La princesa desdeñada - Tara Pammi - E-Book

La princesa desdeñada E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

No había previsto el fuego devastador que brotaría entre ellos... ¡y que los uniría para siempre! Eleni, princesa de Drakon, hija ilegítima y siempre desdeñada, anhelaba tener una familia. La oportunidad se presentó cuando un desconocido le robó un beso en un baile de máscaras. Gabriel Márquez quería que ella se ocupara de su hija... ¿sería la oportunidad de Eleni para llegar a un trato? Gabriel, el mayor inversor en Drakon, se quedó atónito ante la descarada proposición de Eleni, pero un matrimonio de conveniencia sería ventajoso para los dos. Él conseguiría una madre para su hija y ella, el bebé que ansiaba.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Tara Pammi

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La princesa desdeñada, n.º 156 - 13.9.19

Título original: The Drakon Baby Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-342-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

UN beso…

Eleni Drakos estaba a la entrada del salón de baile de baldosas blancas y negras y miraba desde detrás de la máscara. Un beso de un hombre que la mirara con calidez y deseo en los ojos, un hombre que pudiera hacerle olvidar que ante ella solo se presentaba un abismo de soledad absoluta.

Quería un beso porque cumplía treinta años y estaba harta de su vida monótona, de fingir que no sentía una punzada de dolor cada vez que veía a su cuñada embarazada o que no anhelaba tener una familia propia. Había vivido toda su vida según las reglas que había impuesto su padre, el rey Theos, y que habían garantizado que sus hermanos, Andreas y Nikandros, hubiesen conseguido todo lo que hubiesen necesitado.

Lo que no había previsto era que acabaría quedándose sola, como había estado durante todos esos años.

Entró sin rumbo en el inmenso salón de baile ovalado. Las lámparas con lágrimas de cristal iluminaban a los hombres y mujeres elegantemente vestidos y no era la única que escondía la cara detrás de una máscara. El baile de máscaras era una tradición que la Casa de Drakos celebraba todos los años, aunque, debido al empeoramiento de la salud mental de su padre, no se había celebrado durante los últimos cuatro años.

Sin embargo, como los sectores más tradicionalistas estaban de uñas por la prolongada ausencia de Andreas después del fallecimiento de su padre y como temían que la colaboración entre Nikandros y Gabriel Márquez fuera un peligro para la economía de Drakon, ella había propuesto que ese año volviera a celebrarse como una manera de apaciguarlos.

Había organizado el baile en tres semanas.

La satisfacción le corrió por las venas al observar a las mujeres con sus vestidos largos y a los hombres de esmoquin que bailaban un vals lento.

La máscara blanca y negra que se había comprado la semana anterior en un viaje a París entonaba especialmente bien con el pintalabios rojo oscuro y unos mechones le caían por las mejillas desde el moño alto que se había hecho con su indomable pelo. El vestido de seda rojo y negro sin tirantes resaltaba su figura, como un reloj de arena, que no podía reducir ni con la dieta más estricta. Los tacones de diez centímetros disparaban su metro sesenta y favorecían a la estilizada pierna que podía verse entre la abertura del vestido que le llegaba hasta la cadera. Se había quedado pasmada cuando se miró al espejo de cuerpo entero con marco dorado. Siempre había sido normal y corriente en comparación con sus hermanos, los príncipes de Drakon, y la prensa solía recordárselo al llamarla la Princesa Anodina, pero, en ese momento, se había encontrado casi hasta hermosa.

Como habría dicho su padre, no estaba mal para la Casa de Drakos.

Siguió recorriendo el salón de baile y se maravilló por la grandiosidad del hotel. Había sido una mansión victoriana que estaba cayéndose a pedazos hasta que Márquez Holdings Inc. la había renovado en tres meses y la había convertido en un destino muy apetecido por los nuevos ricos que acudían a Drakon gracias al interés de Gabriel Márquez.

El implacable magnate inmobiliario estaba invitado en el palacio y llevaba tres meses en Drakon para supervisar sus inversiones. Casinos, complejos turísticos de lujo, estaciones de esquí, un circuito de categoría mundial… El mapa de Drakon estaba cambiando con la diestra orientación de su hermano Nik y el señor Márquez. La prensa lo llamaba un rey Midas de los tiempos modernos, pero ella no se habría creído la transformación del edificio si no lo hubiese visitado hacía casi un año.

