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La propuesta E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Su vida y su herencia estaban en peligro Cuando conoció a Bella Bostwick, Jason Westmoreland la deseó tanto como a la tierra que ésta había heredado. De hacerle la propuesta adecuada, podría tener a la belleza sureña en su cama y las escrituras en sus manos. Un matrimonio de conveniencia no era lo que Bella tenía en mente cuando dejó Savannah, pero pronto descubrió que por acostarse con Jason bien merecía la pena.

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Seitenzahl: 178

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Brenda Streater Jackson.

Todos los derechos reservados.

LA PROPUESTA, N.º 1816 - julio 2011

Título original: The Proposal

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-009-7

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Prólogo

–Buenas noches, señorita. Me llamo Jason Westmoreland y quisiera darle la bienvenida a Denver.

Antes de que llegara a girarse, aquella voz profunda y masculina hizo que a Bella Bostwick se le encogiera el estómago. Entonces alzó la vista hasta encontrase con sus ojos y prácticamente tuvo que obligarse a respirar. Era el hombre más apuesto que había visto jamás.

Durante un momento, fue incapaz de hablar ni de controlar los ojos, que se pasearon por su cuerpo disfrutando de todo lo que en él encontraron. Era alto, medía más de uno ochenta, y tenía los ojos de color marrón oscuro, los pómulos marcados y la mandíbula cincelada. Pero nada podía ser más atractivo que sus labios y la forma que éstos tenían. Eran sensuales. Suntuosos.

Había dicho que era un Westmoreland, y como era un baile a beneficio de la Fundación Westmoreland, pensó que él era uno de esos Westmoreland.

Asió la mano que él le tendía y, en cuanto lo hizo, chispas de calor le recorrieron la espalda.

–Y yo me llamo Elizabeth Bostwick, pero prefiero que me llamen Bella.

Él amplió la sonrisa lo suficiente como para que a Bella le hirviese la sangre en las venas.

–Hola, Bella.

La forma en que pronunció su nombre le resultó tremendamente atractiva. Pensó que tenía una sonrisa embriagadora y decididamente contagiosa, razón por la que no le costó devolvérsela.

–Hola, Jason.

–Antes que nada, quiero que aceptes mis condolencias por la muerte de tu abuelo.

–Gracias.

–Y espero que ambos podamos conversar sobre el rancho que acabas de heredar. Si decides venderlo, me gustaría hacerte una oferta que incluya tanto el rancho como a Hercules.

Bella inspiró con fuerza. Su abuelo, Herman Bostwick, había fallecido el mes anterior y le había dejado sus tierras y un semental muy preciado. Había visto el caballo cuando vino a la ciudad para la lectura del testamento y tenía que admitir que era muy hermoso. Acababa de regresar a Denver desde Savannah el día anterior para resolver más trámites legales relacionados con la finca de su abuelo.

–Todavía no he decidido lo que voy a hacer con el rancho y ni con el ganado, pero si acabo por vender, tendré en cuenta tu interés. Aun así, he de advertirte que según mi tío Kenneth hay otras personas interesadas.

–Sí, eso no lo dudo.

Apenas había acabado la frase cuando el tío de Bella apareció de pronto a su lado.

–Westmoreland.

–Sr. Bostwick.

Bella percibió enseguida una rivalidad subyacente entre los dos hombres, que se hizo más obvio cuando su tío dijo en tono cortante:

–Es hora de irse, Bella.

–¿Irse? Pero si acabamos de llegar, tío Kenneth.

Su tío le sonrió y la tomó del brazo.

–Sí, querida, pero llegaste ayer a la ciudad y has estado muy ocupada resolviendo asuntos de negocios.

Con una ceja arqueada miró a su tío abuelo, cuya existencia había conocido hacía tan sólo unas semanas.

–Buenas noches, Westmoreland. Voy a llevar a mi sobrina a casa.

Apenas pudo despedirse de su anfitrión antes de que su tío la condujese hasta la puerta. Conforme avanzaban hacia la salida, no pudo evitar volverse y se topó con la mirada de Jason. A juzgar por su dureza, no le había gustado la brusquedad de su tío. Y entonces descubrió que volvía a sonreír y no pudo evitar devolverle la sonrisa. ¿Estaba flirteando con ella? ¿O era ella la que flirteaba con él?

–Jason Westmoreland es alguien con quien no debes intimar, Bella –dijo Kenneth Bostwick en tono áspero al ver el intercambio de insinuaciones entre ambos.

