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JESSICA HART

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Beschreibung

Las vacaciones de verano desembocaron en una boda en invierno... Thea acudió a Creta con una sola idea en la cabeza: descansar... y no hacerse pasar por la prometida de Rhys Kingsford. Además, estar con él era cualquier cosa menos relajante, más bien era emocionante, estimulante... todo lo que ella siempre había deseado. De vuelta a casa, la Navidad se acercaba y Thea tenía que enfrentarse a la realidad. Quizá aquello sólo hubiera sido una aventura de verano. Al fin y al cabo, Rhys tenía que criar solo a su hija y Thea no estaba segura de que hubiera espacio para ella en su vida. Pero Rhys no opinaba lo mismo... más bien estaba preparando un regalo de Navidad muy especial.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Jessica Hart

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La proposición más deseada, n.º 1998 - julio 2017

Título original: Christmas Eve Marriage

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-077-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

NADA.

Thea cerró la puerta del frigorífico y comenzó a examinar los armarios de la cocina, pero enseguida vio que éstos estaban igualmente vacíos de algo que se pareciera remotamente a un desayuno.

¡Qué estupenda manera de iniciar las vacaciones! Un viaje de pesadilla, un antipático vecino, menos de cuatro horas de sueño y nada para comer.

–Me dijo que me pasara quince días en Creta –musitó, recordando las palabras de su hermana–. Necesitas un descanso. Será muy hermoso. Nada que hacer nada más que leer, relajarte y… morirte de hambre.

–¿Qué estás haciendo?

La voz de Clara hizo que Thea se incorporara y que se apartara el enredado cabello del rostro. Su sobrina estaba al pie de las escaleras, con aspecto somnoliento y muy dulce, vestida con una camiseta de color rosa. No había duda de que se podía tener aquel aspecto a los nueve años, después de dormir cuatro horas, cuando se tenía la piel de melocotón y un bonito y firme cuerpo y no a los treinta y cuatro, cuando, para empezar, la piel de melocotón y el cuerpo firme jamás habían figurado entre los atributos de una mujer.

–Estoy tratando de encontrar algo que desayunar –dijo Thea, bostezando.

–Oh, estupendo. Tengo hambre.

–Yo también –afirmó Thea.

Nada nuevo. Resultaba fácil decir que Clara y ella estaban emparentadas. Cualquiera hubiera dicho que estarían demasiado cansadas como para tener hambre. Aquella mañana se habían acostado casi a las cinco y media y, en aquellos momentos, eran poco más de las nueve. Cualquier estómago normal estaría aún acongojado por un viaje de pesadilla a un país extranjero y el puro agotamiento, pero los estómagos Martindale estaban hechos a prueba de bombas.

Thea ni siquiera había perdido peso por Harry. No era justo. Todas sus amigas perdían el apetito en el momento en el que pasaban por una crisis emocional, pero la tristeza jamás funcionó como dieta para ella. La superaba comiendo.

Desgraciadamente, no tenían mucho que comer en aquellos momentos.

–No encuentro nada para comer –le dijo a Clara–. Creo que tendremos que ir a hacer la compra antes de poder desayunar.

–Pero si no hay tiendas por aquí –replicó Clara, con el rostro compungido–. Tendremos que ir en el coche a esa ciudad por la que pasamos anoche y tardaremos mucho tiempo. Está a kilómetros de aquí…

–Lo sé. No estoy segura de poder enfrentarme a las curvas de esa carretera otra vez, y mucho menos sin haber comido.

–¿Qué vamos a hacer?

–Bueno, en primer lugar creo que deberíamos llamar a tu madre y preguntarle por qué reservó una casa en este lugar apartado de Dios, en vez de haber alquilado un bonito apartamento en la playa cerca de las tiendas y los restaurantes.

–Ella nos dijo que estaba muy aislada –admitió Clara.

–Así es.

