La Oscuridad en el Ocaso - G. A. Walter - E-Book

La Oscuridad en el Ocaso E-Book

G. A. Walter

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Beschreibung

Cuando el tiempo parece acortarse abruptamente, y las debilidades propias se hacen insostenibles. Cuando se comprende lo incalculable de la estupidez que encierra la búsqueda de los milagros personales, locales; ecuménicos. Se impone la búsqueda de un sentido, que muchas veces paradójicamente también, implica un milagro. Una superación; que no parece estar en nuestras manos. El cansancio agobia y las fuerzas se extinguen; el camino parece ser cada vez más complejo y el destino inalcanzable. El Sol brilla en forma estéril, sin tener en verdad nada que alumbrar para uno, dejando a flor de piel sólo las mecánicas leyes del universo, que nunca se detendrán para analizar a quienes las observan o interpretan; desde su pobre o irrelevante transcurrir en la historia de un simple planeta; por más glamoroso o destacado que pueda verse el derrotero de sólo algunos pocos afortunados, en lo material, en la calidad de sus habilidades o en la profundidad de su pensamiento. Se trata sólo de una relevancia engañosa, encerrada dentro de la mente de cada uno, de la de muchos; o hasta incluso tal vez de la de todos los miembros de una misma especie pensante; que no hace más que engañarse en forma cotidiana. Pensar es difícil; lo sé. Divertirse es más fácil. Pero no se trata de abolir el libre disfrute, -como parte inescindible de la naturaleza humana-, sino de dar a la vida un valor agregado, algo más de vez en cuando. No pido mucho; aunque en realidad sé que sí. Ya se han perdido todas las batallas; aunque necesito creer que no. Se que no tenemos tiempo de ocuparnos de nada que trascienda el trabajo diario, las actividades cotidianas, los estudios, o el espacio de distención necesario de los fines de semana, los viajes y las vacaciones; pero siento que buena parte de nosotros nos perdemos de algo demasiado importante; que no se encuentra afuera, sino en realidad muy adentro; y es infinitamente más fundamental. O al menos eso es lo que siento hoy, no sé. Seguramente me equivoque. Tal vez mañana arribe a una conclusión diferente.

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G. A. WALTER

La Oscuridad en el Ocaso

O la búsqueda de un camino

G. A. Walter La oscuridad en el ocaso / G. A. Walter. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4476-6

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice de contenido

I - Rapsodia Primera

1 - (Una antigua luz)

2 - (Un compañero en el camino)

3 - (Los demonios)

4 -( La condición humana)

5 - (Las inquietudes)

6 - (Las encrucijadas)

II - Introspección Primera

7 - (El bosque, una encrucijada interior)

8 - (Las cuentas pendientes)

9 - (Pesares e ironías)

10 - (Impulsos y emociones)

III - Rapsodia Segunda

11 - (Tensión y colapso)

12 - (Nostalgia y quiebre)

13 - (Oscilaciones)

14 - (La trascendencia)

15 - (El ahora y las necesidades imperiosas)

16 - (El desarrollo de las ideas)

IV - Las Curvas

17 - (In Spiritu)

18 - (Dies Irae)

19 - (Praesent)

V - Las Escalas

20 - (Exhalaciones)

VI - Los Desvíos

21 - (Regresión, caos y huida)

22 - (Nubes)

23 - (Pasajes de la vida)

24 - (Incontinencia)

25 - (Desolación e incertidumbre)

VII - Otras Escalas

26 - (Amar a un hombre)

VIII - Introspección Segunda

27 - (Soliloquio)

28 - (Desengaño y hastío)

29 - (Ocaso, oscuridad y constricción)

30 - (Morir de amor)

Para algunos aún, –verdaderamente ya para muy pocos–, son más importantes sus pasiones y convicciones; antes que llevar una existencia equilibrada psicológicamente; aceptada socialmente; o económicamente estable; que les permita subsistir, o ser simplemente felices.

Sueños e ideas perturbadores, sin una aparente entidad concreta, perdidos en el tiempo y el espacio; en velada búsqueda de un sentido o un milagro.

I

Rapsodia Primera

(Fragmentos de vidas inacabadas y breves lapsos disímiles de razón)

1

(Una antigua luz)

I

Sentado en el marco de la ventana observó el campo de deportes de su universidad. Todo allí parecía estático e inanimado. En ese preciso momento, un sentimiento confuso, mezcla de imagen y sonido, le hizo vislumbrar algo oscuro en el futuro; que no llegaba a comprender.

Deslizó su mano entre sus cabellos rubios, color trigo, e intentó pensar en algo. Pero nada convincente vino en su ayuda. El universo entero, más allá de su pequeña guarida, se veía muy pero muy lejano.

II

Se apartó de su puesto de observación y caminó un poco por la habitación. Luego reparó en un libro que estaba sobre el escritorio. Era “Cumbres Borrascosas”, una novela de la escritora inglesa Emily Brontë. Se sentía completamente atrapado por la primera parte del texto, pero no alcanzaba a terminar de comulgar con la segunda. Un segundo tramo existencial, que él interpretaba como muy diferente, y no terminaba de convencerlo. Sin embargo algo en su interior lo instaba obsesivamente a concluir la lectura de aquel escrito romántico. Era como una pequeña lucha interior. Tal vez era sólo cuestión de estar muy cansado por las noches (cuando le gustaba dedicar tiempo a otras lecturas, por fuera de las exigidas en su programa de estudios), luego de haber cursado diferentes materias.

