La pieza que nos une - V.M. Cameron - E-Book

La pieza que nos une E-Book

V.M. Cameron

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Beschreibung

Miles Bennett era peligroso y no merecía ser salvado. Todo estaba perdido para él... hasta que la encontró a ella.  Gia tiene sus prioridades muy claras y necesita centrarse en sus estudios de Periodismo para salir adelante. Gracias a su amiga Olivia, comienza a trabajar como camarera en un popular bar del este de Londres. Allí, por primera vez en su vida, se ve expuesta al mundo salvaje y peligroso de los bajos fondos londinenses. Bennett se encuentra completamente atrapado en un círculo vicioso que le ha hecho perderlo todo y en el que la violencia y los excesos han conseguido dominarlo. Tras una mala ruptura, tan solo puede refugiarse en las peleas ilegales y otros asuntos turbios que se han adueñado de su vida. Bennett es consciente de que ha tocado fondo, por lo que ahora solo sueña con amasar una fortuna y escapar de esa ciudad y de sus propios demonios cuanto antes. Sus caminos se juntan cuando Gia le propone a Bennett un inusual trato: ella quiere escuchar su historia y ayudarle a seguir adelante, aunque parezca imposible. Ante la reticencia de Bennett y su personalidad esquiva, ambos descubrirán que hay algo mucho más inmenso e inesperado que los une en un mundo en el que todo parece separarlos. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporáneo, histórico, policiaco, fantasía… ¡Elige tu romance favorito! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Seitenzahl: 271

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 V.M. Cameron

© 2025, Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

La pieza que nos une, n.º 416 - mayo 2025

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 9788410744943

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

 

Índice

 

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Banda sonora

Agradecimientos

Sobre la autora

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para mi tío Luis, una de las piezas principales.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

—No te asustes.

Gia alzó la cabeza y observó el rostro de su compañero un instante. Acababa de conocerlo y no entendía por qué había pronunciado esas palabras. Ella no estaba asustada y la mera suposición ya hacía que se sintiera un poco insegura.

—¿Disculpa?

—No te asustes —repitió él—, el primer día siempre es el más extraño, pero lo harás bien si sigues la lista de tareas. Puedes marcar cada una de ellas cuando la hayas completado. —Le tendió una hoja de papel con varios puntos remarcados en tinta negra: Rellenar botellas. Limpiar lavavajillas. Contar el dinero en efectivo…

Ella asintió en silencio al tiempo que observaba la lista, se trataba de las tareas usuales para un bar. Era su primera noche trabajando en ese concurrido local del este de Londres. En realidad, no estaba asustada, ese sitio no le preocupaba en absoluto. Decidió no revelarle a su compañero —¿Liam? ¿Leonard? Oh, no. ¿Cuál era su nombre?— que no sentía ningún miedo, sino que, más bien, estaba ansiosa por comenzar a percibir un salario. Después de varios meses sin trabajar, los ahorros de Gia se habían reducido hasta convertirse en casi inexistentes. Había tenido mucha suerte al conseguir ese empleo gracias a su amiga Olivia.

No era el primero, pues durante los años anteriores había trabajado ya en una cafetería y, hasta hacía poco, en el bar de una pista de patinaje sobre hielo. Había sido un buen lugar, pero la pista cerraba durante el verano y en mayo había tenido que marcharse porque ya no había nada que hacer allí.

—¿Dónde puedo dejar mi bolso?

—Aquí.

El chico le señaló un pequeño armario de madera situado junto a la pared. Gia se quitó la chaqueta y depositó sus pertenencias en ese lugar. Había un par de chaquetas más, además de la suya.

—Pertenecen a los porteros —explicó su compañero antes de que ella preguntara.

Dos hombres se ocupaban de la seguridad del bar, algo que había llamado la atención de Gia. Hasta entonces, tan solo había trabajado en lugares tranquilos. Esa sería su primera vez como camarera en un local mucho más ajetreado y, quizás, incluso peligroso.

—Vamos al piso de abajo, te enseñaré el bar.