Thea observó la vista a través de la ventana de la cocina sin ningún entusiasmo. Colinas rocosas, campos de olivos y los picos de las espectaculares Montañas Blancas en la distancia… Todo aquello estaba muy bien pero, en aquellos momentos, ella hubiera sacrificado un paisaje tan pintoresco por un feo supermercado y un restaurante de plástico, preferiblemente uno que despachara café por litros y desayunos cargados de calorías.

–Vamos a tener que preguntarles a las personas que viven en las otras casas si nos pueden prestar algo de pan o lo que sea hasta que podamos ir a comprar –decidió Thea, tras pensar durante unos segundos.

–No tenemos que preguntar a ese hombre tan gruñón que conocimos anoche, ¿verdad?

–Creo que hay tres casas. Probaremos primero en las otras –dijo Thea, tratando de mostrar una actitud positiva–. Tal vez serán más simpáticos.

«Al menos, no podían ser menos simpáticos», pensó tristemente. Menudas vacaciones. No había pensado en tener que empezar pidiendo un poco de pan y agua. ¿Por qué estas cosas siempre le ocurrían a ella?

Se vistieron, Thea con unos pantalones cortos y una camiseta y Clara simplemente con una camiseta por encima del traje de baño, y se marcharon en busca de algo para desayunar.

A pesar del hambre, se detuvieron un instante contemplando lo que las rodeaba. Era la primera vez que veían las casas, tres edificios de piedra alrededor de una piscina comunitaria que relucía bajo el maravilloso sol griego.

–Genial –susurró Clara–. ¿Puedo nadar después de desayunar?

Todo estaba muy tranquilo. El aire era cálido y olía a hierbas aromáticas. Thea olisqueó apreciativamente.

–Maravilloso… tomillo y orégano. Compraremos un poco de cordero para cenar esta noche.

–Vamos a desayunar primero –dijo Clara, que era mucho más práctica.

Su casa estaba entre las otras dos. La de la derecha era la casa a la que habían ido por equivocación la noche anterior.

–Probemos en ésta primero –dijo Thea, señalando hacia la de la izquierda. Todo estaba muy tranquilo mientras empezaron a subir los escalones que llevaban hacia la terraza de la casa–. ¿Hola? –preguntó, sin obtener respuesta alguna.

–Creo que no hay nadie –susurró Clara.

–Eso parece.

De mala gana, miraron hacia la otra casa. Desde allí, se veía claramente a un hombre sentado frente a una mesa bajo una pérgola en la que se enredaba una parra. A su lado, se sentaba una niña, que se estaba poniendo los zapatos de mala gana.

–Ahí está –musitó Thea.

–Aún parece enojado –comentó clara.

Estaban demasiado lejos para poder ver la expresión de su rostro, pero Thea veía perfectamente lo que su sobrina quería decir. El lenguaje corporal de las dos personas que había sobre aquella terraza no resultaba muy agradable. Thea se mordió el labio. Ya había experimentado el filo de la lengua de aquel hombre y no le apetecía volver a sufrirlo. Efectivamente, la equivocación había sido de ellas, pero no había habido necesidad alguna para que él se enfadara tanto, ¿no?

Si Thea hubiera tenido un poco de orgullo, habría ido por las llaves de su coche y se habría enfrentado a las curvas de la carretera antes de pedirle a aquel hombre ni siquiera un vaso de agua. Se estaba produciendo una batalla entre el orgullo y el estómago. Fue el estómago el que ganó. No se había producido ninguna sorpresa.

–Probablemente tiene una esposa muy agradable que está en el interior de la casa –le dijo a Clara–. Tal vez ella se sienta culpable por el modo en el que nos gritó anoche. No estábamos haciendo tanto ruido, después de todo.

–Eran las cinco de la mañana –le recordó Clara, con voz sombría–. Y te chocaste contra su coche.

–Sólo se lo abollé un poco.

–Tal vez deberíamos ir a esa ciudad –sugirió Clara. Sin embargo, Thea había tomado una decisión.

