brazos de Omar, la pierna le dolía mucho. Respiró hondo. No había sido una pesadilla, su pierna estaba atrapada por el peso de un hombre que estaba sentado sobre ella, el sabor a sangre en su boca era real, pero no sabía si la sangre era suya o de alguien más. No sabía cuánto tiempo había pasado ya sea porque había pasado el atardecer o la tormenta era tan espesa que no dejaba que pasen los rayos del sol. Levanto la cabeza y pudo ver a los delincuentes como agarraban a las niñas y mujeres de los rehenes, los desnudaban de la cintura hacia arriba como buscando algo en el cuerpo y al no encontrarlo les pegaba un tiro en la cabeza, o cortaban su cabeza, dependiendo del estilo del ejecutor. Luego los cuerpos iban a una pila de cadáveres que lamentablemente había crecido bastante.

Uno de los ejecutores quiso agarrar a una niña que un hombre intentaba esconder entre sus brazos – así como Omar hacía con ella. El hombre mostró resistencia e intentó clavar un objeto punzante en el agresor. El delincuente lo golpeo haciéndolo volar por los aires. Cuando el hombre cae cobre el suelo, algo llama la atención del líder, quien suelta a la niña y se dirige a toda prisa acercándose al cuerpo caído. Mueve su cabeza hacia atrás sorprendido por lo que veía, patea el cuerpo del hombre para verlo mejor y luego lo levanta sobre el aire sosteniéndolo del cuello, pero dejando que sus pies toquen el suelo, cuidando de no matarlo.

—Es Roberto Loyag – le susurro Omar al oído–. Él había sido profesor de ambos cuando eran estudiantes. Ella había estado enamorada platónicamente de él, y al profesor le gustaba tener a una alumna devota enamorada así que fomentaba la ilusión aunque nunca había pasado a la realidad y solo quedaba en un coqueteo inocente. Él estaba casado, pero la atracción que ella sentía por él era tan grande que si el movía un solo dedo, la tenía a sus pies. En ese momento recordó el momento en el que lo conoció. Ella estaba sentada junto a Omar esperando que entre el profesor titular de la materia, no sabían quién era, pero ella al verlo entrar con su traje impecable y con ese andar de caballero impartiendo seguridad no pudo evitar quitarle los ojos de encima. Ella sintió como todo su cuerpo se aflojaba y agradeció estar sentada porque se encontrarla de pie se hubiese caído al piso. En esos segundos recordó con el más preciso de los detalles ese primer encuentro. Entre Omar y ella algo pasaba pero no se terminada de definir la relación que los unía. Se acercaban y alejaban, ella creía estar enamorada de su mejor amigo y compañero pero cuando vio entrar al profesor ese día de invierno hace años atrás, su cuerpo le dejo en claro que lo que había sentido hasta ahora era nada con respecto a lo que este hombre le provocaba solo con existir frente a ella. Como es lógico, Omar percibió lo sucedido y más se acercó a ella por lo que la confusión entre la realidad y la fantasía fueron fantasmas que la acompañaron durante años en los pasillos de la Universidad Nacional. Sólo años después de ese primer encuentro ella logró tomar la fuerza suficiente para alejarse de ese hombre que la envolvía de ilusiones pero que nada le daba, tanta distancia tomó que se alejó de los dos, sin embargo ahora, en el final lo único que hacía era recordar el principio, paradójicamente en los brazos de Omar.

El alfa arrastró a Roberto cerca de la luz para examinar su rostro. Roberto trataba de pelear pero los brazos del alfa eran muy largos así que no lograba golpearlo o patearlo.

—¡EL mismo rostro viejo y feo! –Dijo entre risas el alfa. Roberto era un hombre de cincuenta años, que se encontraba en excelente forma como consecuencia del entrenamiento, pero sus cabellos y su barba corta estaban cubiertos de canas y en su piel se delataban arrugas producto de la exposición al sol y la experiencia, como a él le gustaba decir. Peleaba contra el aire una batalla que sabía perdida, pero su instinto solo le dictaba pelear, morir peleando.

—Llámenlo. Díganle que tenemos al Reg. Dimos con el nido. Que venga. Ella tiene que estar por acá.

Uno de los delincuentes agarró una especie de celular satelital pero dudó al momento de llamar. Había historias de que otros grupos habían creído dar con el nido, sin embargo no se toleran los errores, si se lo molestaba y no era así, digamos que no había personas vivas que puedan contar lo ocurrido. Él lo sabía perfectamente porque le había tocado juntar los cadáveres haciendo una de las típicas limpiezas posteriores a las cacerías.

—Dijo que sólo lo molestemos cuando la encontremos. –Susurró apenas ante el llamado no realizado –Cuando estemos seguros.

—¡Te dije que lo llames, que le digas que venga! –El Alfa corría hacia el hombre con el comunicador mientras sostenía a Roberto del cuello como quien sostiene una bolsa llena de plumas.

—Pero señor…. –respondió temblando–… si ella no está… y el viene….. –La rudeza del rostro se había esfumado y tenía tanto miedo como las victimas que él mismo estaba sometiendo a punta de armas segundos atrás–… nos va a matar a nosotros.

—Entonces pedazo de mierda, ¡encuentra a Shata–Ra, la cuelgas del mástil y lo llamamos para que venga y la reviente el mismo a esa puta! Si está el Reg, ella tiene que estar cerca… siempre es así. –Sacudía a Roberto por los aires manteniéndolo al borde de la asfixia.

—Si mi señor.–Obedeció como militar a su general bajando la cabeza.

—Sólo se habla en la lengua antigua. ¿Queda claro? –Gritó fuerte el Alfa.

—Neg. –Respondieron todos a la vez.