Bajaron las escaleras, dejando atrás esa planta en la que solo se encontraba un pequeño vestuario que ni siquiera merecía ese nombre y la oficina en la que Isaac, el dueño del Rowland’s, acumulaba documentos relativos al negocio. El bar estaba en el piso de abajo y tenía acceso directo a una calle poco concurrida. La localización era privilegiada, pues un sinfín de árboles lo rodeaban, apartándolo de otros locales y generando la sensación de que, a pesar de encontrarse en pleno Londres, parecía un lugar remoto.

—¿Eres nueva en la ciudad, Gianna?

—Gia, solo Gia —lo corrigió, después forzó una pequeña sonrisa—. No, no soy nueva, tan solo… necesitaba un trabajo.

—¿Eres amiga de Olivia?

—Sí, somos compañeras de clase en la universidad.

Olivia trabajaba en el Rowland’s desde que tenía dieciocho años y, al parecer, ya era la mano derecha de Isaac. Gia se fiaba de su amiga, por eso había aceptado el trabajo en aquel barrio londinense que no le daba demasiada confianza… Bueno, por eso y porque necesitaba pagar el alquiler.

—¿También estudias Periodismo?

Gia asintió con la cabeza. Bajó el último de los escalones, apartando la mirada del chico, y se fijó en el bar que, de pronto, tenía ante sus ojos. La estancia estaba muy poco iluminada, y el local era mucho más grande de lo que ella recordaba de las únicas dos veces que había ido al Rowland’s: ambas, por la insistencia de Olivia en ir a tomar una copa allí. La realidad era que Gia no salía mucho por las noches, estaba más bien centrada en terminar la universidad cuanto antes y en conseguir un trabajo decente en algún periódico o revista. Lo que sucedería después, aún no lo había planeado. Además, era consciente de que, con veintidós años, probablemente no le serviría de mucho organizar algo que, con toda seguridad, iría cambiando con el tiempo.

El chico la condujo a la barra del bar, explicándole de forma eficiente dónde estaba cada cosa. Le habló de mil bebidas y combinaciones distintas que se servían allí y también le contó varias formas de librarse de clientes problemáticos o demasiado borrachos.

—No puedes servirle a un borracho nunca.

—De acuerdo.

—¿Sabes por qué?

Gia levantó la vista hacia él. Aparentaba unos años más que ella, rondaría los veinticinco, más o menos. Tenía el cabello castaño y los ojos redondeados, de un tono miel que le daban un aspecto general bastante armonioso y agradable.

—Imagino que vas a decírmelo ahora, ¿verdad?

Él le enseñó una sonrisa perfecta y sabihonda de dientes blancos y alineados.

—Los borrachos causan problemas, Gianna, y aquí los evitamos a toda costa. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —respondió Gia—. ¿Qué debería hacer si alguien intentara pasarse de listo?

—Habla con los chicos de la puerta. Ellos son los indicados para ocuparse de eso. —El joven la observó, después habló de nuevo—: ¿Tienes alguna duda?

—No, todo está claro. Muchas gracias…

Se quedó callada un momento, pensando en que, efectivamente, no conocía el nombre del chico. Él lo vio en sus ojos y apretó los labios con cierta incomodidad.

—Luke —le recordó.

Gia suspiró con alivio.

—Muchas gracias, Luke.

Él se agachó tras la barra y miró su reloj. Después apretó un interruptor situado al lado de uno de los frigoríficos repletos de un sinfín de cervezas distintas que Gia apenas conocía. Deseó poder trabajar con Olivia esa noche, pues su amiga podría explicarle todo sin hacer que se sintiera avergonzada o ridícula, pero ese primer día le tocaría pasarlo junto a Luke, al parecer.

—Abrimos en cinco minutos —anunció él.

Gia soltó el aire de sus pulmones, después se situó tras la barra junto a él. Estaba contenta, en realidad, pues necesitaba un trabajo y, aunque ese lugar no le provocara demasiada confianza, serviría para brindarle un modesto sueldo.

—¿Nerviosa? —preguntó Luke, dedicándole una sonrisa amable por primera vez.

Nerviosa no era la palabra, sino, más bien, impaciente. Sabía que una nueva etapa de su vida estaba comenzando. Esperaba estar preparada para afrontarla.

