La teoría de los cuantos del alma y otros cuentos - Ricardo Tronconi - E-Book

La teoría de los cuantos del alma y otros cuentos E-Book

Ricardo Tronconi

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Beschreibung

El profesor Turgimann, el hombre más íntegro del barrio, posee un don bien visible en su entrepierna. Una cualidad ganadora en teoría, pero...

Quién dijo que en los relatos eróticos no hay sitio para los viajes en el tiempo?
Mientras estaba ocupado en su deber conyugal, un desconocido escritor de la segunda mitad del siglo pasado se encuentra de repente copulando con una preciosa mujer india que huele a curry...

El hurto de un precioso instrumento musical, el violín cargado de una fuerza intensamente sensual de un indescifrable Maharajá, es eclipsado por la mayor importancia de los eventos históricos italianos de los años Setenta y rápidamente olvidado...

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Ricardo Tronconi

Imagen cubierta original CC BY 2.0 con licencia de Gianmaria Zanotti. Nuestra nueva licencia CC BY-NC-ND 4.0.

 

Para obtener más informaciones, puede visitar nuestro sitio web en www.lanovellaorchidea.com
Trabajos con derechos de autor en patamu.com, número 50002. Todos los derechos reservados.
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Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com).

Índice

LA TEORÍA DE LOS CUANTOS DEL ALMA

LA TEORÍA DE LOS CUANTOS DEL ALMA

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

APÉNDICE LUCIFERINA

EL VIOLÍN DEL MAHARAJÁ

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

LOS INDISCRETOS PLIEGUES DEL ESPACIO

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

LA TEORÍA DE LOS CUANTOS DEL ALMA

Y OTROS CUENTOS

Traducción del texto por Martina Guglielmi

LA TEORÍA DE LOS CUANTOS DEL ALMA

O BIEN EL DIABLO SOMOS NOSOTROS

Imagen original Mahpadilha / CC BY 2.0. Nueva imagen CC BY-NC-ND 4.0.

CAPÍTULO 1

En la segunda mitad del siglo pasado, una teoría tan bizarra cuanto seductora (y sutilmente muy excitante) llevó el mundo del pensamiento místico liberal a un paso de la ruptura con el universo religioso monoteísta. El motivo de la disputa no era nuevo y trataba principalmente de la elección de Lucifer, perversa para algunos, intrépida para otros, de convertirse en portador de tinieblas después de ser el brillante más luminoso de todo el creado, segundo solo a Dios, cuando el Universo todavía no existía. Quien perturbó la serena ignorancia de los creyentes, que veían en Satán no tanto el simulacro del mal, sino el mal mismo, netamente delineado y separado del bien, representado en este caso por los demás seres alados guiados por Gabriel, fue el ilustre profesor Olor E. Turgimann.

Este último, insigne filólogo, semiólogo y experto de semántica sexual, al que más veces le llamó la atención el Rector de la Universidad por las continuas quejas de los estudiantes (pero no de los de género femenino) del curso, solía mostrar una constante hinchazón a la altura de la bragueta durante las clases de semántica sexual (y no solamente); clara señal, según los estudiantes, de una rigidez que manifestaba por un lado el amor hacia la asignatura, pero de una forma poco conveniente y hasta ligeramente narcisista. Al contrario, para las estudiantes, el movimiento no voluntariamente sostenible del pene podía ser considerado un semáforo (es decir un portador de señales) por todos (y todas) los potenciales usuarios del mismo device, lo cual permitía no tener que depender más del solo dominio del olfato para percibir cambios poco explícitos en el comportamiento sexual de un individuo. El ilustrísimo profesor, sexualmente muy fornido, aun siendo un hombre íntegro, mostraba ser extremadamente sensible al encanto femenino, al punto que fue apodado por los estudiantes (y por los de género femenino) el hombre de la fácil rigidez (este era solo uno de los muchos apodos que por falta de espacio no podemos referir por completo).

Fue aproximadamente después de su cincuenta cumpleaños que el emérito Turgimann (el hombre de la rigidez eterna) empezó a tener los primeros sueños reveladores sobre la real finalidad del ser humano, y de este conocimiento teleológico hizo, a lo largo de su vida, su excelente profesión. 

