La risa - Henri Bergson - E-Book

La risa E-Book

Henri Bergson

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Beschreibung

En La risa, Henri Bergson se pregunta sobre un objeto que, hasta el momento en que fue publicado el libro por primera vez, en 1899, estaba inexplorado. ¿Qué significa La risa? ¿Qué hay en el fondo de lo risible? ¿Qué puntos en común encontraríamos entre la mueca de un payaso, un juego de palabras, un enredo de vodevil, una escena de fina comedia? ¿Qué destilación nos dará la esencia, siempre la misma, a la que tantos y tan variados productos le deben su indiscreto olor o su delicado perfume? Nuestra excusa, al decidirnos a afrontar nosotros también dicho problema, es que no intentaremos encerrar la fantasía cómica en una definición. Vemos en ella, ante todo, algo vivo." Con el paso del tiempo, y después de numerosas ediciones, La risa se transformó en un libro de consulta permanente para teóricos y filósofos. El abordaje del humor y La risa como fenómenos sociales es lo que hace que La risa sea único y que siga siendo leído, aun con el paso de los años.

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Henri Bergson nació en París en 1859, hijo de un músico judío y de una mujer irlandesa. Se educó en el Liceo Condorcet y la École Normale Supérieure, donde estudió filosofía. Entre 1900 y 1921 fue titular de la cátedra de filosofía del Collège de France y en 1927 ganó el premio Nobel de Literatura. Influida por Spencer, Mill y el evolucionismo de Darwin, la filosofía de Henri Bergson puede leerse como una reacción contras esos sistemas racionalistas. La risa fue publicado por primera vez en 1899, y representa uno de los primeros desarrollos teóricos y científicos sobre el fenómeno de la risa, la ironía y el humor. En los últimos años de su vida se sintió cada vez más cerca del catolicismo, pero evitó la conversión oficial porque, como confesó en su testamento, temía apoyar con su prestigio el antisemitismo fomentado en Europa por el nazismo. Henri Bergson murió en París en 1941. Otros libros del autor son Materia y memoria; La energía espiritual y La evolución creadora.

Bergson, Henri. La risa. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2015. Libro digital, EPUB - (Ensayo)

Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-3847-71-41. Ensayo Literario.I. Título. CDD 884

La risa Henri Bergson

Traducción Rafael Blanco

Corrección Hernán López Winne

Ilustración de Henri Bergson Juan Pablo Martí[email protected]

Diseño de tapa e interiores Víctor Malumián

Digitalizado en EPUB v3.0.1 y KF8 (FEB/2018) por DigitalBe.com©.

Este libro cumple con la especificación EPUB Accessibility 1.0 y alcanza el estándar WCAG 2.0Level A.

[email protected]

EdicionesGodotEdicionesGodot@EdicionesGodot

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Índice

P

rólogo a la primera edición

P

refacio

C

apítulo

I

.

De la comicidad en general. La comicidad de las formas y la comicidad de los movimientos. Fuerza de expansión de la comicidad

C

apítulo

II

La comicidad de situación y la comicidad verbal

C

apítulo

III

La comicidad de carácter

A

péndice

Guía

Tapa

Acerca del autor

Índice

Prólogo a la primera edición1

Reunimos en un volumen tres artículos sobre la risa (o más bien sobre la risa especialmente provocada por la comicidad) que publicamos hace poco en la Revue de Paris. Dichos artículos tenían por objeto determinar las principales “categorías” cómicas, agrupar el mayor número posible de hechos y extraer las leyes que los rigen: excluían, por su forma, las discusiones teóricas y la crítica de los sistemas. Al reeditarlos, ¿debíamos añadir un examen de los trabajos relativos al mismo tema y comparar nuestras conclusiones con las de nuestros predecesores? Quizás nuestra tesis habría ganado en solidez; pero nuestra exposición se habría complicado más de la cuenta y, además, habría dado lugar a un volumen desproporcionado con la importancia del tema tratado. Hemos decidido, en consecuencia, reproducir los artículos tal y como fueron publicados. Tan solo añadimos la indicación de las principales investigaciones emprendidas acerca de la cuestión de la comicidad en los últimos treinta años.

Hecker,

Physiologie und Psychologie des Lachens und des Komischen

, 1873.