 

 

El tiempo pasó extremadamente rápido. Todo resultaba nuevo para Gia en ese bar y el tumulto de gente y clientes habituales se arremolinaban en la barra, peleando por ser vistos para poder disfrutar de una pinta de cerveza… o de diez.

Debía de ser la una de la mañana cuando Gia reparó en un hombre apoyado en el bar que daba la impresión de estar bastante borracho. Aparentaba unos cuarenta años y se encontraba casi tumbado en la barra, con el cabello negro despeinado y la mejilla pegada a esa gran superficie de madera. Sus ojos oscuros se veían enrojecidos y se achinaban cuando, de tanto en tanto, el cliente levantaba la cabeza y bebía un trago más de su pinta de cerveza. Gia no sabía cómo proceder; sabía que no podía servirle de nuevo, pero ¿debía hacer algo viendo que ya estaba borracho? Quizás podría avisar a seguridad, pero lo cierto era que el hombre no se estaba metiendo con nadie…

Gia sirvió un par de bebidas a otros clientes, sin quitarle el ojo de encima a ese hombre alcoholizado que podría acabar causándole problemas. Lo estaba mirando cuando, de pronto, un nuevo hombre de cabello negro se aproximó a él y le susurró algo que Gia no fue capaz de descifrar en la distancia. La música sonaba muy alta a su alrededor y los gritos del resto de los clientes imposibilitaban que lograra entender ni una palabra si se encontraba a más de un metro de distancia de su emisor.

Comenzó a servir una nueva cerveza sin dejar de observar al hombre moreno. Fue entonces cuando Gia se percató de que algo había cambiado, el cliente se encontraba tenso como un tronco y algo en él daba la impresión de estar asustado.

—Seis libras con cuarenta —pronunció Gia, tendiéndole la cerveza a un hombre delgado y feúcho al que le faltaban algunos dientes.

Ni siquiera le prestó atención al pago que estaba recibiendo de ese cliente, pues de repente Gia estaba en alerta. No era una experta en la materia, pero la joven sabía reconocer una pelea cuando veía una… o cuando estaba a punto de verla. Necesitaba salir de la barra, avisar a seguridad de que algo estaba a punto de suceder.

—¿Qué haces? —le preguntó Luke cuando se percató de que ella acababa de salir de la barra—, ¿a dónde vas?

—¡Vengo en un minuto!

Apenas acababa de salir corriendo cuando se dio cuenta de que, quizás, ya era demasiado tarde para advertir a los porteros del Rowland’s de lo que estaba sucediendo. Ya no era solo un hombre quien hablaba con aire amenazador al cliente alcoholizado; ahora eran tres.

Gia tragó saliva. Parecían peligrosos y su aspecto no terminaba de encajar allí. Los tres vestían ropa oscura y uno de ellos llamó su atención de un modo más particular, pues se encontraba más cerca del borracho que los otros y le hablaba con gesto muy serio. ¿En qué lío se habría metido ese hombre con esos tres tipos? Se fijó en el que parecía llevar la voz cantante y se sorprendió de su juventud, pues aparentaba unos veintisiete años. Tenía el cabello oscuro y algo que solo podría definirse como cara de pocos amigos. Entornaba sus ojos claros con cada nueva palabra que pronunciaba y Gia sintió cómo su propia sangre se helaba al imaginar su voz intimidante. Problemas; esos tres tipos eran problemas, seguro.

—Vamos afuera, Richard —oyó Gia por encima del resto de las voces—. No voy a repetírtelo más veces. Ven por tu propia voluntad o tendré que sacarte de aquí yo mismo.

Gia se congeló. Así comenzaban las peleas, lo sabía. En pocos segundos habría puñetazos volando por la sala y, probablemente, también heridos. Estaba claro quién saldría perdiendo en ese altercado.

—¡Voy a pagarte, Bennett, lo prometo! He tenido un mal mes y…

—Hablaremos fuera —rugió ese tal Bennett.

Ella se estremeció cuando lo observó de nuevo. ¿De dónde le vendría toda esa agresividad? ¿Por qué querría con tanta urgencia salir con aquel hombre de allí? ¿Acaso iba a…? Gia no se atrevió a completar esa pregunta. La periodista que había en ella quiso acercarse, realizar todo tipo de averiguaciones y comprender cada uno de los entresijos de la relación que existía entre esos dos individuos. La parte más racional de ella se dio la vuelta y corrió hacia la puerta.