Pero esto era a la vez extraño. Se trataba tan sólo de un libro (que venía deambulando por sus manos hace ya varias semanas), entre algunos cientos que llevaba ya leídos en su corta vida y en el marco de su carrera universitaria (y no todos lo habían satisfecho por completo tampoco). Era un cansancio que parecía ser aún más profundo. Una fatiga existencial que no era nueva en él según parece. Ya le había ocurrido antes con muchos otros libros que le interesaban, así como con gran número de sus actividades predilectas. Tener que dejar las cosas de lado, por no sentirse bien predispuesto para enfrentarlas. Era difícil de entender. Pero bueno, así era la cosa.

Infinidad de obligaciones cotidianas, de lo más elementales y fácticas, comenzaban en ese momento a abrumar su cerebro.

III

Oyó voces cercanas y se acercó a la puerta. Se trataba de otros estudiantes que conversaban efusivamente en el pasillo. Giró el picaporte y salió a un corredor, donde se encontraban agrupadas las habitaciones de numerosos alumnos de la universidad. Junto a la puerta de la habitación contigua a la suya, se habían juntado tres jóvenes. Él conocía a sólo uno de ellos. Hablaban de temas de dinero y de trámites relacionados a diversas materias. Hacía bastante ya que había concluido el ciclo lectivo, se estaba terminando también el receso estival; y el siguiente ciclo traería nuevos papeleos y gastos. Estos no eran temas de los que él se ocupara muy a menudo (cosa que le generaba normalmente bastantes inconvenientes).

Si bien no conocía a su vecino, que era relativamente nuevo –no en la universidad, sino en el cuarto contiguo–, ni a su interlocutor, la chica que los acompañaba era una vieja conocida.

Ella contaba con una belleza singular. Su cabello era de un color rojo muy intenso, de una tonalidad poco común, y era poseedora de unos ojos negros penetrantes. No tenía mala figura ni su rostro era feo, pero descuidaba en forma habitual su aspecto. Su apellido era italiano, y según pudo saber de su propia boca alguna vez, había nacido en Italia, y pasado los primeros años de su infancia en aquel país.

El más beligerante de los tres era su vecino, que atacaba a viva voz las reglas del establecimiento educativo, y que según él, eran injustas para con parte el alumnado.

IV

Mientras intentaba tomar la difícil decisión de desplazar su cuerpo tan sólo unos metros, para saludar a la chica (ya que ella no lo había visto aún), un sonido llamó su atención, y le hizo girar la cabeza en la dirección de la que este provenía, invitándolo a ingresar nuevamente en la habitación. Los primeros rayos del Sol de la tarde entraban por su ventana, completamente abierta; y al principio lo encandilaron. Una compleja fusión entre aquellas ondas lumínicas y las ondas sonoras, provenientes de ese misterioso sonido, lo detuvieron en seco por un breve instante. En ese momento una vibración sublime y a la vez abisal, a manera de lo que percibió como un punto de quiebre en su conspicuo derrotero, se apoderó de él. Era como si a partir de un límite, una frontera indefinida en el tiempo fáctico, imprecisa y etérea, pareciese desplegarse algo nuevo a su alrededor. Una suerte de dimensión sin barreras aparentes. Su mente se mantuvo en este marco por una extensión de tiempo probablemente corta, pero difícil de precisar, en algo así como un estado en suspensión; donde nada a su alrededor lograba entrometerse. Durante ese breve lapso sintió una extraña conexión; que lo hacía sentirse capaz de abarcarlo todo y comprenderlo en su justa medida, y poder a la vez asimilar fácilmente todas las cosas; individualmente. Poder percibir de algún modo también el verdadero sentido de la vida, o el de su propia existencia; como algo sencillo de dilucidar y establecer. Un mojón en el camino tal vez, que lo invitaba a detenerse y reflexionar.

Cerró la puerta tras de sí y se quedó contemplando aquella luz, que parecía tan lejana como antigua –inextinguible–, y que pretendía ir más allá de la simple irradiación de un astro cercano. Vibraciones que parecían esconder fuerzas ocultas de la naturaleza, salvajes y primitivas, ajenas a la comprensión de la consciencia; atrapadas en algún recodo de su mente, de su alma, de su infancia; y más allá. Oscilaciones que recorrían su cuerpo y parecían querer decirle algo.

Ese sonido comenzaba a cautivarlo cada vez más. Descubrió que se trataba de la voz de una niña. Se acercó a la ventana y pudo divisar a la pequeña, de unos 3 o 4 años de edad. Ella caminaba junto a un hombre joven, que no llegaría a los 30 años. Posiblemente un estudiante bastante avanzado con su hija, que lo visitaba aquella tarde. La escena lo conectó además con sensaciones muy íntimas, bellísimas y a la vez lejanas; pero no del todo placenteras. Imágenes difusas, que encerraban algo pendiente; pero solapado.