Dumont,

Théorie scientifique de la sensibilité

, 1875, p. 202 y siguientes. Cf., del mismo autor,

Les causes du rire

, 1862.

Courdaveaux,

Études sur le comique

, 1875.

Darwin,

L’expression des émotions

, trad. fr., 1877, p. 214 y siguientes.

Philbert,

Le rire

, 1883.

Bain (A.),

Les émotions et la volonté

, trad. fr., 1885, p. 249 y siguientes.

Kraepelin,

Zur Psychologie des Komischen

(Philos. Studien, vol. ii, 1885).

Piderit,

La mimique et la physiognomie

, trad. fr., 1888, p. 126 y siguientes.

Spencer,

Essais

, trad. fr., 1891, vol. I, p. 295 y siguientes.

Physiologie du rire.

Penjon,

Le rire et la liberté

(

Revue philosophique

, 1893, t. 

ii

).

Mélinand,

Pourquoi rit-on?

(

Revue des Deux-Mondes

, febrero de 1895).

Ribot,

La psychologie des sentiments

, 1896, p. 342 y siguientes.

Lacombe,

Du comique et du spirituel

(

Revue de métaphysique et de morale

, 1897).

Stanley Hall and A. Allin,

The psychology of laughting, tickling and the comic

(

American journal of Psychology

, vol. 

ix

, 1897).

Lipps, Komik und Humor

, 1898. Cf., del mismo autor,

Psychologie der Komik

(

Philosophische Monatshefte

, vol. 

xxiv

,

xxv

).

Heymans,

Zur Psychologie der Komik

(

Zeitschr. f. Psych. u. Phys. der Sinnesorgane

, vol. 

xx

, 1899).

Pies de página:

1. [Este prólogo será sustituido por el prefacio siguiente a partir de la 23ª edición].

Prefacio2

Este libro comprende tres artículos sobre la risa (o más bien sobre la risa especialmente provocada por la comicidad) que publicáramos en su día en la Revue de Paris3. Al reunirlos en un volumen, nos preguntamos si debíamos examinar a fondo las ideas de nuestros predecesores e instituir una crítica en regla de las teorías de la risa. Nos pareció que nuestra exposición se complicaría más de la cuenta y daría lugar a un volumen desproporcionado con la importancia del tema tratado. Además, las principales definiciones de comicidad habían sido discutidas por nosotros explícita o implícitamente, si bien de forma breve, a propósito de tal o cual ejemplo que hacía pensar en alguna de ellas. De manera que nos limitamos a reproducir nuestros artículos. Tan solo añadimos una lista de los principales trabajos publicados acerca de la comicidad en los treinta años anteriores.

Otros trabajos han aparecido desde entonces. Por lo tanto, la lista que vamos a proporcionar ahora es más larga. Pero no hemos aportado modificación alguna al libro en sí4. No queremos decir con ello, por supuesto, que esos diversos estudios no hayan aclarado en más de un aspecto la cuestión de la risa. Pero nuestro método, que consiste en determinar los procedimientos de fabricación de la comicidad, contrasta con el habitual, que busca encerrar los efectos cómicos en una fórmula muy amplia y muy simple. Estos dos métodos no se excluyen mutuamente; pero todo lo que pueda proporcionar el segundo dejará intactos los resultados del primero; y este es el único, en nuestra opinión, que comporta una precisión y un rigor científicos. Tal es, de hecho, el asunto que destacamos al lector en el apéndice que añadimos a la presente edición.

H. B. | París, enero de 1924

Hecker,

Physiologie und Psychologie des Lachens und des Komischen

, 1873.

Dumont,

Théorie scientifique de la sensibilité

, 1875, p. 202 y siguientes. Cf., del mismo autor,

Les causes du rire

, 1862.

Courdaveaux,

Études sur le comique

, 1875.

Philbert,

Le rire

, 1883.

Bain (A.),

Les émotions et la volonté

, trad. fr., 1885, p. 249 y siguientes.

Kraepelin,

Zur Psychologie des Komischen

(Philos. Studien, vol. ii, 1885).

Spencer,

Essais

, trad. fr., 1891, vol. i, p. 295 y siguientes.

Physiologie du rire

.

Penjon,

Le rire et la liberté

(

Revue philosophique

, 1893, t. 

ii

).