No conocía a los porteros del Rowland’s, esa era la primera vez que hablaba con ellos y ni siquiera sabía si eran conscientes de que ella trabajaba allí. Tan solo se dirigió a los hombres con urgencia.

—Problemas. Dentro —informó con voz firme.

Acto seguido, compartieron una mirada cómplice entre ellos, como si ya fueran conscientes de lo que estaba sucediendo.

Uno de los hombres suspiró.

—Te lo dije —pronunció entre dientes.

Solo entonces Gia comprendió que ese tal Bennett sería un problema recurrente en el bar. Pero, si era así, ¿por qué lo habían dejado entrar?

Ambos hombres eran altos y robustos, como si fueran luchadores profesionales. Entraron al local juntos, dejándola sola por un momento. Gia tomó aire profundamente, sintiendo un frío tranquilizador entrando a su cuerpo.

El viento de la calle golpeaba con fuerza sus brazos desnudos. Gia vestía unos vaqueros sencillos y una camiseta roja. No tenía ni la menor idea de qué se consideraba adecuado para trabajar en un sitio como ese, por eso había optado por una indumentaria casual. Acarició la piel de sus brazos un instante antes de regresar al interior del Rowland’s. El ambiente seguía alborotado en el interior del bar y, para su sorpresa, casi todo el mundo parecía observar esa guerra fría que se estaba produciendo entre los hombres.

—Bennett, no nos jodas… —pidió uno de los porteros con calma—, si Isaac te ve aquí, vamos a meternos en un lío por haberte dejado entrar.

El aludido alzó ambas manos en un gesto falsamente inocente. Gia se percató de que unas ojeras oscuras le conferían un aspecto casi preocupante a Bennett, como si llevara dos semanas sin dormir.

—He venido a por Richard, solo eso. Dejadme llevarlo con nosotros y no me tendréis más por aquí.

Los dos porteros se observaron una vez más el uno al otro, y Gia contuvo la respiración, sin saber qué esperar de lo que podría suceder allí.

—¿Qué le vas a hacer?

El gesto de Bennett permaneció imperturbable.

—Eso es entre él y yo.

—Bennett…

—Richard decidió apostar conmigo, sabía a lo que atenerse —interrumpió Bennett.

Gia se temió lo peor. Quizás había visto demasiadas películas de gánsteres, pero se imaginaba que podrían atar a ese hombre de pies y manos y lanzarlo al río Támesis. ¿Serían capaces de hacer algo así?

Richard se tambaleó, intentando escapar de Bennett y sus amigos. Todo sucedió muy rápido en ese momento. El hombre, tan alcoholizado que apenas se mantenía en pie, trató de golpear a Bennett con una puntería pésima. Este último solo se apartó y el gesto hizo que Richard cayera con fuerza, completamente desequilibrado. Se golpeó el rostro contra la madera del piso. Al instante, los dos porteros del Rowland’s se lanzaron hacia Bennett y lo sujetaron antes de que se le ocurriera devolverle el golpe fallido a su adversario. El desorden pareció acrecentarse cuando varias personas comenzaron a vitorear y a aplaudir, como si se hallaran en un estadio.

—¡Ni siquiera lo he tocado! —gruñó Bennett, tratando de librarse de ese incómodo agarre—. Lo habéis visto.

Richard se reincorporó como pudo. Un chorro de sangre de color oscuro brotaba de su nariz y Gia no pudo evitar cubrirse el rostro con las manos, sorprendida.

El vocerío del público seguía presente, la música apenas era audible con todo ese alboroto. Fue entonces cuando una voz se alzó por encima del jaleo y Gia reconoció la presencia de Isaac, el dueño del bar. Isaac tenía unos cincuenta años, pero aparentaba ser bastante más joven. Sus ojos, azules y penetrantes, observaban la escena con severidad. Isaac caminó hasta el centro del local, alzándose en sus casi dos metros de altura y abriéndose paso entre la gente.

—Miles —dijo con tono autoritario.

Gia comprobó que Bennett también respondía al nombre de Miles, por lo que uno de los dos debía de ser su apellido. Se preguntó cuál de ellos sería.