Respiró profundo. No sabía lo que había escuchado, ¿lo había escuchado o lo había imaginado? Un escalofrío pasó por todo su cuerpo que la hizo temblar. Omar noto como su cuerpo temblaba y la sostuvo con más fuerza. Ellos ya no eran amigos, no estaban juntos, incluso él ya estaba en pareja con otra mujer pero seguía sintiendo ese cariño inmenso por ella. Ella fue su apoyo en los momentos más duros, él tenía muy claro que él era quien era, sólo porque ella había estado en su vida. No se pudieron poner de acuerdo con el tipo de amor y sus tiempos siempre se desencontraban, Omar la admiraba en secreto y en cierta forma no se sentía digno de ella, siempre tuvo esa sensación de que él era muy poco cuando estaba a su lado. Ella era una mujer humilde, simple, divertida, bella, lo trataba con dulzura y pasión pero cuando estaban juntos el siempre sentía que nada valía, por eso salió al mundo a convertirse en un hombre digno. Tampoco ese profesor estaba a la altura de ella ante sus ojos. No era una mujer de esas a las que todos los hombres desean a penas la ven, aunque llamaba la atención de una forma que ni ella misma podía darse cuenta. Incluso creyó en algún momento que estaba loco o que su percepción de la belleza era errónea, porque los hombres no hacían fila para conquistarla, sin embargo, cuando ella les hablaba, cuando la conocían simplemente hacían todo lo que ella quería. Su sonrisa era irresistible, sobre todo porque ni ella misma se daba cuenta de lo que producía en los demás. Omar la sostenía en sus brazos. La sintió temblar y recordó aquel día que habían quedado varados en un shopping, no podían conseguir monedas para viajar en el transporte público, el vendedor de golosinas rechazaba sistemáticamente a todos y cada uno de los que iban a pedirle cambio, Omar incluido en los rechazados a pesar de que le había ofrecido comprarle una buena suma de dinero. Ella fue y le pidió cambio en monedas para poder viajar y el vendedor, a pesar de que nada le había comprado le hizo el favor de cambiarle los billetes por monedas. Ella pedía y ellos hacían. Así era ella, son su humildad, con su frescura, su inocencia y su inteligencia, era difícil negarse a sus deseos, tan difícil como había sido alejarse de ella. Omar prefería la soledad en vez de sentirse amado por alguien y sentirse poca cosa, no digno.

Era el fin y se le venían a la cabeza esas anécdotas poco importantes pero tan intensas. Cuántas veces volvía de trabajar cansado y con ganas de tirarse a dormir un día entero pero ella mandaba un mensaje y ahí estaba el al pie de la batalla para explicarle lo que no entendía en los libros. Sólo en el ámbito académico se sentía digno, amaba explicarle las materias aunque esa sensación duró solo unos pocos cuatrimestres. En una de las tantas separaciones drásticas y teatrales que tuvieron ella se anotó en materias diferentes a las que él se había apuntado para tomar distancia de él. Omar creyó que sin su ayuda iba a fracasar o que lo iba a volvería a buscarlo, sin embargo le toco verla adelantarse en la carrera al punto de que se recibió tres cuatrimestres antes que él con promedio de honor ¿En realidad necesitaba de su ayuda para estudiar o era una simple excusa para verlo?, le tocó observar cómo otros hombres tomaban el lugar que él había dejado. Bajo su piel guardaba una esperanza de que ese fuego volviera a arder, que sus ojos brillen al verlo, era egoísta, lo sabía, él ya había formado pareja con una mujer que, ahora que lo pensaba mejor era una versión un poco más joven de ella, pero a pesar del parecido no eran iguales a su nueva pareja le podía decir que no, incluso disfrutaba hacerlo, con María él se sentía un par y no inferior, al menos era el pensamiento del que se aferraba cada vez que su mente le recordaba que estaba con una copia del original. Los delincuentes gritaban entre ellos palabras que nadie entendía, algunos hombres quisieron unir fuerzas para revelarse pero fallecieron al primer golpe. Omar miraba en el horizonte buscando ayuda de fuerzas policiales pero nadie acudía, la impunidad con la que se manejaban, la seguridad con la que trataban a todos como insectos, las ganas de luchar y perder la vida luchando por la vida en vez de morir suplicando, tormentas de sensaciones, sus sentimientos variaban entre morir de pie peleando o esconderse y tratar se sobrevivir.

—Veraj a equs odin–e, a ne fila –El líder exclamo con una voz grave y penetrante. Se miraban entre ellos, daba la sensación de que esa “lengua antigua” no era conocida por todos o quizás el líder estaba pronunciando mal las palabras. Omar percibió algo raro entre sus brazos, ella había dejado de temblar, respiraba tranquila, parecía calmada, al punto que pensó que se había desmayado, sin embargo escuchaba como hablaba bajo, intento no invadir su privacidad porque pensó que estaba rezando pero estaba repitiendo las palabras que recién habían escuchado, como si las entendiera, como si supiera de que estaban hablando.

—Draki–Ra –Susurró despacio y levanto la mirada al cielo como esperando una respuesta. Draki–Ra pronuncio con voz temblorosa y nada pasaba. Los captores se acercaron al grupo de ellos, Omar trato de taparla ya que solo se llevaban a las mujeres pero en el intento de encubrirla los puso en más evidencia. Ella solo repetía esas palabras “Draki–Ra” sin embargo las pronunciaba con duda, con vergüenza, con una vos apenas perceptible. Tironeando de un brazo la sacaron de los brazos de Omar, eran sólo un grupo de personas amontonadas en el piso, tuvo que hacer fuerza porque su pierna estaba trabada debajo del cuerpo de otro hombre. Ella no oponía resistencia, tampoco lloraba, no se quejaba, no suplicaba. Para sacarla la toma de la muñeca derecha y tira con fuerza, su mano sucia con tierra y sangre resbala y no podían sujetarla a pesar de que hombre de negro hacía mucha fuerza. Entre dos la liberaron y se la llevaron al centro para el procedimiento de desnudar, revisar y matar. Omar sintió una electricidad dentro de su columna vertebral, apenas y podía respirar. En ese momento se abren los pesados portones de entrada de la universidad y entran en formación fuerzas especiales de seguridad y no la policía normal. Entraron unos doscientos uniformados, se podía olfatear la esperanza en las personas capturadas sin embargo duro muy poco ya que ingresaron para prestar apoyo a los delincuentes. Llanto, lamentos y gritos desesperados. Los oficiales comenzaron a separar a las mujeres de los grupos, desnudarlas, examinar sus cuerpos y ejecutar con un disparo en el corazón a aquellas que así lo determinaban.