Aquella luz que lo había encandilado hace apenas un momento “retumbó” en su cabeza y le aportó, según parece, una momentánea claridad a su mente. Era como si la naturaleza le enviara una señal a través de aquella estrella solitaria, que iluminaba a los habitantes de este recóndito mundo. Una energía que avivaba su Espíritu –su razón–, su punto de equilibrio; e interactuaba de algún modo con lo más profundo de su Ser, tan cavernoso e intenso desde siempre; dando vida y proyección a su Alma, su conciencia de sí mismo frente al mundo. Tres entidades aparentemente inmateriales que vivían en su interior, que él entendía a su manera, de modo muy particular por cierto; más allá de sus posibles interpretaciones y significantes filosóficos o lingüísticos. Sintiéndose inmerso y a la vez representado en esa luz, se formuló las siguientes preguntas:

–¿Será que al final de este difícil camino mis ideas y sentimientos sobrevivirán de algún modo?, ¿que todo esto que vive en mi será una esperanza para mi destino?... ¿Será que en el marco de este pequeño lapso que es la vida de un simple hombre, tal vez crea yo en mí mismo?, ¿o que los divagues de mi mente tengan algún viso de lógica, importancia, o interacción posible con la realidad?; ¿quién puede saberlo?

Y continuó con esto otro; cavilaciones estas que no suelen estar de más para un hombre de 24 años, que comienza tímidamente a madurar. Se dijo:

–Lo cierto es que creo, que gran parte de las personas que viven a lo largo y ancho del mundo, al menos debería –según pienso–, hacerse estas y otras preguntas, al menos una vez en la vida. Plantearse dónde se está parado, si lo que vivo es realmente lo que quiero vivir, o si el papel que represento frente a los demás tiene que ver con lo que verdaderamente soy; o sólo lo llevo adelante sin más, por ser lo que hay en oferta en el mercado... Pienso que la mayor parte de la gente transita sus existencias sin llegar a sentirse vivos ni una hora, ni un minuto; o hasta quizás tal vez, ni un solo segundo. Sólo se desenvuelven libremente, como simples animales más o menos desbocados; con un mayor o menor éxito relativo. No llegan nunca a comprender el sentido real de estar vivos. Como se dice habitualmente: “se vive por vivir”. Tantos y tantos pasan por este mundo, inmersos en la pequeñez de sus vidas. Pequeñeces que muchas veces nos engañan bajo un aspecto sensual, impactante o glamoroso, y sin entender que lo importante es infinitamente más esencial, más profundo; y hasta a veces muchísimo más sencillo y cercano. Transcurren simplemente, sin siquiera preguntarse jamás cuál es su papel en la Tierra, como miembros de la especie humana –por supuesto una más entre tantas otras–, que siquiera puedo considerar tan importante y exitosa en la historia de la evolución.

Se quedó quieto un momento más, con una expresión menos absorta; pero si más seria y reflexiva, agregando finalmente para sí:

–Aunque no sé cuál sea el camino más adecuado a seguir para un simple hombre… o para los hombres… pertenezcan estos al género que pertenezcan; o cuál el método o recurso, que permita alcanzar una superación verdadera a mi especie… Y aun para aquellos mejor encaminados –aún “despertando”–, el recorrido no siempre parece ser fácil. Se trata seguramente de la gran aventura existencial del ser; frente a la cual no todos parecemos estar preparados…

V

Se dedicó a organizar unas cuantas cosas atrasadas. Aquel día se había levantado tarde, aprovechando que no contaba con demasiadas actividades fijas que atender. Se sentó en su cama, y en forma casi imperceptible se quedó adormecido en esa misma posición. Cuando abrió los ojos se encontró con una terrible jaqueca, y un mayor desgano del que ya tenía antes de dormirse.

Sus sentimientos por aquellos días no solían ser de lo más positivos, incluso tenía la sensación de haber soñado algo –durante su corto letargo–, que no alcanzaba a recordar; pero que lo hacía sentirse un tanto incómodo.

Volviendo a sus reflexiones, tuvo un raro e inesperado vestigio de buen ánimo. Se dijo:

–Si bien la vida es una travesía ardua, vale seguramente la pena vivirla.

Y acotó para sí mismo también, citando algo que creyó haber leído alguna vez:

–Al fin y al cabo, como decía un personaje a otro en una obra literaria o teatral, no recuerdo bien cuál; “No debes pensar en los logros sino en el trabajo, sino tu vida será muy triste y frustrante”… O al menos algo así creo que decía.

De súbito se movió el picaporte de la puerta, y apareció en su presencia un muchacho alto, un tanto más joven que él, al menos en aspecto, de unos ojos azules muy intensos.

2

(Un compañero en el camino)

I

Ambos hombres conversaron largo tiempo relajadamente. Existía entre ellos cierta afinidad, cierto grado de confianza e intimidad, que generaba un clima muy agradable. Coincidían en la mayor parte de las posturas que cada uno exponía frente a los diversos temas de los cuales hablaban; aunque con puntos de vista ligeramente diferentes. El recién llegado era de un carácter más impetuoso y tajante en sus opiniones. Para este último la vida parecía ser más simple y concreta que para su interlocutor, tan complicado y confuso en sus elucubraciones.

II

La charla se debatía entre la ciencia y la filosofía. Ambos eran amantes de la naturaleza, dos pobres románticos; o como también podría definir buena parte de nuestro elevado mundo: “dos casos perdidos”. Los unían no sólo sus ideas más profundas, sino también sus profesiones. Los dos eran futuros biólogos. El primero, que siempre miraba más allá de lo concreto, interesado en las ideas más vanguardistas en materia de evolución. Al segundo –más práctico– le importaban las cosas más palpables; como la zoología y la ecología. Este último estaba obsesionado con varios informes que había leído en los últimos días, sobre la mortandad de animales silvestres en los bosques del sur y el centro del país.