Al instante, todas las personas que antes habían gritado, sedientas de sangre, se disiparon por el local. Isaac era la autoridad allí, eso estaba claro. El hombre vestía una camisa de cuadros azul cuyas mangas se había remangado hasta el codo, y un sinfín de tatuajes se dejó entrever sobre su piel. Gia se acercó unos pasos con la esperanza de escuchar la conversación que se estaba desarrollando entre Bennett y su jefe. Le generaba tanta curiosidad esa situación que, de pronto, se había olvidado de que Richard podría acabar esa noche hecho picadillo si se iba con esos hombres.

—Te lo he dicho mil veces, chico. No quiero problemas en el bar —habló Isaac.

Su tono de voz fue más suave ahora, Gia tuvo que aguzar el oído para poder escuchar la conversación y se imaginó que el resto de las personas en el local también intentaban hacer lo mismo de forma disimulada.

—Solo he venido a por Richard. Solo eso —se excusó Bennett—. Te juro que no le he puesto la mano encima.

Isaac negó con la cabeza, como si no lo creyera, en especial al observar la sangre que brotaba de la nariz de su cliente.

—Te lo he dejado claro. No en mi bar. —La voz de Isaac volvió a sonar estricta, casi como si se tratara de un padre regañando a su hijo—. Si quieres hacer tus apuestas y tus negocios, adelante, haz lo que te plazca. Pero fuera de este local.

¿Tendrían alguna relación familiar ellos dos? La curiosidad en Gia se acrecentaba más y más a cada instante.

Bennett le mostró las palmas de sus manos en un gesto que parecía querer librarlo de toda responsabilidad respecto a lo que acababa de suceder allí.

—No he venido a causar ningún revuelo, Isaac. Richard ha adquirido la mala costumbre de apostar un dinero que no tiene. Y si gana algo, no tarda en correr a gastárselo emborrachándose y yendo al local de Cindy, pero cuando pierde no entiende que es él el que tiene que pagarme a mí…

Isaac le dirigió una mirada de repulsión a Richard. Era evidente que lo conocía desde hacía tiempo y que era uno de sus clientes habituales. Gia no sabía qué era el mentado «local de Cindy»,pero podía hacerse una idea de a qué se estaba refiriendo Bennett.

—¿Y desde cuándo te has convertido tú en el prestamista oficial de Londres, Miles? —De nuevo, la voz de Isaac sonó más a reproche.

Bennett tragó saliva antes de volver a hablar, su frustración se veía en su rostro.

—Me voy. Pero me llevo a Richard.

—¡No! —protestó el aludido.

Ante sus ojos, Isaac tan solo se encogió de hombros y dio un paso atrás.

—No vuelvas a arruinar la noche de mis clientes de este modo —le dijo con los labios fruncidos en una mueca de desagrado. Isaac, que se encontraba a pocos metros de Gia, se acercó a ella—. Gia, apaga la música y enciende las luces, por favor. Hoy vamos a cerrar pronto.

Ella solo pudo asentir con la cabeza. Apenas había cruzado un par de palabras con Isaac antes, pero él, al igual que en esa ocasión, le había hablado con suavidad y educación. Sin embargo, no podía evitar temblar después de ver con qué facilidad Isaac había logrado detener el altercado —o más bien, la inminente paliza a Richard— que casi se había producido en el Rowland’s.

—Y tú, Miles, lárgate de aquí antes de que se me ocurra llamar a la Policía y te toque pasar la noche en el calabozo.

Gia no consiguió moverse durante unos segundos. Permaneció congelada, observando cómo los acompañantes de Bennett tomaban a Richard del brazo con poca delicadeza y lo conducían a la puerta del local. Bennett le hizo un pequeño gesto de despedida a Isaac, sin mediar palabra, y siguió a sus amigos.