CAPÍTULO 2

Todo empezó una mañana, cuando el profesor Turgimann (el hombre de la rigidez palpable) se despertó con el palo en plena erección (tal cosa no representaba una novedad, sino la normalidad). A pesar de eso, aquella mañana, el nido que el pajarito pedía a gran voz no estaba disponible, porque se encontraba de vacaciones en el lago Ladoga, firmemente encajado entre los muslos de la señora Thela Turgimann (tal cosa no representaba una novedad, sino la normalidad). Olor se dio cuenta de que la simple masturbación no le daría ningún alivio, así como no le ayudarían los ejercicios espirituales. Así que llenó un vaso de hielo y sin dudar le metió el pene hinchado de sangre, que, esperándose un lugar cálido y húmedo, tuvo un colapso y se derrumbó. Una vez solucionado el problema, Turgimann (el hombre de la rigidez honesta), volvió a la cama y soñó con hacerle el amor a un esquimal con el ano suave, aunque curiosamente helado.

Al despertar, Olor se preguntó, como haría por otro lado, cualquier otro que se dedicara a la semiología y a la semántica, si el sueño pudiera ser una señal de la mediocre vida sexual que llevaba ya hacía demasiado tiempo, o si el frio relacionado con el esfínter anal del esquimal representara una posible gestión descabezada de sus posesiones por parte de un banco que ya había demostrado señales de absoluto desinterés hacia el dinero que le había costado tanto esfuerzo acumular. Algo preocupado, telefoneó a su esposa y le contó lo sucedido. Después de enterarse de los hechos, Thela tranquilizó a Olor que no se preocupara y que se preparara para su próximo regreso a casa, cálido y húmedo. No obstante, le aconsejó que fuera a la iglesia y que hablara con su confesor, porque en su opinión el Iluminismo exasperado que le inflamaba el alma estaba afectando su integridad espiritual y esto podía solo reflejarse negativamente en cada aspecto de su vida, por muy banal que fuera. Olor no se lo hizo repetir dos veces y el mismo día fue a la iglesia para hablar con el cura. Fue allí donde vio por primera vez los simulacros de Gabriel y de Lucifer, el uno mensajero de buenas nuevas, el otro portador de oscuros presagios.

CAPÍTULO 3

Al cabo de horas de coloquio con el cura, el profesor Turgimann (el hombre de la rigidez sencilla) regresó a Casita Bella, el burgo donde vivía con su mujer. Entrando en casa, por su gran estupor vio a Thela que, recién llegada del lago Ladoga, estaba ordenando un poco el mismo desorden que él mismo había creado en aquellos días de soltero. Thela y Olor no se veían hacía tres semanas y la abstinencia fue la chispa cómplice de encender la mecha del sexo. Era muy noto (sobre todo entre las mujeres estudiantes pero también entre los hombres), que el profesor Turgimann (el hombre de la rigidez sin límites), tenía una resistencia al orgasmo que estaba por encima de lo normal, y también en aquella ocasión, a pesar de la larga ayuna, supo ganarse con honor la fellatio que Thela le había reservado como último plato de la abundante comida. Mientras la mujer ponía el último plato en la mesa, Olor empezó a contar lo que le había pasado durante su ausencia. Cuando por fin llegó al encuentro con el cura, Turgimann (el hombre de la rigidez manifiesta), confesó que la cosa que más le había impresionado en la iglesia era una imagen del Arcángel Gabriel y de Lucifer, que, por lo que le pareció a él, estaban dialogando.

“Qué raro…” dijo la preciosa Thela, con sus curvas armoniosas y sus colores llamativos, dejando lo que estaba haciendo, “De verdad no recuerdo haber visto tal icono en la iglesia. Sin embargo, es posible que hayas visto dos imágenes separadas y que las hayas confundido en una única pintura imaginaria. Normalmente Gabriel es el que anuncia, y Lucifer es el ángel caído, aplastado bajo el pie del victorioso Miguel.”

“Si, Thela, es posible. Sin embargo tengo la clara sensación de que esos dos quisieran revelarme algo. Algo muy peculiar.”

“Y algo inédito también, supongo… no es cierto, Olor? Vosotros los intelectuales os dejáis llevar siempre por la idea de poder publicar cosas jamás oídas o vistas. Apuesto a que estás pensando en una reexaminación del Edén. Acaso no es así?”

“No, Thela, no bromees… pero tal vez tengas razón. Necesito consultarlo con la almohada.”

Y, acabado el último plato de la larga comida, se acostaron.

CAPÍTULO 4