–¿Por qué?

–Quiere las tierras de Herman. No merece la pena conocer a ninguno de los Westmoreland. Creen que pueden hacer lo que les venga en gana en esta zona –interrumpió los pensamientos de Bella al decir–: Son muchos y tienen muchas tierras a las afueras de la ciudad.

–¿Cerca de donde vivía mi abuelo?

–Sí. De hecho, las tierras de Jason Westmoreland son anejas a las de Herman.

–¿De verdad? –sonrió encantada al pensar que Jason Westmoreland vivía en una finca pegada a las tierras que acababa de heredar. Técnicamente, eso lo convertía en su vecino. «No me extraña que quiera comprar la finca», pensó.

–Está muy bien que quieras vender las tierras de Herman, pero yo no se las vendería a él bajo ninguna circunstancia.

Bella se tornó seria cuando su tío le abrió la puerta para que entrase en el coche.

–Todavía no he decidido lo que voy a hacer con el rancho, tío Kenneth –le recordó.

Él se rió.

–¿Qué es lo que tienes que decidir? No tienes ni idea de cómo se lleva un rancho. Una mujer de tu delicadeza, tu educación y tu refinamiento donde debe estar es en Savannah, y no aquí en Denver intentando administrar un rancho de cuarenta hectáreas y soportando crudos inviernos. Como te dije antes, conozco a alguien que quiere comprar la finca y el ganado –sobre todo el semental, Hercules. Ofrece mucho dinero. Piensa en todos los zapatos, vestidos y sombreros que podrás comprarte, por no hablar de una casa estupenda cerca del océano Atlántico.

Bella no dijo nada. Pensó que no era el momento adecuado para decirle que, en lo que a ella respectaba, había mucho que decidir porque ninguna de las cosas que había mencionado le importaba en absoluto. Se negaba a tomar una decisión tan rápida sobre su herencia.

Cuando el coche de su tío salía del aparcamiento, ella se reclinó en el asiento de piel y recordó el momento exacto en que su mirada se había cruzado con la de Jason Westmoreland.

Había habido entre ambos una conexión que sin duda no iba a olvidar jamás.

Capítulo Uno

Un mes más tarde

–¿Sabéis que la nieta de Herman Bostwick ha vuelto a Denver y se corre el rumor de que piensa quedarse?

Jason Westmoreland agudizó el oído al captar la conversación entre su cuñada Pam y las mujeres de sus primos, Chloe y Lucia. Estaba en casa de su hermano Dillon, tirado en el suelo del salón jugando con su sobrino Denver, de seis meses.

Aunque las mujeres se habían retirado al comedor para sentarse a charlar, se escuchaba fácilmente lo que decían y él pensó que no había razón para no hacerlo. Sobre todo porque hablaban sobre una mujer que le había llamado la atención en cuanto la conoció en el baile benéfico del mes anterior. Una mujer en la que no había parado de pensar desde entonces.

–Se llama Elizabeth, pero la llaman Bella –estaba diciendo Lucia, que acababa de casarse con su primo Derringer–. El otro día vino a la tienda de pinturas de papá y os aseguro que es una belleza. Está como fuera de contexto aquí en Denver: una auténtica belleza sureña entre un puñado de matones.

–Y he oído que pretende llevar el rancho ella sola. Su tío Kenneth le ha dicho que no piensa mover un dedo para ayudarle –dijo Pam, indignada–. Qué hombre más egoísta. Contaba con que le vendiera la finca a Myers Smith, que le había prometido un montón de dinero si se cerraba el trato. Al parecer, todo el mundo quiere hacerse con esas tierras, sobre todo con Hercules, el semental.

«Entre ellos, yo», pensó Jason mientras hacía rodar una pelota hacia su sobrino sin dejar de prestarles atención. No sabía que Bella Bostwick había regresado a Denver y se preguntaba si ella recordaba que estaba interesado en la finca y en Hercules. Esperaba que así fuera. Luego su pensamiento se desvió hacia Kenneth Bostwick. No le sorprendía su actitud. Siempre había actuado como si tuviera algún derecho sobre la finca, razón por la que Kenneth y Herman nunca se habían llevado bien. Y desde el fallecimiento de Herman, Kenneth había hecho saber en la ciudad que pensaba que la tierra heredada por Bella debía ser suya. Evidentemente, Herman no lo había visto así, porque se lo había dejado todo en su testamento a la nieta a la que nunca conoció.