Pasó de lado de Gia, tan cerca que se rozaron. Él la miró solo un instante, sin detenerse a observar ningún rasgo particular del rostro de la joven. Pero ella sí pudo hacerlo al tenerlo a tan pocos centímetros. Era alto, más de lo que había imaginado al verlo al principio. Las ojeras amoratadas bajo sus ojos tan solo intensificaban el tono verde claro de estos. Sus rasgos eran agradables, tenía una nariz recta que presentaba un par de reconocibles bultos que solo podían significar que se había —o le habían— roto la nariz en alguna ocasión. Los labios de Bennett eran llenos y más oscuros que la piel bronceada de su rostro. Era atractivo, no era guapo de un modo convencional, pero sí capaz de hacer que Gia lo observara fijamente, tratando de descifrar qué significaba su gesto.

El ambiente se relajó en cuanto Bennett y sus amigos desaparecieron llevándose a Richard.

—¿Estás bien?

Gia se dio la vuelta y se encontró con los dos encargados de la seguridad del bar.

—Estás pálida —apuntó uno de ellos.

Ella trató de sonreír, controlando el temblor que sus rodillas aún acusaban. Le parecía increíble que eso hubiera sucedido en su primer día allí.

—Estoy bien, gracias —contestó por fin—. Soy Gia.

—Ian —se presentó uno de ellos, con el cabello largo y una cara ovalada y ruda que apenas encajaba con su tono de voz amigable.

—Yo soy Akram —se presentó el otro, algo más bajo en estatura, pero con una envergadura similar a la de su compañero—. Sabíamos que Miles iba a liarla, no deberíamos haber confiado en él.

—¿Por qué les habéis dejado entrar, entonces? —preguntó Gia.

—Es una larga historia —contestó Ian.

Ella no necesitó más explicaciones, al menos no en ese momento. Se despidió de los dos hombres con un gesto y se dirigió a la barra de nuevo. Pasó por debajo del mostrador, encontrándose cara a cara con Luke. Él la miraba con expresión de enfado.

—Te dije que no le sirvieras alcohol a nadie que ya estuviera borracho —recriminó él de inmediato—, y Richard apenas se mantenía en pie. Lo has empeorado.

Escuchar eso hizo que Gia apretara los dientes. Ella ni siquiera recordaba haberle dado una bebida a Richard, pero algo le dijo que no serviría de nada rebatir a Luke, no mientras aún estuviera agitada.

Gia se agachó frente al interruptor que le había visto pulsar a Luke al principio de la noche y encendió las luces, tal y como le había pedido Isaac. Después le lanzó una última mirada a Luke, que tenía los ojos puestos en ella en ese momento.

—Isaac me ha dicho que la noche ha terminado.

Luke no discutió. Con rapidez, el joven apagó la música del local y procedió a comunicarles a los clientes que ya era hora de abandonar el Rowland’s.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Olivia se sentó frente a ella en la cafetería de la universidad. Gia permanecía absorta en uno de los trabajos que necesitaba entregar para su próxima clase y apenas percibió que su amiga acababa de llegar, hasta que por fin ella habló:

—¿Cómo te fue en el Rowland’s? —preguntó Olivia con su voz ligeramente ronca—. ¿Fue una noche tranquila?

Gia miró a Olivia y suspiró. Su amiga estaba muy guapa ese día, y, con su cabello teñido de color rosa chicle, captaba todas las miradas. Olivia llevaba un vestido azul que se ajustaba a su cuerpo, amoldándose a sus pechos y a sus caderas. Era más alta que ella, y sus piernas, largas y pálidas, dejaban entrever algunos tatuajes.

—¿Y ese vestido?

—Un reclamo para que el señor Gold se acuerde de mí y me asigne el mejor puesto para hacer las prácticas —bromeó ella. Olivia siempre tenía en la boca ese tipo de respuestas que, aunque no iban en serio, le sacaban una carcajada a Gia.

—Ojalá funcionara así —se quejó Gia, apartando de la mesa el trabajo que tantas horas le había llevado. Lo guardó en su mochila negra—. Le he dedicado quince horas y, aun así, no tengo ni idea de qué me va a decir. Si al menos Gold fuera un pervertido, sería un tío previsible. ¿No? Pero es justo lo contrario: es tan estricto y difícil de leer que nunca sabes si has hecho el mejor trabajo de tu vida o si has cometido la peor ofensa del mundo.

—No seas negativa, cariño. Ambas vamos a aprobar, ya lo verás. ¿Has comenzado el trabajo final?

