La Silla del Abuelo - Nathaniel Hawthorne - E-Book

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Nathaniel Hawthorne

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Beschreibung

Relatos breves conectados entre sí mediante un elemento fantasioso muy curioso: una vieja silla, que aparece siempre en todas las escenas históricas que son descritas a lo largo de la narración.

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Annotation

Relatos breves conectados entre sí mediante un elemento fantasioso muy curioso: una vieja silla, que aparece siempre en todas las escenas históricas que son descritas a lo largo de la narración.

Nathaniel Hawthorne La Silla del Abuelo

NOTA INTRODUCTORIA
(De George Parsons Lathrop, 1882, edicion de Riverside.)
En una carta que Hawthorne escribió a Longfellow por la época de la publicación de Los Cuentos Contados Dos Veces, hablando de lo que había transcurrido hasta ese momento en su vida y de sus planes futuros, decía:
Ahora siento, y quizá muy pronto sentiré con mayor fuerza, una verdadera motivación para esforzarme en todo lo que me proponga, pues cuando he necesitado este aliciente en mi juventud no lo he encontrado; tengo en mente un pequeño proyecto pero tendría que ocuparme de demasiados detalles para realizarlo. Sin embargo, esto me preocupa mucho menos de lo que usted podría imaginar. Tengo la habilidad de emplear mi pluma en empresas tan monótonas, como la de escribir cuentos para niños, etc.
Podemos suponer el significado de aquello de "una verdadera motivación", no simplemente porque los afanes del matrimonio ya se habían metido en la cabeza de Hawthorne, pues sabemos que en dos años más se habría comprometido y con ello habría iniciado una vida matrimonial larga y feliz, como lo prescribían sus creencias. Igualmente podemos entender el significado de su carta porque ya había demostrado, en su escrito La Historia de Peter Parley dirigido a Goodrich, su habilidad para dirigirse a los jóvenes con una literatura que a la vez fuera sencilla y entretenida. Parece ser que habiendo aprendido algo fructífero en su contacto con Goodbrich, y corroborando el sic vos non vobis de Virgilio así como lo que decía en la carta a Lonffellow que citábamos antes, Hawthorne emprendió la tarea de escribir cuentos para niños, con el fin de demostrarse a sí mismo que era capaz de hacerlo.
De acuerdo con esto, entre la aparición de sus Collected Stories y la fecha del episodio de su Brook Farm, Hawthorne produjo una serie de narraciones cortas inspiradas en los antiguos anales de Nueva Inglaterra; estos documentos históricos también son recurrentes en otros artículos que nunca fueron publicados de manera orgánica -sin mencionar su fuerte influencia en La Letra Escarlata-, y que demuestran la destreza con la cual dominaba estas fuentes.
Los relatos breves de los que estamos hablando, están conectados entre sí a través de los diálogos, pero principalmente mediante un elemento fantasioso muy curioso: una vieja silla, que aparece siempre en todas las escenas históricas que son descritas a lo largo del cuento. Esta narración fue publicada en volúmenes diminutos, y cada una de sus tres partes apareció separadamente a la luz pública.
En la nota introductoria de Los Cuentos Dos Veces Contados el editor relata cómo Mrs. Hawthorne, antes de su matrimonio, dibujó una ilustración para El Muchacho Amable que fue grabada e impresa en una edición especial de esa obra. Algunos de los extractos de las cartas que Hawthorne dirigió a su prometida, escritas en Salem hacia 1841, nos indican que su novia tenía en mente realizar una serie de ilustraciones para La Silla del Abuelo, y se presume que quiso hacer lo mismo para ambientar los sketches. En estas cartas Hawthorne ofrece una serie de sugerencias para las ilustraciones, que no dejan de perder relación con el carácter vívido y totalizante con el cual las había imaginado inicialmente. Los temas que propone para la pluma del artista son: la vieja escuela Master Cheever, los Acadianos, el Concejo militar de Londres en Boston, y el Árbol de la Libertad. Puede resultar interesante para el lector remitirse a estos pasajes, aunque por los visto, este proyecto pictórico nunca se hizo realidad.