–Bueno, espero que tenga cuidado a la hora de escoger quién le ayudará a llevar el rancho. Está claro que una mujer tan hermosa es capaz de atraer a hordas de hombres, y algunos no serán de fiar –dijo Chloe.

A Jason no le gustó la idea de que atrajese a ningún hombre y no entendió del todo por qué reaccionaba así. Lucia tenía razón al decir que Bella era muy guapa. Le había cautivado totalmente nada más verla. Y le había quedado claro que Kenneth Bostwick no quería que nadie se acercara a su sobrina.

Jason nunca le había gustado a Kenneth y éste había envidiado su relación con el anciano Herman Bostwick. La mayoría de la gente del lugar pensaba que Herman era una persona mezquina y arisca, pero Jason no opinaba igual. Nunca olvidaría una vez en que se escapó de su casa a las once y pasó la noche escondido en el granero de Bostwick. El anciano lo descubrió a la mañana siguiente y lo llevó de vuelta a casa con sus padres. Pero antes le ofreció un copioso desayuno, y lo llevó a recoger huevos al gallinero y a ordeñar a las vacas. Fue entonces cuando descubrió que Herman Bostwick no era tan mezquino como la gente pensaba. De hecho, no era más que un anciano solitario.

Jason había vuelto a visitar a Herman de vez en cuando a lo largo de los años y había estado presente la noche que nació Hercules. Nada más ver al potro supo que sería especial. Y Herman le había dicho incluso que un día sería suyo. Herman había muerto mientras dormía hacía unos meses y ahora su rancho y todo lo que éste contenía, incluyendo a Hercules, pertenecía a su nieta. Todos habían asumido que vendería la propiedad, pero, por lo que estaba escuchando, ella se había mudado a Denver desde Savannah.

Deseó con todas sus fuerzas que hubiese reflexionado sobre su decisión. Los inviernos de Colorado eran muy duros, sobre todo en Denver. Y llevar una finca tan grande como la que había heredado no era siquiera tarea fácil para un ranchero experimentado, así que no quería ni pensar cómo sería para alguien que no sabía nada del tema. Si decidía que Marvin Allen siguiese siendo el capataz no iba a costarle tanto, pero aun así, el rancho tenía numerosos trabajadores y algunos hombres no aceptan órdenes de una mujer sin experiencia así como así.

–Creo que, como vecinos, deberíamos ir a visitarla y a darle la bienvenida. Podemos decirle además que, si necesita algo, puede contar con nosotros –dijo Pam, interrumpiendo sus pensamientos.

–Estamos de acuerdo –dijeron Lucia y Chloe.

Él no pudo evitar coincidir con ellas. Era lo correcto y tenía intención de hacerlo. Aunque hubiese perdido la oportunidad de hacerse con el rancho, todavía ansiaba conseguir a Hercules.

Pero, sobre todo, quería conocer mejor a Bella Bostwick.

Bella salió al porche de la casa y contempló las montañas que se extendían ante ella. Aquella panorámica la dejó sin respiración y le recordó por qué había desafiado a su familia y se había mudado allí hacía dos semanas.

Sus padres eran sobreprotectores y habían intentado disuadirla de lo que consideraban una decisión estúpida por su parte, ya que por encima de todo no querían perderla de vista. Pero a ella ya le había parecido lo suficientemente duro que un chófer la llevara al colegio a diario y un guardaespaldas la siguiera a todas partes hasta que hubo cumplido veintiún años.

Y lo triste es que no había sabido de la existencia de su abuelo hasta que le notificaron la lectura de su testamento. No le habían avisado a tiempo para que asistiese al funeral y en parte todavía estaba molesta con sus padres por habérselo ocultado.

No sabía que había abierto una brecha permanente entre padre e hijo, pero fuera cual fuese la contienda entre ambos, no debía haberla incluido a ella. Tenía todo el derecho a conocer a Herman Bostwick y lo había perdido.

Antes de marcharse de Savannah le había recordado a sus padres que tenía veinticinco años y que era lo suficientemente mayor como para tomar sus propias decisiones. Y tanto el fondo fiduciario que sus abuelos maternos habían establecido como el rancho que acababa de heredar de su abuelo paterno le facilitaban enormemente la tarea. Era la primera vez en su vida que tenía algo realmente suyo.

Sería mucho pedir que David y Melissa Bostwick vieran las cosas de ese modo y le habían dejado claro que no era así. No le sorprendería que en ese preciso instante estuviesen visitando a su abogado para buscar un modo de obligarla a volver a Savannah. Pero tenía noticias que darles: aquél era su hogar y tenía intención de quedarse.