Miró los exuberantes jardines mientras daba un sorbo de champán. El olor a rosas era muy intenso y se oyeron las doce campanadas de una iglesia antigua en la plaza principal de la ciudad. Fue un sorbo más largo de lo prudencial, notó la caricia de las burbujas en la garganta y suspiró. Fue un sonido que pareció brotarle de lo más profundo de su alma solitaria.

La noche volvía a presentársele vacía.

–¿Por qué suspira así…?

La voz grave y cavernosa hizo que sintiera un escalofrío por la espalda, que acompañó a la sensación burbujeante de la garganta. Se le aceleró el corazón y se dio la vuelta bien agarrada a la balaustrada de la terraza.

–No quería interrumpirlo…

–Quédese.

Se quedó clavada por esa orden. Ni su padre, un hombre mandón y difícil de complacer, había sido tan tajante.

–¿Perdón…?

–Quédese y hágame compañía –repitió el hombre sin inmutarse por el tono seco de ella.

El hombre, apoyado de espaldas en la pared, era inmenso, como el portero de un club nocturno. Todo él transmitía fuerza y, al revés, que el resto de los hombres del baile, no llevaba una máscara que le tapara la cara, solo se la tapaban las sombras.

Su pelo, negro como el azabache, le enmarcaba el rostro con unas ondas tupidas e indómitas. La elegante camisa blanca, con dos botones desabrochados, se ceñía a unos músculos fibrosos. Se estremeció solo de ver lo ancho que era y no pudo dejar de mirar su estatura. Tenía los pies cruzados uno por encima del otro y la tela de los pantalones estaba tensa por la poderosa musculatura de los muslos.

Tragó saliva por una sensación de presentimiento y él se separó de la pared. Le costó no quedarse boquiabierta.

Las facciones masculinas como cinceladas, la boca ancha con una crueldad sensual… Era Gabriel Márquez, el que había hecho que se le cayera la baba desde hacía meses, el hombre que le recordaba que era una mujer cada minuto que pasaba a su lado. Creía que el deseo y el anhelo le habían desaparecido con Spiros, pero todavía le ardían con brío por dentro.

Cada centímetro de su cuerpo transmitía esa falta de piedad que lo había hecho legendario en todas las salas de juntas de Europa. El corazón se le aceleró más mientras esperaba que la reconociera.

Sus ojos grises como la pizarra la miraron con detenimiento. Jamás le había dirigido la mirada siquiera durante los tres meses de reuniones interminables y de las innumerables peticiones que le había hecho, no había dado ni una sola muestra de que se hubiese fijado en que era una mujer.

Claro, en aquellos momentos era la princesa Eleni Drakos, quien tenía que facilitarle las cosas entre su empresa y el palacio. Sin embargo, en ese momento, era una desconocida enmascarada y algo brilló en sus ojos que hizo que cayera en la cuenta de lo fina que era la seda de su vestido y de que parecía como una segunda piel…

–Tanta lamentación y… –él hizo una pausa mientras la abrasaba con la mirada– y tanto anhelo de los labios de una mujer… Es como un reto para cualquier hombre.

–No era… anhelo –replicó ella al instante.

–Vamos, querida, ¿acaso los bailes de máscaras no buscan que desvelemos nuestros deseos más profundos mientras ocultamos nuestra apariencia exterior? –él le pasó un dedo por el borde inferior de la máscara–. Estás a salvo detrás de esa máscara.

Eleni le agarró la muñeca cuando el dedo llegó a rozar el labio superior. Si le tocaba la boca…

–¿Por qué no lleva una? –preguntó ella aunque le habría gustado no parecer tan ansiosa.

–Porque no tengo que ocultarme para expresar lo que quiero y tampoco tengo que ocultar quién soy para reafirmarme.

Todas sus palabras rezumaban arrogancia, pero ¿por qué no? No había ni una sola mujer en el palacio que no se hubiese quedado sin respiración al verlo.

–Parece muy seguro de su atractivo…

Él se encogió de hombros.