En el marco de esa larga conversación comenzaron a hacer proyecciones acerca de sus vidas futuras, en las que cada uno tenía sus ideas bien definidas. El más alto de los dos, con su mirada azul –intensa y decidida–, proyectaba trasladarse al campo luego de terminados sus estudios, y tal vez buscar una segunda profesión; más ligada a la veterinaria que a la investigación. Su compañero, por otro lado, era partidario de una vida aún más solitaria y cercana a las montañas; en el oeste.

El sentimiento que inundaba el ambiente tenía siempre como sustento temas de gran emotividad, como la evocación del paisaje y de la libertad. Un sentimiento muy próximo a un legendario naturalista alemán que ambos leían ávidamente (pese a contener numerosos conceptos hoy tal vez desactualizados); con ideas cercanas a la Ilustración y al siglo XVIII, muy lejanas a nuestros tiempos; y a la vez profundamente románticas, como la búsqueda de la libertad, a través del contacto con la naturaleza, como forma de romper las ataduras de la gris vida cotidiana.

Eran ideas compartidas e intensamente exacerbadas por ambos jóvenes. Conceptos que exaltaban lo eterno e inmaterial que le daba vida y sentido al mundo, o al menos algo parecido a esto ocupaba las mentes de estos dos hombres; y los mantenía unidos, como si se tratase de dos animales solitarios en medio de un ecosistema árido y desolado, que buscaban cobijo el uno en el otro. Dos almas abstraídas en pensamientos errantes y anquilosados probablemente, perdidas y sin rumbo claro en medio de la eclosión desbordante de las nuevas tecnologías, e inmersos a su vez en una población urbana; alienada por los entretenimientos y las ideas de corto vuelo. Pensamientos de corto alcance y a su vez tergiversados perversamente por los medios de comunicación y la publicidad.

Todo parecía poder tener lugar en este rincón del cosmos; una ciudad universitaria, pero que daba lugar a situaciones entrañablemente conspicuas; como la que envolvía a estos dos chicos en este momento. Como escribiese alguien hace ya tiempo atrás, eran “tiempos difíciles para estos tiempos”1.

III

La charla se vio entorpecida por algunos ruidos molestos, provenientes del pasillo. Eran voces desalineadas; vulgares; que trajeron a la memoria de nuestro hombre reflexivo una situación presenciada tiempo atrás, y lo sostuvieron en actitud circunspecta por un breve lapso; mientras su compañero acomodaba unos libros en una estantería, ubicada en una pared lateral, sin prestar mayor atención a lo que acontecía fuera de la habitación (mostrando este último una actitud fría y selectiva; casi desconectada por completo de su entorno).

Se trataba de dos chicas que hablaban brusca y torpemente en aquel lejano recuerdo, e intercambiaban entre sí insultos increíblemente ofensivos. Recordaba incluso nuestro amigo con cierta vergüenza ajena las cosas que se decían, y la precariedad del lenguaje empleado por al menos una de ellas. Este acontecimiento podría tranquilamente enmarcarse dentro de tópicos adolescentes muy comunes; ya muy trillados incluso en películas estudiantiles de bajo presupuesto. Pero parecía haber quedado muy presente en su memoria por alguna razón no del todo clara; como muchas cosas aparentemente tontas y nimias, que ocupan lugar en nuestro cerebro sin un claro sentido asequible a nuestra conciencia.

El asunto por el cual ellas discutían, estaba relacionado a un extraño viaje de estudios, en el que las dos jóvenes mujeres se veían obligadas a compartir el mismo asiento doble en un autobús; ya que no quedaba mucho más espacio en el vehículo, como para poder escoger otra ubicación posible. Sonaba francamente ridículo para nuestros tiempos, pero este grupo de jóvenes, en el que ellas se encontraban inmersas, parecía ser extremadamente estructurado y sectario.

Este móvil trasladaría al grupo de estudiantes a las afueras de la ciudad, para realizar un taller práctico en la mañana del siguiente día. La primera sostenía que no se sentiría “cómoda” en compañía de la segunda, ya que el viaje era relativamente largo, y ella necesitaba estar en contacto con sus amigas; y tenía la intención de relegar al fondo y a la peor de las ubicaciones (al lado de la puerta del sanitario), a quien iba a ser su acompañante circunstancial. Un pequeño grupo se había reunido alrededor de ellas, y parecía oficiar de árbitro en la contienda.

La relación entre ambas jóvenes había sido mala desde siempre. La primera había sido la más atractiva y popular de su colegio; y sus padres –muy adinerados–, no habían nunca escatimado esfuerzos, para que ella fuera y se sintiese; simplemente única. La segunda por su parte, una gran estudiante –muy reconocida incluso a nivel institucional en ese momento–, había sido muy por el contrario; sólo siempre una más. No era del todo bonita ni “divertida” dentro de la comunidad educativa (parece ser que en este marco solo se podía ser una cosa o la otra), y era claramente opacada por una suerte de aura glamorosa, con la que contaba la primera. Pero el peor pecado de la segunda, parecía ser haber nacido pobre.

Por aquellas cosas de la vida, donde numerosas personas creen que el dinero es un valor humano; una suerte de estigma de la “pobreza original” de la segunda, subyacía a los ojos de estos chicos tan susceptibles; y en torno sólo a esta cuestión, de pertenencia innata –en forma subrepticia y no tanto–, parecía debatirse todo (y todos los presentes respetaban las condiciones de partida en el enfrentamiento al parecer). Era –a juzgar por la situación–, como si tener un poco de dinero al momento de nacer fuese una suerte de título nobiliario, perdurable en el tiempo –y hasta heredable–. Incluso elucubraba él hoy, tiempo después, inexplicable si algunos de esos chicos no tuviesen o conservaran en verdad nada materialmente en ese momento. Era imposible además que todos los presentes en aquella escena vernácula hubieran sido tan ricos –pensaba– (los recursos en el universo son limitados, solía decirse), como para sostener aquella superioridad a la cual parecían adherir.