Si ellos tuvieran voz y voto, ella estaría en Savannah, comprometida con Hugh Pierce. La mayoría de las mujeres considerarían a Hugh, por su atractivo y su riqueza, un buen partido. Y si ella lo pensaba dos veces, también podría verlo así. Pero ése era el problema: que tenía que pensarlo dos veces. Habían salido juntos en muchas ocasiones pero nunca había surgido una conexión entre ambos y ninguna chispa de entusiasmo por parte de ella. Había intentado explicárselo a sus padres con toda la delicadeza del mundo, pero ellos no habían dejado de imponérselo a la menor ocasión, lo que demostraba lo autoritarios que podían llegar a ser.

Y hablando de autoridad… su tío Kenneth se había convertido en otro problema. Tenía cincuenta años, era el hermanastro de su abuelo y ella lo había conocido en su primer viaje a Denver para la lectura del testamento. Él pensaba que iba a heredar el rancho y se había sentido muy decepcionado al descubrir lo contrario. También esperaba que ella lo vendiese todo y, cuando había decidido no hacerlo, se había enfadado y le había dicho que su amabilidad se había terminado, que no movería un dedo para ayudarla y que deseaba que descubrirse de la peor de las maneras que había cometido un error.

Sentada en la hamaca del porche, pensó que no se había equivocado al decidir hacer su vida allí. Se había enamorado de la finca y no le había costado llegar a la conclusión de que, aunque le habían negado la oportunidad de conocer a su abuelo en vida, conectaría con él a su muerte al aceptar su regalo. Una parte de ella sentía que, aunque nunca se habían conocido, él había adivinado de algún modo la infancia tan desgraciada que había tenido y le estaba ofreciendo la oportunidad de disfrutar de una vida adulta más feliz.

Iba a volver a entrar en la casa para seguir empaquetando las cosas de su abuelo cuando vio a lo lejos a alguien que se acercaba a caballo. Conforme el jinete se aproximaba, lo reconoció y sintió un cosquilleo en la boca del estómago. Era Jason Westmoreland.

Bella se preguntó por qué vendría a visitarla. Le había comentado su interés por la finca y por Hercules. ¿Habría ido a convencerla de que se había equivocado al mudarse allí, tal y como habían hecho su tío y sus padres? ¿Intentaría insistir en que le vendiese la finca y el caballo? Si ése era el caso, su respuesta iba a ser la misma que había dado a los demás. Iba a quedarse y Hercules seguiría siendo suyo hasta que decidiese lo contrario.

–Hola, Bella.

–Jason –ella alzó la vista hacia los ojos marrones que la observaban y pudo jurar que irradiaban calor. El tono de su voz le provocó un hormigueo en la piel igual que el de aquella otra noche–. ¿A qué se debe esta visita?

–Tengo entendido que has decidido probar como ranchera.

Ella alzó la cabeza, sabiendo lo que vendría después.

–Así es. ¿Algún problema?

–No, en absoluto –dijo él con soltura–. La decisión es tuya. Sin embargo, estoy seguro de que sabes que no te va a resultar fácil.

–Sí, soy consciente de ello. ¿Alguna otra cosa que quieras decirme?

–Sí. Somos vecinos, así que, si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en decírmelo.

Ella se sorprendió. ¿Le estaba ofreciendo su ayuda?

–¿Estás siendo agradable porque sigues queriendo comprar a Hercules? Porque si es así, debes saber que todavía no he tomado una decisión al respecto.

Él se puso serio y su mirada se volvió ruda.

–La razón por la que estoy siendo agradable es que me tengo por una persona amable. Y en cuanto a Hercules, sí, sigo queriendo comprarlo, pero eso no tiene nada que ver con mi ofrecimiento.

Bella vio que le había ofendido y se arrepintió de inmediato. Normalmente no era tan desconfiada con la gente, pero se mostraba susceptible cuando se hablaba de la propiedad del rancho porque tenía a mucha gente en su contra.

–Quizá no debería haberme precipitado en mis conclusiones.

–Sí, quizás.

Todas las células de su cuerpo empezaron a estremecerse bajo la intensa mirada de Jason. En ese momento supo que su ofrecimiento había sido sincero. No entendía bien cómo podía saberlo, pero así era.

–Reconozco mi error y te pido disculpas –dijo.