–Soy Gabriel Márquez, señora…

Ella se estrujó el cerebro para encontrar un nombre que no tuviera relación con la Casa de Drakos. Había tomado todas las medidas posibles para que esa noche no se supiera quién era. Incluso, había organizado el baile da tal manera que los empleados y su hermano Nikandros creyeran que seguía en París. Solo Mia sabía que estaba allí y no quería que ese hombre acabara averiguando quién era, sobre todo, cuando estaba mirándola con tal interés que se sentía mareada, como embriagada.

–¿No pensó en un nombre falso antes de venir al baile?

Ella captó el tono provocativo y lo miró. Sus ojos tenían un brillo burlón y Eleni notó que algo se le soltaba por dentro. Su descarada boca le sacó a la luz una vena que ni siquiera sabía que tenía.

–No necesitaba un nombre para conseguir lo que tenía pensado.

–Vaya, ahora hace que tenga más curiosidad. Aun así, me gustaría que tuviera un nombre para llamarla mientras averiguo qué tenía pensado para esta noche… y qué puedo hacer para que lo logre…

Eleni se quedó temblando por la oleada de excitación que la había arrasado por dentro. Sus ojos desvergonzados se clavaron un segundo más en sus labios. De repente, el corazón le dio un vuelco y se dio cuenta de que lo atraía, atraía al hombre que jamás se había molestado en mirarla.

–Cinderella –susurró Eleni después de pensarlo de unos segundos.

Había en sus ojos cierta calidez y fue una expresión tan poco habitual en su serio rostro que ella lo miró con avidez. Él era impresionante, pero su sonrisa hacía que se quedara sin respiración.

–¿Y esperas ocultarte de las malvadas hermanastras y de la madrastra, como Cenicienta?

Ella sonrió y se sintió como una adolescente que estaba coqueteando con el chico al que llevaba meses mirando de reojo. Se sintió desenfrenada, hermosa y deseada, como una de esas mujeres que se reían y coqueteaban con hombres, que sabían manejarse y que sabían lo que valían, mujeres que pasarían esa noche en brazos de sus amantes.

Mujeres que no se habían pasado la vida esperando a un hombre que les había prometido el mundo, mujeres que habían tenido las agallas de perseguir lo que querían en vez de quedarse llorando a un hombre que había desaparecido de su vida hacía años.

No se le había ocurrido que Gabriel Márquez fuese a conquistarla, pero ¿no era eso lo que deseaba en sus sueños más desatados? Entonces, ¿por qué no iba a aceptar lo que había ido a buscar? ¿Por qué no iba a vivir el momento? ¿Por qué no iba a creerse la fantasía de que era hermosa, deseable y segura de sí misma y de que ese fuego que veía en los ojos de él lo provocaba ella?

–Acertaste a la primera –contestó ella lanzándose de cabeza.

Él frunció ligeramente las cejas y apoyó las manos en la balaustrada con ella en medio.

–Me suenas de algo, Cinderella.

Eleni se quedó rígida e hizo un esfuerzo para no inmutarse. ¿Sería por cómo había dicho su nombre o era porque su disfraz no la ocultaba lo suficiente?

La frivolidad se esfumó de los ojos de él, que se quedaron fríos y duros como una piedra.

–¿Has venido al baile buscándome a mí, Cinderella?

–Piensas mucho en ti mismo, ¿no?

–Las mujeres me piden favores todo el rato –contestó él en un tono provocador otra vez–. Uno acaba un poco cansado.

–Tiene que ser agradable creer que el mundo gira alrededor de uno.

Él inclinó la cabeza hacia atrás y se rio, y ella sintió como una caricia de placer por toda la piel. Las anchas espaldas se agitaron con la risa, que era un sonido profundo y viril. Unos ligeros surcos se formaron en su cara, que, aunque era muy dura, pareció algo más hermosa.

–Cuanto más te escucho, más me gustas. Dime la verdad, ¿no nos hemos visto antes?

–Es posible que de pasada –contestó ella sin decir ni la verdad ni una mentira–, pero, aunque me hubieras visto, no te habrías fijado en mí.

–No creo que te hubiera olvidado.

Él acercó más los brazos y ella pudo captar su olor a sándalo y a algo tan inequívocamente viril que hizo que quisiera olvidarse de toda prudencia y acariciarle esa piel.