Mélinand,

Pourquoi rit-on?

(

Revue des Deux-Mondes

, febrero de 1895).

Ribot,

La psychologie des sentiments

, 1896, p. 342 y siguientes.

Lacombe,

Du comique et du spirituel

(

Revue de métaphysique et de morale

, 1897).

Stanley Hall and A. Allin,

The psychology of laughting, tickling and the comic

(

American journal of Psychology

, vol. 

ix

, 1897).

Meredith,

An essay on Comedy

, 1897.

Lipps,

Komik und Humor

, 1898. Cf., del mismo autor,

Psychologie der Komik

(

Philosophische Monatshefte

, vol. 

xxiv

,

xxv

).

Heymans,

Zur Psychologie der Komik

(

Zeitschr. f. Psych. u. Phys. der Sinnesorgane

, vol. 

xx

, 1899).

Ueberhorst,

Das Komische

, 1899.

Dugas,

Psychologie du rire

, 1902.

Sully (James),

An essay on laughter

, 1902 (Trad. fr. de L. y A. Terrier :

Essai sur le rire

, 1904).

Martin (L. J.),

Psychology of Aesthetics : The comic

(

American Journal of Psychology

, 1905, vol. 

xvi

, p. 35-118).

Freud (Sigm.),

Der Witz und seine Beziehung zum Unbewussten

, 1905 ; 2ª edición, 1912.

Cazamian,

Pourquoi nous ne pouvons définir l’humour

(

Revue germanique

, 1906, p. 601-634).

Gaultier,

Le rire et la caricature

, 1906.

Kline,

The psychology of humor

(

American Journal of Psychology

, vol. 

xviii

, 1907, p. 421-441).

Baldensperger,

Les définitions de l’humour

(

Études d’histoire littéraire

, 1907, vol. 

i

).

Bawden,

The Comic as illustrating the summation-irradiation theory of pleasure-pain

(

Psychological Review

, 1910, vol. 

xvii

, p. 336-346).

Schauer,

Ueber das Wesen der Komik

(

Arch. f. die gesamte Psychologie

, vol. 

xviii

, 1910, p. 411-427).

Kallen,

The aesthetic principle in comedy

(

American Journal of Psychology

, vol. 

xxii

, 1911, p. 137-157).

Hollingworth,

Judgments of the Comic

(

Psychological Review

, vol. 

xviii

, 1911, p. 132-156).

Delage,

Sur la nature du comique

(

Revue du mois

, 1919, vol. 

xx

, p. 337-354).

Bergson,

À propos de «la nature du comique»

. Respuesta al artículo anterior (

Revue du mois

, 1919, vol. 

xx

, p. 514-517). Reproducido parcialmente en el apéndice de la presente edición.

Eastman,

The sense of humor

, 1921.

Pies de página:

2. [Prefacio de la 23ª edición (1924)]

3.Revue de Paris, 1 y 15 de febrero, 1 de marzo de 1899. [En realidad 1 de febrero de 1900, pp. 512-544, 15 de febrero de 1900, pp. 759-790 y 1 de marzo de 1900, pp. 146-179].

4. Eso sí, hemos hecho algunos retoques formales.

Capítulo I

De la comicidad en general. La comicidad de las formas y la comicidad de los movimientos. Fuerza de expansión de la comicidad

¿Qué significa la risa? ¿Qué hay en el fondo de lo risible? ¿Qué puntos en común encontraríamos entre la mueca de un payaso, un juego de palabras, un enredo de vodevil, una escena de fina comedia? ¿Qué destilación nos dará la esencia, siempre la misma, a la que tantos y tan variados productos le deben su indiscreto olor o su delicado perfume? Los más grandes pensadores, desde Aristóteles, han afrontado este pequeño problema que siempre se resiste al esfuerzo, se resbala, huye y se vuelve a erguir, impertinente desafío lanzado a la especulación filosófica.