Algo no lograba cerrar del todo; tal vez fuese una cuestión sólo de aspiración, que los hacía sentirse identificados con aquellos que más se destacaban por su prepotencia y buen aspecto (como ocurre en numerosas elecciones de la vida, donde las personas pobres o de clases sociales intermedias, optan por apoyar, o identificarse con los intereses y búsquedas de los más agraciados, más allá de que estos últimos nunca harán nada por ellos). Una suerte de conciencia falaz, que los hacía actuar de ese modo colectivo y poco afable, para con quién era tan sólo su par en aquella fase de la vida; y no podía representar ninguna amenaza para su seguridad, ni para su subsistencia dentro de su planeta (fuese este el que fuese). Este comportamiento resultaba algo extraño para nuestro amigo, aunque seguramente no para su especie, o para un entendimiento más avezado. O quizá él sólo pensaba demasiado. No lo sabemos.

Pero bueno, ya sus neuronas habían perdido demasiado tiempo con todo esto. Además las desavenencias en el pasillo –acontecidas en este caso entre otros dos estudiantes, pero de voz grave y ronca–, no fueron tan violentas ni extensas como en aquel raro recuerdo, como para interrumpir la tranquilidad reinante en aquella tarde idílica, que parecía de ensueño.

IV

Nuestros caballeros retomaron la conversación, consultándose mutuamente si asistirían o no a la fiesta estudiantil que se estaba organizando para ese mismo día por la noche, en una disco situada en pleno centro comercial; la parte más frecuentada por los jóvenes dentro de la ciudad. Nuestro hombre práctico, firme y de gran estatura, proyectó su mirada en el vacío y comenzó:

–Creo muy torpe la obsesión de la gente por salir, pasear, y conocer cosas nuevas todo el tiempo. En lo personal, pienso que no hay tanto nuevo que descubrir en las calles y en los entretenimientos (tal vez ya los conocía demasiado, como para tener una opinión tan formada al respecto).

Y continuó:

–Ver tantas caras vacías, sin personalidad, y sólo buscando sexo y diversión para ocupar su tiempo... ¡No tengo ganas de hacerlo!… Es como si las personas ocupasen un lugar físico, pero sus espíritus no llegasen a llenar sus cuerpos. Es como si todas las personas fuesen iguales; y sus aspectos –carácter y costumbres–, respondieran a estándares industriales. Siento que comer, saber entretenerse y pasar el tiempo, es necesario –claro está–; pero no significa vivir la vida.

Su compañero se sonreía mientras lo escuchaba, con una sonrisa clara y resplandeciente; aunque en el fondo sus ojos dejaban ver un profundo pesimismo y conmiseración. El de mirada azul prosiguió fulgurante y en tono solemne:

–Por supuesto que hay cosas por descubrir e indagar en lo que el mundo nos ofrece… pero siento que mi vida ha sido una búsqueda interior…

Y mientras esto último decía, su rostro parecía indicar que por alguna razón no podía creerse demasiado sus propias afirmaciones; y que tal vez otras ideas acudían a su encuentro al unísono.

Dijo finalmente:

–Llenar los ojos de luces esconde también oscuridad; incongruencia; inconformismo… o vacío interior en muchos casos.

Nuestro soñador de cabellos rubios opinó sin embargo:

–Yo creo que no pasa tanto por aislarse de las personas superficiales y las banalidades del mundo. Creo que se trata más bien de la búsqueda de lo esencial en nuestra naturaleza. Y que eso tiene que ver sí, con las cosas inmateriales que existen en cada uno de nosotros pese a todo; algo que no sé cómo llamarlo, pero que se contrapone a lo concreto y estructurado de los conceptos que la sociedad intenta imponer a nuestras mentes; “estandarizándonos”. Un aislamiento será sin dudas beneficioso, pero no es la solución tampoco. La fuerza para derrumbar las barreras que nos separan de lo que la vida debe ser está en nosotros mismos. Dudo que todas las personas puedan encontrar esta fuerza, o darse cuenta que ella existe. Es como si existiera naturalmente sólo en algunos…

Y agregó, con una expresión más risueña y cómplice:

–La vida no es tan fácil. ¡Ni tan simple ni tan extrema!, ¡hombre!...

Luego hizo una pausa y continuó, mientras la expresión de su rostro iba mutando lentamente en una dirección más introspectiva:

–Vivimos inmersos en una cultura idiotizante de la felicidad. Se trata de la vana búsqueda de una alegría continua, –inagotable–, como algunos dicen; tan irreal como insana… ¿O tal vez de la aterrorizante idea de detenernos a pensar?… ¿Quién sabe?

Parecía que ya había concluido su parlamento, en esta suerte de bizarra pieza teatral. Pero continuó de pronto luego de unos segundos, con su mirada ya bastante más perdida:

–Al fin y al cabo, ¿quién sabe qué será lo más importante en la vida?...