–Entonces, Ella, si no te escondes de una familia atroz, ¿de qué te escondes?

Eleni dio un respingo al oír el diminutivo que había empleado y esperó que él no se hubiese dado cuenta en la penumbra. Su hermano Nik siempre la había llamado Ellie, y Mia hacía lo mismo. Era emocionante, y muy peligroso, oírle decir a Gabriel un diminutivo parecido.

–¿De un amante pesado y deslumbrado? –siguió él con un brillo acerado en los ojos–. ¿De un marido descontento?

–No, no hay marido… –ella casi se atragantó al decirlo–…ni amante… Me escondo de mí misma. Por una noche, quería ser alguien distinta, otra cosa. Quería ser una mujer hermosa y atrevida que vivía el momento. Quería ser cualquiera menos yo misma –Eleni se sonrojó al oír el tono melancólico de su propia voz–. Estoy segura de que no podrías entenderlo ni aunque lo intentaras.

Él sonrió y los surcos de su cara hicieron que fuera más viril todavía. Los dientes blancos y rectos resplandecieron a la luz de la luna y el labio inferior se adelantó con toda su carnosidad.

Se había criado rodeada de hombres arrogantes e inflexibles como su padre, el rey Theos, y su medio hermano Andreas y eso debería haberle hecho impermeable al poder que irradiaba Gabriel, eso debería haberle hecho recelar de ese carácter implacable que había gobernado toda su vida cuando vivía su padre, pero no lo había hecho. Por algún motivo desconocido, Gabriel, con su arrogancia y su seguridad en sí mismo, la había atraído siempre.

–¿Por qué dices eso? –le preguntó él con delicadeza, como si de verdad quisiera saber lo que opinaba de él.

–Eres Gabriel Márquez. Tu poder, tus tentáculos… Dicen que te adueñas de todos los sitios donde entras, ¿no?

Él se encogió de hombros como si fuera una perogrullada.

–Me he esforzado toda mi vida para ser lo que soy y para tener lo que tengo… y no, nunca he querido ser nadie más.

La miró con detenimiento y ella notó que le abrasaban las mejillas. Unos dedos largos se posaron sobre sus caderas y notó que todos los nervios se le ponían en tensión, como si fuese posible hacerse más baja y menos redonda solo por desear que se le encogiera el cuerpo.

Si él notó la reacción instintiva de su cuerpo a ese contacto, no lo demostró. Sus dedos subieron y bajaron por la curva de sus caderas como si fueran mariposas que revoloteaban.

Sin embargo, lo que se le subió a la cabeza fue la atención fascinada de él. Ningún hombre la había mirado sin tener en cuenta quién o qué era.

¿Era una ventaja o un inconveniente ser quien era?

O no la querían porque era ilegítima y no tenía un poder real en Drakon o tener una relación con ella era un problema porque estaba muy unida a sus poderosos hermanos, los príncipes de Drakon. Ni era parte del personal del palacio ni aparecía en la pared de la sala Este, donde se grababan, desde hacía siglos, los nombres de los integrantes de la Casa de Drakos.

–Entonces, te parecerá ridículo que me haya disfrazado y que así haya intentado aprovechar la ocasión.

–Te equivocas, querida. Hasta yo tengo que escapar algunas veces. Hasta yo tengo que intentar entender que no puedo controlarlo todo, que no puedo controlar el destino y las jugadas que nos hace.

Hubo algo en su tono que la emocionó, como si ese hombre tan poderoso necesitara algo que ella podía darle.

–He venido… porque esta noche no puedo escapar de lo que me espera mañana –siguió él–, porque mañana me enfrento a algo que temo.

–¿Gabriel Márquez teme algo?

–Shhh… –él volvió a sonreír y esos surcos volvieron a aparecer–. Vas a desvelar mis secretos y a tirar por tierra mi reputación. Dime, ¿qué era lo que tú querías esta noche?

–Un beso –la respuesta jamás le había salido con tanta facilidad–. Quiero un beso –Eleni tuvo que tragar saliva al ver el destello de deseo en sus ojos grises–. Un beso de un hombre que me desee, no un beso por lástima, Gabriel.