Nuestra excusa, al decidirnos a afrontar nosotros también dicho problema, es que no intentaremos encerrar la fantasía cómica en una definición. Vemos en ella, ante todo, algo vivo. La trataremos, por muy ligera que sea, con el respeto que se le debe a la vida. Nos limitaremos a observar cómo crece y se desarrolla. Forma tras forma, mediante imperceptibles gradaciones, sufrirá delante de nuestros ojos muy singulares metamorfosis. No desdeñaremos nada de lo que hayamos visto. De hecho, tal vez ganemos con este contacto permanente algo más flexible que una definición teórica; un conocimiento práctico e íntimo, como el que nace de una larga camaradería. Y tal vez nos parezca también que hemos adquirido, sin quererlo, un conocimiento útil. Razonable, a su manera, hasta en sus mayores extravíos, metódica en su locura, soñadora, de acuerdo, pero sin dejar de evocar en sueños visiones que enseguida son aceptadas y comprendidas por toda una sociedad, ¿cómo no iba a informarnos la fantasía cómica sobre los procedimientos de trabajo de la imaginación humana y más concretamente de la imaginación social, colectiva, popular? Procedente de la vida real, emparentada con el arte, ¿cómo no iba a decirnos asimismo lo que opina del arte y de la vida?

Primero vamos a presentar tres observaciones que consideramos fundamentales. Se refieren menos a la propia comicidad que al lugar donde hay que buscarla.

I

Este es el primer aspecto que destacaremos: No hay comicidad fuera de lo propiamente humano. Un paisaje podrá ser hermoso, armonioso, sublime, insignificante o feo, pero nunca será risible. Nos reiremos de un animal, pero porque habremos descubierto en él una actitud de hombre o una expresión humana. Nos reiremos de un sombrero; pero no nos estaremos burlando del trozo de fieltro o paja, sino de la forma que le han dado unos hombres, del capricho humano que lo ha moldeado. ¿Cómo es posible que algo tan importante, en su sencillez, no haya llamado más la atención de los filósofos? Varios han definido al hombre como “un animal que sabe reír”. También podrían haberlo definido como un animal que hace reír, pues si algún otro animal lo consigue, o algún objeto inanimado, es por un parecido con el hombre, por la marca que el hombre le imprime o por el uso que el hombre hace de él.

Señalemos ahora, como un síntoma no menos digno de observación, la insensibilidad que suele acompañar a la risa. Parece que la comicidad solo puede producir su estremecimiento cayendo en una superficie de alma bien tranquila, bien llana. La indiferencia es su entorno natural. El mayor enemigo de la risa es la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que nos inspire piedad, por ejemplo, o incluso ternura: pero por unos instantes olvidaremos dicha ternura, acallaremos dicha piedad. En una sociedad de inteligencias puras es probable que ya no se llorase, pero tal vez se seguiría riendo; mientras que unas almas invariablemente sensibles, en perfecta sintonía con la vida, en las que todo acontecimiento se prolongaría en resonancia sentimental, ni conocerían ni comprenderían la risa. Intente, por un momento, interesarse por todo lo que se dice y lo que se hace, actúe, en su imaginación, con los que actúan, sienta con los que sienten, lleve, en definitiva, su simpatía a su máximo esplendor: como por arte de magia verá que los objetos más ligeros ganan peso, mientras una coloración severa tiñe todas las cosas. Ahora desapéguese, asista a la vida como espectador indiferente: muchos dramas se volverán comedia. No tenemos más que taparnos los oídos cuando suena la música, en un salón de baile, para que los bailarines nos resulten ridículos. ¿Cuántas acciones humanas superarían una prueba de este tipo? ¿Y acaso no veríamos cómo muchas de ellas dejan de pronto de ser graves para ser divertidas, si las aislásemos de la música de sentimiento que las acompaña? La comicidad exige pues, para surtir todo su efecto, algo así como una anestesia momentánea del corazón, pues se dirige a la inteligencia pura.