Y finalizó su alocución en modo más natural y relajado, aunque igualmente enrevesado y críptico:

–Siento igual que tú; creo que toda trayectoria –toda búsqueda–, debería partir desde adentro; nos lleven estas en la dirección que sea… Que todo impulso –todo movimiento–, debería ser generado por nosotros mismos, y no sólo ser parte de una inercia estéril… Para no necesitar todo el tiempo de estímulos externos, que nos hagan dependientes del medio y de los demás; desviándonos muchas veces de nuestro camino... en el marco de un enfrentamiento tal vez eterno, entre el afuera y el adentro…

V

La luz de la tarde comenzaba a mermar. Uno de los dos se acercó a la puerta y se dispuso a salir, mientras que el otro se mantuvo reflexivo, sentado en una de las dos sillas; parte del escaso mobiliario que había en el cuarto. El más concreto y objetivo se ofreció entonces a ir por café, cosa que fue muy bienvenida por su compañero de aventuras.

La luz se extinguía cada vez más rápido y el Sol, visto a través de la ventana, se dibujaba en tonos anaranjados y rojizos; como un fantasma; atravesando algunas escasas nubes que se encontraban en el horizonte.

La escena era bellísima, pero algo particular e impreciso; difuso; deambulaba en el ambiente. Una tensión no resuelta quizá.

Una insoportable levedad, como una marca de agua en el espíritu, envolvía a ambos hombres. Una eclosión espiritual vibrante que no siempre nos lleva por los caminos más atinados, simples o seguros. Efervescencia que suele atribuirse sólo a idealismos juveniles, y hasta incluso a concepciones infantiles de la vida; pero que es también portadora de la verdadera esencia de lo trascendente.

1 “Tiempos Difíciles” (1854), Charles Dickens (1812–1870).

Desolación. Cuando prima una sensación de profundo aburrimiento y pesadez, sin duda derivada de aquellas cosas que no fueron, y que se llevan a la espalda como a una pesada mochila. Desaliento además de imaginar un futuro ya premeditado pero que no produce entusiasmo; por más cercano o brillante que este fuese. Algo así como una “existencia sin vida”; una suerte de impotencia que produce una gran tristeza, pero que no se puede expresar con palabras. Sobre todo “cuando no se es”.

3

(Los demonios)

I

Tenía una sensación de inconformismo que la abordaba en todo su cuerpo, como en aquellos momentos en que sentimos que algo no nos “cierra”; no nos deja alcanzar el tono cromático o sonoro indicado.

Mientras caminaba por el muelle su largo cabello se elevaba con una brisa que era suave, pero permitía descifrar indicios de una próxima tormenta. Si bien debería estar cansada de tanta actividad, no mostraba rastros de ello.

Era una persona muy decidida. Tenía las cosas muy claras, o al menos así ella lo creía; y lo que no, lo dejaba llevar por sus instintos. Su vida podría relacionarse con una suerte de supervivencia, que se debatía entre el vértigo y las culpas.

II

Imaginó repentinamente los rostros de los conocidos de su infancia, los vecinos de su barrio y hasta los de sus padres, y posteriormente trató de buscar un punto de conexión con el placer que acababa de obtener, siendo penetrada por ese hombre desconocido.

Era como si dentro de su cuerpo convivieran dos seres diferentes. Uno era el que el mundo hubiese querido que sea –o por que no–, el que ella misma hubiese querido ser; y otro, el que vive su vida espontáneamente y a flor de piel; sin mayores escrúpulos. No podía encontrar una clara relación entre su infancia y adolescencia y su vida actual. Era como si otra persona hubiese vivido sus recuerdos más lejanos; en los cuales más allá de todo, había sido feliz. No sólo feliz. En aquellas visiones familiares, simples e inocentes, era donde encontraba el espacio necesario de contemplación y equilibrio, en el que creía correcto desarrollar su existencia; en contraste con lo que era buena parte de su vida actual.

III

Un grito estrepitoso y desaforado interrumpió sus pensamientos. Era una mujer que se encontraba a unos 20 metros de ella. La misma exclamaba:

–¡Es ella!, ¡es ella!

Por un momento no reaccionó. Después vino a su mente la consciencia de que muchas eran las personas que podrían conocerla ahora, ya que a principios de esa misma semana, había salido al aire en la pantalla de los principales canales de televisión del país, un comercial de pasta dentífrica; el cual ella protagonizaba.

Hacía dos años ya que repartía su tiempo entre sus estudios y el modelaje, pero si bien era muy reconocida como modelo de pasarela, el comercial aparecido hace sólo unos días, representaba su primera incursión en publicidad audiovisual.

La señora, de unos 45 años, estaba con dos niños. Estos oscilarían entre los 7 y los 8 años de edad. La mujer se acercó hacia ella rogando desesperadamente por un autógrafo. Como no tenía papel, sino sólo una lapicera (que había estado utilizando para marcar unos números en un billete de lotería hace sólo un momento), ofreció su propio sombrero como soporte. La chica de largos y oscuros cabellos se vio muy turbada, ya que no concebía la idea de arruinar el sombrero de la mujer, con un garabato irregular como lo era su firma. Finalmente, sintiéndose muy contrariada, tuvo que ceder; ya que no toleraba más toda esa escena escandalosa en la calle, que le daba vergüenza y era preciso terminar.

Inmediatamente después siguió caminando y volvió a ponerse meditativa. Logró centrar sus pensamientos en una cuestión. Su cerebro merodeaba sobre una idea: se preguntaba qué era lo verdaderamente importante y necesario para su vida, mientras transitaba un camino cuyas luces la acariciaban momentáneamente en el mundo de la moda. Camino que sin embargo la llenaba profundamente, así como también los encuentros sexuales ocasionales que mantenía con numerosos hombres en su vida cotidiana.