Él, con las manos en sus caderas, la giró con destreza masculina… y ella, impresionada por ese repentino contacto, se dejó girar.

Aunque llevaba tacones de diez centímetros, le llegaba por poco a los hombros y era tan ancho que resultaba abrumadoramente viril. Se sentía frágil como una muñeca en comparación con él. No se sentía una mujer pragmática y resolutiva, se sentía como una criatura nocturna, liviana y fantástica.

Se notaba que estaba excitada incluso a la luz de la luna. Sus ojos dejaban escapar unos destellos dorados y su boca, pintada de rojo brillante, era ancha y vulnerable. Era una mezcla increíble de inocencia y deseo.

–¿Sigues creyendo que te besaría por lástima?

–No –contestó ella en voz alta.

El roce de su contacto la llenaba de poder femenino y le rodeó el cuello con los brazos. Cuando sus labios se encontraron, ella se estremeció. Para ser un hombre famoso por su arrogancia, Gabriel besaba con una delicadeza que ella no podía creerse. Sabía a whisky y pasión y se estrechó contra él sin reparos. Él profundizó el beso y sus lenguas se entrelazaron con un erotismo que hizo que ella gimiera.

La besó con avidez y pasión, como si quisiera entrar en ella, como si ella le ofreciera esa escapatoria que él anhelaba con ansia. Su beso despertaba en ella todo tipo de sensaciones y hacía que le ardieran todas las terminaciones nerviosas. Se fundió con él, que subió las manos desde las caderas a los hombros y terminó tomándole las mejillas. Le recorrió la cara con los pulgares y con el deseo reflejado en sus increíbles facciones. Volvió a inclinar la cabeza y volvió a tomarla con un beso demoledor.

No podía prestar atención a lo que estaba diciendo él, ¿cómo iba a hacerlo cuando estaba mordiéndole el labio inferior como si quisiera devorarla y cuando la besaba como si la necesitara más que respirar?

Su voz, grave y ronca, hizo que sintiera escalofríos por toda la espalda.

Notó la brisa en los ojos y se dio cuenta de que se le había soltado la máscara. El abrazo cálido y masculino se convirtió en escarcha y tuvo que parpadear para ver.

La máscara colgaba de los dedos de él, quien tenía el ceño fruncido y miraba alternativamente a la máscara y a ella como si no pudiese creerse lo que estaba viendo.

A ella le abrasaban los labios por el beso, pero ese no era el mismo hombre. La miraba como si lo hubiese traicionado por algún motivo.

–¿Qué significa todo esto, señorita Drakos? –él dejó caer la máscara–. ¿Puede saberse qué broma es esta?

Ella retrocedió un paso. Su tono inflexible había acabado con cualquier ilusión que se hubiese hecho.

–No es una broma, no es nada –contestó ella antes de darse la vuelta.

No había dado dos pasos cuando una mano como una tenaza la agarró del brazo y volvió a darle la vuelta.

–¿Qué hace aquí esta noche? ¿Qué quiere de mí?

–Tú viniste a mí –¡qué cara más dura tenía ese hombre–. Tú… tú me ordenaste que me quedara y te hiciera compañía. Tú… Yo solo dije la verdad.

–Entonces, ¿tengo que creerme que la princesa anodina de Drakon –ella se encogió al captar el sarcasmo con el que dijo su apelativo– se pasea por los bailes de máscaras y aborda a los hombres para que la besen? ¿Es eso lo que hace por la noche?

–Yo no te abordé y, efectivamente, quería un beso, quería sentirme menos sola por una noche, quería… –ella no terminó la frase, pero tampoco se calló–. ¿Cuál de las posibilidades es una afrenta mayor para tu vanidad masculina? ¿Que una mujer pueda querer besar a un hombre o que tú y tu arrogancia creáis que te he organizado una encerrona para que me beses?

–Me mentiste… princesa. Te lo pregunté sin rodeos y me dijiste que no me conocías. Incluso es posible que sea cierto abuso de poder que supieras quién era yo y que yo no supiera quién eras tú. A lo mejor es como un juego que practicas todas las noches con hombres poderosos.

–¡Estás pasándote de la raya!

–Estoy harto de engaños y mentiras. Si quieres un beso, ¡tómalo!

