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Con este libro, el autor corona en su escritura un proceso de alto riesgo y un compromiso mayor hacia esas regiones del alma que no permiten ser explicadas, que sólo la poesía, en cuanto fuerza vibrante y sonora, presenta en su esplendor. Pero este esplendor es un misterio que puede manifestarse como la boca permanentemente sedienta del amor que no consigue paz, pues se traiciona y dobla, o se desata en furia hacia el alabastro de las piernas de la amada. Aquí el lenguaje es ese mismo amor que se desmantela, se acuartela, se constriñe, se pliega y repliega, se oscurece, delira. Son muchos los registros que este lenguaje plasma, y estos registros son el mismo dolor, la misma angustia, la duda como infierno. Entonces muere de pena el dolor, se convierte en rabia, se adelgaza y limpia hasta destellar pleno fulgor en el último poema: "La santa". Limpio y cristalino de arrobar en los campos en los que ser y lenguaje, paisaje y entraña, son una misma cosa.
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Seitenzahl: 73
LA SANTA
POESÍA FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 2007Primera edición electrónica, 2013
El autor de este libro es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte
D. R. © 2007, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-1680-7
Hecho en México - Made in Mexico
LIBRO I
Infiernos
Canción
Museo
Leonardo
Dísticos
Infancia
Higueras
Poemas morales
LIBRO II
El cabrero
Semana Santa
Musas
Fin de cuento
La santa
La luna…
La vida ha sido todo, menos sueño.EUGENIO MONTEJO
Si donde vas, canción, por desventura,
Por haber sido en este infierno hecha,
Aquella te desecha
Que te debía tratar con más mesura,
Di que no hay fresca flor en seco invierno,
Ni templanza de queja en el infierno.
GUTIERRE DE CETINA
Detenidos
con una copa de agua entre las manos
mirando los olmos.
Estuvimos mirando los olmos,
aclarando motivos
con una copa de agua entre las manos mirando los olmos, oyendo relinchos;
con una copa de agua entre las manos, mirando los olmos, oyendo relinchos
la noche entera.
Caína. Punto en fuga
suspiraba, agrandaba el pecho
la fétida antojable. Cruz en cama el antebrazo
puesto enfermo. Vi su corazón, el ventrículo derecho
y el izquierdo.
Caína en resplandor sacaba su lenguaza,
la panza
a más de 100 grados de distancia. Norte a un lado. Y volvió
a sacudir la testa, su mugriento cabello, la flor de lis
lejos de mis ganas y cobijas; lejos andabas. Tiré la almohada,
estiré los nervios, saqué mi verga.
Caína se clavó en mi pecho,
en piedras de naufragio se fue desmoronando
sobre mi cama, el seguro refugio, el hueco, desde donde no vi
estrella alguna.
Como si fuera de espanto detenido.
Se trataba de quebradas maderas bajo el arco de mis brazos.
Algo
donosos prismas, diamantes.
Como si se tratara de un camino – con las puertas cerradas.
Detenida no, chorreante cuello roto
de rompido sueño por los juncos y abejorros
que solícitos tras su presa corren, vuelan
en filos, en lodazales solos, en páramos
por donde el alma transita muy de prisa,
corriendo vuela en su llagante estado,
en esa parafina de inmolar el reino; es decir, la familia
que en la cocina guisa y en el lecho duerme.
Chorreante cuello roto
en persecución aislado,
vuelto lodo, opaca figura con las tenazas
abiertas, congeladas por el miedo. Enorme miedo,
bisagra roma en las articulaciones de la sangre,
en los jardines, los hoteles.
En ese pánico de muerto que no se resigna,
no encuentra consuelo anegado en lágrimas, distante,
solo de sus compañeros, en esa orilla
horadado por tanto insecto.
Chorreante cuello roto de quebrados ríos
escapando por los remedos del vuelo
detenido
en ese atardecer.
Alcántara de Henares
esta invernal materia.
Artesonado
si prefieres
la inopia del cerdo
en pútridos adornos
cuando las almas suaves
a deleitar pedazos, dulces trozos...
Le dijo, y a sus rodillas se abrazaba.
De hinojos contemplaba
la suerte en ciernes:
corona refulgente en su testa de plata,
en esa alcoba, en este parque.
Atención había pedido
como un milano en progresión al cero
gimiente de potasio, de frutos y escarceos
abandonó la grima – para salir huyendo
desesperadamente.
Me dije, estirando los cordones, rasgando la página del diario,
despidiendo, atesorando
sirenas en el rincón más oscuro de mi cama.
Estuve con mi calamitoso paso de buey
herido
arrastrando cadenas, hectáreas arrasadas por el fuego,
arrasadas a orillas de tu sueño.
Eran de conocimiento insano
los ejércitos
que,
en celada, elaboraban su político proceso,
la campaña disfrazada que ahoga al moribundo.
Me hubiera gustado desear los brazos, los pechos, el sexo y culo de la muchacha;
pero este país es tan pobre, con una política tan sucia,
que no se puede aspirar a tanto, a tanto de tanta muerte,
tanto bendito desacato bajo la égida trigarante.