–Mira. ¡Tiene café! –exclamó. Haría cualquier cosa por una taza de café en aquellos instantes–. Vamos a ver. No va a ser grosero delante de su hijita, ¿verdad?

Clara no parecía muy convencida, pero había visto que su tía estaba completamente decidida.

–Muy bien, pero hablas tú –le advirtió.

Animada ante la perspectiva de una taza de café, Thea rodeó la piscina con su sobrina. Pasaron por delante de su casa y, sólo cuando llegaron al pie de las escaleras de la otra casa, le empezó a fallar el ánimo. De cerca, el rostro del hombre parecía muy serio. Evidentemente, estaba sumido en sus pensamientos y no parecía que estos fueran particularmente felices. No las había visto aún. Thea dudó.

–Tal vez esto no sea tan buena idea –musitó.

–Vamos –susurró Clara–. Estamos aquí y yo me muero de hambre.

Thea abrió la boca para protestar, pero, justo entonces, la niña las vio y se levantó para mirarlas. Le tiró a su padre de la manga, lo que hizo que él girara la cabeza y las viera a los pies de las escaleras. Las intimidantes cejas se levantaron con un gesto de sorpresa. Thea tragó saliva. Era demasiado tarde para echarse atrás. Cuadró los hombros y empezó a subir las escaleras con gran seguridad. Clara la siguió de mala gana.

–¡Buenos días! –exclamó, con una brillante sonrisa, la que le habría dedicado a alguien que jamás hubiera visto antes. A alguien que no la hubiera gritado.

–Buenos días –respondió él, algo asombrado por la sonrisa de Thea, mientras se ponía de pie.

Al menos, su voz había sonado fría, pero cortés. Al menos no se había puesto de pie echo una fiera como lo había hecho hacía sólo unas pocas horas. No era una bienvenida muy cálida, pero Thea tenía que admitir que, después de todo, no se la merecía.

–Hola –le dijo a la niña, con una sonrisa nerviosa en el rostro. La pequeña mantuvo el rostro impertérrito. Parecía que la seriedad era cosa de familia. Se volvió a mirar al hombre–. Nosotras… Bueno, nos pareció que deberíamos venir a disculparnos por lo de anoche… bueno, por lo de esta mañana –añadió. Distraída por el aroma del café, miró muy a su pesar a la cafetera, pero inmediatamente se obligó a centrarse en el hombre–. Siento mucho haberle despertado y… haberme chocado con su coche.

Para su sorpresa, la severidad que se le había dibujado en el rostro se aligeró un poco.

–Creo que yo soy el que debería disculparse. Me temo que fui muy grosero con usted. Había tenido un día algo difícil –dijo, mirando involuntariamente a su hija–, y una tarde aún peor, por lo que estaba de un humor de perros antes de que ustedes llegaran. No fue justo pagarlo todo con usted.

Lo último que Thea hubiera esperado de aquel hombre era una disculpa. Se quedó completamente atónita.

–No le culpo por haberse enojado –replicó–. Era muy tarde y sé que llegamos haciendo mucho ruido. Es que habíamos tenido un viaje de pesadilla. El avión sufrió un retraso, luego hubo problemas con el equipaje en el aeropuerto, lo que significó que tuvimos que esperar durante horas para que nos dieran las maletas. Cuando encontramos el lugar en el que alquilan los coches, yo estaba tan cansada que era como un zombi… y eso fue antes de que tuviéramos que conducir por una carretera muy oscura para llegar hasta aquí.

–En circunstancias normales, no es un trayecto fácil para conducir –dijo, lo que en opinión de Thea fue muy amable. No le parecía la clase de hombre al que aquella carretera le hubiera resultado difícil. Tenía un aire competente, que podría resultar intimidante y tranquilizador a la vez, dependiendo de lo mucho que una necesitara una persona competente al lado.