Si hubiese tenido el más mínimo juicio, lo habría abofeteado con todas sus fuerzas, pero se derritió en cuanto sus labios tocaron los de ella. No podía dominar su cuerpo. Cuando le pasó la lengua por los labios, ella los separó sin poder remediarlo. Cuando introdujo la lengua en su boca, ella se agarró él con ganas.

Él le puso las manos en el trasero y la estrechó contra sí hasta que pudo notar la erección, hasta que los planos graníticos de su cuerpo se adaptaron a las curvas delicadas de ella, hasta que gimió y separó las piernas para notarlo mejor.

El beso terminó antes de que hubiese empezado, pero, aun así, le había sacudido todos los sentidos. Además, el hombre que se lo había dado la miraba como si ella hubiese aceptado vender su alma por cuatro monedas.

–Si tan necesitada estás de un hombre, puedes pedirle a uno de tus poderosos hermanos que te concierte una cita, princesa –siguió él en tono burlón–. Es posible que el próximo hombre con el que juegues no sea tan indulgente con tu… falsedad.

Eleni lo miró fijamente. Estaba temblando de los pies a la cabeza y todavía le abrasaba el deseo insatisfecho que él había despertado en ella. Un deseo que, como se daba cuenta en ese momento, él le había provocado solo para burlarse de ella.

–¡Señor Márquez, no volvería a besarlo aunque fuese el único hombre sobre la faz de la tierra!

Ella le gritó, pero él ya se había marchado. Aunque intentó dominar la tentación, no pudo evitar pasarse los dedos por los labios, no pudo dejar de notar su sabor en los labios.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Tres meses después

 

–Me espanta este sitio, no soporto haber tenido que dejar a mis amigos para venir aquí y te odio.

La hiriente declaración retumbó en la sala de reuniones como una detonación y doce cabezas se giraron hacia la niña de doce años que estaba de pie en la habitación. Angelina, con los ojos rebosantes de lágrimas, miraba con rabia a su padre, Gabriel Márquez.

A él, empezó a palpitarle el ojo izquierdo.

Había convertido la pequeña constructora de su padre en una empresa inmobiliaria multimillonaria, tenía participaciones mayoritarias en multinacionales y residencias palaciegas en nueve ciudades del mundo, pero, al parecer, no tenía una solución para ese problema.

Angelina había ido a vivir con él hacía tres meses, cuando su madre, una modelo que él había conocido en Nueva York, había fallecido. Su propia hija era una desconocida porque Monique no había tenido el detalle de decirle que tenía una hija, hasta el accidente que acabó con su vida.

En ese momento, Angelina lo miraba como si fuese un monstruo, como si él se hubiese llevado a la única persona que había querido ella. No había podido tener una conversación normal con ella durante todas las semanas que había pasado en Drakon con él.

–Angelina, tranquilízate y espera a que haya terminado la reunión.

Le dolían las mandíbulas por el esfuerzo que había tenido que hacer para no dar rienda suelta a su desesperación, como había hecho ella. Él no tenía la culpa de que fuesen unos desconocidos.

Los consejeros los miraron como si estuvieran viendo un partido de tenis, y dispuestos a alimentar los rumores de que Gabriel Márquez era un padre desastroso.

Todo lo que decía y hacía era noticia para la prensa, pero que durante doce años hubiera conseguido ocultar la existencia de una hija nacida fuera del matrimonio hacía que estuvieran ávidos de información. Que su hija lo odiara con toda su alma y que, además, no lo conociera en absoluto sería la guinda de un pastel muy desagradable.

–Si tuviera que esperar a que acabes una de tus reuniones interminables, tendría que esperar toda la vida. Solo quiero que…

Gabriel se levantó de un salto y con la desesperación bulléndole la sangre.

–Te portas como una mocosa malcriada que no tiene consideración por el tiempo de los demás. ¿Tu madre no te ha enseñado modales?

Ella retrocedió acobardada y eso se le clavó como un dardo envenenado. Nada de lo que decía servía de nada con Angelina. Las lágrimas que había conseguido contener en esos ojazos le cayeron por las mejillas dejando un reguero que le llegó hasta el cuello.

–Ojalá te hubieses muerto tú en vez de mamá. Ojalá no fueses mi padre. Ojalá…

–¡Angelina! ¡Ya está bien! –exclamó una voz femenina.