Había tensión entre ellos. Logró escuchar unas palabras entre el líder de los delincuentes y el comandante de las fuerzas policiales detonaba discrepancias entre ellos.

Arrinconaron a todos los rehenes en un solo grupo de personas sobre el paredón del teatro de la universidad. Si alguno se revelaba terminaba con un tiro en medio de la frente, esta nueva elite era más fría, más efectiva y causaba más terror al punto de que no había gritos, rezos o suplicas, los adultos protegían con sus cuerpos a los niños que habían quedado atrapados.

A ella la habían puesto de pie y entre dos hombres la desnudaban cortando su ropa así como su piel. Cojeaba de una pierna, estaba abatida. Uno de los oficiales vio su tatuaje en el la muñeca derecha.

—¡La Marca! –Grito con fuerza –¡Encontré a una marcada!

El oficial que se encontraba a la izquierda, al ver el tatuaje se asusta y apunta con su arma al pecho y se dispone a dispararle. Otro de los delincuentes le grita para que desista de esa acción. Tiembla levemente el suelo. No pueden ser temblores ya que no es zona de temblores pero desorienta a todos los presentes, algunos aprovechan para tratar de escapar pero son baleados al mismo instante. El oficial no escucha o desestima la voz de alto: dispara y da en el blanco. Ella cae al piso y la sangre comienza a brotar de su pecho. ¿Eso se sentía recibir un disparo? Había sentido un golpe fuerte en su pecho y luego ardor seguido de un dolor punzante. Cayó sobre el lado derecho y le costaba respirar, pero respiraba, le dolía desde las entrañas pero sentía como el aire entraba a sus pulmones, ¿se estaba muriendo? ¿Eso se siente morir? No podía mover su cuerpo pero se sentía viva. Hasta hace unas horas atrás tenía muchos planes de su vida, tenia aspiraciones, ahora al estar enfrentando a la muerte solo quería vivir. ¿Qué pasa ahora? No había túneles, no flotaba, no había seres queridos que hayan venido a buscarla, sentía frio, tirada en un piso sucio y ni una luz al final de camino.

—Draki–Ra – pronuncio esas palabras con el último aliento –aunque en su mente seguía pronunciando esas palabras sus labios ya no respondían.

El más grande de los delincuentes se acercó al cuerpo, reviso el tatuaje de la mano y la llevo arrastrando por el piso hasta el centro tirándolo al suelo junto al mástil de la bandera. Quedo a los pies de Roberto. El la miró con compasión y se sorprendió al reconocerla. Ella no parpadeaba pero se veían sus labios susurrando, rogando.

El más grande de los delincuentes la agarra del cuello y la levanta en el aire dejando la cabeza de ella por encima de la de él.

—Esta no puede ser… ¡es demasiado poco! La para en el suelo y le grita ordenándole que se arrodille frente a él. Ella permanece de pie con gran esfuerzo, medio cuerpo desnudo, con cortes en varias partes del cuerpo y un orificio de bala, no entendía de dónde salían las fuerzas, quizás era la adrenalina, quizás era el dolor que le recordaba que aún estaba viva, quizás era esa frase que siempre repetía “si voy a morir que sea de pie y nunca de rodillas suplicando”, aunque los contextos en los que la usaba eran más triviales, como exámenes o cosas de poco sentido de la vida, chiste del destino hacerla vivir en carne y cuerpo una de sus propias afirmaciones.

—¿Dónde están tus caballeros? ¿Esta patética encarnación elegiste? ¡La más poderosa, las invencible, la más bella encarna en este gordo, fofo y horrible cuerpo? –se reía al insultarla, la golpea de un revés que la desplaza varios metros hacia atrás. Cae al piso pero al caer abre los ojos, y lo busca con la mirada. Él se acercó lento, saca la espada y la mira directo a los ojos. Se ven, se reconocen sin saberlo, él se acerca y ella con toda la fuerza de su alma grita, grita tan fuerte cual grito de guerra, grita como si su voz fuera a ser escuchada por alguien, grita como sabiendo de la fuerza de sus palabras. “Draki–Ra” Se hace un silencio. El grandote retrocede dos pasos como esperando una consecuencia de ese grito, el silencio inunda el lugar. El grandote sonríe y cuando comienza a reírse la tierra comienza a temblar el suelo con mucha más fuerza, algunas columnas se caen, a los oficiales les cuesta mantener el equilibrio, las personas están aterradas al no entender lo que estaban viviendo.

El alfa se acerca apenas recupera la compostura y le pega una patada en las costillas que la vuelve a desplazar más de un metro. Alguno de los oficiales le disparan pero el alfa los detiene.

—Llámenlo, a esta perra la tiene que matar él antes de que termine de despertar.