–No sabía que esto estaba tan lejos o que las carreteras fueran tan malas. Para empezar, no soy demasiado buena conductora, dado que estoy más acostumbrada a tomar taxis. Llegué a pensar que jamás llegaríamos aquí. La carretera parecía interminable en aquella oscuridad y teníamos miedo de caernos por un precipicio. ¿No le parece que alguien debería haber pensado en poner unos quitamiedos? Supongo que sentí tanto alivio por haber llegado que dejé de concentrarme. Tomamos ese giro de ahí –explicó, señalándolo–, y, casi sin darme cuenta, me encontré con su coche. No lo vi hasta que fue demasiado tarde. En realidad, no iba muy deprisa –añadió, con un gran sentimiento de culpa. Afortunadamente, él parecía más divertido que otra cosa. ¡Vaya cambio de la noche anterior!–. En realidad, fue un golpecito de nada, pero supongo que fue el colmo. Las dos estábamos tan cansadas que nos empezamos a reír, en realidad por no llorar.

–Entonces, a eso se debían las risas –comentó él, secamente–. Me pregunté qué sería tan gracioso.

–Creo que fue histeria más que otra cosa, pero, una vez que empezamos a reír, ya no pudimos parar. Ya sabe lo que ocurre cuando…

Thea se interrumpió al ver que él se limitaba a mirarla. Por supuesto que no lo sabía. Claro que no.

–Bueno… no nos dimos cuenta de todo el ruido que estábamos haciendo, evidentemente –se apresuró a añadir–. Entonces, cuando nos encontramos en la casa equivocada, nos pareció todavía más gracioso.

O lo había sido hasta que él bajó hecho una fiera por las escaleras y exigió que se le explicara que diablos creían que estaban haciendo. Se había puesto furioso, y con razón. Thea sabía que si a ella la hubieran despertado a esas horas de la mañana tras chocarse con su coche y que, además, hubieran empezado a reírse mientras irrumpían en su casa, tampoco se habría sentido muy alegre.

–Lo siento muchísimo –dijo, preguntándose por qué, de repente, le parecía tan importante convencerlo de que no era tan estúpida como había podido parecer la noche anterior.

–No se preocupe –replicó él–. Usted no tiene la culpa de que yo careciera por completo de sentido del humor anoche. Creo que deberíamos fingir que jamás nos hemos visto y volver a empezar, ¿no le parece?

–Es muy amable de su parte –afirmó Thea, con una sonrisa en los labios–. Me llamo Thea Martindale y ésta es mi sobrina, Clara.

–Rhys Kingsford.

Mientras se estrechaban las manos, Thea no pudo evitar pensar lo bonitas que él las tenía. Manos firmes, cálidas, capaces… No había torpeza, ni nudillos abultados ni apretones sin fuerza alguna. Sí, en lo de apretar las manos, muy buena nota.

En cuanto al resto de él, no parecía perder mucho cuando se le examinaba de cerca. Tal vez tenía un aspecto algo severo, con esas cejas oscuras y rasgos muy duros, pero era mucho más atractivo de lo que le había parecido a Thea la noche anterior. No era guapo como Harry, nadie podía ser tan guapo como él, pero… Sí, definitivamente era muy atractivo.

Rhys señaló a la niña que seguía sentada a la mesa y que parecía negarse a mostrar el más mínimo interés en lo que estaba pasando.

–Es mi hija, Sophie.

–Hola, Sophie –dijo Thea. Clara le dedicó una simpática sonrisa.

–Di hola, Sophie –le recriminó su padre, que había hecho un gesto de contrariedad cuando vio que la niña se había limitado a encogerse de hombros.

–Hola –musitó Sophie, de mala gana.

Rhys esbozó una sonrisa. Evidentemente, estaba tratando de controlar la frustración que le había producido la actitud de su hija.

–Bueno, ¿te apetece un poco de café? Hay mucho en la cafetera y aún está caliente.