Gabriel se quedó pasmado cuando su hija, que no le había dirigido ni una palabra respetuosa durante los tres meses que llevaba allí, pareció arrepentirse al instante. Se puso recta, algo cambió en su rostro juvenil y llegó a parecer más adulta.

Entonces, para su infinito asombro, Eleni Drakos también se levantó y se dirigió hacia su hija con una expresión firme y amable a la vez. Él frunció el ceño cuando se oyeron sus tacones sobre el suelo de mármol. Durante tres meses, no había conseguido desentrañar a esa mujer que la prensa llamaba, despectivamente, la Princesa Anodina, una opinión con la que él ya no coincidía.

Eleni Drakos, al revés que los príncipes de Drakon, sus hermanos altos y morenos, era, a simple vista, tímida y poquita cosa. Hacía diez años, no había sido capaz de mirarlo a los ojos y se había amparado tras la ferocidad del rey Theos.

No obstante, desde hacía unos meses, desde que él llegó a Drakon, había visto la eficiencia y energía con las que daba órdenes al personal del palacio e, incluso, a los empleados de él.

Se la encontraba cada vez que se daba la vuelta y en ese momento, cuando llegaba a donde estaba Angelina, se dio cuenta de lo mucho que sus empleados y él habían dependido de ella para allanar el camino entre su empresa y el palacio durante esas primeras semanas, y de lo mucho que Andreas, el príncipe heredero, y Nikandros, el príncipe temerario, confiaban en ella.

Frunció más el ceño cuando Eleni rodeó a Angelina con su mano, susurró algo y la expresión de su hija se aclaró al instante. Captó cierta vacilación en sus ojos, pero Angelina se los secó y, ante su pasmo, esbozó una sonrisa temblorosa.

Sintió una opresión en lo más recóndito de su corazón. Habían sido tres meses con niñeras cada cual más cara y eficiente que la anterior, tres meses de regalos para compensar los doce cumpleaños, tres meses conteniendo las ganas de decirle que él no había tenido la culpa y jamás, ni una sola vez, Angelina lo había mirado con algo que se pareciera remotamente al cariño que se reflejaba en sus ojos mientras miraba a Eleni en ese momento.

¿Qué había hecho la princesa para hechizarla? ¿Con qué intención? ¿Cuándo se habían conocido Angelina y ella?

No dio crédito a lo que estaba viendo cuando Eleni la empujó suavemente hacia él. La cautela que vio en los ojos de su hija fue lo que más le había dolido en la vida, pero no habría conseguido la más mínima conexión entre ellos aunque su vida hubiese dependido de eso.

Era como si el destino estuviese riéndose de él.

Él se había convertido, conscientemente, en un hombre que eludía por todos los medios cualquier vínculo sentimental y en ese momento no podía conectar con su propia hija por mucho que lo intentara.

–Lo siento –susurró Angelina con los ojos brillantes y muy abiertos.

No le llamó «papá», pero él sabía que tampoco podía esperar un milagro.

Entonces, ella se volvió hacia la princesa como si esperara otra indicación, como si eso, mirarlo sin odio, fuese todo lo que podía hacer por ella.

Él se quedó sin respiración porque nunca se había sentido tan raro.

La princesa, agarrándola con firmeza de los hombros, dio una indicación a su hija. Hubo algo en su sonrisa que volvió a atenazarlo por dentro mientras Angelina y ella se acercaban a él. Debería parecerle bien que su hija, quien lo trataba como si fuese un apestado, hubiese encontrado a alguien con quien había conectado. Sin embargo, solo sentía un abismo insondable en la boca del estómago.

–Ahora, Angelina.

La voz de la princesa le produjo un estremecimiento. Volvió a notar su sabor en los labios y sus manos en la redondez de sus caderas. Era una sensación que no había conseguido borrarse de la cabeza durante tres meses aunque cada vez se había fijado más en su voz grave y ronca, en que las camisas de vestir resultaban voluptuosas sobre su cuerpo, en que torcía un poco la boca cuando estaba siendo sarcástica, en todo lo que hacía y en que había evitado mirarlo a los ojos desde aquella noche en el baile de máscaras.