Pensó aleatoriamente que quizá la eclosión masiva de los medios de comunicación, ocurrida en algún momento del siglo XX, no había sido tan beneficiosa en todo aspecto. Se dijo:

–Por un lado es sin dudas magnífico poder enterarse de todas aquellas cosas relevantes que ocurren a lo largo y ancho del mundo al instante; pero asistimos también a una era en la cual las personas comienzan a adquirir falsas concepciones de la realidad. Es como si sólo fuese importante ser famoso, no importa por qué, como si fuese un valor agregado de difícil definición.

Ella siempre hablaba, o pretendía hablar (y hasta consigo misma), de “cosas importantes”; intentando utilizar los términos más complejos posibles para expresarse. Sea como fuese ya había caminado bastante, se había alejado demasiado del muelle, y sin la presencia del agua y el viento, comenzó a sentir calor. Se recogió el cabello, y mientras caminaba por un boulevard pisó un charco que le ensució el vestido. Inmediatamente pensó en los productos de limpieza que tenía en su casa, y al cabo de un momento tenía en claro como remover aquella mancha. Pero tampoco pudo evitar tener muy en claro –a través de una sensación muy inquietante que la abordó de pronto y le oprimió el pecho–, que quería ser recordada; ¡sí!, –y así sea por muy pocos–; pero por algo un tanto más interesante que exaltar la eficiencia de su nuevo dentífrico; según rezaba el eslogan publicitario.

IV

Más allá de sus pensamientos, que parecían ser muy lógicos y en parte pragmáticos, sabía que no se decía toda la verdad. No podía dejar de sentirse muy especial. Sentía que ella era una persona particular, que tenía por delante algo así como una misión destacada en el mundo; de suma profundidad y significado; “que era como una elegida” (vaya a saberse por quién). Esta concepción de su vida chocaba todo el tiempo con su aspecto y actitud, que nos mostraba sólo a una joven y atractiva modelo, de moda por aquel entonces. Sus cavilaciones mostraban muchas veces también un aparente lado sensible y humanitario; pero que no escapaba tampoco de su esencia contradictoria; cargada de individualismo y relativa mezquindad para con aquellos más cercanos y “reales”. Una simple frase típica en ella, reflejaba la ironía y la resignación con la que se veía a sí misma, y demarcaba una suerte de filosofía:

–“La vida es lo que es”.

Solía repetirse esto ante cada hecho injusto con el cual se topaba, llegando a la conclusión de que todos los seres humanos debían tener su misma sensibilidad; y al igual que ella, nada podían hacer frente al peso de su entorno. Habría que decir también que esta conclusión no sólo no la convencía, sino también que la hacía sentir muy incómoda consigo misma. Algo nunca le cerraba. Se horrorizaba por injusticias y hechos deshonestos con total naturalidad. Pero al igual que la sociedad en la que vivía, contaba con algo así como una suerte de “Moral Aleatoria”, que se ve reflejada comúnmente en ciertas personas o sociedades; frente a las cuales uno no puede evitar preguntarse: ¿qué es lo que les parecerá tan terrible?, si ya conviven con, o son parte de, tantas otras cosas que son aún mucho peores.

En medio de todo este panorama, sufría de un preciosismo histérico, que le impedía hacer las cosas mal, o en forma inacabada. ¿A ver si todavía alguien sobre la tierra –fuese quien fuese este– tuviese alguna crítica que hacerle?

Recordó, sentada en su cuarto y frente a una cómoda abarrotada de retratos e imágenes de su vida, aquellos años no tan lejanos. Allí, en los comienzos de su adolescencia, ella soñaba obsesivamente con ser una gran concertista de piano, y ser ovacionada por sus brillantes ejecuciones de los repertorios más virtuosos. Así es que escuchaba durante horas las más espectaculares interpretaciones de las composiciones más complejas de Liszt, Scriabin o Ravel. Pero nunca tuvo talento ni perseverancia para lograr emularlas. Siquiera asistía demasiado a menudo a sus clases de piano. Vivía aún hoy obsesionada por recibir reconocimientos por todo lo que hacía. Una increíble sensación de inseguridad la dominaba, y reflejaba el enorme complejo de inferioridad que tenía frente a los demás. En todo este marco su ascendente fama le generaba cierta tranquilidad. La hacía sentir como que ya tenía un suelo sobre el que moverse, un colchón etéreo que daba por sentadas muchas cosas; de las cuales no tendría que ocuparse en resolver o solventar con virtudes.

En las charlas que mantenía con muchas personas, se daba cuenta ella misma, que tenía debilidad por sobresalir por su elocuencia todo el tiempo. Inmersa en sus debilidades psicológicas, lo que esta joven y atractiva mujer buscaba –inconscientemente en sus pensamientos–, era un lugar, una meta; algo que la haga sentirse viva, “ser quien ella era” (nunca sabremos qué).