¿Despierte? ¿Esto es un sueño o es una pesadilla que se convirtió en realidad? Ella no entendía nada pero a la vez entendía todo. Estaba loca y loca de atar, pero se dejó llevar por la locura y se dejó llevar por el destino. Esta historia la había vivido de forma similar en sus pesadillas, su increíble imaginación había creado un mundo fantástico digno de una novela, pero esto era la vida real, y ella no era Shata–Ra, uno de los personajes personas de sus sueños, de sus historias. Pero había creído escuchar el nombre de Shata–Ra, y ella no lo había comentado nunca jamás con nadie, ni con su terapeuta, para ella eran historias que se inventaba y que algún día iba a escribir como tantas otras historias que vivían en su mente. El dolor le indicaba que estaba viva y despierta, lo que sucedía le sugería alguna conmoción o locura, pero su corazón latía fuerte sabiéndose en casa. Ella quería con todas sus fuerzas empuñar una espada y acabar con todos esos mal vivientes que estaban sometiendo y asesinando a mortales. ¿Mortales? Ella también era una mortal pero pensaba como si no lo fuera, ella quería levantarse y combatir pero no se creía digna o lo suficientemente fuerte. Una segunda patada la dio contra la pared y cuando trato de incorporarse fue él quien le dio la respuesta. El Alfa la vio a los ojos y en su rostro se leyó el miedo. Ese hombre rudo, alto, fuerte, poderoso tuvo miedo de una simple mujer moribunda. En ese momento ella creyó, no en otros, no en la magia, creyó en ella, en los ojos del monstro que trataba de destruirla. Se vio en los ojos de él y se dio cuenta de todo lo que ella valía. Encontró su mayor fortaleza, se encontró a ella misma, olvidó por un momento en lo que el mundo podría decir de ella. Si lo que le sucedía era locura, decidió abrazarla con todas sus fuerzas. Se dejó caer, dejo la que la fuerza de gravedad la atrajera al duro suelo sonriendo, ya no había más lucha interna, se entregaba a lo que en lo más profundo de su ser ella creía, se entregaba a ella misma. Las personas que veían la escena no lograban entender, bueno, nada se entendía en realidad, todo lo que pasaba desafiaba las leyes de la física, pero al verla caer lo hacía como en cámara lenta, todo a su alrededor se movía normalmente, pero ella flotaba mientras caía. Al llegar su cuerpo al suelo se produjo un sacudón en la tierra tal como si hubiese caído un avión, la tierra tembló y se agrieto a su lado separándola del atacante. Temblores leves movían las estructuras de los edificios. Este no era un temblor, era como si algo se estuviese moviendo bajo la tierra y por eso la tierra se movía. Uno de los hombres puso su oreja en el piso y se levantó en menos de un segundo largándose a correr a toda prisa. Los oficiales comenzaron a disparar sobre el cuerpo de la mujer de forma desesperada, las balas perforaban su cuerpo cuando de la grieta se asoma una piedra, tiembla el piso se agrieta mas y algunos oficiales caen entre las grietas del suelo. Mucho polvo no dejaba ser con claridad. Algo brillaba sobre la roca, estaba lleno de polvo, pero se veía un metal. Omar se limpia los anteojos, se levanta de entre las personas y descubre lo que sus ojos veían y su mente se negaba a creer. Una empuñadura de espada se veía clavada en la piedra.

Si algo nos han enseñado las historias y cuentos creados por la humanidad es que esa espada debía ser sacada de la piedra. Los agresores habían quedado del otro lado de la grieta del suelo, sin embargo no iban a demorar mucho en poder franquearla. Había que hacer algo. Omar se levanta y comienza a correr hacia la piedra. Ella comienza a arrastrarse hacia la espada. Roberto sintió como los temblores habían desajustado sus ataduras se rasgó la piel para liberarse y correr hacia la espada. Omar llego primero. Apoyo sus pies con fuerza y agarro la espada por la empuñadura, estaba caliente. Haciendo fuerza con sus piernas comenzó a tirar, sentía que se movía así que con todas sus fuerzas, quemándose las manos volvió a tirar. Con el tercer intento podría sacarla, tomó aire, levantó la vista y vio como los oficiales estaban armando un puente sobre la grieta para pasar. No sabía bien que era, pero esa espada significada algo y la necesitaba si quería vivir. Ella se seguía arrastrando y estaba a un metro de la espada. Miró a los ojos a Omar y le hizo un gesto de aprobación para que saque la espada, sin embargo no dejaba se arrastraste hacia ella. Omar toma la empuñadura con su mano derecha tira con fuerza pero esta vez no hubo resistencia, fue como levantar una pluma al punto que la fuerza levanto su brazo por arriba de su cabeza, sonrió. Roberto ya estaba cerca, justo del otro lado de la roca. Ve la mano de Omar en lo alto y vuelve a mirar la roca. Omar tenía su vista en un horizonte no definido, se sentía victorioso, poderoso, sentía en su mano el peso del hierro, la ve a ella, lo ve a Roberto, sigue sus miradas y al bajar la vista ve la espada intacta en la roca sin embargo algo le pesada, levanta la vista con sorpresa y miedo y ve como su brazo sostenía un arco, un arco casi tan largo como su atura, extremadamente pesado pero tolerable para sus brazos que tensaban sus músculos debajo de la suave tela de la camisa de vestir que llevaba puesta. La sorpresa le hizo perder el equilibrio y resbaló por la piedra hacia el suelo. Los oficiales comenzaron a gritas cosas entre ellos y dispararon entre el polvo y la poca visibilidad sin causar heridas mortales. Las personas amontonadas en el suelo quedaron arrinconados entre un alto muro y la grieta que minuto a minuto se hacía más ancha. Ella seguía arrastrándose hacia la espada estaba cerca pero Roberto ya la tenía al alcance de la mano. Acercó su mano y sintió una corriente eléctrica mucho más fuerte que una simple estática, el miedo se hizo carne en él y dudó. En vez de agarrar la espada la ayudo a ella a acercarse ya que la veía determinada a arrastrarse hacia la espada. A el también le habían sonado en el alma las palabras que esos oficiales pronunciaron. La incorporó y ella con su mano rozó la empuñadura de la espada, el roce hizo que se moviera, no solo la espada sino que temblara la piedra, era una piedra gris oscura con vetas celestes, de un material áspero, rocoso y un celeste que se veía entre las grietas de un celeste cielo, con un brillo particular, parecía fluorescente. Agarro la empuñadura con su mano manchada de sangre. Era una mujer robusta, de manos grandes, bastante alta y fuerte, debilidad no era un adjetivo que ella proyectara, sin embargo esa empuñadura y el grosor del metal de la espada parecían muy pesados y grandes para su mano. Agarró firme la empuñadura, piel sangre y hierro se hacen uno, cuando quiere levantar la espada para sacarla de la grieta escucha zumbidos del otro lado del muro de polvo, un tiro en el hombre izquierdo, otro en la cadera, un tercero en el pecho a la altura del corazón que atraviesa su cuerpo y un cuarto tiro en su frente empujan el cuerpo aun aferrado a la espada y cae hacia atrás sacando la espada de la piedra con la mayor de las facilidades, como si la espada de hierro no pesara, como si la espada fuera parte de su cuerpo. Al caer al suelo con la espada la tierra comienza a moverse con más fuerza, se escuchaban truenos pero no venían del cielo. De la grieta que contenía a la espada brotó un líquido espeso color celeste extremadamente fluorescente que se secó como coagulando en un instante. Roberto que estaba sobre roca,sintió como sus pies se movían y el movimiento lo tiro hacia el lado donde se encontraban Omar, ella y el resto de las personas acorraladas y asustadas. La piedra comenzó a brotar del suelo y a erguirse ante ellos, era como si un muro se levantara desde las mismas entrañas de la tierra. No paraba de ascender, piedra polvo y olores desconocidos emergían desde la tierra. Roberto percibió un olor extraño, penetrante, no era desagradable del todo, las personas se tapaban la nariz, el no, Omar tampoco, pero lo más extraño de este olor es que si bien era muy invasivo le resultaba familiar, como si lo hubiese sentido en un sueño alguna vez, sus pensamientos se vieron interrumpidos ante una reacción involuntaria de su cuerpo, su mente le estaba jugando una mala pasada: del asombro abrió grande la boca y tomo una bocanada de aire, que al venir lleno del polvo lo hizo toser fuertemente haciéndole perder el equilibrio.