Eso sí, dicha inteligencia debe permanecer en contacto con otras inteligencias. Este es el tercer hecho que deseábamos destacar. No disfrutaríamos la comicidad si nos sintiéramos aislados. Parece ser que la risa necesita un eco. Escúchelo con atención: no se trata de un sonido articulado, nítido, acabado; es algo que quisiera prolongarse repercutiendo de forma paulatina, algo que empieza con un estallido para luego retumbar, como el trueno en la montaña. Y sin embargo, dicha repercusión no es infinita. Puede caminar dentro de un círculo todo lo vasto que se quiera, pero que no dejará de estar cerrado. Nuestra risa es siempre la risa de un grupo. A lo mejor ha escuchado usted alguna vez, en un vagón o en una mesa común, a unos viajeros contándose historias que debían de ser cómicas para ellos puesto que se reían con ganas. Se habría reído como ellos si hubiera formado parte de su sociedad. Pero al no ser así, usted no tenía ganas de reír. Un hombre al que le preguntaban durante un sermón por qué no lloraba como todos los asistentes respondió: “No soy de la parroquia”. Lo que ese hombre pensaba de las lágrimas sería mucho más cierto en el caso de la risa. Por mucha franqueza que se le suponga, la risa esconde una segunda intención de entendimiento, e incluso de complicidad, con otras personas que ríen, reales o imaginarias. ¿Cuántas veces se habrá dicho que la risa de los espectadores, en teatro, es mayor cuanto más llena está la sala? ¿Cuántas veces se habrá resaltado, por otra parte, que muchos efectos cómicos son intraducibles de una lengua a otra, relativos por lo tanto a las costumbres e ideas de una sociedad particular? Pero es la incomprensión de la importancia de este doble hecho la que ha llevado a ver en la comicidad una simple curiosidad que divierte a la mente y en la risa un fenómeno extraño, aislado, sin nexo alguno con el resto de la actividad humana. De ahí esas definiciones que tienden a hacer de la comicidad una relación abstracta percibida por la mente entre las ideas, “contraste intelectual”, “absurdo perceptible”, etc., definiciones que, aunque sirviesen para todas las formas de la comicidad, no explicarían en absoluto por qué la comicidad nos hace reír. Porque ¿a qué se debe que esta peculiar relación lógica, nada más percibida, nos contraiga, nos dilate, nos sacuda, mientras que todas las demás dejan a nuestro cuerpo indiferente? No afrontaremos el problema desde este ángulo. Para entender la risa, hay que volver a ponerla en su entorno natural, que es la sociedad; y sobre todo hay que determinar su función útil, que es una función social. Tal será, digámoslo desde ya, la idea directriz de todas nuestras investigaciones. La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida en común. La risa debe tener un significado social.

Resaltemos claramente el punto en el que convergen nuestras tres observaciones preliminares. La comicidad nacerá, así parece, cuando unos hombres reunidos en grupo dirijan todos su atención hacia uno de ellos, acallando sus sensibilidades y limitándose a usar la inteligencia. ¿Cuál es ahora el punto especial hacia el que deberá dirigirse su atención? ¿A qué se dedicará aquí la inteligencia? Responder a estas cuestiones equivaldrá a delimitar el problema. Pero algunos ejemplos son indispensables.

II

Un hombre que corría por la calle tropieza y cae: los transeúntes ríen. No se reirían de él, creo, si pudieran suponer que de pronto se le ha ocurrido la extravagancia de sentarse en el suelo. Se ríen porque se ha sentado involuntariamente. No es, pues, su brusco cambio de actitud lo que hace reír, sino el carácter involuntario de ese cambio, la torpeza. Quizás había una piedra en su camino. Él tenía que cambiar de ritmo o sortear el obstáculo. Pero por falta de agilidad, por distracción u obstinación del cuerpo, por un efecto de rigidez o de velocidad adquirida, los músculos han seguido efectuando el mismo movimiento cuando las circunstancias requerían otra cosa. Por eso el hombre cae y de eso ríen los transeúntes.

Imaginemos ahora una persona que cumple con sus pequeñas ocupaciones con regularidad matemática. No sabe que los objetos que la rodean han sido alterados por un bromista. Moja la pluma en el tintero y extrae barro, cree sentarse en una silla sólida y acaba tirada en el parqué, hace, en resumen, las cosas al revés o en vano, siempre por un efecto de velocidad adquirida. La costumbre había generado un impulso. Había que detener el movimiento o reorientarlo. Pero nada de eso, la persona ha proseguido mecánicamente en línea recta. La víctima de una broma de taller se encuentra en una situación análoga a la del corredor que cae. Es cómica por la misma razón. Lo risible en ambos casos es una cierta rigidez de mecanismo ahí donde nos gustaría encontrar la atenta agilidad y la viva flexibilidad de una persona. Entre un caso y otro la única diferencia es que el primero se ha producido solo mientras que el segundo ha sido obtenido de modo artificial. El transeúnte se limitaba a observar; el bromista experimenta.

