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Gran parte de la cultura de los pueblos indígenas se sustentó y aún se sostiene en la memoria oral, en la transmisión de relatos de generación en generación. Y esa transmisión suele quedar a cargo de las abuelas y abuelos, incluso en la tarea diaria de educación en el seno del hogar. Importantes estudios científicos que abordan la funcionalidad de la memoria oral en las comunidades indígenas han demostrado que esta actúa como canal de retroalimentación cultural. La repetición constante de relatos ancestrales con matrices culturales determinadas, legitima, refuerza y da sentido constante a la identidad de las personas que comparten esa determinada memoria generacional. Mi abuela paterna se llamaba Francisca Tulián, fue ella quien más me transmitió sobre mi cultura. Desde la palabra, pero también desde el ejemplo y por sobre todas las cosas, desde el amor. A pesar de su prolongada edad, tenía una lucidez mental y vitalidad física ejemplares. Cada fin de año cocinaba un pastel de carne al plato para cada uno de los comensales a su mesa, no menos de dos docenas de personas cada año. Un pastel único, cortando la carne con su pequeño y afilado cuchillo que debería haber tenido tantos lustros como ella; con masa casera, y decorado con un delicioso merengue… Sus enseñanzas, atenciones y detalles eran únicos y diferenciados con cada uno de sus nietos. Nos hacía un pequeño pan casero en la maravillosa forma de una palomita, que esperábamos al pie de aquel horno de barro donde cada semana hacía el pan más sabroso de todos. Cada siesta esperaba mi visita con la mejor de todas las golosinas: sus pelones. Yo sé que los hacía cada año pensando casi exclusivamente en mí. De pequeña sus reclamos y llamados de atención hacia mi cabello y mi peinado eran constantes. Estar "bien peinada" parecía ser algo importante para ella. Llegó a preocuparme hasta el punto de esmerarme en emprolijar mi cabello antes de ir a su casa. Con el tiempo, me di cuenta de que estar bien peinada, para ella, era tener siempre mi cabello trenzado. Así, las expresiones culturales son magia, hechos concretos y tangibles, y espíritus danzando en el viento de los tiempos. Francisca es una niña de trenzas tan largas y negras como una noche de invierno sin luna. Vive en un pueblo serrano llamado San Marcos Sierras, junto a una familia muy grande. Ellos son la Comunidad Tulián, y estas son sus historias…
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Seitenzahl: 21
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un cuento comechingón
Mariela Jorgelina Tulián
ilustraciones
Luz Julieta Altina Tulián
actividades de EIB
Liliana Rosa Altamirano
La pequeña Francisca
Mariela Jorgelina Tulián
Primera edición en esta editorial, 2020
ISBN: 978-987-47727-2-5
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www.edicionesacapela.wordpress.com
Tulián, Mariela
La pequeña Francisca : un cuento comechingón / Mariela Tulián ; ilustrado por Luz Julieta Altina Tulián. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ediciones A capela, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo digital: descarga
ISBN: ISBN 978-987-47727-2-5
1. Cuentos Folklóricos. 2. Cuentos Infantiles. I. Altina Tulián, Luz Julieta, ilus. II. Título.
CDD A863
Gran parte de la cultura de los pueblos indígenas se sustentó y aún se sostiene en la memoria oral, en la transmisión de relatos de generación en generación. Y esa transmisión suele quedar a cargo de las abuelas y abuelos, incluso en la tarea diaria de educación en el seno del hogar.
Importantes estudios científicos que abordan la funcionalidad de la memoria oral en las comunidades indígenas han demostrado que esta actúa como canal de retroalimentación cultural. La repetición constante de relatos ancestrales con matrices culturales determinadas, legitima, refuerza y da sentido constante a la identidad de las personas que comparten esa determinada memoria generacional.
Mi abuela paterna se llamaba Francisca Tulián, fue ella quien más me transmitió sobre mi cultura. Desde la palabra, pero también desde el ejemplo y por sobre todas las cosas, desde el amor.
A pesar de su prolongada edad, tenía una lucidez mental y vitalidad física ejemplares. Cada fin de año cocinaba un pastel de carne al plato para cada uno de los comensales a su mesa, no menos de dos docenas de personas cada año. Un pastel único, cortando la carne con su pequeño y afilado cuchillo que debería haber tenido tantos lustros como ella; con masa casera, y decorado con un delicioso merengue…
Sus enseñanzas, atenciones y detalles eran únicos y diferenciados con cada uno de sus nietos. Nos hacía un pequeño pan casero en la maravillosa forma de una palomita, que esperábamos al pie de aquel horno de barro donde cada semana hacía el pan más sabroso de todos.