Cando el muro de piedra terminó de emerger percibió que no era piedra, era algo que se movía, algo que tenía vida y voluntad de movimiento propia, no pudo ver la forma por el polvo y el viento pero era enorme, un monstro que media cien metros de largo a simple vista, un monstruo que hizo correr espantados a los agresores. Roberto se incorporó y comenzó a correr hacia atrás quedando con las personas acorraladas que gritaban y lloraban. Incluso dos hombres intentaron saltar la grieta cayendo entre las rocas y perdiendo la vida al caer o quedar aplastados entre los pliegues de la tierra que, una vez que terminó de emerger el monstruo de piedra se comenzó a cerrar, la tierra se cerraba dejando una cicatriz en lo que había sido una grieta de más de veinte metros. Roberto cae sentado entre las personas cuando entre el polvo que se asentaba en las cercanías pudo percibir una figura de pie, un ruido a metal, el viento sopló y la pudo ver a ella incorporándose del suelo con la espada aun agarrada aun en su mano. La sangre brotaba de las heridas del pecho y de la cabeza pero aún se movía, debería estar muerta pero su cuerpo aun funcionaba, muerta no estaba porque el dolor la atravesaba, se tocó la frente y podía sentir la bala incrustada en su cráneo, las personas la miraban en silencio pero con miedo. Omar se había agarrado a su arco y apuntaba al horizonte lleno no polvo y viento. Sus ojos eran más claros de lo normal, un leve color dorado brillaba en sus corneas, parecía que podía ver a la distancia, su pecho ajustado sobre la camisa se movía rápidamente, su respiración y su corazón iban al ritmo de un potro al galope constante, él no dejaba de chequear el cielo tormentoso. Sus ojos se cruzaron y sus miradas se encontraron. Omar tiró levemente su cabeza sorprendido y confundido al ver el aspecto que ella tenía, su cuerpo más muerto que vivo aún estaba de pie, su rostro no escondía un dolor, pero vio una mueca en lo que había sido una hermosa boca tratando de hacer una sonrisa. Ella se agarró con sus últimas fuerzas la empuñadura de la espada. La sostuvo en el aire sobre su cabeza como haciendo llegar a la mayor altura posible susurró unas palabras que se escucharon como si estuviese hablando con un megáfono de alto alcalde, palabras sin sentido para muchos pero significativas para ella “Convoco a todos los seres de luz para luchar contra la oscuridad, mi nombre es Shata–Ra e invoco a los guerreros y guerreras de la Orden de Shata–Ra” El brazo se venció por el peso de la espada que fue cayendo desde lo alto de su mano hasta quedar incrustada en la superficie del suelo el peso de su cuerpo se desparramó junto a la espada.

La espada estaba incrustada en el suelo y su mano se deslizo por la hoja sin cortarla, Shata–Ra respiraba con mucha dificultad en el suelo sin dejar de tocar la espada. El viento dejó de soplar, el silencio se apoderó del lugar, el cielo comenzó a despejarse y se sentía un ruido constante, se miraban entre ellos buscando el origen de ese ruido que parecía un latido que se iba acelerando segundo a segundo como una bomba que está a punto de explotar. La espada en el suelo comenzó a emitir una luz blanca sincrónicamente a los latidos que de ella se emitían. Los latidos iban cada vez más rápido anunciando un estallido inminente, las personas se agarraban la cabeza, Omar se acercó a Shata–Ra para asistirla, sus ojos estaban perdidos, pero se veía la lucha que estaba batallando para mantenerse con vida. Omar tuvo miedo de que esa cuenta regresiva de la espada terminaran con la vida de Shata–Ra.

La cuenta regresiva llegó a su fin. Omar cubrió a Shata–Ra con su cuerpo pero el inminente estallido se siguió de dos segundos de silencio que recargaron de luz la espada, una luz cegadora que no se dejaba ver de forma directa, la luz incrementó de forma exponencial y estallo en una exposición silenciosa, la luz blanca salió de la espada, atravesó todo lo que se cruzó en su camino, materia viva o inerte hasta que logró su máxima expansión formando un domo sobre ellos abarcando unos trescientos metros a la redonda, el domo se veía sobre ellos dorado traslucido.

De la empuñadura de la espada salía una luz blanca muy brillante y fina que se alzaba al cielo. El domo había expulsado el polvo, la tierra y a los agresores sin dejarlos retornar. Dentro del domo quedaron Shata–Ra, Omar, Roberto y unos doscientos hombres, algunas mujeres y niños que habían quedado presos de los delincuentes. Comenzaron a incorporarse y a buscar una salida, sin embargo veían a través del domo a sus agresores que en forma muy violenta seguían intentando violar la resistencia de la superficie traslúcida.