Para el estudioso de la literatura, La Silla del Abuelo presenta dos puntos que merecen atención: primero, el hecho de que el incidente de Endicott cortando la cruz roja de la bandera de Inglaterra, que fue tema de uno de Los Cuentos Dos Veces Contados, sea tratado aquí de un modo distinto; el otro punto, que el exilio de los acadianos sea escogido por Hawthorne para captar la atención de su joven audiencia. Cualquier persona familiarizada con la reciente historia de la literatura norteamericana, recordará que Hawthorne sugiere en su carta a Longfellow la historia que conforma el corpus de Evangeline. Hawthorne escuchó esta historia en octubre de 1839, justamente cuando se encontraba escribiendo La Silla del Abuelo. Quizás el que escribe pueda ser perdonado si se permite dudar de la indiferencia que le ha sido adjudicada a Hawthorne con respecto a la patética tradición descrita en Evangeline; y que el escritor, según estas mismas voces que hablan de su indiferencia, al momento de escuchar la historia, debió de haber tratado el exilio de los acadianos con una simpatía inequívoca, tal como lo hace incluso en sus historias cortas para niños, lo que confirmaría nuestro escepticismo. Longfellow le hizo un gran favor a Hawthorne reseñando favorablemente en el North American Review sus Cuentos Dos Veces Contados. Parece plausible que Hawthorne tras notar cómo la anécdota de Evangeline había impresionado a su amigo poeta, se hubiera resuelto a contarlo en voz alta empleando su pluma, sin traicionar ninguna de las intenciones que lo habían motivado para inspirarse en ese cuento.
Cualquier otro comentario sobre los contenidos de esta colección sobra, únicamente podemos añadir que Los Chelines del Pino, y los adeptos universales que ha ganado entre los escolares, y en general entre todas las audiencias, definitivamente disipan la opinión común de que Hawthorne fracasó en su intento por alcanzar la popularidad general.
PREFACIO
Al escribir este voluminoso tomo, el deseo del autor ha sido describir las características eminentes y los eventos memorables de nuestros anales históricos, de tal manera y empleando tal estilo, que el joven lector pueda acercarse a ellos motivado por sí mismo. Para cumplir este propósito, mientras relata ostensiblemente las aventuras de una silla, él ha intentado mantener un lazo distinto e irrompible con la historia auténtica. La silla ha sido empleada para pasar fácilmente de un personaje a otro, de quiénes él ha creído, es más deseable que el joven lector tenga ideas claras y vívidas, y de cuyas vidas y acciones el autor pueda dar un panorama pictórico. En sus firmes patas de roble la silla avanza lenta pero diligentemente de una escena a otra, y parece que siempre logra arrojarse en medio de las acciones con la complacencia más benigna dondequiera que un personaje histórico se encuentre buscando un lugar para sentarse.
Ciertamente no existe un método más efectivo para que las borrosas sombras de los hombres y las mujeres que han partido nos hagan asumir los ires y venires de la vida, que conectar sus imágenes con la realidad sustancial y casera de una silla en el rincón donde se halla la chimenea. Por un instante sentimos que estos personajes de la historia tuvieron una vida privada y una existencia familiar, y no estuvieron completamente absorbidos en esa fría imagen exterior, que siempre hemos recibido como la representación adecuada de sus vidas. Si esta impresión puede ser transmitida, se ha logrado mucho.
Prescindiendo del abuelo y de su pequeño auditorio, así como de las aventuras de la silla, que hacen parte de la maquinaria fantástica de la obra, nada en lo que respecta a las páginas que siguen puede ser catalogado como ficticio. El autor, es verdad, en ocasiones se ha tomado la licencia de añadir algunos detalles donde el relato lo requería, sin más autoridad que su propia imaginación; pero esto, así lo espera él, no viola ni otorga un colorido falso a lo verdadero. El cree que en lo que respecta a este punto, en su narración no se encuentran ideas e impresiones de las cuales el lector tenga que purgarse posteriormente.
La gran duda del autor es si ha tenido éxito escribiendo un libro que sea accesible para aquellos a los cuales se dirige. Hacer un relato lleno de vida y entretenido para los niños, con un material tan difícil de manejar como el que nos presenta la oscuridad, la seriedad y las rígidas características de los Puritanos y sus descendientes, es tan difícil de lograr como intentar hacer juguetes de las duras rocas de granito sobre las cuales fue fundada Nueva Inglaterra.