No obstante, en los dos casos, es una circunstancia exterior la que ha determinado el efecto. La comicidad es, pues, accidental; no va más allá, digamos, de la superficie de la persona. ¿Cómo llegará a su interior? La rigidez mecánica deberá prescindir, para revelarse, de un obstáculo colocado delante de ella por las circunstancias o por la malicia del hombre. Deberá extraer de su propio fondo, por medio de una operación natural, incesantes ocasiones de manifestarse exteriormente. Imaginemos una mente que siempre estuviera en lo que acaba de hacer, nunca en lo que hace, como una melodía que en todo momento llegase tarde. Imaginemos una cierta esclerosis nativa de los sentidos y la inteligencia que lo llevase a uno a seguir viendo lo que ya no está, oyendo lo que ya no resuena, diciendo lo que ya no conviene, adaptándose, en suma, a una situación pasada e imaginaria cuando debería amoldarse a la realidad presente. La comicidad se instalará entonces en la persona misma: será la persona la que se lo proporcione todo, materia y forma, causa y ocasión. ¿Acaso podemos extrañarnos de que el distraído (pues ése es el personaje que acabamos de describir) haya estimulado tanto la elocuencia de los autores cómicos? Cuando se cruzó con este carácter en su camino, La Bruyère comprendió, al analizarlo, que ahí había una receta para la fabricación al por mayor de efectos divertidos. Le dio un uso abusivo. Hizo de Menalcas la más larga y minuciosa de las descripciones, retomando, insistiendo, machacando hasta la saciedad. La facilidad del tema lo retenía. Y es que es posible que con la distracción no estemos en la fuente misma de la comicidad, pero es seguro que estamos en una cierta corriente de hechos e ideas que viene directamente de dicha fuente. Estamos en una de las grandes vertientes naturales de la risa.

Pero el efecto de la distracción puede también verse reforzado. Hay una ley general de la que acabamos de encontrar una primera aplicación y que formularemos así: cuando un cierto efecto cómico deriva de una cierta causa, el efecto nos parecerá más cómico cuanto más natural nos resulte la causa. Ya nos reímos de la distracción que nos es presentada como un simple hecho. Más risible será la distracción que hayamos visto nacer y crecer con nuestros propios ojos, cuyo origen conozcamos y cuya historia podamos reconstituir. Supongamos, por poner un ejemplo preciso, que un personaje ha hecho de las novelas de amor o de caballería su lectura habitual. Atraído, fascinado por sus protagonistas, les entrega, poco a poco, su pensamiento y su voluntad. Helo aquí circulando entre nosotros cual sonámbulo. Sus acciones son distracciones. Pero todas esas distracciones están ligadas a una causa conocida y positiva. Ya no son pura y simplemente ausencias; ahora se explican por la presencia del personaje en un entorno bien definido, aunque imaginario. Sin duda una caída siempre es una caída, pero no es lo mismo caer en un pozo porque se está mirando a otra parte que hacerlo porque se contempla una estrella. Eso es lo que contempla Don Quijote, una estrella. ¡Qué profundidad cómica la del espíritu novelesco y quimérico! Y sin embargo, si restablecemos la idea de distracción que debe servir de intermediaria, vemos que esta comicidad tan profunda está unida a la comicidad más superficial. En efecto, estos espíritus quiméricos, estos exaltados, estos locos tan extrañamente razonables nos hacen reír tocando las mismas fibras en nosotros, activando el mismo mecanismo interior que la víctima de una broma de taller o el transeúnte que resbala por la calle. Ellos también son corredores que caen e inocentes engañados, corredores de ideal que tropiezan con las realidades, cándidos soñadores a los que la vida acecha con malicia. Pero sobre todo son muy distraídos, con esta superioridad sobre los demás: que su distracción es sistemática, organizada en torno a una idea central; que sus desventuras están vinculadas también, vinculadas por la inexorable lógica que la realidad aplica para corregir al sueño; y que así ellos provocan a su alrededor, por medio de efectos capaces de sumarse todo el tiempo unos a otros, una risa que nunca deja de crecer.