–Te lo agradecemos mucho –replicó Thea, antes de que él se arrepintiera de haberlas invitado–. En realidad, habíamos venido también para ver si nos podía dar un poco de pan o algo para desayunar –añadió, en respuesta a un codazo de Clara–. No tenemos nada en la casa y las tiendas están muy lejos.

–Por supuesto –dijo Rhys–. Sophie, ¿por qué no vas a ver qué puedes encontrar para desayunar? Trae también una taza para Thea.

Sophie frunció el ceño.

–No sé dónde están las tazas –replicó.

–Mira en el armario –dijo él, tratando de contenerse–. Hay pan y mermelada en la mesa. Tráelo también, junto con lo que a Clara le apetezca tomar para beber.

–Yo te ayudaré –se ofreció Clara rápidamente, al ver que Sophie abría la boca para protestar.

Sophie dudó durante un instante, pero tras una mirada implacable de su padre, se dignó a levantarse de la silla y a meterse en el interior de la casa, seguida por una inmutable Clara.

–Lo siento mucho –comentó Rhys, tras una incómoda pausa. Entonces, le indicó a Thea que tomara asiento–. En estos momentos está pasando por un periodo muy difícil.

–¿Cuántos años tiene?

–Casi ocho.

–Clara tiene nueve. Deberían hacerse buenas amigas.

–No creo que Sophie esté dispuesta a llevarse bien con nadie en estos momentos –confesó él, con un suspiro.

–Clara se lleva bien con todo el mundo. Estoy segura de que se harán amigas enseguida.

–Clara parece una niña muy agradable.

–Lo es. A veces resulta descorazonador darse cuenta de que una niña de nueve años es más sensata que yo, pero, aparte de eso, es estupenda. También es muy buena compañía. A veces, resulta fácil olvidarse de que sólo tiene nueve años.

–¿Estáis las dos solas de vacaciones?

–Sí. Clara debía haber venido con mi hermana, pero Nell se cayó hace tres semanas en una escalera de la playa y se rompió un pie y una muñeca, lo que significa que, desde entonces, está prácticamente inmovilizada. Como ella no puede conducir ni andar, le habría sido imposible salir de la casa, aunque hubiera podido llegar aquí.

–¡Qué mala suerte! –dijo Rhys–. ¿Tenía seguro?

–Sí. Mi hermana Nell ha sido siempre muy sensata en cosas de ese tipo. Estoy segura de que hubiera podido reclamar el coste de cancelar las vacaciones, pero Clara se habría llevado una gran desilusión. Llevaba mucho tiempo esperando esto. Su padre nunca la lleva de vacaciones. Ahora tiene una nueva familia y su actual esposa no siente mucha simpatía por Clara. Creo que probablemente se siente celosa de ella.

–¿Están divorciados los padres de Clara? –preguntó Rhys, muy sorprendido–. Ella parece tan feliz…

–Está bien. Era muy pequeña cuando Simon se marchó, por lo que siempre ha dado por sentado el hecho de que sus padres viven separados. Ve a Simon con regularidad y mi hermana Nell ha tenido mucho cuidado de no mostrar amargura alguna. ¿Estás tú también divorciado?

–Sí –respondió él, con el rostro serio–, pero Sophie no se ha adaptado tan bien como Clara. Ni siquiera tenía dos años cuando Lynda se marchó, por lo que tampoco está acostumbrada a que nosotros vivamos juntos. Por aquel entonces, yo estaba trabajando en el norte de África. Mi trabajo me llevaba frecuentemente al desierto. Lynda me dijo que no era el lugar adecuado para criar a una niña. Supongo que era muy difícil para ella, pero… Bueno. Ella regresó a casa y nos divorciamos. No hubo terceras personas y fue un divorcio completamente amistoso. Aún nos llevamos muy bien.

–Eso debería hacer que fuera más fácil para Sophie, ¿no?