PARTE 1

CAPÍTULO 1

El abuelo había permanecido sentado en su vieja silla durante aquella placentera tarde, mientras que los niños estaban concentrados en sus juegos. En algún momento, cualquiera hubiera pensado que el abuelo estaba dormido, pero cuando sus ojos se cerraban, sus pensamientos volaban con los chiquillos, jugando entre las flores y los arbustos del jardín.
La voz de Laurence se escuchó en toda la casa, tenía un montón de ramas secas que el jardinero había cortado de los árboles frutales, y estaba construyendo una casita para su prima Clara y para él. El abuelo también escuchó la armoniosa voz de Clara, quien quitaba la maleza y regaba su propio jardincito. Él contaba cada paso que Charley daba al conducir lentamente la pesada carretilla a lo largo del camino empedrado. Y a pesar de que el abuelo era viejo y canoso, su corazón todavía latía con júbilo cuando la pequeña Alice entraba correteando y brincando, como una mariposa en la habitación. Ella había convertido a todos los niños en sus compañeros de juego, y ahora el abuelo también era uno de ellos, y no cabe duda, el más feliz de todos.
Finalmente los niños se cansaron de sus juegos. Una larga tarde de verano es como toda una vida para los jóvenes. Los niños entraron juntos en la habitación y se acomodaron alrededor de la gran silla del abuelo. La pequeña Alice, que tenía apenas cinco años, tuvo el privilegio de la más joven, y se encaramó en las rodillas del abuelo. Era encantador contemplar aquella pequeña de cabellos dorados en el regazo de su abuelo y pensar que ambos se regocijaban con las mismas alegrías, a pesar de ser tan diferentes.
"Abuelo," dijo la pequeña Alice, mientras su cabeza yacía en los brazos del abuelo, "estoy muy cansada. Cuéntame una historia que me haga dormir."
"Ese no es el deseo de nadie que cuente una historia", le contestó el abuelo sonriendo. "Su mejor paga la reciben cuando logran mantener su auditorio muy atento y despierto".
"Pero aquí estamos Laurence y Charley y yo," replicó la prima Clara, que era dos veces mayor que la pequeña Alice. "nosotros tres nos mantendremos muy despiertos. Por favor, abuelo, cuéntanos una historia acerca de esta vieja y misteriosa silla"
La silla que ocupaba el abuelo estaba hecha de un roble oscurecido por el pasar de los años, pero que brillaba como la caoba. Era muy grande y pesada, y su espaldar se levantaba por encima de la blanca cabellera del abuelo. Esta parte de la silla había sido curiosamente tallada, y sus grabados representaban flores, follajes, y otras muchas figuras, que los niños siempre miraban maravillados pero sin terminar de comprender su significado. En la parte más alta de la silla, mucho más arriba de la cabeza del abuelo, se distinguía algo parecido a la cabeza de un león, adornada con una melena tan exuberante que sólo le faltaba moverse y rugir.
Los niños habían visto al abuelo sentado en esa silla desde que tenían memoria. Quizás el más pequeño de ellos pensaba con certeza que él y la silla habían venido juntos al mundo. Por aquella época, la moda dictaba que las señoritas adornaran sus costureros y estares con las sillas más antiguas y extrañas que se pudieran encontrar. Según el parecer de Clara, esta silla sería la envidia de todas aquellas mujeres si la hubieran visto. Ella siempre se había preguntado si aquella silla era más vieja que el mismo abuelo, y deseaba con ansias conocer toda su historia.
"Sí, abuelo, háblanos acerca de esta silla," repitió.
"Muy bien pequeña," dijo el abuelo, dándole una palmadita en la mejilla, "te puedo contar muchas historias maravillosas acerca de mi silla. Quizás tu primito Laurence quiera escucharlas también. Estoy seguro de que estos cuentos le enseñarán algo que jamás ha leído en ninguno de sus libros escolares sobre la historia de sus país y de las distinguidas personas que lo han habitado.
Laurence era un niño de doce años, de una mente brillante, y ya desde temprana edad demostraba ser muy inteligente y sensible. Su imaginación se vio excitada con la simple idea de conocer todas las aventuras de aquella venerable silla. Laurence miraba al abuelo con entusiasmo y ansiedad; e incluso Charley, un pequeñuelo de nueve años, incansable, inquieto y vigoroso, se sentó a los pies del abuelo en el tapete, y decidió quedarse quieto al menos por diez minutos, pues la historia, según él, no podría tardar más.
Mientras tanto, la pequeña Alice ya se había dormido; el abuelo, entonces, complacido con un auditorio tan interesado y atento, comenzó a hablar de cosas que habían sucedido hacía mucho tiempo.

CAPÍTULO 2

Pero antes de relatar las aventuras de la silla, el abuelo creyó necesario hablar de las circunstancias que rodearon el primer asentamiento de los colonos ingleses en Nueva Inglaterra. Las razones de esta antesala se entenderán muy pronto cuando el lector se de cuenta que es imposible contar la historia de esta legendaria silla sin recordar una buena parte de la historia de nuestro país.
Así pues, el abuelo habló de los puritanos, y los identificó con aquellas personas que adoptaron ese nombre porque consideraban que era pecaminoso aceptar los usos religiosos y las ceremonias que la Iglesia de Inglaterra había tomado prestadas de los Católicos. Estos puritanos sufrieron una gran persecución en Inglaterra, de tal suerte que en 1607 muchos de ellos tuvieron que huir hacia Holanda, para establecerse por diez o doce años en Amsterdam y Leyden. Sin embargo temían que si permanecían refugiados en aquel país por demasiado tiempo, dejarían de ser ingleses, y terminarían adoptando las costumbres, los sentimientos y las ideas de los holandeses. Por estas y otras razones, en 1620 se embarcaron a bordo del Mayflower, y cruzaron el océano hasta llegar a las costas del Cabo Cod. Allí se asentaron y conformaron una colonia que bautizaron con el nombre de Plymouth, que hoy hace parte de lo que conocemos como Massachusetts. De este modo se formó la primera colonia de puritanos en América.

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

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