–Disculpas aceptadas.

–Gracias –y como quería recuperar la buena sintonía que tenía con él, le preguntó–: ¿Cómo te va, Jason?

–No me puedo quejar –sus facciones se relajaron y desmontó del enorme caballo como si fuese la cosa más fácil del mundo.

«Yo tampoco me puedo quejar», pensó ella, al ver que subía las escaleras del porche. Cuando lo tuvo delante, se quedó sin habla. Algo que sólo pudo describir como un deseo ardiente y fluido se apoderó de ella, impidiéndole respirar, porque él mantenía la mirada fija en sus ojos tal y como lo había hecho en el baile.

–¿Y tú qué tal, Bella?

Ella parpadeó al darse cuenta de que le estaba hablando.

–¿Cómo? ¿Yo? –la forma en que Jason sonrió le hizo pensar en cosas que no debía, como en lo mucho que le gustaría besar aquella sonrisa.

–¿Cómo has pasado estos días… aparte de ocupada? –preguntó él.

Bella inspiró con fuerza y le dijo:

–Han sido unos días de mucho ajetreo, a veces de auténtica locura.

–Ya me imagino. Y lo de antes lo decía en serio. Si alguna vez necesitas ayuda, dímelo.

–Muchas gracias por el ofrecimiento –ella había visto el desvío hacia su rancho. Había allí un cartel que decía: Casa de Jason. Y por lo que había conseguido adivinar entre los árboles, era un rancho enorme con una hermosa casa de dos plantas.

De pronto recordó sus modales y le dijo:

–Estaba a punto de tomar un té. ¿Te apetece?

Él se apoyó en un poste y su sonrisa se hizo más grande.

–¿Té?

–Sí.

Ella supuso que él lo encontraba divertido. Lo último que podría apetecerle a un vaquero después de montar era una taza de té. Seguramente una cerveza fría hubiese sido más de su agrado, pero era lo

único que no tenía en la nevera.

–Si no te apetece, lo entenderé –le dijo ella.

–Una taza de té me irá bien.

–¿Estás seguro?

–Sí, segurísimo.

–Estupendo –abrió la puerta y él la siguió al interior de la casa.

Jason pensó que estaba guapísima, pero es que, además, Bella Bostwick olía muy bien. Deseó encontrar una forma de ignorar el calor que le inundó al percibir el aroma de su cuerpo.

–Siéntate, Jason, te traeré el té.

–De acuerdo.

La vio meterse en la cocina, pero en lugar de sentarse, se quedó de pie contemplando los cambios que se habían hecho en la vivienda. Inspiró con fuerza al recordar la última vez que vio a Herman Bostwick con vida. Fue un mes antes de su muerte. Jason había ido a ver cómo estaba y a montar a Hercules. Era una de las pocas personas que podía hacerlo, porque Herman había decidido que fuese él quien domase al caballo.

Había bajado la vista para examinar el dibujo de la alfombra cuando la oyó entrar en la habitación. Al levantar la mirada, parte de él deseó no haberlo hecho. La media melena rizada que enmarcaba su rostro convertía en suave al tacto su piel caoba y realzaba sus ojos color avellana.

Era una mujer refinada, pero él percibía en ella una fuerza interior a tener en cuenta. Se lo había demostrado al suponer que había ido a verla para poner en cuestión su cordura al mudarse allí. Pero quizá era él quien debía cuestionarse su propia cordura por no convencerla de que regresara al lugar del que había venido. Por muy buenas intenciones que tuviese, no estaba hecha para ser ranchera, no con aquellas manos suaves y las uñas arregladas.

Supuso que debía existir algún tipo de conflicto interno que la había llevado a decidirse a dirigir el rancho. En ese momento decidió que haría todo lo posible por ayudarla a hacerlo con éxito. Y mientras ella posaba la bandeja del té en la mesa, supo que, entretanto, deseaba además conocerla mejor.

–Es una infusión de hierbas. ¿Quieres que traiga algo para endulzarla? –preguntó Bella.

–No –negó él con rotundidad, a pesar de no estar muy seguro.

Aún seguía de pie cuando ella cruzó la habitación para acercarle su taza de té, y a cada paso que daba, él tenía que expulsar el aire de sus pulmones. Era de una belleza apabullante, pero al mismo tiempo resultaba tranquilizadora. ¿Qué edad tendría y qué estaría haciendo allí, en mitad de ningún sitio e intentando dirigir un rancho?

–Aquí tienes, Jason.