Ruidos, golpes y gritos desde el exterior llamaron la atención de quienes estaban dentro del domo dorado. Una sombra alada de gran tamaño pasaba de forma regular sobre el domo, tenía la capacidad de atravesarlo sin destruirlo ya que en algunas de esas pasadas se vio una especie de cola, o una especie de ala con púas en las puntas. Ráfagas de fuego líquido se veían sobre el domo. El fuego líquido hería a todo aquel que se cruzara pero al tener contacto con el domo, simplemente se desintegraba.

Los gritos del exterior aumentaron. Una criatura alada ingreso al domo sin dificultades, era un dragón blanco, casi plateado, o al menos algo similar a lo que se conocía como un dragón, con sus alas abiertas parecía alcanzar el largo de una cuadra pero al tocar el piso y plegarlas era como un gran camión de doble acoplado. Se quedaron mirando a la criatura, con asombro y dudas de estar viviendo una locura colectiva.

Omar se agarraba el antebrazo izquierdo. Desde hacía un rato que le había empezado a arder. Desde que Shata–Ra había susurrado ese llamado que el dolor de su brazo lo estaba atormentando. El brazo le comenzó a pesar y luego a arder. Estaba junto a ella pero el dolor y ardor le quitaban la atención de lo que sucedía. Se quiso levantar la camisa pero la tela no le permitía descubrir su brazo. El ardor le impedía incluso pensar.

Del dragón blanco plateado se podía distinguir una figura humana que quedaba perdida entre la bestia. Bajó en un salto. Era un hombre de anchos hombros, tenía una especie de armadura plateada del mismo color del dragón que montaba. Era una armadura de alta tecnología como las que se ven usar a los soldados en los programas de televisión. Llevaba una especie de casco abierto en el frente con una rendija a la altura de los ojos que le permitía ver y otra apertura a la altura del mentón le dejaba la boca descubierta para poder hablar. Se acercó a Omar y Shata–Ra, las demás personas lo miraban en silencio, esperando a que hable, explique, que haga algo. Nada. Corre a Omar de un empujón y voltea a Shata–Ra para verla ya que había quedado tirada sobre el suelo boca abajo. Los ojos de Shata–Ra ya no tenían reacción.

—–¿Se puede saber qué estas esperando? –Increpó el caballero a Omar viéndolo a los ojos. Omar estaba paralizado del miedo y del ardor. Acomoda con una extraña dulzura a Shata–Ra boca arriba en el suelo y se para junto a ella. Da dos largos pasos y estando al lado de Omar le arranca la camisa que llevaba sobre la piel. Lo agarra del brazo izquierdo y levanta su mano en el aire, lo gira con facilidad y se dirige a las personas que ahí se encontraban.

—Ardor y picazón en la marca. – Expone el brazo de Omar y señala un tatuaje de Triqueta –Lo arrastran a la muñeca. –Apoyó su dedo sobre la triqueta tatuada y comenzó a arrastrarla como quien arrastra un ícono en el escritorio de Windows con el mouse, cuando el tatoo estaba a la altura de la muñeca, el dolor de Omar fue tan fuerte que flexionó las rodillas –Y marca al corazón. –Explicaba el funcionamiento de esa marca como una azafata en un vuelo directo al infierno y Omar era un títere de trapo ante la fuerza del caballero de la armadura plateada. Arrastró el brazo de Omar apoyando la marca sobre su pecho desnudo.

Omar era un perfeccionista obsesivo, con su trabajo y con su cuerpo. De niño había sido un flacucho sin forma. Ya de grande poseía un cuerpo trabajado a fuerza de gimnasio, todos sus músculos estaban delineados sin embargo aun sentía vergüenza al estar sin camisa, era un hombre joven, de unos veintisiete años, pero extremadamente tímido. El dolor de la marca desapareció cuando el caballero apoyó el tatoo sobre la piel desnuda de su pecho, a la altura del corazón, el calor del tatoo pasó a su pecho. Sus ojos pasaron de castaño a dorados en la coloración del iris. No respiraba.

—Otpeca. –Dijo Omar con voz baja pero firme. Inmediatamente después todo su cuerpo fue envuelto por la luz dorada. Sus ojos mantenían el color dorado y toda su postura corporal había cambiado, irradiaba seguridad, poder, control, así como el otro caballero. Levanto su arco y lo sostuvo con la mano izquierda. Con la mano derecha hizo un ademan como queriendo sacar una flecha de la espalda –en la que nada tenia y sonrió. En su mano derecha a la altura de la muñeca. Se dibujó un símbolo, era como un tatuaje pero sobresalía levemente de su piel. Susurró palabras en esa marca que no se llegaron a escuchar. Su cuerpo en un segundo se envolvió en dorado disolviendo su ropas y vistiéndolo con un uniforme similar al del jinete del dragón en color azul. El uniforme tenía en su espada una cartuchera con varias flechas en su interior. Toma la fecha a gran velocidad y dispara sobre el pecho de Shata–Ra.

—Al corazón Cupido. Dice el caballero plateado sonriente a sabiendas de que lo insultaba. Omar le gruñe pero obedece y tira otra flecha dando justo en el corazón de Shata–Ra, ella hace una mueca de dolor.

El jinete se voltea mirando a su dragón a los ojos, el dragón obedece la orden sorda y con sus potentes patas traseras da un salto que alcanza la altura de un edificio de veinte pisos, abre sus inmensas alas en el aire y se impulsa hacia atrás, parecía que la gravedad no lo condicionaba porque se movía en el aire como un pez lo hace en al agua.

—Ya mandé buscar a Draki–Ra, mantenla viva, no la arruines Cupi –Gira dándole la espalda a Omar y se dirige a ayudar a dos hombres que estaban luchando con una marca que les ardía sobre distintas partes del cuerpo.

—He–Ro. Mi nombre es He–Ro, Mag–Ma. –Retrucó Omar viéndolo a los ojos sin dejar de disparar flechas al corazón de Shata–Ra.

Uno de los hombres luego de mucho dolor físico logró llevar la marca a la mano izquierda, de la mano al corazón. Luego de unos segundos susurra la palabra “sig”. La luz lo rodeó, se tornó dorada, el hombre sonreía por lo que estaba pasando por su mente, pero en vez de rodear todo su cuerpo la luz se fue de el y se metió dentro de la espada. El cayó al piso como desmayado, pero con los ojos abiertos. Mag–Ma, el caballero de armadura plateada, estaba viendo la situación pero aparta la mirada del hombre caído. Una mujer mayor lo abrazó con dolor y amor.