Gia negó con la cabeza. De ese trabajo, y de lo que decidiera escribir en él, dependería todo el próximo año en la universidad. Pasaría el siguiente curso en un medio de comunicación como becaria, pero no tenía ni idea de a dónde la mandarían ni de si encontraría un lugar agradable de verdad. Todo dependía del señor Gold.

—No, no he tenido tiempo… ni ideas. Mi cerebro está seco —murmuró, cubriéndose los ojos con las manos.

Olivia posó su mano sobre la cabeza castaña de Gia y peinó ligeramente su flequillo oscuro.

—Va a ir bien, no te preocupes —le susurró con un tono de voz dulce.

El optimismo de Olivia la animó un poco. De nuevo volvió a mirarla a la cara, centrándose en sus ojos castaños y perfectamente maquillados. Olivia parecía una muñeca de porcelana más que una persona de tan perfecta que resultaba.

—Y respecto al Rowland’s —respondió Gia—. Bueno…, digamos que podría haber salido mejor. Me hubiera gustado que estuvieras allí. Un psicópata entró al bar con sus secuaces y quiso llevarse a uno de los clientes.

Olivia alzó las cejas, sorprendida.

—¿Cómo?

—Dijo que le debía dinero por una apuesta o algo así. A estas alturas, me preocupa que lo hayan matado… ¡E Isaac no hizo nada para evitarlo! Al final se lo llevó…

Esa aclaración pareció servirle a Olivia como una información más que valiosa.

—¿Apuestas? Seguro que es Bennett, ¿no?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gia, sorprendida—. ¿Es el hijo de Isaac o algo así?

—¿Eh? No, no exactamente. —Olivia negó con la cabeza—. Miles Bennett es… Bueno, él era como nosotras. Trabajaba como portero en el Rowland’s hace un par de años.

—¿Trabajó contigo allí?

—Sí. Lo conozco desde siempre. Mis padres son amigos de Isaac, así que hemos estado en el mismo círculo de gente durante años.

Esa revelación le resultó de lo más chocante. ¿Por qué nunca había escuchado hablar de él, entonces? Estaba segura de que, visto lo visto, ese Bennett debía de haber causado problemas antes. No se imaginaba a alguien como él manteniendo un trabajo, pero sí robando un banco u organizando una operación de tráfico de drogas.

De todas formas, eso explicaba por qué Isaac parecía tenerle cariño a ese mafioso. Quizás no siempre había ido por allí queriendo cobrarse deudas en los bares a base de violencia.

—Nunca lo habías mencionado.

—Porque ahora es un terrorista —se mofó Olivia con una carcajada—. No, en serio. Bennett era un tío normal, podría incluso decir que éramos amigos. Aunque ya le gustaba meterse en líos, en eso no ha cambiado nada.

—¿Y qué le pasó?

Olivia se encogió de hombros y se puso en pie. Ese gesto hizo que Gia lanzara una mirada a su reloj, ya era hora de regresar a la clase de Gold. Suspiró al pensar cuánto detestaba a ese profesor tan estricto.

—No lo sé, hace más de dos años que dejó de trabajar en el Rowland’s y ya no lo veo por ahí. Por si no te has dado cuenta, intento evitar a personas que puedan hacerme acabar con el culo en la cárcel. —Olivia hizo un gesto para que su amiga se diera prisa—. ¿Vamos, Gia?

—Sí, sí.

Gia recogió su ordenador portátil y los papeles en los que había garabateado las ideas del proyecto para la asignatura de Comunicación y Sucesos Contemporáneos. Se echó la mochila al hombro y se puso en pie, siguiendo a su amiga hasta la puerta de cristal para salir de la cafetería.

—¿Por qué te interesa tanto Bennett? —preguntó Olivia de pronto—. Te adelanto que es una mala idea, yo creo que no está bien de la cabeza. Además, creía que ese no era tu tipo.

—¿Qué? —gruñó Gia—. ¡No! ¡Claro que no! —Llegar a la conclusión de que Olivia había insinuado que él pudiera gustarle le resultó perturbador—. Ya me he dado cuenta de que no está bien, no hace falta que me lo confirmes. ¡Creo que quería matar a un tío!