Por estos tiempos se encontraba tomando un corto descanso en su casa, en el sur, donde había vivido casi toda su vida. Entró en la casa de sus padres, y mientras revisaba unas carpetas repletas de papeles, recordó una escena que había protagonizado antes de partir de la universidad. En aquella situación ella había generado un gran escándalo. Encontrándose junto a una compañera de curso, con quién realizaba un trabajo de investigación, se enervó repentinamente, dejando salir de su boca una catarata de insultos muy denigrantes para con quién compartía sus tareas en aquel momento. La situación fue repentina y llamó la atención del resto de la clase. Nadie logró entender el porqué de este ataque de nervios. El punto es que el motivo era un tanto más complejo: su compañera le había expuesto ideas que para ella resultaban completamente obvias, y en ese momento sintió una profunda vergüenza por creer que alguien a su alrededor pudiese haber escuchado, y llegara a pensar que ella no se daba cuenta de cosas tan elementales. Si bien trató de obviar su responsabilidad ante este hecho poco agraciado, intentando alienarse con algunas ideas absurdas, le fue imposible no hacerse esta pregunta tan simple; pero a la vez tan lógica:

–¿Esconderán mis búsquedas y esfuerzos por superarme sólo mi ego y mis debilidades?...

Se quedó en actitud reflexiva un momento. Se formulaba cuestiones que parecían muy obvias; lo que nos haría pensar en una persona poco inteligente. Pero lo cierto es que por más claras o básicas que sean las cosas, no siempre logramos asimilarlas; “hacerlas carne”. Nuestras existencias parecen construirse u organizarse en algo así como distintos niveles, o planos de conciencia, que se desarrollan paralelamente sin interactuar muchas veces entre sí. En ese momento se preguntó cuál sería la forma de encauzar su vida; de ser mejor persona. Pero no encontró una respuesta.

V

El espíritu sureño navegaba por sus venas, y la hacía sentirse libre de toda barrera y prejuicio; aunque lo más doloroso para ella era saber que en el fondo las cosas no eran tan así.

Sus vacaciones se terminaban, y si bien contaba con permisos especiales para ausentarse de la universidad, dado su trabajo, algo le incomodaba. No era tanto el ver terminada su libertad y tener que volver al centro educativo lo que la inquietaba, sino la incertidumbre que le provocaba el reencuentro con aquel que atrás había dejado.

4

(La condición humana)

I

Descendiendo del taxi que la traía desde el aeropuerto, observó con detenimiento aquellos cabellos rubios que eran su obsesión, como queriendo determinar si en ellos algo había cambiado en su ausencia. El actor de reparto de su lecho estaba parado en la vereda, a sólo unos metros de ella, frente a los grandes ventanales de uno de los cafés más pintorescos del centro de la ciudad. Él se acercó con una tímida sonrisa (que muchos hubiesen interpretado como resignación) y la estrechó entre sus brazos.

II

Si bien ella se esforzaba por tratar de demostrar que la fama la hacía sentir incómoda, la verdad es que le resultaba muy agradable, y le traía numerosos beneficios; entre ellos los económicos. Pero para él era muy molesto todo lo relacionado a la relativa popularidad de ella (que hasta el comercial aparecido hace pocos días en TV se limitaba a un círculo muy selecto). Charlas frecuentes entre ellos solían situarse en torno a lo efímero de esta suerte de reconocimiento superficial. Estas conversaciones no terminaban bien habitualmente, ya que si bien ambos se apreciaban (o más bien se necesitaban), tenían enfoques de la vida muy diferentes; aunque esto último no fuese tan claro y concreto a los ojos de ambos desde un principio (era una especie de conmiseración encubierta entre dos almas a la deriva –una que buscaba redención–, y la otra redimir patológicamente).

La forma en que él pensaba y vivía era un vivo retrato de lo que ella aspiraba a ser, y no se animaba. Oponiendo a ello toda la intensidad y el dominio de su avasalladora personalidad como forma de defensa; necesitando imponerse, frente a algo que no sabía bien cómo gestionar (haciendo eje en su lado más práctico y superfluo). Por el contrario, él tenía muy en claro (o tal vez no tanto), que ella no ocupaba más que un espacio vacío en su vida, en reemplazo de otro ser “verdaderamente destacado”, que aparentemente nunca llegaba; mientras fantaseaba solapadamente con influir de algún modo en ella, creyendo poder construir un ejemplo de virtud –a partir de un bello cuerpo y un cerebro bien desarrollado–, “un ser ejemplar”; que pudiese acompañarlo eventualmente, y llegar a ser algún día su contraparte de reserva. Una falsa proyección de un imposible, que nunca terminaba de cerrar por ninguna parte.

Ella le planteaba a su vez una suerte de batalla interior, entre lo más profundo e inescindible de su existencia, y todo aquello que quería de algún modo dejar atrás; que necesitaba superar. Etapas que a su entender nunca terminaban de concluir, y le hacían perder un tiempo enorme y valiosísimo. Una guerra contra fantasmas nacidos muy temprano, y que ni aún muy tarde pretendían morir, abandonarlo definitivamente. Lo que daba como resultado una vida sin él mismo, que dolía enormemente. Pero se negaba compulsivamente a perder esta partida, a conformarse con sus limitaciones. Una condición humana eludida durante mucho tiempo, pero insoslayable hoy. Ruidos constantes que necesitaba eliminar, pero que lo mantenían cautivo, en base muy probablemente a su debilidad para enfrentar seriamente su camino.

Una guerra no declarada de reclamos –explícitos y no tanto–; envidias y egolatrías, dominaba esta relación, sin que ninguno de los dos llegase nunca a hacerse cargo del todo. Pero sin lugar a dudas, lo satisfactorias que eran las relaciones sexuales entre ambos, era fundamental para comprender esta unión tan peculiar.