—Está dormido. Se va a despertar en unas horas y no va a recordar nada de todo lo que paso. –Explica Mag–Ma a la mujer y luego sonríe mirando a He–Ro – ¡siempre fue un cobarde! ¡Esta apuesta te la gané cupido! –Agrega Mag–Ma divertido.

Mag–Ma se acerca a dos hombres, uno tenía unos cincuenta años el otro tendría treinta años. Sentían el dolor de la marca y estaban tratando de hacerla llegar a la muñeca. Mag–Ma se sonreía al lado de ellos pero no los ayudaba. Daba la sensación de que estaba acostumbrado a vivir este tipo de situaciones. Una mujer se comenzó a sacar la ropa. La marca la tenía en el tobillo. Mag–Ma se giró para verla, ella movía la marca con destreza y habilidad, aprovecho para verla desnuda como la luz dorada la bañaba, su piel se tensaba y rejuvenecía al pasar la marca por ella, era hermoso verla como se iba tornando de arcoíris las luces que emanaban de su marca. Era una mujer con un cuerpo esculturalmente hermoso, incluso ella trabajaba con su cuerpo haciendo publicidades, películas y todo tipo de trabajo de exposición corporal, seguramente era considerada una de las mujeres más bellas de del mundo. Mag–Ma se toca la barbilla, quien lo veía pensaría que la libido se había apoderado de él, sin embargo sólo se estaba preguntando cómo esa marca llegó a ese cuerpo.La rubia lleva la mano a su corazón.

En ese mismo instante, solo llevándole unos segundos mover la marca y sin realizar un desnudo publico un morocho extremadamente atractivo lleva su marca al corazón, pronuncia unas palabras y se dirige corriendo a la espada que aún emitía esa luz intensa al cielo. Toma la espada de la empuñadura y tira. Al tirar se emite un relámpago insonoro de luz blanca, el siente que se queda con una parte de la espada en su mano, era una ballesta plateada con varios símbolos grabados en ella. Toca su pecho con la mano derecha quedando vestido de un uniforme azul similar al de He–Ro, sólo que más oscuro.

La rubia lo sigue mientras que los otros dos hombres seguían luchando son sus dolorosas marcas. Mag–Ma se acerca a ellos sin antes burlarse y de retarlos de que estaban dejando mal al género. El más grande lleva su marca a la muñeca y la muñeca al corazón. Su armadura era dorada y su arma una espada casi tan alta como él. Cada uno de ellos obtenía un arma distinta al intentar sacar la espada.

La mujer rubia saca una daga de unos veinte centímetros de largo, sus ropas cambiaron a una túnica blanca, sin nada debajo apenas sujeta por un lazo dorado que brillaba como si estuviese a la luz directa del sol.

El más joven de los hombres lleva su mano al corazón. Era elegante, al estilo inglés. Era uno de los actores del teatro de la universidad que iba a debutar como director y protagonista de la obra musical de la universidad nacional. Su armadura era negra como el color de sus ojos. Su arma era una espada fina y poderosa como las que usaban los caballeros ingleses escondidas dentro de sus bastones. Su nombre era Mar–Te

Oscuridad, sombra y viento. Del cielo baja una bestia alada tres veces más grande que el dragón blanco. Al acercarse a la tierra los mortales pudieron reconocer ese color. Sus escamas grises dejaban ver un reflejo azulado, estos dragones se parecían a los dibujos de dragones de los que estamos acostumbrados, pero las escamas no eran escamas, era como costras de su piel con textura de roca, al ojo desnudo parecía una escama porque se montaban estas protuberancias unas entre otras, pero eran rocas rodeando a un animal con un peso que desafiaba a las leyes de la física con respecto a la capacidad de vuelo. Su nombre es Draki–Ra, la única hembra en la manada de dragones. La dragona se apoya en el suelo y la tierra se hunde unos metros bajo sus pies. Eran bestias de pesadillas, de esos monstruos que no te dejan dormir por la noche.

Draki–Ra apoyó sus alas junto a su cuerpo reduciendo mucho el tamaño. La dragona posa sus ojos sobre el dragón blanco y mira a Mag–Ma

—No llegamos, va a tener que ser acá. –Anuncia Mag–Ma.

—¿Qué cosa? –Pregunto He–Ro ingenuamente

Mag–Ma lo ignoró y comenzó a dirigir a las personas que ahí se encontraban, a los mortales los colocó lo más distante posible de Shata–Ra, a los guerreros les explico brevemente lo que estaba sucediendo, con la poca didáctica que lo caracterizaba.

—Shashi es un titán, la última que nos queda, los siete titanes oscuros la quieren destruir para ganar la guerra…–Mag–Ma hablaba y los guerreros que aún no habían despertado del todo no lograban entender qué pasaba.

—¿Qué es un titán, qué guerra y por qué ella? –Interrumpió Roberto desde atrás.

—¿Le puedes decir a los mortales –Mag–Ma se dirigió a He–Ro –que no se metan en cosas de grand….es? –Cuando termino de pronunciar esas palabras lo vio, lo miró a los ojos no completó la frase, se acercó a Roberto con paso firme, Roberto dio varios pasos hacia atrás y Mag–Ma sonrió –¿Sin marca? ––Dijo con una sonrisa burlona –¡Cupido! ¡Otra apuesta que voy a ganar!

—No estés tan seguro –repuso He–Ro –yo viví esta vida junto a ella… creo que la gano yo.

—¿Te empiezan a venir los recuerdos Cupido? – Preguntó irónicamente Mag–Ma mientras lo chocaba con los hombros al pasar junto a su lado.

—Memorias, no son recuerdos, son memorias y mi nombre es….

Un gruñido de Draki–Ra y ambos hombres dejaron la discusión, Roberto no hablaba más pero se sentía ofuscado, maltratado y ladeado como quien corre a un perro de su camino.