Y desfilas en público desplante
con la lengua de fuera, con el calor de fuera, con el frío dentro
desfilas en esta hora que atañe al mundo, a tu pequeño mundo
por estas ganas de tocarte y ser el otro
en esta noche
ya tantas veces tan temida.
Viciado el vaho las almas vuelan
en un silencio de aguzadas puntas. Entre orquídeas,
el ir y venir: las estolas del pecado.
En su tristeza
la azucena abandona el cieno;
el jardín:
hortensias, amapolas compases de tu carne.
Miríadas de banqueros y ahorradores
con sus caballos desdentados, sus garzas afanosas,
lenguas de fuera dormidas al sol. Al sol de este diciembre
en Casas Grandes, Chihuahua. Ahí te oí sin esfuerzo,
las bocinas instaladas en postes de luz. ¡Ay!, te vi
golpeando mi cara
mientras empujábamos el camión
con franca amenaza de herniarnos un disco, o dos.
Fotografía.
Luz del dodo o plato vacío para la cena.
Relecturas, grafitos en el lomo,
por el metro, en cinta métrica.
La Historia es de bolsillo.
Hombres de su tiempo. Clásicos
arrojados por la avenida.
El rincón romántico. El caballito. Los novios
de domingo custodiando la ciclopista. Verdadera estampa que quiebra su
tablita, pone a descansar las concretas realidades,
sorprende a iguales, ve nubes entre los árboles,
suspira. Suspira hondo y prolongado entre el barullo de los autos,
acomoda sus ganas en la punta metálica de sus botas,
escucha los sofocados gemidos de su vecino,
el paso lento y repetido – de la Historia.
La verdadera de gorros y texanas, de turquesinas
manos en rocas desgajadas, vistas una
y otra vez. Recogido (en la punta metálica)
escucha los sofocados gritos.
Porque ni aun la muerte nos detiene:
tan sólo nos destruye.
ROBERTO JUARROZ
Son las 8.
Las farolas están alumbrando
los delgados hemisferios que rayan la geografía de mi casa.
Los párpados, los objetos más cercanos
condicionan la escritura,
el constante goteo,
la suma de Pigmalión,
el oro negro
detenido en la desnudez del cuerpo,
en la suave voz, en la respiración de los objetos más cercanos.
El foco enciende y apaga la habitación
donde te adueñas de todo,
de los silencios y risas que no alcanzo a percibir atravesando un prisma
en la disertación de las razones de la fe.
Absorto contemplo
el círculo, la rama,
la limpieza de mis sábanas,
el ombligo de la casa al amparo
de las paredes, el solsticio de la tarde
(más pensada que vivida);
arte de atesorar sonidos,
de desviar los ríos, de alejarse
más, y más – de las playas y ensenadas
avizorando atardeceres, desnudas Circes a más no poder.
Habría dicho, argumentando razones,
lóbregos hospicios, baluartes de otro siglo
en la oscuridad del cuerpo,
en la bombilla que descubre
los óxidos y arroyos;
dijera, al iniciar la danza
y me duelo en mi pierna.
En mi pierna – dilúyome, sécome en mi pierna.
En mi pierna se decide el sexo,
los uréteres por mi pierna se pasean, y yo con ellos;
en ellos me llago, me capacito y pienso;
es mi pierna la que habla.
Mis ojos se pasean con perros y sombreros por mi pierna,
y el dolor se toca con lascivia
y ésta – le sonríe todo el tiempo.
Pero mi pierna en mí no nos conformamos
con la voz de fuera, con el solo murmullo
después de la lluvia.
La pierna también en mí quiere cantar
con su ardor de sábanas,
sus ojos fijos,
su ratón pendulando
por esa mugre de muertos que baja por mi pierna
y ella en mí rascándome la razón,
hurgando en los cajones atestados del alma;
ensuciando, desordenando —lívida y seductora— en los cajones del alma.
Pero yo sigo abarcando soledades, predios
abandonados
para enterrarme a mí junto con mi pierna,
con mi reino tomado por las actuales estrategias.
La amada
pierde la color, llora en fuente repudiada,
en cristalino iris, en tejido llano,
prisionera
vertiendo su calma.
Minutos después – la bestia duerme,
sientes su respiración, el brillo de sus colmillos,
la selva de tu sueño.
La sientes en ti, en tu pierna, en el río que escapa
y moja la risa de las ninfas.
Orfeo – tomado de la mano,
Calíope, en silencio.
También estaban los centauros;
fiereza de vértebras y entrañas,
de ramajes pluviales con arterias saturadas.
Eran los animales propios.
¿Acaso nombrarlos tigres, mugientes esqueletos
en medio de los llanos?
Ahora mi cuello
mirándome en cucharas de plata
reflejando mi vuelo.
Mis intestinos tan largos,
tan poco sociables.
Es claro que no poseo dibujo alguno,
quizá un jardín, un patio que se prolonga en el deseo,
en el nerviosismo creciente.
En aquel tiempo