—Bueno, tanto como matar… Estoy segura de que no ha ido tan lejos —murmuró Olivia—. Intenta no prestarles mucha atención a los clientes en el Rowland’s, no es el mejor bar de Londres, pero paga las facturas y nos va a dar de comer todos los días, ¿de acuerdo?

Gia contuvo una mueca sarcástica. Como si no se hubiera dado cuenta ya de eso.

—Tranquila, sé defenderme.

Olivia se quedó mirándola un instante, pensativa. Gia no tenía ni la menor idea de qué podría rondar la cabeza de su amiga.

—¿Y bien?

—Nada —contestó Olivia al cabo de unos segundos—. Es solo que… no sé hasta qué punto saber defenderte puede servirte ante alguien como Miles Bennett.

Después continuó caminando en dirección al aula de su siguiente clase. Gia contuvo la respiración un momento antes de seguir a su amiga.

 

 

Pasó más de un mes hasta que volvió a verlo.

Un insistente golpeteo en la puerta del Rowland’s llamó su atención. Olivia, que hablaba con Isaac acerca de un pedido de bebidas incompleto que habían recibido, le hizo un gesto a Gia para que abriera.

Aún no eran las cinco de la tarde, así que el bar estaba cerrado y ellos tan solo estaban organizándolo todo antes de que fuera la hora de recibir a los primeros clientes. Ese jueves sería tranquilo, pues el local no se llenaba más que los fines de semana. El Rowland’s no era precisamente el sitio de moda, pero contaba con buena música, bebidas más bien baratas y una clientela fija que llevaba unos treinta años acudiendo al bar de Isaac. El propietario había comprado el local siendo muy joven aún, lo había reformado con la ayuda de algunos amigos y había fundado el Rowland’scon el nombre de su padre, que siempre había querido tener un bar, pero nunca tuvo la oportunidad.

Isaac le había contado esa historia a Gia en su tercer día trabajando allí. Fue entonces cuando ella decidió que le caía bien ese hombre: le parecía honesto y reservado, y además le pagaba bastante bien y cada semana por su trabajo allí.

Gia abrió la puerta con cierta dificultad, pues ese portón de hierro que garantizaba la seguridad del lugar era bastante pesado. La joven se quedó congelada en cuanto se encontró con ese rostro que había rememorado varias veces desde el día en el que él causó todo aquel revuelo en el bar. Otro hombre acompañaba a Miles Bennett, y Gia lo reconoció de inmediato, pues también había acudido allí la primera noche. El desconocido era alto y pelirrojo, con una ligera barba roja que le confería un aspecto extrañamente amigable.

El primer instinto de Gia fue cerrar la puerta en cuanto se encontró con Bennett. De pronto tuvo miedo. Él la detuvo, frunciendo el ceño con desconcierto.

—Aún no hemos abierto —dijo ella a través de la pequeña ranura que los separaba.

Su corazón se aceleró al hablarle. No estaba aterrorizada, pero sí sentía que su seguridad podría estar comprometida.

—Lo sé —contestó Bennett, sin apenas mirarla—. Quiero hablar con Isaac. Por favor.

Gia suspiró. No tenía claro que Isaac fuera a alegrarse de verlo allí, después de cómo lo había echado de su bar la última vez. De todas formas, decidió que no era asunto suyo decidir eso.

—Un momento —consiguió pronunciar.

Cerró la puerta de nuevo y entró al bar. Recorrió los escasos metros que la separaban del lugar en el que Olivia e Isaac mantenían su conversación. Los interrumpió con la mandíbula ligeramente tensa, alzando su mano para captar su atención.

—Alguien quiere verte, Isaac… —anunció con voz temblorosa—. Es Bennett.

La expresión de Isaac cambió de golpe. Sus ojos se entornaron y él apretó los labios. Después pareció olvidar que estaba hablando con Olivia, pues se dirigió a la puerta principal del local sin mediar palabra. Olivia y Gia se miraron, comprendiendo al instante todos los temores de la otra.

—¿Qué crees que quiere? —musitó Gia.

—Disculparse —contestó su amiga, muy segura de lo que decía—. Imagino que le queda un poco de vergüenza y se siente mal por lo que hizo la última vez. Le ha llevado un buen tiempo arrepentirse.