Mag–Ma colocó a Shata–Ra en el piso, susurró algo al oído y se alejó. Draki–Ra se aproximó a ella, la olfateó, Shata–Ra reaccionó abriendo los ojos, en su rostro se notó felicidad y paz al verse a los ojos con Draki–Ra que no dejaba de empujarla con su hocico. La dragona abrió su boca justo a los pies de Shata–Ra como si fuera a comerla, sus dientes en doble fila puntiagudos y más grandes que una cuchilla de cocina brillaban por la luz rojiza que salía de su boca. Un gruñido hizo eco en todo el domo y un líquido rojo y brillante como lava líquida salía de su boca: fuego líquido. El ardiente material cubrió a Shata–Ra en su totalidad, gritó desesperada y desgarradoramente, vieron como su piel se quemaba, se hinchaba, se deformaba, las contracciones de sus músculos y sus gritos quedaron grabados en la memoria de todos. Estaba en silencio, quieta y los presentes seguían sintiendo los gritos desgarradores de la mujer. El fuego se apagó y el cuerpo comenzó a hinchar producto del agua que compone los órganos del cuerpo humano, todos los órganos comenzaron a fundirse, lo que era esa mujer quedo fundido en una especie de bola recubierta de una capa de cenizas. La dragona cayó desplomada en su lugar, la luz azulada de sus ojos se iba apagando lentamente, el monstruo estaba muriendo.

Mag–Ma comenzó a alarmarse, de su postura infranqueable y segura comenzó a ver la bola de líquidos en el piso y se comenzó a sentir inquieto. Fuera del domo se juntaron más gurreros que tenían como única misión acabar con todos los que estaban dentro del domo. El dragón planeado bajo su cabeza apoyando la frente sobre el suelo, una especie de reverencia, de saludo, ninguno de los que estaban ahí terminaban de entender lo que había pasado. La luz de la espada se hizo cada vez más fina, hasta que dejo de emitir luz alguna. Comenzaron a escuchar los golpes que le imponían al domo los que estaban afuera, pero el domo comenzaba a tener fisuras, se apagaba la esperanza en los del interior y crecía en los guerreros oscuros del exterior. Mag–Ma se acercó desesperado a la bola de órganos fundidos que había sido Shata–Ra en algún momento. Nadie se dio cuenta pero dos lágrimas saltaron de los ojos de Mag–Ma. Los líquidos del cuerpo fundido habían quedado contenidos en una especie de membrana, estaba recubierta de cenizas. Mag–Ma corrió las cenizas y se encontró con una membrana semitransparente llena de un liquido rojizo, era una membrana resistente, si él hubiese querido romperla tendría que haber recurrido a su espada. Toco la membrana con sus dos manos y la sentía tibia, de repente se sobresaltó, con sus manos pudo percibir movimiento dentro de la membrana, se apuró a correr las cenizas que la cubrían y puso ver algo alargado, blanco que se movía, pensó que sería una especie de serpiente, corrió las cenizas y vio que se trataba de una pierna flexionada. He–Ro se apresuró a su lado y al ver lo que ocurrió comenzó a quitar las cenizas con Mag–Ma.

—¿Qué está pasando? –Pregunto He–Ro susurrando.

—No tengo idea, nunca sucedió así, pero que se apure porque el escudo no va a resistir mucho más –Respondió sin dejar de apoyar sus manos sobre la membrana y mirando al Domo que se estaba destruyendo sobre sus cabezas.

He–Ro imitó la postura corporal de Mag–Ma y se arrodillo frente a la membrana colocando sus dos manos sobre la suave y tibia envoltura de piel. Un golpe fuerte. Un gigante del otro lado del domo. Ambos guerreros se sobresaltan. Debajo de sus manos sienten un movimiento brusco. Sostienen la membrana conteniéndola con sus manos. He–Ro se acerca para ver con detalle lo que pasaba debajo de su mano izquierda. Se quita los anteojos que llevaba, ya no los necesita. Una mano le devolvía el gesto tocándolo desde el otro lado. Lo mira a Mag–Ma y él estaba sintiendo lo mismo pero en su mano derecha. Ambos guerreros trataron de romper la membrana sin embargo parecía indestructible desde el exterior.

Mag–Ma quería llevarla a la ciudad de Plata en el capullo donde se encontraba. He–Ro se negaba a dejar abandonados a los humanos ahí presentes. Ideas distintas pero ambos guerreros estaban desesperados. Mag–Ma quería preservar a la reina. He–Ro quería hacer lo que la reina hubiese creído que era lo mejor.

—Tiene que salir ella sola, como las mariposas de su capullo, si la sacamos nosotros quizás le hacemos daño–He–Ro se mostró inamovible de su postura y Mag–Ma cedió.

Mag–Ma puso sus manos sobre la membrana, y dos manos desde el interior imitaron el gesto, las manos del interior se comenzaron a agitar para alcanzar las manos de Mag–Ma y con sus uñas filosas rasgo la membrana. Apenas se vieron emerger los brazos la dragona abrió los ojos, estaban más azules que nunca, levanto vuelo de un salto y seguida por el dragón plateado salieron del domo a bañar de fuego líquido a quienes intentaban ingresar. No pudieron atacar desde el aire, las fuerzas oscuras tenían a los Niguiris, eran unas criaturas aladas, a la distancia se podía decir que era como un murciélago gigante, estaban recubiertos de pelos y en las extremidades tenían púas, no eran muy fuertes, pero tenían una taza de reproducción muy alta ya que eran mamíferos por lo que había gran cantidad de ellos, no los afectaba el fuego líquido y eran las únicas criaturas además de los otros dragones y criaturas ancestrales que podían atravesar la corteza del dragón produciendo heridas sangrantes cuando usaban sus mandíbulas. Los Niguiris destruían sus dientes al morder la dura piel del dragón, pero al hacerlo arrancaban parte de la piel. Animales controlados con mucha facilidad se suicidaban a las órdenes de los ejércitos oscuros. Muchos Niguiris podían matar a u dragón, la ventaja en número sólo era contrastada por la escasa inteligencia de los velludos del aire.