–El problema es que yo la he visto muy poco –explicó Rhys, tomando un sorbo de café–. Mi trabajo me mantuvo en Marruecos durante cinco años más. Cuando tenía vacaciones, regresaba al Reino Unido para verla, pero, desgraciadamente, no era muy frecuentemente. Supongo que prácticamente soy un desconocido para ella.

–Ha debido de ser muy duro.

–Sí. La última vez que regresé a casa, me di cuenta de que no conocía a mi hija en absoluto. No quería que fuera así. Quiero ser un padre para ella, no alguien que aparece con regalos de vez en cuando. Por eso, conseguí un trabajo en Londres para poder vivir cerca de ella y estoy tratando de verla con más regularidad, pero…

–¿Pero qué? Me parece que hiciste exactamente lo que tenías que hacer.

–Sólo me temo que lo haya hecho demasiado tarde. Sé que sólo regresé hace unas pocas semanas, pero es como si Sophie estuviera decidida a no dejarse ganar por mí.

–Bueno, podría llevar algún tiempo. Probablemente también resulte muy confuso para ella tener de repente a un padre.

–Supongo que sí… Había esperado que venirnos de vacaciones juntos nos daría una buena oportunidad de conocernos mejor y de acostumbrarnos a estar juntos, pero, hasta ahora, no ha sido un gran éxito. Nos había imaginado dando largos paseos y charlando, pero a Sophie no le gusta andar y la mitad del tiempo ni siquiera quiere hablar conmigo. Dice que se aburre.

–¿No hay otros niños aquí?

–Sí. En la otra casa hay dos niños. Desgraciadamente, se portan muy bien, por lo que Sophie dice que también son muy aburridos.

–Estoy segura de que Clara hará que todos se hagan amigos –comentó Thea, al ver que Sophie regresaba a la terraza con un aspecto menos hosco.

–Toma –le dijo a Thea, entregándole la taza de café.

–Muchas gracias –replicó ella, con una sonrisa.

–¿No le has traído un platillo? –preguntó Rhys. Sophie ya iba de camino a la cocina.

–De verdad, así está bien –dijo ella. Rhys le llenó la taza de café–. Huele estupendamente –añadió, aspirando el aroma–. Mmm… ¡Dios, está tan bueno! –exclamó, tras tomar un sorbo. Bajó la taza para dedicarle a Rhys una agradable y cálida sonrisa que lo dejó atónito durante un instante–. ¡Llevo toda la mañana fantaseando con esto!

–Resulta agradable conocer a una mujer con la que resulta tan fácil satisfacer sus fantasías –comentó él, muy secamente.

Tenía los ojos de un color verde grisáceo muy poco habitual y tan claros que resaltaban mucho en su rostro. Thea se sorprendió mucho de no haberse fijado antes en ellos. Estaba tan distraído que tardó un momento en darse cuenta de lo que él había dicho.

–Al menos algunas de ellas –observó. El rubor le había cubierto las mejillas.

Se produjo una incómoda pausa mientras Thea se tomaba el café y admiraba la vista sin saber qué decir. El repentino silencio se vio interrumpido por Sophie y Clara, que portaban el desayuno. Pan, mermelada, melocotones maduros, yogures griegos y miel.

–Esto es maravilloso, Sophie –exclamó Thea, aunque estaba segura de que su sobrina habría tenido mucho que ver a la hora de preparar un desayuno tan suculento. Sophie tenía el rostro pálido de los niños a los que no les interesa mucho la comida–. Muchas gracias.

Sophie se encogió de hombres y volvió a sentarse con la misma postura desgarbada que tenía antes. Thea notó, de todos modos, que observaba atentamente cómo las dos desayunaban con mucho apetito. Rhys las miraba también.

–Es un placer ver a dos mujeres con tan buen apetito –comentó, mientras Thea vertía un poco de miel sobre uno de los yogures y se lo entregaba a Clara antes de prepararse uno para ella.

–Tenemos mucha hambre –replicó, algo a la defensiva–. No hemos comido desde el avión, ¿verdad, Clara?

–Sí. Esto está tan bueno… ¿Podemos tomar yogur con miel para desayunar todos los días?

–Claro que sí –respondió Thea–. Compraremos yogures cuando vayamos a la tienda para reemplazar todo lo que nos hayamos tomado ahora.

–No te preocupes –dijo Rhys–. Principalmente lo compré todo para Sophie. Pensé que sería bueno tomar un verdadero desayuno griego, pero ella no quiere ni tocarlos, ¿verdad, hija?

–Mamá no toma productos lácteos. ¿Por qué iba a tener que tomarlos yo?

–¿Que no toma productos lácteos? –preguntó Thea, atónita–. ¿Ni queso, ni leche, ni mantequilla?

–Ni carne ni patatas, ni pan ni sal –añadió Rhys, con voz cansada.

–¿Ni chocolate ni galletas? –insistió Thea, pensando que aquélla era toda su dieta.

–Estás de broma, ¿verdad? –dijo Rhys, con una triste sonrisa–. Lynda está a dieta permanentemente. Si no es una, es otra. Todo lo que come es una obsesión para ella.

–Debe de tener una preciosa figura –comentó Thea, deseando que el yogur no fuera tan grande.

–Así es –afirmó Sophie.

–Yo creo que está demasiado delgada –observó Rhys.

Thea trató de imaginarse a alguien diciendo algo así sobre ella. Jamás. Resultaba una afirmación totalmente falsa, algo así como decir que George Clooney es muy feo. Sin embargo, parecía que Rhys prefería a las mujeres que tenían más curvas que un insecto palo. Menos mal.

¿De dónde había venido eso? Thea se quedó asombrada. No le interesaba lo más mínimo cómo le gustaran las mujeres a Rhys Kingsford.

–Ojalá yo tuviera tanta disciplina –suspiró–. Siempre he tratado de hacer dieta, pero, con un poco de suerte, consigo tomar el almuerzo sin comerme un paquete entero de galletas para compensar que sólo me haya tomado un pomelo para desayunar.

–Tú no necesitas hacer dieta –afirmó Clara–. Mi madre dice que eres una tonta preocupándote por tu peso. Dice que tienes una figura muy sexy y que los hombres prefieren eso a una chica muy delgada.

–¡Clara! –exclamó Thea, completamente avergonzada.

–Pero si eso es lo que dice –insistió la niña. Entonces, empeoró las cosas al volverse a preguntar a Rhys–. Es así, ¿verdad?

–Clara…

–Yo creo que tu madre tiene razón –respondió él, sin dejar de mirar a Thea.

–¿Ves? –replicó Clara, mirando a Thea. Su tía se había sonrojado vivamente.

–Si has terminado de desayunar, tal vez te gustaría ir a darte un baño –le sugirió Thea, con los dientes apretados.

–¡Genial! –exclamó Clara, poniéndose en pie de un salto–. Vamos, Sophie.

La niña miró cautelosamente a su padre.

–¿Puedo ir?

–Desde luego –respondió él. Sophie se levantó inmediatamente y echó a correr detrás de Clara.

Thea ocultó el rostro, que aún tenía completamente arrebolado, detrás de la taza de café. Sin embargo, cuando se atrevió a mirarlo, vio que aquellos desconcertantes ojos estaban iluminados por la alegría.

–¿Es siempre tan directa?

–Si no la quisiera tanto, hay veces que podría matarla –contestó Thea, riendo–. Es completamente sincera y si le caes bien, no hay nada que pueda detenerla hasta que consiga lo que tú quieres… o lo que ella cree que quieres. En ese aspecto, es como su madre. Las dos son muy decididas. ¡A menudo resulta más fácil ceder y hacer lo que ellas quieren!

–¿Y si no les caes bien? ¿Ocurre al revés?